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Hugo Santander Ferreira 1
Universidad Autónoma de Bucaramanga
Si bien es cierto que vivimos en un universo de símbolos, no lo es menos que
cada símbolo se supedita a su construcción, su jerarquización y su destrucción de
acuerdo a las variaciones de los deseos sociales y/o individuales. La modelo, el
inconforme, el bohemio, el santo y la guerrillera no son en realidad opciones de vida,
sino símbolos que adquieren o pierden su brillo de acuerdo a la intensidad de su
representación en los medios de comunicación. Dichos símbolos se imponen
primordialmente como una síntesis absoluta; el significado, en efecto, acaba
calcificándose, excluyendo las interpretaciones derivadas de su análisis. El símbolo de
Juan Pablo II como líder del catolicismo, verbigracia, se impone sobre cualquier otra
definición, por pertinente que sea. Es sólo a través del trabajo, no sólo de los exegetas y
semiólogos, sino principalmente de los periodistas, que el significado de Juan Pablo II
puede alterarse. Los símbolos de Hitler y Stalin han sufrido una transformación a raíz
del discurso imperante, pasando de políticos a demagogos, de guerreros a déspotas y
más recientemente a criminales.
La evanescencia del significado no es, en efecto, sino una ilusión académica, por
cuanto todo proceso de comunicación social requiere de significados absolutos, sean
estos capitalismo, iglesia, revolución, desempleo, o Madonna, Spielberg, Hollywood,
Shakira . La síntesis absoluta aparece como una tendencia innata de la mente, tal y como
Kant lo describe en su primera crítica: “Cada fenómeno [empírico] incluye una realidad
diversa inmersa en percepciones singulares y dispersas que vienen al encuentro de la
mente. Como resultado de su combinación, dichas percepciones en sí mismas se tornan
una necesidad, por cuanto ellas carecen de ésta en su propio sentido. Hay en nosotros,
por lo tanto, una facultad activa que sintetiza la realidad variada. La llamamos la
facultad de la Imaginación, en tanto que a la acción inmediata que ejerce sobre las
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percepciones varias le damos el nombre de Aprehensión” 2 . La labor del crítico de la
razón consiste precisamente en no dejarse engañar por las síntesis absolutas de su
Imaginación; símbolos como Dios y mundo han de ser revaluados y comprendidos no
como conceptos, sino como imperativos de la razón. Dicha labor atañe, empero, casi
exclusivamente al académico, quien si acaso cuestionará y reformulará su universo
simbólico; ya Juan Vives confesaba en el siglo XVI que cultivaba la filosofía para no
dejarse engañar. Sin embargo, tal y como Kant lo entrevé, el símbolo como
pensamiento calcificado se manifiesta anterior a todo cuestionamiento. Más aún, la
producción de símbolos sociales es necesaria, incesante e ineludible, incluso para el
librepensador que elija el escepticismo, la misantropía o el aislamiento; Sócrates hubo
de tomar la cicuta por cuestionar la justicia, le educación y la poesía, símbolos
profundamente arraigados en la vida política de Atenas; Jesús de Nazareth y Juana de
Arco corrieron el mismo destino al cuestionar las jerarquías y los rituales 3 ; más
recientemente, cierta amiga de Wittgenstein estalló en llanto el día en que, luego de
comentar que alguien tenía suerte, el filósofo vienés le pidió con tono irritado que le
explicase lo que ella entendía por “suerte”.
El propósito de este escrito no es, por lo tanto, el de cuestionar una serie
determinada de símbolos, sino el de comprender sus procesos: su necesidad, su génesis,
su aceptación, su divulgación, su vigencia, su revigorización y declive.
Necesidad de los símbolos
En tanto los índices y los íconos son necesarios, todo símbolo es ficticio; los
íconos e índices de la naturaleza tales como las imágenes y los sonidos se imponen
como necesarios. El lenguaje, por el contrario, se manifiesta como una construcción
artificial; los pronombres personales son los símbolos más empleados del habla,
precediendo a los verbos ser, estar y haber , y a la conjunción y. Dichos símbolos son en
realidad innecesarios, como lo comprueban los esfuerzos de ciertos académicos
estadounidenses por construir una lengua equitativa que ora elimine al género femenino
de la lengua, ora lo incluya junto al masculino simultáneamente −a la luz del comentario
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"Weil aber jede Erscheinung ein Mannigfaltiges enthält, mithin verschiedene Wahrnehmungen im
Gemüthe an sich zerstreut und einzeln angetroffen werden, so ist eine Verbindung derselben nöthig,
welche sie in dem Sinne selbst nicht haben konnen. Es ist also in uns ein thätiges Vermögen der Synthesis
dieses Mannigfaltigen, welches wir Einbildungskraft nennen, und deren unmittelbar an den
Wahrnehmungen ausgeübte Handlung ich Apprehension nenne". Kant, Immanuel, Kritik der reinen
Vernunft, P.p. 151152.
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Ver el prólogo a Saint Joan de George Bernard Shaw.
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de Derrida sobre la preponderancia del primer elemento en toda conjunción o
comparación; su significante puede ser alterado –cada idioma denomina al pronombre
de la primera persona del singular de un modo diferente, al igual que su significado –el
sol, quien fue un dios para los primitivos, es ahora, predominantemente, un astro.
El símbolo podría ser incluso eliminado desde un punto de vista práctico,
utilitario y materialista; bastaría imaginarse una sociedad de hombres tan eficiente y
mecanicista como la de las hormigas o las abejas.
Los heraldos de la utilidad denunciados por Adorno tienen parcialmente la
razón cuando denuncian la inutilidad del arte; todas las invenciones simbólicas de los
artistas, desde Edipo hasta Godot son innecesarias para la supervivencia corporal. El
poeta nórdico que denomina a la nave arado de los mares no es menos artificial que el
político que simboliza a tres países como Eje del mal. Nada más absurdo, no obstante,
que menospreciar los símbolos en razón de su artificialidad; son ellos precisamente los
que permiten al individuo su comprensión y participación dentro de una comunidad
determinada. En tanto que la mayor parte de los animales están obligados a reconocer
los íconos e índices propios al sol, al viento, al día y a la noche, sólo el hombre es capaz
de conmoverse ante símbolos como amor, maldad, virtud y enfermedad.
La mayor contradicción de los materialistas radica, de hecho, en el uso de
símbolos para cuestionar lo simbólico; su comportamiento es afín al de un hombre que
grita que el lenguaje es innecesario para su supervivencia.
Reaccionando al discurso prácticoutilitarista imperante, Baudrillard hubo de
contraponer en El Espejo de la Producción el valor simbólico propio al arte, al valor
de uso y al valor de cambio promulgados por Marx. En su pequeña obra de teatro El
Cuadro, Ionesco escenifica humorísticamente la imposibilidad de diálogo entre un
artista y un hombre netamente práctico; un pintor trata de vender a un burgués un
cuadro por diez mil francos; el burgués discute el valor del arte y el pintor se ve
obligado a rebajar el precio de su obra paulatinamente, hasta llegar a cinco francos. El
burgués se niega. Dado que el pintor no tiene dinero para llevarse el cuadro de vuelta a
casa, le pide al burgués que le guarde su obra, a lo cual el burgués replica que le cobrará
cien francos diarios al pintor por el alquiler de la pared de su sala. Baudrillard no se
percató, empero, del valor simbólico de la misma filosofía. La obra de Marx será
recordada, si acaso, como un compendió de símbolos que alteraron las relaciones
sociales por casi cien años: burguesía, plusvalía, valor de cambio, etc.
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Génesis y divulgación de los símbolos
Es el hombre quien crea los símbolos a partir de signos anteriormente
establecidos. Los individuos que crearon el lenguaje fueron esencialmente hacedores de
símbolos; quienquiera que haya llamado al punto luminoso del firmamento estrella, y al
líquido de los ríos agua, no estuvo menos inspirado que el antepasado latino que fraguó
los símbolos astrum y aqua. La creación de símbolos da cuenta de la importancia que
tuvieron los poetas en las sociedades primitivas; ellos no sólo denominaban, sino que
además establecían el significado de los símbolos. La guerra, tan necesaria a las
sociedades antiguas, fue un símbolo que pertinentemente refería en su cadena
significante a la virilidad, el valor y la excelencia, lo que da cuenta de las razones por
las cuales Esquilo prefirió un epitafio que celebrase su participación en la batalla de
Maratón a sus victorias en los festivales de Dionisos. Los cuestionamientos que Platón
formuló contra el teatro de Eurípides se debieron, a su vez, a los esfuerzos que éste
hiciese por revaluar la guerra como símbolo que refiriera ya no a la virilidad sino a la
esclavitud y al sufrimiento. La filosofía se instaura así, al igual que la poesía, como una
labor de revisión simbólica. A menudo el filósofo entabla una competición con el poeta
por la creación de símbolos, acaso reemplazándolos. Símbolos como teología,
consubstanciación y física fueron instaurados en liceos y academias. Su labor fue
paralela a la de los hacedores de símbolos anónimos, lo que explica el porqué
Aristóteles reevalúa e integra constantemente el saber popular en sus escritos.
La era de los poetas y filósofos como hacedores primordiales de símbolos llegó a
su crisis con el advenimiento de la imprenta; los símbolos comienzan a ser formulados y
reformulados, ya no por un grupo cultivado o inspirado, sino por quienes tienen acceso
a las nuevas tecnologías, esto es, por los mismos impresores, quienes paulatinamente se
fueron convirtiendo en editores y periodistas.
La era de la imprenta alteró, o para ser más preciso, polarizó, símbolos
firmemente arraigados como iglesia, nobleza y servidumbre. La caída de la monarquía
francesa no puede concebirse sin los panfletos de Marat, asaz más influyentes que las
ideas germinales de Rousseau y Montesquieu. Los Estados Unidos, a su vez, lograron
su simbología como nación en virtud de la síntesis absoluta de la libertad. La guerra de
secesión ocurrió principalmente como una batalla por la supremacía del universo
simbólico de la libre empresa, el libre comercio y la libre expresión, contra los símbolos
decadentes del centralismo, la aduana y la moral bíblica. El periodismo escrito daría a
su vez paso al periodismo radial, sin el cual no es posible a su vez concebir el auge del
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nazismo en la Alemania de la posguerra, y al periodismo televisivo, el cual sacraliza y
prolonga el actual orden global.
Revigorización y destrucción de los símbolos
Para comprender a McLuhan es necesario comprender los procesos de
simbolización; si es cierto que el medio es el mensaje no lo es menos que el medio
simboliza. Su carácter predominante limita los procesos de producción de símbolos. Las
palabras que Spengler escribiese en 1922 no han perdido su vigencia: “No hay domador
que domine mejor a sus fieras. Basta con soltar al pueblo convertido en masa lectora, y
él mismo se lanzará a las calles hacia el objetivo leído, amenazará, romperá ventanas.
Luego bastará una señal con el bastón de mando de la prensa y el pueblo lector se
calmará y volverá a casa (…) No puede imaginarse más terrible sátira de la libertad del
pensamiento. En otro tiempo uno no podía atreverse a pensar libremente; hoy puede
atreverse uno a hacerlo, pero resulta imposible. Cada cual pensará lo que le hagan
pensar y lo sentirá como su libertad” 4 .
Son los medios, de hecho, quienes por boca de presentadores o periodistas
generan, divulgan, revigorizan y destruyen los símbolos. La preponderancia de
Shakespeare como símbolo literario sobre Eurípides, Dante y Cervantes, no responde a
los méritos o desméritos de su obra, sino a la frecuencia con la cual su obra es
comentada en los medios de comunicación.
La importancia de cada símbolo se conmensura, en efecto, no por su grado de
certeza, sino por su reincidencia. Es su celebridad, ya que no su aproximación a la
verdad, la que determina la relevancia de cada símbolo. Paradójicamente, la síntesis
absoluta propia a cada símbolo ha de variar constantemente, so riesgo de anquilosarse
decaer y destruirse, esto es, de caer en el olvido. Bernard Shaw fue, sin duda, el artista
más influyente de fin de siècle del mundo anglosajón; la historia de su declive puede ser
conmensurada por el escaso interés que sus obras habrían de suscitar en círculos
académicos; su exceso, en el proceso de simbolización, fue el de escribir prólogos a sus
obras, cohibiendo así a profesores universitarios de concebir nuevos significados a sus
piezas de teatro. Un destino contrario corrió la obra de James Joyce, quien al ser
interrogado sobre el propósito de Finnegans Week, dijo que era una obra escrita para
profesores de literatura, quienes escribirían tratados incesantes sin nunca llegar a
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Spengler, Der Untergang des Abendlandes, citado por Adorno, T, W. en Kulturkritik und Gesellschaft.
Traducción castellana de Manuel Sacristán: Crítica, cultura y sociedad (Madrid: Sarpe, 1984), p. 32.
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descifrarla, fin que ya había alcanzado en cierto modo con Ulysses. Sabemos, no
obstante, que la vigencia de James Joyce se debe más a la celebración nacional de
Bloomsday en Irlanda y en los Estados Unidos, algo que el mismo Joyce ya había
vaticinado en la última página de A Portrait of the Artist as a Young Man: “… forjar en
la herradura de mi alma la conciencia no creada de mi raza” 5 .
La reducción de una obra literaria a un símbolo absoluto, acaso banal, revitaliza,
no obstante, la fuerza de dicha obra. Su fetichismo, desde la Realpolitik, es necesario,
por cuanto redunda en la revaloración de la obra artística. Las discusiones sobre la
autenticidad de las obras de Shakespeare atraen actualmente más lectores a su obra que
los acabados versos blancos de The Tempest. Si las obras de Van Gogh permaneciesen
inamovibles en un museo determinado, no alcanzarían el fetichismo que le otorgan sus
exposiciones itinerantes, por cuanto no desencadenarían las notas de prensa propias a su
aparente transitoriedad.
El fetichismo social se manifiesta en la moda, hermana de la muerte e hija de la
caducidad, como escribió Leopardi. En L'AntiŒdipe, Gilles Deleuze y Felix Guatari
denunciaron la manipulación de los deseos propia a la sociedad moderna, la cual deriva
en la esquizofrenia (capitalismo) y paranoia (socialismo). Algunos trastornos mentales
corresponden en efecto a la alienación que el individuo sufre ante los fetiches de la
moda. Las multitudes que aclaman a los ídolos del pop expresan en realidad su ansía de
devenir ídolos del pop, cuando no groupies. El fetiche de la moda estructura el tejido
social, consolidando símbolos casi ineludibles: desde los futbolistas hasta los asesinos
suicidas de las Torres Gemelas, desde la parentela de la reina de Inglaterra hasta los
antihéroes de las películas de Marvel Comics.
En Le Fantôme de la Liberté, Buñuel se deleitó denunciando las paradojas de los
procesos de simbolización; sus personajes, en efecto, ya no actúan motivados por su
propia voluntad, sino por un afán de hacerse protagonistas del universo simbólico que
los cobija. Basta con pervertir a una niña, defecar en público o asesinar a veinte
personas desde un tejado para devenir símbolo, moda y fetiche. La formula consiste en
ser noticia. El memorial de procesos de simbolización de Buñuel es una respuesta
descarnada al escándalo, propósito defendido por los surrealistas décadas atrás. Pero
Breton y sus contemporáneos erraron al concebir el escándalo como una categoría
meramente moral. La etimología griega del término remite a una rama torcida con el
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“… to forge in the smithy of my soul the uncreated conscience of my race”.
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cual una presa como la liebre es aprehendida. Es el escándalo el que altera la conciencia
simbólica del individuo a través de la noticia. Que una ciudad sea destruida por un
terremoto es tan escandaloso como el descubrimiento de un evangelio de Judas Iscariote
en Egipto. El escándalo se ha entrelazada de un modo casi indisoluble con la noticia,
por cuanto cada periodista es apreciado según su habilidad para escandalizar y
banalizar. Los bombardeos sobre Irak y Palestina pueden ser tan banales o escandalosos
como el último divorcio de Hollywood.
¿Qué lugar puede tener el arte, el pensamiento y la ciencia en un universo
simbólico supeditado a la noticia? La ciencia, el arte y la filosofía no pueden
ciertamente supeditarse exclusivamente a sus categorías inmanentes, tales como verdad,
talento y creatividad; se hace necesario un dominio y una participación en los procesos
de simbolización de la era globalizada, sean estos escandalosos, banales, superficiales o
fetichistas. Oscar Wilde parece ser el primer artista que comprendió la importancia de
los procesos de simbolización: sus chaquetas excéntricas, sus comentarios ingeniosos de
salón y sus modales escandalosos le granjearon la admiración y la celebridad de sus
coetáneos. Su destino, inexorablemente asociado a la moda, acabó siendo trágico, para
ser más tarde revaluado y reinstaurado. Oscar Wilde, símbolo de la homofobia,
predomina hoy en día ciertamente sobre Oscar Wilde, místico y poeta.
Bibliografía
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