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                                                                  Gloria Anzaldúa


Puedo caminar por allí con los ojos cerrados y no perderme, pero, en el
fondo, no sé dónde estoy. La iglesia es ahora de otro color. Mi colegio,
más alto. La tienda de gominolas de Moni está cerrada y han borrado
todas las pintadas irreverentes que hicimos en el parque. Reconozco el
tejido de los árboles, pero apenas conozco ya a ninguna de las personas
con las que me encuentro por la calle. Podría describir con exactitud el
camino de mi casa al ambulatorio y, a la vez, me siento ajena a las calles
empinadas e insípidas de ese pueblo.  He aprendido a vivir con la
sensación de no tener raíces, de no sentir bajo mis pies tierra, de no poder
plantarme en ningún sitio. Es una sensación de nada; de no tener pasado,
ni lugar al que volver. Da mucho miedo asumir que no sé transplantarme,
que voy de un tiesto a otro, pero en ninguno enraízo porque mis raíces son
tan débiles como algunos recuerdos. Da miedo a asumir que me he
equivocado mucho, que salirte del tiesto implica correr el riesgo de no
volver a florecer en ningún lugar. Al menos, no con la fuerza con la que se
agarran a la tierra las plantas que nadie ha arrancado nunca. Esa
sensación de pertenencia fiel a un lugar, sin embargo, sólo pueden tenerla
quienes encuentran en esa maceta todo lo que necesitan. No es mi caso,
 
ni mi casa.

Escucho con atención a las personas de mi entorno que hablan con fervor
de su tierra y sus palabras me provocan una emoción encontrada entre la
envidia y la rabia. Me invade cierta culpa por no haber puesto más empeño
en esa tarea, para mí demasiado ardua, de encajar. “Podías haberlo
intentado más, Andrea”, pienso cada dos por tres. Lo pienso y me castigo,
en un bucle de culpa y coraje por no haber cumplido con el plan déspota
que se había establecido para mí. Durante mucho tiempo celebré ser la
MÁS NOTICIAS...nota discordante de mi entorno, la protestona, esa para la que nunca recomendado por
llueve a su gusto, la que no está conforme con nada y siempre tiene algo
que decir, celebré la diferencia y me creí más importante que el resto por
no tener nada que ver con lo que veía a mi alrededor. Entre mis sueños de
 grandeza, el ego, las ansias de libertad y las resistencias a lo establecido
para mí huí de mi entorno como huyen los gatos del agua y mi novia de la
piscina. Pero ahora, escucho con atención a las que hablan con fervor de
su tierra, de su infancia, de sus raíces y me lamento, pero ¿quién puede
arraigarse? ¿A quién le corresponde elPatrocinado
privilegio de tener un lugar al que
volver?
Un antiguo ayudante A las
del rey que
Juan no decepcionan.
Carlos, nuevo presidenteSituarse en ese
App hecha lugar
por más dede
100decepción
lingüistas tees
ayuda a…
de la… BABBEL
doloroso. Maldigo todas las consignas que nos animan a rupturas, que
luego nadie sabe acompañar. Maldigo todos los sueños de rebeldía, que
luego se convierten en pesadillas para muchas si nadie te ayuda a buscar
lugares de calma. Repaso entonces, a todo correr, las frases subrayadas
de ‘Identidades lésbicas’, de Olga Viñuales, y encuentro, una vez más, un
poco de paz en sus palabras: “Las conjeturas sobre la identidad sexual
son dolorosas porque ponen en cuestión un sistema de valores en el que
las implicadas han sido educadas. No saber qué está sucediendo, junto a
la creciente conciencia de saberse fuera de la norma, hace que algunas
mujeres se formulen todo tipo de preguntas”, pero a esas preguntas, y a
muchas más, dan respuestas mujeres fortísimas como Gloria Anzaldúa,
que lo tiene claro y construye con sus palabras un hogar para las apátridas
emocionales: “Yo no traicioné  a mi gente, sino ellos a mí. De modo que sí,
aunque el ‘hogar’ permea cada tendón y cada cartílago de mi cuerpo, a mí
también me da miedo ir a casa”.

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