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Persello – Historia del radicalismo

1. Los orígenes

El 90
En 1880 se plasmó la unidad política y territorial argentina y se configuró definitivamente el poder central. El
lema paz y administración llevaba implícita la supresión de la lucha política en función del progreso, de cuya
puesta en marcha devendría la legitimidad del gobierno. Hacia 1890, esa premisa ya era fuertemente
cuestionada.
La supresión del derecho electoral y su reemplazo por la acción de los gobiernos se realizaba a través de lo que
en la época se llamaba la máquina. En términos de Donghi, el roquismo era la suprema encarnación de la
republica posible y por eso mismo había colocado en el orden del día los problemas de la republica verdadera.
La oposición a ese orden se tradujo en 1890 en un movimiento revolucionario que proponía simultáneamente
una ruptura y una vuelta atrás. La Revolución del Parque impugnó el monopolio del poder en manos del PAN, la
unanimidad, la hegemonía de gobiernos electores y al mismo tiempo de propuso como un movimiento
regenerador y restaurador del sufragio universal y de la competencia por el poder.
En agosto de 1889, aparece en La Nación un artículo escrito por Barroetaveña que contenía los tópicos que a
partir de allí se tornarían recurrentes en el discurso opositor y constituirán el programa de la Unión Cívica de la
Juventud que se reunió en septiembre en el Jardín Florida (Montes de Oca, Alvear, Del Valle, V. López, etc). Alem
será el que presidirá el movimiento. Alem había militado en el autonomismo y había sido diputado bonaerense
entre el 72 y el 80. La propuesta se resumía en la libertad de sufragio, único modo de legitimar el gobierno,
moralizar la política y depurar las finanzas.
El 26 de julio de 1890, los insurrectos se concentraron en el Parque de Artillería. Los sublevados eran, según
Alem, entre 300 y 400 civiles y cinco cuerpos militares, un total de 1300 hombres. Después de tres días de
combate, las fuerzas del gobierno los doblegaron, pero más allá de su derrota, la experiencia del Parque adquirió
connotaciones míticas. Como consecuencia de ella, el presidente Juárez Celman fue desplazado y asumió el
vicepresidente Carlos Pellegrini. El orden posrevolucionario mostraba heterogeneidad tanto de las fuerzas del
Parque como de las que apoyaban al gobierno.
En la Convención celebrada en 1891 en Rosario, los delegados provinciales eligieron la formula Mitre-Irigoyen
para las elecciones presidenciales de 1892. Sin embargo, en marzo retornó Mitre de Europa y llegó a un acuerdo
con Roca. Los acuerdistas constituyeron la Unión Cívica Nacional, presidida por Lastra y los antiacuerdistas, la
UCR, liderada por Alem. La fórmula de la UCR fue Irigoyen-Garro.
Los sucesos del 90 no introdujeron en cuanto a las prácticas sobre las que se sustentaba el poder del círculo
gobernante, aunque sí se provocó un amplio debate, y en este sentido, marcaron un punto de inflexión. El
aspecto más conocido es el que desenmascara el desajuste entre principios constitucionales y prácticas políticas,
calificando a la crisis por la que transitaba el país como moral e institucional. A este nivel el discurso opositor era
homogéneo.
El 80 rompía con una tradición de verdad democrática, mientras que el 90 significaba la reacción contra ese
estado de cosas.

Las revoluciones de 1893


En octubre de 1891 Mitre renunció a encabezar la fórmula presidencial y el candidato que se impuso finalmente
en el 92 fue Luis Sáenz Peña. En julio de 1893, le ofrece formar ministerio a Del Valle, no comprometido,
después de la escisión, ni con los cívicos ni con los radicales. Ese mismo año estallaron revoluciones en San Luis,
Santa Fe y Buenos Aires. En todos los casos, los revolucionarios destituyeron a las autoridades y las sustituyeron
por gobiernos provisorios que proclamaron que intentaban romper con la tradición fraudulenta e imponer el
sufragio libre. Del Valle permaneció 36 días en el Ministerio de Guerra. Su reemplazo por Quintana cambió el
rumbo de las revoluciones provinciales. A fines de julio, el PEN pidió autorización al Congreso para intervenir las
provincias rebeldes. En agosto se aprueba la intervención. Los interventores federales sustituyeron a los
gobiernos provisorios pero no cerraron el ciclo de las insurrecciones armadas: Corrientes, Tucumán y
nuevamente Santa Fe volvieron a levantarse.
Esta vez los revolucionarios no gozaron de amnistía. A partir de allí la revolución, elemento identitario del
radicalismo, perdió fuerza como estrategia y no se volverá a recurrir a ella hasta 1905.

El antiacuerdismo
Entre 1891 y el fin del ciclo revolucionario los radicales habían postulado junto con la revolución, la oposición a
los acuerdos de cúpulas, práctica corriente como modo de resolución de los conflictos políticos. Sin embargo,
abandonada la estrategia revolucionaria, tampoco el principio antiacuerdista será sostenido con la misma
fuerza. Si en Buenos Aires y en Capital los radicales estaban en condiciones de ganar elecciones e incorporar
legisladores, no ocurría lo mismo en otras provincias, donde entraban en coaliciones electorales con o sin la
anuencia del Comité Nacional. Por otra parte, el liderazgo de Alem, si bien contaba con mayoría, empezaba a ser
cuestionado, tonto por la tendencia moderada de Irigoyen como por Yrigoyen, quien había fortalecido su
dominio sobre el Comité bonaerense después de demostrar sus capacidades organizativas en los sucesos de julio
de 1893.
El suicidio de Alem en 1896 profundizó la crisis interna en la medida en que abrió un debate por la sucesión que
se cerró al año siguiente cuando se eligió presidente a Bernardo de Irigoyen. Este, al igual que Del Valle,
propiciaba la reunificación de la Unión Cívica. Los motivos eran dos: lograr un acuerdo electoral y quitarle peso a
Yrigoyen en la definición de la relación de fuerzas en el partido. El escenario político estaba sumamente
fragmentado. Mientras Roca pretendía prescindir de los cívicos nacionales, Pellegrini propiciaba un
acercamiento a Bernardo de Irigoyen; en tanto éste había concretado negociaciones con Mitre que implicaban el
mantenimiento de organizaciones separadas coincidiendo en una formula común, la llamada por Pellegrini
“política de las paralelas”. Yrigoyen, desde su bastión en Buenos Aires, se negó a ratificar el acuerdo. Cuando en
septiembre se reunió la Convención, los acuerdistas eran mayoría. Sin embargo, Yrigoyen impidió el acuerdo
cuando anunció que se presentaría a las elecciones en la provincia de Buenos Aires provocando el retiro de la
UCN. Finalmente en 1898, Roca accedió a la presidencia e Irigoyen, apoyado por Pellegrini, llego a la
gobernación bonaerense. El partido radical comenzó su declinación y sus fuerzas comenzaron a dispersarse.

El partido
Una de las consecuencias de la revolución del 90 fue el proceso de formación de partidos nuevos así como la
redefinición de las condiciones de funcionamiento de los existentes y la gradual aceptación de su legitimidad. La
organización de los partidos comenzó a ser un imperativo que demarcaba una línea divisoria con las
agrupaciones de notables. La forma partido como instancia de organización del electorado seguía teniendo
detractores pero gradualmente iba imponiéndose, y las agrupaciones surgidas después de la revolución del 90 la
adoptaran aun con resistencias internas.

La causa
En 1903, Vicente Gallo escribe una carta donde llama a reunir las fuerzas dispersas. En septiembre se constituyó
el Comité de la Capital. En febrero de 1904 se conformó el Comité Nacional, eligió presidente a Pedro Molina y
publicó un manifiesto ratificándose en su posición antiacuerdista, y señalando que la UCR es la única fuerza fiel a
sus principios y en función de ellos decreta la abstención.
Mientras esto ocurría Yrigoyen, desde su bastión, convocaba a las fuerzas que participarían del estallido
revolucionario de febrero de 1905 cultivando su peculiar estilo basado en las relaciones interpersonales. La
revolución estallo en febrero de 1905 en Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Santa Fe y fue
rápidamente sofocada. No obstante, no todos los radicales estaban convencidos de que la revolución era la
mejor estrategia posible.
Entre septiembre de 1909 y enero de 1910, Yrigoyen y Molina intercambiaron una serie de cartas. En ellas,
Yrigoyen dejó plasmada la dicotomía causa/régimen. El régimen era un Estado morboso, abyecto, procaz,
agresivo. La causa, por el contrario, era santa y su unidad derivaba de su misión. Las ideas particulares que
dividían a sus miembros debían acallarse y subsumirse para privilegiar la construcción de la nación. La causa era
la nación y no necesitaba definiciones puntuales sobre problemas concretos.
En la perspectiva de Yrigoyen, la UCR no debía sancionar un programa. La causa no podía circunscribirse a un
programa de gobierno.

Partido y religión cívica


Una vez sancionada la ley Sáenz Peña y decidida la concurrencia electoral, la invitación amplia a aliarse en las
filas radicales trajo la incorporación de numerosas agrupaciones principales que años después serán calificadas
como adventicias por los “viejos” radicales.
Una vez puesta en vigencia la ley Sáenz Peña, el radicalismo se dio cuenta de que se había convertido en un
partido capaz de movilizar electores: la maquina se había consolidado. En las elecciones de 1912 ganó la
gobernación de Santa Fe, y en elecciones parlamentarias obtuvo la mayoría en Buenos Aires y Santa Fe y la
minoría en Córdoba y Entre Ríos.
La decisión de no circunscribir los límites de la organización sancionando un programa y la construcción de una
vasta red de comités amalgamados por la lealtad a Yrigoyen facilitaron una tarea de reclutamiento que superó
los marcos regionales.
Alem invocaba el civismo y la virtud republicana, Yrigoyen los subsumió en la integración de la nación y apeló a
ella como elemento cohesivo, aglutinante para sostener la “religión cívica” y paralelamente se impuso como
tarea la construcción de un partido, maquina eficaz a la hora de reclutar electores.

2. El partido en el gobierno

El partido se fortaleció en el gobierno puesto que funcionó como canal de selección y promoción de candidatos y
funcionarios, creciendo amparado por el manejo de los recursos públicos. Esto no implico su plena
institucionalización. La construcción de una vasta red cimentada en lealtades personales se consolidó aunque
paralelamente proliferaron las facciones exacerbadas por las dificultades del reparto de candidaturas y cargos.
Cada facción le reservaba a su adversario el lugar del “régimen” y reivindicaban la posesión de la verdadera fe
radical. La demanda por sancionar un programa, despersonalizar el poder y separar al partido del gobierno tomó
cuerpo y justificó la división, que se formalizo en 1924 entre personalistas y antipersonalistas, lo cual implico que
la lógica facciosa se incorporase a cada una de las agrupaciones radicales.

Presidencialistas y disidentes
Cuando la UCR llegó al gobierno, en la perspectiva de algunos dirigentes radicales, convergían dos aspectos de
un mismo problema asociado al liderazgo de Yrigoyen: el personalismo y la ausencia de programa.
Cuando el partido radical ocupó el gobierno, el problema de la disciplina adquirió un nuevo matiz que respondía
a la pregunta en tono a la relación entre partido y gobierno. Mayoritariamente, los legisladores radicales
asumieron su solidaridad con el presidente. Sin embargo, un grupo pequeño que luego se fue ampliando
entendía que el rol del radicalismo era controlar al gobierno y cuestionarlo cuando no compartía sus decisiones.
Para estos Yrigoyen ejercía la presidencia de manera personal y se colocaba de esa manera por fuera de la
tradición del partido. Este posicionamiento se tradujo en la práctica parlamentaria en la ausencia de voto
disciplinado. A partir de 1920, la separación entre presidencialistas y antipresidencialistas se manifestó más
claramente en el Parlamento. El mayor malestar en la bancada radical era generado por dos cuestiones que
hacían a los fueros y prerrogativas del Parlamento: la actitud de los ministros frente a las interpelaciones y las
intervenciones federales por decreto. Los disidentes demandaban más legislativo y menos ejecutivo.
A principios de 1922, la disputa por las candidaturas para la futura renovación presidencial reunió a muchos de
los descontentos en una nueva agrupación, la UCR principista. Ésta concurrió a las elecciones con fórmula
propia: Laurencena-Melo. El binomio Alvarez-Gonzalez se impuso con 335 de los 376 electores.

El antipersonalismo
La llegada de Alvear a la presidencia agudizó las líneas de fractura en el partido. En la medida en que los
antiyrigoyenistas supusieron que contaban con el aval del nuevo presidente se mostraron dispuestos a provocar
la división. Una de las primeras manifestaciones públicas del conflicto se originó al iniciarse las sesiones del
Senado en 1923. El vicepresidente (yrigoyenista) Elpido González, excluyó a los antipersonalistas de las
comisiones más importantes. A esa intervención le siguieron otras aunque ninguna fue asumida por la dirección
del partido, a esa altura, casi inexistente.
Aunque la escisión ya estaba planteada todavía tardara un tiempo en formalizarse. Cuando finalmente ocurrió,
en 1924, la UCR antipersonalista no conseguirá transformarse en una fuerza electoral importante y mucho
menos organizarse como partido programático, orgánico e impersonal. Reunió a todos los que se oponían al
liderazgo de Yrigoyen y vieron la oportunidad de sustituirlo.
Recién en las elecciones legislativas de 1926 se tradujo la división en nueve de los quince distritos electorales. En
las cámaras, a partir de 1924, se constituyeron dos bloques. Los personalistas tenían mayoría en diputados y los
antipersonalistas en senadores. El parlamento se constituyó, más que nunca, en una arena de debate entre un
sector y otro del radicalismo.
La escisión de 1924 no se corresponde con la lectura según la cual existen dos alas en el radicalismo, una
conservadora y una popular, una liberal y otra plebiscitaria. Lo que aglutinaba al antipersonalismo era el
antiyrigoyenismo.

La fragmentación local
La llegada al gobierno en 1916 produjo tempranamente en el partido realineamientos internos difícilmente
subsumibles a la presencia de grandes tendencias. Una primera fuente de conflictos se originó entre los “viejos”
y los “nuevos”.
En la base de la fragmentación también estaba la selección de candidaturas, instancia que la ley electoral no
regulaba. Las divisiones pautaron una dinámica de enfrentamientos, no sólo en la etapa de selección de
candidatos, sino en la campaña electoral, el momento de la emisión del voto y el posterior juzgamiento de los
títulos de los legisladores electos. A la disputa por las candidaturas le seguía, una vez en `posesión del gobierno,
el enfrentamiento por los cargos públicos.
Durante el periodo radical se enviaron treinta intervenciones federales a las provincias de las cuales 19
correspondieron al primer gobierno de Yrigoyen, 10 al de Alvear, y 4 al segundo gobierno yrigoyenista. Las
primeras 11 intervenciones desalojaron gobiernos conservadores, pero las restantes desplazaron a
gobernadores o renovaron legislaturas radicales.
La intervención comenzaba con la fragmentación del radicalismo, seguía con el enfrentamiento al interior del
gobierno, por lo general entre gobernador radical y vicegobernador radical, o entre PE y PL. Este último pedía el
juicio político al gobernador y el gobernador lo clausuraba. Finalmente, uno u otro o ambos pedían la
intervención federal. Decretada esta, el enfrentamiento se recreaba alrededor de los manejos del interventor,
indefectiblemente acusado de parcialidad para alguno de los grupos.
Partido, elecciones y Parlamento
Todos los partidos aseguraban ser democráticos y le negaban ese atributo a sus adversarios. Todos participaban
de la tendencia a unificar al resto en el mismo campo y concebirse como los únicos depositarios de la verdadera
fe. Todos coincidían en la irreversibilidad del sufragio universal como principio de legitimidad del poder pero
encontraban difícil aceptar sus resultados. En cuanto a la traducción de las reciprocas negaciones, las practicas
eran menos violentas que los discursos.
En cuanto al parlamento, sin duda fue un espacio sumamente conflictivo. La prensa y los mismos partidos
acordaban en que era inoperante pero diferían en las causas. Por un lado, el radicalismo acusaba a la oposición
de frenar la “gesta reparadora” apelando a prácticas de obstrucción. Por su parte, la oposición sostenía que el
conflicto era institucional pues el presidente desconocía al Parlamento. La crítica de la oposición se inscribía en
una doble decepción: la democracia había adoptado formas plebiscitarias, se había entronizado en número y
formas plebeyas de acción política y administración, excesiva e inoperante, se subordinaba al poder político.
En todo caso, gubernistas y opositores se acusaban mutuamente de impedir al Congreso legislar pero, inscriptos
en una misma lógica, coincidían en que el régimen político no necesitaba ser reformado.

El gobierno
La llegada del radicalismo al gobierno se produjo en la crítica coyuntura de la primera guerra mundial y sus
consecuencias lo obligaron a enfrentar el doble desafío de dar respuesta a la crisis económica y al
recrudecimiento del conflicto social.
Las expectativas que rodearon los inicios del gobierno de Alvear fueron otras. El nuevo mandatario no
participaba de las teorías yrigoyenistas del plebiscito y el mandato; se manifestaba respetuoso de los partidos y
el parlamento, elegía a sus ministros entre los mejores y se esperaba que erradicara el clientelismo. Por otra
parte, la conflictividad social había decrecido y la economía había comenzado a recuperarse. Durante el
gobierno de Alvear, no fueron los obreros ni los chacareros los protagonistas de los principales conflictos. El
primer problema que tuvo que enfrentar el PE fue la crisis ganadera. A esto se sumó luego la crisis de la industria
azucarera.
Las decisiones que el gobierno de Alvear tomó resolvieron, en mayor o menor medida, problemas coyunturales
sin implicar una redefinición que se ajustara a las nuevas condiciones que emergían en la posguerra.

Del plebiscito al golpe de Estado


A partir de 1928, cuando Yrigoyen gana las elecciones, los términos del enfrentamiento se endurecieron. Había
sido plebiscitado y el personalismo tenía mayoría y quórum propio en diputados. El objetivo era lograr lo mismo
en el senado revirtiendo el signo de los gobiernos provinciales que no respondían al futuro presidente.
A los decepcionados del sufragio universal habían comenzado a sumarse aquellos que empezaban a entrever
otras perspectivas de ordenamiento social, alternativas de recambio para la democracia de partidos (La Nueva
República).
En el ejército el dilema estaba planteado en los mismos términos que en el resto de los actores políticos
involucrados en la preparación del golpe: sostener la Constitución o cambiar las reglas de juego.

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