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Percepción de la realidad que alimentó el pensamiento contrarrevolucionario

Para el sector hegemónico había que contrarrestar la amenaza obrera para el orden social
con el cual la generación del 80 había transformado al país en una nación moderna,
centralizada y próspera.
El sector hegemónico entendía que la idea de “Orden para las masas y progreso para unos
pocos” estaba siendo cuestionada por unas masas percibidas como culturalmente inferiores, y
por lo tanto debían ser objeto de represión.
Otra percepción era que las masas tomaban conciencia sobre sus derechos y en base a esta
querían destruir el orden capitalista, para crear una sociedad sin clases, tal amenaza había
que desbaratarla con planes contrarrevolucionarios.
La contrarrevolución, a partir de las ideas del sector hegemónico, se proyectó sobre el sector
subalterno en cuyo interior se identificaba a sujetos vistos como “europeos indeseables”, que
debían ser dignos de represión porque, según la clase alta, habían deteriorado la “tradicional
cultura familiar”. Además los mismos “indeseables” se animaban a reclamar mejores
condiciones de vida y de participación política.
Por otro lado, el pensamiento contrarrevolucionario se alimentaba en la frustración del
proyecto europeizador, reafirmando en la represión el más crudo sentimiento xenofóbico y
chauvinista contra judíos y catalanes.
En definitiva, se percibía en los grupos objeto de contrarrevolución a agitadores externos que
prefirieron el modo de vida urbano antes que asentarse en el campo, lo que contradijo lo
planeado por la generación del 80.
Quienes emprendieron las acciones contrarrevolucionarias
La contrarrevolución fue emprendida por el sector hegemónico, el máximo exponente de esta
acción fue la “Liga Patriótica” que condensaba el sentimiento antiobrero de los empresarios
nacionales, los empresarios extranjeros, los religiosos y los católicos laicos.
De acuerdo al texto de Mac Gee, el sector hegemónico con sus acciones traicionó las raíces
liberales del nacionalismo que defendían porque violaron derechos civiles mediante la
represión con la finalidad de mantener el orden y las diferencias sociales, aunque tal propósito
implicara violar la ley.
Circunstancias sociales y económicas en las que surgió la revolución social.
Entre 1917 y 1921, los años de mayor conflictividad social del Irigoyenismo la realidad social
Argentina sintió el impacto de sucesos externo como la Revolución Rusa y la Primera Guerra
Mundial.
Por entonces, crecía la desocupación, caían los salarios y aumentaba el número de huelgas.
Mientras tanto, el presidente Irigoyen tuvo una posición ambigua hacia el movimiento obrero
combinando negociación y represión. Pero cuando cedía a los reclamos obreros recibía una
fuerte oposición de la prensa, la Liga Patriótica y los sectores propietarios, como la Sociedad
Rural Argentina.
Los revolucionarios, en la medida que tomaron conciencia de clase se movilizaron por
mejoras, sus ingresos eran insuficientes, trabajaban largas jornadas a diario, no gozaban de
derechos sociales y, además, estaban marginados de la política porque se los consideraba
como inmaduros para la participación democrática. Como muchos de los revolucionarios eran
inmigrantes mediante la revolución social reaccionaban a los prejuicios de la clase alta y al
hecho de no haber podido acceder a la propiedad de la tierra, tal como le había sido
prometido por el Estado.
Los protagonistas de la revolución social
Los protagonistas fueron los sectores subalternos, miembros de la clase obrera y de la clase
media, pertenecientes a ideologías como el anarquismo, el socialismo y el sindicalismo. Eran
hombres jóvenes, muchos recién llegados al país, pero también hijos de inmigrantes, es decir
ciudadanos con derecho a votar, y muchos de ellos pertenecientes a la naciente clase media
que aspiraba a darle transparencia a la política y a mejorar la distribución de la riqueza. Los
anarquistas, recurrían a la violencia, despreciaban la política partidaria y cometían atentados;
los socialistas aspiraban al ingreso a la política para legislar a favor de la clase obrera; por su
parte, los sindicalistas negociaban mejoras laborales con el Estado, pero sin pretender la toma
del poder.

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