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Convivencia escolar

Eloy Patricio Mealla


Mayo 2008

Alumnos contra alumnos, alumnos contra maestros, padres contra maestros y directivos;
docentes acusados de violencia contra sus alumnos. La crónica, especialmente
televisiva, cíclicamente nos trae alguno de los casos anteriores. ¿Exageración de los
medios que, reiterando el relato de casos aislados, dan una sensación de masividad de
los conflictos de este tipo? ¿O simplemente los medios de comunicación reflejan la
realidad, como suelen argumentar, para defenderse de las acusaciones de
sensacionalismo y de inventar las noticias?

Sea cual fuera la respuesta, lo cierto es que la escuela no está ajena a la situación
general de la sociedad, que cada vez más dirime sus conflictos por vías de acción
directa: el piquete, el “escrache”, las movilizaciones y las manifestaciones de todo tipo.
Los canales establecidos de participación, de discusión y de peticionamiento -por
ejemplo, el legislativo y el judicial- parecen instancias huecas e ineficaces ante las
múltiples demandas.

Desde las autoridades educativas oficiales, especialmente a partir de los casos más
resonantes, con muertes incluidas, y no tanto desde una política de anticipación, han
surgido algunas iniciativas para responder al problema: Programas de Mediación
Escolar, Convivencia en las Escuelas, Derechos de los Niños y Adolescentes,
Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas.

Recientemente una publicación Estar en la escuela. Un estudio sobre convivencia


escolar en la Argentina, editado conjuntamente por la OEI (Organización de Estados
Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura) y la Fundación SM, ofrece
elementos sobre “el estar en la escuela” y la responsabilidad del Estado, de los docentes,
de los adultos y de los mismos alumnos.

En la presentación del libro, Juan Carlos Tedesco, el Ministro actual de Educación,


recuerda la importancia de “aprender a vivir juntos”, una de las consignas principales
de la UNESCO –la organización de la Naciones Unidas para la Educación-,
indicándose así que esa es la base para interactuar como ciudadanos y también para el
entendimiento entre los pueblos.

El Ministro también señala que la violencia escolar es un tema complejo que incluye un
amplio conjunto de factores. Por lo tanto, cualquier iniciativa para solucionarla tiene
que ser “sistémica”. O sea, tiene que contener propuestas que intervengan en todos los
niveles del problema: demográfico, económico, tecnológico, psicológico, cultural y
político.

¿Todo eso podrá acometer la escuela? Ciertamente no. Se requiere priorizar acciones y
no olvidar que la función primera e irrenunciable de la escuela es educativa. Además la
escuela no educa sola sino en alianza con la familia, con otros sectores de la sociedad y
llegado el caso con organismos especializados.
Tal como indica el estudio arriba indicado, la calidad de la convivencia en la escuela
redundará en configurar la calidad de la convivencia ciudadana, en tanto la escuela es
como un “microcosmos del sistema social” que servirá de modelo y dará sentido a la
convivencia de los adultos del futuro. El sistema escolar es un espacio privilegiado para
la convivencia interpersonal e infundirle los valores de autonomía, diálogo, respeto y
solidaridad.

En cuanto a las propuestas que las escuelas podrían motorizar desde sí mismas, sin
olvidar que el problema está en toda la sociedad, se sugiere:
- Una pertenencia menos fragmentada de los docentes a las escuelas, que les permita
una dedicación institucional unificada para poder trabajar aspectos que van más allá
de las disciplinas académicas. La Nueva Ley de Educación, sancionada en 2006,
apunta en ese sentido cuando pide mecanismos de concentración de horas y cargos
de los profesores con el objeto de constituir equipos docentes más estables en cada
escuela (art. 32).
- Lo anterior a su vez permitiría el funcionamiento más eficaz de sistema de
acompañamiento de la trayectoria escolar de los jóvenes, tales como tutorías
coordinadores de curso (también art. 32).
- Otro aspecto fundamental es estimular el apoyo de todas las familias a la escolaridad
de sus hijos y así potenciar la convivencia entre niños/jóvenes entre sí, y con los
adultos.
- También se debe fomentar no sólo el acatamiento de las reglas, sino también la
participación en la elaboración y aplicación de las mismas mediante el diálogo,
comprendiendo que las normas son una construcción en la que todos debemos
involucrarnos.
- La coherencia en la vida diaria de la escuela, empezando por los directivos y
docentes es fundamental para que los alumnos adhieran a los valores antedichos.
Las normas no son sólo para los niños o adolescentes sino también para los adultos.

Nuevamente nos preguntamos: ¿es posible que la escuela alcance sola todo lo anterior?
Ciertamente no. En realidad, hay que evitar exagerar el poder no sólo de la escuela sino
de la educación en general. En efecto, si bien la educación, especialmente la escolar es
una estrategia fundamental e indispensable del actual desarrollo humano, no es
suficiente. Sobre todo cuando la sociedad envolvente está muy fracturada, y los
conflictos sociales y económicos no están resueltos. La escuela habiendo perdido el
monopolio, si alguna vez lo tuvo, de la transmisión de los valores y los conocimientos,
hoy es espectadora casi muda ante las industrias culturales y mediáticas.

La creciente desigualdad, con aumento de la pobreza y concentración de la riqueza, va


creando una atmósfera de violencia y desencanto que aún la escuela más eficiente no
puede remediar ni canalizar. No hay que olvidar que la escuela tradicional, aunque
criticable en otos aspectos, pudo cumplir su papel socializador y pacificador durante
varias décadas, haciendo convivir criollos con gringos, no por su omnipotencia y suma
eficiencia, sino porque era parte clave de una estrategia previa y mayor.

En efecto, la institución escolar era por decirlo rápido, parte del Estado de Bienestar
que había resuelto, entre otras cosas el pleno empleo, el acceso a la vivienda y a los
servicios de salud y seguridad social, permitiendo la centralidad de la familia y otros
vínculos sociales que brindaban pertenencia e identidad, elementos claves para la
convivencia, aunque no por ello desaparecieran tensiones y conflictos. 

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