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Terminología
La voluntad puede verse afectada tanto al concurrir en la formación
de hechos jurídicos humanos (simples actos) cuanto en la formación de
negocios jurídicos.
En realidad, todo defecto que vulnere la voluntad en los hechos jurídicos
humanos, también es apto para impedir la formación perfecta de
un negocio jurídico, toda vez que esta categoría constituye una especie
del género hecho jurídico humano.
Desde esta óptica, las expresiones a utilizar son "vicios de la voluntad"
(Romero del Prado) o "vicios de los actos voluntarios" (Arauz Castex).
Enumeración
Los vicios de los actos voluntarios son el error, el dolo y la violencia.
Todos ellos tienen en común constituir u n a anomalía de u n elemento
sustancial —es decir, no formal—, existente al momento de la celebración
u otorgamiento del acto, que produce la limitación, desvirtuación o
pérdida de los efectos propios del acto.
Estos "vicios de la voluntad" afectan a los elementos de la voluntad
conforme a la doctrina clásica, es decir, la intención y la libertad.
El error y el dolo vician la intención.
La violencia —sea física o moral— vicia a la libertad.
La ausencia o falta de discernimiento —que también es u n defecto
del acto voluntario— no se produce a consecuencia de vicio alguno,
sino por u n a circunstancia inherente al sujeto (falta de madurez, insanidad
mental
Conceptos
La "ignorancia" y el "error" son vicios de los actos voluntarios que
afectan la intención (art. 922).
"Ignorancia" es no conocer algo (cosa, circunstancia o régimen legal),
mientras que el "error" consiste en creer que se lo conoce siendo
que, en realidad, se toma por cierto un conocimiento falso.
Ámbito
En cuanto vicio de los actos voluntarios, el error puede afectar actos
indiferentes al derecho, contrarios a derecho como los actos ilícitos, o
conformes a derecho como los negocios jurídicos.
Y a él se llega a través de fallas de conocimiento sensible, es decir,
de los sentidos, como haber visto mal o haber oído mal; o de conocimiento
intelectual, como haber entendido, apreciado o valorado mal. Las causas
de esas fallas son diversas: descuido, distracción, negligencia, falta
de inteligencia, de visión, etcétera (Betti).
ERROR
Error de hecho
LA TEORIA DEL ERROR EN EL CODIGO CIVIL
Error de derecho
Régimen legal.- El artículo 923 del Código Civil establece
que: la ignorancia de las leyes, o el error de derecho en ningún caso impedirá
los efectos legales de los actos lícitos, ni excusará la responsabilidad por
los actos ilícitos. A su vez el artículo 20 del Código Civil, establece
que: la ignorancia de las leyes no sirve de excusa, si la excepción no
está expresamente autorizada por la ley.
El error de derecho no es, por consiguiente, un vicio de los actos jurídicos; nadie
puede ampararse en él para eludir las responsabilidades legales
o convencionales emergentes de sus actos. En apoyo de esta solución,
que podemos llamar clásica y que deriva su tradición y su prestigio
del propio derecho romano, se invocan las siguientes razones; a) las leyes,
una vez aplicadas, se reputan conocidas; por lo tanto, nadie puede pretender
que las ignora; b) la seguridad jurídica está interesada en que las leyes
no puedan ser burladas so pretexto de ignorancia o error de derecho: de lo
contrario será poco menos que imposible aplicar determinada norma jurídica
cuando ella perjudique a alguna de las partes de una relación de derecho;
c) si una persona, por ignorancia o error de derecho, se encuentra en
conflicto con otras que nada tienen que reprocharse y que han procedido
en sus negocios con el debido cuidado, es justo inclinarse por éstas y no
por aquélla. La solución contraria fomentaría la ignorancia y privaría al
conocimiento y a la sagacidad de sus justos frutos; en verdad, sería más
útil y seguro ser ignorante que sabio.
DOLO
VIOLENCIA
SIMULACION
Concepto y caracteres
Acción de simulación
PRUEBA DE TERCEROS
PRESCRIPCION DE LA ACCION
Efectos de la simulación
RESPECTO A TERCEROS
FRAUDE
LESION
Antecedentes
El problema.- Ocurre a veces que las prestaciones recíprocas
de un contrato presentan una desigualdad notoria. Una de las partes,
valiéndose de su mayor experiencia o capacidad intelectual o aprovechando
las necesidades de la otra, logra hacerle suscribir un contrato en el cual
sus obligaciones son considerablemente menos gravosas. En una palabra,
falta equivalencia ¿es válida esta convención?
El problema es arduo y de vieja data. El primitivo derecho romano,
rigurosamente individualista, no conoció la institución de la lesión. Sólo
en los últimos tiempos y bajo la influencia de la Iglesia Católica, se atenuó
ese rigorismo. La doctrina católica no podía tolerar, en efecto, la validez
de los pactos que chocaban con la idea de justicia y con el sentimiento de
caridad y moral cristianas. La usura fue condenada severamente (Cánones
1543 y 2354, Codex iuris canonice) y se sentó el principio de que las convenciones,
para ser lícitas, debían basarse en la equidad. Esta concepción
influyó poderosamente en el derecho medieval.
Pero el auge del liberalismo trajo aparejado un nuevo ocaso de estos
principios. Se pensaba que las partes eran el mejor juez de sus propios intereses
y que el acatamiento ciego del contrato era el principio superior de
progreso en una sociedad libre. El respeto por el libre juego de las voluntades
individuales pudo expresarse en esta fórmula: "lo que es libremente
querido, es justo". Aún hoy, no obstante la decadencia de las ideas liberales,
la pugna en torno del problema de la lesión se mantiene en pie y preciso
es reconocer que la solución no es fácil.
Los que niegan que la lesión puede ser una causa de nulidad
o rescisión de los contratos, invocan los siguientes argumentos: 1) el respeto
de las convenciones es uno de los principios fundamentales en que se
basa el orden jurídico; la seguridad individual sufriría un rudo golpe si se
pudiera atacar los contratos so pretexto de que las obligaciones recíprocas
no son equivalentes; 2) La preocupación por cuidar el principio de la equidad hace
olvidar otro de orden moral, no menos importante; el deber de
guardar fielmente la palabra empeñada. La posibilidad de invocar la lesión
facilita las argucias de quienes, de mala fe, quieren librarse de los
compromisos libremente contraídos; 3) es muy difícil establecer el justo
valor de las cosas, que depende muchas veces de apreciaciones estrictamente
subjetivas. Un pintor mediocre puede sobrestimar el valor de sus
cuadros y exigir por ellos un precio exorbitante. Si encuentra alguien que
lo pague ¿estará expuesto más tarde a que el comprador ataque el contrato
por lesión y obtenga la devolución del precio? Una casa solariega, propiedad
tradicional de la familia, tiene para su dueño un valor subjetivo infinitamente
superior al que puede tener en el mercado inmobiliario. ¿Cómo
puede el juez medir ese valor? 4) el contrato es muchas veces un acto de
previsión y, por ende, un factor de estabilidad económica. Lo que hoy resulta
equitativo, mañana puede no serlo. Quizás sean estas circunstancias
las previstas por las partes y las que han tenido en mira al contratar; la especulación
es el alma del comercio; admitir la lesión es matarla.
Todos estos argumentos no demuestran, a nuestro juicio, otra cosa
sino que la aplicación de la teoría de la lesión envuelve un delicadísimo
problema. Es indiscutible que no toda desigualdad autoriza a anular o rescindir
un contrato, pues la igualdad matemática es del todo imposible.
Pero cuando la lesión es grosera, cuando se hace visible que las obligaciones
contraídas por una de las partes sólo lo han sido en virtud de su ignorancia,
su debilidad o su inexperiencia; cuando es evidente que la otra parte
se ha aprovechado de estas circunstancias para sacarles beneficio, el
juez no puede convalidar tales convenciones, que resultan repugnantes a
la moral y las buenas costumbres. Sería necesario anularlas o reducir las
obligaciones a sus justos límites. Porque el derecho presupone la justicia
y no toda convención, por el hecho de serlo, es justa, como lo pretendían
los voceros del liberalismo. En el derecho moderno, estos conceptos pueden
considerarse definitivamente triunfantes.
El sistema legal