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Hola, soy yo, me llamo Doll, estoy aquí pero tú no me ves, a

no ser que te esfuerces mucho ¿Te fijas? Si, ahora ya me has visto.
¡Vaya sorpresa¡ ¿Verdad? No esperabas encontrar una miga de pan
que hablara y a la que no puedes contestar. Bueno, sí puedes
contestar, pero no te puedo oír. Sólo sería posible oírte si te
acercaras tanto, tanto, que me metieras en tu estómago y entonces ya
no podría hablarte, sólo estaría dentro de ti pero de nada te serviría,
ya que una miguita de pan no sacia el hambre.

Sin embargo sí podría resultarte agradable que te cuente de


dónde vengo, cómo he llegado hasta ti y qué es lo que busco en ti. Lo
que busco en ti, no te lo puedo decir hasta el final. Tendrás que tener
paciencia porque si te lo digo ahora, ya no podré obtenerlo. Aunque me
creas exigente porque te pido paciencia, sin saber por qué has de
tenerla, confía en mí. Quizás merezca la pena que escuches hasta el
final de mi historia, podrás llegar a conocerme a través de mi sonido y
a través de tu silencio.

Vengo de un lugar muy lejano, donde el silencio es el grito y el


grito el silencio. Donde el adentro es el afuera y el afuera es el
adentro. Donde arriba es abajo y abajo es arriba. Te darás cuenta que
aparentemente vivo en un mundo al revés, pero no lo es. Es un mundo
diferente solamente. En él también hay orden y armonía. Es algo
parecido al momento en que tú te miras al espejo ¿Dónde estás,
dentro de ti o fuera de ti? ¿Hablas a alguien o alguien te habla a ti?
Pues es algo así.

Cuando vivía allí, era feliz porque me gustaba mucho salir y rodar
por encima de las montañas. Para mí era una cosa fácil porque como
soy una miguita de pan, resbalo bien y bajo, sin obstáculos. Un día me
di cuenta de que cuanto más ímpetu ponía en salir y dejarme caer por
las montañas, como todo era invertido, más me acercaba la cima.
Empecé a pensar qué era lo que tenía que hacer para lograr salir de
aquella montaña. Primero tímidamente, me resbalaba con suavidad,
como intentando sorprender al "opuesto", pero con mayor rapidez me
movía en sentido contrario. No servía esta forma de evasión. Después
me puse a gritar a unos señores que andaban a lo lejos, en la falda de
la montaña.

- ¡Socorro! Ayudadme a salir de aquí.

Era inútil, no me oían, además me sucedía algo muy raro.


Notaba en el estómago, yo también tengo un mini-estómago de
miguita, unos puntitos punzantes, muy rápidos que se chocaban unos
con otros.

¿Qué es esto?

Empecé a recordar qué había sucedido: cuando quise bajar la


montaña subía, cuando quise salir, entraba y ahora que quiero gritar
no me oyen y sólo siento punzadas dentro de mí.

¡Claro! Es el SILENCIO lo que siento dentro de mí.

Después de descubrir esto me senté a reflexionar, ¿Qué iba a


hacer para salir de allí? Hasta entonces no había comprendido que me
sentía atrapada entre los "opuestos". Ahora sí estaba enterada de que
todo tenía su opuesto. Quería huir para buscar un lugar donde no tener
que hacer lo contrario para lograr un deseo o una necesidad. Repasé
mentalmente todas las acciones posibles con sus respectivos opuestos
para encontrar una forma de lograrlo.

Llorar-reír.

Hablar-callar.

Realidad-fantasía.

Surgió en mí una pregunta llena de esperanza: ¿Podría salir


a través de la fantasía y llegar a la realidad? ¡Sí!, eso era. Me quedé
muy quieta. Comencé a imaginarme un camino estrecho y con
pronunciadas cuestas abajo para correr más. Al final del camino
observé - en mi imaginación- un mar inmenso que de pronto me
asustó.

- ¿Cómo podré cruzarlo?- me pregunté en alto.

Tan pronto me dije esto a mí misma, descubrí con sorpresa que


estaba en su orilla contemplándolo ¡Ya había logrado salir del mundo
de los “opuestos”! Fue una sensación extraña. Me sentía exultante al
contemplar el azul intenso del mar y al mismo tiempo sentía que había
dejado un lugar, donde no volvería. Fue un sólo instante pero volví a
notar en mi estómago esas antiguas punzadas de forma lacerante.

¿Será el silencio? No, ahora era más doloroso. ¡Qué raras somas
las miguitas de pan!

No tuve más tiempo para seguir pensando, porque delante de mí


vi a un pez muy grande ¿O no era tan grande? Cómo soy una miguita,
podría parecerme enorme lo que era diminuto.

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No lo pensé más, me agarré con todas mis fuerzas a una de sus
aletas y nos zambullimos juntos en el inmenso mar azul.

Tengo que confesarte que una vez dentro, pasé mucho miedo. Ya
no me parecía tan azul el agua. No tenía color, es como si no existiera
el agua, sólo notaba su frío y su humedad. Al principio estaba tan
asustada que sólo podía sujetarme para no perder al pez, resbalando
de un lado de su cuerpo a otro. Poco a poco la tensión fue cediendo y
pude abrir los ojos, contemplar ese otro mundo de colores tan
desconocido para mí. También había montañas, como en mi mundo,
pero éstas parecían castillos sumergidos. Los peces que
encontrábamos a nuestro alrededor eran de todos los tamaños,
algunas veces nos escondíamos entre rocas para que no nos vieran
porque eran de tamaños inmensos. Yo en esos momentos le agarraba
firmemente y cerraba los ojos. Ya sé que no servía de nada hacerlo,
pero tampoco serviría de nada intentar evitarlo. En cuanto se
acercaban mucho, mis ojos se cerraban solos.

Así fue pasando el tiempo. Vi un mundo muy diferente al mío,


unas veces sorprendida y maravillada de tanta belleza, asustada, otras
veces, ante tanta fuerza superior a mí. Un día, “mi pez”, me sonaba
hermoso, "mi pez ", pues bien, un día que se acercó a una playa y se
dejó llevar por las olas del mar. Sin pensarlo un instante me solté,
quería dejarme arrastrar a la orilla. Pero al quedarme sola, las olas del
mar me devolvían hacia dentro.
- ¡Socorro!- grité, pero el mar no entendía mi lenguaje. Con
toda su hermosura sólo me inspiraba un miedo incontrolable, sólo
sabía repetirme una y otra vez ¡No me entiende! Tanto era mi miedo,
que mi propio cuerpo se fue poniendo rígido y fueron apareciendo una
especie de brazos que salían de él. Luché con todas mis fuerzas contra
la corriente que me alejaba de la playa y logre salir.

Me abandoné exhausta en la arena, sin hacer otra cosa que


contemplar el sol y el cielo azul. Lentamente me fui sintiendo a mí
misma, sorprendida de estar allí y sorprendida de mi propio cuerpo. Yo
me creía una bolita, como son las migas de pan, pero observé que de
mi cuerpo salían dos migas que estaban unidas a él. Podía estirarme y
seguir siendo una miguita.

¿Qué tontería verdad? Sí, era lo que había sucedido cuando


estaba en las profundidades del mar y me asía con fuerza a mi pez
¿Cómo no me había dado cuenta?

Tras este sencillo descubrimiento lo único que hice fue


darme vueltas en la arena, estirar una parte, encoger otra, aplastarme,

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sacudirme, marearme. Apenas me sostenía, revolcándome y
disfrutando con el placer de cambiar y ser yo misma.

Finalmente paré, medio mareada, cansada, esta vez de tanta


satisfacción. Cerré los ojos para saborear mejor el momento. Poco
después, al abrirlos y mirar a mi alrededor, el paisaje había cambiado:
ante mí habían aparecido unos arbustos y al fondo, unos árboles
largos, puestos en filas, en círculos, sus ramas se juntaban unas con
otras como si estuvieran enzarzados en una pelea cuerpo a cuerpo.

Me escondía haciendo uso de las facultades que acababa de


descubrir, alargando silenciosamente unos pies, pero de pronto mire al
suelo y me retiré apresurada.

- Por poco os piso. Lo siento, no os había visto.

Debajo de mí, una hilera de hormigas me mecía con suavidad.


Trabajaban afanosamente llevando unas ramitas al hueco de un viejo
árbol.

Tan pronto las mire comprendí que habían sido ellas las que me
habían llevado hasta ese lugar. Por primera vez sentí eso que las
personas llaman "indefensión".

¡Qué poca cosa soy! En el mar, si no me agarro a un pez me


tragan. En la playa, por poco me arrastran las olas sin poder apenas
evitarlo. Unas hormigas, me traen a un lugar sin que sienta otra cosa
que un vaivén, todo ello después de haber pasado por el mundo de los
opuestos. Unas lágrimas cayeron de mis ojos, pero al notar su calor en
el rostro sentí que el pan del que estaba formado mi cuerpo, se
reblandecía, descomponiéndome toda yo. Sequé mis lágrimas y me
puse a pensar en el material del que estaban compuestas.

Si en el agua no me pasaba esto, pensé sobresaltada, haciendo


esfuerzos para recomponerme tras las lágrimas, ¿será el calor que noto
en el rostro? no, no puede ser eso porque el calor me resulta
agradable. Incluso me quedo como esos panes recién salidos del
horno, calentita y dorada.

Pensando estas cosas sentí un arañazo intenso y corrí a


esconderme entre unos matorrales, pegándome con tanta fuerza al
suelo, de tal forma y con tanta intensidad que me confundía con la
arena. Los alaridos tan cercanos a mí, me sobrecogieron. Mire
asustada, sin comprender lo que tenía delante de mí. Eran dos perros
lobos luchando entre sí; se mordían, se arañaban, se empujaban uno
al otro con fuerza, confundiéndose la sangre del uno, con la del
otro. Se separaron para mirarse con intensidad y medir sus fuerzas,

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sosteniéndose uno de ellos a duras penas. Seguidamente, el más
dañado, inclinó su cabeza abatido facilitándole al otro el darle muerte.
Respondió el otro con una fuerza aterradora, clavándole los colmillos
hasta oírse un aullido desgarrador. Sucedido esto, se hizo un silencio
más aterrador que la fiereza de momentos antes.

Se oía el viento nocturno como si estuviera despidiendo al


vencedor que se alejaba hacia una montaña solitaria.

Me hacían daño los granos de arena que sentía en el cuerpo. El


frío empezaba a endurecerme como un trozo de pan de varios días
sin comer. No podía moverme por el frío, y además tenía miedo.

Quise cerrar los ojos y no ver lo que había sucedido, pero la


imagen ya no estaba fuera sino dentro de mí. De nada serviría
cerrarlos. Volvía a notar en mi estómago aquellos puntos lacerantes,
los que sintiera ante el silencio. Los mismos que sentía al abandonar
el mundo de los opuestos y ahora volvían de nuevo al conocer la
muerte. Resbalaban unas lágrimas por mis ojos y sentí un alivio en mi
estómago, pero mi cuerpo comenzó a disolverse de nuevo. Al notarlo,
sequé las lágrimas de golpe.

¡No puedo llorar!

¿Qué haré, adonde iré a refugiarme? No quiero volver al mundo


de los opuestos. En el mar no puedo vivir, los peligros son demasiado
para mí. En esta selva tampoco sobreviviré mucho y allá donde vaya,
mis lágrimas son mi destrucción. Cometí un error al salir del mundo de
los opuestos a través de mi imaginación. Estos nuevos mundos son
peligrosos y no me dejan sentir. Quisiera llegar al mundo de la
realidad. Si encontrara a alguien que estuviera en mi fantasía, que
fuera real, le hablaría. Mi fantasía dejaría de ser imaginación y sería
algo existente, verdadero. Las palabras serían pronunciadas, la
persona que las oyera sería de carne y hueso. Yo me volvería real a
medida que fuéramos hablando este alguien y yo. Me iría
transformando en una miga de pan auténtica.

Sentí algo dentro de mí que no sabía definir lo que era. La


sensación era agradable, tendría que ver con algo nuevo que me
estaba ocurriendo. Hasta ahora, mi búsqueda era una huida.
Necesitaba ir a otro lugar para sobrevivir. Por primera vez deseaba
algo y conocía el camino. Era un nuevo placer esperanzador.

Mientras tanto, yo escuchaba a Doll y observaba cómo su cuerpo


iba cambiando de forma según narraba su historia. Hubiera querido
preguntarle muchas cosas, pero respeté el deseo que manifestó al
principio y no lo dice.

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Doll estaba ante mí, mirándome fijamente, como si no creyera en
mi existencia de lo mucho que lo deseaba.

Has escuchado mi historia o mi fantasía, ése era mi deseo. A


través de tu presencia yo podría ser alguien real, existente en un
mundo real. Ya me es posible oírte. Puedes hablar conmigo, ya que
existimos las dos. ¿No es verdad?

Doll, es verdad que me has contado tú historia. A través de ella


he sentido tus miedos, tu penar, tus alegrías. Hemos sentido juntas
en esos momentos, pero...

¿Yo soy tu Realidad? ¿Yo soy tu Fantasía? O quizás ¿Tú eres mi


realidad? O quizás tú seas mi Fantasía...
Maruxa Oñate Español

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