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no ser que te esfuerces mucho ¿Te fijas? Si, ahora ya me has visto.
¡Vaya sorpresa¡ ¿Verdad? No esperabas encontrar una miga de pan
que hablara y a la que no puedes contestar. Bueno, sí puedes
contestar, pero no te puedo oír. Sólo sería posible oírte si te
acercaras tanto, tanto, que me metieras en tu estómago y entonces ya
no podría hablarte, sólo estaría dentro de ti pero de nada te serviría,
ya que una miguita de pan no sacia el hambre.
Cuando vivía allí, era feliz porque me gustaba mucho salir y rodar
por encima de las montañas. Para mí era una cosa fácil porque como
soy una miguita de pan, resbalo bien y bajo, sin obstáculos. Un día me
di cuenta de que cuanto más ímpetu ponía en salir y dejarme caer por
las montañas, como todo era invertido, más me acercaba la cima.
Empecé a pensar qué era lo que tenía que hacer para lograr salir de
aquella montaña. Primero tímidamente, me resbalaba con suavidad,
como intentando sorprender al "opuesto", pero con mayor rapidez me
movía en sentido contrario. No servía esta forma de evasión. Después
me puse a gritar a unos señores que andaban a lo lejos, en la falda de
la montaña.
¿Qué es esto?
Llorar-reír.
Hablar-callar.
Realidad-fantasía.
¿Será el silencio? No, ahora era más doloroso. ¡Qué raras somas
las miguitas de pan!
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No lo pensé más, me agarré con todas mis fuerzas a una de sus
aletas y nos zambullimos juntos en el inmenso mar azul.
Tengo que confesarte que una vez dentro, pasé mucho miedo. Ya
no me parecía tan azul el agua. No tenía color, es como si no existiera
el agua, sólo notaba su frío y su humedad. Al principio estaba tan
asustada que sólo podía sujetarme para no perder al pez, resbalando
de un lado de su cuerpo a otro. Poco a poco la tensión fue cediendo y
pude abrir los ojos, contemplar ese otro mundo de colores tan
desconocido para mí. También había montañas, como en mi mundo,
pero éstas parecían castillos sumergidos. Los peces que
encontrábamos a nuestro alrededor eran de todos los tamaños,
algunas veces nos escondíamos entre rocas para que no nos vieran
porque eran de tamaños inmensos. Yo en esos momentos le agarraba
firmemente y cerraba los ojos. Ya sé que no servía de nada hacerlo,
pero tampoco serviría de nada intentar evitarlo. En cuanto se
acercaban mucho, mis ojos se cerraban solos.
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sacudirme, marearme. Apenas me sostenía, revolcándome y
disfrutando con el placer de cambiar y ser yo misma.
Tan pronto las mire comprendí que habían sido ellas las que me
habían llevado hasta ese lugar. Por primera vez sentí eso que las
personas llaman "indefensión".
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sosteniéndose uno de ellos a duras penas. Seguidamente, el más
dañado, inclinó su cabeza abatido facilitándole al otro el darle muerte.
Respondió el otro con una fuerza aterradora, clavándole los colmillos
hasta oírse un aullido desgarrador. Sucedido esto, se hizo un silencio
más aterrador que la fiereza de momentos antes.
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Doll estaba ante mí, mirándome fijamente, como si no creyera en
mi existencia de lo mucho que lo deseaba.