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“La familia puede describirse como un grupo social formado por un hombre, una
mujer, sus hijos y un número variable de parientes. El hombre y la mujer están
unidos de forma estable y exclusiva a través del matrimonio, que es el resultado,
habitualmente, de un proceso de enamoramiento. El matrimonio supone la
fundación de un proyecto de vida, la familia, con el que se desea compartir la
existencia y hacer fructificar el amor a través de la generación y educación de los
hijos. Ese proyecto se entiende como una decisión vital en la que tanto el marido
como la mujer se comprometen, en principio, de manera irrevocable y, por tanto,
invierten en ella lo mejor de sus recursos y de sus capacidades intelectuales y
afectivas
Quizás respondiendo a esa movilidad, muchos colegios han sustituido acertivamente la celebración
del “Día del padre” o la del “Día de la madre”, por la del “Día de la familia”; lo cual, al permitir mayor
amplitud al abarcar, incluye a quienes habitan nichos constituidos de manera distinta a la tradicional.
Para los niños, hijos de padres separados, es importante que la concepción social de la familia
justamente incluya y valide otras opciones, porque mantener el imaginario estático de familia hace
que se sientan diferentes, que se lesione su autoestima o que crezcan con cierta sensación de
ausencia y falta, que no necesariamente es cierta.
Hay hogares ilusorios, donde los modelos de identificación que se ofrecen son contraproducentes,
por lo que, la realidad de una ruptra de la pareja parental es más sana y forma más, que la de
mantener una convivencia disfuncional.
Lo básico es que el hogar, independientemente de los actores que lo conformen, esté basado en la
gran tarea de la vinculación afectiva que hace que la vida misma pueda cultivarse, aprendiendo el
cuidado, respeto y consideración por el otro, en su singularidad.
En la familia, el dar y el recibir, constituyen una dinámica que pasa por el gesto, la caricia y la
palabra, que reconforta la existencia misma, pero que a la vez, se abre al mundo con su
multiplicidad de perspectivas.
La familia contiene las ansiedades propias del crecimiento, brinda la compañía en momentos de
dificultad y de felicidad, en ella se aprenden los valores y es el núcleo esencial de la construcción de
la paz y del aprender a manejar lo agresivo y a crear alternativas a partir de la diferencia, como
realidad con la que se encuentra inexorablemente, la convivencia.
Tolerancia y flexibilidad
Orden
Afán de superación
Armonía entre la exigencia y respeto a la persona
LA FAMILIA
La familia supone una profunda unidad interna de dos grupos humanos: padres e hijos que se
constituyen en comunidad a partir de la unidad hombre-mujer. La plenitud de la familia no
puede realizarse con personas separadas o del mismo sexo.
Toda familia auténtica tiene un "ámbito espiritual" que condiciona las relaciones familiares: casa
común, lazos de sangre, afecto recíproco, vínculos morales que la configuran como "unidad de
equilibrio humano y social".
La familia tiene que equilibrarse a sí misma. De esa manera enseña el equilibrio a los hijos. Ese
equilibrio de la familia va a contribuir al equilibrio social.
Familia
Colegio
Sociedad. Es el que hoy tiene más poder. Absorbe a los otros dos anillos. Es necesario
que los dos primeros anillos se unan y apoyen juntos. La sociedad educa hoy, sobre
todo a través de la TV, la calle, los amigos.
Muy importante: ver la TV con los niños y ayudarles a ser críticos frente a todo lo que nos
ponen en la tele.Sin darnos cuenta se nos pegan los modales de la sociedad si no luchamos
contra ellos, como se pega el olor a tabaco en el pelo y la ropa si estamos con personas que
fuman..
El niño llega a ser alguien por la consideración, aprecio y valor que le dan los demás.
La familia hoy más que nunca es la mayor fuerza personalizante contra la domesticación y el
espíritu borreguil que amenaza al mundo de hoy. Mucha gente cree que es libre, nadie que no
luche por su libertad es libre. Compran lo que les mandan, hacen lo que les mandan..
La familia: comunidad de personas creadas sobre el sólido fundamento del amor y no puede
realizarse nada pedagógicamente sino a través del amor.
El vínculo de la sangre debe dar paso a otros vínculos más espirituales: el respeto, el amor, la
felicidad, el disfrutar de la vida juntos, el ayudarse. Nuestros hijos nos brindan cada día ya a
cada momento la oportunidad de convertirnos en los padres que hubiéramos querido ser.
En una familia sana todos recuerdan a todos sus virtudes y en las familias enfermas se está
esperando para reprochar los defectos y limitaciones y hacerlo públicamente.
El ejemplo vivo de lo que somos es la única forma importante de influir en los demás
En las fases de depresión o tristeza la persona se niega a hacer algo por los demás y se
encierra en si misma.. La conciencia se reduce hasta el punto de que sólo cabemos nosotros.
Nuestra sensiblidad hacia los demás desaparece y vamos labrándonos nuestra propia
desgracia.
Esta felicidad no es satisfacer una serie de necesidades, es algo más profundo y más amplio..
La actitud abierta a los demás nos produce una energía positiva, una capacidad de hacer, de
movernos. Estas personas se distinguen porque tienen gozo y energía exultante. No les llega la
depresión. Ej. . Madre Teresa de Calculta.
Es imprescindible un sistema de
valores que sirva de referencia.
Tenacidad, sacrificio,
compromiso..<<<< o >>>> drogas,
juerga, lo que le pida el cuerpo.
El hombre aprende a estimarse en la medida en que respeta y lucha por los valores en los que
cree.
Detrás de cada persona hay un trasfondo que nos dice si algo importa o no importa, vale la
pena o no vale la pena y continuamente estamos valorando cosas, hechos y personas y con
estos juicios de valor no hacemos más que manifestar nuestras preferencias. Las personas del
primer tramo tendrán valores muy primitivos: comer bien, dormir bien, tener dinero, buen
coche...
El orden moral es el que hay que establecer para ordenar los valores de cada persona. Se
priorizan unas cosas y se desestiman otras por la escala de valores. Esta escala de valores
marca el camino a seguir. Toda educación es educación moral porque enseñamos a
comportarnos como hombres o mujeres. Enseñar pautas de conducta que hagan que no
estemos divididos entre lo que pensamos y lo que hacemos. Debemos enseñar a distinguir el
bien del mal. El niño tiene una gran capacidad para imitar. Gracias a esa imitación aprende a
ser hombre haciendo suyas las pautas que ve. Hay modelos humanos dignos de imitar y
modelos que no se deben imitar.
Cuando no hay valores de referencia para imitar no tenemos persona. Hay una persona
dispersa, dependiente del exterior y esclavizado.
1. ALEGRÍA.-
2. RESPETO.- Trátale como si ya fuera tan
buena persona como tú quisieras que sea;
dejar que el otro sea él mismo. "Eres tonto", se
convierte en realidad.
3. AMOR.- Como algo permanente. "Como no
has aprobado ya no te quiero". Un niño
necesita la seguridad en el amor para tener
confianza en si mismo.
4. HONRADEZ.- Que los demás puedan confiar
en nosotros
5. VALENTÍA Y VALOR.- Tesón, saber encarar
las cosas, afrontar las dificultades. El no
carecer de nada es un lastre en la educación.
En la medida en que estás haciendo lo que no
te gusta pero te conviene , en esa medida te
estás formando.
6. ESPERANZA.- Actitud mental positiva, creer
en lo que se está haciendo.
7. GENEROSIDAD .- Deseos de hacer el bien, de salir de uno mismo, de ayudar a los
demás.
8. DAR SENTIDO A LA VIDA .- Espiritualidad, mete a Dios en tu vida.
9. EDUCA A TUS HIJOS EN VALORES .- No admitir que los demás le programen el
cerebro.. Si no le educas tú , le va a educar la calle, la tele...
10. LA SAGACIDAD .- Estar bien despiertos y descubrir las alarmas de la sociedad: la
droga...
¿Dónde se está formando a la juventud? ¿Qué programa de TV habla de estas cosas?. Todos
por el mismo lado, por la misma ruta...No se está sembrando esto. Si no sembramos no
recogeremos. Hay que salir a sembrar con entusiasmo que nada ni nadie pueda contra
nosotros. Nuestra capacidad de soñar no se puede acabar... ¡ Formemos un frente de
soñadores que consiga una familia mejor, una sociedad mejor, un mundo mejor !
Durante la infancia de sus hijos(as) ambos padres se mantienen relativamente tranquilos, pues
a pesar de que están aprendiendo a ser padres, las demandas de estos no los agobian.
Sienten que pueden controlar tanto sus hijos(as) como a las influencias externas. Esto puede
deber sea a que los padres, en la infancia los niños(as) no tienen la categoría de persona y el
ser padre se convierte en una forma de ejercer control y autoridad, y en brindar amor de a
través de los que se les compra. Para los padres, esto funciona durante esos años sin darse
cuenta de que es, en estas primeras etapas, donde deben establecer una adecuada relación
con sus hijos(as), la cual será fundamental para los años siguientes.
Cuando sus hijos(as) llegan a la adolescencia, ya a los padres no pueden ejercer el mismo
control que tenían antes sobre ellos y sobre el afuera. Es entonces cuando sienten que están
fallando como padres, que están haciendo las cosas mal y empiezan a angustiarse dando
origen a conflictos familiares no solo, entre padre e hijos(as), sino también entre los padres.
Estos conflictos al interior de las familias no se debe solo a problemas internos sino también
externos, como son:
El manejo de los límites. En ocasiones, los padres no saben o no pueden poner límites
a sus hijos(as), esta situación se complica cuando ambos están ausentes por
cuestiones de trabajo, lo que hacen que se sientan culpables a la hora de poner reglas
o límites, pues sienten que ya de por sí sus hijos están carentes de atención y cariño
por parte de ellos.
La relación de pareja. Esta, sea que esté bien o mal, tienen sus efectos directos o
indirectos en las relaciones familiares y en su estabilidad. Cada pareja pasa por sus
propias crisis las cuales debe enfrentar, que se unen con sus funciones y crisis
paternales.
La presencia – ausencia de los padres. No solo porque ambos padres tengan que salir
del hogar a trabajar, lo que reduce el tiempo que éstos pueden pasar con sus hijos(as),
sino también porque cada vez son más las familias en las que está ausente la figura
paterna y es la madre sola la que lleva la crianza y manutención de los hijos, sin que
haya nivel social, recursos que faciliten esa tarea, pues nuestra sociedad tiene sus
estructuras establecidas para que la madre se quede en el hogar y el padre salga a
trabajar. Está también el caso de las familias conformadas por padre y madre, pero en
las que el padre está ausente en la crianza y educación de los hijos(as), cumpliendo la
función de proveedor.
Violencia familiar. Si bien no está presente en todos los hogares, el silencio que la
caracteriza ha hecho que pase inadvertida, y no es si no hasta ahora que hay mayor
apertura social para la denuncia de estos hechos que se sabe que están presentes en
muchas de las familias costarricenses. Esta violencia es sufría principalmente por las
mujeres, los niños, las niñas, los (las) adolescentes y los (las) ancianos(as), a nivel
físico, sexual, emocional y patrimonial. Provocando la denigración de la persona en su
condición de ser humano, lesiones físicas y emocionales, disminución de su
autoestima, pérdida de la confianza en sí misma y en la familia y daña, no solo a la
persona que lo sufre sino también a los que están a su alrededor y a la sociedad en
general.
Desconocimiento, por parte de los padres y de los adultos en general, del desarrollo
físico, emocional por el que atraviesan sus hijos en las diferentes etapas evolutivas, lo
cual provoca que los padres no puedan comprender y responder adecuadamente a las
necesidades de éstos lo cual se agrava en la adolescencia.
Una sociedad que tiene cambios acelerados, con una alta tecnología que no existía en
los tiempos de los padres. Cambios a los que niños, jóvenes y adultos tienen que
acomodarse sin tener el tiempo necesario para hacerlo.
Cambio y/o desaparición de los valores o ambos con los que crecieron quienes ahora
forman la población adulta.
No hay duda de que todas estas situaciones afectan las familias costarricenses y por lo tanto,
las relaciones que se establecen al interior de éstas. Pero también hay que considerar que las
familias han entrado en un conflicto generado por los cambios sociales, por un lado se resisten
a cambiar y adaptarse a la nueva sociedad y a las nuevas exigencias de éstas y por otro,
sienten la "necesidad" de cambiar para no desaparecer. Pero de que forma cambiar, qué hacer,
cómo hacerlo, cómo relacionarse de una forma diferente, si los patrones y los valores con los
que crecimos no calzan ahora, cómo ser padres en una sociedad tan diferente a la nuestra que
cambia tanto, cómo comunicarnos con nuestro hijos, sí nuestros padres no nos lo enseñaron a
hacerlo, qué es un ser un buen padre o madre, qué hacer con tanta información contradictoria o
negativa. Estas y otras preguntas son difíciles de responder solos, quizá entre todos y creando
espacios de reflexión podamos construir un nuevo camino para la familia y para la sociedad
costarricense.
La familia y la sociedad
17. La familia es una comunidad de personas, la célula social más pequeña y,
como tal, es una institución
fundamental para la vida de toda sociedad.
La familia como institución, ?qué espera de la sociedad? Ante todo que sea
reconocida en su identidad y
aceptada en su naturaleza de sujeto social. Ésta va unida a la identidad propia
del matrimonio y de la
familia. El matrimonio, que es la base de la institución familiar, está formado
por la alianza «por la que el
varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado
por su misma índole natural al
bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole»40. Sólo una
unión así puede ser reconocida
y confirmada como «matrimonio» en la sociedad. En cambio, no lo pueden ser
las otras uniones
interpersonales que no responden a las condiciones recordadas antes, a pesar
de que hoy día se difunden,
precisamente sobre este punto, corrientes bastante peligrosas para el futuro de
la familia y de la misma
sociedad.
¡Ninguna sociedad humana puede correr el riesgo del permisivismo en
cuestiones de fondo relacionadas con
la esencia del matrimonio y de la familia! Semejante permisivismo moral
llega a perjudicar las auténticas
exigencias de paz y de comunión entre los hombres. Así se comprende por qué
la Iglesia defiende con
energía la identidad de la familia y exhorta a las instituciones competentes,
especialmente a los responsables
de la política, así como a las organizaciones internacionales, a no caer en la
tentación de una aparente y falsa
modernidad.
La familia, como comunidad de amor y de vida, es una realidad social
sólidamente arraigada y, a su manera,
una sociedad soberana, aunque condicionada en varios aspectos. La
afirmación de la soberanía de la
institución-familia y la constatación de sus múltiples condicionamientos
inducen a hablar de los derechos de
la familia. A este respecto, la Santa Sede publicó en el año 1983 la Carta de
los derechos de la familia, que
conserva aún hoy toda su actualidad.
Los derechos de la familia están íntimamente relacionados con los derechos
del hombre. En efecto, si la
familia es comunión de personas, su autorrealización depende en medida
significativa de la justa aplicación
de los derechos de las personas que la componen. Algunos de estos derechos
atañen directamente a la
familia, como el derecho de los padres a la procreación responsable y a la
educación de la prole; en cambio,
otros derechos atañen al núcleo familiar sólo indirectamente. Entre éstos,
tienen singular importancia el
derecho a la propiedad, especialmente la llamada propiedad familiar, y el
derecho al trabajo.
Sin embargo, los derechos de la familia no son simplemente la suma
matemática de los derechos de la
persona, siendo la familia algo más que la suma de sus miembros
considerados singularmente. La familia es
comunidad de padres e hijos; a veces, comunidad de diversas generaciones.
Por esto, su subjetividad, que se
construye sobre la base del designio de Dios, fundamenta y exige derechos
propios y específicos. La Carta
de los derechos de la familia, partiendo de los mencionados principios
morales, consolida la existencia de la
institución familiar en el orden social y jurídico de la «gran» sociedad: la
nación, el Estado y las
comunidades internacionales. Cada una de estas «grandes» sociedades debe
tener en cuenta, al menos
indirectamente, la existencia de la familia; por esto, la definición de los
cometidos y deberes de la «gran»
sociedad para con la familia es una cuestión extremamente importante y
esencial.
En primer lugar está el vínculo casi orgánico que se instaura entre familia y
nación. Naturalmente, no en
todos los casos se puede hablar de nación en sentido propio. Pues existen
grupos étnicos que, aun no
pudiendo considerarse verdaderas naciones, sin embargo realizan en cierto
modo la función de «gran»
sociedad. Tanto en una como en otra hipótesis, el vínculo de la familia con el
grupo étnico o con la nación
se basa ante todo en la participación en la cultura. Los padres engendran a los
hijos, en cierto sentido,
también para la Nación, para que sean miembros suyos y participen de su
patrimonio histórico y cultural.
Desde el principio, la identidad de la familia se va delineando en cierto modo
sobre la base de la identidad
de la nación a la que pertenece.
La familia, al participar del patrimonio cultural de la nación, contribuye a la
soberanía específica que deriva
de la propia cultura y lengua. Hablé de este tema en la Asamblea de la
UNESCO en París, en 1980, y a ello
me he referido luego varias veces por su innegable importancia. Por medio de
la cultura y de la lengua, no
sólo la nación, sino toda familia, encuentra su soberanía espiritual. De otro
modo sería difícil explicar
muchos acontecimientos de la historia de los pueblos, especialmente
europeos; acontecimientos antiguos y
modernos, alentadores y dolorosos, de victorias y derrotas, que muestran
cómo la familia está
orgánicamente vinculada a la nación, y la nación a la familia.
Ante el Estado, este vínculo de la familia es en parte semejante y en parte
distinto. En efecto, el Estado se
distingue de la nación por su estructura menos «familiar», al estar organizado
según un sistema político y de
forma más «burocrática». No obstante, el sistema estatal tiene también, en
cierto modo, su «alma», en la
medida en que responde a su naturaleza de «comunidad política»
jurídicamente ordenada al bien común41.
Este «alma» establece una relación estrecha entre la familia y el Estado,
precisamente en virtud del
principio de subsidiariedad. En efecto, la familia es una realidad social que no
dispone de todos los medios
necesarios para realizar sus propios fines, incluso en el campo de la
instrucción y de la educación. El Estado
está llamado entonces a intervenir en virtud del mencionado principio: allí
donde la familia es
autosuficiente, hay que dejarla actuar autónomamente; una excesiva
intervención del Estado resultaría
perjudicial, además de irrespetuosa, y constituiría una violación patente de los
derechos de la familia; sólo
allí donde la familia no es autosuficiente, el Estado tiene la facultad y el deber
de intervenir.
Además del ámbito de la educación y de la instrucción a todos los niveles, la
ayuda estatal —que de todas
formas no debe excluir las iniciativas privadas— se realiza, por ejemplo, en
las instituciones que se
preocupan de salvaguardar la vida y la salud de los ciudadanos, y, de modo
particular, con las medidas de
previsión en el mundo del trabajo. El desempleo constituye, en nuestra época,
una de las amenazas más
serias para la vida familiar y preocupa con razón a toda la sociedad. Supone
un reto para la política de cada
Estado y un objeto de reflexión para la doctrina social de la Iglesia. Por lo
cual, es indispensable y urgente
poner remedio a ello con soluciones valientes que miren, más allá de las
fronteras nacionales, a tantas
familias a las cuales la falta de trabajo lleva a una situación de dramática
miseria42.
Hablando del trabajo con relación a la familia, es oportuno subrayar la
importancia y el peso de la actividad
laboral de las mujeres dentro del núcleo familiar43. Esta actividad debe ser
reconocida y valorizada al
máximo. La «fatiga» de la mujer —que, después de haber dado a luz un hijo,
lo alimenta, lo cuida y se
ocupa de su educación, especialmente en los primeros años— es tan grande
que no hay que temer la
confrontación con ningún trabajo profesional. Esto hay que afirmarlo
claramente, como se reivindica
cualquier otro derecho relativo al trabajo. La maternidad, con todos los
esfuerzos que comporta, debe
obtener también un reconocimiento económico igual al menos que el de los
demás trabajos afrontados para
mantener la familia en una fase tan delicada de su existencia.
Conviene hacer realmente todos los esfuerzos posibles para que la familia sea
reconocida como sociedad
primordial y, en cierto modo, «soberana». Su «soberanía» es indispensable
para el bien de la sociedad. Una
nación verdaderamente soberana y espiritualmente fuerte está formada
siempre por familias fuertes,
conscientes de su vocación y de su misión en la historia. La familia está en el
centro de todos estos
problemas y cometidos: relegarla a un papel subalterno y secundario,
excluyéndola del lugar que le compete
en la sociedad, significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo
el cuerpo social.