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Anacoretas y cenobitas: monjes del desierto y algunas

claves para al Cuaresma


¿Alguna vez te has preguntado de dónde nace esa necesidad que tenemos los
seres humanos de alejarlos del mundo para encontrarnos con lo que realmente
consideramos importante?

Este impulso que en parte nace del hartazgo de la cotidianidad, de una toma de
conciencia sobre la mundanidad de nuestra propia existencia y de un anhelo
por algo que está más allá de lo material; expresa una condición antropológica
común a todo ser humano (en toda época y cultura) que nos lleva a buscar lo
absoluto.

La necesidad que los laicos tenemos de hacer retiros espirituales que nos
pongan nuevamente en el camino del Evangelio, nos ayuden a vivirlo con nuevo
vigor y a profundizar nuestra relación personal con Dios, fue percibida con
igual intensidad en diferentes momentos de la historia y dio origen al monacato,
a aquel género de vida que está organizado en función de una meta espiritual
que trasciende los objetivos de la vida terrestre y cuya consecución es
considerada como lo único necesario. De alguna manera, todos llevamos un
monje dentro.

Los orígenes más claros del monacato cristiano se remontan al siglo IV. Tras el
Edicto de Milán (313) que terminó con las persecuciones a los cristianos, la
Iglesia experimentó la necesidad de replantear cuál era la forma correcta de
seguir a Cristo en estas nuevas condiciones que inauguraba la paz de
Constantino. Hasta ese momento, el martirio había constituido el testimonio
más completo de amor a Dios, y la forma más perfecta de caridad hacia los
hermanos; aunque había sido siempre un hecho extraordinario. Al cesar las
hostilidad hacia el cristianismo, el ejemplo de santidad cristiana pasó al
monacato.

Además de la búsqueda de una nueva forma de vivir la religiosidad, el


monacato del desierto surgió como una denuncia hacia la Iglesia de su tiempo.
La misma comodidad y facilidades creadas en este imperio amigo de la nueva
religión, produjo un descenso del fervor cristiano, aburrimiento y apatía.
Entonces algunos personajes célebres como San Antonio, padre de los
anacoretas, decidieron retirarse al desierto -siguiendo el ejemplo de Cristo- para
vivir una existencia cristiana lejos de las preocupaciones mundanas. A él lo
seguirían muchos otros extendiéndose por regiones como Egipto, Palestina,
Siria y Capadocia.

Estos primeros monjes recibieron el nombre de "anacoretas" porque al


ascetismo practicado en medio de las comunidades, caracterizado por la
continencia sexual, la renuncia a los bienes y la sumisión a un grupo o
comunidad, añadieron la separación de los centros habitados para establecerse
en la soledad de los desiertos.

Poco tiempo después, San Pacomio tomaría este camino abierto por San
Antonio pero le agregaría una variante que daría origen al cenobitismo: la vida
comunitaria. A diferencia de los anacoretas que elegían voluntariamente la
soledad, los cenobitas se retiraron al desierto en grupos para vivir
comunitariamente.

La Curesma nos invita a preparanos para la Pascua del Señor conmemorando


los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto. ¿Cómo vivieron estos monjes
que decidieron recrear la experiencia de Cristo pero extendiéndola a toda su
vida? ¿Qué enseñanzas podemos extraer nosotros para vivir nuestra Cuaresma
en un mundo tan diferente al de aquellos pero con la misma sed de Dios?

En este recurso te acercamos algunas características del mundo espiritual de


estos Padres del desierto para que, con nuestras limitaciones, podemos imitar
su camino hacia Dios.

¡Esperamos que te guste! :)

Si quieres conocer más a fondo la vida de estos monjes del desierto puedes
consultar las siguientes obras de referencia: Los orígenes del monacato oriental.
Apuntes para una historia de las mentalidades de Ana Arranz Guzmán o
Historia de la Iglesia. Edad Antigua de Jesús Álvarez Gómez.

1. Dios como único objetivo. La apartheia:

Tanto los anacoretas como los cenobitas se propusieron una entrega total al
servicio de Dios. Estos monjes del desierto buscaban alcanzar la libertad del
alma y unificar toda la vida en Cristo para disfrutar de los bienes celestiales en
este mundo. La apartheia era ese estado de paz profunda y de inmunidad ante
la tentación que los monjes querían alcanzar, ese estado que se inspiraba
especialmente en los cuarenta días que Jesús había pasado en el desierto. De
este modo, los religiosos llevaban una vida ascética que se esforzaba por
ejercitar las virtudes (humildad, caridad, compasión, fortaleza, castidad,
obediencia y continencia) y que combatiera los vicios (ira, envidia, vanagloria,
acidia y calumnia).

2. La salvación personal:
Estos monjes que se separaban de mundo para ir al desierto manifestaban un
profunda preocupación que los llevaba a preguntarse "¿cómo podré salvarme?"
Por ello recurrieron al ascetismo como medio de purificación y crecimiento
espiritual. San Antonio nunca creía que lo hecho con anterioridad a cada
momento presente fuera suficiente, porque Dios no podía sólo perdonar en
atención a lo bueno realizado en el pasado. Así, recomendaba vivir siempre
pensando en la muerte al decir: "porque si vivimos como si cada día fuera el día
de nuestra muerte, no pecaremos" (San Atanasio, Vida de San Antonio).

3. Soledad o comunión como expresión de la vida cristiana:

En este punto se diferenciaban especialmente estas dos clases de monjes del


desierto. Los anacoretas hicieron de la soledad la expresión principal de su
entrega incondicional a Dios mediante una renuncia a toda relación humana.
Esto suponía una distancia geográfica de las ciudades pero también una
distancia sociológica por la elección de este particular estilo de vida. Los
cenobitas, contrariamente, vivían en comunidad (koinonía), pero esta
agrupacíón de personas se diferenciaba de aquella típica y espontánea reunión
de personas producto de discípulos que se juntal alrededor de un maestro
espiritual, en que San Pacomio -su fundador- quiso la comunidad por sí misma.
Esta renuncia al yo se expresaba en una comunión espiritual con todos los
hombres.

4. La renuncia:

Como consecuencia del apartamiento del mundo, los anacoretas renunciaban a


todas las cosas que anteriormente hubiesen tenido lo que constituía un
verdadero signo de despojamiento del hombre viejo. En este sentido, la
renuncia era un programa de vida que se debía realizar durante toda la
existencia. Los cenobitas también efectuaban una radical renuncia pero de un
modo diferente. La idea de comunidad de San Pacomio se expresaba en la
puesta en común de todos los bienes materiales como una forma de completa
abnegación del yo. El monje pacomiano al ceder todo a los demás no tenía nada
absolutamente como propio, vivía para el servicio mutuo que constituía un
poderoso instrumento de purificación del corazón.

5. El trabajo manual:

Cuando los anacoretas se internaban en el desierto renunciaban a su vida y


bienes anteriores, pero una vez allí tenían que satisfacer las necesidades más
elementales de refugio, comida y abrigo. Por ello, debían ganarse el sustento
con el trabajo de sus propias manos, constituyénose el trabajo manual en una
ocupación fundamental de los monjes junto con oración y la lectio divina. De
igual forma, los cenobitas trabajaban pero nada era suyo, todo era de la
comunidad. Los servicios generales del monasterio eran prestados por un
monje elegidos por turno semanal en cada casa.

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