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Bicentenario, Ahistoricidad y Consumo.

Por: Francisco Astudillo Pizarro

Chile cree ser un puntal de desarrollo en la región, una región de naciones “atrasadas”,
exhibe con cierto orgullo poco entendible sus índices de crecimiento económico,
escolaridad y superación de la pobreza, mira al futuro con optimismo al son de un
himno entonado por las elites gobernantes y dominantes, por intelectuales subordinados
al primer mundo. Celebra como un triunfo o un mérito tratados de libre comercio, es el
alumno regalón de la clase, el que hace mejor las tareas que el Banco Mundial y grandes
transnacionales imponen a la región. Un país que celebra la voluntaria perdida de
soberanía, una país de individuos que sólo se preocupan de su “propia y particular”
soberanía de ser participes del consumo, la forma actual de “ciudadanía”.
Este país en el que parece importar más la objetividad de la propiedad privada que la
subjetividad de la vida, en el que la secularización operó como una burocratización
capitalista del espíritu humano y la identidad criolla, luego de la importación de una
personalidad ajena como producto del bombardeo cultural de los medios de
comunicación, que incentivan los valores de clase conformista y sintonizan con el
liberalismo exacerbado de nuestro país. El individualismo, hijo del neoliberalismo y la
cultura del miedo durante los años de dictadura por un lado y la indiferencia y la apatía
y de más neoliberalismo de los años de “democracia” por otro, hacen que el tejido social
sea sólo un recuerdo, sólo un concepto lejano, ajeno a los valores dominantes y
transversales de nuestra sociedad, ahora el chileno quiere consumir, participar en la vida
social es poder consumir y participar de la ilusión del progreso producto del autoengaño
de nuestra sociedad.
¿que pasa con nuestra gente? ¿por qué celebramos las vísperas de doscientos años de
subordinación? Nuestro país confunde el patriotismo con un etnocentrismo regional y
mientras mira por sobre el hombro a sus vecinos cual niño mateo de la clase aspira a
que lo cambien de clase, al colegio de niños bien.
Mientras tanto lo que subyace a la ideología compleja de la superestructura criolla sigue
siendo la dependencia y nuestro comportamiento cultural es funcional a ella, parece ser
un fertilizante para la dependencia. Las elites subordinadas y las elites mundiales
dominantes están contentas con el modelo chileno y lo plantean como modelo en la
región, a ellos les cuesta entender la desconfianza con que la región nos mira, “el
caballo de Troya” representa muy bien a nuestro país como modelo de crecimiento y
desarrollo ante la región, y ante los concesionarios de nuestra soberanía a quienes
nuestra elite ofrece a nuestro pueblo como un ejercito de consumidores armados de
ansiedad y de crédito bien dispuestos a entregar en hipoteca su vida al interés porque
cree en el consumo y porque con el salario ya no alcanza para vivir.
La dependencia latinoamericana en nuestro criterio es un fenómeno que no ha
desaparecido, es más creemos que sigue vigente y profundizándose, es por eso que
debemos rescatar la teoría de la dependencia como marco interpretativo del devenir
político-económico de nuestro continente considerando la nueva coyuntura histórica,
que en ningún caso significa una ruptura de la dependencia sino que más bien “otra
etapa”, distinta porque ahora la dependencia ha mudado su domicilio a la subjetividad y
la cultura de nuestro país.
El estudio cultural de la dependencia actual chilena debe conciliar necesariamente el
estudio de las condiciones históricas y su relación a los valores culturales de la sociedad
analizada-la chilena actual en este caso, para este efecto creemos es imprescindible
incorporar la imaginación sociológica de Wrigth Millls al análisis dependentista por
cuanto significa aterrizar nuestro análisis histórico en el cruce con la experiencia de los
sujetos, el cruce de la biografía y la historia, por tanto una herramienta para no
olvidarnos del ser humano y de sus condiciones de vida social diluidas en la abstracción
de la historia.
Como hemos planteado anteriormente la actualización de la teoría de dependencia debe
incorporar nuevos elementos derivados del cambio en el escenario capitalista en los
últimos cuarenta años, contemplando entre estos elementos naturalmente la
globalización como proceso histórico y fase determinada del capitalismo,
definitivamente no es incompatible el análisis dependentista en el contexto de la
globalización actual, pero nuestra tarea de reflexión se concentra por una parte en el
consumo como fenómeno y su impacto en la cultura o las múltiples culturas chilenas y
su papel en la subordinación y dependencia económica en el actual escenario en el que
nuestro país además es el “caballo de Troya” del capital internacional ante la región y
por otra parte a la ahístoricidad-no como la entiende Touraine- entendida como la
enajenación por parte del sujeto-chileno y chilena- del tiempo y el espacio, el campo de
la historia, estos dos elementos como componentes centrales de una cultura compartida,
como valores capitalistas de clase conformista, en este mismo sentido la ahistoricidad es
una característica cultural general y transversal de nuestra sociedad y que se refleja
también en las decisiones de nuestra lumpen elite.
En este contexto urge una interpretación teórica del papel del consumo en la
“personalidad cultural” de nuestro país. En este sentido y en la crítica cultural podemos
relacionar el consumo como motivador de la conducta y modelador de expectativas a las
y el comportamiento social.
Concretamente en el consumo y su papel en nuestra sociedad rescataremos los
planteamientos de Thorstein Veblen referentes al consumo conspicuo y la clase ociosa
reflexionando críticamente sobre la extrapolación de elementos teóricos propuestos por
el autor a nuestra realidad actual.
¿por qué incorporar teorías extranjeras como las mencionadas anteriormente para
analizar nuestra realidad contingente mientras enarbolamos un discurso sudamericano?
Sencillamente porque no podemos desconocer la colonización cultural y la importación
de valores capitalistas promovidos por el primer mundo y por otra parte porque de esta
manera podemos criticar las tesis fundamentales del discurso clásico desarrollista. Eso
no significa desconocer la iedeosincracia latina sino que esta está sincretizada con los
elementos anteriormente mencionados.
La paradoja de la realidad económica neoliberal, abstraída del plano netamente
intelectual nos ayuda a explicar la relación de esta forma de cultura y la educación que
educa a sujetos enajenados de su pertenencia a la historia, que educa a sujetos cada día
más consumidores que ciudadanos, una educación orientada a la empleabilidad y al
consumo. En su a-temporalidad y a-espacialidad se ilustra el chileno como sujeto
cultural, sin conciencia de su continuidad histórica, sin consideración de su pasado ni de
su futuro, del porvenir de su país, separado de su capacidad crítica y de su
responsabilidad social. He ahí definida la ahistoricidad.
Creemos que la celebración es necesaria pero no puede hacerse sobre la base de un
autoengaño y conformismo orientados por el consumo ardiendo en el calor del
nacionalismo puesto esto nos lleva a operar en una ceguera histórica en la que vemos
una caricatura ficticia de lo que hemos sido y nos obstaculizara ver lo que en el futuro
de verdad podemos ser.

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