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ISBN: 84-933874-7-9
Depósito legal:
Impresión: Publidisa
Impreso en España - Printed in Spain
A la memoria de Andreu Nin, maestro de conducta
Ben sospesat, els dies
de joventut valen molt
si foren rics de foc i d´acció i disponibles
a tot
Joan Vinyoli
Bien pensado, los días
de juventud valen mucho
si fueron ricos en fuego y acción y dispuestos
a todo
Joan Vinyoli
ÍNDICE
PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15
Carlota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .37
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flictos generacionales dentro del socialismo tradicional de Pablo
Iglesias, los primeros pasos y las primeras crisis del comunismo espa-
ñol, el combate unitario contra la dictadura de Primo Rivera, la pro-
clamación de la II República, las decepciones ante los sucesivos
gobiernos republicanos, el movimiento insurreccional de octubre de
1934, etc. Además, la presencia mayoritaria de militantes curtidos
procedentes de Cataluña aportaba también importantes experiencias
en el desarrollo y la polémica con el movimiento catalanista.
Los miembros de la primera generación de militantes significati-
vos del POUM habían nacido entre 1892 y 1902. Por orden crono-
lógico cabe mencionar a algunos, indicando en cada caso la organi-
zación a la que pertenecían al constituirse dicho partido: Andreu Nin
(ICE, nacido en 1892) era el mayor. Otros a recordar son: Josep
Rodes (BOC, 1895), David Rey (BOC, 1895), Joaquín Maurín (BOC,
1896), Juan Andrade (ICE, 1896), Julián Gorkin (BOC, 1901), Pedro
Bonet (BOC, 1901) y Josep Rovira (BOC, 1902). Era la generación
de quienes habían vivido como hechos generacionales decisivos la
Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917. Esos acon-
tecimientos contribuyeron a su politización y tendrían un papel
importante en el desarrollo de la CNT y en los primeros pasos del
comunismo español a comienzos de los años veinte. Algunos de ellos
habían desempeñado cargos directivos en la CNT (como Nin o
Maurín). Varios vivieron intensamente la experiencia de fundación
del Partido Comunista y fueron pasando a la oposición al estalinis-
mo. Todos rechazaban el curso estalinista y la evolución del PCE.
Una gran parte de ellos eran autodidactas, aunque algunos como Nin
y Maurín eran maestros. El peso de la educación formal fue poco
relevante en el desarrollo de sus personalidades, mucho más influida
por los ateneos populares, los círculos obreros y demás formas de
desenvolvimiento de la formación autodidacta de los militantes obre-
ros de las primeras décadas del siglo veinte.
Al llegar la República, en 1931, este grupo de dirigentes eran
hombres en su mayoría por encima de la treintena de años, con una
intensa experiencia militante y una gran formación política.
Llegaban, pues, a la nueva etapa con una bagaje muy importante.
17
Aunque durante los primeros años de la II República intentaron
poner en marcha proyectos diferenciados (la ICE y el BOC) no se
perciben realmente diferencias importantes de formación ni de expe-
riencias militantes entre ellos. La línea divisoria entre los dirigentes
del BOC y los de la Izquierda Comunista estaba marcada por las
orientaciones internacionales relativas a la evolución de la
Internacional Comunista y de la Unión Soviética y por el grado de
cercanía a las posiciones de León Trotski.
Francesc de Cabo pertenece a la segunda generación militante que
confluye en el POUM y sigue los pasos de los dirigentes menciona-
dos anteriormente. Son jóvenes que han despertado a la conciencia
política y social en la etapa final de la dictadura de Primo de Rivera y
cuya trayectoria activista coincide sustancialmente, en la mayoría de
los casos, con los años de vida de los sucesivos gobiernos republica-
nos. La experiencia vital y política de su grupo generacional es bas-
tante limitada cuando en 1935 se incorporan al POUM.
La segunda generación la conforman personas nacidas entre 1906
y 1916. Por orden cronológico nos parecen significativos por su
papel en los acontecimientos de aquellos años o por su trayectoria
posterior: Jordi Arquer (BOC, 1906), Josep Rebull (BOC, 1906),
Josep Coll (BOC, 1907), Enric Adroher “Gironella” (BOC, 1908),
Narcis Molins i Fábrega ((ICE, 1910), Ignacio Iglesias (ICE, 1912),
Eugenio Fernández Granell (ICE, 1912), Wilebaldo Solano (BOC,
1916) y Víctor Alba (BOC, 1916). Francesc de Cabo, nacido en 1910,
forma claramente grupo generacional con ellos.
En esta segunda generación la pertenencia al Bloque Obrero
Campesino o a la Izquierda Comunista es, en la mayoría de los casos,
su primera experiencia política de trascendencia. Ello hará que estén
mucho más marcados que los miembros de la primera generación
por su sello original en el momento de la integración en el POUM.
Cuando se inició la guerra civil el POUM contaba con menos de
un año de vida y la simbiosis entre los militantes de ambas corrien-
tes aún no se había producido enteramente. El entusiasmo de Maurín
por la fusión con la Izquierda Comunista de Nin no era compartido
18
unánimemente por todos los dirigentes procedentes del Bloque,
como Josep Coll, Jordi Arquer o Josep Rovira. En los procedentes de
la Izquierda Comunista también existían recelos entre sus seguidores
más trotskizantes. La desaparición de Maurín, que se encontraba en
Galicia al iniciarse el levantamiento franquista y fue hecho prisione-
ro, no facilitó la creación de un grupo homogéneo de dirección aun-
que el peso de los acontecimientos revolucionarios permitió que las
divergencias se mantuvieran controladas y no se manifestaran abier-
tamente durante la revolución y la guerra.
El POUM tuvo una trayectoria trágica sobre la cual no es éste el
lugar para extenderse. La progresiva hegemonía comunista en las ins-
tituciones republicanas permitió al estalinismo atacar al POUM, ais-
lar al sector largocaballerista del PSOE y neutralizar a la CNT. Los
acontecimientos se precipitaron a partir de los Hechos de Mayo de
1937: la represión contra el POUM, su ilegalización, las ignominio-
sas calumnias de espionaje que precedieron al asesinato de Nin y de
otros militantes, el proceso contra sus dirigentes, etc. A pesar de la
persecución, el POUM sobrevivió en la clandestinidad republicana,
para continuar su actividad bajo el franquismo hasta entrados los
años cincuenta. Mantuvo su organización en el exilio hasta la muer-
te de Franco.
Para todos los dirigentes y militantes del POUM la situación revo-
lucionaria de 1936-1937 y la represión sufrida a partir de 1937 cons-
tituyeron hitos traumáticos que marcaron su trayectoria posterior
tanto en el ámbito personal como político. Todos ellos, como es el
caso de Francesc de Cabo, dedicaron enormes esfuerzos a preservar
la memoria histórica del POUM, a defender las ideas democráticas
y revolucionarias del socialismo y a denunciar el estalinismo como
una aberración totalitaria.
En el testimonio de Francesc de Cabo, militante del POUM, se
encuentran bien representadas esas experiencias, así como los rasgos
singulares de una fuerte personalidad en la cual la lucidez y una cier-
ta intransigencia se combinan y entremezclan, lo cual era habitual en
muchos de los militantes revolucionarios que se forjaron en las
luchas de la primera mitad del siglo veinte.
19
Francisco de Cabo en Venezuela, 1960
21
Su desasosiego interior ante el entorno que le rodeaba pronto le
llevó a tomar iniciativas. Empezó a estudiar de noche inscribiéndose
en diversas materias que se cursaban en el Ateneo Enciclopédico
Popular, situado cerca de su casa, entidad que realizó una importan-
te labor pedagógica y cultural en beneficio de la clase obrera. Allí
encontró un medio de inquietud cultural y política que fue determi-
nante para su evolución.
Durante la dictadura de Primo de Rivera, de Cabo participó en las
primeras huelgas del ramo mercantil. Formaba parte del Sindicato
Mercantil de la CNT, dirigido por aquel entonces por diversas ten-
dencias marxistas. Como resultado de una de esas huelgas acabo
siendo despedido y quedó sin trabajo durante un año aproximada-
mente hasta que consiguió entrar en el Ayuntamiento como escri-
biente temporero con motivo de la elaboración de un nuevo censo
electoral.
Ingresó en el Bloque Obrero y Campesino (BOC), al fundarse
éste, por consejo de Andreu Nin. En el BOC efectuó una labor de
proselitismo, “a cara descubierta” nos dice, a favor de las posiciones
políticas de la Oposición de Izquierda. Formó parte de la Comisión
de Cultura nombrada por el Comité Central en el segundo congreso
del BOC. En noviembre de 1931 fue expulsado del BOC, junto con
su compañera Carlota Durany y otros trotskistas, porque, según la
ponencia que se nombró para estudiar el caso, “eran sembradores de
un pesimismo desmoralizador y se habían propuesto hacer estragos
en las filas del BOC”6. Posiblemente esa expulsión esté en la raíz de
la intensa desconfianza que de Cabo siempre manifestó respecto a
militantes procedentes de dicha organización.
Al organizarse la Oposición de Izquierda fue nombrado miembro
del Comité Local de Barcelona haciéndose cargo de la administra-
ción del periódico de la organización, El Soviet. Vivió en esos años
el progresivo distanciamiento entre Nin y Trotski, el cual pretendía
dirigir desde lejos cada paso de la organización española, así como de
las restantes que formaban parte del movimiento trotskista.
6 Ibidem.
22
En los años de la República conoció la cárcel. “En este período,
en una redada ordenada por el gobernador civil, la policía de orden
social, con un gran despliegue de efectivos como si fueran a tomar
una fortaleza, irrumpió en el local del periódico llevándose a la
Jefatura, y después a la Modelo, a todos los presentes, entre los cua-
les se encontraba Andreu Nin. Al cabo de un mes, sin mediar proce-
so alguno y ni siquiera un interrogatorio, fueron puestos en libertad
a cuentagotas, se podría decir que clandestinamente, para no llamar
la atención. Aquel absurdo encarcelamiento no hizo más que forta-
lecer [mis] convicciones políticas”7.
Al trasladar a Barcelona el Comité Ejecutivo, por decisión de la
III Conferencia de la Oposición de Izquierda, celebrada en Madrid
en marzo de 1932, que acordó también (en contra de la opinión de
Trotski) cambiar el nombre por el de Izquierda Comunista para dis-
tanciarse del estalinismo como organización, Francisco de Cabo fue
nombrado miembro del mismo. Al fundarse el POUM en septiem-
bre de 1935 pasó a formar parte del Comité Central del nuevo parti-
do.
Tras el fracaso del levantamiento militar del 18 de julio y consoli-
dada la situación en la Barcelona revolucionaria, Nin lo llamó para
que ejerciera como su ayudante personal en la Secretaría Política del
Partido. Francisco de Cabo no se sintió cómodo en un ambiente
donde los cuadros políticos procedentes del BOC tenían una gran
presencia. Según nos dice, dimitió, para sorpresa de Nin “al compro-
bar los manejos de ciertos notables del partido”, que recelaban del supuesto
trotskismo de Nin, y decidió marcharse al frente “con el propósito de
poder respirar aires más puros” 8. Para Cabo, los dirigentes del BOC
nunca llegaron a asumir la ausencia de Maurín, encarcelado en la
zona franquista, y, según él, maniobraban respecto a quienes identi-
ficaban como trotskistas.
La personalidad política de Francisco de Cabo estaba marcada
indeleblemente por su posición netamente de origen trotskista y por
7 "Resumen de la biografía política de Francisco de Cabo", p. 1.
8 Ibidem, p. 2.
23
un virulento distanciamiento respecto a los dirigentes procedentes
del BOC. En el plano personal, a su expulsión a comienzos de los
años treinta, se unió la rivalidad alimentada en los años en que inten-
tó crear una organización frente a ellos en Cataluña. Esa animadver-
sión, indudablemente exagerada, respecto a los bloquistas se mantuvo
a lo largo de toda su vida, como puede observarse en textos como
“Los exbloquistas y el POUM”9.
A finales de septiembre de 1936, obtenida la autorización del
Partido, marchó al frente de Huesca para integrarse a la División del
POUM. Rovira, el jefe de la misma y miembro del Comité Ejecutivo
del POUM, le encomendó, como comisario político, la reorganiza-
ción del Batallón de Zapadores-Minadores.
Al ser disuelta la División 29 en el marco de la represión contra
el POUM, por presión de los asesores militares soviéticos, no tuvo otra
alternativa que regresar a Barcelona. Francisco de Cabo se encontró
una situación dificilísima en la ciudad condal ante la feroz represión
contra el POUM y sus militantes.
Decidió volver al frente de guerra. “Morir por morir prefirió que
fuera luchando contra el enemigo natural”10. Decidió presentarse en
la Caja de Reclutamiento como un simple ciudadano. Lo destinaron
a Albacete, centro de formación de las Brigadas Internacionales. En
Barcelona, de Cabo era buscado intensamente pues era conocida su
cercanía a Nin. No pudieron pensar sus perseguidores que se encon-
trase escondido en una unidad comunista en lugar de en una contro-
lada por los socialistas o los anarquistas, como habían hecho la mayo-
ría de los milicianos del POUM. Pero la represión le alcanzo de cerca:
en su propia casa fue secuestrado por agentes estalinistas, para ser
asesinado, el dirigente oposicionista austriaco Kurt Landau.
En su segunda experiencia militar, luchó en el frente de Badajoz,
primero, y después en el frente sur de Aragón. Allí, fue ametrallado
por un avión, siendo alcanzado por un proyectil explosivo que le asti-
9 Publicado en Iniciativa Socialista nº 5/6, octubre 1989.
10 "Resumen de la biografía política de Francisco de Cabo," p. 2.
24
lló el húmero del brazo derecho. “Gracias a la pericia de los ciruja-
nos extranjeros salvó milagrosamente el brazo pero tuvo que pade-
cer tres operaciones y sufrir nueve meses de estancia en diferentes
hospitales, encontrándose en uno de Mataró cuando el derrumbe
definitivo de Cataluña”11.
Consiguió, como tantos republicanos, pasar a Francia. A pesar de
los obstáculos de toda clase que le pusieron las representaciones con-
sulares argentinas ?“además de sacarle hasta el último franco que lle-
vaba en el bolsillo de los pocos que le entregó el partido para los gas-
tos del viaje”12?, Francisco de Cabo pudo hacer valer su condición
de nacido en Buenos Aires y consiguió embarcar junto a su compa-
ñera Carlota y su hijo, en mayo de 1939, en un vapor francés con des-
tino a la Argentina.
En el exilio, Francesc residió en diferentes países. Permaneció
algunos años en Argentina. Allí tuvo, hacia 1943, actividades en el
Partido Socialista, formando parte de una fracción trotskista. Ante el
ascenso del peronismo decidió trasladarse a Bogotá, donde ejerció
como gerente en Colombia de una renombrada editorial argentina.
Allí coincidió con el poumista Pere Jané. En 1952 se trasladó a
Venezuela, bajo el mandato entonces de Pérez Giménez. Según
explica en su texto autobiográfico mantuvo una relación fría y dis-
tante con los poumistas exiliados. Fue convocado a la reunión en que
se formalizó la fundación del Moviment Socialista de Catalunya en
Venezuela a la que asistieron una veintena de exiliados. Sólo Cabo y
José Capdevilla (ex-miembro del Comité local de Barcelona y ex-jefe
del grupo de Defensa del POUM) se opusieron al nuevo rumbo que
una parte significativa de los poumistas catalanes estaban empren-
diendo bajo la dirección de Rovira y Pallach.
Francisco de Cabo regresó a Buenos Aires en 1963, para poner en
marcha una nueva filial de la editorial. En los años setenta mantuvo,
a pesar de sus diferencias políticas, relaciones con el Partido
Revolucionario de los Trabajadores, que estaba embarcado en la
11 Ibidem, p. 2.
12 Ibidem.
25
aventura guerrillerista del ERP. Esa conexión con el PRT-ERP nació
a raíz del asesinato el 22 de agosto de 1973 de 16 guerrilleros en la
base de Trelew. Una de las víctimas era un estudiante de economía al
que Cabo conocía porque su hermano Jorge trabajaba en la editorial.
Durante el interregno de Isabel Perón, Jorge y un miembro del
Comité Ejecutivo del PRT le propusieron fundar una editorial de
izquierda independiente, financiada por el PRT y cuya organización y
dirección llevaría él, sobre la base de un programa editorial plural.
Cabo aceptó el encargo, exigiendo una completa libertad de acción y
plena desvinculación orgánica del PRT. Viajó a París para contactar
con varias editoriales y con Juan Andrade, que tenía una dilatada
experiencia en el mundo de la edición, con el que pensaba contar
para el proyecto. El proyecto no pudo llevarse a cabo por la destitu-
ción de Isabel Perón en marzo de 1976. Cabo se involucró en algu-
nas actividades de apoyo a los muchachos, a pesar de su severa crítica
de la estrategia global de la organización, a su aventurerismo y mili-
tarismo. Esta colaboración finalizó el 19 de julio de 1976, al morir
Mario Roberto Santucho y otros miembros del Comité Ejecutivo del
PRT, entre ellos su contacto.
Con la recuperación de las libertades democráticas en España,
Francesc de Cabo retornó a Barcelona y pudo emprender con nue-
vas fuerzas la reivindicación de la memoria histórica del POUM y de
la figura de Andreu Nin.
“Desde que pasó de Cabo la frontera pirenaica en febrero de 1939
una idea fija se apoderó de su mente que el tiempo no ha hecho más
que solidificar: luchar por la reivindicación de Andreu Nin. Ya en
marzo de 1946 la revista Catalunya, de Buenos Aires, publicó un artí-
culo [suyo] con motivo del noveno aniversario del asesinato de Nin.
Uno de sus párrafos decía: Excepto en algún caso aislado, la mayoría
de la clase política de aquellos años no tuvo el valor suficiente para
protestar públicamente por el ignominioso asesinato de Nin. Y ahora
parece como si se hubiera hecho un frente único para lanzar tierra
sobre tierra “13.
13 Ibidem, p.13.
26
Francesc de Cabo, junto a Wilebaldo Solano, tuvo una importancia
decisiva en la constitución de la Fundación Andreu Nin. En
Barcelona fue su principal impulsor y el responsable básico de la
exposición fotográfica sobre Nin y el POUM que se presentó en el
Ateneo de Madrid, en el Palacio de la Virreina de Barcelona y en la
ciudad natal de Nin, El Vendrell, cuyo Ayuntamiento es hoy deposi-
tario de dicha exposición.
Francesc de Cabo fue, desde 1987 y en los primeros años noven-
ta (mientras su salud lo permitió), un incansable productor y reco-
lector de materiales, editando diversos dossiers de gran interés, entre
ellos uno sobre la historia del POUM y otro sobre Víctor Serge.
Desde la Fundación Nin de Barcelona realizó una intensa actividad
de divulgación sobre lo que Nin representaba. También redactó
diversos trabajos de recuerdos históricos y algunos otros de coyun-
tura política14.
Francesc de Cabo falleció en Barcelona el 15 de enero de 1997.
27
Francisco de Cabo en las Jornadas de homenaje
a León Trotski organizadas por la Fundación
Andreu Nin del 30 de enero al 3 de febrero de
1989 en el Ateneo de Madrid. A la derecha,
Wilebaldo Solano. Detrás de Francisco de cabo,
Esteban Volkov, nieto de Trotski
La edición de Nuestros años treinta
29
Carlota Durany y Francisco de Cabo
en la Cala de Santa Cristina, 1931
NUESTROS AÑOS TREINTA
En la playa de Tossa
1
Arrojé, ceremoniosamente, las cenizas que llevaba en una bolsa
de plástico sobre la cristalina agua azul de la orilla derecha de la playa
de Tossa, viendo cómo desaparecían lentamente, empujadas por el
apacible oleaje del mar al chocar con las piedras que yacían sobre la
arena. Era el atardecer de un día de cielo muy azul, como sólo puede
darse en el Mediterráneo. El sol, de un rojizo tirando a amarillo, con-
tinuaba su lento descenso hacia el escondite del horizonte. Sentado
en una roca, acariciaba maquinalmente con la mano las quietas aguas.
Pasé unos largos minutos cautivado por el sosiego que sentía a mi
alrededor, como si estuviera en estado de gracia. No era para menos.
Liberado de la promesa que le hice, podía oler el aroma salobre que
la suave brisa traía hacia mí desde mar adentro, acariciando mis sen-
tidos.
Súbitamente, como un impacto, fueron brotando mis recuerdos
de los acontecimientos, intensamente vividos, que me habían llevado
hasta la roca en la que estaba sentado, como si fueran las secuencias
de una película rebobinada al revés. A pesar de los años transcurri-
dos, mi memoria los ha retenido con avaricia, como si se tratara de
un tesoro que no quería compartir con nadie.
Un escalofrío me conmueve. Es como si todavía hoy mis manos
estuvieran recogiendo sus cenizas sobre la mesa de mármol –apar-
tando los clavos del féretro que el fuego no había consumido– y
depositándolas en una pequeña urna de bronce. En aquel solitario y
tenebroso recinto, sintiendo la presencia de la muerte a mi alrededor,
hice aquello que debía con la parsimoniosa circunspección de los
gestos del sacerdote delante del altar. La solemnidad de aquel
momento me impidió pensar que aquel montón de cenizas grises, era
todo lo que me quedaba del cuerpo carnal que había tenido en mis
brazos.
Tapando la urna con delicadeza y asiéndola con gran esmero,
como si fuera un objeto sagrado, me encaminé, como un sonámbu-
lo, entre la realidad y el sueño, hacia la oficina de administración de
aquel inmenso cementerio, la cual se encontraba en el extremo
opuesto del crematorio, para realizar los trámites de rigor. De regre-
so, al final de un largo camino bordeado de altos cipreses, descendí a
una extensa galería subterránea donde debía depositar la urna en un
pequeño nicho. Bajando por la escalera sentí un escalofrío en la
espalda, sólo mis pasos resonaban ante la ausencia de cualquier otro
sonido. Nada. Entonces comprendí el significado de la expresión
silencio sepulcral. Es el silencio de la nada.
Sólo treinta años después pude cumplir con el ruego que me
había hecho mi compañera Carlota de que, si el destino me daba la
oportunidad, lanzara sus cenizas al mar que baña Cataluña. Qué
mejor lugar que una cala de la Costa Brava, lugar donde habíamos
disfrutado, antes de la guerra civil, de los maravillosos parajes en los
que se podían respirar al mismo tiempo el aire salado del mar y el
olor penetrante de los pinos enraizados cerca de la arena. Cuántas
sofocantes noches de verano, con la lejana luna de único testigo, nos
bañamos, pudorosamente desnudos, disfrutando de aquella naturale-
za virgen, aún no ensuciada por los rebaños de turistas.
2
En casa había sacado con mucho cuidado, amorosamente, las
cenizas de la urna hasta entonces depositada en el cementerio, colo-
cándolas en una bolsa de plástico. En el momento de subir al avión
guardé la bolsa dentro de una maleta de mano, sin perderla de vista
a lo largo de diez mil kilómetros de viaje. En el estado de excitación
en que me encontraba, sentado en el avión, aparecía en mi mente,
como si estuviera sentado ante una televisión, la cara, como hecha en
32
un molde, del guardia civil de la aduana quien al abrir yo la maleta y
señalándome con un dedo acusador me decía: “¿Qué lleva en esta
bolsa?”. ¿Qué expresión se reflejaría en el rostro del guardia civil si
le digo la verdad? ¿Estupefacción?, o quizá reaccionará airadamente
creyendo, de buena fe, que me estoy mofando de él.
Afortunadamente, al pasar la aduana de Madrid –era en uno de los
meses de alud turístico– el funcionario sólo me hizo la pregunta
habitual: “¿Tiene algo que declarar?”. Al contestarle que nada, trazó
una cruz de tiza sobre la maleta de mano. Suspiré profundamente y
no pude evitar una leve sonrisa al ver el signo de la cruz sobre el
cuero negro. Una vez instalado en el avión que me llevaba a
Barcelona, ya aflojada la tensión, experimenté, mientras estiraba las
piernas todo lo que podía, un agradable relajamiento. Sin embargo,
mi mente, no integrada en el cuerpo, continuaba su trabajo de topo,
hurgando en mi memoria. Salían a relucir hechos pasados que enla-
zándose entre sí formaban un periplo completo.
Al pasar la frontera con Francia en aquellos angustiosos primeros
días de febrero de 1939 mi compañera se arrodilló, besando los últi-
mos palmos de tierra catalana, como si estuviera cumpliendo con un
primitivo rito pagano, intuyendo, dado su físico enfermizo, que no
volvería a pisarla. Pasó la frontera sin tener los malditos papiers y
regresó, también clandestinamente, reducida a un puñado de cenizas.
El sol había desaparecido en el horizonte. El cielo se oscurecía
lentamente, como si se resistiera a dejar paso a las tinieblas, y el disco
de la luna llena iluminaba recatadamente una franja de mar dándole
un misterioso tono plateado. Volví la cabeza y de repente vi a los
familiares que me habían acompañado en un coche –todavía vivía en
el exilio– hasta el pueblo de Tossa. Absorto en mis pensamientos me
había olvidado completamente de ellos. Un estremecimiento, una
sensación de frío me zarandeó, me levanté y caminé lentamente.
Antes de subir al automóvil miré por última vez el lugar, iluminado
en aquel momento por los reflejos de la luna, donde había arrojado
las cenizas de Carlota. Durante el viaje de regreso a Barcelona, nadie
abrió la boca. Interiormente, les agradecí su respetuoso silencio.
33
3
Nada en ella fue vulgar. Incluso su muerte fue motivada por un
acontecimiento histórico que cada año se recuerda solemnemente: el
fin de la Segunda Guerra Mundial, y sus hechos horripilantes, como
los millones de muertos, la destrucción infernal de pueblos y bienes
y la verificación visual de la vergüenza humana que fueron los cam-
pos de concentración nazis.
Durante los primeros días del mes de mayo de 1945 los nervios
nos dominaban, pendientes como estábamos de las noticias sobre la
guerra que escuchábamos por la radio cuando, de repente, en una
emisión extraordinaria del día 8 dieron la buena nueva de la rendición
incondicional de los ejércitos del Eje. El corazón nos dio un vuelco.
Ella no pudo dominarse y se echó a llorar. Al calmarse, las primeras
palabras que pronunció fueron los nombres de los compañeros que
sufrían en campos de concentración alemanes y en las cárceles de
Francia y España. La expresión siempre viva de su mirada se llenó de
gozo pensando en la puesta en libertad de los amigos que estaban tan
lejos de nosotros. Deseando compartir nuestra euforia, telefoneamos
a unos amigos catalanes, también exilados, que nos invitaron a su
casa para celebrar el acontecimiento. Poco después de comer le dije
que no podía quedarme sentado tranquilamente alrededor de la
mesa, necesitaba palpar el ambiente, salir a la calle, donde se oían los
gritos y consignas de los ciudadanos manifestando su alegría.
Cuando pasadas dos horas regresé, el mundo se me cayó encima.
Ella yacía en un sofá con el pálido rostro de la muerte. Por unos
momentos me quedé petrificado. Con voz muy débil pregunté:
“¿Qué ha pasado?”. Una de las amigas, con un tono como si me
pidiera perdón, me contestó: “El médico acaba de irse. Llegó tarde.
Ha muerto de una hemorragia cerebral fulminante. Como si fuera un
grito desesperado, pidiendo auxilio, ha pronunciado tu nombre tres
veces, debilitándose al repetirlo, como si viniera de un eco lejano”.
Pocas horas disfrutó de su eufórica alegría. La emoción fue dema-
siado intensa y su débil organismo no la pudo resistir. Ardió en su
propia llama. En un abrir y cerrar de ojos pasé del gozo esperanza-
34
dor a la soledad más desgarradora. Y daba comienzo aquel nuevo
recodo de mi vida viendo la interrogante y triste mirada de nuestros
hijos, que todavía no se daban cuenta de lo que estaba sucediendo. Y
surgía, ante ellos, la promesa que le había hecho, como la ofrenda a
una diosa, de que nunca los dejaría a cargo de nadie en el caso de que
ella faltara.
35
Carlota Durany delante de su casa,
donde se fundó el POUM en 1935