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Vencer el miedo al miedo (http://www.cuidatusaludemocional.

com)
En el lenguaje coloquial utilizamos indistintamente como sinónimos cualquiera de estas palabras: angustia, miedo o pánico. Así
hablamos de “miedo al mundo” o de “la angustia a los sitios cerrados” o incluso de “miedo al miedo”. Sin embargo, siendo más
precisos, el miedo siempre se refiere a algo concreto; es algo objetivo y delimitado. Mientras que la angustia es un sentimiento
difuso, sin concretar, sin motivo real donde apoyarse.
Angustia
Antonio llega a la consulta con la cara desencajada. Entre titubeos nos dice: “Me siento raro y extraño. Es una vivencia que no
puedo definir. De pronto, siento un malestar generalizado que me revuelve el vientre, me sube a la garganta y tengo la sensación de
que vaya morir”. Esto es la angustia. Un sentimiento global e insólito que uno no sabe explicar, solamente padecer. Es más, cuando
se quiere poner palabras a esta sensación, se escapa, como el agua en una cesta. Antonio insiste: “Creo que nadie me comprende.
Solamente lo puede entender el que lo haya pasado”. Esto es la angustia.
Miedo
Por el contrario, el miedo se expresa de forma diferente: malestar a la oscuridad, a los ascensores, a los ratones o a las alturas. Todo
tiene un denominador común: el objeto del miedo es algo (o alguien) real o fantaseado, pero concreto y determinado. Se puede
describir y, a veces, tocar.
En la vida cotidiana nos encontramos con situaciones, objetos o animales que nos producen un sentido de malestar, con taquicardia
incluida, hipersudoración o sequedad de boca, etc. Esto es el miedo. Miedo a la oscuridad, a los perros, a ser enterrados vivos, a las
cucarachas, etc. Es un sentimiento que a veces se confunde con el asco y que produce alejamiento de esas situaciones o al menos se
intenta.
Pánico
El pánico es un miedo “al por mayor”. Se podría decir que el pánico es una ración doble o triple de miedo. Se produce como
respuesta a una situación o hecho, que aparece de forma inesperada y que sobrepasa todas las expectativas del individuo;
ejemplos: ante un terremoto, un incendio, el desbordamiento de un río o sentirse perdido en una tormenta de nieve. Esto es el
pánico. Por la forma de presentación (repentina) y su intensidad (masiva) invade a toda la persona y a veces la paraliza o genera una
reacción desproporcionada (tirarse por la ventana de un sexto piso por el pánico de quedar atrapado por las llamas).
Las raíces del miedo
El miedo es una vivencia innata a los animales y a los hombres. Tenemos miedo porque no somos omnipotentes, no lo podemos
todo. Los dioses no tienen miedo: son autosuficientes. El hombre en tanto en cuanto ser limitado tiene que sentir miedo para no
realizar acciones que no puede hacer (volar, atravesar el fuego, correr a 300 km/h por una autovía, etc.)
Pero esto no implica que sea un cobarde, sino que es consciente de sus limitaciones como ser humano.
El miedo se convierte en patológico cuando incapacita al sujeto para realizar su vida ordinaria. El miedo nos recuerda, pues, una
cosa: que somos humanos.

El miedo siempre se produce por la conjugación de dos hechos: supervaloración de la situación concreta que nos causa miedo, o
bien porque nos infravaloramos y nos consideramos más frágiles de lo que somos y más vulnerables. La esencia del miedo procede
de nuestra inseguridad y de la hipertrofia del otro (situación, objeto o fantasía).
También es cierto que estas experiencias se refuerzan cada vez que se producen y que tienen su punto de arranque en vivencias
infantiles de desamparo o de abandono afectivo, produciendo personalidades débiles muy influenciables por el entorno, que
siempre vivirán como hostil.
Pero existe un miedo ancestral: el temor a desaparecer. Precisamente por esto, en el hombre podemos encontrar un tipo de miedo
básico, que es como el soporte de todas las posteriores vivencias: el miedo a la muerte y el miedo a la locura. En ambos lo que está
en juego es la autodestrucción.
La muerte es un viaje sin retorno y la locura un laberinto donde difícilmente podemos encontrar una buena salida. Ambas
situaciones son deteriorantes e invalidantes. Ambas situaciones conllevan el peligro de la aniquilación (de la vida o de la razón). El
resto de los miedos (a la enfermedad, a la soledad, a la libertad, a la vinculación, etc.) son como un remedo de ese miedo ancestral.
Por esto una vivencia de miedo es más o menos grave en tanto en cuanto nos acerca al principio de nuestra aniquilación como
persona o como ser con autonomía y libertad de pensar. En el fondo, con los miedos, siempre estamos en el filo de la navaja del ser
o no ser.
Miedo patológico

el miedo al miedoJosefina es una mujer de 35 años. Acude a la consulta pues desde hace meses “tiene miedo a cruzar la calle”.
Afirma: “No puedo salir sola de casa y los espacios abiertos me abruman: las piernas no me responden y siento una sensación
extraña e indescriptible. Sé que esto es absurdo, pero no puedo evitarlo. A veces, tengo que esperar a cruzar un semáforo cuando
hay mucha gente, pues así me siento protegida”.

Josefina es una de las miles de personas que tienen un “miedo irracional”. No tiene lógica, ni se puede comprender. Pero la vivencia
está ahí, e incluso cada día se va haciendo más fuerte hasta llegar a invalidar al sujeto (Josefina llevaba meses sin poder salir a la
calle, ¡ni siquiera a la compra!). Los ejemplos se pueden multiplicar: no poderse montar en el metro, no poder comer en los locales
públicos, o simplemente no dejarse realizar una extracción de sangre para una analítica, etc. Son algunos de los miedos que nos
pueden invadir e incluso incapacitar. El sujeto, en estas situaciones, se encuentra mal por doble motivo: comprende lo absurdo de
esos miedos, pero al mismo tiempo no puede hacer nada para evitarlo.
En estos casos el origen suele tener unas raíces más profundas: se sumerge en el mundo inconsciente del sujeto y el síntoma (los
miedos) solamente sería la punta del iceberg. En definitiva, estas vivencias sugieren un conflicto inconsciente no resuelto y
“transformado” en los miedos actuales (las fobias).

Mecanismos de defensa ante el miedo


El miedo es una vivencia desagradable, y por lo tanto todos intentamos neutralizarla. Unas veces de forma adecuada y otras no tan
saludable como sería de desear.
Una de las maneras más habituales de reacción ante el miedo es proyectarlo en otra persona. Así, en nuestra vida cotidiana, a veces
nos cuesta trabajo admitir nuestros temores y señalamos que el vecino quiere poner una alarma en el portal o que nuestra hija de
18 años no desea coger el coche, o simplemente que la situación de paro nos abruma por lo que pensará la familia… Posiblemente
todo ello sea verdad, pero no toda la verdad. También nosotros podemos tener miedo a los robos, a que nuestra hija tenga un
accidente o que la pérdida de trabajo nos haga más vulnerables y más frágiles. Y esto es así porque la realidad es poliédrica (tiene
varias caras) y todo dependerá de nuestro punto de mira para descubrir un aspecto u otro.
Lo que también es muy frecuente ante una situación de miedo es la paralización física e incluso mental. Todos alguna vez, en algún
examen, nos hemos quedado “en blanco” sin posibilidad de respuesta. Fue una mala salida ante el miedo al fracaso o al examen. O
también la evitación: no montar en los aviones cuando nos asustan, no relacionarnos con los demás para esquivar el ansia que eso
nos produce, etc.
Y por último, hay que señalar otras dos posibles salidas ante el miedo: la huida hacia adelante o el ataque. Ambas suponen un paso
al frente y saltar el precipicio del miedo. No se valoran las posibilidades reales y solamente se piensa en salir de ese callejón sin
salida, que produce la situación de miedo. Ejemplos: hacer frente a unos ladrones armados (sin grandes posibilidades de éxito) o
ante el riesgo de perder todo el dinero seguir invirtiendo, o multiplicar un sinfín de contactos cuando lo que se teme es la soledad,
etc.

Claves para ayudar a vencer el miedo


“El miedo -escribió Antonio Gala- se asemeja a un pozo (cuanto más tierra se saca de él, más crece) y a la oscuridad (cuanto más
grande, menos se ve)”. Es decir, el miedo se incrementa con el miedo. Por eso algunas personas tienen miedo al miedo. Les da
pánico el propio miedo. Indicaremos algunas claves para que ese “pozo” y esa “oscuridad” disminuyan, sobre todo en los más
pequeños:

# 1.- El miedo es consustancial al ser humano


Tenemos miedo porque somos limitados. No podemos, pues, desterrar totalmente el miedo de nuestra existencia. Incluso podemos
afirmar que una cierta “porción” de miedo es necesaria para poder vivir. Un miedo patológico nos paraliza, pero la ausencia total de
esta vivencia nos llevaría a la insensatez y al riesgo permanente.

# 2.- El miedo se supera con la confianza de sentirse querido


Es necesario un clima de confianza. El miedo no se vence con valor, sino con una educación centrada en la confianza y la seguridad
que proporciona el sentirse querido y amado por lo que uno es, no por lo que hace. Aquí el ‘contagio’ es muy fuerte: una familia
miedosa engendrará hijos miedosos. Incluso deberíamos manifestar miedo cuando la situación así lo requiera. ¡Es bueno que el niño
perciba que los mayores también tienen miedo!

# 3.- Nunca ridiculizar a quien tiene miedo


Una buena receta consiste en explicar las situaciones misteriosas: el significado de las tormentas, un apagón de luz, la muerte de un
ser querido, etc. Incluso habría que facilitar que el niño participara en las situaciones que teme: ir al cuarto con la luz apagada, salir
a la calle, etc. y, sobre todo, nunca ridiculizar o despreciar aquellas situaciones que al niño agobian.

# 4.- No amenazar con algo que provoca pánico


Es un error intentar conseguir que el niño se porte bien o estudie más, pues de lo contrario vendrá una bruja mala o “el hombre del
saco”. Nunca el miedo será un buen acicate para portarse bien.

# 5.- Recurrir a la ayuda profesional si es necesario


En los miedos irracionales e invalidantes (por ejemplo, el miedo al miedo), es necesaria la intervención de un profesional (psicólogo,
psiquiatra) para poder superarlos.
Aquí la sola buena voluntad no basta, sino que hay que remover las raíces más profundas de esa vivencia.

ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA


Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la
Universidad de Comillas
5 heridas emocionales de la infancia que persisten cuando somos adultos
Raquel Aldana 20, Abril 2015 en Emociones 473355 compartidos

Los problemas vividos en la infancia dejan heridas emocionales que vaticinan cómo será nuestra calidad de vida cuando seamos
adultos. Además, estos pueden influir significativamente en como nuestros niños de hoy actuarán mañana y en como nosotros, por
otro lado, afrontaremos las adversidades.

Así, de alguna forma, a partir de estas 5 heridas emocionales o experiencias dolorosas de la infancia, conformaremos una parte de
nuestra personalidad. Veamos a continuación cuáles son nuestras heridas definidas por Lisa Bourbeau….

1- El miedo al abandono

La soledad es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia. Habrá una constante vigilancia hacia esta carencia, lo que
ocasionará que quien la haya padecido abandone a sus parejas y a sus proyectos de forma temprana, por temor a ser ella la
abandonada. Sería algo así como “te dejo antes de que tú me dejes a mí”, “nadie me apoya, no estoy dispuesto a soportar esto”, “si
te vas, no vuelvas…”.

Las personas que han tenido las heridas emocionales del abandono en la infancia, tendrán que trabajar su miedo a la soledad, su
temor a ser rechazadas y las barreras invisibles al contacto físico.

Niña en la oscuridad

La herida causada por el abandono no es fácil de curar. Así, tú mismo serás consciente de que ha comenzado a cicatrizar cuando el
temor a los momentos de soledad desaparezca y en ellos empiece a fluir un diálogo interior positivo y esperanzador.

2- El miedo al rechazo

El miedo al rechazo es una de las heridas emocionales más profundas, pues implica el rechazo de nuestro interior. Con interior nos
referimos a nuestras vivencias, a nuestros pensamientos y a nuestros sentimientos.

En su aparición pueden influir múltiples factores, tales como el rechazo de los progenitores, de la familia o de los iguales. Genera
pensamientos de rechazo, de no ser deseado y de descalificación hacia uno mismo.

La persona que padece de miedo al rechazo no se siente merecedora de afecto ni de comprensión y se aísla en su vacío interior. Es
probable que, si hemos sufrido esto en nuestra infancia, seamos personas huidizas. Por lo que debemos de trabajar nuestros
temores, nuestros miedos internos y esas situaciones que nos generan pánico.

Si es tu caso, ocúpate de tu lugar, de arriesgar y de tomar decisiones por ti mismo. Cada vez te molestará menos que la gente se
aleje y no te tomarás como algo personal que se olviden de ti en algún momento.

3- La humillación

Esta herida se genera cuando en su momento sentimos que los demás nos desaprueban y nos critican. Podemos generar estos
problemas en nuestros niños diciéndoles que son torpes, malos o unos pesados, así como aireando sus problemas ante los demás;
esto destruye la autoestima infantil.

Las heridas emocionales de la humillación generan con frecuencia una personalidad dependiente. Además, podemos haber
aprendido a ser “tiranos” y egoístas como un mecanismo de defensa, e incluso a humillar a los demás como escudo protector.

Haber sufrido este tipo de experiencias requiere que trabajemos nuestra independencia, nuestra libertad, la comprensión de
nuestras necesidades y temores, así como nuestras prioridades.

Padre enfadado con su hijo

4- La traición o el miedo a confiar

Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres principalmente, no cumpliendo sus promesas. Esto genera
una desconfianza que se puede transformar en envidia y otros sentimientos negativos, por no sentirse merecedor de lo prometido y
de lo que otros tienen.
Haber padecido una traición en la infancia construye personas controladoras y que quieren tenerlo todo atado y reatado. Si has
padecido estos problemas en la infancia, es probable que sientas la necesidad de ejercer cierto control sobre los demás, lo que
frecuentemente se justifica con un carácter fuerte.

Estas personas suelen confirmar sus errores por su forma de actuar. Sanar las heridas emocionales de la traición requiere trabajar la
paciencia, la tolerancia y el saber vivir, así como aprender a estar solo y a delegar responsabilidades.

5- La injusticia

La injusticia como herida emocional se origina en un entorno en el que los cuidadores principales son fríos y autoritarios. En la
infancia, una exigencia en demasía y que sobrepase los límites generará sentimientos de ineficacia y de inutilidad, tanto en la niñez
como en la edad adulta.

Las consecuencias directas de la injusticia en la conducta de quien lo padece será la rigidez, pues estas personas intentan ser muy
importantes y adquirir un gran poder. Además, es probable se haya creado un fanatismo por el orden y el perfeccionismo, así como
la incapacidad para tomar decisiones con seguridad.

Requiere trabajar la desconfianza y la rigidez mental, generando la mayor flexibilidad posible y permitiéndose confiar en los demás.

Ahora que ya conocemos las cinco heridas del alma que pueden afectar a nuestro bienestar, a nuestra salud y a nuestra capacidad
para desarrollarnos como personas, podemos comenzar a sanarlas.
¿Qué es el miedo psicológico?

¡Hola de nuevo compañeros/as! Hoy vamos a hablar sobre algo tan conocido por todos y al mismo tiempo desconocido, nuestros
distintos tipos de miedos. Vamos a tomar la siguiente definición de qué es el miedo: Al hablar sobre el miedo, nos estamos
refiriendo a esa emoción que pretende mantenerte a salvo y vivo a través de provocar una serie de sensaciones de angustia, tensión
y ansiedad que lleven a alejarte de aquello que a priori, resulta amenazante para tu supervivencia.

Lo que provoca el miedo en nosotros depende de la situación y de la personalidad de cada uno, es posible que el miedo lleve a
limitarte e impedir que hagas algo que podrías hacer perfectamente, o por el contrario puede llevarte a actuar impulsivamente sin
pararte a pensar si internamente consideras que es la mejor opción que tienes.

Es una de nuestras emociones primarias, y aunque desagradable, en ocasiones es muy necesaria para no actuar temerariamente.
Esa emoción es tremendamente útil, pero hay que distinguir entre dos tipos de miedo diferentes.

El miedo con un origen real y el que tiene un componente psicológico imaginario. La función primordial de esta emoción es
mantenerte alejado de los peligros y asegurar tu supervivencia lo máximo posible.

Tipos de miedos, significado de miedo actualmente

Tenemos que reconocer que es muy eficaz en su tarea, resulta tan sumamente desagradable que puede llegar a paralizarnos en
alguna tarea y que la evitemos por no enfrentarnos a nuestros temores. El problema no está en sentirlo, sino en tenerlo cuando no
hay motivo real. Y es que los seres humanos solemos hacer eso, nos gusta pensar, y en ocasiones demasiado. Les damos mil y una
vueltas a las situaciones que están a nuestro alrededor y llegamos a imaginarnos el peor de los escenarios posibles. Que no tiene
porqué ser el más probable, y en muchas ocasiones, ni siquiera llegaría a ser tan perjudicial como nos lo imaginamos.

El miedo es útil en situaciones que podrían poner tu vida en peligro. Está en el acerbo genético de nuestra especie sentir temor
como medida de protección. ¿Porqué tenemos que sentir miedo? El motivo de porque sentimos miedo es la ventaja evolutiva que
supuso. El problema está cuando usamos este recurso más de lo necesario, en ocasiones el miedo está desfasado en nuestra vida
moderna. Esa emoción intensa estaba diseñada para situaciones peligrosas, en el mundo actual estos peligros se han visto reducido
hasta prácticamente no tener porqué preocuparse realmente.

Miedos reales y psicológicos

He de reconocer que decir miedo psicológico me escama un poco el alma ya que todas las emociones son psicológicas (dejando la
química de lado), pero los más estrictos con estas cosas me perdonaréis, lo menciono así porque sé que mucha gente lo llama de
esa manera y es como buscará información sobre el mismo. Hecho este paréntesis, seguimos con un ejemplo.

Pongamos el siguiente ejemplo sobre un miedo muy común: El miedo al rechazo. En el pasado era muy práctico. El ser humano está
predispuesto a vivir en grupo y actuar como una comunidad para superar los grandes desafíos. En nuestro origen, si un individuo era
rechazado por su grupo, acabaría viviendo solo y expuesto a los peligros de los depredadores. En resumidas cuentas, ese problema
con el rechazo se resumiría en: Si te rechazaban, tus posibilidades de morir aumentaban considerablemente.

Hoy en día hay que perderle ese miedo al miedo, la situación no es la misma y esta inseguridad se ve reflejada en el escénico cuando
tenemos que hablar ante desconocidos o personas con las que tenemos poca relación. La gente vive en ciudades o pueblos de cierto
tamaño, existen cientos de grupos diferentes en nuestro alrededor a los que podríamos pertenecer y además, en caso de que nos
rechazara un grupo, podríamos estar seguros de que ningún depredador nos va a devorar.

Creo que es un ejemplo que deja bastante claro cuando el miedo deja de ser real (y por tanto, útil) y sobre cuando en realidad
resulta ser algo psicológico y mental que no llega a representar un peligro auténtico para nosotros. La angustia y ansiedad que nos
da sentirnos en peligro tenemos que analizarla en la medida que la situación lo permita. Si hay un peligro real hay que tenerlo en
cuenta, en cambio si es imaginario basado en un impulso interior que busca defendernos de un peligro que actualmente ya no
existe podemos trabajar sobre eso para poder superar el miedo irracional.

Después de todo, la sociedad avanza mucho más deprisa que la adaptación genética.

La emoción del miedo

que es el miedo, sinonimo de miedoso


Miedo definición.
Éste es un apartado que se dividirá en diferentes artículos diferentes porque esta emoción NO desaparece de un día para otro. Ni
siquiera en el caso de los ficticios como el caso del miedo escénico, la ansiedad y los nervios que acompañan a salir al escenario
están presente en muchos actores hasta el momento en el que salen al escenario. Lo que se hace es más fácil de superar y que el
miedo no resulte intimidador con la práctica.

Debido a las vivencias de cada persona, existen miedos personales que sólo tenemos nosotros. Esto se ve reflejado constantemente
en las fobias. Una fobia no deja de ser un caso muy acentuado de temor que nos dificulta una tarea en concreto. Cuando esta
emoción resulta insuperable es una fobia crónica y necesita un tratamiento especializado para superarla. Aquí tienes más
información sobre las fobias.

Si los miedos psicológicos que tenemos son normales, es decir, no nos limitan en sentido alguno más allá de una incomodidad, un
nivel bajo de ansiedad y ciertos nervios, no hay de qué preocuparse. Si queremos que nos afecten menos lo mejor es que salgamos
de nuestra zona de confort y hagamos aquellas actividades que nos expongan a esas emociones. En estos casos, la exposición
paulatina es una herramienta que funciona muy bien para reducir el efecto que tiene sobre nosotros.

Definición de temor. Diferencias entre temor y miedo

Hay que definir temor para diferenciarlo de sentir miedo. Tener miedo a algo es normal, y aunque prefiramos evitar enfrentarnos a
esa emoción, podemos hacerlo. En el caso de sentir temor, es diferente. Una fobia de gran intensidad por ejemplo causa temor, y
bloquea al individuo limitando sus acciones diarias. En cambio, los tipos de miedos más frecuentes de sentir no impiden realizar una
vida normal. Esa es, dicho con palabras coloquiales, la diferencia entre los miedos humanos naturales y los extremos e irracionales
que dificultan la vida diaria.

Todos tenemos miedo a algo, pero algo que tienes que saber es que se le puede perder el miedo al miedo. Por lo general, es a
través de ponerse a propósito en esa situación si es posible, para de esta manera comprobar que el riesgo no es tan cierto o tan
probable como pensábamos en nuestra mente.

Algunos miedos psicológicos pueden mitigarse al enfrentarlos de manera directa, siempre que los temores de esas personas sean
algo psicológico y no ponga en riesgo su integridad física.

¿Y tú que opinión tienes de todo esto? ¿Lo defines de alguna forma especial para ti?

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Si te gusta la temática de la psicología del miedo temores angustias y fobias, entonces te recomiendo también una de las fobias más
comunes que se dan, y que está ligado a este artículo sobre el miedo. La tripofobia, te aseguro que conoces a alguien que en mayor
o menor medida, la tiene.

Por lo demás, si te afecta más de lo que debería algún temor que tengas y te hace sentir excesivamente mal o te bloquea, te animo
a que leas los artículos que hablan sobre cómo tratar fobias que hay escritos precisamente para ayudarte a tratar esos temas. Verás
que alguno de ellos aparece en la barra derecha posiblemente, sino aparecen, visita la categoría correspondiente. Cualquier idea
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Autoboicot emocional: por qué le tenemos miedo al éxito
Vivimos en una cultura que nos enseña que el éxito poco tiene que ver con el animarse a “hacer”: solo se ve en los resultados
positivos. Esto nos condiciona y nos hace sentir ansiedad. ¿Por qué? Creemos que no podremos cubrir las expectativas del otro.
Cuatro claves que te ayudarán a salir de la trampa.

Soñás con la alegría que vas a sentir el día que te reciba: finalmente podrás trabajar en lo que te gusta; o ansiás el ascenso laboral
que creés que puede cambiar tu vida. Pero algo pasa, no sabés ni cómo ni por qué, pero todo queda en un sueño que no pudo ser.
Podrás intentar refugiarte en mil razones (“al menos lo intenté”, “por algo no fue”), pero eso no te quita la sensación de dolor y
angustia por lo que, una vez más, no pudo ser.

Vivimos en una cultura que nos enseña desde chicos que el éxito poco tiene que ver con el animarse a “hacer”, sino que se ve en los
resultados positivos. Y esto nos condiciona y nos hace sentir miedo y ansiedad frente a la posibilidad de vivir lo que soñamos
durante años imaginando que era algo placentero. ¿Por qué? Porque creemos que no podremos cubrir las expectativas del otro o
por no animarnos a enfrentar la exigencia y la inestabilidad que pueden traer los cambios.

La historia personal, por otra parte, potencia estos sentimientos. Quedarse pegada a estas emociones es una elección que puede
tener que ver con el hecho de priorizando otros valores, como pasar más tiempo con la familia o los amigos, tener más tiempo libre,
vivir con menos presión y otras elecciones. Muchas veces, tiene que ver con elegir quedarse en la “zona de confort”, es decir,
quedarse con lo conocido, adaptarse a “lo que hay” sin mucho cuestionamiento. Es, en definitiva, elegir entre renunciar a tus sueños
o seguir tras ellos.

Puede ser que te resulte difícil pensar que exista el “miedo al éxito”. Es más, la persona que lo padece lo justifica y envuelve su
inacción en cientos de razones.

Algunas de las causas que tienen que ver con el desarrollo de este miedo son las creencias que asocian el hecho de “ser exitoso” con
el no cometer errores. Cuando en realidad el aprender de ellos nos permite avanzar. También suele asociarse con el hecho de no
poder delegar y con la sobreexigencia (cuando el trabajo no tiene horario y es 7 por 24). En realidad, el exceso de control tiene que
ver con una acción que reprime la ansiedad que puede despertar la incertidumbre. El miedo al éxito va de la mano con el miedo al
fracaso, el miedo al cambio. Por eso, a veces puede resultar difícil identificarlo.

4 claves que te ayudarán a salir de la trampa del miedo

* Señalización emocional: tratá de conectarte con la sensación de miedo. ¿De qué manera? Escribí lo que sentís o representalo a
través de un dibujo. Intentá imaginar en una pantalla gigante las nuevas escenas de tu vida después del cambio. ¿Qué sentís? ¿Qué
es lo peor que podría sucederte? ¿Cómo podrías enfrentarlo? ¿Qué perderías si no te animás a hacerlo? Ubicate desde el lugar de
observador. Tomá distancia emocional del conflicto. Así es más fácil ver la situación conflictiva con más objetividad.

*Desarrollo de tu inteligencia creativa: Albert Einstein decía que la creatividad era “la inteligencia divirtiéndose” tratando de
retomar actividades que hace mucho que no hacés. Desde tomar nuevos caminos en los trayectos cotidianos o conocer lugares
nuevos o, en lo social, contactarse con personas creativas o escuchar en forma selectiva a lo largo de la conversación. ¿Cómo es su
forma de pensar? ¿Cómo resuelve situaciones que vos hacés de otra manera? Pensar estas cosas te ayudará a fortaler tu parte
creativa y te puede ayudar a correrte de las certezas, que te llevan a una única manera de decir y/o hacer las cosas. Y esto hace que
aumente la ansiedad, al creer que no podés manejar la incertidumbre.

* Gestión de los conocimientos: Planteate objetivos claros. Afianzá tus conocimientos y optimizá los ya adquiridos. Te puede ayudar
a bajar tu ansiedad, tus miedos, que son piedras emocionales que pueden llegar a frustrar tu proyección laboral.

* Resignificación de los contenidos: Otra de las causas de que el éxito cause temor es por el (gran) significado que le damos. Para
algunos puede significar ganar un sueldo elevado; para otros, tener libre acceso al mundo material u ocupar otro status social;
también puede entenderse como lograr “ese” ascenso para el cual se formó y esperó muchos años; o para disfrutar de lo que le
gusta, de lo que le hace bien… Pero el hecho de asociarlo con nuestro “valor” como personas genera un alto nivel de estrés, de
responsabilidad. Tenés que resignificarlo, no pensarlo como un resultado que nos hace más “reconocidas” o más “queridas”.

Solamente el 3% de nuestros miedos son los que realmente vivimos y generalmente terminamos afrontándolos. El 97% restante de
los miedos los vivimos en nuestra vida emocional mental. El miedo es una emoción natural que te ayuda a protegerte y a no
exponerte a situaciones que podés correr un riesgo físico y/o emocional. Pero si decidís vivir desde el miedo, elegís quedarte pegada
a tu “zona de confort” y te adaptás a una vida limitadamente “segura”, pero no exitosa. Porque, en definitiva, “el éxito ocurre
cuando tus sueños son màs grandes que tus excusas”.

Por la licenciada Adriana Waisman, psicóloga especialista en conductas adictivas y trastornos de ansiedad.
Superar los Miedos
El miedo es una de las emociones más peligrosas que pueden llegar a sufrir las personas. Si sufres de miedo lo más recomendable es
que busques ayuda psicológica para poder superarlo...
Artículos Proveído Por:
De: María Laura Cortés

Atravesar los miedos

El miedo es una emoción heredada del reino animal. Es una emoción con la que todos nacemos, cuya función adaptativa es la de
protegernos o proteger lo que amamos ante estímulos que percibimos como peligrosos, siendo en este sentido beneficioso tanto
para la supervivencia del individuo como para la de la especie.

A medida que fuimos evolucionando, el miedo se transformó en una emoción compleja que guarda estrecha relación con la
educación, los modelos, la cultura, etc., y que puede funcionar como obstáculo en el camino hacia nuestros objetivos.

Miedo, pero, ¿miedo a qué? Miedo a fracasar, miedo a las pérdidas, miedo a equivocarnos, miedo a las alturas, miedo a volar,
miedo a no ser queridos, miedo a emprender algo nuevo, miedo a obtener un resultado diferente al imaginado, miedo a formar una
pareja, miedo al futuro, miedo a la vida, miedo al éxito, miedo a la muerte… la lista podría ser interminable. Cada cual podrá escribir
la propia, coloreándola y justificándola con su propio estilo con el peligro inherente de transformarnos en fugitivos de la vida.

Hagamos memoria y preguntémonos: ¿cuántas veces durante nuestra existencia hemos sentido miedo y hemos dejado de hacer
cosas que podían ser importantes o trascendentes? ¿Qué precio hemos pagado por ello? ¿Cómo nos sentimos al comprobar que nos
quedamos parados en la inacción? Pero gracias a la naturaleza dual de la cosas, muy probablemente también recordemos otras
situaciones, aquellas que enfrentamos a pesar de nuestros miedos. ¿Cómo nos sentimos frente a esas otras experiencias? ¿Qué
crédito nos dejaron? ¿Qué otras emociones asociadas aparecieron? ¿Cuál fue el impacto que tuvieron en nuestro crecimiento y en
nuestra transformación personal?

Sucede que a veces, sin darnos cuenta, nos convertimos en expertos creativos de visiones catastróficas. Muchas veces construimos
escenarios peligrosos, donde el peligro no existe como tal, donde las fieras acechando sólo existen en nuestra imaginación, pero
cobran vida con nuestras interpretaciones y así buscamos ampararnos o refugiarnos en nuestro territorio conocido, en nuestra zona
de confort, perdiéndonos las posibilidades magníficas que podrían ocurrir al transitar más allá del miedo.

Si el miedo nos tomó presos y se apoderó de nosotros es porque previamente uno o varios pensamientos negativos se instalaron y
dan vueltas una y otra vez por nuestro cerebro. La buena noticia es que somos dueños de nuestra mente y que entre todas las
categorías de pensamiento podemos generar voluntariamente pensamientos funcionales que nos guíen hacia el movimiento y la
acción.

Para no quedarnos inmovilizados y vivir la vida que merecemos vivir, la única alternativa válida es atravesar la puerta que nos
permita salir a jugar el juego que deseemos jugar. Tomando conciencia del miedo, reconociéndolo, aceptándolo y abrazándolo
como un mensajero aliado que nos trae una carta esperada y observando las explicaciones que le estamos dando a esa emoción,
podremos continuar con el paso siguiente: afrontar la realidad, canalizar ese miedo en acciones concretas que nos llevarán por el
camino acertado, al lugar elegido, aún corriendo algunos riesgos.

El mejor desafío: atravesar los miedos para transformarlos en experiencias positivas de vida. En definitiva… atrevernos a SER, así,
con mayúsculas.
EL MIEDO, UNA EMOCIÓN CONTROVERSIAL

Cuando se habla de emociones, se suelen dar calificativos de “emociones positivas” y “emociones negativas”, dando carácter
positivo entre otras al amor, la alegría y negativas a la tristeza, la rabia, el miedo, etc. Sin embargo, vale la pena preguntarse hasta
qué punto la emoción se merece el calificativo. ¿Será positivo el amor cuando se sufre por él?, ¿Será negativo el miedo cuando
ayuda a evitar un problema?, ¿Es positivo o negativo sentir tristeza ante una pérdida importante?. Definitivamente, no es en la
emoción propiamente dicha donde se encuentra lo positivo o negativo de experimentarla, sino en la forma en que ésta afecta a la
persona.

En esta oportunidad quiero hacer referencia al miedo, una de las emociones que comúnmente está asociada a aspectos negativos y
contraproducentes para las personas. Y antes de seguir, aquí es necesario hacer una distinción, no es lo mismo sentir miedo que
vivir asustado. El miedo como tal es sencillamente una emoción que se produce ante la presencia de un estímulo, sea éste externo,
por ejemplo ante la presencia de un perro rabioso, o interno, ante un pensamiento de preocupación por un evento específico. En
otras palabras es una reacción normal cuando estamos ante una situación real o imaginaria que nos resulta amenazante (un
accidente, un examen, una entrevista de selección, la espera de un diagnóstico médico, etc.). Se suele sentir una sensación de
opresión en el pecho, mariposeos en el estómago, sudoración, aumento en las palpitaciones u otros síntomas físicos que
desaparecen cuando desaparece también la causa que los ha provocado.
Por otra parte, vivir asustado o con temores, suele ser un estado emocional que acompaña a la persona sin que necesariamente
exista una causa lógica que esté causando el mismo. Ejemplo, miedo a tener una pareja, a iniciar un proyecto, a cambiar de trabajo,
a mudarse, al futuro, o los típicos miedos fóbicos a las alturas, los aviones, hablar en público, etc.

NO TENGA MIEDO DE TENER MIEDO


Tratándose de una emoción, es imposible siquiera pensar que podamos evitar tener miedo. Todos hemos sentido y seguiremos
experimentando sentimientos de miedo a lo largo de nuestra vida, independientemente de los motivos que han originado dicho
miedo. De manera que no se trata de evitar tener miedo, sino de, por una parte evaluar hasta donde hay razones reales para
tenerlo, o si es más producto de nuestra creación, y por otra parte, el cómo estamos actuando ante los miedos que se nos
presentan.

Cuando el miedo se presenta, nos avisa de un potencial peligro, e invita a la acción, a la preparación y uso de la energía para
protegernos o proteger aquello que apreciamos. Siendo así un excelente impulsor de acciones positivas y por ende un buen
motivador.

Viendo las cosas desde esta perspectiva, lo ideal no es tratar de evitar el miedo, sino saber canalizar la energía que éste proporciona
y encausarla hacia la acción, en lugar de dispersarla o perderla. Perdemos esa energía cuando negamos el miedo o cuando tratamos
de esconderlo o lo derivamos hacia respuestas no productivas. La idea es hacernos dueños de nuestros miedos, reconocerlos,
sacarlos hacia afuera, mirarlos cara a cara, apreciar su fuerza, su utilidad, la energía potencial que acumulan y convertirlos en
nuestros aliados.

ES QUE NO SE A QUÉ LE TENGO MIEDO, SÓLO SE QUE LO SIENTO…


Una situación que en ocasiones se presenta, es que muchas personas alegan sentir miedo, pero ni siquiera se detienen a evaluar a
qué específicamente le tienen miedo, pueden identificar las situaciones que le disparan sus miedos, como salir sólo, usar el Metro,
hablar en público, etc. Y se limitan sólo a evitarlas. El problema es que si no hay precisión de lo que se quiere evitar, será muy difícil
encontrar alternativas de solución.
Una manera de precisar es preguntándonos, ¿qué pasaría si…? Tantas veces como sea necesario, y tantas respuestas como fueran
necesarias, como una conversación consigo mismo, como esta por ejemplo, si la situación fuera miedo a salir solo:
.- ¿qué podría pasarme?
.- que me de un ataque de pánico
.- Y ¿qué puede pasar si me da un ataque de pánico?
.- que me desmaye
.- Y si me desmayo, ¿qué puede pasar?
.- que nadie me ayude o me roben
.- y ¿qué tan probable sería, que me de un ataque de pánico, que además me desmaye y en lugar que alguien me ayude me dejen
tirado en la calle o me roben?
Al final, no solo se busca precisar el miedo, sino destacar, eso que tanto se teme luce bastante improbable de que pase.
DE LA EMOCIÓN A LA ENFERMEDAD
Como he expresado, entonces tener miedo puede resultar muy útil cuando nos ayuda a canalizar, actuar o evitar situaciones que
pueden ser potencialmente peligrosas. Pero, ¿Qué sucede cuando los miedos son creencias o ilusiones que vivimos como si fueran
ciertas? ¿Qué sucede cuando, aún existiendo motivos reales nos sentimos paralizados, incapaces de verificar los hechos y de actuar
hacia nuestros propósitos?. Cuando los temores se escapan de nuestro control se pueden convertir en una auténtica enfermedad
que acaba por restringir y coartar la vida del afectado.
Antes de caer en una patología negativa como consecuencia del miedo, es necesario empezar por aceptarlo y examinarlo para
determinar su origen y si está o no infundado. Puede que se trate de miedos que se remontan a la niñez, tal vez como consecuencia
de falsas creencias implantadas por nuestros padres en su afán protector, o a un aprendizaje que nos llevó a tener miedo de las
cosas nuevas, de lo desconocido o de todo aquello para lo que no teníamos explicación. Aprendizajes que están muy bien
almacenados en nuestro inconsciente y que aún siendo ahora adultos funcionan bajo el mismo esquema de cuando fuimos niños.
Cuando la persona no es capaz de discernir entre las situaciones que realmente son amenazantes y las que está creando ella misma,
lo que sucede es que la realidad se convierte en un caos y así toda su vida se vuelve insegura.

A veces, sencillamente utilizamos nuestros miedos para justificar nuestra imposibilidad de llevar a cabo ciertas cosas. Elegimos tener
miedo con tal de no salir de nuestra zona de comodidad. Y odiamos admitirlo porque creemos que tener miedo está mal.

COMO ABORDARLO EN LUGAR DE EVITARLO


Entendiendo que como toda emoción, el miedo es algo que no se planifica o que se puede hacer a un lado sólo con la razón y la
intención. Lo recomendable es reflexionar acerca del mismo y canalizar lo mejor posible las acciones respectivas.
Una manera que puede ayudarnos es siguiendo los postulados que plantea Susan Jeffers, autora del libro “Aunque Tenga Miedo,
Siga Adelante”, que se expresan como sigue:
- El miedo nunca desaparecerá mientras, siga creciendo.
- La única manera de liberarse del miedo a hacer algo es hacerlo.
- La única manera de sentirme mejor es... enfrentarlo.
- No soy el único que siente miedo en un terreno poco familiar, les pasa igual a todos los demás.
- Vencer el miedo asusta menos que convivir con un miedo subyacente que proviene de la impotencia.
- Entender y encarar al miedo bajo estos postulados debe conducir, en lugar a un caos o una parálisis emocional, a una postura de
autocrecimiento y aprendizaje.

Igualmente, Susan Jeffers, en el citado libro ofrece algunas sugerencias, que pueden ser útiles ante situaciones que generan temor,
y que me permito traer en esta oportunidad:
ESTABLEZCA SUS PRIORIDADES
Deténgase a pensar en lo que quiere conseguir en la vida. Para la mayoría de nosotros esto es muy difícil de descubrir, ya que nos
han adiestrado a edad temprana para hacer lo que otros quieren que hagamos. No tenemos contacto con lo que realmente nos
brinda satisfacción. Es importante recordar que los objetivos cambian sin cesar a medida que se avanza por la vida y que uno debe
seguir revaluándolos constantemente. En cualquier caso, mediante la confusión se llegará finalmente a la claridad.
CONFÍE EN SUS IMPULSOS
Muy a menudo su inconsciente manda mensajes bien fundados sobre la elección preferible en determinado momento. Cuando
empiece a prestarle atención a sus impulsos, le sorprenderá comprobar qué bueno es el consejo que se está dando a sí mismo.
NO SE OBSTINE... ¡CORRÍJALO!
Es muy importante confiar en cualquier decisión que uno tome y entregarse a ella. Pero si no resulta... ¡Cámbiela! Muchos estamos
tan consagrados a tomar la decisión “correcta” que, aunque descubramos que no nos gusta el camino que hemos elegido, nos
atenemos a él a toda costa. Lo que realmente es una locura. Tiene un valor enorme aprender que si a uno “no” le gusta algo, se
trata, simplemente, de que hay que cambiar de camino.
Cuando se decida a variar el rumbo, será criticado a menudo por los que le rodean. Mucha gente se queda atascada en situaciones
poco satisfactorias porque han puesto demasiado en ello y sienten que sería una pena desperdiciarlo.
En la vida, el secreto no está en preocuparse por haber tomado una decisión errónea: ¡Es aprender cuándo hay que corregirla!

Cuando canalizamos el miedo mediante acciones concretas, siempre existirá una mayor probabilidad de reducir los daños que
pueden ocurrir. Si evitamos cualquier situación de riesgo también evitamos la posibilidad de crecer. Para que una vida sea más
plena es necesario tener un poco de valor, asumir un poco más de riesgo en nuestras decisiones y aprender cada día tanto de
nuestros aciertos como de nuestros errores.
Gerardo J. Velásquez D.
Psicólogo
La culpa emocional
BLOQUEO CULPA DESARROLLO EMOCIONAL LIBERTAD MIEDO PSICOLOGÍA Publicación impresa | Año: 2014 | Número: 2407 | 1
comentario | in Sociedad | Autor: Sannuti, Ángela

La culpa es una forma particular de miedo. Cultivada desde la más temprana infancia, bloquea el desarrollo emocional y provoca
estragos en la salud. Desprendernos de sus ataduras nos devuelve la libertad de ser y la alegría de vivir.

“El mundo que ves es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido. Este mundo es el símbolo del castigo
y todas las leyes que parecen regirlo son las leyes de la muerte. El amor no mata para salvar” (David Bohn).

La mayoría de las personas albergan mucho dolor escondido en su inconsciente. El sufrimiento reprimido es responsable de gran
parte de los trastornos y enfermedades.

Resentimientos que supuran, amargura crónica, exagerada vulnerabilidad a las críticas, actitudes corrosivas y paralizantes que
condenan a una vida empobrecida y carente de amor.

La culpabilidad es hija del miedo y está omnipresente en la vida de todos nosotros. Experimentamos culpa y no sabemos bien por
qué: nos sentimos responsables de las desgracias ajenas y nos negamos a ser quienes somos para no dañar a los demás o culpamos
al mundo y a quienes nos rodean de nuestras dificultades e imposibilidades.

Lo cierto es que tenemos una gran afición a sentirnos culpables o a hacer sentir culpables a los demás. Para el inconsciente siempre
es culpabilidad, sea que la vivamos interiormente o la proyectemos en el afuera.

Somos adictos a la culpa emocional. El psicoanálisis y la psicología convencional la denominan culpa neurótica. En realidad, lo
verdaderamente neurótico son las condiciones en que se nos enseña a vivir y a habitar este mundo, y la culpa es una de sus
manifestaciones clave.

Tener paz en nuestros corazones y sosiego en nuestras mentes es el anhelo de todos. Aprender a desprendernos de la negatividad y
de la culpa acumulada en nuestro interior nos libera de bloqueos y despeja el camino para la plena realización.

Todo tiene un comienzo

“Se dice, y es verdad, que precisamente antes de nuestro nacimiento un ángel de las cavernas apoya un dedo sobre nuestros labios
y dice…calla, no digas nada de lo que sabes. Por eso nacemos con una fisura en el labio superior, sin recordar nada del sitio de
donde provenimos” (Roderick Mac Leisch).

Una persona que ha experimentado verdadero amor en sus primeros años de vida tendrá menos miedo y un buen comienzo para
crecer y desarrollarse. Sin embargo, los sentimientos más cultivados en la infancia continúan siendo el miedo, la desvalorización y la
culpa.

El miedo es ausencia de amor. El amor potencia nuestros dones y los multiplica; el miedo es pérdida de potencial.

Todos hemos sido educados en el miedo y bajo el método de la inculpación. Hay lazos familiares que destruyen una vida y existe un
bloqueo muy común llamado “fidelidad familiar”: por una culpa invisible pero potente seguimos siendo fieles a mandatos, creencias
y tabúes que enferman y nos impiden ser coherentes con lo que pensamos y sentimos. Cuando los padres son inmaduros y carentes
culpabilizan a sus hijos de sus propias frustraciones e infelicidad. Se trata de una culpa que silencia la voz del niño, bloquea sus
sentimientos y la única manera de huir de su dolorosa verdad es a través del olvido. Pero todo queda almacenado en cada célula del
cuerpo, la memoria todo lo graba aún si no recordamos –nada se borra de nuestra alma– y, tarde o temprano, aflorará bajo forma
de síntomas y malestares. Toda enfermedad y todo malestar aparecen, precisamente, para que podamos reparar y sanar nuestras
heridas y así recuperar el estado natural de salud.

Cuántos secretos familiares, cuántos duelos no resueltos y cuántas situaciones de dolor no asumidas con madurez se transmiten
silenciosamente de una generación a otra. Tragedias y enfermedades que se repiten en abuelos, padres e hijos, que viven bajo el
peso de una culpa sombría que los empuja a saldar deudas emocionales ajenas e interminables.

Todos, de alguna manera, heredamos los anclajes emocionales de nuestros ancestros, repitiendo errores y dinámicas inconscientes.
¿Para qué se repiten? Para hallar su resolución. Sólo la toma de conciencia nos permite corregirlos y liberarnos.

La culpa emocional lo corroe todo, inhibe nuestra libertad de elegir, socava la autoestima y detiene el crecimiento psicológico y
espiritual, ya que un fuerte trasfondo infantil tiñe la afectividad y el modo de entablar los vínculos.
Bloqueo emocional y pequeñez interior

La culpabilidad es un programa muy inconsciente que condiciona nuestras vidas y nos hace vivir situaciones de castigo, sacrificio y
sufrimiento. Subyace en conductas autodestructivas, en muchos de los accidentes, en los fracasos repentinos e inexplicables, en la
pérdida de relaciones valiosas y fuentes de trabajo y de logros.

Muchos viven sumidos en una niebla gris de descontento y angustia, los carcome una persistente sensación interior que los hace
sentir siempre “en falta”, hagan lo que hagan y aún entregando su mayor esfuerzo y dedicación.

La autocondena, la autoinvalidación y un sentimiento de insuficiencia anidan en lo íntimo de personas muy rígidas, hiperexigentes,
intolerantes y perfeccionistas en sus vidas diarias.

Pero también hay muchos otros, la gran mayoría, que simplemente se dedican a culpabilizar. Viven culpando al mundo y a quienes
los rodean de sus propios infortunios y limitaciones. Su gran recompensa es convertirse en víctimas o mártires y colocar a la otra
parte del mundo en el lugar del enemigo o del malvado. Viven con un alto costo emocional porque no advierten su pérdida de
libertad y la ciénaga de debilidad e impotencia en la que habitan.

Y hay una enorme mayoría que vive lamentándose del pasado y temiendo el futuro y, por lo tanto, se demuestran incapaces de
experimentar alegría en el presente; viven aferrados al dolor porque hay una culpa inconsciente que los acecha permanentemente.

Tanto culpar como autoinculparse son las dos caras de un estado psicológico de inmadurez interior. Es una sensación constante de
pequeñez que los hace creer no merecedores e indignos de una vida rica y plena; un estado que va mermando la capacidad de
amar y de confiar en los demás.

Cuanto mayor sea nuestra autovaloración y respeto interior, menos necesitaremos de la aprobación de los demás. Cuanto más
pequeños nos sentimos por dentro, mayor cantidad de poder, dinero, apariencia para compensar.

El miedo y la culpa son sentimientos de la infancia, no son los sentimientos propios de un adulto emocional. Desprendernos de la
culpa es desprendernos de nuestra pequeñez y recuperar nuestra inocencia innata interior.

El criterio de la felicidad

Existe un impulso inclaudicable en todo ser humano hacia la plenitud, la integridad y su realización. Pero la visión media de la
felicidad es extremadamente estrecha y mezquina debido a absurdas creencias profundamente enquistadas en nuestro psiquismo
individual y colectivo; creencias que dejan huellas limitantes en nuestras relaciones y en nuestras actitudes vitales.

¿Cómo es posible que se siga creyendo que el sufrimiento, el castigo y el sacrificio nos otorgan valor y madurez? Este mundo está
poblado de gente que sufre y se sacrifica y termina ahogándose en un mar de infelicidad, de amargos rencores y de dolor.

El dolor no nos hace más maduros: una persona madura es la que vive en plenitud y experimenta la verdadera felicidad sobre esta
tierra.

Nos hemos estado castigando por ignorancia, por ingenuidad y, sobre todo, por falta de educación interior.

La culpa es la roca sobre la cual el egoísmo y la enfermedad edificaron su iglesia.

¿Qué es el egoísmo? Es no poder ver al otro con sus diferencias y no poder aceptarlo tal como es. Es manipular la vida de aquellos a
quienes decimos querer y atarlos con la pesada cadena de la culpabilidad porque no cumplen con nuestras expectativas. El amor
beneficia a todos, el egoísmo busca sólo el propio beneficio.

La culpa es el gran sentimiento que nos deshereda, nos sume en un estado de carencia y privación interior y la enfermedad es su
manifestación visible. La fibromialgia, la fatiga crónica, la depresión y muchos otros padecimientos son ejemplos de cómo colapsa la
vitalidad de una persona por tanta tensión y culpa acumuladas.

Aún hoy, muchos expertos –cuya confusión es apenas más sofisticada que la del resto de la gente– sostienen la absurda creencia de
que sentir culpa es beneficioso y saludable.

¿Es posible vivir saludablemente cuando se está atrapado, impotente y sin verdadera libertad interior? ¿Se puede experimentar
algún beneficio para el alma cuando se vive juzgando, culpando y controlando la vida de los otros?

Nada está oculto ni puede estarlo, no hay secretos para aquellos que miran con los ojos del corazón. Podemos elegir estar más
sensibilizados, más conscientes, más responsables, discernir mejor y liberarnos de una gran cantidad de culpa.
La felicidad es buscada, traficada, robada, coaccionada y negada. Muchos persiguen la felicidad y hay quienes la crean. La felicidad
sencillamente es un estado de paz interior.

El poder de elegir

“Los ojos de mis ojos están abiertos” (E. Cummings).

¿Por qué tanta infelicidad si estamos dotados para vivir plenos y felices? ¿Por qué si el Reino de los Cielos puede estar en nosotros,
nos sentimos como en el infierno?

Cada uno crea su propio cielo o su propio infierno.

La resistencia al cambio o al crecimiento es considerable; no ser conscientes de por qué o para qué nos ocurren las cosas es como
vivir dormidos. Nos sensibilizamos o nos infantilizamos. Dejar de inculpar, dejar de ser víctimas y convertirnos en maestros de
nuestras vidas es ser conscientes y hacernos responsables de cada pensamiento, de cada palabra y de cada obra que generamos.
Nos convierte en creadores y, de esa manera, enriquecemos, apoyamos y estimulamos la vida de nuestros semejantes.

Cuántas personas creen que hacen las cosas por amor a los demás y las hacen como consecuencia del desamor que se tienen a sí
mismas. No escuchan su corazón, viven sus vidas al margen de sus sentimientos.

Despertar y recuperar nuestra dignidad intrínseca nos devuelve el poder de elegir.

Nosotros elegimos cómo queremos vivir nuestra vida. Cada momento es un momento de elección y en esa elección determinamos
el instante siguiente –al que llamamos futuro–.

Elegir es arriesgarse y si no arriesgamos, no vivimos.

La vida es abundante en sus infinitas posibilidades si dejamos de estar en la carencia y en la privación porque no nos sentimos
merecedores. La salud y el bienestar son consecuencias automáticas cuando recuperamos la coherencia emocional. Damos sentido
a una vida sin sentido y nos encontramos con nuestra tan anhelada libertad.

Alegría y gratitud

“A través de mis errores aprendí aquello que tanto anhelaba, aprendí a amar. Sólo la bondad que nos donamos a nosotros mismos
nos libra de la culpa y nos perdona” (Clarice Lispector).

El auténtico perdón y la verdadera reconciliación es con uno mismo; es un acto de amor hacia cada uno por habernos hecho tanto
daño. Cuando sanamos la relación, sanamos nuestra relación con el mundo.

En definitiva, las relaciones que entablamos nos enseñan cómo nos relacionamos con nosotros mismos.

Descubrir las continuas oportunidades de crecimiento que se nos presentan en la vida cotidiana es un verdadero don.

La simplicidad es el sello de la madurez afectiva. Más maduramos, más simples y profundos nos volvemos. Entonces, la gratitud y la
alegría brotan espontáneamente como cualidades exquisitas de nuestro auténtico ser.

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