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Belisa Crepusculario vende palabras.

El perfil que nos dibuja el narrador no hace referencia a su


belleza física, estaría de más, sin embargo mantiene en lo descrito sus “firmes piernas” y “senos
virginales” de las que el mulato no “apartaba los ojos” (16), para no romper de un solo tajo con los
viejos paradigmas, pero el recurso lo utiliza solo para ayudarse a resaltar los elementos eróticos
del argumento con los cuales logra Belisa hacerse omnipotente al sumarlos a su otra fuente de
poder derivado de su racionalidad en el dominio del discurso, el cual no juega en detrimento de su
condición de mujer emocional ni con su capacidad de seducción, por eso características
consideradas masculinas como son la capacidad de controlar las emociones, y las decisiones de
competir y de seducir (no de ser seducida), hacen parte de los rasgos de Belisa.

La protagonista de “Dos palabras” asume tareas y objetivos masculinos sin poner en riesgo su
femineidad, y es en esa caracterización femenina en que se inscribe su oficio desde el cual coloca
a las mujeres en el terreno tradicional de lo intuitivo y a los hombres en el pensamiento lógico
porque sus palabras son “capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la
intuición de las mujeres” (16), y por ser Belisa quien maneja la palabra y no un hombre, subvierte el
paradigma tradicional femenino y masculino y se coloca por la fuerza de la palabra y con su poder
de seducción, asumiendo el liderazgo sobre los hombres de su entorno, hombres por demás
esquematizados como viriles, protectores y fuertes. La subversión que representa Belisa de los
rasgos estereotípicos femeninos que como mencionábamos antes la hacen omnipotente, es puesta
en entredicho de alguna manera por el objeto erótico que elige, al tratarse de uno que aunque se
doblegue ante ella, es símbolo jerárquico, interpretable como una forma de respeto a las
estructuras sociales en que vive el lector (Mendíbil 14-15).
La descripción inicial del mundo masculino se enmarca en el modelo convencional que describimos
antes y del que paulatinamente van alejándose los personajes. La hombría del coronel y sus
hombres se sustenta en su retrato de guerreros míticos eternamente unidos “al estropicio y la
calamidad” (14), leales al jefe y dirigidos por machos singulares: el mulato gigantesco símbolo de
fuerza y obediencia, y el coronel fiero y solitario revestido de autoridad indiscutible. Aunque Belisa
es el instrumento final de la transformación del coronel y de sus hombres, él mismo ya había dado
un paso en esa vía sin el cual el cambio no habría sido posible: quiere ser presidente para dejar de
lado el fastidio que le producía “el terror en los ojos ajenos”, el ver huir a los hombres y el saber
que abortaban las mujeres con el solo anuncio de la presencia de sus huestes, quería entrar en los
pueblos “bajo arcos de triunfo” y “comer pan recién horneado” para poner fin a su dieta bandolera
de “higuanas y sopa de culebras” (15) (Muñoz 24).

La transformación es paulatina porque el rapto de Belisa fue un estropicio más usado como el
camino para liberarse del estigma, el modelo masculino se desliza hacia una masculinidad
reestructurada tanto en el coronel como en sus hombres, que mutan su imagen de guerreros a la
de hombres capaces de juntarse para escuchar y seguir con emoción el discurso escrito por Belisa
para el coronel, cuyos ojos amarillos también brillaban de entusiasmo (17).

Los hombres del coronel son también transformados a causa del discurso exorcista de Belisa, su
palabra encantadora y mágica transforma no solo el objeto al que propone su palabra “única y
secreta”, sino que su arenga logra alterar todo el universo en que se mueve, cambiando a los
hoscos guerrilleros en simples ciudadanos ejerciendo el poder y el deber civilista del ejercicio
electoral, acompañando al coronel en su periplo en el que “repartían caramelos y pintaban su
nombre con escarcha dorada en las paredes” (18), así logra que su imagen se transforme ante los
asustados habitantes de su mundo, y entra en sus pueblos triunfal, armado de “la lucidez poética
de sus argumentos” que se hacían perdurables en la esperanza creada por su nueva figura que
quería “corregir los errores de la historia”.

Finalmente el coronel sucumbe, es el macho domado que no teme mostrarse sensible, que
necesita de la mano de Belisa para continuar andando.
Magia, fantasía y realidad en “Dos palabras”

E l término “Realismo Mágico (RM)”, ha sido utilizado por más de seis décadas para resaltar las
especiales características observadas en la novela hispanoamericana del siglo XX, peculiaridades
que según Ángel Flores se advierten a partir de 1935 cuando aparecen los cuentos de
Borges “Historia universal de la infamia” y la novela de María Luisa Bombal “La última niebla”.
Flores entiende el “RM” como la literatura hispanoamericana inspirada en la europea de comienzos
del siglo XX y la define como “una mezcla de realidad y fantasía” con “gran preocupación por el
estilo”. Una década más tarde aparece el artículo también clásico de Luis Leal que propone
el “RM” como “una actitud ante la realidad” que permite “el descubrimiento de la misteriosa relación
que existe entre el hombre y sus circunstancias” sin pretender “copiar o vulnerar la realidad
circundante” diferenciándose de realistas y surrealistas a pesar de la huella de estos últimos,
porque su propósito no es reproducir la realidad sino “captar el misterio que palpita en las
cosas”(Abate 148) sin la necesidad de crear mundos imaginarios para escapar de la realidad
cotidiana (Mena 398).
La polémica se expande por la inclusión casi inmediata del concepto de “Lo Real Maravilloso
Americano (LRMA)”, y en el encasillamiento de autores en uno u otro, lo que se ve agravado por la
flexibilidad en el uso de los dos términos que va de la sinonimia a la diferenciación, y agrandada
luego con la llegada a la escena del debate Mágico Realista de la preocupación por lo Fantástico y
lo Maravilloso, lo que ocurre inicialmente con Leal cuando desliga el Realismo Mágico de
la Literatura Fantástica, y de los movimientos Modernista, Surrealista y Vanguardista (Abate 148), y
que es posteriormente revisada cuando esa misma literatura es observada bajo el prisma que
aportaron Todorov y años más tarde Barrenechea, lo que se ha convertido en el más importante
punto de la controversia5. Llarena en su “balance crítico” (Llarena 107), llama la atención sobre el
origen del problema que comienza cuando se insiste en calificar al RM y LRMA como una
continuación o variante de la literatura fantástica, lo que se pudo justificar al comienzo del
fenómeno porque era urgente “darle nombre al proceso de <desrealizacion> de la nueva literatura”
y no se encontró un mejor ni más cercana expresión para bautizarlo (Llarena 108). La confusión
acerca de la utilización de ambos vocablos traslada la falta de acuerdo a los parámetros para
incluir en cada rango a los autores estudiados. La propuesta de Llarena aunque trata de ser
unificadora y sintetizadora de lo que se tenía al finalizar el siglo XX, establece una diferencia
entre RM y LRMA, porque aunque las dos trabajan de igual manera el material fantástico y el
espacio imaginario, son diferentes en “el proceso sistemático de verosimilizacion” y “la convivencia
no conflictiva entre realidad y fantasía” y se queda con la denominación de magicorrealistas para
los relatos que admiten materiales míticos en los que la verdad se determina por “el punto de vista
prelógico, no diferenciado”. Ubica además a Carpentier y Asturias en LRMA (Llarena 116). Ángel
Valbuena Briones, citado por Abate (148), lo ve como “una visión de un mundo sorprendente, de
una realidad en que la fantasía y el mito forman parte de ella” e incluye en la categoría a Borges y
a Cortázar.
Lucia Inés Mena haciendo un esfuerzo de síntesis de lo que hasta 1975 se había dicho, propone
que el “Realismo Mágico consiste en una cierta penetración de la realidad, de parte de algunos
autores, que hace que su cosmovisión sea más profunda compleja y poética.” Y que sumergirse
de tal manera en la realidad “produce el desdoblamiento de ésta” pudiendo mostrarnos no solo lo
“objetivo de las cosas, sino también su lado oculto, ambiguo y misterioso.” A partir de estos
planteamientos propone como Mágico Realistas a Rulfo y García Márquez, quienes “anclados en
su terruño nativo”6 crean “una problemática y una mitología” hispanoamericanas que supera los
límites del regionalismo logrando además hacerse universales con el auxilio de su gran
refinamiento técnico. Mena también acepta la propuesta de excluir de la categoría a Borges y
Cortázar por su creación de mundos imaginarios imbuidos “de un hondo sentido filosófico” e
identificados con la Literatura Fantástica, e igualmente a Asturias y Carpentier dada la influencia
del Surrealismo en sus obras, a pesar de reconocerles su anclaje al terruño y la mitología
americanas. Sin embargo, es unánime la aceptación de la influencia del movimiento surrealista en
el Realismo Mágico por su “rebelión contra las normas”, “la búsqueda de lo maravilloso”, “el culto
de lo absurdo” y “el uso de tiempos no cronológicos” (Abate 152).
Mena, apoyándose en la definición inicial de Roh, adjudica el realismo mágico al campo de lo
maravilloso, porque su objetivismo le permite penetrar la realidad en mayor medida haciendo que
sus misterios hagan parte de esa realidad que se complementa con lo misterioso y lo sobrenatural
aunque lo maravilloso es solo un ingrediente del realismo mágico y no es suficiente para definirlo
(Mena 399-406).

Las propuestas se hacen más analíticas y desapasionadas a partir de 1980. Es en ese contexto
que aparece el trabajo de la Brasilera Irlemar Chiampi, que es considerado otra piedra angular en
el debate a partir de su estudio de las relaciones semánticas y pragmáticas de los textos
magicorrealistas, que le permiten proponer una lista de cinco rasgos constitutivos del RM los que a
continuación transcribo tomándolos de Abate (150):
1. Efecto de encantamiento del receptor;

2. Enunciación problematizada (función metadiegética de la voz y proliferación barroca de


significantes);

3. Remisión a un referente discursivo (lo “real maravilloso”) integrado a un sistema de


ideologemas de americanismo, cuyo significado básico es la no disyunción;

4. Articulación sémica no contradictoria de las isotopías natural y sobrenatural;

5. Combinatoria sémica de las dos modalidades: desnaturalización de lo real y


naturalización de lo maravilloso.

Después de este recuento teórico es importante hacer notar que el desacuerdo existe también en
el establecimiento de las fronteras generacionales, porque no es posible observar entre lo que se
denomina “boom” y “post-boom” un real límite en el rango de edad de los autores (De la Fuente
240 y 264), como tampoco ese frontera existe en la temática que los mismos autores del boom
desarrollaron después de los años noventa del siglo pasado en la cual concuerdan con los autores
del post-boom que continuaron escribiendo (De la Fuente 255 y 264).

Allende ha sido llamada “la discípula y contraparte femenina” de García Márquez entre otras cosas
por “una hermandad obvia de estilo, técnica y temática” (Mendíbil 10-15), pero no es lo
generacional ni su comparación con García Márquez lo que hace de Allende una escritora de la
que algunas de sus obras como sus “Cuentos de Eva Luna” y el que nos ocupa “Dos palabras”,
deban ser entendidas como parte del Realismo Mágico, sino el haber comprobado que ellas están
inmersas en lo que hemos entendido como la caracterización de la categoría, vayamos de nuevo a
la historia.
En “Dos palabras”, el narrador asume la historia de Belisa mostrándola inmersa en su particular
universo, con el cual mantiene una misteriosa relación simbiótica a partir de sus especiales
circunstancias, las que ocurren desde su nacimiento e infancia, envueltos en la realidad de la
magia y la tragedia que la amarran a su mundo haciendo innegable y cotidiana cada cosa, sin
necesidad de crearle imaginarios de otros mundos ni falaces escenarios. Sus acciones
desentrañan los misterios de su vida como parte de la magia inmersa en la vida misma, de manera
natural, igual que si hubieran ocurrido de otra forma más corriente.
Esa forma de penetrar la realidad del mundo de Belisa por parte de Allende “que hace que su
cosmovisión sea más profunda, compleja y poética” y que logra mostrarnos “su lado oculto,
ambiguo y misterioso”, es el mismo descrito para caracterizar a Rulfo y García Márquez, y que
hemos aceptado con el nombre de “Realismo Mágico” (RM), por eso es ella misma quien busca su
nombre “hasta encontrarlo” y vestirse con el (11), porque era tan grande la miseria en su familia
“que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos” (12).
Lo misterioso y ambiguo se muestran desde su anclaje en el mundo real, del que paulatinamente y
sin contradicciones y usando solo el arma retórica y poética de su discurso, va alejándose para
adentrarse en el mundo de lo maravilloso y extraordinario. Belisa emprende el viaje con el que
burla a la muerte “siguiendo el espejismo del agua” (12), y no solo lo consigue sino que también
descubre el destino transcendental de la escritura. Años después, cuando es raptada por el
mulato, al final del camino de tortura atada de pies y manos, “un sorbo de aguardiente con pólvora”
le permite volver a la vida (14). El discurso redentor que escribe para el coronel esta “hecho de
palabras refulgentes y durables” para que no se hicieran ceniza con el uso, el coronel lo aprende y
lo repite en cada pueblo dejándolo descansar entre jornadas, pero lo que no abandona son las dos
palabras secretas en las que reincide “cuando lo ablandaba la nostalgia, las murmuraba dormido,
las llevaba consigo sobre su caballo, las pensaba antes de pronunciar su célebre discurso y se
sorprendía saboreándolas en sus descuidos” (18).

Con todo, el universo de Belisa vive lejos de lo sobrenatural y lo fantástico, las leyes que rigen su
mundo son un todo coherente que aleja del lector la duda y la sorpresa aunque parezcan extraños,
porque lo maravilloso y misterioso hacen parte de él porque de ellos el realismo mágico está
embebido y ligado (Mena 406), además de estar sujeto a su terruño americano, de cuyos mitos ha
extraído su naturaleza y su fuerza.

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