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penal
Sumario: 1.
Introducción. 2. El ejercicio
de la abogacía: importancia
de la asistencia técnica de
un abogado a las partes
que intervienen en un
proceso penal. 3.
Importancia de la defensa
gratuita proporcionada por
el estado. 4. ¿es posible la
autodefensa en un proceso
penal?. 5. Ultimas
consideraciones.
1. INTRODUCCION.
El presente trabajo,
tiene por objeto el
análisis de una
cuestión de
fundamental
importancia para
determinar la legalidad
de un procedimiento
penal, esto es: la
función del abogado
como asistente
técnico del acusado.
Se tratará, entonces:
a) de establecer por
qué es necesaria en
un procedimiento
penal la intervención
de un abogado que
asista técnicamente al
imputado; b) definir
funciones e
importancia del
Ministerio Público de
la Defensa, tema en el
cual voy a entroncar
una cuestión de
indudable actualidad;
a saber: ¿existe una
obligación para el
Estado de
proporcionar un
abogado a la víctima
débil?, entendida ésta
como aquélla que no
tiene medios
suficientes para
contratar a un letrado
que vele por sus
intereses durante el
proceso; y por último,
c) si el derecho a una
asistencia técnica es
renunciable por parte
del acusado.
Para cumplir
acabadamente con la
tarea emprendida, me
apoyaré
primordialmente en las
ideas esbozadas por
Jeremy Bentham [1] a
lo largo de su prolífica
obra, que pese a
haber sido concebida
hace ya
aproximadamente
doscientos años, no
sólo no ha perdido
actualidad sino que
aún hoy debería ser
tenida muy en cuenta
por parte de los
distintos operadores
en la materia como
una más de las
posibles soluciones
para ciertos
problemas de que,
indudablemente,
adolece el sistema
procesal vigente en el
ámbito federal de
nuestro país.
[1] Autor de origen inglés
(1748-1832), filósofo,
economista y jurista, creador
de la doctrina del
“utilitarismo”. Sus ideas
tuvieron mucha influencia en
la reforma de la estructura
administrativa del gobierno
británico, a finales del Siglo
XIX, en el derecho penal y en
el procedimiento jurídico. Se
puede mencionar, entre otras
de sus obras relevantes:
“Introducción a los principios
de la moral y la legislación”
(1789), “Fundamento de la
evidencia judicial” (1827), y
“Código Constitucional”
(1830). Para esta
presentación, en particular se
tomaron básicamente dos de
sus textos: “Tratados de la
Organización Judicial y la
Codificación” (1791) y
“Tratado de las Pruebas
Judiciales” (1823).
inicio
2. EL EJERCICIO DE
LA ABOGACIA:
IMPORTANCIA DE
LA ASISTENCIA
TECNICA DE UN
ABOGADO A LAS
PARTES QUE
INTERVIENEN EN UN
PROCESO PENAL.
2.1. En primer lugar,
debemos poner en
claro si un proceso, en
donde se ventila
cualquier tipo de
conflicto social, se
puede estructurar sin
la presencia de
abogados.
Esa definición se
encuentra
íntimamente ligada a
su concepto del
“proceso natural” que
resume trazando la
siguiente analogía con
la justicia del buen
padre de familia: “...el
modelo natural de un
buen procedimiento lo
tenemos mucho más
cerca; está al alcance
de todo el mundo y es
inalterable. Un buen
padre de familia, en
medio de los suyos
regulando sus
disputas es la imagen
de un buen juez. El
tribunal doméstico
constituye el
verdadero tipo de
tribunal político....” [2].
Este tipo de justicia,
según Bentham, es
transmitido a través de
las distintas
generaciones,
aplicado por instinto
por el hombre de
campo e ignorado o
dejado de lado por el
hombre de ley.
Como podemos
observar, la idea de
Bentham sobre cómo
debe llevarse a cabo
un procedimiento es
ideal, pues se
construye a partir de
un sistema de
garantías que respeta
los tres pilares sobre
los que debe
sostenerse un juicio, a
saber: la
imparcialidad, la
contradicción y la
publicidad.
Es lógico sostener
que, en un proceso de
este tipo, no se
requiera la presencia
de un abogado para
asistir a las partes,
porque las leyes
serían tan claras que
cualquier ciudadano
podría defender su
posición en los
tribunales sin que se
le menoscaben sus
derechos,
encontrándose las
partes litigantes en un
natural equilibrio; pero
la evolución de la
historia nos indica que
estos procedimientos
no existen, debido a
que la tan mentada
idea de la eficiencia
del poder penal estatal
siempre estuvo un
peldaño más arriba
que el respeto al
sistema de garantías,
avalando todo tipo de
atropellos sobre los
ciudadanos [3] .
Los problemas,
descriptos en los
párrafos
antecedentes,
determinan que es
imposible concebir un
proceso sin la
presencia de los
abogados.
Estas cuestiones
también fueron
advertidas por
Bentham quien, a
pesar de la poca
simpatía que parecía
tener por los
abogados [4] y en
discordancia con su
posición en cuanto a
que las partes de un
procedimiento se
pueden defender a sí
mismas, concluyó
“...Pero en el reinado
de una legislación
oscura y complicada,
de un modo de
enjuiciar lleno de
fórmulas y cargado de
nulidades,
especialmente con
una jurisprudencia no
escrita, el ministerio
de los abogados es
indispensable...”[5].
En tal inteligencia se
puede colegir que
“...el derecho de
defensa cumple,
dentro de un proceso
penal, un papel
particular: por una
parte, actúa en forma
conjunta con las
demás garantías; por
la otra, es la garantía
que torna operativas a
todas las demás. Por
ello, el derecho de
defensa no puede ser
puesto en el mismo
plano que las otras
garantías procesales.
La inviolabilidad del
derecho de defensa
es la garantía
fundamental con la
que cuenta el
ciudadano, porque es
el único que permite
que las demás
garantías tengan una
vigencia concreta
dentro del proceso
penal...” [6].
También se ha
afirmado que esta
garantía “...es la
principal condición
epistemológica de la
prueba: la
refutabilidad de la
hipótesis acusatoria
experimentada por el
poder de refutarla de
la contraparte
interesada, de modo
que no es atendible
ninguna prueba sin
que se hayan activado
infructuosamente
todas las posibles
refutaciones y
contrapruebas...” [7].
Ya Bentham entendía
este concepto de la
igualdad entre las
partes como una
garantía del debido
proceso ya que, al
dedicar un capítulo a
los abogados,
especificó que éstos
eran necesarios
porque restablecían la
igualdad entre las
partes litigantes, con
relación a la
capacidad, y para
equilibrar algunas
ventajas que podrían
tener los “agresores
injustos” [10].
Como es dable
observar, ya a
principios del siglo XIX
se discutía si en el
marco de un proceso
las partes debían
estar en un plano de
igualdad a fin de
garantizar sus
derechos. Empero, el
Legislador Nacional
desconoció esta
discusión, pues siguió
proclamando códigos
procesales en materia
penal de neto corte
inquisitivo, donde esta
igualdad de partes se
ve claramente
avasallada al
cercenársele a la
defensa del imputado
el ejercicio de
derechos de clara
raigambre
constitucional [12].
2.3. De acuerdo a lo
expuesto en los
puntos anteriores, se
pueden extraer tres
conclusiones:
c) que, la defensa
debe estar y participar
activamente en toda la
actividad probatoria
que se desarrolle en
cualquier etapa del
proceso penal, con el
objeto de verificar la
legalidad de dichos
actos. Desde este
punto de vista, la
defensa deja de ser
un “auxiliar de la
justicia” -como es
común escuchar en el
lenguaje forense- para
convertirse en un
verdadero custodio de
los derechos e
intereses de su
cliente.
Como podemos
colegir, el ideal de
juicio es el que
venimos propugnando
a lo largo de este
trabajo, donde
coexisten dos partes
en igualdad de
condiciones y un juez
que es el que en
definitiva decide sobre
el conflicto. Resulta
también interesante
señalar que Bentham
cree que estos dos
consejeros legales
-fiscal y defensor
oficial- no deben
prestar sus servicios a
particulares que les
puedan pagar[4].
El mentado autor,
luego de hacer un
análisis histórico y
crítico de cómo
comenzó a gestarse la
existencia de
abogados
dependientes del
Estado [5], propone un
sistema muy parecido
al que rige en la
actualidad: existencia
de abogados
particulares o de
“confianza de las
partes”, junto con los
oficiales que tendrán
que defender los
intereses de dos
estamentos de la
sociedad que los
necesitan: “el público
y los pobres” [6] .
Esta lectura de un
autor clásico como
Bentham, nos debe
ayudar a rediseñar los
actuales sistemas de
control y de ascenso
de los integrantes del
ministerio público de
la defensa para lograr
una mayor eficacia en
esta importante tarea,
pues no sólo se deben
tener en cuenta los
antecedentes
académicos o la mera
consignación de los
antecedentes
laborales de los
postulantes, sino que
se debe
complementar esos
datos con la efectiva
comprobación de que
los aspirantes, en el
cumplimiento diario de
su función, respetan a
conciencia los valores
arriba señalados.
Hemos destacado
entonces que, para
que se mantenga el
equilibrio entre las
partes -acusadora y
defensora- debe
existir un ministerio
público de la defensa
fuerte, que cuente con
los mismos poderes
de investigación que
el ministerio público
fiscal, a fin de poder
refutar las pruebas de
cargo que ponen en
crisis el principio de
inocencia que ampara
a los ciudadanos
cuyos intereses
defiende. Por lo tanto,
la pregunta que
deviene como
inevitable
No develamos ningún
misterio si afirmamos
que, en la actualidad,
el ministerio público
de la defensa se
encuentra en una
importante crisis de
eficacia pues como
bien lo señalan las
estadísticas
disponibles, la gran
mayoría de la clientela
del sistema penal de
nuestro país está
constituida por pobres
que necesitan
ineludiblemente
utilizar los servicios de
la defensa oficial. Esta
situación de exceso
en la demanda lleva,
por su parte, dada la
escasez de recursos
de todo tipo que
padecen los
defensores oficiales
hoy día, a que éstos
deban por ejemplo
concurrir, en un mismo
día, a dos debates
orales y públicos,
aparte de efectuar las
obligatorias visitas a
sus defendidos en
Unidades Carcelarias
distintas, etc., todo lo
cual evidentemente
debilita la eficacia de
la defensa pública [8],
no por culpa de sus
operadores sino por la
insuficiencia
manifiesta de las
estructuras, que de
ese modo se ven
desbordadas.
Y, encima, estos
problemas generan
otros más.
Actualmente, debido a
la cantidad y calidad
de las tareas que
deben sobrellevar los
Defensores Oficiales
que actúan ante los
treinta Tribunales
Criminales de la
Capital Federal se
está produciendo una
situación de extremo
apremio que debe ser
solucionada sin
demora.
En efecto, -créase o
no- un tercio de esos
defensores, debido al
constante estrés a que
se ven sometidos, se
encuentra con licencia
por enfermedad. Ello
motivó que,
recientemente, la
Asociación de
Magistrados y
Funcionarios de la
Justicia Nacional
remitiese una nota al
Sr. Defensor General
de la Nación a fin de
hacerle saber la
honda preocupación
por la salud de los
defensores generales,
y solicitarle una pronta
y eficaz respuesta que
haga cesar esta
gravosa situación [9].
En síntesis: no sólo
disponen de pocos
recursos los escasos
defensores oficiales
disponibles, sino que
para colmo se irá
enfermando un
número cada vez
mayor, agravando la
situación de aquéllos
que todavía se
mantengan sanos.
Considérese ahora
hasta que punto
intolerable repercute
este conjunto de
factores adversos,
finalmente, en el
ciudadano pobre que
inevitablemente
requiere este
servicio.
3.2. En la introducción
se había dejado
planteada la siguiente
cuestión: ¿existe una
obligación del Estado
en proporcionar un
abogado a la víctima
débil?.
Para comenzar a
dilucidar dicho
entuerto debemos
partir de la base
esbozada por
Bentham cuando
explicó que, para
lograr el justo
equilibrio entre las
partes, la víctima
débil [11] debía ser
asesorada por un
hombre conocedor de
las leyes, a fin de
evitar las ventajas que
podrían llegar a tener
los “agresores
injustos” [12].
A partir de este
concepto, se puede
interpretar que el
Estado está obligado
a brindarle
asesoramiento jurídico
a la víctima de un
delito que no tenga los
recursos económicos
suficientes como para
contratar un abogado
que la patrocine en
una querella criminal;
en otras palabras,
debe proporcionarle
un abogado para que
defienda sus intereses
en un juicio de esas
características.
Establecida esta
definición del
problema, debemos
determinar cuál es el
órgano del Estado que
debe cumplir con tan
importante función.
De hecho, no cabe
duda que debe ser el
Ministerio Público
Fiscal, pues quien otro
que un fiscal va a
defender mejor los
derechos de la víctima
de un delito. Nadie
puede tener la
experiencia que tiene
aquel para cumplir con
una tarea tan
específica como es la
de sostener una
acusación en contra
del imputado.
Sin embargo, la
realidad nos marca
otra cosa, por lo que
merecerá un párrafo
aparte la crítica al
sistema de defensa de
los intereses de la
víctima que está
implementado en el
ámbito nacional.
Por resolución
559//99 [17], el
Defensor General de
la Nación dispuso:
“hacer saber a los
señores Defensores
Oficiales del fuero
penal que deben
asumir la asistencia
técnica de toda
persona que lo solicite
para actuar en el
proceso como
querellante particular y
actor civil y no le sea
posible solventar
económicamente un
abogado de la
matrícula”.
Como podemos
observar, los
mismos defensores
oficiales que
defienden a los
imputados que no
tienen medios para
pagar un abogado,
son los que también
defienden los
intereses de la
víctima.
Esta situación
esquizofrénica ha sido
perfectamente
descripta por el Dr.
Luis Jorge
Cevasco [18], quien
efectúa una
pormenorizada crítica
a esta pretensión de
asumir dos funciones
diametralmente
opuestas por parte del
Ministerio Público de
la Defensa,
circunstancia que no
hace más que agravar
la difícil situación en la
que hoy día se
encuentran los
defensores oficiales
del fuero penal de la
Capital Federal.
Evidentemente, la
falta de un
ordenamiento claro en
esta materia y el
pretendido monopolio
del Estado en la
persecución del delito
permiten resquicios
por donde se puede
filtrar este tipo de
resoluciones. Es un
deber inexcusable de
los operadores del
sistema penal
argentino el de
intentar dar otro tipo
de soluciones a estos
problemas.
3.3. Como
conclusión de este
capítulo tenemos: a)
en el marco de un
proceso penal, la
defensa oficial es
fundamental para
equilibrar el poder
del Ministerio
Público Fiscal; b)
atento a las
deficiencias
detalladas en el
servicio de la
defensa oficial de
nuestro país, se
deben brindar
nuevas soluciones
para eliminar ese
déficit; y c) se deben
efectuar
modificaciones al
actual sistema penal
argentino, para que
la “víctima débil” sea
asistida
gratuitamente por un
abogado del Estado,
que no sea un
“defensor oficial”
sino un integrante
del Ministerio
Público Fiscal.
[12] Complementa lo
expuesto en la nota 11,
cuando Bentham en “Tratados
de la organización....” habla
de la ventaja que tendrían
aquellas personas
experimentadas en el crimen
por sobre los acusadores
débiles y poco
experimentados –confr. pág.
68-.
Una primera
aproximación nos
indica que no, pues
ella es un derecho del
ciudadano al que se
puede renunciar, salvo
que el juez entienda
que eso no es posible
por vislumbrar que, de
esa forma, se va a
menoscabar el
derecho de defensa
en juicio[2].
En mi opinión, la
defensa técnica
asumida por un
abogado siempre
debe ser obligatoria,
aún en aquellos casos
en que el imputado
sea un especialista en
leyes. La práctica
judicial me lleva a
afirmar que un letrado,
sobre el cual pesa una
acusación penal, no
se puede auto
defender con eficacia
pues, en el afán de
cumplir con esta
función, pierde de
vista circunstancias
que son esenciales
para una correcta
defensa en juicio [3].
Esta posición -a mi
entender- es correcta
y se podría aplicar
perfectamente hoy,
día siempre y cuando
cambien algunas
cosas. El autor en
cuestión nos da a
entender que, ya en
ese tiempo, se
efectuaba una
selectividad de causas
que ingresaban al
sistema, utilizando
criterios utilitaristas
tales como “el engorro
y los gastos de
actuación”, lo cual, en
otras palabras, se
puede traducir en la
directa relación costo
– beneficio que tiene
un proceso legal.
Tales mecanismos de
gestión (mediación,
conciliación,
intervención de
instituciones
intermedias para
solucionar conflictos
vecinales, etc.)
permiten que los
involucrados
resuelvan su problema
directamente y sin la
asistencia técnica de
abogados,
restituyendo la “paz
social”.
En síntesis, se puede
afirmar que el sistema
no debe autorizar,
bajo ningún punto de
vista, la posibilidad de
autodefensa a aquel
ciudadano que ha sido
acusado en el marco
de un proceso penal,
pero sí puede otorgar
esa facultad cuando
las actuaciones
tengan por objeto
resolver conflictos
menores que aún no
fueron atrapados por
el poder penal
estatal [6].