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Alfonso Gálvez

FLORILEGIO

New Jersey
U.S.A. - 2013
Florilegio by Alfonso Gálvez. Copyright 2013 by Shoreless Lake Press.
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Christ the Priest, P.O. Box 157, Stewartsville, New Jersey 08886.

CATALOGING DATA

Author: Gálvez, Alfonso, 1932


Title: Florilegio
Library of Congress Control Number: 2012953189

ISBN13: 978-0-9835569-4-7

Published by

Shoreless Lake Press

P.O. Box 157

Stewartsville, New Jersey 08886

PRINTED IN THE UNITED STATES OF AMERICA


INTRODUCCIÓN

Un estudio en profundidad sobre la naturaleza de la


Poesía tropezaría enseguida on el misterio. Y lo mismo
puede de irse, ya más en on reto, on respe to a la Poe-
sía religiosa, que también plantea uestiones difí iles de
resolver.
Probablemente mu hos despa harán el problema ase-
gurando que la Poesía no tiene nada que ver on el miste-
rio. Y en uanto a la Poesía religiosa, se apresurarán a de ir
que no es sino el arte poéti o de ontenido espe í amente
religioso. El tema, sin embargo, es mu ho más omplejo de
lo que puede pare er. No es posible honestamente dar por
solu ionadas iertas uestiones que, si bien pueden pare er
sen illas a primera vista, no dejan de mostrar su extraor-
dinaria profundidad a po o que se las onsidere.
El problema de la Poesía es uno de los mu hos que,
nada más ser planteados, todo el mundo ree ono er su
8 Alfonso Gálvez

solu ión. Pero que, sin embargo, llegado el momento de ex-


pli arlo, nadie es apaz de ha erlo de manera por ompleto
satisfa toria.
La Poesía es la expresión de lo Bello el Pul hrum 
por medio de la palabra, ya sea oral o es rita. Lo mismo
que la Pintura se vale de la imagen o la Músi a del sonido.
Pero el Pul hrum, junto on el Bonum y el Verum los
llamados trans endentales , son a su vez la epifanía o
mostra ión del Ser.1 De ahí que lo que a menudo se pre-
senta omo Poesía, pero uyo ontenido es nulo puesto que
nada di e, o bien porque are e de belleza, en realidad no

guarda mu ha rela ión on lo que podría ser onsiderado


omo produ to de las Musas de la Poesía. Aunque aquí no
vamos a detenernos en un tema que ya ha sido tratado por
mí on ierto detenimiento en otros lugares de mis obras.2
En uanto a la Poesía religiosa, podría denirse o-
mo aquélla uyo ontenido se delimita dentro del espa io
de las reen ias de la Religión. Desgra iadamente, si se

1
A los que, omo es sabido, habría que añadir el Unum.
2
Comentarios al Cantar de los Cantares, Vol. I, Shoreless Lake
Press, New Jersey (USA), 1994, pags. 185215; Comentarios al Can-
tar de los Cantares, Vol. II, Shoreless Lake Press, New Jersey (USA),
2000, pags. 347369; Los Cantos Perdidos, Segunda Edi ión, Shore-
less Lake Press, New Jersey (USA), 2011, pags. IIIXXXIV.
Florilegio 9

tienen en uenta las ondi iones, aquí estable idas omo


ne esarias, para ali ar una omposi ión literaria omo
auténti a Poesía, pronto se ha e patente que la (verdade-
ra) Poesía religiosa es asombrosamente es asa.
Ante todo, porque no pueden onfundirse dos osas
tan distintas omo son el verso y la poesía. Por supuesto
que esta última puede ongurarse tanto en forma de ver-
so omo en prosa. . . , siempre que la belleza se en uentre
ontenida en ualquiera de las dos modalidades. Por eso
ha de tenerse en uenta que una obra literaria no puede
onsiderarse poéti a por el mero he ho de estar elaborada
de modo versi ado; sino que es pre iso, además, que en
su ontenido resplandez a la belleza, expresada en este a-
so mediante la palabra. De ahí que, en uanto a los temas
de ará ter religioso, un mero verso piadoso, por fervoroso
que sea, no umple todavía por ese simple he ho on las
ondi iones que exige el verdadero arte poéti o.
En este sentido, entre la es asa produ ión religiosa a
onsiderar omo verdaderamente poéti a, la poesía místi a
de San Juan de la Cruz sobresale omo un produ to aislado
uya indudable ategoría está fuera de dis usión. Existen
otras poesías religiosas, no muy numerosas, dignas también
de ser onsideradas, omo algunas rimas místi as de Santa
10 Alfonso Gálvez

Teresa, el famoso anónimo a Cristo Cru i ado No me

mueve mi Dios para quererte, iertas Odas de Fray Luis


de León, o algún soneto de Baltasar de Al ázar.
Quizá extrañe al le tor la falta de itas de otros poetas
lási os de la Lengua Castellana. Cir unstan ia que no se
debe a otra osa que al he ho de que apenas si han ulti-
vado la Poesía religiosa. Y en uanto a las po as omposi-
iones que Lope de Vega, por ejemplo, dedi a a la Poesía
religiosa, nada hay que de ir sino que no pare en ser pre i-
samente de lo mejor de su obra. Por lo demás, po o puede
de irse de los poetas más modernos en lo que se reere a
la Poesía religiosa, y menos aún si tenemos en uenta las
ondi iones que onsideramos ne esarias para on eder va-
lor poéti o a una omposi ión literaria. Y on respe to a
los ontemporáneos, sólo resta ha er una omprensiva alu-
sión a la gran multitud de poetas religiosos a tuales, uya
ambi ión y buena fe son asi tan grandes omo su falta de
inspira ión poéti a.
Tampo o debe sorprender al le tor la ir unstan ia de
que nun a traigamos a ola ión en nuestros trabajos a poe-
tas extranjeros, salvo alguna rarísima ex ep ión. La razón
de este pro eder estriba en que la Poesía es intradu ible a

otra lengua distinta a la de su na imiento. Pues las ideas o


Florilegio 11

on eptos se pueden expresar, a través de la prosa, según


variadas y múltiples maneras que, en denitiva, no depen-
den ex lusivamente de unas determinadas palabras (para
algo existen los sinónimos y la multitud de estilos litera-
rios) ni, por lo tanto, de un idioma determinado. Mientras
que en la Poesía, por el ontrario, su ontenido depende

a la vez de los on eptos y de las palabras expresamente

utilizadas en este aso. Y siendo estas últimas absoluta-


mente diferentes al tradu irlas a otra Lengua, pierden on
el ambio la belleza de la expresión (el on epto puede ser
el mismo, pero no la palabra que lo expresa). Sin ontar
on las exigen ias de la rima y on el he ho, por demás
indis utible, de que una misma palabra puede ser bella en
un idioma (dentro o fuera del mismo ontexto) pero no en
otro, por más que se reeran al mismo on epto.
Por otra parte, el verdadero arte poéti o, expresivo en
este aso de elevados sentimientos religiosos o místi os a
través de la belleza del lenguaje, no pre isa utilizar ne e-
sariamente palabras piadosas o de ará ter religioso, tal
omo queda demostrado laramente, por ejemplo, en la
poesía de San Juan de la Cruz.
Por lo demás, tampo o onviene apresurarse en iden-
ti ar la poesía religiosa on la poesía místi a. Pues, si
12 Alfonso Gálvez

bien es ierto que toda poesía místi a es religiosa, no to-


da poesía religiosa es místi a. Y si ya en el ámbito de la
Espiritualidad ristiana se admite una diferen ia, in luso
esen ial, entre la simple ora ión y la ora ión ontempla-
tiva, semejante diversidad habrá de ser tenida en uenta
también, mutatis mutandis, on respe to a esas dos lases
de poesía religiosa. Sin olvidar lo di ho más arriba a er a
de que lo piadoso no es sinónimo de lo bello.
A ve es se tiende a reer que la poesía religiosa, por
el he ho de serlo y puesto que la belleza es un ingrediente
ne esario del ará ter poéti o, no puede faltar nun a omo
elemento de su ontenido. La verdad, sin embargo, es que
lo bello no va ne esariamente ligado a lo religioso, de pri-

mera inten ión al menos. En la Biblia apare en textos muy


expresivos en sentido ontrario: Soy gusano y no hombre,
oprobio de los hombres y abye ión para la plebe,
3
por no
aludir a otros mu hos de los Profetas e in luso también
del Nuevo Testamento. Pues el propósito de la Biblia no
es artísti o sino didá ti o, sin que obste para nada el he-
ho de ontener libros tan eminentemente poéti os omo
El Cantar de los Cantares.

3
Sal 22:7.
Florilegio 13

Alguien podría objetar, no sin ierto fundamento, que


la sublime gloria de la tragedia de la Cruz, unida a la
bondad de Dios por la ual ha otorgado al ristiano la po-
sibilidad de ompartir los sufrimientos y la muerte de su
Hijo, poseen la inefable belleza que se podría esperar de
uno de los más grandiosos designios divinos. Sin embar-
go, también debe tenerse en uenta que la magni en ia
que se desprende de tales gra ias, on edidas tan generosa-
mente al hombre, solamente es per eptible en el ánimo del
dis ípulo de Jesu risto por vía indire ta, tanto por lo que
ha e a su ontenido y efe tos a per ibir omo por lo que se
reere al ámbito de la pura reexión. Lo ual guarda po a
rela ión on la Estéti a, uyo esen ial ará ter onsiste en
mostrar el objeto meramente omo Pul hrum, dire tamen-
te y sobre todo ante la per ep ión sensorial del ser humano.
No es la reexión, sino la Estéti a, la que se rela iona on
la ontempla ión dire ta del Pul hrum ; y ya de ía Santo
Tomás que la belleza es per ibida por el hombre a través
de los sentidos de la vista y el oído.

Este libro es un sen illo omentario a algunas de las


omposi iones del autor, re opiladas espe ialmente en el
14 Alfonso Gálvez

opús ulo Los Cantos Perdidos,


4 en forma de breves apí-
tulos y sin tratar de profundizar demasiado (en temas de
por sí ya muy difí iles), a n de que sea a esible a una
gran mayoría de personas.5
Puesto que el n prin ipal de la Poesía no es otro que el
de manifestar sentimientos que de otro modo serían inex-
presables, pro urando para ello llegar hasta lo más íntimo
del alma, o allí adonde no puede llegar la simple prosa,
pare e que el omentario a una obra de ará ter poéti o
no dejará de ofre er di ultades. Por lo general, la expli-
a ión en prosa llana del ontenido o signi ado de una
obra poéti a no suele satisfa er a asi nadie. Tal omo se
desprende, por ejemplo, de la obra en prosa de San Juan
de la Cruz, en la que el ontraste entre la brillante belleza
de sus poesías y la aspereza y omplejidad de su prosa es

4
Segunda Edi ión, Shoreless Lake Press,
Los Cantos Perdidos
New Jersey (USA), 2011; itado en adelante omo CP.
5
Este riterio no se ha seguido on exa titud en la parte nal del
libro o Re apitula ión, donde se exponen ideas que pueden resultar
difí iles para los es asamente ini iados en la vida espiritual. En uan-
to a las itas de los versos que aquí se ontienen, en referen ia a Los
Cantos Perdidos, ha de tenerse en uenta que se ha en según la ver-
sión orregida de la Ter era Edi ión (en el momento de la reda ión
de este libro, todavía sin publi ar).
Florilegio 15

bastante notorio; sin ontar on que no siempre resulta pa-


tente el paralelismo que el Santo pretende estable er entre
el lirismo de sus luminosas estrofas, de una parte, y las
on lusiones do trinales orrespondientes, de otra.
Y on todo, si la Poesía es apaz de al anzar rin ones
del alma a los que no puede llegar la prosa llana, tampo o
ella es apaz de de irlo todo. Pues, siendo ierto que el

orazón humano ha sido dotado de la apa idad de amar,


on posibilidades de innitud que, por eso mismo, nun a se
pueden ver sa iadas hasta que no des anse en Ti, según
de ía San Agustín, de ahí que la simple prosa siempre
podría añadir algo a la Poesía; o al menos roturar para ella
nuevos ampos, apa es a su vez de ser también ultivados.
Y omo la Poesía, si es verdadera, es siempre la expre-
sión de un Amor que es in apaz de entender de límites o
de medidas y al ual, pre isamente por eso,

No pueden aguas opiosas extinguirlo


ni arrastrarlo los ríos. . . 6

De la misma e idénti a manera abe de ir que,

6
Ca 8:7.
16 Alfonso Gálvez

ni o éanos de palabras podrán nun a agotarlo,


ni elaborados dis ursos expli arlo.

De donde, si la Poesía puede suplir, siquiera en parte


y a través de la belleza de su lirismo, aquello que no pudo
expresar el lenguaje llano, abe pensar enton es que siem-
pre la prosa quizá pueda añadir algo a la Poesía. Pues es
laro que una nitud puede ser omplementada por otra,
y ambas a su vez por otras nuevas. . . , hasta llegar todas
ellas a la úni a Innitud que es apaz por sí sola de olmar
el orazón del hombre y de abar ar todas las osas.
I

Si vas ha ia el otero,
deja que te a ompañe, peregrino,
a ver si el que yo quiero
nos da a beber su vino
en a abando juntos el amino.1

La existen ia del ristiano trans urre omo la de quien


se en uentra desterrado en tierra extraña, por lo que su
vida onsiste en un in esante aminar ha ia su Patria: No

tenemos aquí iudad permanente, sino que vamos en bus a

de la futura.
2

1
CP, n. 1.
2
Heb 13:14.
18 Alfonso Gálvez

Así fue omo los grandes maestros de la espiritualidad


ristiana entendieron el modo de vida del dis ípulo de Je-
su risto: la Subida al Monte Carmelo, de San Juan de la
Cruz, el Itinerario del Alma ha ia Dios, de San Buenaven-
tura, o el fatigoso amino a través de las diversas Moradas
hasta llegar a lo más re óndito del Castillo Interior, de
Santa Teresa. In luso Jesu risto des ribió el periplo exis-
ten ial de sus seguidores omo la travesía a través de una
senda difí il, estre ha y abrupta: ½Qué angosta es la puer-
ta y estre ho el amino que ondu e a la Vida, y qué po os

son los que la en uentran!


3

De manera que lo primero que se ha e patente al ris-


tiano es el he ho de que su vida trans urre en tierra ex-
traña, fuera de su Patria, ha ia la ual pre isamente se
en amina. Una realidad que posee dos signi ados distin-
tos, negativo y positivo.
Signi ado negativo para quienes se empeñan en ha er
de la tierra por la que aminan su Patria denitiva. Es
la postura hoy más extendida, in luso en la misma Iglesia
dentro de los ambientes de la Teología progresista moder-
nista, donde in luso es sostenida por Jerarquías E lesiás-

3
Mt 7:14.
Florilegio 19

ti as de alto rango. Condu e a un fra aso desgarrador en


el que se ha e muy difí il la vuelta atrás.
Aunque existe también una inmensa multitud que pa-
re e pensar que ni siquiera hay amino por el que andar.
Como puede verse, por ejemplo, en los ono idos versos de
Antonio Ma hado:

Caminante, no hay amino,


se ha e amino al andar.4

La falta de un amino que guíe los pasos del hombre


hasta llegar a la Patria, donde le aguarda su Destino nal,
es propio de las ideologías paganas. Para el ateísmo, el
hombre es un ser que vaga sin rumbo hasta a abar en la
nada, según una on ep ión de la vida humana va ía de
ontenido y desprovista de sentido. En palabras del mismo
Jesu risto, quien no le sigue a Él anda en tinieblas,
5 y de

4
Aunque es lo más probable que el poeta, más bien que negar la
ondi ión itinerante de la vida humana, no pretendiera otra osa que
la de ha erse e o de la di ultad de un amino que ada hombre ha
de ir onstruyendo para sí mismo y que se en uentra, además, repleto
de eventualidades.
5
Jn 8:12.
20 Alfonso Gálvez

ahí que el ristiano sea bien ons iente de que es un ser


itinerante y un in ansable bus ador:

Bus ando mis amores,


iré por esos montes y riberas,
ni ogeré las ores,
ni temeré las eras,
y pasaré los fuertes y fronteras.6

En la rosada aurora
salí a bus ar, on paso apresurado,
a Aquél que me enamora;
y, habiéndole en ontrado,
libre por n de terrenales lazos,
morir quise de amor entre sus brazos.7

El sentido positivo del on epto de itineran ia orres-


ponde a quienes saben que aminan por tierra des ono i-
da e inhóspita, aunque on la segura esperanza de que les
aguarda una Patria omo Hogar denitivo, al abo de una

6
San Juan de la Cruz, Cánti o Espiritual.
7
CP, n. 15.
Florilegio 21

agreste singladura. Y es privativo de los dis ípulos de Jesu-


risto, los uales saben bien, por bo a del mismo Maestro,
que existe tal amino y que está bien trazado y a mano
rme: Adonde Yo voy, ya sabéis el amino . . . Yo soy el

Camino, la Verdad y la Vida.


8

Es verdad que la estrada de la existen ia ristiana está


olmada de di ultades y sinsabores (la senda estre ha y
difí il). El prin ipal de los uales onsiste, para el dis ípulo
de Jesu risto, en verse forzado a vivir en la llamada No he
Os ura del alma, ausada a su vez por el alejamiento de
su Señor. De ahí que su existen ia se vea tan olmada
de ansiedades omo alimentada de esperanzas, ante una
ausen ia que él por sí solo no sería apaz de omprender:

De no he se mar hó ha ia la montaña,
de no he se alejó por el sendero,
de no he me dejó, por tierra extraña,
de no he me quedé sin ompañero.9

Aunque goza de la lara on ien ia de que amina ha-


ia su Patria, mientras se ve subiendo ha ia la ima del

8
Jn 14: 4.6.
9
CP, n. 27.
22 Alfonso Gálvez

Monte Carmelo; o hasta el punto más alto del otero, omo


di e el verso. Lo ual es su iente para olmar su ora-
zón. Con una tan segura esperanza que sabe que jamás se
verá onfundida, según las palabras del Apóstol: La tribu-

la ión produ e la pa ien ia; la pa ien ia, la virtud probada;

la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no queda-

rá defraudada.
10 De esta forma, los sufrimientos y ontra-
tiempos que le propor iona la vida tienen sentido para él,
des ono iendo así la amargura y la desespera ión que se
apoderan de quienes are en de Jesu risto, que son aqué-
llos que viven sin esperanza y sin ono er el porqué de su
existen ia.
De alguna manera, aminar en dire ión al Monte Car-
melo, si bien es todavía una labor de itineran ia, también
es en ierto modo un estar en la Patria, ya poseída de
momento, siquiera sea en forma de arras o primi ias: Vo-

sotros os habéis a er ado al Monte Sión, a la iudad del

Dios vivo. . . , a la asamblea gozosa y a la Iglesia de los

primogénitos ins ritos en los ielos.


11

Pues el ristiano no ha e su amino en soledad y


de ahí la ansiosa ex lama ión deja que te a ompañe, pere-

10
Ro 5: 35.
11
Heb 12: 2223.
Florilegio 23

grino , sino que anda en ompañía de su Maestro. Con


lo que tiene motivos su ientes para atravesar el Valle de
Lágrimas en el gozo de ir junto a Él, mientras es u ha su
voz. Lo que le propor iona, ya desde ahora, un sentimiento
de exulta ión que no es sino la primi ia de lo que algún
día será para él la Alegría Perfe ta: El amigo del Esposo,

el que está presente y le oye, se alegra grandemente al oír

la voz del Esposo. Por eso mi alegría es ompleta.


12

Y más ompleta todavía uando onsidera que también


viaja on sus hermanos. Porque, omo veremos enseguida,
el amor a Dios pasa previamente, al menos omo ondi ión,
por el amor a ellos. Aunque Dios sea, en último término,
la fuente y el prin ipio de todo amor.

12
Jn 3:29.
II

Deja que te a ompañe, peregrino. . .

El ristiano no viaja solo en su peregrina ión ha ia la


Patria, sino que lo ha e en ompañía de sus hermanos.
Creado por el Amor y para el amor, su Fin último es el
Amor In reado. . . , al que no es posible llegar, una vez em-
prendido el amino, sin haber vivido previamente el amor
reado (1 Jn 4:20).
El ristiano ama a sus hermanos porque tanto él omo
ellos son igualmente hijos de Dios (1 Jn 3:1). Teniendo en
uenta, sin embargo, que al igual que el amor paterno
lial sobrenatural es inmensamente superior a ese mismo
amor según la sangre o natural, lo mismo puede de irse del
26 Alfonso Gálvez

amor fraterno. Y más todavía, puesto que los hermanos


pertene en en este aso al mismo Cuerpo de Cristo y han
sido redimidos por la misma Sangre.
Y on todo, la razón prin ipal para amar a los her-
manos en la fe se fundamenta en otra que es tan sen illa
omo profunda. Cual es la de que quien verdaderamente
ama a Jesu risto, ama también lo que es amado por Él.
Pues, ¾ ómo no amar todo aquello que la persona amada
ha e objeto de su propio amor. . . ? De ahí que San Juan
diga laramente que quien no ama a su hermano, a quien

ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.


1

Pero si partimos de la base según la ual el amor es la


fuente de toda alegría (en Ga 5:22 apare e la aridad omo
el primero de los frutos que el Espíritu Santo ausa en el
alma, y el gozo omo el segundo), pronto se omprende que
el amor a los hermanos, lejos de ser una mera obliga ión
impuesta por pre epto, es fuente in esante de un rego ijo
digno de ese nombre y apaz de ha er exultar el alma. Ya el
Antiguo Testamento lo pro lamaba así, utilizando in luso
palabras pintores as:

1
1 Jn 4:20.
Florilegio 27

½Oh qué bueno y qué gozoso


es estar los hermanos juntos!
Es omo ungüento pre ioso en la abeza,
que des iende por la barba,
por la barba de Aarón.2

Mientras que otras ve es pondera los bene ios que se


derivan de la unión entre hermanos: El hermano ayudado

por el hermano es omo una plaza fuerte y muralla inex-

pugnable.
3

Sin embargo, hubo que esperar al Nuevo Testamento


para llegar a la verdadera onsagra ión del amor fraterno.
Fue Jesu risto quien lo promulgó omo su mandamiento
nuevo y omo señal distintiva, a la vez, por la ual serían
re ono idos sus dis ípulos (Jn 13: 3435).
El amino de peregrina ión ha ia la iudad futura
(Heb 13:14) es angosto, empinado y difí il (Mt 7:14). Por
eso Dios, en su innita bondad, quiso que el hombre via-
jara a ompañado. Ofre iéndole a la vez la oportunidad de
ejer itarse en el amor que un día, llegado ya a la meta,

2
Sal 133: 12.
3
Pro 18:19, según la versión Vulgata y el texto griego de la versión
de los Setenta.
28 Alfonso Gálvez

se onvertiría en un inmenso y audaloso río en el Cielo:


uando la parte pasará a ser el todo y el ensayo ederá el
paso al estreno y representa ión denitiva de la obra.
Y así es omo el aminar angustioso a través del Valle
de Lágrimas se ha tro ado, gra ias al amor y a la bondad
de Dios, en el gozo subsiguiente al sentimiento de ir a om-
pañado por alguien a quien se ama. Como había ompren-
dido muy bien San Juan Bautista: El amigo del Esposo,

que le a ompaña y le oye, se alegra grandemente al oír la

voz del Esposo. Por eso mi gozo es ompleto.Pues ami- 4

nar de manos del amor da alas para la andadura, y hasta


onvierte el yugo más duro en peso suave y en arga ligera
(Mt 11:30):

A ude y aminemos,
y ruzaremos juntos por el vado,
y entrambos bus aremos
las huellas del Amado,
hasta que al n lleguemos a su lado.5

Desgra iadamente, el orazón del hombre ha queda-


do tan menguado a ausa del pe ado que, on bastante

4
Jn 3:29.
5
CP, n. 16.
Florilegio 29

fre uen ia, suele olvidar este estado de osas. Al haberlo


imaginado omo algo demasiado grande y elevado (nun a
lo sublime ha en ontrado abida en lo vulgar), lo ha susti-
tuido por on eptos ordinarios y más apa es de adaptarse
a sus po o elevados sentimientos, más fá ilmente ompren-
sibles por quien ha optado por rebajar su propia ondi ión.
Así es omo la aridad el verdadero amor ha sido sus-
tituida por la solidaridad ; la onversa ión amorosa se ha
redu ido a la ondi ión de puro diálogo (entendido al modo
puramente humano y uya ara terísti a prin ipal onsiste
en no ondu ir nun a a nada); mientras que la venera ión
a los hermanos por amor ha dado paso al respeto a los
dere hos humanos. Y todo ello en un mundo de hipo resía

en el que no hay solidaridad que valga ni tampo o verda-


dero diálogo, y donde los dere hos humanos no pasan de
ser una entelequia que nadie en uentra por ninguna parte.
Triste desgra ia la de aquéllos que, habiendo sido des-
tinados a aminar juntos en la alegría del amor fraterno,
olvidaron denitivamente que podían haber suavizado el
amino, siempre áspero y abrupto, mediante la dul e ale-
gría de re orrerlo en ompañía de aquéllos a quienes se
ama. . . , y la de sentirse a la vez amado por ellos:
30 Alfonso Gálvez

Amado, subiremos
al monte de la ruda y del omino;
y uando al n lleguemos
al abo del amino,
alegres beberemos de tu vino.6

6
CP, n. 19.
III

a ver si el que yo quiero


nos da a beber su vino. . .

En la no he de la Última Cena, llegado el momento


de la institu ión de la Eu aristía, Jesús había di ho a sus
dis ípulos: Os aseguro que desde ahora ya no beberé más

del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo on

vosotros en el Reino de mi Padre.


1

La hora de beber del fruto de la vid junto on el Maes-


tro, una vez llegados a la Casa del Padre, será el Final de
un Camino que hasta ahora había sido un largo y peno-
so itinerario. Como de ía el Apóstol: He peleado un buen

1
Mt 26:29.
32 Alfonso Gálvez

ombate, he al anzado la meta.


2 Será el momento por el
que el dis ípulo durante tanto tiempo había suspirado y
para el ual había sido reado:

Amado, subiremos
al monte de la ruda y del omino;
y uando al n lleguemos
al abo del amino,
alegres beberemos de tu vino.3

La imagen del vino posee una pe uliar relevan ia en


la Sagrada Es ritura. Va siempre aso iada a la idea de los
desposorios (episodio de las bodas de Caná), así omo a
la del amor llegado a plenitud entre el Esposo y la esposa.
Se trata de una metáfora, iertamente. Pero para el ser
humano este li or va unido siempre a la idea de la alegría:
El vino alegra el orazón del hombre, de ía ya el salmista,4
y puesto que el gozo es el fruto onsiguiente al amor, au-
sados ambos por el Espíritu Santo en el alma, nada tiene
de parti ular que la esposa de El Cantar de los Cantares
ompare los amores del Esposo a la suavidad del vino:

2
2 Tim 4:7.
3
CP, n. 19.
4
Sal 104:15.
Florilegio 33

½Béseme on besos de su bo a!
Son tus amores más suaves que el vino.5

En ninguna realidad se ha e más patente la indigen-


ia del lenguaje humano pobreza y miseria, habría que
de ir omo en la del amor, on la onsiguiente di ultad
para formular iertos on eptos que, por otra parte, son
los más elevados y sublimes. Pero si ya tales on eptos son
in apa es de expresar en profundidad el ontenido al que
se reeren, ¾qué de ir de los vo ablos on los que se for-
mulan di hos on eptos. . . ? Así es omo se ve el hombre
ondenado a no poder omuni ar en totalidad a los demás,
y ni siquiera a omprender por sí mismo, la insondable pro-
fundidad y grandeza de los sentimientos que embargan su
alma. Y de ahí que su vida trans urra animada por la es-
peranza, salpi ada de suspiros y alimentada de anhelos,
en un impulso que tiende ha ia adelante en bus a de lo
que presiente, hasta sentirse morir de ansiedad
inde ible

uando pare e que aún no logra onseguirlo:

5
Ca 1:2; f 1:4.
34 Alfonso Gálvez

Sus ojos me miraron


antes de que la aurora apare iera,
y herido me dejaron
de amor, en tal manera,
que sin verlos de nuevo, pere iera.6

Por eso el Esposo de El Cantar de los Cantares res-


ponde a la esposa on el mismo lenguaje. ¾Y de qué otro
modo podría ha erlo si quiere ser oído y entendido por
ella. . . ? He ahí la maravillosa ondes enden ia del Amor,
que de tal modo llega a rebajarse a n de poder estable er
una rela ión de intimidad on la reatura. Y por eso nun a
será posible, ni siquiera en la Patria, llegar a omprender
el grado innito de amor que signi a la En arna ión del
Hijo de Dios:

½Qué dul es son tus ari ias, hermana mía, esposa!


Dul es más que el vino son tus amores,
y el olor de tus ungüentos
es más suave que el de todos los bálsamos.7

6
CP, n. 37.
7
Ca 4:10.
Florilegio 35

No es de extrañar que los poetas y enamorados del


mundo hayan dedi ado la inspira ión de sus musas, junto
al arte de sus liras, a antarle al amor puramente humano.
Cuando es imposible llegar a lo más alto e ina esible,
no queda sino ontentarse on lo que está más er ano.
¾Cómo antar al amor divino, y aun ni siquiera al amor
divinohumano. . . ? Sólo los místi os se atrevieron a ha-
erlo, utilizando para ello todos los tropos y guras del
lenguaje, siempre insu iente por lo demás, y enteramente
in apaz de expresar los sentimientos de un orazón enamo-
rado de Dios. De ahí que la poesía místi a, aun dentro de
su insu ien ia, sea la osa más apaz de onmover el ora-
zón humano, hiriéndolo hasta el dolor y ha iéndole sentir
aquello que pudo haber sido. . . , y que se perdió por ulpa
del pe ado.
Y la Es ritura insiste en utilizar la imagen del vino
para hablar de la embriaguez que produ e el amor. Y es
que ni Dios mismo, en su ardoroso deseo de omuni arse
on el hombre, pudo hallar otras palabras para expresar
mejor los sentimientos de embeleso ¾existirá otra palabra
para de irlo mejor? y de gozo inefable que produ e el
verdadero amor:
36 Alfonso Gálvez

Voy, voy a mi jardín, hermana mía, esposa,


a oger de mi mirra y de mi bálsamo,
a omer la miel virgen del panal,
a beber de mi vino y de mi le he.8

Pero aún vivimos en este mundo, y son demasiados los


hombres que no han querido entender estas osas. Y de ahí
la a tualidad de las palabras del Evangelio de San Juan:
En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la re-

ibieron.
9

8
Ca 5:1.
9
Jn 1: 45.
IV

. . . en a abando juntos el amino.

Trans urrido el urso de la vida humana, uya dura-


ión es indeterminada y su hora nal imprevisible, llegado
es el momento de gozar del des anso y de la feli idad del
Hogar: He lu hado un buen ombate, he onsumado la a-

rrera, he guardado la fe . . .
1 Por eso hablaron algunos, on
toda razón, de la hermosura de la Muerte Cristiana, ha-
iéndose e o de un sentimiento también ompartido por el
Salmista: Es pre iosa ante los ojos del Señor la muerte de

sus santos.
2

1
2 Tim 4:7.
2
Sal 116:15.
38 Alfonso Gálvez

En realidad, si siempre fue bueno dejar atrás las peri-


pe ias de una vida al menos mediante el olvido del que
hablaba la poesía de San Juan de la Cruz en la que
abundaron más las penalidades que las alegrías, el gozo de
la llegada al Hogar patrio en uentra hoy mayores razones
para justi arse, dada la situa ión en la que se en uentra
el Mundo. Y en lo que respe ta al dis ípulo de Jesu risto,
no abe de ir sino que ne esariamente ha de sentirse extra-
ño y forastero en un ambiente que no puede omprender
y por el que se sabe despre iado. Por eso la Carta a los
Hebreos, reriéndose a nuestros antiguos Padres en la fe,

de ía que: en la fe murieron todos ellos, sin haber onse-

guido las promesas, sino viéndolas y saludándolas desde

lejos, y re ono iendo que eran peregrinos y forasteros en

la tierra . . . Pero aspiraban a una patria mejor, es de ir, a

la elestial. Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado

Dios suyo, porque les ha preparado una iudad.


3

De ahí la hermosa despedida de su existen ia terrena,


tal omo la des ribió San Juan de la Cruz en los versos de
su inefable poesía:

3
Heb 11: 13.16.
Florilegio 39

Quedéme y olvidéme,
el rostro re liné sobre el Amado,
esó todo y dejéme,
dejando mi uidado
entre las azu enas olvidado.4

Solamente a los Santos se les podía o urrir la pirueta


de onsiderar las tribula iones de esta vida omo simples
uidados a los que ahora ya se puede dejar atrás, onside-

rándolas sen illamente omo osas olvidadas. San Juan de


la Cruz, lejos de lamentarse por las penalidades pasadas,
no es atima su rego ijo para de ir que las ama; puesto que
si en su momento sirvieron para ha erle parti ipar de la
Existen ia de Jesu risto y, más espe ialmente de su Muer-
te, ahora son perlas pre iosas que adornan su orona. Y
siendo así, ¾ ómo podría quejarse del modo en que habían
afe tado a su vida? De ahí las palabras que les prodiga
uando asegura que las deja entre las azu enas.
Y si bien es ierto, omo ya de ía el Libro de Job, que
la vida del hombre sobre la tierra (y más espe ialmente la
del ristiano) es mili ia (Jb 7:1), o un buen ombate según
la ono ida expresión de San Pablo (2 Tim 4:7), también

4
San Juan de la Cruz, No he Os ura.
40 Alfonso Gálvez

es pre iso re ono er, tal omo lo insinúa El Cantar de los

Cantares, que se trata de un verdadero ombate de amor


(Ca 2:4).
Lo ual ambia por ompleto la perspe tiva en la que
ha de ser examinado el itinerario del ristiano a través de
su traye toria terrena. Puesto que la vida humana puede
ser equiparada a una justa o torneo (1 Cor 9:25) uando
antes era onsiderada meramente omo un aminar a tra-
vés de un Valle de Lágrimas. Ahora apare e, sin embargo,
omo una ontienda entre rivales que tratan de onseguir
la vi toria, sin que falte en ella la emo ión onsiguiente que
ha e latir el orazón de los que van a lu har. Y más toda-
vía: pues, ¾qué puede pasar uando el rival on quien se va
a ompetir es nada menos que Dios, on las mismas posi-
bilidades de vi toria otorgadas a ambos agonistas? Tanto
es así omo que ualquiera de ellos puede sentirse impul-
sado a orrer más deprisa que su ontendiente para llegar
primero a la meta:
Florilegio 41

Si pues seguimos juntos el sendero,


deja que me adelante, yo el primero,
allí donde se a aba la vereda
y el duro trajinar atrás se queda.5

Pues al amor pertene e la virtud de ha er que la lógi-


a y la normalidad ambien el sentido, y hasta la sustan-
ia, de aquellas osas que los hombres habrían ali ado
normalmente omo disparatadas y absurdas. Jesu risto no
mostró extrañeza ante la peti ión del Apóstol Pedro de
ir a su en uentro aminando por en ima de las aguas. Por
otra parte, el siervo de la parábola de los talentos, devolvió
a su señor el doble de lo que había re ibido para nego iar
(Mt 25:20), on lo que quedó laro para siempre que al-
guien puede entregar más de lo re ibido ; y que, si bien es
ierto que todo es gra ia y que todo depende de la gra ia,
también es verdad que le ha sido otorgada al hombre la
fa ultad de amar en verdad y on verdad. Y de ahí que se
haga en él realidad aquello de que hay más alegría en dar
que en re ibir.
6De donde, siendo esen ialmente el amor
dona ión y entrega aún más que re ep ión, no podía ser de

5
CP, n. 89.
6
He h 20:35.
42 Alfonso Gálvez

otra manera una vez que se ha entrado en un mundo de


realidades en el que no existen las utopías.
Y puesto que, efe tivamente, lo propugnado por la Nue-
va Religión, que es la del Modernismo, des ono e lo que
es el verdadero Amor y sus exigen ias, es por lo que vive
de ensoña iones que no tienen ningún fundamento en el
mundo del ser. Debido a que quien no ama no ono e a
Dios, puesto que Dios es amor,
7
la Nueva Religión vive de
fantasías que no llegan más allá de lo que al anza la ima-
gina ión humana; y de ahí que no rea en el Amor. Como
que es algo demasiado grande que se le es apa, dado aso
que no puede superar las limita iones del entendimiento
y del orazón humanos. Lo ual expli a también que los
teólogos modernistas, uyos nombres de todos son ono i-
dos, no rean en la existen ia del Inerno: ¾Cómo van a
admitir la posibilidad de un re hazo total al ofre imiento
de un Amor total en el que no reen?
Y para que nada falte el itinerario del ristiano a tra-
vés del Valle de Lágrimas, omo o urre siempre on las vías
de un amor que todavía está en amino, es una verdade-
ra aventura , también surgen durante la mar ha difí iles
momentos de os uridad en los que pare e que el Esposo

7
1 Jn 4:8.
Florilegio 43

ha desapare ido y omo que fuera imposible en ontrarlo


de nuevo:

Subí hasta las estrellas


pensando que en alguna
iba a en ontrar vestigios de tus huellas;
mas yo no hallé ninguna
aminando ha ia el Sol, desde la Luna.8

Hasta que llega por n el momento en el que, dejado


ya atrás el Camino andado y una vez onsumada la ta-
rea en omendada, ha llegado la hora de la feliz y denitiva
unión on el Amado. El tiempo de ha er realidad el instan-
te, tan ansiado y tan profundamente esperado, de arribar
a las orillas donde se goza para siempre del inmenso Mar
del Amor divino:

Y allí fueron mis penas fene idas


junto al mar do se unieron nuestras vidas,
me ido en suaves ondas, produ idas
por las azules aguas removidas.9

8
CP, n. 10.
9
CP, n. 46.
V

Amado, yo quisiera
al aire del jardín gustar tu ena,
pues es la primavera
y el monte ya se llena
de romero, tomillo y hierbabuena.1

Un ierto hombre ofre ió una gran ena . . .


2

La ena es un queha er diario en la vida del ser hu-


mano, uno más entre otros, uya referen ia es utilizada

1
CP, n. 51.
2
L 14:16.
46 Alfonso Gálvez

alguna vez por la Es ritura para aludir al requerimiento


amoroso he ho por Dios al hombre: He aquí que estoy a

la puerta y llamo. Si alguno es u ha mi voz y me abre,

entraré en su asa y enaré on él, y él enará onmigo.


3

A este propósito, una serie de a onte imientos lave en


la vida de Jesu risto, fundamentales para los hombres de
todos los tiempos y repletos de ontenido, tuvo lugar en la
no he de la Última Cena : la Institu ión de la Eu aristía, la
Primera Misa elebrada en la Historia de la Humanidad,
la institu ión del Sa erdo io, la Promulga ión del Manda-
miento Nuevo, el Mensaje y las últimas palabras de despe-
dida. . . Demasiadas y grandes osas que sobrepasarían en
mu ho el ordinario a onte imiento de una ena o ualquier
intento de propor ionar expli a iones.
El libro del Apo alipsis, por su parte, emplea la metáfo-
ra de la ena para hablar de lo que Dios ha preparado para
los que le aman: Bienaventurados los llamados a la ena
de las bodas del Cordero.
4 Y también: ½Venid y ongregaos

para la gran ena de Dios!


5

3
Ap 3:20.
4
Ap 19:9.
5
Ap 19:17.
Florilegio 47

Igualmente, San Juan de la Cruz se reere, en una de


sus mejores estrofas, al ará ter embriagador de una ena
pe uliar y de indudable ará ter místi o:

La no he sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la músi a allada,
la soledad sonora,
la ena que re rea y enamora.6

Es osa sabida que el lenguaje amoroso también utiliza


esa metáfora para expresarse, siquiera sea de alguna mane-
ra y puesto que no le es posible a udir a otra mejor; y on
mayor razón uando se trata del amor divinohumano. To-
do lo ual, hasta aquí, es fá il de omprender. Ahora bien,
abría preguntar: ¾Por qué valerse pre isamente de la -
gura de la ena para ha er referen ia a los momentos más
deli ados y profundos del amor?
Sin duda que la hora de la ena ordinariamente a om-
pañada de la ideas que sus ita la no he , ha evo ado des-
de siempre en el ser humano el momento del des anso, del
oloquio y del trato on los seres queridos una vez que han

6
San Juan de la Cruz, Cánti o Espiritual.
48 Alfonso Gálvez

sido onsumadas las tareas del día. In luso pare e ser el


instante preferido por los seres que se aman omo el más
ade uado para gozar de la intimidad que siempre ha bus-
ado el amor. Después de todo, omo muestra la historia
de la Espiritualidad ristiana, fueron los grandes enamo-
rados de Jesu risto quienes se mostraron partidarios de la
superioridad de la vida ontemplativa sobre la a tiva. Y
es que el diálogo amoroso en uentra su lugar más propio,
junto on el silen io, en la quietud que propor ionan la
soledad y el alejamiento de las osas.
¾Por qué Jesu risto eligió el momento de la Cena para
vivir algunos de los instantes más intensos de su existen-
ia, en los que apuntaba ya la ulmina ión de su misión, y
que Él aprove hó para re apitular lo más entrañable de sus
enseñanzas? La uestión de la oportunidad del momento,
onsiderada en sí misma, no pare e gozar de trans endental
importan ia, aunque es indudable que posee un profundo
signi ado místi o. Al n y al abo, el momento de la e-
na entraña la idea del n de la jornada, en el que se da

de mano a los trabajos del día y se onsidera llegado el


momento del des anso y de la intimidad familiar o amo-
Florilegio 49

rosa.7 Y todo ello antes de que la no he (que en este aso


sería la os uridad) a abe de abatirse. Que por eso de ía
Jesu risto que es ne esario que hagamos las obras del que

me ha enviado mientras es de día, porque llega la no he

uando nadie puede trabajar.


8

En este sentido, la idea del n de la jornada signi a,


sobre todo para el ristiano, el nal del viaje. Que es lo

mismo que de ir el momento de la llegada a la Patria,


uando las fatigas e in lemen ias del amino quedan ya
atrás. San Juan de la Cruz hablaba a este respe to de los
uidados que le habían embargado durante su vida y que
ahora, por n, dejaba atrás, olvidados entre las azu enas.
Pensamiento que ha sido omún en la poesía místi a:

7
Conviene re ordar que San Agustín aso iaba la idea del amor
on la del des anso: Nos hi iste, Señor, para ti y por eso nuestro
orazón andará inquieto hasta que des anse en ti. Para el Santo, el
Amor requiere el des anso, además de que no puede darse el des anso
sin amor.
8
Jn 9:4.
50 Alfonso Gálvez

Si pues seguimos juntos el sendero,


deja que me adelante, yo el primero,
allí donde se a aba la vereda
y el duro trajinar atrás se queda.9

La esposa de El Cantar de los Cantares pare e igual-


mente deseosa de bus ar los instantes más propi ios, en
los que reina el silen io y se goza de la soledad, para estar
junto al Esposo:

Ven, amado mío, vámonos al ampo;


haremos no he en las aldeas.10

Sin embargo, también quiere apresurarlos, quizá on


el n de saborearlos antes de que la os uridad total de la
no he se abata sobre el mundo:

Antes de que refresque el día


y se extiendan las sombras
ven, amado mío, semejante a la ga ela,
semejante al ervatillo, por los montes de Beter.11

9
CP, n. 89.
10
Ca 7:12.
11
Ca 2:17.
Florilegio 51

Evidentemente, algo que pare e desprenderse entre


otras mu has osas de todo este poéti o mundo de metá-
foras y alegorías, es la ne esidad en la que se en uentra el
ristiano de aprove har el orto instante en el que Dios le
ofre e su Amor para a eptarlo. Pues la vida es demasiado
breve y se esfuma rápidamente, abo ada omo está a un
momento nal uya llegada nun a es previsible A la ho-
ra que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre De12 .

donde otras dos importantes le iones a tener en uenta


aquí:
La primera se reere a que la mejor parte es aquélla que
alguien supo es oger, muy inteligentemente: Marta, Marta,
te preo upas e inquietas por mu has osas. Cuando una

sola es ne esaria. Y María ha es ogido la mejor parte, que

no le será arrebatada.
13 La otra, en ompleta on ordan ia
on la anterior, tiene que ver on el atinado onsejo de San
Pablo a los eles de Colosas, dirigido también a todos los
ristianos: Bus ad las osas de arriba. . . , saboread las osas
de arriba, y no las de la tierra.
14

12
L 12:40.
13
L 10: 4142.
14
Col 3: 12.
VI

El verdadero dis ípulo de Jesu risto, mientras dura su


ondi ión de peregrino sobre la tierra, no puede sino sentir
repugnan ia por el mundo en que vive.
Sumido en un ambiente ada día más pagano y que
in luso odia a Dios, el dis ípulo se ve obligado a vivir en
una so iedad en des omposi ión en la que lo más aberrante
se ha onvertido en lo normal, y en la que se han al anzado
niveles de degrada ión que olo an al ser humano en una
situa ión muy inferior a los de los animales.
Viviendo en tal medio, quienes se atreven a oponerse a
los riterios del mundo son perseguidos de manera despia-
dada. El mismo uadro de valores que a lo largo de tantos
siglos fueron ongurando la iviliza ión ristiana, es ob-
jeto hoy, sin embargo, del más absoluto de los despre ios.
Así se ha he ho posible que el Reino del Engaño haya
quedado entronizado de forma denitiva, ayudado a su vez
54 Alfonso Gálvez

por los nuevos sistemas de manipula ión de las mentes, on


los que se ha logrado que el hombre abra e sin va ila iones
la op ión por la Mentira.
Hasta la misma Iglesia ha aído en el abismo de una
profunda risis, en la que sus Jerar as no han sabido impe-
dir el hundimiento en la onfusión de millones de sus hijos.
Y si bien es un he ho ono ido el de que la Institu ión no
puede pere er, según la promesa de su Divino Fundador,
los eles de buena voluntad se ven ahora obligados a bus-
arla por uno u otro lado, en uanto que a menudo no

resulta fá il en ontrar dónde está la verdadera Iglesia.

En tal situa ión, es omprensible que el ristiano que


sin eramente bus a a Jesu risto sienta nostalgia del Cielo,
junto a unos vehementes deseos de apartarse del ruido y
de las osas de este mundo a n de estar on su Señor. Y
por eso de ía la esposa de El Cantar de los Cantares :

Ven, amado mío, vámonos al ampo;


haremos no he en las aldeas.
Madrugaremos para ir a las viñas,
veremos si brota ya la vid,
si se entreabren las ores, si ore en los granados,
y allí te daré mis amores.1

1
Ca 7: 1213.
Florilegio 55

De lo ual también se ha e un lejano e o la poesía


místi a popular:

Vayamos a los prados


y a la rosada aurora esperaremos
de todos olvidados.
Y allí nos quedaremos
y el despertar del ampo es u haremos.2

Tenido en uenta lo ual, ¾habrá que reer enton es


que el ristiano ya no se onsidera iudadano de la iudad
terrenal? ¾Tal vez haya que imaginarlo omo un desertor,
o omo indiferente al menos a las osas de este mundo?
La pregunta podría ser ontestada simplemente negan-
do el supuesto. Para el sentimiento omún, el ristiano se
o upa por igual de las dos esferas: la del ielo y la de la tie-
rra, sin que parez a haber pensado nadie que vaya a dejar
de olaborar en la edi a ión de la iudad terrestre omo
iudadano de pleno dere ho. Aunque tal respuesta, si bien
es orre ta, en ierto modo no deja de ser simplista. Pues
el problema es bastante más ompli ado de lo que pare e,

2
CP, n. 65.
56 Alfonso Gálvez

dado que el dis ípulo de Jesu risto se ve abo ado a situa-


iones de tensión tan paradóji as omo refra tarias a las
solu iones sen illas.
Jesu risto tuvo buen uidado en subrayar que sus dis-
ípulos habrían de permane er en este mundo, a pesar de
no pertene er a él, por lo que elevó su peti ión al Padre no
para que los sa ara de este mundo, sino para que los librara

del Maligno (Jn 17:15). Por lo demás, según la parábola


de los talentos, las monedas son entregadas a los siervos,
no para que las guarden, sino para que las nego ien hasta

que vuelva su Señor a re ibir uentas; y por eso el siervo

perezoso es arrojado a las tinieblas (Mt 25: 14 y ss.). San


Pablo, por su parte, ree que va a re ibir por n la orona
de la justi ia después de haber lu hado un buen ombate

y onsumado la arrera (2 Tim 4:7). En realidad, todo el


onjunto de la Revela ión insiste siempre en que ada uno
re ibirá una retribu ión según sus obras.3
Con todo, el dis ípulo de Jesu risto, a semejanza de
María la hermana de Lázaro, que supo elegir la mejor parte
(L 10:42), vivirá siempre bajo el impulso de es apar de
este mundo para estar on su Señor. Y así es omo, por

3
Aparte de los textos ontenidos en los Evangelios, f., por ejem-
plo, Ro 2:6; Ap 2:23; 18:6; 20: 1213.
Florilegio 57

ejemplo, lo armaba San Pablo: Me siento apremiado por

los dos extremos: el deseo que tengo de morir para estar

on Cristo, lo ual es mu hísimo mejor, o permane er en

la arne, que es más ne esario para vosotros.


4 Y de ahí
su onsejo a los olosenses: Bus ad las osas de arriba. . .

Saboread las osas de arriba, no las de la tierra.


5

De ahí la situa ión de tensión, o de orazón desgarra-


do, a la que se ve sometido el ristiano durante el perío-
do de su peregrina ión terrenal. No puede des ono er que
se en uentra viajando por una tierra extraña, aminando
en bus a de su verdadera Patria: No tenemos aquí iu-
dad permanente, sino que vamos en bus a de la futura.
6

Considerado el problema desde un punto de vista super-


ial, y más todavía si se pres inde de la fe, abría pensar
que el ristiano se en uentra sometido a una situa ión de
esquizofrenia existen ial: por una parte, ha de vivir en el
mundo on todas sus onse uen ias y afrontando todo tipo
de eventualidades; y por otra, ha de sentirse enteramente
ajeno a su entorno y a tuar omo si nada tuviera que ver
on él. Como de ía el Apóstol, a propósito de este último

4
Flp 1: 2324.
5
Col 3: 12.
6
Heb 13:14.
58 Alfonso Gálvez

punto: Hermanos, os digo esto: el tiempo es breve. Por lo

tanto, en lo que queda, los que tienen mujer, que vivan o-

mo si no la tuviesen; y los que lloran, omo si no llorasen;

y los que se alegran, omo si no se alegrasen; y los que

ompran, omo si no poseyesen; y los que disfrutan de este

mundo, omo si no disfrutasen. Porque pasa la aparien-

ia de este mundo.
7 ¾Estamos, según esto, ante la aporía
de dos situa iones antagóni as e insostenibles en su mutua
oposi ión. . . ?
El arroz suele ultivarse en tierras álidas y en terrenos
pantanosos o en har ados, por lo que se di e que es una
planta que gusta tener los pies en el agua y la abeza en el
fuego. La postura del ristiano no se sustenta sobre una ba-
se ontradi toria, sino en una posi ión de equilibrio entre

poso iones aparentemente ontrarias pero que en realidad

son omplementarias. Y omo suele su eder en ualquier


situa ión en la que es pre iso guardar un ierto equilibrio:
que resulta difí il mantenerlo. Por lo que onviene re or-
dar que nadie ha di ho que la existen ia ristiana sea osa
fá il o pro live a las posturas ómodas. Se trata de situa-
iones omplementarias porque el ser humano es materia
y espíritu, sometido a la prueba mientras amina por un

7
1 Cor 7: 2931.
Florilegio 59

sendero que está situado entre dos mundos el Cielo y la


Tierra a los que pertene e a la vez, en fran a ne esidad
de probar su fe y de parti ipar así en los sufrimientos y en
la muerte de su Señor.
De ahí la ne esidad de que pisen sus pies la tierra on
rmeza, a n de poder ompartir los problemas de sus
hermanos. . . , y de poner al mismo tiempo su orazón en el
Cielo, su verdadera Patria a la ual in ansablemente se di-
rige. Sin que se pueda de ir que ualquiera de las dos posi-
iones deje de tener importan ia ante la otra, dado que son
omplementarias y mutuamente se ne esitan: la entrada en
la Patria prometida que es el Cielo, por ejemplo, depende
del modo omo se haya llevado a abo la andadura en la
Tierra; mientras que una estan ia fru tuosa en la Tierra,
aprove hando en plenitud las eventualidades, ir unstan-
ias y problemas (los propios y los de sus hermanos, los
demás hombres) que se vayan presentando, está vin ulada
al he ho de haber sabido elevar el orazón al Cielo.
De todos modos, la andadura terrenal se ha e suavidad,
y hasta se reviste de belleza, uando el orazón vive en la
nostalgia de su Señor, uyo re uerdo llena la existen ia
del dis ípulo on la segura esperanza de que algún día el
Camino habrá llegado por n a su término. Donde no habrá
60 Alfonso Gálvez

ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo

anterior ya pasó.
8 Y uando el dis ípulo enamorado de su
Señor haya arribado denitivamente

allí donde se a aba la vereda


y el duro trajinar atrás se queda.9

Será allí, y solamente allí, donde la esposa es u hará


por n on laridad la voz del Esposo. Y donde se uni-
rá para siempre on Aquél a quien su inquieto y herido
orazón anduvo bus ando durante toda una vida:

Y allí fueron mis penas fene idas


junto al mar do se unieron nuestras vidas,
me ido en suaves ondas, produ idas
por las azules aguas removidas.10

8
Ap 21:4.
9
CP, n. 89.
10
CP, n. 46.
VII

De no he se mar hó ha ia la montaña,
de no he se perdió por el sendero,
de no he me dejó, por tierra extraña,
de no he me en ontré sin ompañero.1

Desde que Jesu risto as endió a los Cielos a la vista de


sus Apóstoles y dis ípulos, los ristianos han llorado por
su ausen ia y sufrido la nostalgia de su presen ia. Si bien
se han sentido onfortados, sin embargo, por la esperanza
de su prometido Regreso. Desde enton es han tras urrido
siglos, e in luso milenios, en los que los dis ípulos que to-
davía perseveran se han visto abrumados por la tristeza de

1
CP, n. 27.
62 Alfonso Gálvez

sentirse abandonados, a la vez que sostenidos por el deseo


vehemente de verlo de nuevo.
Al prin ipio de los a onte imientos, la Comunidad pri-
mitiva estaba onven ida de que su Regreso era osa de
días, tal vez de meses, pero no de mu ha mayor tardanza
en todo aso. Sin embargo fue pasando el tiempo y, tal o-
mo o urrió on las vírgenes de la parábola, la desesperanza
fue invadiendo a los dis ípulos y el re uerdo de su Señor
se fue ha iendo ada vez más difuso.
Pues es verdad que se estaba demorando demasiado:
Como tardaba en venir el esposo, les entró sueño a todas y

se durmieron.
2
Hoy apenas si queda un redu ido número
de dis ípulos que lo siguen aguardando, en grupos aislados
ada vez más redu idos, a medida que el Mundo intensi a
su perse u ión ontra ellos. Y por si todo eso fuera po o,
viven todos bajo la inquietud del anun io de su Maestro,
o aquélla según el ual aún no ha llegado lo peor: Pero
uando venga el Hijo del Hombre, ¾en ontrará fe sobre la

tierra?
3

Por supuesto que, dada la situa ión del Mundo y la


que pade e la Iglesia, no es extraño que los que siguen

2
Mt 25:5.
3
L 18:8.
Florilegio 63

siendo eles vivan agobiados por la tristeza que les produ-


e la ausen ia de su Señor. La ual, por ierto, ya había
sido anun iada por Él en la No he de la Cena de Despe-
dida: Ahora voy a quien me envió y ninguno de vosotros

me pregunta: ¾Adónde vas? Pero porque os he di ho esto

vuestro orazón se ha llenado de tristeza; pero os digo la

verdad: os onviene que Yo me vaya . . .


4 Y ya antes les ha-
bía advertido: Hijos, todavía estoy un po o on vosotros.

Me bus aréis, y omo les dije a los judíos: Adonde Yo

voy, vosotros no podéis venir, lo mismo os digo ahora a

vosotros.
5

De ía León Bloy que la úni a tristeza es la de no ser


santos. Pero en realidad todavía se puede hablar de una
tristeza mayor, ual es la que se deriva del he ho de la
ausen ia del Señor. Cualquier otra osa que pueda o urrirle
a un ristiano no debiera suponer para él motivo alguno
de angustia, puesto que, para los que aman a Dios, todo
lo que les su ede es para su bien (Ro 8:28).
La esposa de El Cantar de los Cantares se lamenta
amargamente porque no en uentra al Esposo, uando lo
bus a ansiosamente en medio de la no he. Pues no he es

4
Jn 16: 57.
5
Jn 13:33.
64 Alfonso Gálvez

para el ristiano ualquier situa ión en la que Jesu risto


parez a haber desapare ido: Porque llega la no he, uando

nadie puede trabajar.


6 Pues, ¾qué se puede ha er, uando
la ausen ia del Esposo lo onvierte todo en No he Os ura
en la que la vida pare e haber quedado privada de todo su
sentido?:

En el le ho, entre sueños, por la no he,


busqué al amado de mi alma,
busquéle y no le hallé.
Me levanté y re orrí la iudad,
las alles y las plazas,
bus ando al amado de mi alma.7

Pero enton es, ¾dónde ir uando todo pare e indi ar


que el mundo ha perdido la fe y que hasta la misma Iglesia
ha llegado a pensar que es el hombre su dignidad, sus
dere hos lo úni o que verdaderamente importa?
¾Cabe imaginar una situa ión más dolorosa que la ofre-
ida por la Iglesia y el Mundo, los uales pare en haber
perdido de vista a Jesús y ya no en uentran la forma

6
Jn 9:4.
7
Ca 3: 12.
Florilegio 65

de hallarlo por ninguna parte? Mujer, ¾por qué lloras?

preguntaron los ángeles en el sepul ro ya va ío a Ma-


ría Magdalena. Porque se han llevado a mi Señor y no

sé dónde lo han puesto, respondió ella.8


¾A aso se en uentra ya la Iglesia Peregrina en la eta-
pa nal y más difí il de toda su Historia, señalada en las
profe ías omo la de los Últimos Tiempos? ¾Es llegado el
momento difí il en el que hasta los mismos elegidos, sin-
tiéndose aislados y abandonados en medio de un mundo
des reído, se enfrentan también al peligro de llegar a du-
dar de su fe (Mt 24:24)? Pero si el Mundo ya no en uentra
a Jesu risto, es que las Tinieblas se han aído sobre él:

De no he se perdió el Amado mío,


omo se es onde el sol tras el ollado,
ual se pierde en el mar el an ho río
y en los frondosos bosques el venado.9

Con todo, el verdadero dis ípulo de Jesús nun a verá


defraudada su esperanza: Nos gloriamos en las tribula io-
nes sabiendo que la tribula ión produ e la pa ien ia; la pa-

ien ia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza.

8
Jn 20:13.
9
CP, n. 26.
66 Alfonso Gálvez

Y la esperanza no defrauda.
10 Al nal, uando todo pare-
e perdido, de nuevo vuelve a oír en la lejanía el silbo del
pastor que lo orienta ha ia donde Él se en uentra:

De tu vergel un ave
por tu ausen ia antaba en des onsuelo;
y oyó tu voz suave,
y, alzándose del suelo,
a bus arte emprendió veloz su vuelo.11

10
Ro 5: 35.
11
CP, n. 13.
VIII

En la no he serena
del silen ioso valle nemoroso,
en dolorosa pena,
la espera del Esposo
de angustiosa impa ien ia el alma llena.1

La Esperanza es la Ceni ienta de las tres virtudes teo-


logales. La menos ono ida, de la que menos se habla, e
in luso la que es onsiderada por mu hos omo la que go-
za de menos importan ia. La verdad es, sin embargo, que
omponen las tres una unidad en la ual, de faltar una sola,
desapare erían también las otras dos. San Pablo las atalo-
ga sin más omo las tres virtudes, re ono iendo que forman

1
CP, n. 11.
68 Alfonso Gálvez

un onjunto homogéneo en el que, sin embargo, le es asig-


nado a la aridad el puesto más importante (1 Cor 13:13).
En el presente estado de peregrina ión ha ia la Patria
en el que se en uentra el ristiano (Heb 13:14), la Caridad
sin la virtud de la Esperanza are ería de sentido y ni sería
imaginable su existen ia. Y lo mismo puede de irse de la
Esperanza a falta de la Caridad, o de la Fe on respe to a
ualquiera de las otras dos.
Es ierto, sin embargo, que una vez onsumado el Ca-
mino y al anzada denitivamente la Jerusalén Celestial,
solamente la Caridad permane e en tan bienaventurada
existen ia (1 Cor 13:8), pues la esperanza que se ve ya

no es esperanza; pues ¾a aso uno espera lo que ve?


2 Pe-
ro mientras llega ese momento, es la Esperanza la que da
sentido y propor iona el aliento ne esario para peregrinar
a través del Valle de Lágrimas. ¾Y ha ia dónde se en a-
minaría el ristiano sin ella. . . ? ¾Y qué valor habría que
on eder a una existen ia terrena llevada a abo a través
de una senda estre ha, ardua y empinada (Mt 7:14), sin
saber adónde se va ni el porqué de tan duro amino. . . ?
Así pues, sin la virtud de la Esperanza, se desvane e toda
idea de una existen ia ristiana que, por otra parte, deja-

2
Ro 8:24.
Florilegio 69

ría de tener signi ado: Y si tenemos puesta la esperanza

en Cristo sólo para esta vida, somos los más miserables de

todos los hombres.


3 Que por eso alguien dejó onstan ia:

En va ilante vuelo ha ia el otero,


bus a un ave, de amores malherida,
al que fue de su vida el ompañero;
mas, viendo su esperanza fene ida,
muerta quedó, perdida en el sendero.4

A prin ipios de los años in uenta del siglo pasado, pu-


bli ó Samuel Be kett su tragi omedia Esperando a Godot,
dentro del género del teatro del absurdo. Una obra exis-
ten ialista que trata de mostrar la aren ia absoluta de
sentido de la vida humana, y en la que dos personajes,
Vladimir y Estragon, esperan en vano a un tal Godot que
nun a llega. Aunque el autor negaba toda referen ia a Dios
en la alusión al nombre del esperado Godot (God, o Dios
en el idioma inglés), es evidente la inten ión nihilista de
mostrar la suprema in oheren ia humana en el he ho de
esperar a un Dios prometido que no llega y que nun a va

3
1 Cor 15:19.
4
CP, n. 30.
70 Alfonso Gálvez

a llegar. Y en ese sentido fue universalmente interpretada


la obra.
Y ya en el terreno de la perspe tiva orre ta, hemos
visto que, según San Pablo, la pérdida de la verdadera Es-
peranza onvierte al ristiano en el más miserable de to-
dos los hombres. Claro está que el existen ialismo, atraído
siempre por el misterioso abismo sin fondo del noser, va
más allá y disminuye al hombre hasta redu irlo a un ser
sin esperanza, abo ado a la nada y sometido a una forma
de existen ia efímera y arente de sentido.
Y on todo, aún no ha llegado la reatura a omprender
lo que su ede uando se reniega de la Esperanza, teniendo
en uenta que la tragedia que sigue omo resultado sobre-
pasa a todo lo imaginable por el entendimiento humano.
Ya no se trata ahora de que la pérdida de la Esperanza
deje redu ido al hombre a un ser para la nada, omo quie-
re el existen ialismo, sino que lo onvierte en una rea-
tura ondenada a una eterna desespera ión en la que ha
desapare ido ualquier asomo de esperanza. No en vano
Dante olo a en el frontispi io de la Puerta de Entrada al
Inerno la ins rip ión:
Florilegio 71

Por mí se va a la iudad doliente;


por mí se va al eterno dolor;
por mí se va entre la gente perdida.
La Justi ia movió a mi supremo Autor.
Me hi ieron la divina potestad,
la suma sabiduría y el amor primero.
Antes que yo no hubo osa reada,
sino lo eterno, omo yo, que duro para siempre.
Vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza.5

De manera que en la Ciudad del Dolor que dura para


siempre, de la que ha sido desterrado denitivamente ual-
quier indi io de Amor, también se ha desvane ido deni-
tivamente la Esperanza, que jamás volverá a apare er en
la onstante su esión de siglos y siglos que, en el tiempo
sintiempo de la Eternidad, ya no ono erá término ni n.
La virtud de la Esperanza, si bien es verdad que pro-
viene de lo Alto, es engendrada en su origen por las tri-
bula iones y sufrimientos que el dis ípulo de Jesu risto va
en ontrando a lo largo de su vida. Pues ella es la que, por
paradoja, da sentido y onvierte tales pruebas en frutos de

5
Dante, La Divina Comedia, Inerno, Canto 3.
72 Alfonso Gálvez

Eternidad, además de ser la ausa prin ipal de la Alegría


que normalmente olma la existen ia ristiana, omo ha e
notar el Apóstol San Pablo: Nos gloriamos en las tribu-

la iones sabiendo que la tribula ión produ e la pa ien ia;

la pa ien ia, la virtud probada; la virtud probada, la es-

peranza. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de

Dios ha sido derramado en nuestros orazones por medio

del Espíritu Santo que se nos ha dado.


6

Por lo ual, y en ontra de lo que suele reerse, lejos de


ser la Esperanza una mera virtud de onsola ión, debido a
una de esas extrañas aparentes ontradi iones uyo fondo
último sólo Dios ono e, está destinada a sembrar de gozo
el viaje del ristiano en su re orrido hasta la Patria. Un
apasionante itinerario que, si bien normalmente trans urre,
tal omo ha sido di ho, a través de una senda angosta y
abrupta, adquiere sin embargo al mismo tiempo el tono
que orrespondería al Camino de la Perfe ta Alegría.

6
Ro 5: 35.
IX

En el terreno que estamos tratando, hablar de Diálo-


go Amoroso sería una tautología. Y si se quiere de ir de

manera más lara, una redundan ia, puesto que no hay


verdadero diálogo que no sea amoroso. Si toda rela ión
entre seres ra ionales, ya sea del Creador on sus reatu-
ras, la de éstas on su Creador o la de ellas mismas entre
sí, adopta ne esariamente la forma de una rela ión amo-
rosa, fá il es omprender que no hay modo alguno de que

pueda realizarse si no es a través del amor.


Todas las reaturas son un reejo de las perfe iones
divinas, de las uales parti ipan en grado mayor o menor.
No puede haber rela ión alguna, digna de ese nombre, en-
tre las reaturas ra ionales, que no implique una analogía
74 Alfonso Gálvez

de semejanza on las rela iones existentes entre las Perso-


nas Divinas.1
La Palabra pronun iada a er a de Sí mismo y para
Sí mismo por el Padre desde la Eternidad, en uentra o-
mo Respuesta exhaustiva, en el mismo instante atemporal
y eterno, la Persona del Hijo (genera ión intele tual). La
ual orresponde a su vez on la répli a de un Sí amoroso,
perfe to y absoluto que, junto a la opera ión inmanente
del Padre, viene a onstituirse omo espira ión amorosa y
re ípro a de ambos en la Persona del Espíritu Santo (es-
pira ión a tiva y pasiva). De donde, si Dios es Amor, es
porque es Diálogo amoroso entre Personas distintas omo
tales (en una sola y úni a Esen ia Divina). A partir de ese
momento, todo verdadero diálogo, reejo y parti ipa ión

1
Cuatro son las rela iones reales existentes entre las Personas en
el Seno de la Trinidad: la paternidad, la lia ión, la espira ión a tiva
y la espira ión pasiva. Solamente tres de ellas se en uentran en mu-
tua oposi ión (rela ión de oposi ión) y son, por lo tanto, realmente
distintas: la paternidad, la lia ión y la espira ión pasiva. La espi-
ra ión a tiva solamente se opone a la espira ión pasiva, pero no a
la paternidad ni a la lia ión, de las que se distingue, por lo tanto,
on una mera distin ión virtual. De ahí la Trinidad de Personas, las
uales son realmente distintas entre sí, aunque todas se identi an
on la Úni a y Simpli ísima Esen ia Divina.
Florilegio 75

al n y al abo  omo todo lo reado de las perfe iones


de Dios, no puede ser sino amoroso.
Según lo ual, todo diálogo es la expresión de una re-
la ión de amor. Para eso, y no para otra osa, le on edió
Dios al hombre el don de la palabra y de la omuni a ión.
Si en el seno de la Trinidad, la Palabra ha respondido on
el Sí absoluto que supone una perfe ta rela ión de amor
entre las Personas Divinas, toda otra palabra pronun iada
a partir de ese momento, bien sea de Dios a sus reaturas,
de éstas a Dios o de ellas entre sí, dejaría de tener sentido
si no es para dar urso expresivo a una rela ión amorosa.
En realidad el lenguaje se desvirtúa uando deja de ser
un mero vehí ulo de expresión del amor. Atribuirle ual-
quier otro sentido supone una aberra ión, en uanto que
ontraría el orden natural estable ido por el plan de Dios,
por el ual y para el ual reó a sus reaturas ra ionales.
Toda palabra pronun iada fuera de ese ontexto es vana:
Os digo que de toda palabra o iosa que hablen los hombres

darán uenta en el día del Jui io. Por lo tanto, por tus

palabras serás justi ado y por tus palabras serás ondena-

do.
2

2
Mt 12: 3637.
76 Alfonso Gálvez

Dios no ha hablado jamás al hombre sino para mani-

festarle su amor. Y de ahí que sea su Palabra tan álida,


dul e y suave omo perentoria, tal omo así lo re ono e el
verso:

Es la voz del Esposo


omo la huidiza estela de una nave,
omo aire rumoroso,
omo susurro suave,
omo el vuelo no turno de algún ave.3

Y al mismo tiempo es ortante, aguda, e az y pene-


trante hasta lo más profundo del alma y del orazón. Pues
no de otra forma es el amor, y más todavía uando es el
Amor Perfe to e Innito Quien se entrega y habla: La Pa-

labra de Dios es viva y e az, más ortante que una espada

de doble lo: penetra hasta la división del alma y del es-

píritu, de las arti ula iones y de la médula, y des ubre los

sentimientos y pensamientos del orazón.


4

No podía ser de otro modo, desde el momento en que


el amor se halla en el punto enteramente opuesto a la su-
per ialidad, a la par ialidad o a la temporalidad; por lo

3
CP, n. 87.
4
Heb 4:12.
Florilegio 77

que no entiende de relatividades ni de ondi iones, sino


solamente de la totalidad y de la eternidad que supone lo
absoluto. Y así es omo lo ali a El Cantar de los Canta-

res,
utilizando el medio de metáforas expresivas formuladas
poéti amente, a la medida del entendimiento humano:

Porque es fuerte el amor omo la muerte


y son omo el sepul ro duros los elos.
Son sus dardos saetas en endidas,
son llamas de Yavé.
No pueden aguas opiosas extinguirlo
ni arrastrarlo los ríos.5

Y omo puede verse, nos en ontramos en los antípodas


de la forma omo el Mundo entiende el Diálogo. . . , in lui-
dos mu hos teólogos y pastoralistas de la Iglesia. El Diá-
logo E uméni o, omo medio de unión entre las Iglesias,

¾reúne realmente las ondi iones de un verdadero Diálo-


go. . . ? Pues los diálogos no tienen omo objeto llegar a un
punto neutro de en uentro,sino que muy al ontrario
no pueden pretender otro n que llegar al entro o lugar
mismo del verdadero amor, omo ya hemos visto. Por lo

5
Ca 8: 67.
78 Alfonso Gálvez

ual, todo pare e indi ar que sólo uando los ristianos se


en uentren dispuestos a umplir on el Mandamiento Nue-
vo, promulgado por el mismo Jesu risto en la No he de la
Última Cena, mediante la profesión de un mutuo y re í-
pro o amor, es uando se al anzará la meta deseada de la
existen ia de un solo Rebaño y un solo Pastor (Jn 10:16).
Su ede, sin embargo, que el amor es un sentimiento tan
tremendamente serio omo para ser entendido aquí bajo el
signi ado de auténti o y hasta de eloso: El Señor tu Dios
es fuego devorador y un Dios eloso.
6

Pero supone una inmensa desgra ia que el hombre no


a abe de omprender que Dios está más ansioso que él de
oír la voz de su reatura, en forma de amorosa y arma-
tiva respuesta de amor. En realidad, ni Él mismo sabría
ómo de irlo uando se dirige a ella, obligado omo está a
expresarse bajo las pobres y limitadas formas del lenguaje
humano:
Es la voz de mi amada
omo un arrullo dul e de paloma,
omo un alba insinuada
que mil olores toma
uando por n la aurora ya se asoma.7

6
De 4:24.
7
CP, n. 86.
X

Ya había advertido el Salmista que el prin ipio de toda


1
sabiduría es el temor de Dios. Pero en el Plan primero de

Dios respe to a sus rela iones on el hombre no entraba en


absoluto la idea del temor. Porque el miedo, salvo que se
trate de una simple rea ión natural derivada del instinto
de onserva ión, no es en la naturaleza humana sino una
anomalía produ to del pe ado; el ual es, a su vez, la ma-
yor de las aberra iones en que puede in urrir la reatura
ra ional:
Llamó Yavé Dios al hombre di iendo: Hombre, ¾dónde

estás? Y éste ontestó: Te he oído en el jardín, y teme-

roso porque estaba desnudo, me es ondí .


2

Pero el amor y el temor son in ompatibles, omo ya


dijo el Apóstol San Juan. Y Dios siempre había deseado

1
Sal 111:10.
2
Ge 3: 910.
80 Alfonso Gálvez

mantener on el hombre las rela iones propias del perfe to


amor:
En el amor no hay temor, sino que el amor perfe to

e ha fuera el temor; porque el temor supone astigo, y el

que teme no es perfe to en el amor.


3

De ahí la ne esidad de que, en el orden nuevo inaugu-


rado por la Nueva Alianza, el diálogo del hombre on Dios
volviera a la normalidad que en el Plan primitivo supo-
nían sus mutuas rela iones. A de ir verdad, in luso a un
estado de supera ión on respe to a la situa ión primera;
puesto que ahora, gra ias a Jesu risto, el hombre puede
hablar on Dios de tú a tú o omo entre iguales, desde el
momento en que Dios mismo se ha he ho Hombre. La ene-
mistad se ha visto transformada para siempre en amor, y
el Hombre Viejo ha sido sustituido denitivamente por un
Hombre Nuevo (Ef 2:15) uya novedad llega hasta más allá
del viejo Adán. Pues, omo es sabido, Cristo es asimismo,
desde el instante de la En arna ión, Señor del Tiempo y
el Re apitulador de todas las osas (Col 1: 1520).
Y por eso la novedad que Él ha traído onsigo supera
al estado original del momento de la Crea ión, anterior
al pe ado. Y es tan original su mandamiento nuevo omo

3
1 Jn 4:18.
Florilegio 81

para que sea dable pensar que, lejos de ser una vuelta a los
omienzos, nun a hasta enton es había sido promulgado,
ni ono ido su ri o y profundo ontenido por los hombres,
después de tantos milenios omo ontaba ya la Historia del
Mundo.
La verdad es que apenas si se ha insistido en la novedad
del mandamiento nuevo, habida uenta de la tenden ia a
onsiderarlo más bien omo una espe ie de onrma ión
del primero en el De álogo. Sin embargo, el he ho de que
Jesu risto lo haya designado omo nuevo, indu e a ver en
él una verdadera innova ión uyo ontenido trans iende
por ompleto lo exigido en el primer pre epto. Por lo que
bien puede de irse, por lo tanto, que Cristo, no solamente
ha he ho onuir en su Persona el tiempo pasado, sino
que también ha he ho a tual el tiempo futuro, renovando
a ambos.
Por eso ha podido de irse, mirando ha ia atrás, on
respe to al Tiempo ya trans urrido:
Por tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva rea-

tura: lo viejo pasó, ya ha llegado lo nuevo.


4

Y también, mirando ha ia adelante, en uanto a la su-


esión de eones que abar a a la vez el presente y el futuro:

4
2 Cor 5:17.
82 Alfonso Gálvez

El que estaba sentado en el trono dijo: Mira, he aquí

que hago nuevas todas las osas .


5

Que por eso fue pro lamado a todo el Universo reado,


en solemne onstan ia:
Jesu risto es el mismo ayer y hoy y por los siglos.
6

Pues el Amor no solamente existe omo anterior a todo


Tiempo, sino que trans iende hasta más allá del Tiempo.
Y al haber sido he ho el hombre partí ipe del Amor Per-
fe to, gra ias a Jesu risto, es laro que le ha sido otorgado
también un trasunto de la Eternidad.
Y así es omo ha llegado de nuevo el tiempo de amar.
Y on él se han vuelto a es u har los viejos antos del
amor, uyos e os han resonado por montes y ollados, pa-
ra ser repetidos luego a través de bosques umbrosos y de
frondosos prados; hasta que llegaron al mar y se mez la-
ron on el rumor de las olas. Pero no se trataba ahora de
un amor restable ido, sino de uno nuevo y más hermoso;
omo su ede siempre on ada amane er, y omo las ores
de ada primavera se ofre en a los sentidos on una nueva
y resplande iente belleza, siempre mayor que la de aqué-
llas uyo olorido y perfume alegraron a los hombres de

5
Ap 21:5.
6
Heb 13:8.
Florilegio 83

otras épo as que ya pasaron. Pues todo amor es siempre


nuevo:

Amado, en las brumosas


laderas de montañas es arpadas,
on uevas de raposas
y imas plateadas
en silen io de nieves olvidadas. . .
Allí nos estaremos
y los antos de amor entonaremos.7

De esta forma, la novedad de ahora, propor ionada por


Cristo, supera en mu ho a la novedad primera o urrida
en el momento de la Crea ión, después de que, omo dijo
el Apóstol, donde había abundado el pe ado, ahora sobre-
abunda la gra ia (Ro 5:20). Así que el mandamiento nuevo,
lejos de ser una vuelta a los omienzos, es tan original o-
mo que nun a había sido promulgado, ni tampo o hasta
ahora había sido ono ido en la amplitud de su ontenido
y en su verdadero signi ado: Pues ya no importan ni la

ir un isión ni la no ir un isión, sino la nueva reatura.


8

7
CP, nn. 83 y 84.
8
Ga 6:15.
84 Alfonso Gálvez

Y es que, por n, ha llegado de nuevo el tiempo de


amar, si bien ahora bajo la forma propia del amor perfe to,
nun a antes ono ida por la reatura, después de tantos
milenios omo ya uenta la Historia del Mundo:

Cuando la no he el manto ha abandonado,


y al alba sigue la rosada aurora,
ansioso orro hasta el orido prado
aguardando el regreso del Amado;
después de que sonó la dul e hora
en que el tiempo de amar es ya llegado.9

Y enton es la Voz de Dios ya no es vindi ativa ni ame-


nazadora de astigos, sino dul e y amorosa; y hasta hu-
milde y supli ante al menos para los hombres que quieran
oírla, tal omo suele su eder on los requiebros de ual-
quier enamorado: Mira que estoy a la puerta y llamo: si
alguno es u ha mi voz y abre la puerta, entraré en su asa

y enaré on él y él enará onmigo.


10

9
CP, n. 97.
10
Ap 3:20.
XI

In luso las gentes de buena voluntad que aman a Dios


sin eramente tienden a pensar, on respe to a la ora ión,
que Él se limita en ella a es u har. La verdad, sin embargo,
es que Dios ha querido estable er on el hombre rela iones
de verdadero amor, por lo que el diálogo divinohumano
se ha e ne esario en ellas omo elemento insustituible. Y
ahí es donde apare e la ne esidad de la ora ión.
A er a de la ual po os ristianos aen en la uenta
de que no es un mero monólogo por su parte, en el que
se exponen peti iones y se elevan a iones de gra ias a la
espera de que sean es u hadas. Lejos de eso, la ora ión es
un verdadero diálogo e in luso mu ho más todavía, pues
la rela ión de amor se expresa en variadas formas que van
más allá del simple inter ambio de palabras. Como ya lo
de ía la esposa de El Cantar de los Cantares :
86 Alfonso Gálvez

Reposa su izquierda bajo mi abeza


y on su diestra me abraza amoroso.1

Pero después de la As ensión del Señor a los Cielos,


la forma ordinaria en que tiene lugar el diálogo divino
humano es por Jesu risto y en Jesu risto, a través del Es-
píritu: Os he hablado de todo esto estando on vosotros;

pero el Pará lito, el Espíritu Santo que el Padre enviará

en mi nombre, Él os enseñará todo y os re ordará todas

las osas que os he di ho.


2

En la historia de la Espiritualidad ristiana han sido


mu hos los que han pretendido mantener alguna forma de
omuni a ión on el Espíritu, según una tenden ia que se
ha visto muy in rementada últimamente. En los tiempos
modernos, han sido los Movimientos arismáti os y simila-
res quienes han venido re lamando la realidad de tal asis-
ten ia on respe to a sí mismos. Una reen ia que resulta
imposible onrmar ni negar, pues desde que quedó e-
rrada la Revela ión o ial, a la muerte del último Apóstol,
solamente existe garantía de seguridad, en uanto a las ins-

1
Ca 2:6.
2
Jn 14: 2526.
Florilegio 87

pira iones del Espíritu, uando el Magisterio de la Iglesia

habla bajo la forma impositiva de la infalibilidad.

Y dado que no es fá il atribuir autenti idad a la asis-


ten ia no o ial del Espíritu, además de la posibilidad real
omprobada de engaños por obra del Demonio, los mís-
ti os y autores espirituales han elaborado una extensa y
ompleja do trina a er a de la llamada dis re ión o dis-
ernimiento de espíritus,en un intento por distinguir las
mo iones del bueno o del mal espíritu. Pero sea omo fue-
re, es evidente que el Espíritu de Dios posee una forma
pe uliar de dirigirse al hombre que, desgra iadamente, no
siempre se tiene en uenta; se trata sen illamente de re-
feren ias a onsiderar on respe to a sus omuni a iones,

y uya presen ia o ausen ia pueden ondu ir, siquiera de


algún modo, a la adquisi ión de una relativa seguridad en
lo que se reere a jui ios de autenti idad de las mismas.
Y así por ejemplo, el Espíritu es omedido y gusta de la
dis re ión y del silen io. En ambio aborre e la publi idad,
el boato, el ruido, o las referen ias a su Persona uando
alguien, atrevidamente y sin más fundamento que su arro-
gan ia, pretende autenti ar on ellas sus propias a iones
o do trinas. Por lo general, uando alguien pro lama a los
uatro vientos que habla o a túa impulsado por el Espíritu,
88 Alfonso Gálvez

puede armarse asi on seguridad que está hablando de su


propia ose ha. Los verdaderos movimientos del Espíritu
suelen pasar desaper ibidos, salvo para aquéllos a quienes
van dirigidos, puesto que van siempre a ompañados de la
humildad, de la modestia y de la sen illez; ualidades todas
ellas que nun a faltan en la auténti a santidad.
Cualquier hombre dis reto des onaría de pretendidas
interven iones del Espíritu realizadas on espe tá ulo. La
búsqueda del protagonismo, realizada siempre de modo
en ubierto on pretensiones de santidad mal disimuladas,
es in ompatible on los modos de pro eder del Espíritu.
Quien tampo o pare e estar dispuesto a prestarse a ser
invo ado a voluntad, omo si se tratara del genio de la
lámpara de Aladino: Donde está el Espíritu del Señor, allí
3
está la libertad . . . Y en uanto a los riterios utilizados

por Dios para repartir sus dones, y espe ialmente sus a-


rismas, son para el ser humano tan in omprensibles omo
des ono idos. Así fue omo habló Dios al profeta Elías:
El ángel dijo:

Sal y quédate en la montaña, delante del Señor.

Enton es el Señor pasó y un viento fortísimo onmo-

vió la montaña y partió las ro as delante del Señor; pero el

3
2 Cor: 3:17.
Florilegio 89

Señor no estaba en el viento. Detrás del viento, un terre-

moto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Detrás del

terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego.

Detrás del fuego, un susurro de brisa suave. Cuando Elías

lo oyó, se ubrió el rostro on el manto, salió y se detuvo a

la puerta de la ueva. Enton es le llegó una voz que de ía:

¾Qué te trae aquí, Elías?


4

La Voz de Dios no gusta del estruendo, de la publi idad


on aires de espe tá ulo o del batir de palmas. Hasta el
rumor del viento pare e detenerse para es u harla:

Cuando el alba suave aún no es mañana


y en el valle orido, entre los ejos,
exhala sus fragan ias la manzana
y se arrulla la tórtola a lo lejos,
tú lamas por tu esposa, por tu hermana,
on e o antiguo de antares viejos. . .
Y el viento ha e una pausa en sus gemidos
trayendo tu re lamo a mis oídos.5

El moderno Catoli ismo, ex esivamente pro live a que


su voz uente ante el Mundo, ha e hado mano de un alu-

4
1 Re 19: 1113.
5
CP, n. 40.
90 Alfonso Gálvez

vión de medios publi itarios: pro lamas, dis ursos, exhor-


ta iones, arengas, alo u iones, onferen ias, ursos. . . , y
nuevos y modernos métodos para pastorear a las almas.
Todos los uales pretenden ser vehí ulo de la Voz de Dios
o un e o de sus enseñanzas. Aunque su ontenido es, por
desgra ia y on más fre uen ia de lo que pare e, puro vien-
to. Con lo que obra a tualidad el antiguo orá ulo de Elías:
no estaba Yavé en el viento.
Pues suenan demasiado a me-
nudo vo es hue as que indu en a la onfusión más que a
la onanza. Mientras que, por el ontrario, el Buen Pas-
tor va delante de sus ovejas y las ovejas le siguen porque
ono en su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que

huirán de él porque no ono en la voz de los extraños.


6

El Espíritu es el Amor de Dios y utiliza un lenguaje


apropiado que se expresa a su manera, tal omo se a aba de
de ir. Por eso suele trans urrir en el silen io de la intimidad
el diálogo de los verdaderos enamorados:
Siguiendo a los pastores
llegué adonde el Amado me esperaba
o ulto en los al ores.
Y mientras que me hablaba,
el silbo de las selvas no sonaba.7

6
Jn 10: 45.
7
CP, n. 9.
Florilegio 91

En la Iglesia y sólo en la Iglesia el Espíritu habla


a los hombres a través de la voz autorizada del auténti o
y legítimo Magisterio. Jamás ha fallado en sus Palabras
y jamás se ha ontradi ho a Sí mismo. Como ya se ha
di ho, es Soberana Libertad (2 Cor 3:17), pues a túa donde
quiere y sólo se siente obligado ante Sí mismo. De ahí que
haya que suponer ex esiva osadía en quienes pretenden
onjurarlo a su apri ho y ser anales re eptivos de sus
inspira iones. Pues la realidad no fun iona así, dado que
el Espíritu sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes

de dónde viene y adónde va.


8

Y en efe to, pues, ¾quién sabe de dónde viene el Amor


y adónde ondu irá. . . ? Se puede oír su Voz, pero ¾quién
puede pretender que ha llegado a per ibir la insondable
profundidad de su ontenido? ¾Y quién jamás ha sido a-
paz de expli ar lo que es el Amor hasta ese punto que
exigen las ansias del orazón humano?

8
Jn 3:8.
XII

Si de nuevo me vieres,
allá en el valle, donde anta el mirlo,
no digas que me quieres,
no muera yo al oírlo
si a aso tú volvieras a de irlo.1

Todo el mundo estará de a uerdo en que esta lira, la


ual fue extraída de un ontexto de ará ter místi o, sería
igualmente apli able al amor divinohumano o al pura-
mente humano, aunque a diferente nivel. De todos modos
onviene advertir a er a de la ne esidad de examinar algu-
nas pre isiones previas, si es que se está dispuesto a admitir
tal equipara ión.

1
CP, n. 57.
94 Alfonso Gálvez

Como ualquiera habrá notado en seguida, la lira en


uestión se reere al amor en su forma más pura y elevada.
Una difí il tarea para la que trata de utilizar la fuerza
expresiva de la misteriosa lo u ión te amo ; la ual, aunque
omprendida y usada por todo el mundo, jamás ha sabido
nadie expli ar umplidamente su signi ado más profundo.
Por supuesto que ualquiera que la pronun ia o la es u ha
entiende laramente lo que signi a o pretende de ir, por
más que no posea la su iente apa idad de profundizar en
ella. De he ho, nadie hasta ahora ha sido apaz de penetrar
en el misterio que en ierra; y menos todavía de expli arlo
de forma exhaustiva.
Sin embargo abe de ir, ante una seria onsidera ión
del tema, que no se tarda mu ho en des ubrir lo extrema-
damente difí il que resulta apli arla al amor puramente

humano. Salvo que se esté dispuesto a ontentarse  omo


normalmente se ha e on no atribuirle más signi ado
que el es aso que dan de sí ordinariamente las meras pala-
bras. En el que, o bien se expresan sentimientos de pobre
ontenido, o bien todo queda redu ido a una de las mu has
formas que adopta el arte de mentir, apli ado a este aso.
Con lo que ya puede armarse que nos estamos a er-
ando al fondo de la uestión. Puesto que nos enfrentamos,
Florilegio 95

aunque asi nadie quiera admitirlo, al más grave de los pro-


blemas que aquejan a la Humanidad a tual; ual es el de
la alarmante realidad de que los hombres han perdido de

vista el on epto del Amor.El ual ha quedado redu ido,


on demasiada fre uen ia, o bien a lo que hoy se entiende
omo sexo, tal omo millones de seres humanos lo onsi-
deran; o bien a un puro on epto que se limita a expresar
sentimientos super iales, arentes de ontenido, que nada
o muy po o tienen que ver on las notas de totalidad, in-
ondi ionalidad, delidad y perennidad, que son esen iales
al on epto del amor.
A pesar de que in luso los ristianos apenas si se han
dado uenta del problema, es un he ho omprobado que,
desde que omenzó la nueva andadura trazada por el Con-
ilio Vati ano II, apenas si en la Iglesia se habla ya del
amor. En lo referente al amor entre los hombres, el on-
epto ha sido sustituido por el de solidaridad. Y en uanto
al debido a Dios, asi ha quedado redu ido al re uerdo de
una espe ie extinguida, propia de tiempos pasados, por la
que los ristianos pensaban amorosamente en Dios y se
dirigían a Él onados en su innita Bondad.
Por otra parte, uando la lo u ión te amo se reere
a la rela ión amorosa puramente humana, se queda po-
96 Alfonso Gálvez

bre en uanto a la expresión de su ontenido y signi a-


do. Puesto que, a diferen ia de lo que su ede en el amor
divinohumano, aquí trata de manifestarse (in luso en el
amor puro, elevado por la gra ia) mediante ideas y vo a-
blos que, aun siendo verdaderos y llenos de sin eridad, son
in apa es de expresar umplidamente la realidad a la que
intentan referirse. Por eso utiliza la metáfora y demás re-
ursos anes del lenguaje para dar vida a un onjunto de
deseos que difí ilmente logran pasar de tales. Expresiones
omo las de vida mía, orazón mío, enteramente tuyo y
otras semejantes, in luso uando no abe poner en duda
su sin eridad, no pasan de ser meros intentos y aspira io-
nes que jamás pueden llegar mu ho más allá del ono ido
quiero y no puedo.

En la lira que estamos omentando, la persona enamo-


rada le di e a la persona amada que no se dirija a ella
utilizando la expresión te amo, o que no la repita al me-
nos. Le avisa del riesgo que orre de morir al es u harla.
A lo que no queda sino de ir: pero, ¾a aso es tan fuerte el
sentimiento que puede sus itar el amor. . . ? Una respuesta
segura tendría que distinguir: De forma negativa, si la re-
feren ia es on respe to al amor que ordinariamente suele
Florilegio 97

ser ono ido omo tal; o de manera armativa, en el aso


de tratarse del verdadero amor:

Que es fuerte el amor omo la muerte


y son omo el sepul ro duros los elos.
Son sus dardos saetas en endidas,
son llamas de Yavé.2

Tanto es así que la muerte ristiana no tiene sentido si


no es por amor: Pues ninguno de nosotros vive para sí, ni
ninguno de nosotros muere para sí; pues si vivimos, para

el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.


3

Si el ristiano no muere para sí, sino para el Señor, ¾de


qué otra forma se puede de ir que su muerte es muerte de
amor? Y por eso de ía el verso:

En la rosada aurora
salí a bus ar, on paso apresurado,
a Aquél que me enamora;
y, habiéndole en ontrado,
libre por n de terrenales lazos,
morir quise de amor entre sus brazos.4

2
Ca 8:6.
3
Ro 14: 78.
4
CP, n. 15.
98 Alfonso Gálvez

Y también, on las onse uen ias ya di has que es a-


paz de produ ir el verdadero amor:

En va ilante vuelo ha ia el otero,


bus a un ave, de amores malherida,
al que fue de su vida el ompañero;
mas, viendo su esperanza fene ida,
muerta quedó, perdida en el sendero.5

5
CP, n. 30.
XIII

Si de nuevo me vieres
allá en el valle, donde anta el mirlo,
no digas que me quieres,
no muera yo al oírlo
si a aso tú volvieras a de irlo.1

Las formas de expresarse el amor humano, aun siendo


sin eras y emanadas del orazón, apenas si logran sobre-
pasar el terreno del lenguaje gurado. Frases y lo u iones
que en ellas son normales y fre uentes, omo mi vida, mi

orazón, todo y siempre tuyo, ser dos en una misma al-

ma, u otras semejantes, no llegan mu ho más allá del puro

1
CP, n. 57.
100 Alfonso Gálvez

simbolismo. El mismo a to amoroso que tiene lugar en la


rela ión onyugal, por el que ambos esposos llegan a ser
una sola arne, omo di e la Biblia,2 no pasa de ser un
intento de fusión de vidas y de posesión mutua que nun a
puede ulminar en lo que desearía ser.
Pero en la rela ión de amor divinohumana las osas
su eden de modo diferente. Ahora ya no es uestión de me-
táforas, sino de auténti as realidades. Y así es, a pesar de
que la profundidad de su ontenido todavía haya de per-
mane er durante esta vida en el más insondable misterio:
El que ome mi arne y bebe mi sangre permane e en mí

y Yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y Yo

vivo por el Padre, así aquél que me ome vivirá por mí .
3

Donde es de notar la equivalen ia que Jesu risto estable e


entre su vida y la del Padre, de un lado, y la suya propia y
la del que ome su arne, de otro. Y también se di e en otro
lugar: Yo soy el pan vivo que ha bajado del ielo. Si alguno
ome de este pan vivirá eternamente; y el pan que Yo daré

es mi arne para la vida del mundo.


4 Igualmente, las ideas
formuladas por San Pablo al respe to son tan profundas

2
Mt 19:6.
3
Jn 6: 5657.
4
Jn 6:51.
Florilegio 101

omo expresivas y aun des on ertantes: Yo vivo, pero ya

no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí . . .


5 Todos

los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de

Cristo .
6 Et .
Y lo primero a desta ar en estas expresiones es que se
fundamentan en realidades que nada tienen que ver on
la metáfora o el simbolismo. Lo que aquí en ontramos es
una verdadera transfusión de vidas en la que, más que de
inter ambio, habría que hablar de que ada uno ha e suya
la vida del otro,
aunque manteniendo su propia identidad.
Bien entendido que transfusión no signi a aquí fusión o
transforma ión de dos personas, bien sea la de ambas en
una sola, o bien la de una en la otra. Otra osa no pasaría
de ser una aberrante reen ia que ondu iría dire tamente
al panteísmo.
Mientras que en la rela ión amorosa divinohumana,
ada una de las partes onserva inta tas su propia persona
y su pe uliar identidad. Pues, omo es sabido, si a aso
no hubiera perfe ta distin ión entre las personas, tampo o
sería posible la rela ión de amor. El dis ípulo de Jesu risto
ha e suya la vida de su Maestro, pero sin dejar de ser él

5
Ga 2:20.
6
Ga 3:27.
102 Alfonso Gálvez

mismo, al mismo tiempo que la suya propia, que es omo


de ir toda su existen ia, pasa a ser osa y propiedad de
Jesu risto.
Cuando la esposa de El Cantar de los Cantares di e,
reriéndose al Esposo, que mi Amado es para mí y yo soy
para Él,
7o que yo soy para mi Amado y a mí tienden todos
sus
8
anhelos, utiliza un lenguaje poéti o omo parte que

es de un Poema, aunque no por eso deja de responder a la


realidad.
Lo lamentable de este asunto onsiste en que la mayo-
ría de los reyentes tienden a redu ir la existen ia ristiana
al umplimiento de los mandamientos, en el mejor de los
asos. Sin embargo, dentro del ontexto de la Espirituali-
dad ristiana, expresiones omo revestirse de Cristo, vivir
la vida de Cristo, o tal omo se di e del ministerio sa er-

dotal, ser otro Cristo, son ara terísti as de un lenguaje


a orde on la realidad. Quien llega a omprenderlo así,
ha e suya la vida de Jesu risto, en uanto que vive el mis-
mo amor de su Maestro y parti ipa de sus pensamientos
y sentimientos, in orporándolos omo propios a su misma
existen ia: Porque ¾quién ono ió la mente del Señor para

7
Ca 2:16.
8
Ca 7:11.
Florilegio 103

poder enseñarle? Pero nosotros tenemos el pensamiento de

Cristo.
9

En realidad, lo que signi a ha er propia la vida de la


persona amada (y no en lenguaje simbóli o) depende de la
trans enden ia que se re onoz a a tal persona y a tal amor.
Sin embargo, ¾qué puede su eder uando la Persona ama-
da es Jesu risto. . . ? O vi eversa, ¾qué hay uando alguien
es objeto dire to y de manera íntima del amor divino. . . ?
Por supuesto que quienes redu en el amor al sexo, o para
los que no signi a otra osa que un sentimiento mera-
mente super ial o pasajero, o in luso para los que no han
ono ido mas que el amor puramente humano (por más
que digni ado y elevado). . . , nada pueden saber a er a
de los efe tos del amor divinohumano. Jesús se refería
a la trans enden ia del Espíritu Santo en el orazón del
hombre para de ir de Él que el mundo no puede re ibirlo,

porque no lo ve ni lo ono e.
10

Según lo ual, la más misteriosa y entrañable de todas


las lo u iones ono idas por la raza humana, ual es la
de te amo, y que ya en el mero amor humano es apaz
de ha er vibrar de emo ión a ualquier orazón de arne,

9
1 Cor 2:16.
10
Jn 14:17.
104 Alfonso Gálvez

adquiere todavía un pe uliar signi ado en el amor divino


humano, uyo más profundo ontenido y efe tos se pierden
en el abismo insondable del Corazón de Dios.
Pero enton es, ¾qué signi a exa tamente la expresión
te amo . . . ? ¾Y qué efe tos es apaz de produ ir en el ora-

zón de una reatura uando la Persona amada a quien va


dirigida es Jesús, o uando, en re ipro idad, es la misma
reatura quien la es u ha de Aquél que además ha dado
su vida por ella? ¾O simplemente uando la reatura la
es u ha sabiendo que se trata de Él, sin que sea posible ni
ne esario espe i ar más? ¾Alguien sería apaz de enten-
der en profundidad lo que signi a esa muerte de amor a
la que alude el verso. . . ?

No muera yo al oírlo
si a aso tú volvieras a de irlo.

De todas maneras, el te amo dirigido por la esposa al


Esposo Divino, no será pronun iado ni es u hado por ella
on toda laridad y en toda la profundidad de su misterioso
signi ado hasta la llegada a la Patria. Sólo enton es se
verá olmado el amor en toda su plenitud y el orazón
humano se sentirá por n satisfe ho. Y al nal solamente
quedará lo que onforme al amor se haya vivido, pues sólo
Florilegio 105

eso será lo que uente mientras que todo lo demás no valdrá


nada.
Que por eso de ía San Juan de la Cruz que ha ia la
aída de la tarde de nuestra vida seremos examinados del
amor. De ese modo, un alma enamorada de Dios, itineran-
te todavía en el Valle de Lágrimas, podría haberlo di ho
también así, in luso a falta del estro poéti o del Santo:

La dul e voz que mi destino guía


por ásperos aminos me ondu e,
hasta que al n se desvane e el día
uando la estrella de la tarde lu e.
XIV

. . . no digas que me quieres,


no muera yo al oírlo
si a aso tú volvieras a de irlo.1

¾Es posible que una de lara ión de amor produz a tan


fuerte impa to en quien la es u ha omo para ha erle sentir
que desfalle e? Una respuesta prudente diría seguramente
que todo depende del signi ado y de la fuerza que se
atribuya al vo ablo desfalle er.
De todos modos, por lo que ha e al (verdadero) amor
puramente humano, expresiones omo la de morir de amor,

1
CP, n. 57.
108 Alfonso Gálvez

por ti muero, vida mía, u otras semejantes, aun pronun ia-


das on sin eridad y profunda emotividad, no pasan de ser
metafóri as. Amantes omo los de la leyenda shakesperia-
na de Romeo y Julieta no mueren de amor, sino a ausa
del amor, y mediante pro edimientos que nada tienen que

ver on el sentimiento amoroso.


En el amor divinohumano, sin embargo, las osas son
más ompli adas. Las expresiones que ontemplan en una
misma línea el amor y la muerte tienen aquí un sentido
más fuerte que en el amor puramente humano, y además
po o tienen que ver on la simple metáfora. Su signi ado

está más bien vin ulado a la realidad, aunque tampo o


pueda ser equiparado a la muerte físi a o orporal, de la
ual laramente se distingue. Lo u iones omo la famosa
que muero porque no muero de Santa Teresa, u otra en

la que San Pablo asegura que yo muero ada día por la

gloria que sois vosotros para mí,


2 entre otras mu has del
Nuevo Testamento, son una muestra de esos dos diferentes
signi ados. La Espiritualidad místi a gira en torno a la
idea de la muerte de amor por (en) Jesu risto. Como puede
verse, por ejemplo, en los versos de San Juan de la Cruz:

2
1 Cor 15:31.
Florilegio 109

Pastores los que fueredes


allá por las majadas al otero,
si por ventura vieredes
a Aquél que yo más quiero,
de idle que adolez o, peno y muero.3

O en los de la poesía místi a popular:

En la rosada aurora
salí a bus ar, alegre y on presura,
a Aquél que me enamora
y que, ante su hermosura,
desfalle er de amor se me gura.

El lenguaje de El Cantar de los Cantares intenta ex-


presar estas realidades de modo inteligible para el hombre.
Las metáforas que utiliza el Poema sagrado, más allá del
mero simbolismo, apuntan a un misterio uya profundidad
no es apaz de ser per ibida por la reatura; aunque a ve-
es produz an la impresión de que se reeren a la idea de
la muerte tal omo es on ebida por el ser humano:

3
Cánti o Espiritual.
110 Alfonso Gálvez

Que es fuerte el amor omo la muerte


y son omo el sepul ro duros los elos.
Son sus dardos saetas en endidas
son llamas de Yavé.4

En el ontenido del Libro sagrado, es la misma la es-


posa la que onesa alguna vez que, llevada de su amor al
Esposo, se en uentra a punto de desfalle er:

Confortadme on pasas,
re readme on manzanas,
que desfallez o de amor.5

Claro que el vo ablo desfalle er no signi a todavía


morir, y más bien tiene que ver on un fuerte sentimiento
de agotamiento o ansan io que deja al hombre omo fuera
de sí mismo.
De todos modos, la do trina místi a no va ila en uti-
lizar en este punto el on epto de muerte, en referen ia al
efe to ausado en el ser humano por la dolen ia de amor :

4
Ca 8:6.
5
Ca 2:5.
Florilegio 111

Des ubre tu presen ia,


y máteme tu vista y hermosura,
mira que la dolen ia,
de amor que no se ura
sino on la presen ia y la gura.6

Y lo mismo puede de irse, más on retamente, de la


poesía místi a en general o de la del mero amor profano,
si bien es en la primera donde adquiere su sentido más
propio:

½Si al re orrer el valle onsiguiera


junto al bosque de abetos en ontrarte,
hasta que, al n, de nuevo al ontemplarte
muerte de amor ontigo ompartiera. . . ! 7

Pero si se admite que la idea de la muerte de amor


solamente obtiene su signi ado más pe uliar dentro de la
do trina místi a, ¾ ómo pueden equipararse dos on eptos
tan opuestos omo son los de la muerte y el del amor ? Si
el amor se identi a on la vida, y el Amor Innito, que

6
San Juan de la Cruz, Cánti o Espiritual.
7
CP, n. 31.
112 Alfonso Gálvez

es Dios, es Vida Innita, no pare e posible armonizar dos


realidades tan radi almente distintas omo las del amor y
la muerte.
Pero el problema se plantea a ausa del uso in orre to,
o al menos inade uado, de los on eptos. Hasta los mismos
ristianos suelen olvidar que la muerte de los dis ípulos de
Jesu risto no tiene nada que ver on la muerte pagana
Es pre iosa ante los ojos del Señor la muerte de sus

santos .
8 Pues, así omo la segunda es un a abamiento,
la primera en ambio es un prin ipio.
De ahí la in onvenien ia de apli ar el on epto muer-

teal momento del tránsito nal del ristiano. El Apóstol


San Juan re ono ía la in ompatibilidad de ambas osas
uando de ía que la ausen ia de amor se identi a on la
muerte: Quien no ama, permane e en la muerte.9 Por eso
la primitiva ristiandad llamaba dormi ión a la muerte de
los eles. Una denomina ión orre ta aunque no pre isa-
mente la más afortunada, puesto que sus ita las ideas de
des anso, de reposo y de pasividad; uando, en realidad,
la llegada a la Patria y la entrada en posesión del amor
perfe to suponen un a to de suprema vitalidad.

9
1 Jn 3:14. Del texto se desprende indire tamente que, para el
Apóstol Evangelista, el amor se identi a on la vida.
Florilegio 113

En realidad, los mismos Apóstoles emplean el término


dormi ión (1 Cor 15: 6.18; 1 Te 4: 1415; 2 Pe 3:4), a pesar
de lo que signi a para la reatura el a to de amar. Su uso
en el lenguaje de los primeros ristianos para referirse a la
muerte de los eles se justi a, sin embargo, si se tiene en
uenta la prá ti a imposibilidad de en ontrar otro.10
Cabe preguntar enton es por el exa to signi ado del
on epto de muerte de amor, y hasta qué punto y de qué
manera es lí ito emplearlo. Utilizado omo término equí-
vo o, puede omprenderse la oportunidad de utilizar el
on epto muerte apli ado a los efe tos que ausa el amor,
puesto que, al n y al abo, se trata de perder la vida para
entregarla a la persona amada.11 Sólo que aquí, lejos de lo
que orrientemente se entiende por muerte orporal ( on
la onsiguiente pérdida de la vida físi a o natural), lo que
realmente adviene al el de Jesu risto es una situa ión que
lo olo a en el punto opuesto; puesto que ahora estamos

10
Se trata de realidades omprendidas dentro el misterio de la exis-
ten ia ristiana y que trans ienden a todo lo naturalmente ono ido
por la reatura, y de ahí la imposibilidad de en ontrar para ellas
denomina iones razonablemente ade uadas.
11
Las expresiones perder la vida, o de darla o entregarla por amor,
son fre uentes en el Nuevo Testamento (Mt 10:39; 16:25; 20:28;
M 8:35; L 9:24; 17:33; Ga 1:4; 1 Tim 2:6; Tit 2:14; et .).
114 Alfonso Gálvez

ante un ex eso o sobreabundan ia de vida, propor ionada


pre isamente por el amor, en el que se ha en al n ente-
ra realidad las palabras de Jesu risto: He venido para que

tengan vida y la tengan en abundan ia.


12

Tal ex eso de vida, produ ido por una superuen ia


de amor, frutos dire tos ambos de la a ión del Espíritu
Santo (Ga 5:22), originan a su vez una situa ión de gozo,
aunque en tal abundan ia omo para ausar en el alma el
sentimiento de un auténti o desfalle imiento, que in luso
sería apaz de robar la vida de no ser ésta onveniente-
mente sostenida por Dios. Por eso los versos de San Juan
de la Cruz:

½Oh auterio suave!


½Oh regalada llaga!
½Oh mano blanda! ½Oh toque deli ado!,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has tro ado.13

El misterio se abre a ierta omprensión si se onsidera


que el el de Jesu risto ya no puede ser ví tima de la muer-

12
Jn 10:10.
13
San Juan de la Cruz, Llama de Amor Viva.
Florilegio 115

te. Puesto que, muy al ontrario, es él quien se ha e dueño


y señor de ella: Todas las osas son vuestras: ya sea Pablo,

Apolo o Cefas; ya sea el mundo, la vida o la muerte; ya

sea lo presente o lo futuro; todas las osas son vuestras.


14

Que por eso de ía la rima:

Si vivir es amar y ser amado,


sólo anhelo vivir enamorado;
si la muerte es de amor ardiente fuego
que abrasa el orazón, muera yo luego.

Todo este modo de hablar posee un sentido místi o pro-


pio de los grados más elevados del amor divinohumano,
omo algo imposible de parangonar on el puramente hu-
mano. Que no es sino la expresión en forma poéti a, aun-
que absolutamente real, del amor divinohumano tal omo
se desprende de la Biblia y espe ialmente del Mensaje de
la Nueva Alianza.
¾En qué onsiste enton es el misterioso poder de una
de lara ión de verdadero amor? ¾Cuál es el profundo y
autivador ontenido de la expresión te amo ?

14
1 Cor 3: 2122.
116 Alfonso Gálvez

Una introdu ión al tema omenzaría por re ono er


que estamos en el umbral del más profundo de todos los
misterios, puesto que el Amor, en último término, se iden-
ti a on Dios. Con todo, podemos admitir que quien ex-
presa su amor de esa manera a la persona amada es porque
desearía ser un todo on ella. Tal es la fuerza de atra ión
de quien es ontemplado omo el ompendio de toda be-
lleza y la fuente de toda bondad; que así se expli a lo que
de ían los Antiguos a er a de que el amor es una fuerza
unitiva.
Sin perder nun a de vista, sin embargo, que esta-
mos hablando de fusión de vidas y no de personas ; puesto
que éstas han de onservar en todo momento su pe uliar
e irrenun iable naturaleza, que es lo que autoriza a de ir
que en el amor ada uno es ada uno.
Esta fusión de vidas, por lo que se reere al amor mera-
mente humano por muy puro y elevado que sea, no pasa de
ser un deseo que no llega mu ho más allá de una identidad
de sentimientos. A pesar del di ho bíbli o según el ual
serán dos en una sola arne (Ge 2:24; Mt 19:5), además

de la ompara ión que estable e San Pablo entre el amor


onyugal y la entrega de Cristo a su Iglesia (Ef 5:32). El
legítimo amor onyugal es un verdadero y elevado amor
que se sitúa in luso entre lo más sublime que le puede su-
Florilegio 117

eder al hombre durante su vida terrena. En realidad, el


puesto de inferioridad que re ibe en uanto a ataloga ión
no se fundamenta en lo que es en sí mismo, sino en su om-
para ión on el amor divinohumano y, sobre todo, on el
divino. De modo que la unión por la que los ónyuges se
ha en una sola arne queda redu ida a lo que podríamos
ali ar, en una es ala de gradua ión y en el lenguaje que
hemos onvenido en utilizar para el aso, omo de amor

analogado en segundo grado.

En uanto al amor divinohumano (analogado prime-


ro, on respe to al puro Amor divino), que efe tivamente

ontempla una real fusión de vidas, la Biblia lo expresa me-


diante lo u iones y giros que ne esariamente han de adap-
tarse a las limita iones del lenguaje humano: El que ome

mi arne y bebe mi sangre permane e en mí y Yo en él,


15

que la versión inglesa de la Biblia de Jerusalén (Double-


day), por ejemplo, tradu e omo que vive en mí y Yo en

él . . . O omo también de ía San Pablo: Vivo yo, pero ya

no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.


16

15
Jn 6:56.
16
Ga 2:20.
XV

. . . no digas que me quieres,


no muera yo al oírlo
si a aso tú volvieras a de irlo.1

Siendo la Sagrada Es ritura omo el Código de la rela-


ión amorosa divinohumana, es de notar que la expresión
te amo no apare e en ella. Solamente puede leerse en el

diálogo de Jesu risto on San Pedro, en el momento de


la institu ión del Primado, aunque expresada a modo de
interroga ión: ¾Me amas?, o bien, ¾Me amas más que és-

tos?
2 San Pedro, por su parte, responde armativamente,

1
CP, n. 57.
2
Jn 21:15 y ss.
120 Alfonso Gálvez

pero anteponiendo a modo de paliativo, omo si sintiera


ierto temeroso respeto ante el ontenido y la profundidad
de la expresión, las palabras previas Señor, tú lo sabes, o
también, tú lo sabes todo.
Ni siquiera El Cantar de los Cantares, abundante en
mutuos piropos y requiebros ruzados entre el Esposo y
la esposa, ontiene la expresión te amo. Tanto el Esposo
omo la esposa pro laman abiertamente ante todos el amor
que mutuamente se profesan, sin olvidar alabar las mu has
virtudes y gra ias que ada uno de ellos re ono e en el otro.
Pero en ningún momento apare e en el Libro Sagrado la
onfesión te amo, o al menos alguna equivalente.
Cabría preguntar enton es a er a de la razón de tan
uriosa omisión, y más aún uando se trata de libros que
ontienen las Cróni as de un amor tan perfe to omo es
el divinohumano. Aunque, para responder a lo ual, sería
ne esario ono er los misterios más re ónditos del amor y
además, lo que es aún más difí il, ser apaz de expresarlos.
Hay que tener en uenta, sin embargo, que el obje-
to de los libros onsiste en narrar he hos verdaderos o
noveles os o exponer do trinas o resultados fruto de la
espe ula ión ra ional. Pero, en uanto al misterio del ver-
Florilegio 121

dadero amor, in luida la rela ión amorosa divinohumana,


es osa imposible de ser omuni ada o transmitida a otros.
El te amo íntimo, tal omo es expresado en el amor
divinohumano, queda o ulto en el misterio del tú a tú
llevado a abo entre Dios y el hombre. El di ho de San
Pablo, según el ual ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el

orazón del hombre las osas que preparó Dios para los que

le aman,
3
no hay ne esidad de referirlo ex lusivamente a
la Vida Eterna, puesto que no existe razón que justique
tal restri ión de su signi ado. Se olvida fá ilmente que
toda auténti a rela ión de amor, y más espe ialmente la
divinohumana, queda velada para siempre en el re óndito
y ex lusivo tú y yo de ambos amantes, omo in luso pare e
indi arlo también el Apo alipsis: El que tenga oídos, oiga

lo que el Espíritu di e a las Iglesias. Al ven edor le daré del

maná es ondido; le daré también una piedre ita blan a, y

es rito en la piedre ita un nombre nuevo, que nadie ono e

sino el que lo re ibe.


4

Sin embargo, el amor posee un medio de expresarse que


puede igualar, y hasta superar, a la lo u ión te amo y que
se sitúa en un punto opuesto en uanto que utiliza, omo

3
1 Cor 2:9.
4
Ap 2:17.
122 Alfonso Gálvez

por paradoja, pre isamente el silen io. Y nos referimos a


la mirada silen iosa, apaz de insinuar sentimientos más
profundos de los que pueden ontener las palabras.
Aunque en esta o asión sí que nos ofre e el Evangelio
dos laras o asiones en las que se utiliza este modo de ex-
presión del amor. Una de ellas su ede en el momento en
que San Pedro, después de haber negado a su Maestro por
tres ve es, se en uentra on Él y se ruzan las miradas de
ambos. Jesús, sin pronun iar palabra alguna en ese ins-
tante, transmite a su apóstol a través de su mirada todo
uanto puede de ir en silen io un orazón aún más rebo-
sante de amor que antes. Tal omo lo uenta San Lu as
en su historia de la Pasión: Y al instante, uando todavía
estaba hablando, antó el gallo. El Señor se volvió y miró

a Pedro. Y re ordó Pedro las palabras que el Señor le había

di ho: Antes que el gallo ante hoy, me habrás negado tres

ve es. Y salió afuera y lloró amargamente.


5 En realidad,
de no ser por el amor, nadie habría podido pensar que el
silen io fuera apaz de ser más expresivo que las palabras.

5
L 22: 6162.
Florilegio 123

La otra o asión que narra el Evangelio se reere al su-


eso del joven ri o. El ual, habiendo re ono ido ante Jesús
que umplía los mandamientos, oyó de bo a del Maestro
que aún le faltaba algo: Y Jesús, jando en él su mirada,
6
le amó y le dijo . . . Imposible imaginar en profundidad

el ontenido de esa mirada de Jesús y, menos todavía, el


misterio (inherente a la libertad humana) de ómo pudo
aquél joven endure er su orazón y resistirse a ella.
También El Cantar de los Cantares se ha e e o de esta
manera de expresarse el amor para hablar de aquello a er a
de lo ual las palabras se re ono en in apa es:

Prendiste mi orazón, hermana mía, esposa,


prendiste mi orazón en una de tus miradas,
en una de las perlas de tu ollar.7

Momento sagrado en el que hasta la Naturaleza pare e


olaborar on su silen io. Pues ante la expresión del verda-
dero amor, y ninguno lo es tanto omo el divinohumano,
el Universo no puede menos que allar:

6
M 10:21.
7
Ca 4:9.
124 Alfonso Gálvez

Siguiendo a los pastores


llegué adonde el Amado me esperaba
o ulto en los al ores.
Y mientras que me hablaba
el silbo de las selvas no sonaba.8

Y fue pre isamente durante un silen io, el más pro-


fundo de todos los que la Historia haya ono ido jamás,
uando tuvo lugar el inefable misterio de la En arna ión
del Hijo de Dios. Pues así lo anun ia el sagrado Libro de la
Sabiduría: Cuando un profundo silen io lo envolvía todo,
estando la no he a la mitad de su amino, tu Palabra om-

nipotente, Señor, des endió de los ielos, desde su trono

real.
9

8
CP, n. 9.
9
Sab 18: 1415.
XVI

El Maestro está aquí y te llama . . .

Con estas palabras omuni ó Marta a su hermana Ma-


ría, hablándole en un aparte, la llegada del Maestro y su
requerimiento para que a udiera a su en uentro.1
No existe voz alguna en el mundo que pueda olmar las
ansias y aspira iones del orazón humano del modo omo
es apaz de ha erlo la de Dios. Bien podría de irse que los
oídos y el orazón del hombre fueron he hos singularmente
para es u har esa Voz y, por supuesto, para dejarse sedu ir
ex lusivamente por ella.

1
Jn 11:28.
126 Alfonso Gálvez

Según expli aba el mismo Jesu risto, el Buen Pastor


llama a sus ovejas por su nombre . . . y ellas le siguen, por-

que ono en su voz.


2 Una voz amorosa que llama por su
nombre a ada una, mientras que ellas, a su vez, la re ono-
en. Pues, siendo el amor una rela ión personal de tú a tú
de entrañable intimidad ( omo que no existe una rela ión
personal de intimidad mayor), supone un trato profundo
y un ono imiento mutuo entre los que se aman. De ahí
el testimonio del profeta Isaías: Yo soy el Señor, el que
te ha llamado por tu nombre,
3
donde la espe i a ión del
nombre indi a que la llamada es íntima y personal, que es
lo mismo que de ir amorosa. Por lo que bien puede ole-
girse que toda rela ión que Dios entabla on el hombre es
ne esariamente amorosa, según una situa ión de intimidad
que deja bien patente que ada hombre es para Él un ser
personal y úni o.

Por otra parte, si ualquier llamada siempre espera, por


deni ión, una respuesta, se sigue que es un ontrasentido
suponer, omo ha e la teoría del ristianismo anónimo,
que el ofre imiento amoroso por el que Dios interpela al
hombre para la salva ión es ex lusivamente unilateral, sin

2
Jn 10: 34.
3
Is 45:3.
Florilegio 127

ne esidad de que sea libremente a eptado por la reatura


y ni siquiera ono ido por ella. Y sin embargo, según la
totalidad de la do trina del amor, dar por he ha tal osa
equivaldría a dar por buena la uadratura del ír ulo.
Marta trasmite a su hermana María, pre isamente en

un aparte, el requerimiento del Señor para que vaya a su


en uentro. Pues la rela ión de amor entre quienes se aman,
y aun todo lo rela ionado on ella, no gusta de la publi i-
dad ni de ser aireado ante las gentes. Y así es omo una vez
más apare en el tú a tú, la intimidad personal y la entra-
ñable búsqueda de la soledad por quienes se aman. Que es
lo que siempre han pro urado los verdaderos amadores:

Vayamos a los prados,


y a la rosada aurora esperaremos
de todos olvidados.
Y allí nos quedaremos
y el despertar del ampo es u haremos.4

Por desgra ia, el atóli o de la Nueva Iglesia, agra iado


on el Nuevo Pente ostés, ha perdido de vista la tras en-
dentalidad de la rela ión amorosa on un Dios Personal

4
CP, n. 65.
128 Alfonso Gálvez

que es todo Amor. Lo que no podía su eder de otro modo


después de haber puesto en sí mismo el objeto prin ipal de
su aten ión y dejado de mirar al Otro, que en este aso es
Dios; on lo que ha quedado anulada toda posibilidad de
rela ión amorosa on Él.
Así es omo ha quedado el ser humano sumido en la
más horrenda soledad. Pues allí donde no existe el vín ulo
del tú a tú, ni la intimidad surgida entre dos que mutua-
mente se entregan, se ha e imposible el amor. Y on ello,
ualquier intento de ono er a Dios por el úni o amino
que es posible ha erlo, que es pre isamente el del amor:
El que no ama, no ono e a Dios, pues Dios es Amor.
5

Con la agravante, por si aún fuera po o, de que quien no


es apaz de rela ionarse y onversar on Dios, se in apa i-
ta también para ualquier diálogo on sus semejantes que
pretenda ser algo más que un mero juego de palabras.
Y omo siempre hemos di ho, el amor solamente se vive
en plenitud y en su estado más puro en la rela ión amo-
rosa divinohumana, sin dejar de re ono er a la rela ión
puramente humana la grandeza que realmente le orres-
ponde. Pero es en la primera de ellas donde el amor tiende
a al anzar la plenitud de signi ado. Pues la Voz de Dios

5
1 Jn 4:8.
Florilegio 129

está dotada de tal laridad y profundidad de expresión que


la voz humana queda redu ida ante ella a un disminuido
modo de omuni a ión, apaz solamente de de ir algo de
lo que desearía expresar pero sin lograr llegar más allá. En
el amor divinohumano, en ambio, quedan ya muy atrás
las metáforas y modos semejantes de expresión, donde los
di hos que se pronun ian son realidades que expresan todo
el ontenido del que rebosa el orazón.
Es allí donde hasta el silen io es sobremanera expre-
sivo, apaz de hablar sin palabras, pero di iendo lo que
siente y todo aquello que el lenguaje puramente humano
jamás hubiera podido omuni ar:

Allí, junto al Amado,


en silen ioso amor orrespondido,
estando yo a su lado,
Él díjome al oído
que también por mi amor estaba herido.6

6
CP, n. 61.
130 Alfonso Gálvez

Mi Amado, las estrellas,


el mar que besan proas de mil naves,
los ojos de don ellas,
el anto de las aves,
aquello que te dije y que tú sabes. . . 7

Con todo, la Voz del Esposo se ha e en o asiones mo-


vediza y huidiza, difí il de re ono er y ompli ada de lo-
alizar. Para omprender lo ual basta on re ordar, una
vez más, lo que ya se sabe: que el dis ípulo de Jesu risto se
en uentra todavía en situa ión de aminante que aún no
ha llegado a la Patria. Como los amantes que pra ti an el
juego de es onderse para bus arse, en una espe ie de a ver
si te en uentro y uyo objeto no es otro que el de aquila-
tar más un amor que ya se sabe que es puro y auténti o.
Es también un espar imiento de amor que el Esposo gusta
de pra ti ar, mientras dura para la esposa el período de
prueba, o el mismo que sirve para puri ar e in rementar
el deli ado afe to que ella asegura que le profesa:

7
CP, n. 77.
Florilegio 131

½La voz de mi amado! Vedle que llega,


saltando por los montes,
tris ando por los ollados.
Es mi amado omo la ga ela o el ervatillo.
Vedle que está ya detrás de nuestros muros,
mirando por las ventanas,
atisbando por entre las elosías.8

Y en efe to: saltando por los montes y tris ando por


los ollados, omo la ga ela o el ervatillo. Pues así se om-
porta el Esposo durante el período de prueba que ha de
superar la esposa: huidizo, esquivo, inasible, difí il, impre-
visible y sorpresivo.
Aunque se equivo aría de lleno quien pretendiera ver
en este modo de ondu irse el Esposo una inten ión mera-
mente prá ti a o pedagógi a. Pues es la verdad que, más
allá de todo eso, tal forma de pro eder posee también un
matiz lúdi o.
Pues lo que está fuera de duda, aunque nadie
hasta ahora haya sido apaz de expli arlo su ientemen-
te, es que los amantes gustan del juego en sus rela iones
íntimas: omo uno más de los innitos aspe tos que to-
davía permane en des ono idos en el misterioso universo

8
Ca 2: 89.
132 Alfonso Gálvez

del amor: El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz,

pero no sabes de dónde viene ni adónde va.


9 ¾A aso sabría
alguien de ir de dónde viene y hasta dónde es apaz de
ondu ir el amor. . . ?
Lo urioso es que la esposa, que omprende a la perfe -
ión el espíritu de juego que el Esposo pretende pra ti ar
en su rela ión amorosa, lo se unda a su vez en total om-
pla en ia, aunque jamás sería apaz de expli ar el porqué

de tal mutuo omportamiento, puesto que también en eso


onsiste el juego de la rela ión amorosa. Pero ya hemos
di ho repetidas ve es que en el amor todo es re ípro o y
ompartido. De ahí que si el Esposo juega, ella también se
divierte; si el Esposo gusta de ha erse el perdidizo, tam-
bién ella gusta de es onderse; si el Esposo preere pare er
a ve es omo que se ha e esperar, también ella en o asio-
nes siente pla er en ngir una demora. . . Por eso di e el
Esposo:

9
Jn 3:8.
Florilegio 133

Amada, yo he bus ado


de mi huerto de azahares el sendero,
y luego te he esperado
detrás del limonero
a ver si te en ontraba yo primero.10

A lo que responde la esposa:

Amado, he re orrido
de tu huerto de azahares el sendero,
y luego me he es ondido
detrás del limonero
para poder besarte yo primero.11

10
CP, n. 50.
11
CP, n. 49.
XVII

De no he se mar hó ha ia la montaña,
de no he se perdió por el sendero,
de no he me dejó, por tierra extraña,
de no he me en ontré sin ompañero.1

Jesús as endió a los Cielos ante la mirada de sus Após-


toles y dis ípulos, enteramente absortos y paralizados por
la emo ión del momento. Habían permane ido mirando ha-
ia lo alto en profundo silen io, inundados por la tristeza
y sin saber qué ha er ni qué de ir, hasta que dos ángeles
los sa aron de su ensimismamiento:
Varones de Galilea, ¾qué ha éis ahí, mirando al Cie-

lo?
2

1
CP, n. 27.
2
He h 1:11.
136 Alfonso Gálvez

La amonesta ión era oportuna. Estaban paralizados


ante el he ho de que, por primera vez en su vida, se sentían
inundados por el sentimiento de la verdadera soledad. Fue
el instante más doloroso que jamás hubieran esperado, en-
frentados a la realidad de que se quedaban sin el Maestro.
Estable iendo un ierto paralelismo, pudo haber sido
la o asión para re ordar el momento en que el profeta Elías
se separó denitivamente de su dis ípulo Eliseo, omitiendo
la desespera ión de este último y subrayando en ambio el
silen ioso y apasionado dolor por parte de los Apóstoles:
Iban andando y hablando uando un arro de fuego se

interpuso entre ambos y Elías fue arrebatado a los ielos

en un torbellino. Eliseo lo veía y gritaba :

½Padre mío, padre mío, arro y auriga de Israel!

Y ya no lo vio más. Enton es ogió sus vestiduras y las

rasgó en dos pedazos.


3

Es verdad que habían mediado previamente, por parte


del Maestro, importantes promesas de onsola ión: Pero

os digo la verdad: os onviene que Yo me vaya, porque si

no me voy, el Pará lito no vendrá a vosotros ;


4 y hasta
rebosantes de esperanza: Os volveré a ver y se alegrará

3
2 Re 2: 1112.
4
Jn 16:7.
Florilegio 137

vuestro orazón, y nadie os quitará vuestra alegría.


5 Sin
embargo, es bien sabido que las palabras de onsola ión
sirven solamente para ayudar a levantar el ánimo y aliviar
la tristeza, sin que puedan ha er nada más. Pues mitigar
el dolor que produ e un sentimiento de amargura supone
dar por seguro que siempre ha de quedar un remanente de
tristeza, el ual se onvierte en dolor profundo uando es
grande el amor que lo sus ita.
El he ho de dejar a los dis ípulos solos era algo más
serio y de mayor trans enden ia de lo que ellos podían
imaginar en aquel momento, a pesar de la intensidad de
su dolor. Y Jesu risto era bien ons iente de ello. Por eso
brota de su Corazón un ruego apasionado, asi angustiado,
tal omo apare e en la ora ión que dirige a su Padre en la
No he de la Despedida: Yo ya no estoy en el mundo, pero
ellos están en el mundo y Yo voy a Ti.
6 Como si dijera:
Ten en uenta, Padre, que Yo ya me voy; pero ellos se

quedan . . .

Desde enton es han trans urrido siglos, y hasta mi-


lenios, y los dis ípulos siguen a la espera de su Regreso.
Durante la ual, dada tan prolongada demora, mu hos han

5
Jn 16:22.
6
Jn 17:11.
138 Alfonso Gálvez

abandonado la espera y hasta dejado de reer en ella: Te-

ned en uenta que en los últimos días vendrán hombres

que se burlarán de todo y que, viviendo según sus propias

on upis en ias, dirán: ¾Dónde está la promesa de su ve-

nida? Porque desde que los Padres murieron, todo ontinúa

omo desde el prin ipio de la rea ión .


7
Que tal es el mo-
do de omportarse los humanos. Por eso siempre llega un
tiempo en que las presen ias se onvierten en re uerdos,
los re uerdos en borrosas memorias, las borrosas memo-
rias en leyendas, las leyendas en mitos, y los mitos. . . ,
a aban perdiéndose en la no he de los tiempos, olvidados
para siempre. Y es enton es uando la espera vigilante se
relaja primero. . . , para abandonarse denitivamente des-
pués. Como o urrió on las vírgenes de la parábola: Como

el Esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.


8

Aunque todavía no es eso lo peor.


Porque, a medida que ha ido trans urriendo el tiempo,
el número de los que aguardan al Esposo no ha esado de
disminuir, mientras que la gran masa de los que ya nada
esperan ha ido aumentando sin esar. Una situa ión que
ulminó uando los hombres de idieron que era aquí donde

7
2 Pe 3: 34.
8
Mt 25:5.
Florilegio 139

debía ser onstruida la iudad permanente (Heb 13:14),


hasta que la inmensa mayoría resolvió quedarse en ella
puesto que ya no había otra a la que esperar.

He ahí el gran drama del tiempo presente, que los hom-


bres se han negado a re ono er: Pues un mundo sin Es-
peranza es un mundo desolado, que ha renun iado para
siempre al Amor y a la Alegría y ha he ho su op ión a
favor de un pavoroso abismo. . . , uyo fondo se presiente
omo algo más terrible que la misma Nada.
Sin embargo, aún queda un pequeño rebaño (L 12:32)
que aguarda ansiosamente el regreso de su Pastor. Son los
que siempre han amado puesto que, siendo el amor esa
misteriosa realidad que no pasa jamás (1 Cor 13:8), ellos
nun a dejaron de esperar su Venida denitiva. El Apóstol
San Pablo identi aba el amor on la nostalgia y el ansia
de su regreso: Por lo demás, me está reservada la mere ida

orona que el Señor, Justo Juez, me entregará aquel día; y

no solo a mí, sino también a todos aquellos que aman su

venida .
9 Nada espera quien nada ama, on lo que queda de
maniesto, una vez más, que la Esperanza amina siempre
de la mano del Amor.

9
2 Tim 4:8.
140 Alfonso Gálvez

De la Espera onada del Esposo, que prometió vol-


ver, han extraído los ristianos de todas las épo as y espe-
ialmente los del tiempo presente, las fuerzas para seguir
aminando en medio de in ontables adversidades. Una Es-
pera que, si bien uando ontempla el pasado aumenta en
Nostalgia, uando mira ha ia el futuro arde en deseos ar-
dientes de que el Esposo regrese pronto:
Y el Espíritu y la esposa di en: ½Ven! Y el que oiga

que diga: ½Ven!

El que da testimonio de estas osas di e: Sí, voy en-

seguida. Amén. ½Ven, Señor Jesús!


10

La Esperanza es el alimento de un amor que sufre de


ausen ias y de nostalgias. Pero uyo papel no es meramente
de onsola ión, sino que sirve de a i ate para in rementar
hasta lo impensable la ansiedad y el deseo de en ontrar al
n a quien se espera, aumentando así el amor, y ha iendo
más intensa también la Perfe ta Alegría de un En uentro
denitivo de uya erteza en uanto a su umplimiento no
abe dudar.
Es justamente lo que sentía el alma enamorada que
esperaba, omo las vírgenes prudentes de la parábola, on
su lámpara bien provista y en endida:

10
Ap 22: 17.20.
Florilegio 141

En la no he serena
del silen ioso valle nemoroso,
en dolorosa pena,
la espera del Esposo
de angustiosa impa ien ia el alma llena.11

11
CP, n. 11.
XVIII

Ven por n a mi lado, bienamada,


mi esposa, mi perfe ta, mi paloma,
pues ya la no he orre apresurada
y el sol por el otero ya se asoma.1

En el misterioso mar o del amor divinohumano, aún


no onsumado en la Patria, la ex lama ión del Esposo alu-
diendo al nal de la no he y a la proximidad del día equi-
vale a una llamada de Esperanza. San Pablo lo expresaba
en una frase es ueta: La no he está avanzada y el día ya
2
está er a. Y efe tivamente, pues los textos de la Es ritu-

1
CP, n. 94.
2
Ro 13:12.
144 Alfonso Gálvez

ra se reeren a la ulmina ión del peregrinaje terreno y a


su onsiguiente nal.
Pero en la so iedad de los hombres son mu hos los que
piensan que la Muerte es un denitivo a abamiento. Entre
los que se en uentran quienes reen que la Vida ofre e la
úni a feli idad a la que el ser humano puede aspirar (aun
re ono iendo que es una menguada feli idad), mientras que
otros, avanzando posi iones, están onven idos de que la
existen ia humana es un Absurdo en el que se debaten
seres destinados a desvane erse en la Nada.
Para los ristianos, sin embargo, las osas son muy dis-
tintas. Pues omo di e el Apóstol, nosotros no somos de
3
la no he ni de las tinieblas, por lo que la Vida presenta

para ellos un doble signi ado:


En primer lugar, omo plenitud de Alegría, en uanto
que, además de ser el Camino que los ondu e a la Patria,
les propor iona la oportunidad de ompartir la existen ia
y la Muerte de Jesu risto.
En segundo lugar y desde otro punto de vista, porque
la Vida es para ellos un verdadero Valle de lágrimas don-
de el itinerario a re orrer oin ide on la senda estre ha y
difí il anun iada por el Maestro (Mt 7:14). Los ristianos

3
1 Te 5:5.
Florilegio 145

aminan por ella a ompañados por el sufrimiento y el dolor


en todas sus formas, entre los que no faltan la in ompren-
sión y las perse u iones por parte de un Mundo que jamás
les perdonará su ondi ión de dis ípulos de Jesu risto.
Y lo ha en, omo es lógi o, suspirando de ansiedad
porque pasen pronto la no he, las tinieblas, los inviernos
y las lluvias. Al mismo tiempo que se sienten animados
on múltiples sentimientos de añoranzas, de nostalgias y
de Esperanza, además del onsuelo que les propor iona la
onvi ión de que el período de prueba y de peregrina ión
es breve, pues ya se les ha di ho que el tiempo es orto 4 y
que la aparien ia de este mundo pasa.
5

En uanto al Esposo de El Cantar de los Cantares,

se siente más impa iente aún que la esposa porque llegue


el momento del en uentro. La ausen ia entre quienes se
aman es osa difí il de soportar y sólo la Esperanza, en la
seguridad que otorga de que tal situa ión es transitoria,
propor iona la fuerza ne esaria para seguir aguardando el
momento de verse de nuevo. Por eso el Esposo la anima
alborozado:

4
1 Cor 7:29.
5
1 Cor 7:31.
146 Alfonso Gálvez

½La voz de mi amado!. . .


Oíd que me di e:
Levántate ya, amada mía,
hermosa mía, y ven.
Que ya se ha pasado el invierno
y han esado las lluvias.6

Y omo en el amor todo es igualdad y re ipro idad,


ahora es la esposa, impa iente también omo el Esposo,
quien lo invo a on insisten ia para que venga pronto y
la libere del peligro de su umbir bajo el aire frío y las
tinieblas de la no he:

Antes de que refresque el día


y se extiendan las sombras,
ven, amado mío, semejante a la ga ela,
semejante al ervatillo,
por los montes de Beter.7

El anhelo que mueve a los ristianos a vivir de Esperan-


za es tan fuerte omo el sufrimiento que se ven obligados a

6
Ca 2: 8.1011.
7
Ca 2:17.
Florilegio 147

pade er, a lo que hay que añadir el extrañamiento al que


se ven sometidos por el ambiente hostil del Mundo en el
que viven. Sentimientos que son ahora más intensos que
nun a, uando falta el obijo rme que antaño ofre ía la
Iglesia, sometida en estos momentos a una grave risis de
inseguridad en Sí misma, aún más agravada por la forma
de ondu irse mu hos malos Pastores.
Con todo, la ausa mayor y más importante de su-
frimientos, pero que a menudo pasa desaper ibida para
mu hos, es la tibieza en la que generalmente trans urre
la existen ia ristiana: La úni a tristeza es la de no ser
santos.Dado que el amor, que no es ompatible on la
medio ridad y es esen ialmente totalidad, no entiende de
partes, de ondi iones o de demoras, sino que lo da todo y
ahora, esperando a su vez re ibir también el todo y al ins-
tante. Y de ahí la a tualidad de las palabras del Maestro:
Porque a todo el que tiene se le dará y tendrá en abundan-

ia; pero al que no tiene, in luso lo [po o℄ que tiene se le

quitará.
8

Los verdaderos amadores, sin embargo, viven pendien-


tes del nal de la no he y de la llegada del día. Vislumbran,
por n, la desapari ión de las sombras, y omienzan a in-

8
Mt 25:29.
148 Alfonso Gálvez

tuir, de manera onfusa pero ierta, los laros sonidos de


melodiosos a ordes que embargan el alma, la liberan del
Mundo y la ha en presentir al mismo tiempo las armonías
del Cielo:

Las lu es que la aurora derramaba


las sombras de los valles desha ían;
y a lo lejos, a ratos, se es u haba
el melodioso son que al par ha ían
rabeles y guitarras
y el áspero runrún de las igarras.9

9
CP, n. 35.
XIX

Pero él reyó, esperando ontra toda esperanza . . .


1

Este texto de San Pablo es, sin duda alguna, uno de los
pilares de la vida ristiana. En uanto a su signi ado, todo
apunta a que la Esperanza ristiana omienza allí donde
ha desapare ido toda esperanza basada en fundamentos
meramente humanos. O di ho de otra forma, el texto ha e
onstar que la virtud de la Esperanza no inuye plena-
mente en la vida del ristiano hasta que ha desapare ido
ualquier vestigio de esperanza humana.

Y en efe to, porque armar que la Esperanza ristiana


es la úni a que no de ep iona (Ro 5:5), equivale a de ir que

1
Ro 4:18.
150 Alfonso Gálvez

las esperanzas humanas son fala es. A pesar de que, por


extraño que parez a, nun a omo ahora han gozado de tan-
ta redibilidad, pues jamás omo en los tiempos presentes
la Humanidad se había sentido tan ávida de ser engañada.
Es un he ho sabido que las esperanzas meramente hu-
manas, no solamente gozan de universal a epta ión, sino
que su simple nega ión provo a la enemistad del Mundo
y hasta la perse u ión de quienes se atreven a uestionar-
las. A pesar de que, en realidad, suelen estar fundadas en
monstruosas mentiras y en imaginarias utopías.
Las utopías de las que vive y se alimenta la so iedad
moderna no son sino arteros engaños, reados y fomenta-
dos por el Espíritu del Mal a n de mantener sumido en
una peligrosa ilusión al hombre de hoy. Su mali ia onsis-
te en que ha e vivir a sus seguidores en una ontinuada
mentira que los aparta de la realidad, les ha e olvidar el
objeto en el que habrían de poner las verdaderas esperan-
zas y, por si eso fuera po o, los anima a seguir un amino
que los ondu e a su perdi ión. El solo he ho de mantener
a los hombres en una onstante situa ión de falsedad y me-
ra ilusión ya es rentable para el Padre de toda Mentira, en
uanto que es la oposi ión más errada que abe imaginar
a quien dijo de Sí mismo que era la Verdad (Jn 14:6).
Florilegio 151

La Utopía de la Justi ia

Todavía hay quienes piensan que llegará un tiempo en


el que alguien un determinado Sistema o Partido políti-
o, un ierto Gobierno o un hábil mandatario implantará
por n la Justi ia en el mundo. Aunque es una vana es-
peranza en la que en realidad nadie ree, por más que los
hombres se harten de hablar de la justi ia, de su indepen-
den ia y de la separa ión de Poderes en el ámbito políti o.
Do trina a er a de la ual, di ho sea de paso y pese a que
alguien se obstine en sostener lo ontrario, onviene re or-
dar que jamás en parte alguna se ha visto realizada.

La Biblia, por ejemplo, no ree en la posibilidad de


que llegue a implantarse en el mundo la verdadera Justi-
ia durante el Tiempo presente. San Pedro armaba que
nosotros, según su promesa, esperamos unos ielos nuevos

y una tierra nueva en los que habita la justi ia.


2 De donde
se desprende que, si solamente llegado ese momento trans-
endental en la Historia de la Salva ión es uando reinará
la justi ia, es porque nun a o urrirá tal osa en el mundo
de la Iglesia peregrina.

2
2 Pe 3:13.
152 Alfonso Gálvez

Por otra parte, frente a lo que normalmente sería lógi o


pensar, la Humanidad no tiene en realidad ningún deseo

de justi ia. En el mundo son legión los injustos y los que


viven al margen de la honradez, sin el menor deseo de que
las osas sean diferentes. Por lo que bien puede de irse
que la so iedad de los hombres es el Reino de la Injusti ia,
omo ualquiera puede omprobar on sólo ver, sin ne e-
sidad de demostra ión. En uanto a argumentos bíbli os
sobre este punto (para un ristiano, la Palabra de Dios
es riterio denitivo de ono imiento), onviene tener en
uenta que fue el mismo Jesu risto quien llamó bienaven-
turados a los que tienen hambre y sed de justi ia. Cuando,
en realidad, es bien sabido que el término bienaventurado
se reere siempre a una minoría, según se dedu e de las
palabras del mismo Jesu risto para quien los que mar han
por el Camino que ondu e a la vida son muy po os, mien-
tras que, por el ontrario, son mu hos los que andan por
el Camino de la perdi ión (Mt 7: 1314).
De donde se dedu e que el onstante parloteo de la
so iedad moderna a er a de la Justi ia, después de haber
elevado la Demo ra ia a la ategoría de un dogma de fe,
queda redu ido, en último término, a un gigantes o ejer i-
io de hipo resía global y de autoengaño ole tivo. El ya
Florilegio 153

viejo e inveterado pa to on la Mentira ha terminado por


ondu ir a la Humanidad a prestar adora ión al Padre de
todas las Falsedades y de todos los embusteros.
De ahí que no sea lí ito para el ristiano reer en las
utopías, pues no le está permitido a eptar la Mentira ni
pa tar on ella. Cree efe tivamente en la Justi ia, en to-
das y ada una de sus diversas formas, si bien omo virtud
individual que ha de regir su vida personal y omo Es-
peranza de algo más elevado que sólo llegará a ha erse
realidad en el Mundo venidero. De este modo, la Justi ia
es para él una realidad de futuro en la que ahora onfía
gra ias a la virtud de la Esperanza, que es la que le otorga
fuerzas para mirar ha ia adelante y le libra de reer en una
realidad presente que no es sino falsedad, puesto que no se
ve ni se en uentra por parte alguna. Así es omo, gra ias

a la Esperanza, vive en la verdad, alimentándose de ier-


ta nostalgia y en ansiedad de deseos que jamás le dejarán
onfundido: Porque hemos sido salvados por la esperanza.

Ahora bien, una esperanza que se ve no es esperanza; pues,

¾a aso uno espera lo que ve? Por eso, si esperamos lo que

no vemos, lo aguardamos mediante la pa ien ia.


3

3
Ro 8: 2425.
154 Alfonso Gálvez

Por lo demás, el dis ípulo de Jesu risto sabe que jamás


en ontrará la Justi ia durante el tiempo que dure su pere-
grinaje terreno. Y menos aún la Paz, la ual siempre andu-
vo hermanada on la Justi ia y nun a sin ella (Sal 85:11).
Y todo ello hasta que el brillo radiante del lu ero de la ma-
ñana alumbre el nuevo día (2 Pe 1:19), pues será enton es
uando llegue el Esposo y su eda lo que anun ia el Libro
del Apo alipsis, una vez umplida por n toda esperanza:
Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muer-

te, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo anterior

ya habrá pasado (Ap 21:4). Por eso di e también la rima:

Di hoso aquél que ardiente ha deseado


hallar las huellas del Amigo amado,
hasta que ya ansado al n al anza
lo ono ido antaño en esperanza.
XX

Pretenden urar el quebranto de mi pueblo di iendo

a la ligera: paz, paz, uando en realidad no hay paz.

(Jer 6:14)

Ya hemos di ho que la mali ia de las utopías estriba


prin ipalmente en que apartan al hombre de las verdade-
ras esperanzas, ha iéndole on ebir falsas ilusiones que lo
desvían de su meta y lo ondu en a la perdi ión. Pues el
Espíritu del Mal trata por todos los medios de apartarlo
de la verdad para desviarlo ha ia la mentira, pro urando
llenar su orazón de fantasías y fútiles ilusiones apa es
de ha erle olvidar el profundo ontenido de la Esperanza
156 Alfonso Gálvez

ristiana. En realidad no son mu hos los que llegan a om-


prender el realismo on el que se expresaba Fernández de
Andrada:

Fabio, las esperanzas ortesanas


prisiones son do el ambi ioso muere
y donde al más astuto na en anas.
El que no las limare o las rompiere,
ni el nombre de varón ha mere ido,
ni subir al honor que pretendiere.1

Ya el he ho de haber perdido la virtud de la Esperanza


supone para ualquier hombre una desgra ia. Quien no
ha llegado a ono er la Esperanza ristiana, o quien ha
de idido ignorarla, se ha ondenado a vivir sin alegría ni
ilusiones, aminando sin rumbo omo un iego uyo destino
no puede ser otro que el abismo. La pérdida denitiva de
esta virtud equivale a la pérdida para siempre del amor
y, por lo tanto, al fra aso total del n para el ual el ser
humano había sido reado. Dante lo hizo notar así en la
ins rip ión grabada en el frontispi io del Inerno de su
Divina Comedia :

1
Fernández de Andrada, Epístola Moral a Fabio.
Florilegio 157

Por mí se va a la iudad doliente;


por mí se va al eterno dolor;
por mí se va entre la gente perdida.

La Justi ia movió a mi supremo Autor.


Me hi ieron la divina potestad,
la suma sabiduría y el amor primero.

Antes que yo no hubo osa reada,


sino lo eterno, omo yo, que duro para siempre.
Vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza.

Pues no otro es el n de todas las falsas esperanzas y de


todas las utopías. Veamos brevemente, a modo de ejemplo,
otra de las más orrientes en el mundo de hoy.

La Utopía de la Paz

La utopía pa ista se vale de uno de los mayores en-


gaños voluntariamente asumidos por la so iedad moder-
na. Nun a omo ahora se ha hablado tanto de paz ni ja-
más ha sido tan fuertemente pro lamada. . . , uando en

realidad nadie está dispuesto a ha er nada por pro urar-

la.Determinar on exa titud los objetivos perseguidos por


el Movimiento pa ista no es osa fá il, si bien podrían
158 Alfonso Gálvez

equipararse, en último término, a los mismos que pretende


otro Movimiento también a tual, ual es el del feminis-

mo. Ambos oin iden en el intento de disolver la so iedad


a tual, tal omo está estru turada según los fundamentos
ristianos que todavía perviven en ella. Algunos hablan
también de otros nes, omo el de una estrategia políti a
para dominar a las na iones débiles por parte de las más
poderosas, mientras que tampo o faltan los que preeren
pensar en la vana reen ia de estable er una Paz universal
regulada por un Gobierno mundial que abar aría todo el
planeta y a abaría para siempre on las guerras. Fines apa-
rentemente diversos uyo omún denominador es siempre
el mismo: destruir de raíz los últimos fundamentos ristia-
nos que quedan todavía en la so iedad moderna.
Sin embargo, dígase lo que se quiera, la Paz omo au-
sen ia de guerras que es omo úni amente el Mundo la
entiende no pasa de ser una utopía y una ilusión. Un
imposible en el que sólo pueden reer los ingenuos o quie-
nes se han dejado sedu ir por la Mentira, después de haber
errado sus mentes a la verdad para dar paso a las fábulas,
omo di e el Apóstol San Pablo (2 Tim 4:4). Y aunque es
ierto que sería buena osa la posibilidad de reer en esa
pretendida Paz universal, es mejor de todos modos situarse
Florilegio 159

al lado de la verdad por muy dura que pueda pare er. La


utopía es, a n de uentas, una ensoña ión y una mentira,
por lo que a eptarla es ponerse a aminar por la senda de
la perdi ión.
Por supuesto que el Nuevo Testamento, además de ig-
norar el on epto de paz tal omo el Mundo la entiende, re-
haza la idea de la tan pretendida Paz universal a onseguir
algún día, y hasta se burla de tamaño engendro intele tual:
Así pues, uando lamen: Paz y seguridad, enton es, de

repente, se pre ipitará sobre ellos la ruina  omo los do-

lores de parto de la que está en inta, sin que puedan

es apar.
2

El mismo Jesu risto, hablando de los a onte imientos


que pre ederán al nal de la Historia, tampo o pare e estar
de a uerdo on esa tan feliz Paz global que los hombres sue-
ñan on onseguir algún día. E in luso más bien anun ia lo
ontrario: Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de
guerras, no os inquietéis; porque es ne esario que o urra,

pero todavía no es el n. Se alzará pueblo ontra pueblo y

reino ontra reino, y habrá terremotos en diversos lugares

y hambre. Lo ual será el omienzo de los dolores.


3 Pues

2
1 Te 5:3.
3
M 13: 78.
160 Alfonso Gálvez

su ede que la Paz no puede existir sin la Justi ia. Y dado


que el Mundo se en uentra tan lejos de otorgar posibilida-
des a esta última, sin que pueda preverse el menor atisbo
de un ambio en sentido ontrario, resulta de ahí que so-
lamente quienes han he ho su op ión por la Mentira son
quienes podrían reer en la tan soñada Paz universal. Pues
está más que demostrado que todos los mentirosos a aban
onven iéndose de sus propias fala ias. . . , para nalmente
onvertirse en sus ví timas.
Lo más triste de todo es que hasta los mismos ristia-
nos han olvidado el verdadero on epto de la Paz, tal omo
lo entendía Jesu risto. Hasta la misma Iglesia, que tanto
ha hablado y habla de la Paz a través de una onstante e
insistente Pastoral, pare e entender y referirse solamente
a la Paz mundana. Y así es omo se ha llegado a lo peor
que podía haberle su edido a un atóli o de hoy, además
de verse sumido en un mar de onfusiones: pues ha perdi-
do denitivamente la Alegría. Una desgra ia que sólo ha
sido posible uando se ha olvidado el verdadero on epto
de la Paz tal omo Jesu risto lo dejó a los suyos: La Paz

os dejo, mi Paz os doy, no omo la da el Mundo.


4 Que
por eso de ía el Apóstol: Y la Paz de Dios, que supera to-

4
Jn 14:27.
Florilegio 161

do entendimiento, ustodiará vuestros orazones y vuestros

sentimientos en Cristo Jesús.


5

Jesu risto tuvo buen uidado de distinguir su Paz de


la que da el Mundo. Además Él no sigue el amino de las
falsas ideologías, pues no promete a sus dis ípulos una Paz
futura, sino que se la otorga ya y desde ahora. Por eso sus
esperanzas se mez lan en ellos on el sentimiento de la
Alegría, que juntamente las a ompaña: Vosotros ahora os

entriste éis, pero os volveré a ver y se alegrará vuestro o-

razón y nadie os quitará vuestra alegría.


6
Una promesa que
nada tiene que ver on la utopía, puesto que, a diferen ia
de esta última, no se fundamenta en la Mentira, sino en
Aquél que dijo de Sí mismo Yo soy la Verdad.7

5
Flp 4:7.
6
Jn 16:22.
7
Jn 14:6.
XXI

Por eso se alegra mi orazón,

se goza mi alma

y mi arne des ansa en la esperanza.

(Sal 16:9)

Como venimos di iendo, la travesía por el Valle de Lá-


grimas se ha e ada vez más dolorosa y difí il para quienes
peregrinan a través de él ha ia la Patria del Cielo. Salvo
para los que saben en ontrar el sentido de esas ai iones
que onvierten el amino en la senda ardua, empinada y
difí il de la que habla el Evangelio (Mt 7:14), pero que
ahora no obstante adquiere un sentido enteramente nuevo.
164 Alfonso Gálvez

Ai iones y penalidades que son absolutamente reales,


puesto que el Mundo se desmorona a ojos vistas. Por lo que
a la Iglesia respe ta, por ejemplo, el número de sus eles
disminuye ontinuamente y se siente ada vez más on-
fundida. Cualquiera que la ontemple y haya olvidado o
no onoz a la Promesa de su Fundador pensará onven i-
do que se en uentra en peligro de desapari ión. También
la familia, base estru tural de la So iedad humana, ofre e
todos los síntomas de estar abo ada a su próxima liqui-
da ión. Las libertades no lo son sino de nombre, desde el
momento en que el Estado se ha onvertido en un Mons-
truo mastodónti o que ontrola hasta la vida más íntima
de los iudadanos. El Padre de todas las Falsedades, re-
ono ido al n omo Señor del Mundo (Jn 12:31; 16:11),
ha implantado su Reino de la Mentira y de la Injusti ia,
subvirtiendo y anulando la es ala de los valores humanos
tal omo hasta ahora había sido entendida. El Cristianis-
mo, de forma ruenta o in ruenta, es perseguido por todas
partes. La razón ha sido eliminada de tal modo que ad-
mitir la posibilidad de ualquier erteza se ha onvertido,
para quien se atreva a ha erlo, prá ti amente en un delito.
El amor se ha degradado a la ategoría de simple sexo y
equiparado a las más nefandas aberra iones. La existen ia
Florilegio 165

humana ha dejado de tener sentido, una vez estable ido


que el hombre no es dueño de su propio destino uyo de-
nitivo nal, además, se asegura que oin ide on la muerte.
Bien puede de irse por lo tanto, ahora más que nun a,
que el amino de ualquier ser humano, y más espe ialmen-
te el del ristiano que viaja en su ondi ión de peregrino,
trans urre a través de un Valle de Lágrimas sembrado de
angustias y dolores.
Sin embargo el hombre no ha sido reado para el dolor,
sino para vivir en la Alegría y para gozar de la Feli idad.
Las uales, además de omenzar ya durante su peregrinaje
terreno, hallarán por n su onsuma ión denitiva en la
Patria del Cielo.
El problema radi a en que las verdades que son funda-
mentos de la existen ia son fá ilmente olvidadas y hasta
on fre uen ia des ono idas. Como o urre, por ejemplo,
on el sufrimiento, uyo inmenso valor e innitas poten-
ialidades, debidamente enfo ados, son ordinariamente ig-
norados. Y por supuesto que, uando está motivado por
el amor y santi ado por la gra ia, es para el ristiano la

úni a oportunidad de que dispone para al anzar la Perfe ta

Alegría.
166 Alfonso Gálvez

De esta forma, osas que normalmente serían onside-


radas omo astigo y desgra ia el sufrimiento, la muer-
te. . .  se onvierten en un modo de ompartir la exis-
ten ia de Jesu risto y de ser parte en la rela ión amoro-
sa divinohumana. De ahí la ne esidad y grandeza de las
tribula iones: Nosotros nos gloriamos en las tribula iones,

sabiendo que la tribula ión produ e la pa ien ia; la pa ien-

ia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Una

esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido

derramado en nuestros orazones . . .


1

He ahí la razón de la Esperanza y de porqué el Amor, a


pesar de no ser poseído todavía plenamente (sólo en forma
de arras y primi ias), pero en la absoluta seguridad de ser
al anzado, es apaz de llenar de Alegría al ristiano que
peregrina en el Mundo, pese a las adversidades que le pre-
senta el ambiente hostil en el que se ve obligado a vivir.
Para el Apóstol San Pablo, solamente la Esperanza posee
la apa idad de ha erlo di hoso en medio de las tribula io-
nes. Por lo ual advertía a los dis ípulos de Jesu risto que
habrían de ser en todo momento alegres en la esperanza,

pa ientes en la tribula ión, onstantes en la ora ión.


2 Una

1
Ro 5: 35.
2
Ro 12:12.
Florilegio 167

onsigna que permane e olvidada, o tal vez des ono ida,


para una gran multitud de ristianos.
El tema del Amor aún no poseído por entero, pero
que es la ausa de los suspiros de ansiedad que impulsa la
Esperanza, propios del alma enamorada de Dios, mere e
una espe ial onsidera ión. Pues, ¾a aso es posible que la
ausen ia del Esposo tan deseado (aunque en la seguridad
de ser pronto en ontrado) pueda alimentar los ardientes
anhelos del alma que ama a su Dios? ¾Puede una dolorosa
ausen ia transformarse en fuente inagotable de inde ible
Alegría? Como de ía San Juan de la Cruz en su Cánti o
Espiritual :

½Ay quién podrá sanarme!


A aba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy ya más mensajero,
que no saben de irme lo que quiero.

O también, tal omo lo anta la rima:


168 Alfonso Gálvez

En la no he serena
del silen ioso valle nemoroso,
en dolorosa pena,
la espera del Esposo
de angustiosa impa ien ia el alma llena.3

3
CP, n. 11.
XXII

La Esperanza es la virtud que alivia las fatigas del ris-


tiano a través de su peregrinar por el Valle de Lágrimas,
además de propor ionarle las fuerzas ne esarias para llegar
a la Patria.
A medida que aumentan las di ultades que apare en
en tan arduo amino, más se ha e patente la ne esidad de
la Esperanza. Hasta que llega un momento en el que pare e
haber desapare ido, e in luso tro ado en desesperanza, de
manera que todo su ede omo si se hubiera desvane ido sin
dejar el menor rastro. Que es pre isamente uando más se
agudiza la ne esidad de su presen ia, tal omo lo insinúa
el esperar ontra toda esperanza de San Pablo.1 Por lo que
bien puede de irse que la Esperanza no se ha e e az hasta
el instante mismo de su presunta ausen ia.

1
Ro 4:18.
170 Alfonso Gálvez

En último término, es ella la que da seguridades al


ristiano en lo que se reere al enorme aparato de este
Mundo que, on toda la fuerza de su Poder, sin embargo es
viento que pasa sin dejar huella alguna, pues la aparien ia

de este mundo pasa.


2

Pero la Esperanza no es una mera virtud de onsola-


ión, puesto que es fuente verdadera de la Alegría del ris-
tiano.Pues, tal omo venimos di iendo, le propor iona la
onanza para esperar on erteza la onsoladora realidad
de que, al n, el Mundo de la Mentira y de la Injusti ia
tendrá que ontemplar un día la implanta ión de la ple-
na Justi ia: Pues nosotros permane emos en el Espíritu,

Quien nos ha e aguardar por la fe los bienes que espera-

mos de la justi ia.


3

El amor, omo parti ipa ión en la Vida Divina que le


ha sido otorgada al ser humano, no al anza sin embargo
su perfe ión mientras dura el peregrinaje terreno. Y, si
bien es ierto que la presen ia del Espíritu es en el hombre
una realidad a tual (Ro 5:5), sólo en forma de primi ias
(Ro 8:23), sin llegar a ser todavía una posesión ompleta.
Pues efe tivamente hemos sido salvados, aunque sólo omo

2
1 Cor 7:31.
3
Ga 5:5.
Florilegio 171

una posibilidad que por ahora es úni amente esperanza


(Ro 8:24).
En el Plan a tual de la Historia de la Salva ión, la
reatura aída por el pe ado, pero regenerada por la gra ia,
al anza el amor perfe to por pasos, re orriendo un amino
as endente de perfe ionamiento. Es, por lo tanto, un ya
en el que sin embargo prevale e el todavía no. Con todo,
tal provisionalidad on respe to a la perfe ión en el amor,
lejos de ser motivo de abatimiento, se onvierte en una
fuente inagotable de gozo que permane e mientras dura el

período de peregrina ión.

Ante todo, porque el he ho de vivir en estado de toda-


vía no, al mismo tiempo que obliga a la reatura a dispo-

nerse progresivamente para el amor total, la olo a en una


situa ión en la que vive de ansiedades e impa ien ias, de
ilusión por lo que ha de venir, de expe ta ión por la llega-
da del Esposo y de ardiente sed por ontemplar y gozar de
su gura. Como de ía San Juan de la Cruz en su Cánti o

Espiritual :

Des ubre tu presen ia,


y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolen ia
de amor, que no se ura
sino on la presen ia y la gura.
172 Alfonso Gálvez

Donde es de notar que tal ansiedad, lejos de tradu irse


en sentimientos de tristeza, más bien llena de gozo el ora-
zón de la reatura. El Santo poeta de Fontiveros onesa
en esta estrofa que la esperada ontempla ión del Esposo
en realidad, la mera posibilidad de que tal osa pueda
produ irse pare e indu irle a una muerte de amor. Que
es el mismo sentimiento on el que vivía la esposa de El
Cantar de los Cantares :

Confortadme on pasas,
re readme on manzanas,
que desfallez o de amor.4

He ahí lo que ha e que la esposa aguarde on gran


ansiedad la llegada del Esposo, sin uya vista y ontem-
pla ión siente que ya no puede vivir. Por n se ha dado
uenta que el amor es la úni a fuente de vida que existe,
y de ahí lo insólito de tantos humanos que no lo han om-
prendido y uya existen ia no es otra osa que un remedo
de lo que sería la verdadera vida:

4
Ca 2:5.
Florilegio 173

Anduve hasta el ollado


donde mana la fuente de agua lara
a espera del Amado,
hasta que al n llegara,
y el brillo de sus ojos me mostrara.5

Por eso, el ontemplar por n al Esposo y morir de


amor son para ella una sola y misma osa:

½Si al re orrer el valle onsiguiera


junto al bosque de abetos en ontrarte
hasta que, al n, de nuevo al ontemplarte
muerte de amor ontigo ompartiera. . . ! 6

Y, omo puede apre iarse, nos hallamos aquí en el pun-


to opuesto de la teoría del ristianismo anónimo, según la
ual se produ e la salva ión de modo automáti o y sin ne-
esidad de a epta ión ni olabora ión alguna por parte del
hombre; en una presunta y fantasmagóri a rela ión amoro-
sa divinohumana que, en realidad, de este modo quedaría
por ompleto destruida.

5
CP, n. 3.
6
CP, n.31.
174 Alfonso Gálvez

Frente a lo que pudiera reerse en una apre ia ión or-


dinaria de lo que es el amor, la ansiedad y la impa ien ia
por la persona amada, uya llegada y ontempla ión se
esperan, son elementos más que su ientes para llenar el
orazón de Alegría. Conviene re ordar que el amor es la
realidad más misteriosa que existe, y de ahí que el lengua-
je de los enamorados sea osa tan pe uliar que sólo por
ellos puede ser entendido. Por eso no es extraño que a ve-
es exprese un ontenido que viene a ser lo ontrario de lo
que aparentemente di e. Como en la siguiente estrofa, en
la que lo que se pide a la persona amada es justamente lo
ontrario de lo que podría pare er a ualquier observador
super ial:

Si de nuevo me vieres
allá en el valle, donde anta el mirlo,
no digas que me quieres,
no muera yo al oírlo
si a aso tú volvieras a de irlo.7

Y mientras tanto, en el intervalo y a la expe tativa,


tanto si vuelve a oír la de lara ión te amo omo si no, el
alma enamorada queda traspasada y anegada en gozo.

7
CP, n. 57.
Florilegio 175

En el misterioso universo del amor, todo lo que su e-


de es in omprensible para quien nun a ha sabido amar.
Las lágrimas, por ejemplo, generalmente onsideradas o-
mo manifesta ión de dolor, son en el amor una expresión
de gozo de las mayores que el ser humano podría imagi-
nar, y por eso los autores espirituales hablaban del don
de lágrimas. Pues, omo de ía el personaje Gandalf en la

obra épi a de Tolkien, no todas las lágrimas son malas.

Las derramadas por el árbol ono ido omo sau e llorón,

por ejemplo, a la vista del dul e y enamorado ruiseñor que


aún no en uentra a su amada, son lágrimas de ompasión
en el amor. Y sufrir por amor, en sentimiento ompartido
on quien languide e de amor, es también experimentar el
gozo del amor:

La dul e lomena
llamando está a su amor desde la rama
del verde sau e en el umbroso vado.
Y el árbol siente pena
por el ave que no en uentra a su amado
y que, en su angustia, lama,
sintiendo que se abrasa en dul e llama.
Y, desde aquella hora,
siempre que la oye el sau e, también llora.8

8
CP, n. 20.
XXIII

Me siento lleno de onsuelo y rebosante de gozo

en todas nuestras tribula iones.

(2 Cor 7:4)

La posibilidad de ompartir voluntariamente los sufri-

mientos y la muerte de Jesu risto es otra razón que llena


de esperanzada alegría el orazón del ristiano. Lo ual
supone un verdadero amor y un ono imiento previo de
Jesu risto, y de ahí que sean tan es asos los que viven ese
misterio de la Fe.
De ía Chesterton que la alegría es el gigantes o se reto
del ristiano. Una feliz o urren ia del es ritor inglés que ha
178 Alfonso Gálvez

sido siempre a ogida omo una ingeniosa frase literaria. . . ,


pero en la que asi nadie se ha atrevido a profundizar en su
ontenido: ¾Realmente son mu hos los ristianos que viven
su Fe en un desbordante testimonio de Alegría? En todo
aso, todavía existen quienes estarían de a uerdo en ad-
mitir que las tribula iones y sufrimientos, soportados on
pa ien ia, ontribuyen en gran manera a fa ilitar el amino
del Cielo. Pero de eso a preferir y desear los sufrimientos,
soportándolos on gozo ante la posibilidad de ompartir
más plenamente la existen ia de Jesu risto, existe un lar-
go amino que muy po os re orren. De manera que, aun
admitiendo la verdad de la arma ión de Chesterton, será
pre iso re ono er, sin embargo, que la Alegría sigue siendo
un se reto. . . , también para los ristianos.
Y sin embargo, esa es pre isamente tendría que ser-
lo la ondi ión normal de la vida ristiana. Tal omo
el Apóstol San Pablo se lo advertía on toda laridad a
los ristianos de Tesalóni a: Que nadie aquee ante estas

tribula iones, pues bien sabéis que eso es lo que nos espe-

ra (1 Te 3:3). Y por si aun quedara alguna duda, ahí está


su triunfante testimonio en favor de los eles de Ma edo-
nia, tal omo él mismo lo expli aba a los de Corinto: En

medio de una gran tribula ión on que han sido probados,


Florilegio 179

su rebosante gozo y su extrema pobreza se desbordaron en

tesoros de generosidad.
1

Pero si esto ha sido siempre difí il de entender para los


numerosos ristianos que viven su Fe de manera super ial,
por no hablar de los hombres puramente arnales e in a-
pa es de entender las osas del Espíritu (1 Cor 2:14), ¾qué
de ir del moderno Catoli ismo, puesto al día onforme al
modo de pensar del mundo presente, que ha ambiado el
ulto a Dios por el ulto al hombre, dando lugar a una
religión en la que ha desapare ido toda idea de sa ri io y
de inmola ión personal por amor? El resultado, demasia-
do patente y a la vista para quien quiera ver, no es otro
sino que el Catoli ismo moderno, en buena sintonía on
el Mundo en el que vive, ha eliminado del horizonte de su

existen ia ualquier vestigio de Alegría.

La gran uestión que plantea la existen ia ristiana,


sólo inteligible para el verdadero dis ípulo de Jesu risto,
tiene que ver on el he ho de ompartir sus sufrimientos y
su muerte (Ro 6:3). Pero no se trata ahora simplemente de
la Alegría de imitar la vida del Maestro en todas y ada
una de sus fa etas, in luidas sus penalidades y angustias,
sino de algo más profundo y difí il de entender, pues, ¾qué

1
2 Cor 8:2.
180 Alfonso Gálvez

verdadero enamorado no deseará estar junto a la persona


amada, sobre todo en los momentos difí iles, in luso hasta
dar por ella la propia vida si fuera ne esario? Y aun así,
omo a abamos de de ir, el horizonte al que se extiende
la uestión aún tiende a ser más elevado (a pesar de que
el Catoli ismo en sintonía on la Religión Universal de la
Nueva Edad parez a haberlo olvidado), puesto que aho-
ra asumimos la feliz realidad de que Jesu risto es para el

ristiano su propia vida, del que ya no puede pres indir

para ontinuar su peregrinaje terreno. Ese gran mentor de


la existen ia ristiana que fue el Apóstol San Pablo lo ex-
presaba justamente uando de ía que para mí la vida es

Cristo, y la muerte ganan ia.


2

La Poesía religiosa ha intentado a ve es trasmitir, en la


medida en que lo permiten el lenguaje y las formas de ex-
presión humanas, la imposibilidad para el alma enamorada
de vivir sin Jesu risto, tanto en la alegría omo en el dolor.
Sufrimiento y dolor que se onvierten en gozo uando se
experimentan juntamente on Él y en Él:

2
Flp 1:21.
Florilegio 181

Sus ojos me miraron


antes de que la aurora apare iera,
y herido me dejaron
de amor, en tal manera,
que sin verlos de nuevo, pere iera.3

Otras ve es ha intentado des ribir el he ho feliz de en-


ontrar nalmente al Maestro utilizando la imagen del paso
di hoso del invierno a la primavera. Para ontinuar luego
en una búsqueda in esante, sintiendo el dolor de reer que
Él no responde y que no es u ha sus doloridas quejas. Has-
ta que por n en uentra la paz, imaginando que se halla
a su lado mientras es u ha a lo lejos el lastimero anto de
las aves, en metafóri a alusión a los ruidos del mundo.
Hasta aquí, envuelta y disimulada entre metáforas, una
posible expli a ión de las tres estrofas que vienen a onti-
nua ión y que forman un solo uerpo. Y digo una posible
expli a iónporque, omo es bien sabido, el lenguaje de la
poesía obra vida propia. De tal manera que habla por su
uenta, y de ahí que a unos les sugiera una osa y a otros
ideas bien distintas. Se trata, una vez más, del misterio-
so duende de la Poesía, que in luso se independiza de su

3
CP, n. 37.
182 Alfonso Gálvez

mismo autor y de ahí que quede omo huérfano, sin padre


ni madre re ono idos, que en eso, y no en otra osa, resi-
den su grandeza y su belleza. Si bien se puede de ir que
el lenguaje es algo vivo, nun a on mayor propiedad que
apli ado a la Poesía.

Cuando ya el invierno su i lo fene e


y la primavera señales ofre e,
ya el bosque se llena de trinos y ores
y la dul e alondra vuela a los al ores.
Bus ando tus huellas voy por el sendero
que del hondo valle sube hasta el otero;
y el dolor me mata uando tú te es ondes
y a mis tristes quejas tú ya no respondes.
Y en las suaves tardes de la primavera,
omo si a tu lado de nuevo estuviera,
entre los pinares, a su tibia sombra,
el lamento es u ho de la triste alondra.4

E in luso el alma enamorada ha manifestado otras ve-


es esos mismos sentimientos de manera tan simple e in-
genua omo extremadamente ordial:

4
CP, n. 32.
Florilegio 183

Te busqué, mas no te hallé,


te llamé, mas no te oí,
y uando, al n, te en ontré,
por tu amor desfalle í.
En la os uridad he vivido
de nostalgia alimentado,
de mal de amores herido
te he bus ado y no te he hallado.
¾Oíste al n mis gemidos. . . ?
¾Por n mi triste lamento,
llevado en alas del viento,
ha llegado a tus oídos. . . ? 5

El Mundo habla onstantemente de una Paz que, en


realidad, ha desapare ido por ompleto del horizonte de
sus propósitos. En uanto a la Alegría. . . , el nuevo Catoli-
ismo al gusto del hombre moderno, de fá il umplimiento
ahora para todos, sin embargo ha perdido de vista y olvi-
dado a sus antiguos Héroes, aquéllos que fueron hombres
y mujeres de a iones asi míti as, rayanas en lo legen-
dario, y a quienes los ristianos viejos admiraron y ono-
ieron omo Santos. . . Pero el Catoli ismo neomodernista

5
CP, n. 33.
184 Alfonso Gálvez

ha degradado el on epto del Amor a la ondi ión de una


evanes ente solidaridad o bien lo ha olvidado por omple-
to. Los partidarios de la Nueva Iglesia, inaugurada por el
Nuevo Pente ostés que tuvo lugar en el omienzo del a -
tual milenio, han olvidado el sentimiento de la Alegría de
ompartir la Cruz y el gozo de la inmola ión por la per-
sona amada; al mismo tiempo que se avergüenzan de las
glorias pasadas de la Iglesia y que ahora tratan de ente-
rrar, después de haber renegado de una sublime tabla de
valores que en abezaban la virginidad y la santidad. . .
Cuando es lo ierto que la paz, lo que se di e la paz, y
la Perfe ta Alegría a las uales antaba el Santo de Asís,
sólo en ompañía y en la presen ia de Jesu risto pueden
ser halladas. Tal omo lo relataba también la Poesía reli-
giosa:

Y allí fueron mis penas fene idas


junto al mar do se unieron nuestras vidas,
me ido en suaves ondas, produ idas
por las azules aguas removidas.6

6
CP, n. 46.
XXIV

Mi amado, las estrellas,


el mar que besan proas de mil naves,
los ojos de don ellas,
el anto de las aves,
aquello que te dije y que tú sabes.1

Toda rela ión amorosa omienza a través de un diálo-


go entre personas. Salvo en el seno de la Trinidad Divina,
donde no existen ninguna lase de omienzo, de ontinua-
ión o de nal. Y por eso ha sido di ho que el Hijo, que es
la Palabra del Padre, es engendrado en el hoy de un ins-
tante a tual eterno, arente de prin ipio, de ontinua ión

1
CP, n. 77.
186 Alfonso Gálvez

o de nal: El Señor me ha di ho: Tú eres mi hijo. Yo te

he engendrado hoy .
2

En el ser humano no su ede del mismo modo. Pues


la rela ión amorosa divinohumana depende efe tivamen-
te de un omienzo, expresado a través de un diálogo, no
ne esariamente vin ulado a las palabras y destinado, en
prin ipio, a durar para siempre. Dado que la ondi ión de
perennidad no es rme por ahora, puesto que se en uen-
tra sujeta a la posibilidad de perderse mientras el hombre
permane e en la ondi ión de peregrino.
Conviene advertir, sin embargo, que lo que aquí se va
a de ir nada tiene que ver on el amor entendido omo
mera rela ión sexual. La ual, por otra parte, aun dentro
del ámbito de la legitimidad, no es un ingrediente ne esa-

rio de la rela ión amorosa, pero que adquiere ara teres


de gravedad uando la rela ión es ilegítima o se rebaja a
la ondi ión de aberra ión. Conviene no olvidar que el pe-
ado es la realidad más ontraria a un amor on el que el
pe ador nada tiene ya que ver, puesto que se ha situado
en el lugar más opuesto que abe imaginar on respe to
a la rela ión amorosa: El que omete pe ado, es del dia-
blo, porque el diablo pe a desde el prin ipio. Para esto se

2
Sal 2:7.
Florilegio 187

manifestó el Hijo de Dios: para destruir las obras del dia-

blo.
3 Según Jesu risto, todo el que omete pe ado, es es la-

vo del pe ado,
4 por lo que no puede onsiderarse hombre
enamorado, siendo omo es el amor esen ialmente libertad
(2 Cor 3:17).
La verdadera rela ión amorosa supone ne esariamente
el diálogo. Expresado normalmente, si bien no ex lusiva-
mente, por medio de palabras, omo el instrumento ne esa-
rio para la omuni a ión y el inter ambio de sentimientos
entre los que se aman. En el Amor Innito el diálogo tiene
lugar mediante el ahora eterno de una sola Palabra, omo
de ía San Juan de la Cruz. Mientras que en el amor reado
la rela ión puede ser anterior a las palabras, pero nun a al
diálogo,pues ya la simple mirada, por lo demás silen iosa,
en ierra la omuni a ión de un onjunto de sentimientos
dirigidos a la persona que la ha provo ado. Por eso puede
de irse que, entre el amor ofre ido y el amor que respon-
de, se ha entablado ya un misterioso diálogo, apaz de dar
lugar a la rela ión más vin ulante y entrañable de todas
las imaginables entre seres ra ionales.

3
1 Jn 3:8.
4
Jn 8:34.
188 Alfonso Gálvez

También onviene re ordar que toda forma de amor


existente en la reatura, ya sea meramente humano o divino
humano, responde a una rela ión de analogía on respe to
a las rela iones existentes en el Seno de la Trinidad. Y de
ahí que en toda forma de verdadero amor humano se halla
ne esariamente una referen ia a la Trinidad Divina (dejan-
do aparte las desemejanzas y poniendo la aten ión, omo
siempre, en las semejanzas) y una prueba más de que el
hombre fue reado a imagen de Dios.
De una forma o de otra, omo ya se ha di ho más arri-
ba, el modo más ordinario que adopta el diálogo amoroso
tiene lugar por medio de palabras. Las uales son ausantes
de gozo, tanto por parte de quien las pronun ia omo por
parte de quien las es u ha, aunque en grado que es apa a
toda posibilidad de medi ión. El Esposo de El Cantar de
los Cantares, por ejemplo, expresa su rego ijo al oír la voz
de la Esposa, además de su deseo irrefrenable de es u harla
de nuevo:
Florilegio 189

Ven, paloma mía,


que anidas en las hendiduras de las ro as
y en las grietas de las peñas es arpadas.
Dame a ver tu rostro,
dame a oír tu voz,
pues tu voz es suave
y es amable tu rostro.5

Aunque no es menor el deseo de la esposa de es u har


la voz del Esposo, sin la ual ( omo o urre en la forma
más perfe ta del amor humano, ual es el divinohumano)
ella no puede vivir. Lo que olo a al verdadero dis ípulo
de Jesu risto que ha es u hado un ofre imiento de amor
al que, por su parte, ha otorgado armativa respuesta
en situa ión de omprender que la ora ión es mu ho más
que un mero diálogo o un medio para elevar peti iones o
a iones de gra ias. Y así omo Dios se siente ansioso de
es u har la voz de su reatura, ésta a su vez (sea ons iente
de ello o no) se halla hambrienta y ne esitada hasta la
muerte por oír la voz de Dios. Por eso di e el verso:

5
Ca 2:14.
190 Alfonso Gálvez

De tu vergel un ave
por tu ausen ia antaba en des onsuelo;
y oyó tu voz suave
y, alzándose del suelo,
a bus arte emprendió veloz su vuelo.6

Conviene insistir en que las formas más perfe tas de


la rela ión amorosa en el hombre se en uentran ex lusi-
vamente en el amor divinohumano, en sus grados más
elevados, y no en el meramente humano (bien que sea legí-
timo o santi ado por la gra ia). A lo que hay que añadir
que, siendo la rela ión amorosa divinohumana un trasun-
to de la perfe ta y misteriosa omuni a ión que ha lugar
en el diálogo íntimo del yotú amoroso, se ha e más fá il
omprender que se trata de una rela ión entre dos que,
sin embargo, permane e errada para todos los demás: Al

ven edor le daré del maná es ondido; le daré también una

piedre ita blan a, y es rito en la piedre ita un nombre nue-

vo, que nadie ono e sino el que lo re ibe.


7 Y de ahí que
las palabras que inter ambian entre sí Dios y la reatura
sean ininteligibles para los demás e imposibles de expli ar

6
CP, n. 13.
7
Ap 2: 17.
Florilegio 191

a quienes no van dirigidas. Como lo insinúa la estrofa que


en abeza el tema que venimos tratando:

. . . aquello que te dije y que tú sabes.

San Juan de la Cruz lo anotaba bellamente en su inigua-


lable Cánti o Espiritual :

Y todos uantos vagan,


de Ti me van mil gra ias reriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbu iendo.
XXV

Ya no os llamo siervos,

porque el siervo no sabe lo que ha e su señor;

a vosotros, en ambio, os he llamado amigos,

porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a

ono er.
1

Ahora que he llegado a la edad en la que, on toda


propiedad, puedo llamarme an iano . . . , no sin gran dis-
gusto de mu hos amigos que preeren hablar de ter era
edad (nun a he terminado de entender el temor de la gen-

te a llamarle a las osas por su nombre), es uando al n he


omprendido que mi vida ha trans urrido en una ontinua

1
Jn 15:15.
194 Alfonso Gálvez

y ansiosa búsqueda, sin yo saberlo. Y lo que es más impor-


tante, sin tampo o ono er on exa titud lo que bus aba.
Mu ho tiempo ha debido trans urrir hasta darme uen-
ta de esta situa ión en la que me he omportado, al menos
de alguna forma, omo suelen ha erlo la mayoría de los
hombres. Po os de los uales se atreven a onfesar que su
vida no ha pasado de ser un gran va ío al que onstan-
temente han bus ado llenar on algo. . . , que jamás han
llegado a en ontrar. Tal era mi aso, en el que tampo o
faltaron las vo es que me aseguraban que lo que el hombre
bus a siempre no es otra osa que la Feli idad, alegando
razones de las que ninguna logró jamás traer la paz a mi
alma. Pues, además de que nadie llegó a expli arme lo que
era la Feli idad, yo tampo o lograba en ontrarla por nin-
guna parte.
Confundido en medio de mis preo upa iones, tampo o
faltaron quienes me amonestaban amablemente para que
me olvidara del problema y me dedi ara a vivir mi vida ;
que era la úni a osa, al pare er, realmente importante.
Sin embargo, además de que nun a pude entender el signi-
 ado de algo tan obtuso omo lo de vivir mi vida, siempre
a ababa omprobando que, pese a lo pro lamado on tan-
to empeño por unos y otros, a ontinua ión todos seguían
Florilegio 195

persiguiendo por su uenta ansiosamente la Feli idad. Por


lo que a abé onven ido de que no ha habido hombre en
toda la Historia de la Humanidad que haya renun iado a
esa búsqueda. Por otra parte, siempre me ha sido difí il di-
sipar la impresión de que nuestra genera ión ha he ho un
pa to por el que ha a eptado vivir, on respe to al propio
ono imiento, entre la ignoran ia y la mentira voluntaria-
mente asumidas y libremente a eptadas.
Y sin embargo ahora lo entiendo on laridad, no
hay mejor manera de ondenarse a no en ontrar jamás la
Feli idad que la de pro urarla on empeño. Pues no es la
Feli idad una realidad que se preste a ser bus ada y al-
anzada por sí misma, sino que es siempre la onse uen ia
y el resultado de la úni a osa que puede originarla. Por
lo que reo estar ahora en ondi iones de asegurar que so-
lamente son apa es de onseguirla quienes se olvidan de

ella por ompleto y dejan de bus arla. Y en efe to, abe


preguntar, ¾qué es la Feli idad y de qué onsisten ia goza
por sí misma?
Y la respuesta surge de modo tan sen illo omo sor-
prendente. Pues, por lo que ha e a su onsisten ia, real-
mente pare e no tener ninguna por sí misma, y quizá se
deba a eso el he ho de que jamás se muestra sola. Todo
196 Alfonso Gálvez

apunta a que ella no es sino el fruto que se desprende de


la Realidad más misteriosa y sublime que existe. . . , y que
no es otra que el amor. Lo úni o apaz de propor ionar
la Feli idad, omo osa que se desprende ne esariamente
de su naturaleza. O de ondu ir a la Perfe ta Alegría, si
es que preferimos llamar a la Feli idad por otro nombre.
Pues es evidente que el alma enamorada no bus a nun a
la Feli idad que ausa en ella la persona amada, sino a
la persona amada que le propor iona tal Feli idad. Por lo

que, omo de ía el gran San Agustín, ½Oh Belleza siempre

antigua y siempre nueva! ½Cuán tarde te ono í, uán tarde

te amé!,eso es pre isamente lo que a mí se me o urre ex-


lamar ahora reriéndolo al amor. La úni a Realidad que
puede llenarlo todo, in luido el orazón de los hombres, y
la úni a también que, según Dante, mueve al sol y a las
demás estrellas.

De ahí el pavoroso drama de nuestro tiempo. Que ha-


biendo dejado de reer en el amor, ha privado de ontenido
y de sentido a todo lo que existe. Pues el hombre moderno

ha llegado a pensar que es apaz de expli arse a sí mismo


lo que es y lo que es el mundo, sin ne esidad de re urrir a
Dios. Pero, omo no podía ser de otra manera y dado lo
Florilegio 197

limitado de su entendimiento, el resultado al que ha dado


lugar es tan ridí ulo omo desastroso.
Coneso que, ahora que he al anzado la an ianidad, el
mundo que me rodea es menos omprensible para mí que lo
era el de mi juventud. Pues las orrientes de pensamiento
de las que hablamos han penetrado también en la Teología
de la Iglesia moderna, la ual no ha dejado de sentir páni o
ante la posibilidad quedarse atrás on respe to al mundo,
o de no sintonizar on él. De ahí mi asombro al ontemplar
que la Pastoral del Nuevo Pente ostés ha minimizado el al-
an e de su horizonte para dar paso a una Teología enana
y teratológi a. En la que, una vez que Dios ha quedado
redu ido a la medida puramente humana de un entendi-
miento ra ional (que no está dispuesto a admitir nada que
lo ex eda), ya no es posible admitir el he ho de que Dios,
por puro amor, haya querido alternar on el hombre hasta

onvertirlo en su amigo. ¾Cómo va a ser apaz de admitir


la exégesis ríti a y ientí a moderna que iertas expre-
siones de El Cantar de los Cantares son algo más que un
lenguaje epitalámi o o metafóri o, del que quedarían ex-
luidas toda intimidad y toda er anía del Amor Divino
on respe to a su reatura? Así por ejemplo:
198 Alfonso Gálvez

Béseme on besos de su bo a.
Son tus amores más suaves que el vino.2
Pronun iada por la esposa. O bien:
Ven, paloma mía. . .
Dame a ver tu rostro, dame a oír tu voz. . . 3
Como ex lama ión de amor del Esposo dirigida a la
esposa.
¾Cómo va a reer tales osas quien no está dispuesto a
re ono er lo que sólo el amor es apaz de llevar a abo? Y
de la misma manera, quien no es apaz de reer en el sa ri-
 io, ni en la abnega ión o inmola ión realizadas por amor,
es imposible que admita la posibilidad de que alguien sea
apaz de entregar por amor su propia vida. Quizá por eso
la Nueva Pastoral se ha sentido en la ne esidad de situar
al dogma, y onsiguientemente al ulto, en tan razonable
situa ión omo para poder ser entendidos por el hombre
moderno. ¾Y qué tiene de extraño, según esta nueva for-
ma de pensar del moderno Catoli ismo, que osas omo la
Misa hayan quedado rebajadas, desde la altura de ser un

2
Ca 1:2.
3
Ca 2:14.
Florilegio 199

Santo Sa ri io expresivo de una Muerte por amor, al nivel


de una mera y simple omida de solidaridad y hermandad ?

De ahí la tristeza de re ono er que no po os atóli os de


hoy han logrado ponerse a tan baja altura omo para po-
der ser a eptados por el mundo moderno, aunque al pre io
de renun iar a ser re ono idos y a eptados por Dios.

Más todavía. Pues dentro del ámbito del perfe to y


verdadero amor del que aquí venimos hablando el amor
divinohumano, sin que por eso vayamos a ex luir, aunque
sea en forma de analogado, al verdadero amor puramen-
te humano, en su primera fase de existen ia o de amor
todavía no perfe to y onsumado, sabedor el que ama que
no puede lograr el amor sino a través del sufrimiento, más
bien estaría dispuesto a a oger a este último antes que a la
Alegría. Pues lo úni o que importa para él es aquello que
más pronto y de forma más segura ondu e hasta la per-
sona amada: ¾La Alegría, el sufrimiento. . . ? ¾Y qué más
da, si lo úni o importante es estar junto a y on la perso-
na amada? Por eso, bienvenido sea el dolor si en verdad
es el amino mejor, in luso hasta su onsuma ión en la
muerte. Pues el amor bus a siempre la totalidad, por lo
que no existe forma de morir que tenga más sentido que la
produ ida por ausa del amor:
200 Alfonso Gálvez

Sus ojos en los míos se posaron


antes de que la aurora despertara,
y de amor tan herido me dejaron
que, si a aso de mí los apartara,
pronto en muerte de amor yo me en ontrara.4

Dentro de la Iglesia, la Do trina mantuvo siempre que


el último Fin del hombre es la Feli idad la Beatitudo, de
la que hablaron siempre los teólogos, a la ual llega el
hombre mediante la ontempla ión sa iativa de la Verdad.

Y sin duda que es así.


Aunque tal vez también se pueda de ir que la Beatitu-
do, mejor que el Fin último, es en realidad el penúltimo.

Puesto que tal Feli idad Perfe ta no se ha e realidad para


el ser humano bienaventurado sino a través de la Pose-

sión de Dios.Pero si el on epto aquí delineado a er a del


amor es verdadero y tiene sentido, validaría la on lusión
de que un Dios meramente ontemplado (paso primero),
pero aún no poseído (paso segundo), no podría ser ausa
de la Beatitudo perfe ta.

4
CP, n. 36.
XXVI

Puesto que el diálogo es parte esen ial de la rela ión


amorosa, es fá il omprender el deseo de oír y es u har al
otro por parte de ada uno de los que se aman. En uanto a
uál de las dos vo es es más importante, la uestión are e
de relevan ia, puesto que ambas son igualmente ne esarias
para la existen ia de la rela ión, y porque ualquiera de
ellas es fuente de alegría para la otra: En las iudades de

Judá y en las plazas de Jerusalén aún se han de oír la voz

de la alegría y la voz del gozo, la voz del esposo y la voz de

la esposa.
1

Dios también desea ávidamente es u har la voz de su


reatura, omo así lo di e por bo a del Esposo en El Cantar
de los Cantares :

1
Jer 33: 1011.
202 Alfonso Gálvez

Ven, paloma mía,


que anidas en las hendiduras de las ro as,
en las grietas de las peñas es arpadas.
Dame a ver tu rostro, dame a oír tu voz,
que tu voz es suave, y es amable tu rostro.2

Y omo no podía ser de otra manera, la esposa se siente


ansiosa y emo ionada al es u har por n la voz del Esposo.
Pues si el diálogo es ne esariamente una rela ión entre dos,
onviene no olvidar que en el amor todo es re ípro o y
bilateral:

½La voz de mi amado!


Vedle que llega,
saltando por los montes,
tris ando por los ollados.3

Con lo que queda patente, una vez más, que un pre-


tendido Plan de Salva ión, estable ido por Dios de forma
unilateral on respe to a su reatura sin ne esidad de a ep-
ta ión o de respuesta por parte de ésta ( ristianismo anó-
nimo ), no tendría sentido alguno. La rela ión de íntima

2
Ca 2:14.
3
Ca 2:8.
Florilegio 203

amistad que Dios deseaba estable er on el hombre queda-


ría destruida y desprovista de signi ado: Ya no os llamo

siervos, porque el siervo no sabe lo que ha e su señor; a

vosotros, en ambio, os he llamado amigos.


4
De manera
que la naturaleza de la rela ión amorosa quedaría redu i-
da a la nada, y ualquier tipo de vín ulo que Dios quisiera
estable er on el hombre sería ualquier osa menos una
rela ión de amor. La amistad requiere por deni ión un li-
bre y voluntario onsentimiento, estable ido sobre la base
de un mutuo afe to, por parte de dos amigos.
El diálogo de la rela ión amorosa divinohumana su-
pone una omuni a ión intensa entre Dios y su reatura,
en tal grado de intimidad omo que ex luye todo lo demás
y redu e al silen io a ualquier osa que pueda estorbar-
lo o distraerlo. Tema muy ultivado por la poesía místi a,
que insiste onstantemente en la búsqueda de la soledad,
de los lugares apartados y del silen io, unido todo ello al
más ompleto olvido de todo lo que pueda ser extraño a la
rela ión de amor.
Como lo intenta expresar el verso:

4
Jn 15:15.
204 Alfonso Gálvez

Siguiendo a los pastores


llegué adonde el Amado me esperaba
allende los al ores.
Y mientras que me hablaba,
el silbo de las selvas no sonaba.5

Quienes piensan que Dios es un Ser mudo que jamás se


omuni a en intimidad on el hombre, es que no han sabido
silen iar el ruido de las osas ir undantes. Siendo el amor
la Realidad más ex luyente que existe, es natural que exija
un desprendimiento y olvido de todo lo demás: Quien no

renun ia a todo lo que posee, no puede ser mi dis ípulo.


6

Y de ahí que el diálogo de amor divinohumano sea siem-


pre silen ioso y tenga lugar en soledad, absolutamente al
margen de ualquier otra osa:

A ér ate a mi lado
mientras el ierzo sopla en el ejido,
y deja ya el ganado,
y uéntame al oído
si a aso por mi amor estás herido.7

5
CP, n. 9.
6
L 14:33.
7
CP, n. 67.
Florilegio 205

Así se expli a que este diálogo solamente sea viable


para quienes saben amar. Pues amar par ialmente, o on
ondi iones en las que quien pretende amar se reserva algo,
son osas que ha en imposible el amor. Con demasiada fa-
ilidad han olvidado los ristianos el pre epto de amar on
todo tu orazón, on toda tu alma y on toda tu mente.
8

Algo que asi suena a pleonasmo pues, ¾a aso es posible


amar de otra manera. . . ? Y, si bien las reaturas esta-
rían dispuestas a admitir lo que podría ser una imita ión o
pseudoamor, jamás Dios, que es Suma Verdad e Innito
Amor, a eptaría tal osa.
La realidad, sin embargo, se impone por medio de las
osas que soli itan al hombre insistentemente hasta atraer-
lo y, on no po a fre uen ia, autivarlo. Lo ual Dios en su
Bondad ha sabido tener en uenta, por lo que ha moderado
el poder sedu tor de lo reado a límites ompatibles on
las apa idades humanas. Hasta el punto de que, uando
la o asión lo demanda, suele imponer ierto silen io a las
osas, tal omo se di e en el Libro de El Cantar :

8
Mt 22:37.
206 Alfonso Gálvez

Os onjuro, hijas de Jerusalén,


por las ga elas y las abras monteses,
que no despertéis ni inquietéis a mi amada
hasta que a ella le plaz a.9

Y siempre ontando una vez más, omo exige la natu-


raleza de las osas, on la olabora ión y onsentimiento
humanos, sin los que no habría rela ión amorosa posible.
Pues, tanto el ofre imiento amoroso omo su a epta ión
requieren ser pronun iados en libertad, y de ahí que en su
preo upa ión y uidado por la esposa, el Esposo añada en
el Poema la peti ión nal hasta que a ella le plaz a.
Con lo que de nuevo, omo puede verse, queda des-
artado el ristianismo anónimo. Una expresión que por
sí misma supone una manipula ión del he ho amoroso, el
ual jamás admite anonimatos y sí solamente nombres pro-
pios, omo rela ión que es de persona a persona: Yo te lla-
mé por tu nombre.
10
No en balde Jesu risto ha e ante eder
el nombre a la pregunta, dirigida a San Pedro, a er a de
si lo amaba más que los demás: Simón, hijo de Juan, ¾me

amas más que éstos?


11

9
Ca 3:5.
10
Is 45:3.
11
Jn 21:15.
Florilegio 207

Una de las opera iones mas absurdas pro edente del


Padre de la Mentira onsiste en introdu ir la idea de lo
anónimo en el on epto del amor. El ual es siempre una
rela ión de persona a persona en la más ompleta liber-
tad, según un íntimo ono imiento mutuo en el que prima
el más entrañable tú a tú. Que por eso Jesu risto desterró
para siempre del amor la rela ión señorsiervo para sus-
tituirla por la de amigos (Jn 15:15). El diálogo amoroso
requiere la entrega y rendi ión mutua en total intimidad
por parte de los que se aman, lo que ha e impensable el
des ono imiento personal que impli aría el anonimato :

Allí, junto al Amado,


en silen ioso amor orrespondido,
estando yo a su lado,
Él díjome al oído
que también por mi amor estaba herido.12

12
CP, n. 61.
XXVII

Es la voz del Esposo


omo la huidiza estela de una nave,
omo aire rumoroso,
omo susurro suave,
omo el vuelo no turno de algún ave.1

La esposa de El Cantar de los Cantares ex lamaba en-


tusiasmada al oír la voz del Esposo:

½La voz de mi amado! Vedle que llega


saltando por los montes,
tris ando por los ollados.
Es mi amado omo la ga ela o el ervatillo.

1
CP, n. 87.
210 Alfonso Gálvez

Vedle que está ya detrás de nuestros muros,


mirando por las ventanas,
atisbando por entre las elosías.
Oíd que me di e. . . 2

Pues, ¾qué otra osa puede desear una esposa enamo-


rada sino oír la voz del Esposo? Las palabras que os he

hablado son espíritu y son vida . . .


3 Si permane éis en mí

y mis palabras permane en en vosotros, pedid lo que que-

ráis y se os on ederá.
4
He ahí la voz que es para ella la
razón de su vida, y de ahí su ardiente anhelo por es u-
harla en todo momento, ya de no he, ya de día, ya sea en
estado de vigilia o in luso durante el sueño:

Yo duermo, pero mi orazón vigila.


Es la voz del amado que me llama.5

Nada puede desear más ardientemente un alma enamo-


rada que oír la voz de Dios. Ante la que obran nuevo sen-
tido los sufrimientos, y on la que se desvane e omo el

2
Ca 2: 810.
3
Jn 6:63.
4
Jn 15:7.
5
Ca 5:2.
Florilegio 211

humo lo negativo que puedan ofre er las pruebas y pena-


lidades de esta vida:

De tu vergel un ave
por tu ausen ia antaba en des onsuelo;
y oyó tu voz suave,
y, alzándose del suelo,
a bus arte emprendió veloz su vuelo.6

Y omo en el amor, según siempre hemos di ho, todo


es bilateral y re ípro o, nada desea más el Esposo de El
Cantar de los Cantares que oír la voz de la esposa:

Ven, paloma mía,


que anidas en las hendiduras de las ro as,
en las grietas de las peñas es arpadas.
Dame a ver tu rostro, dame a oír tu voz,
que tu voz es suave, y es amable tu rostro.7

Aunque las palabras de Jesu risto, omo hemos visto


antes, son espíritu y vida, aquéllos a quienes iban destina-
das optaron en su mayoría por endure er su orazón y no

6
CP, n. 13.
7
Ca 2:14.
212 Alfonso Gálvez

es u harlas. La Carta a los Hebreos lo señala, reriéndose


a un he ho on reto pero que en realidad vale para todos
y para todos los tiempos: Por eso, omo di e el Espíri-

tu Santo: Si hoy es u háis su voz, no endurez áis vuestros

orazones, omo su edió en la rebelión . . .


8 El mismo Jesu-
risto se quejaba on dolor de la a titud de los hombres:
Si os digo la verdad, ¾por qué no me reéis? Y añadía una

a lara ión que expli aba esa forma de ondu ta: El que es

de Dios es u ha las palabras de Dios; por eso vosotros no

las es u háis, porque no sois de Dios.


9

Es por eso por lo que, en esta épo a de profunda risis


que se abate sobre la Iglesia la más grave que ha pa-
de ido a lo largo de su Historia, es uando las palabras
del Evangelio de San Juan han adquirido su mayor relie-
ve: Vino a los suyos, pero los suyos no le re ibieron.10 En
realidad es la misma risis la ausa de que, en la a tua-
lidad, apenas si en parte alguna los ristianos en uentren
oportunidad de es u har la Palabra de Dios, pues nun a

omo ahora ha estado el mundo atóli o tan ayuno de las

enseñanzas de Dios. Arma ión que, por dura que parez-

8
Heb 3: 78.
9
Jn 8: 4647.
10
Jn 1:11.
Florilegio 213

a, vale para ualquier nivel de la a tividad Pastoral de la


Iglesia. Como si fueran de ahora las palabras de San Pablo,
pronun iadas en alusión al profeta Isaías en una situa ión
que, sin embargo, era menos grave que la a tual: Pero no

todos obede en al Evangelio. Pues, omo di e Isaías: Se-

ñor, ¾quién reyó nuestro anun io?


11

Aunque, omo siempre suele su eder, habrá quien pien-


se que lo di ho no pasa de ser una opinión personal, muy
exagerada y fuera de lugar. Pues jamás se ha predi ado
tanto omo ahora ni se ha visto una tan prolí a a tividad
pastoral: sermones, dis ursos, de lara iones, do umentos,
libros y onferen ias de Obispos y teólogos afamados apro-
ve hando las té ni as de todos los medios de difusión. . .
Todo ello desarrollado en un ambiente rebosante de su-
puesta religiosidad en el que hasta los lai os (hombres y
mujeres), además de las monjas, se han onvertido en pre-
di adores.
Todo lo ual es ierto. El problema surge, y hasta se
onvierte en grave, uando se atiende al ontenido do trinal
de esas predi a iones. Puesto que, además de no hablar de
nada sólido (en el más benigno de los asos), se umplen
en ellas asi siempre las palabras del Apóstol San Juan:

11
Ro 10:16.
214 Alfonso Gálvez

Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo, y el

mundo los es u ha.


12

Por otra parte, también es de notar que existe ahora


en la Iglesia, omo en los primeros tiempos de su Histo-
ria, un auge de Movimientos que pare en gozar de gran
proximidad on el Espíritu Santo y profunda anidad on
sus arismas pente ontalistas, arismáti os, ate ume-
nales. . . . Lo que indu e a pensar en el rena er de una
nueva y potente espiritualidad uya fuente no es otra que
el Espíritu.
Todo lo ual también es ierto. Sin embargo, uando
el problema es examinado despa io y serenamente, no pa-
re e injusti ada la siguiente pregunta: hasta el momento
presente, ¾qué garantías de seguridad posee el onjunto
del Pueblo ristiano de que tales impulsos e inspira iones
pro eden realmente del Espíritu?

12
1 Jn 4:5.
XXVIII

En la Nueva Religión puesta en mar ha por la Pasto-


ral post on iliar, on la que se pretende llevar a abo una
Nueva Evangeliza ión, han surgido diversos Movimientos

( ono idos, por lo general, on el nombre genéri o de aris-


máti os ) que son poseedores, según arma ión propia, de
multitud de arismas re ibidos on profusión de manos del
Espíritu y que son manejados por ellos a voluntad. Cosa
normal si se onsidera que, según las enseñanzas del Papa
Juan Pablo II, la Iglesia se ha visto favore ida, a la entra-
da del ter er milenio, on un Nuevo Pente ostés que la ha
inundado on una lluvia de dones.
Como método de aproxima ión al tema, pres indamos
de la preo upa ión de algunos ante la apari ión de tantas
Novedades en una Iglesia que, por paradoja, siempre se
ha onsiderado a Sí misma omo tradi ional e inmutable,
216 Alfonso Gálvez

desde que quedó errada o ialmente la Revela ión on la


muerte del último Apóstol.
Los Movimientos arismáti os, por lo general, ha en
alarde de una forma de rela ión que indu e a pensar que
el Espíritu se en uentra pronto a se undar a ualquiera que
lo interpele y a otorgar lo que se le pida. Algo así omo para
evo ar el re uerdo de la prontitud y automáti a exa titud
de iertos artilugios, omo los que fun ionan onforme al
ono ido lema de sírvase usted mismo y un manejo de
botones.
Pero resulta difí il admitir que esa forma de imaginar
el Espíritu y sus pro edimientos tenga algo que ver on la
realidad. La re ta Do trina siempre ha onsiderado al Es-
píritu omo que es lo más íntimo y omo el mismo orazón
de Dios: Des ono ido, innitamente deli ado y sutil, mis-
terioso e inasible y a quien se atribuye el Amor en Dios.
Es además Soberana e Innita Libertad Donde está el
Espíritu del Señor, allí está la libertad .
1Y, en uanto a
su voz. . . , ni siquiera el he ho de onsiderarla omo un su-
surro inaprensible, maravilloso e inefable, apaz de indu ir
a alguien en la Alegría Perfe ta y en la Completa Verdad,

1
2 Cor 3.17.
Florilegio 217

equivaldría a de ir algo que se a er ara mínimamente a la


expli a ión de lo que realmente es.
Según Jesu risto, el Espíritu sopla donde quiere y oyes

su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va.


2
Pero si
ya el amor es un Misterio inexpli able, ¾qué de ir de Quien
se supone que es el Corazón del Amor Innito? ¾A aso no
fue orre ta la intui ión de los Padres de la Iglesia uando
lo llamaron El Gran Des ono ido ? Por otra parte, siendo
el Amor soberanamente libre por naturaleza, ¾ ómo puede
alguien pensar que tiene a su disposi ión a Quien es la Voz
misma de Dios, que habla a quien quiere y uando quiere,
sin que nun a pueda saberse ni de dónde viene ni adónde
va ? Pues si el hombre en su estadio terreno jamás puede

llegar a omprender el al an e del amor, ¾ ómo logrará

ha erlo on el Amor divino, del que nun a se sabe de dónde

viene ni adónde es apaz de llegar?

Jesu risto, que es la Palabra del Padre, ha sido es u ha-


do laramente por los hombres. Pero en uanto al Espíritu,
si bien es verdad que es la Voz de Dios y se le oye (pero
oír no es lo mismo que es u har o entender), solamente lo
omprenden quienes viven dentro del ámbito del Amor y
de la Verdad: El Espíritu de la Verdad, al que el mundo no

2
Jn 3:8.
218 Alfonso Gálvez

puede re ibir porque no lo ve ni lo ono e; vosotros lo o-

no éis porque permane e a vuestro lado y está en vosotros,

de ía Jesu risto a sus Apóstoles en la No he de la Despe-


dida.3 Solamente la Iglesia, uando ejer e su prerrogativa
de enseñar o ialmente en fun iones de Magisterio infali-
ble y según las ondi iones requeridas, puede imponer la
verdad omo que habla siguiendo la inspira ión emanada
del Espíritu.
Aparte de esa ir unstan ia ex ep ional, quien preten-
da que puede es u har a voluntad la Voz de Quien es el
mismo Amor (algo así omo quien oye las palabras de un
instrumento me áni o on sólo introdu ir unas monedas),
o disponer de sus dones, es porque are e de toda idea de
lo que es el Amor: el amigo del Esposo, que le a ompaña

y le oye, se alegra grandemente al oír la voz del Esposo,

de ía Juan el Bautista.4 Pero en él se trataba del amigo


del Esposo, y además le a ompañaba y estaba on Él. Sin

embargo, aparte del mismo Pre ursor, ¾quién se atreverá


a presumir que es amigo del Esposo y que le sigue on
delidad?

3
Jn 14:17.
4
Jn 3:29.
Florilegio 219

Según lo ual, ¾quién puede enton es es u har su voz. . . ?


Tal omo hemos visto antes y según el mismo Espíritu,
aquéllos que permane en a su lado y en los uales está
(Jn 14:17). O para de irlo brevemente: es u han su Voz só-
lo y ex lusivamente quienes están verdaderamente enamo-
rados de Dios.
La audi ión de la Voz de Dios, omo la omprensión y
posesión del verdadero Amor, no es tarea equivalente a la
de re oger manzanas uando así lo de ide la voluntad de
alguien. Pues se trata de algo que, omo hemos di ho ya,
está vetado para el Mundo. La misma esposa de El Cantar
de los Cantares, por ejemplo, onesa su angustia ante la
di ultad por en ontrar al amado de su alma, mientras que
suspira por onseguirlo:

Dime tú, amado de mi alma,


dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía,
no venga yo a extraviarme
tras de los rebaños de tus ompañeros.5

Solamente de manera indire ta, y mediante el estudio


a posteriori de los frutos produ idos, podría quizá el ser

5
Ca 1:7.
220 Alfonso Gálvez

humano llegar a un probable onven imiento de que se tra-


ta de la Voz del Espíritu. No todo el que di e que sigue
sus impulsos puede alardear de estar en lo ierto. Después
de vistos los resultados, por ejemplo, tanto durante su e-
lebra ión omo después del Con ilio Vati ano II, resulta
difí il reer las palabras del Papa Juan XXIII respe to a
que su onvo atoria le había sido inspirada por el Espíritu
Santo.
La verdad es que el Mundo es absolutamente in apaz
de entender el verdadero Amor. Quienes permane en en
los límites del amor meramente humano, o menos todavía,
quienes onfunden el amor on el mero ejer i io del sexo,
se en uentran muy lejos de omprender lo que signi a
ese susurro misterioso e insinuante que, sin ne esidad de
utilizar palabras, habla y di e más que todos los sonidos
y lenguajes del mundo, además de sus itar sentimientos
inimaginables e inexpli ables de por sí para el orazón hu-
mano, de no mediar la ayuda de lo Alto. Y lo ha e mediante
una forma de expresarse que sólo entienden los verdaderos
enamorados y en la que, pese a todo, jamás llega a des-
plegar sus innitas posibilidades; no ya en lo que se reere
al mero amor humano por puro que sea, sino in luso en lo
que onstituye el inmenso don del amor divinohumano:
Florilegio 221

Los mares sosegados


en ondas azuladas y serenas,
los e os apagados
de antos de sirenas,
un susurro de amor que se oye apenas.6

6
CP, n. 48.
RECAPITULACIÓN

Y dando la labor por a abada,


la ima muy de lejos olumbrada,
el bardo enmude ió, on gran tristeza:
¾Quién osará antar a la belleza?
Y fuese al n, en mar ha apresurada,
dejando atrás su péñola, olvidada.1

Rara vez una obra de arte deja satisfe ho a su autor.


A Miguel Ángel, por ejemplo, le pare ía que a su Moisés
todavía le faltaba el habla. Sin embargo, alguna vez la
obra ne esariamente debe darse por a abada, aunque no es
probable que el artista onsidere que el resultado es un el
trasunto de lo que había en su mente.

1
CP, n. 100.
224 Alfonso Gálvez

Lo ual es aún más ierto uando se trata de la vi-


da humana. Muy po os hombres se habrán en ontrado en
ondi iones de de ir, al nal de su existen ia, que han vi-
vido en plenitud una verdadera vida. Jesu risto es el Hom-
bre que on mayor verdad pudo de ir desde la ruz, antes
de exhalar el último aliento, que todo está onsumado.2 Y
San Pablo, por su parte, reriéndose al nal de su anda-
dura terrena, se atrevió a asegurar que he peleado un buen

ombate, he al anzado la meta, he guardado la fe.


3

Pero sea omo fuere, para el omún de los hombres el


nal de la vida mar a el momento de un agudo abatimien-
to, surgido del onven imiento de que la labor que debía
haber sido he ha apenas si ha quedado omenzada ; y aun
eso en el mejor de los asos. Lo realizado si es que algo
ha sido realizado queda muy lejos del umplimiento de la
tarea que se supone había sido en omendada al omienzo
de la existen ia; pues la ima que tenía que haber sido on-
quistada, apenas si queda olumbrada, ubierta de nieves
perpetuas y oronada de densos nubarrones que apenas si
permiten vislumbrarla en la lejanía.

2
Jn 19:30.
3
2 Tim 4:7.
Florilegio 225

No hay lugar, sin embargo, para el desaliento puesto


que Dios ya ontaba on nuestra limita ión: No temáis, pe-
queño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros

el Reino.
4
Solamente se requiere el re ono imiento humil-
de de que todo es gra ia, omo de ía Bernanos,5 y la plena
a epta ión de las palabras de Jesu risto según las uales
sin mí no podéis ha er nada.
6

Por otra parte, es normal que Dios proponga al hombre


objetivos al pare er imposibles de realizar, dada su ondi-
ión de reatura, omo puede omprobarse, por ejemplo,
en la ono ida senten ia de Jesu risto: Sed perfe tos omo
vuestro Padre elestial es perfe to.
7
Pero que, sin embar-
go, le sirven de guía y de faro orientador que ilumina el
amino de su existen ia. Pues todo indi a que un destino,
propuesto omo meta a una reatura uyo n es la Vida
Eterna, es más deseable uando se muestra omo inal an-
zable y arduo, mejor que si pare e demasiado orto y fá il e
inapropiado, por lo tanto, para quien está llamado a om-
partir la gloria de la vida divina.

4
L 12:32.
5
Georges Bernanos, Diario de un Cura Rural, Epílogo, in ne.
6
Jn 15:5.
7
Mt 5:48.
226 Alfonso Gálvez

Pero es Dios mismo quien, una vez ha quedado patente


la menuden ia de la obra humana, puntualiza su postura
al respe to: Muy bien, siervo bueno y el; porque has sido

el en lo po o . . .
8Donde el Amo re ono e que el siervo ha
sido el en lo po o, lo ual no le impide llamarlo bueno y

el y asegurarle su re ompensa: Yo te onstituiré sobre lo

mu ho: entra en el gozo de tu Señor.

De la le tura de este texto se desprende una doble ons-


tan ia. Para omprender la ual, omo o urre en tantos
lugares de la Es ritura, es ne esario leerlo on aten ión y
dedu ir onse uen ias:
En primer lugar, queda patente la insigni an ia de la
obra humana, sea ual sea la tarea a realizar o ya realizada.
Lo ual es normal si se onsidera que la meta nal está
situada en lo innito: Sed perfe tos omo vuestro Padre
elestial es perfe to.
Pues la pequeñez humana llenaría de
onsterna ión a ualquiera que piense libre de prejui ios,
omo se di e en el Libro de Job: ¾Qué es el hombre para que
9
le hagas tanto aso y pongas en él tanta aten ión? ; o omo

queda rubri ado en los Salmos: ¾Qué es el hombre para

que te a uerdes de él y el hijo de Adán para que te uides

8
Mt 25: 21.23; L 19:17.
9
Jb 7:17.
Florilegio 227

de él?
10 En realidad siempre abe pensar, on respe to a
ualquier osa que el hombre haga, por trans endente que
parez a y partiendo siempre del supuesto de que obra on
re titud, que solamente ha sido el en lo po o. Por lo que
no es extraño que existan o asiones en las que, asaltado por
el sentimiento de su propia Nada, se angustie hasta reer
que no va a poder en ontrar a Dios por parte alguna:

Busqué hasta las estrellas


reyendo que en alguna
iba a en ontrar vestigios de tus huellas;
mas yo no hallé ninguna
aminando ha ia el Sol, desde la Luna.11

Conviene insistir en que el hombre del que aquí se habla


es un siervo bueno y el, omo el texto re ono e expresa-
mente. Por lo que en la problemáti a aquí ontemplada
se ex luye ualquier espe ie de mala voluntad así omo el
re hazo del ofre imiento amoroso re ibido de Dios.
De todos modos, aun ontado on la buena voluntad
de la reatura, la pequeñez de su obra no pasa de ser insig-
ni ante: Porque has sido el en lo po o . . . Y sin embargo,

10
Sal 8:5.
11
CP, n. 10.
228 Alfonso Gálvez

ahí está la base sobre la que se fundamenta la grandeza de


la situa ión estable ida, omo vamos a ver enseguida.
Di ho lo ual, ya podemos omprobar que la segunda
onstata ión que se desprende del texto es onsoladora.
En ella apare e de nuevo la paradoja de la existen ia
ristiana. Puesto que pone de maniesto la gran distan ia
que media de lo minús ulo a lo grandioso, de lo nito a lo
innito, de las posibilidades del hombre a la magni en ia
de un Dios que es apaz de salvar una innita distan ia. . . ,
a n de demostrar total Amor a su reatura y poder ser
orrespondido por ella de la misma manera.
Pues la pequeñez de la reatura no ha supuesto obs-
tá ulo para que Dios derrame sobre ella la fuerza de su
Amor y la largueza de su generosidad: Yo te onstituiré

sobre lo mu ho; entra en el gozo de tu Señor. Y es que, una


vez más la fuerza se perfe iona en la aqueza,12 mientras
que la grandeza y la magni en ia divinas a aban on la
pequeñez e insigni an ia humanas. El Libro de los Sal-
mos, por ejemplo, después de asegurar que la reatura hu-
mana no pare e mere er por sí misma tanta aten ión por
parte de Dios, según hemos omprobado más arriba, añade
a ontinua ión:

12
2 Cor 12:9.
Florilegio 229

Lo has he ho po o menor que los ángeles,


le has oronado de gloria y honor.
Le das el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo has puesto bajo sus pies:
ovejas y bueyes,
bestias del ampo,
las aves del ielo y los pe es del mar.13

Y puesto que la rela ión amorosa divinohumana se


rige por las reglas de la re ipro idad y de la bilaterali-
dad, omo su ede en toda verdadera rela ión de amor, la
ondi ión de igualdad, que orresponde a toda verdadera
rela ión amorosa, se ha e aquí patente a través de la no-
ta de la totalidad. Según la ual ambas partes se entregan
mutuamente todo lo que son y todo lo que poseen, omo
onse uen ia de que se aman en el mismo y on el mismo
Amor. También, pues, en ese punto de la rela ión divino
humana la reatura se equipara a su Señor, una vez que
ambos se entregan en ompleta totalidad : un Amor inni-
to que se ofre e por entero, frente a un amor nito pero
que también se entrega por entero.
Esta teoría de la equipara ión o de la perfe ta igualdad
en la rela ión amorosa, tal omo lo requieren las leyes del

13
Sal 8: 69.
230 Alfonso Gálvez

perfe to Amor, se expone on amplitud y detalle en la


do trina de San Juan de la Cruz:
Y porque en esta divina sabiduría que ha e el alma a Dios, le da
al Espíritu Santo omo osa suya on entrega voluntaria, para que
en Él se ame omo Él se mere e, tiene el alma inestimable deleite y
frui ión, porque ve que da ella a Dios osa suya propia que uadra
a Dios según su innito ser. Que aunque es verdad que el alma no
puede de nuevo dar al mismo Dios a Sí mismo, pues Él en sí siempre
se es el mismo, pero el alma de suyo perfe ta y verdaderamente lo
ha e, dando todo lo que Él le había dado para pagar el amor, que es
dar tanto omo le dan; y Dios se paga on aquella dádiva del alma
que on menos no se pagaría; y la toma Dios on agrade imien-
to, omo osa que de suyo le da el alma, y en esa misma dádiva
ama el alma también omo de nuevo, y así, entre Dios y el alma,
está a tualmente formado un amor re ípro o en onformidad on la
unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que
son la divina esen ia, poseyéndolos ada uno libremente por razón
de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos,
di iendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San
Juan (17:10), a saber: Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y he sido
14
glori ado en ellos .

Conviene re ordar aquí dos puntos importantes y hasta


fundamentales. El primero se reere a que nos en ontra-
mos dentro del ámbito de la misteriosa realidad que es el

14
San Juan de la Cruz, Llama de Amor Viva, III, 79.
Florilegio 231

Amor; en el que, una vez más, su ede lo que nun a pudo


ser imaginado por una mente reada. El segundo tiene que
ver on que el tema del que estamos hablando depende
enteramente de la gra ia, sin la que nada de lo aquí di ho
gozaría de efe tividad alguna.
Dios quiso que la rela ión amorosa divinohumana se
desenvolviera según las reglas de una verdadera y perfe ta
rela ión de amor. En ella su ede que todo lo que es de
uno pasa a ser del otro, según una perfe ta re ipro idad
que ha e realidad lo que en El Cantar de los Cantares
de ía la esposa: Mi Amado es para mí y yo soy para mi
Amado,
15
que a su vez no es sino un e o del ono ido
lema amoroso todo lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío. Con lo
que se rea una situa ión que sólo el Amor puede ha er
posible en la que, permane iendo inta ta la personalidad
de ada una de las partes, todo lo que entrega y re ibe

una de ellas es re ípro amente re ibido y entregado por la


otra, desapare iendo así todo indi io de desigualdad en la
rela ión: Ya no os llamo siervos. . . A vosotros, en ambio,
os he llamado amigos.
16

15
Ca 2:16.
16
Jn 15:15.
232 Alfonso Gálvez

La do trina quedó denitivamente estable ida por Je-


su risto en el Sermón de la Última Cena: Les he dado a

ono er tu nombre [½oh Padre!℄ y lo daré a ono er, para

que el amor on que Tú me amaste esté en ellos y Yo en

ellos . . .
17 Yo les he dado la gloria que Tú me diste para

que sean uno, omo nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú

en mí para que sean onsumados en la unidad . . .


18 Que to-

dos sean uno, omo Tú, Padre, en mí y Yo en Ti, para que

así ellos estén en nosotros.


19

De manera que el Amor de Dios se vuel a en el hom-


bre por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado.20
Y puesto que es el mismo Espíritu Santo por el ual y en
el ual el hombre ama a Dios, queda estable ido un per-
fe to nexo entre ambos.21 De ahí se desprende que, puesto
que Dios y el hombre se entregan mutuamente en la unión
a la que ha dado lugar el Espíritu Santo para que el

Amor on que me has amado, ½oh Padre!, esté en ellos y

17
Jn 17:26.
18
Jn 17: 2223.
19
Jn 17:21.
20
Ro 5:5.
21
Los Padres onsideraban también al Espíritu Santo omo nexus
duorum, reriéndolo al Seno de la Trinidad. La expresión también
tiene apli a ión aquí, aunque teniendo en uenta la analogía.
Florilegio 233

Yo en ellos , queda determinada la situa ión de igualdad


entre ambos en el Amor: Dios ama al hombre en el Espí-
ritu Santo y el hombre le orresponde a través del mismo
Espíritu. Quien, de este modo, es espirado por ambos on-
juntamente, omo armaba San Juan de la Cruz en sus
omentarios en prosa a su poesía. Y al mismo tiempo, la
onstante a tualidad de la mutua entrega, ha e posible que
la rela ión se mantenga omo tal e inta ta en una situa ión
mutua de ofre imientore ep ión que, a su vez, omo una
de las ara terísti as que orresponden al Amor perfe to,
está destinada a la perennidad.
La distan ia innita entre lo Eterno y lo pere edero,
entre lo Ne esario y lo ontingente, entre la Suma Perfe -
ión y lo imperfe to, ha quedado salvada y eliminada para
siempre, puesto que ahora el hombre es algo más que ami-
go de Dios, desde el momento en que le ha sido on edido
ser partí ipe de la Divina Naturaleza (2 Pe 1:4).
San Juan de la Cruz, omo hemos indi ado más arriba,
en referen ia al Espíritu Santo habla de una mutua espi-
ra ión por parte de Dios y del hombre, en lo que respe ta
a su presen ia en el alma. Lo que no debe sorprender si se
piensa que el amor es siempre osa de dos: de Dios y del
hombre en este aso. Así es omo se ongura un re ípro o
234 Alfonso Gálvez

ofre imientore ep ión por dos que mutuamente se aman;


hasta produ ir aquí, según el Santo, una verdadera trans-

forma ión del alma en Dios e in luso en las tres Personas


de la Santísima Trinidad:
Este aspirar del aire es una habilidad que el alma di e que le dará
Dios allí, en la omuni a ión del Espíritu Santo; el ual, a manera
de aspirar, on aquella su inspira ión divina, muy subidamente le-
vanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la
misma aspira ión de amor que el Padre aspira en el Hijo, y el Hijo
en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el
Padre y el Hijo en la di ha transforma ión, para unirla onsigo. Por-
que no sería verdadera y total transforma ión si no se transformase
el alma en las tres Personas de la Santísima Trinidad, en revelado
y maniesto grado. Y esta tal aspira ión del Espíritu Santo en el
alma, on que Dios la transforma en Sí, le es a ella de tan subido
y deli ado y profundo deleite, que no hay de irlo por lengua mortal,
ni el entendimiento humano, en uanto tal, puede al anzar algo de
ello; porque aun lo que en esta transforma ión temporal pasa a er a
de esta omuni a ión en el alma, no se puede hablar. Porque el al-
ma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma
aspira ión divina, que Dios, estando ella en Él transformada, aspira
22
en Sí mismo a ella.

Sin embargo, on respe to a la transforma ión del al-


ma en Dios de la que habla el Santo, onviene advertir que

22
San Juan de la Cruz, Cánti o Espiritual, XXXIX, 3.
Florilegio 235

quizá la expresión no sea demasiado afortunada. Por su-


puesto que el Santo siempre insiste laramente, a través de
toda su do trina, en la sustan ial y permanente distin ión
entre Dios y el alma; por lo que sería injusto y disparatado
atribuirle, de algún modo, la do trina ontraria.
Por lo que el problema es, sobre todo, una uestión
de lenguaje. Dado que el vo ablo transforma ión posee un
signi ado ambivalente que puede no oin idir on el que
el Santo le atribuía en su lenguaje del siglo XVI, ya que
lo mismo puede signi ar un simple ambio de aspe to que
un profundo ambio sustan ial. Con el onsiguiente peligro
de sus itar ideas panteísti as.
Dejando aparte el problema metafísi o a er a de la im-
posibilidad de que una persona se transforme en otra, en
realidad la reatura que ama no querría transformarse en
la persona amada. El supuesto es tan absurdo que su mero
enun iado ya es re hazado por el que ama, ons iente o
in ons ientemente. Su ede en la rela ión amorosa que el
otro siempre es amado omo otro, ontemplado omo otro
y deseado omo otro. Alguien que atrae y sedu e omo
persona ompletamente distinta al que ama; de tal mane-
ra que, si en algún momento dejara de ser el otro, des-
apare ería en el a to una rela ión amorosa que siempre se
236 Alfonso Gálvez

fundamenta en la oposi ión del yotú. Por otra parte, sería


imposible el dar y el re ibir si no existen un uno y un otro

omo seres y personas diferentes y distintas. De ahí que


el yo amante siempre piensa en el tú amado omo alguien
ontrapuesto a sí mismo, on el que llevar a abo un diá-
logo amoroso que, de otra forma, sería un mero monólogo

que ondu iría a un absurdo nar isismo.


Debe ser ex luida, por lo tanto, ualquier idea que pue-
da indu ir a pensar en la transforma ión de una persona
en otra o en la fusión de ambas en una sola. Con lo ual
queda pendiente la pregunta a er a del exa to signi ado
de la mutua identi a ión de los amantes o de la re ípro a
posesión del uno por el otro. ¾Qué signi an, en realidad,
las palabras de la esposa en El Cantar de los Cantares

uando di e que Mi amado es para mí y yo soy para él ?


23

¾O las de Jesu risto en las que arma que Quien ome mi

arne y bebe mi sangre permane e en mí, y Yo en él. Igual

que el Padre que me envió vive, y Yo vivo por el Padre,

así, aquél que me ome vivirá por mí ?24


La ontesta ión a estas preguntas supondría adentrar-
se en la esen ia del profundo Misterio del Amor. Por lo que

23
Ca 2:16.
24
Jn 6: 5657.
Florilegio 237

no abe ha er otra osa que pro eder mediante ex lusio-


nes y aproxima iones, dado que estamos ante uno de esos
misterios que son más fá ilmente intuidos que expli ados.
De ir, por ejemplo, que todo queda redu ido a un in-
ter ambio de sentimientos, omo una posible solu ión, no
expli a una realidad que va mu ho más allá y es bastante
más ompleja. Como tampo o se resuelve la uestión a u-
diendo a la teoría de la propiedad, o poder de disposi ión,
de ada uno de los amantes on respe to al otro; en la que
el problema, además de no quedar zanjado, plantea otras
nuevas y más sutiles preguntas. Y así su esivamente.
Quizá pueda servir, omo elemento de reexión y de
estudio, el texto de San Pablo en Ga 2:20: Vivo yo, pero
ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.

En el que el Apóstol omienza di iendo que, en su re-


la ión on Cristo, es y permane e él mismo y no otro, ase-
gurando por lo tanto su identidad personal irrenun iable
vivo yo . Para ontinuar on algo que pare e una on-
tradi ión pero ya no vivo yo . En esta segunda frase, la
onjun ión adversativa pero indudablemente signi a que
se aporta un giro fundamental a la anterior, en la que San
Pablo armaba la identidad de su propio yo. Aunque el
nuevo matiz no puede ser, sin embargo, una nega ión del
238 Alfonso Gálvez

primero, lo que signi aría ha er gala de una ontradi ión


que no tendría sentido alguno. El puente lógi o de unión
entre ambas y la respuesta están, sin duda alguna, en la
ter era frase sino que es Cristo quien vive en mí . . . ,
en la que sin embargo el misterio permane e, a falta de
una respuesta plenamente satisfa toria, ya que, en reali-
dad, ¾qué signi a la arma ión de que es Cristo quien
vive en mí ?

Quizá sea ne esario a eptar la idea de que San Pablo


no fue más explí ito por la sen illa razón de que no po-
día ha er otra osa. Todos los misterios están limitados
para el ser humano por un umbral, más allá del ual no
se puede pasar. No obstante gozan de sentido, en uanto
que indu en ideas que realizan una fun ión ade uada, su-
iente por ahora en la presente vida pero que es ne esaria
e impres indible y que, de todos modos, ondu irá a la
plena omprensión de todo en la otra: Cuando aparez a lo
perfe to, desapare erá lo imperfe to.
25

Pero enton es, ¾ abe de ir todavía que la frase es Cris-

tiene algún sentido para el entendi-


to quien vive en mí

miento humano? Ne esariamente ha de tenerlo, pues otra


osa sería admitir que el Apóstol habló sin ánimo de de ir

25
1 Cor 13:10.
Florilegio 239

nada, lo que equivaldría sen illamente al absurdo de hablar


por hablar.
Quizá sea posible pensar, aun partiendo de la base de
mantener el respeto al ámbito del misterio, que si bien no
es posible admitir lo que sería una fusión de personas, sí
que se puede a eptar en ambio una identi a ión de vidas
o, si se quiere, de voluntades. En este sentido, San Pablo
estaría armando que la vida de Cristo es ahora su pro-
pia vida, la ual él libremente ha tro ado por la Cristo.

Di ho de otra manera, ha he ho suyos los sentimientos,

pensamientos y la voluntad de Cristo, que son los que aho-


ra rigen su existen ia. Lo ual ha e sin haber renun iado
a su propia voluntad y manteniendo la integridad de su
personalidad, puesto que lo que él quiere ahora es ha er
en todo la voluntad de Cristo, y en modo alguno desearía
otra osa. Lo que no quiere de ir que se haya dado lugar
a una fusión de voluntades, que es osa que anularía la
personalidad y haría imposible la rela ión amorosa. Sino
que es más bien una identi a ión de voluntades a través
de la ual el Apóstol ha querido y sigue queriendo ahora
y en todo momento no ha er otra osa sino la voluntad

de Cristo, de tal manera que podría hablarse de un ins-


tante onstantemente a tualizado según el ual él quiere y
240 Alfonso Gálvez

desea justamente lo que Cristo quiere y desea. Con lo que


el ír ulo del perfe to Amor se ierra en la re ipro idad,
puesto que también Cristo quiere y desea lo mismo que

su Apóstol. Y así su ede que él, lejos de haber abdi ado


de su voluntad y libertad, o de haber renun iado a ellas,
se en uentra más bien en el punto más opuesto, puesto
que ahora quiere y desea on tan grande intensidad y tan
profunda libertad omo jamás antes lo había he ho.
Pare e, no obstante, que se podría objetar, on respe -
to a lo aquí expuesto, a er a de su aparente in ompati-
bilidad on la fa ultad del hombre de llevar a abo a tos
propios y personales mediante su propia voluntad y liber-
tad. Las uales voluntad y libertad se supone que han sido
entregadas por ompleto a Cristo, de donde ya no son su-
yas ni puede disponer de ellas.
Debe tenerse en uenta, sin embargo, que di ha entre-
ga o dona ión tiene lugar en un presente a tual que tiene
lugar en un ahora que no es intermitente ni se interrumpe.
No hay que olvidar que es ondi ión ex lusiva de la perso-
na la fa ultad de entregarlo todo. . . , menos la fa ultad de
entregarlo todo; ya que de otro modo, una vez perdida tal
poten ialidad, habría desapare ido su ondi ión de perso-
na. Así se ha e posible que la reatura entregue todo su
Florilegio 241

ser en un instante que es siempre a tual y por lo tanto


ontinuado y, no obstante, siga siendo ella misma. Que
es lo que permite que el Apóstol pueda de ir, sin ontra-
di ión alguna y en una misma frase, que vivo yo, pero ya

no soy yo el que vive.

Un planteamiento más laro del problema sería omo sigue: Da-


do que en el verdadero amor se trata de la dona ión en totalidad a la
persona amada por parte del que ama, abe sus itar una grave obje-
ión. Pues si el amante lo entrega todo realmente, se queda privado
de su apa idad de entregar, que es un onstitutivo fundamental de
la ondi ión de la persona; y por lo tanto dejaría de ser persona. Si,
por el ontrario, no lo entrega todo, ya no se podría hablar enton es
de una entrega en totalidad.
La solu ión está en que la entrega de la ondi ión de persona,
lejos de ser algo transitorio, es un a to que goza de perfe ta y pe-
renne a tualidad : la entrega, efe tivamente, es un a to real y, por lo
tanto, tiene lugar en absoluta totalidad. Pero se realiza, y se sigue
realizando, en la perfe ta a tualidad de una a ión perenne que se
hizo y que se sigue ha iendo. De donde la persona iertamente lo da
todo, aunque no por eso deja de ser persona, por uanto su entrega
sigue teniendo lugar en un perenne y perfe to ahora que ha e que
onserve los onstitutivos de su ondi ión personal; que es la razón
de que San Pablo dijera, en 1 Cor 13:8, que la aridad no pasa jamás.
Cabe plantear todavía la siguiente pregunta: Si la apa idad de
entregar (y, por lo tanto, la de re ibir, en perfe ta re ipro idad) for-
ma parte del onstitutivo formal de la persona, por lo que respe ta
al misterio de la Trinidad ( omo lugar que es del Perfe to Amor y
242 Alfonso Gálvez

el fundamento y la fuente a los que han de referirse analógi amente


todas las rela iones amorosas readas), ¾qué de ir enton es del Es-
píritu Santo? ¾En qué sentido podría de irse que di ho onstitutivo
puede predi arse del Espíritu Santo omo Persona Divina?
Como es sabido, el a to es la perfe ión de la poten ia. En el
Seno de la Trinidad, la poten ia y el a to son la misma osa. De
donde el Espíritu Santo es propiamente apa idad de entregar (y de
re ibir) en perfe ta a tualidad. De manera que puede de irse que es,
onjuntamente, pura dona ión y pura re ep ión ; o di ho on otras
palabras, todo dona ión y todo re ep ión. Y por eso es la Persona
Divina a quien on más propiedad, omo hi ieron los Padres, se le
puede atribuir el nombre de Don. Dado que es eso, efe tivamente,
total y ompleto Don en uanto que es entrega, y entero y total Don
en uanto que es re ep ión. A ninguna de las Tres Divinas Personas
le orresponden mejor, por lo tanto, el nombre de Amor de Dios o
también el del Corazón de Dios.

Y llegados a este punto, se da la labor por a abada. Pues


se trata de la búsqueda de la Suprema Belleza, por lo que
no hay sino detenerse alguna vez. A pesar de que toda-
vía la meta se divisa omo prá ti amente inal anzable, al
menos por ahora, y solamente se olumbra y muy de lejos.
Con todo, siempre se pueden onseguir vestigios, fragmen-
tos y semejanzas de la Belleza in reada que, siquiera de
momento, son su ientes para alimentar la esperanza en
el orazón de quienes la bus an en su totalidad. En reali-
Florilegio 243

dad, puede de irse que lo onseguido en el ya, justi a on


re es lo que falta del todavía no.

¾Quién osará antar a la belleza? Solamente los soña-


dores, por supuesto. Pero los santos y los verdaderos poetas
están in luidos en esa ategoría, y de ahí que fueran a-
pa es de salvar al mundo del prosaísmo de lo puramente
prá ti o, que no es sino un modo de vida in apaz de mi-
rar ha ia lo alto y a todo lo que se en uentra más allá del
horizonte.
½Rema mar adentro!,
26
puesto que en la orilla solamen-
te se quedan quienes no se atrevieron a aventurarse. . . , y
por eso mismo jamás fueron apa es de ha er nada. Mien-
tras que aquéllos que osaron emprender la arriesgada e
imprede ible búsqueda de la Belleza, que es lo mismo que
de ir la aventura de la santidad, a eptaron el riesgo de
a abar en el fra aso. . . , y seguramente así fue en efe to
omo su edió. Sin embargo, ¾se atreverá alguien a negar
la posibilidad de que pre isamente de ese modo en ontra-
ran el triunfo?: ¾Quién osará antar a la belleza ; o di ho
de otra forma, ¾quién pretenderá llegar a gozar de la on-

templa ión de la Belleza innita? Y quizá fue bastante el


atrevido a to de delidad que supo responder a la llama-

26
L 5:4.
244 Alfonso Gálvez

da de un Amor que pare ía oírse desde la lejanía o que


tal vez susurraba demasiado er a, ¾qué más da?. Justa-
mente enton es, a través del generoso intento de se undar
el ofre imiento que se le ha ía, la pequeñez o la nada de lo
onseguido fueron su ientes, sin embargo, para mostrar
la grandeza de un orazón que, arriesgadamente onado
por ex esivamente enamorado, bien pudo mere er, por eso
mismo, la alegría de lograr la posesión y la intimidad de su
Señor: ½Bien he ho, siervo bueno y el! Porque fuiste el
en lo po o, yo te pondré sobre lo mu ho: Entra en el gozo

de tu Señor.
27

27
Mt 25: 21.23; L 19:17.

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