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3. Patología de la agresividad
• Esta facultad, dicen los Padres, fue puesta por Dios en el alma del hombre para permitirle
luchar contra el mal,
• más precisamente para rechazar los ataques de los demonios, para combatir las
tentaciones, para rechazar los malos pensamientos que le sugieren sus enemigos
espirituales (cf. Evagrio Póntico, De los malos pensamientos, 17; Diádoco de Fótice,
Cien capítulos gnósticos, 62; Hesiquio de Batos, Capítulos sobre la vigilancia, 31).
• Adán y Eva, en el Paraíso, eran tentados por el diablo. Ellos se servían de esta
facultad para guardar el mandamiento que Dios les había dado, dicho de otro modo
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para mantenerse en el camino en que Dios los había colocado al crearlos, para
permanecer unidos a Dios y crecer en Él espiritualmente.
• Por esta facultad que Dios había puesto en su alma, ellos podían oponerse a la
tentación, rechazar las sugerencias del Maligno y evitar así caer en el mal.
• Así san Macario escribe: “Cuando las pasiones se levantan, las gentes sensatas
no las escuchan; sino que se irritan contra los deseos malos y les declaran la
guerra” (Macario de Egipto, Homilías, colección II, XV, 51).
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naturaleza, presta los más grandes servicios al alma (cf. Diádoco de Fótice, Cien
capítulos gnósticos, 43; 62).
• Evagrio escribe sobre esto: “cuando estás tentado, no reces antes de haber
dirigido con cólera algunas palabras al que te oprime. Si dices algo con cólera a
los pensamientos, confundes y haces desaparecer las representaciones sugeridas
por los adversarios” (Evagrio Póntico, Tratado práctico, 42).
• Por su agresividad bien utilizada el hombre, resistiendo por todas partes la prueba de la
tentación revela la medida y el verdadero valor de su unión con Dios.
• es el de permitir al hombre luchar para obtener los bienes espirituales hacia los cuales
tiende por naturaleza, para alcanzar el Reino de los cielos al que está destinado,
porque, según las palabras de Cristo:
• “El Reino de los Cielos es conquistado con violencia, y son los violentos los
que se apoderan de él” (Mt 11, 12).
• “El Reino de los cielos es anunciado, y cada uno usa violencia para entrar en
él” (Lc 16, 16).
• Esta facultad permite al hombre orientar y elevar todas sus facultades hacia Dios. Su
espíritu en primer lugar.
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• Así Evagrio afirma que “la naturaleza de la potencia irascible es luchar con
vistas al placer”, entendiendo por esto “el placer espiritual y la bienaventuranza
que le sigue” (Evagrio Póntico, Tratado práctico, 24).
• Por el pecado, sin embargo, el hombre pervierte esta facultad, desviándola de este
uso normal y bueno
• A menudo los Padres hacen alusión a la relación fundamental que existe entre la agresividad
y el placer.
• San Doroteo de Gaza, por ejemplo, afirma que la cólera tiene por causa
“especialmente el amor por el placer (filedonía)” (san Doroteo de Gaza,
Instrucciones espirituales, XII, 131).
• En el hombre caído, la agresividad guarda su función de lucha por el placer puesto que, como
dice Evagrio, su naturaleza es “luchar con vistas al placer cualquiera sea”.
• La realización de esta finalidad contra la naturaleza implica una segunda forma de perversión
de la potencia irascible.
• Al dejar de utilizarla para combatir los demonios y sus tentaciones, puesto que en
adelante él consiente a sus sugerencias y cumple su voluntad,
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• ya sea obstáculos para la realización de sus deseos sensibles y
la obtención de los placeres a los que tienden (los deseos),
• Evagrio por su parte aconseja: “No vayas a desviar el uso que haces
de la potencia irascible hasta usarla de modo antinatural enfadándote
contra tu hermano” (Evagrio Póntico, Capítulos gnósticos. Pseudo-
complemento, 9).
• Más loco todavía es el uso de su potencia irascible que el hombre puede hacer contra
Dios.
• Mientras que fue puesta en su naturaleza para que pueda luchar contra todo lo que
intenta alejarlo de Dios, por el pecado incluso va a hacer de ella uso inverso,
sirviéndose contra todo lo que puede acercarlo a Dios, llegando a veces a volverlo
contra Dios mismo.
• Así san Barsanufio hace notar: “¿Acaso [el diablo] en lugar del odio según Dios,
–el que odia el mal–- no ha arrojado en nosotros el odio perverso que odia el bien
y a Dios mismo?” (san Barsanufio, Cartas, 97).
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