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Categorización de los Factores de riesgo del maltrato infantil

El maltrato no es un fenómeno simple, sino un problema muy complejo, que


requiere un enfoque multidimensional, la implicación de todos los organismos
relacionados y una mayor sensibilidad social. Conocidos por todos los autores que
han desarrollado revisiones o investigaciones en este ámbito se encuentra el
trabajo realizado por J. Belsky en 1980 (Child Abuse And Ecological Integration)
19/11/2017 - 01:06
 Clarin.com
 Viva
En terapia
Axel: "De chico creía que era normal que mi padre me amordazara"

El cantautor sufrió torturas de parte de su papá: cómo hizo para perdonarlo. El amor a su
madre. La vocación solidaria: por qué prefiere dar a pedir.

José Eduardo Abadi

"Te cuento algo, José -comienza Axel-. el año que viene, mi fundación Sur Solidario
cumple diez años. Mi idea es armar una gran cena. La fundación arrancó con un grupo de
amigos y lo que buscábamos era llevar comida y algún electrodoméstico a chicos
carenciados. Vengo de una familia muy altruista: mi abuelo era del Rotary Club. El fue
quien donó la sede en Calzada. Y después mi papá, mis tíos y mi mamá formaron parte
del Club de Leones en el ‘88. Los más chicos de ahí se llamaban Leos, y yo formé parte
del Club Leo de Calzada. Llegué a ser presidente y tesorero."

¿Sentís que absorbiste esas conductas solidarias de tu abuelo?

Sí, pero más que nada, de mi abuela materna, Memé. Vivió casi 97 años. Fue –y sigue
siendo– una referente para mi familia. Una mujer que daba todo por los demás. Me
acuerdo de que escuchaba de la guerra en Medio Oriente y lloraba. Era muy católica.
Sufría por los demás: tenía una capacidad de amar y de sentir muy fuerte. Era muy
humilde, pero cuando venía gente a casa para pedir comida, ella les daba lo que iba a
comer ese día. “¿Y qué vas a comer ahora vos, abuela?”, le preguntaba yo. “No pasa
nada”, respondía. Así era. A partir de ahí, siempre tuve acciones muy altruistas. La
fundación nace a partir de charlas con mi amigo Pasty, quien hoy es el presidente. Un día
le dije: “Esto lo estamos haciendo de manera informal, pero lo mejor sería darle una
personería jurídica para poder recibir donaciones y ayudar de manera más seria”. Así
empezamos. Recibimos 800 chicos todos los días para que los ayudemos con la comida,
con la ropa. Tienen talleres de yoga, de computación, de música y más. El setenta por
ciento de los voluntarios surgieron de mi público.

¿Qué edad tenés?

Cuarenta.

Entonces estamos con un muchacho de cuarenta años, conocido en el ámbito de la


música y exitoso, con una importante pasión solidaria y con una historia en la cual
reconoce en sus abuelos la inspiración para esto. ¿Tus padres qué hacían?

Mi papá era empresario metalúrgico. Mi mamá, docente de Primaria.


¿Y tenés hermanos?

Somos cuatro hermanos, tres varones y una mujer. Soy el segundo.

¿Todos tienen esta vocación por la generosidad?

Es difícil decir eso porque somos muy distintos los cuatro. Es curioso, porque fuimos
criados con los mismos padres, bajo el mismo techo y con muchas carencias económicas.
Siempre fuimos una familia de clase media humilde: mi viejo nunca tuvo un 0 km. El
compró casa recién hace diez años: imaginate que tiene 65 y mi mamá falleció hace dos.
Mamá siempre fue de dar mucho, papá, también. Mis hermanos, desconozco… Mejor
dicho: mi hermano mayor, sí; vive en la costa, trabaja muchísimo en las iglesias y tiene
una fundación.

¿Te llevás bien con ellos?

Con el mayor sí y con mi hermana que viene después de mí, también. Con el menor no
me llevo, no tengo relación.

¿Cuándo te largaste a cantar?

Estudio piano desde los cinco años. Paralelamente a mis estudios, hice música. En mi
casa siempre había instrumentos. Por la situación en la que vivíamos, no teníamos ropa
de marca y las zapatillas nos tenían que durar uno o dos años. Pero siempre había libros,
guitarras y violines. Mucha cultura.

La cultura, el arte y lo sensible.

Siempre. Teníamos una habitación con bibliotecas para leer… Empecé a leer siendo muy
chico. Al ver la inquietud que yo tenía por la música y que afinaba, mis padres me llevaron
con una monja que estaba en un convento a cinco cuadras de casa que enseñaba piano
en un sótano. Tengo un defecto, que a veces es virtud, y es que digo siempre que sí. Eso
me lleva a comprometerme con todo y me estreso si veo que no puedo cumplir.

¿Te da culpa decir que no?

Sí, total, soy muy culposo. Digo que sí. Me preguntaron si quería ir a estudiar piano y ya
sabés mi respuesta (risas). Empecé piano a mis cinco. Después me di cuenta de que a la
tarde quería jugar y no podía porque tenía clases de piano, pero si le decía que no a mi
papá, se armaba. Era muy rígido. Ahí descubrí mi amor por la música. Estudié tres años
con la hermana Micaela. A los ocho pasé al conservatorio y hacía música clásica todos
los días. Obviamente, tenía una exigencia patriarcal: yo amaba eso.

Cada vez que decís exigencia patriarcal chocás las manos, te golpeás. Sé que hace
poco tiempo comentaste que esa exigencia se transformó en momentos de
violencia en tu casa.

Todo el tiempo. Hasta los veinte años que viví en mi casa. En realidad me fui por estas
situaciones. Me fui a vivir un tiempo con mi tío materno, Raúl. Después con mi tía
materna, Chispita. Siempre me volqué para el lado de mi mamá. En mi casa las
situaciones de violencia sucedían todo el tiempo. Todo el tiempo era igual a dos veces por
semana.

¡Qué expectativa ansiosa para vos como pibe! Tenías que adivinar en qué momento
iba a venir la descarga violenta.

La violencia era mucho hacia mí también.

Pensé que era sólo hacia tu madre.

Hacia ella, por supuesto: física y psicológica. Y también hacia los cuatro hermanos, pero
yo siempre fui el más rebelde, el músico, el bohemio, el lector. El que cuestionaba mucho,
tal vez por eso mismo.

Es lo que te permitió encontrar las defensas necesarias para no quedar borrado del
mapa, en términos de dolor y de sufrimiento. Para poder soportarlo.

Sí, porque me llevó a no tener nunca una reacción de violencia como respuesta.Cosa que
a mis hermanos varones sí les pasó. Yo nunca pude y, de hecho, nunca me agarré a las
piñas con nadie: no me sale hacerlo.

Es totalmente razonable. Cuando uno vive en un lugar en donde prima la violencia,


termina creyendo que eso forma parte de una herramienta que tenés en el bolsillo.

Yo creía que era normal. No hablaba con mis amigos porque creía que a todos les
pegaban así. Hasta que me volví más grande y lo conté. “Eso a mí no me pasó nunca”,
me decían todos. Ahí me di cuenta de que no era normal que mi padre me atara a una
silla y me amordazara. Tenía ocho años y era inquieto, hacía las travesuras de cualquier
chico y me castigaba por eso. Nunca me drogué, nunca nada. Y además, mi mamá no
tenía cómo defendernos.

O no sabía.

Y... Ella siempre estuvo perdidamente enamorada de mi papá, ¡qué loco eso!

Estaba “apegada a quien le pegaba”.

Total. Además, mi papá la castigaba delante de nosotros.

Los asustaba, pero también los convertía como en cómplices.

De alguna manera todos formábamos parte de ese círculo vicioso. Mi papá pasaba por al
lado, y uno se cubría por si acaso, porque no sabías si te iba a golpear. Se generaba una
tensión angustiante.

Qué maravilla cómo lograste salir.

Eso fue ya de más de grande, a los 22, cuando ya tenía otra seguridad, mi primer disco
sacado. Papá, como tantas veces, tenía amantes. Porque, claro, él te lo hacía saber y
buscaba que mi mamá lo supiera. Me acuerdo de que un día el psiquiatra que atendía a
mis papás, para arreglar la pareja, nos llamó a mis hermanos y a mí para que habláramos
de ellos. “Su padre es un señor enfermo que tiene que conquistar siempre mujeres para
sentirse hombre y lo muestra porque para sentirse macho y alimentar su ego”, dijo el
médico. Un día, papá le contó a mi hermano mayor que estaba con otra mujer y que la iba
a dejar a mi mamá para irse con ella. Me acordé de esto porque me hablaste de la
complicidad. El no le había dicho nada a mamá, sino que lo agarró a mi hermano. Mi
hermano me contó a mí para ver qué hacíamos. Y yo lo puse contra la pared a papá y le
dije: “Escuchame una cosa. O se lo decís vos ahora o se lo digo yo. No quiero ser más tu
cómplice”.

Hay que tener cuidado con decir “es un enfermo”: nunca una explicación es una
justificación. Que sea golpeador es condenable.

Claro. Mi tía Mónica y mi tío Juan eran muy unidos a mis padres de toda la vida, hasta
que un día dejaron de hablarle a papá y yo no entendía. Ella fue la única que una vez casi
lo denuncia. Te voy a contar algo que hoy me pasa a mí, porque todo genera patrones de
conducta: cuando comparto, busco decirle a la gente que se acerca a mí por mi historia,
que se puede superar y salir adelante. Yo tengo tres hijos y nunca les toqué un pelo.

Lo que hay que saber hacer para dar vuelta es aprender a pedir: ayuda, amor,
presencia.

Me hace acordar a algo: hace un par de años hice un curso de coaching ontológico. Mi
mamá había muerto en 2015 y a los 16 días de su muerte nació Fermín, mi hijo.

¿Sabían que se estaba por morir?

No, porque no tenía una enfermedad terminal. Entró para operarse de una hernia de disco
y le agarró un virus intrahospitalario. Estuvo en coma hasta que falleció. Y a los 16 días
nació mi hijo. Mi mamá murió a mi lado, mientras yo le hablaba al oído. “Gracias, te amo;
gracias, te amo”, todo el tiempo le decía eso. Uno no se prepara para ese momento. Fue
lo que me salía del alma.

Hablándole al oído, cuando le decías gracias en secreto, le estabas diciendo que se


quedara tranquila.

Tengo un recuerdo de cuando murió mamá: mi papá de un lado de la cama, yo del otro y
mis tíos acariciándole los pies. Mi papá estaba desesperado. La sacudía, diciéndole:
“Gorda, no te vayas, no me dejes”. En un momento los médicos vinieron para decir que
tenían que desenchufarla porque estaban todas las alarmas sosteniéndola a algo
artificial… Lo agarré a mi papá y él, en ese momento de inconsciencia, me dice: “Perdón
por todo lo que te hice”. Y yo le dije que no era momento de hablar de eso. Nunca me
había dicho algo así. Bah, miento: en su locura a veces me pedía perdón. Cuando él me
pegaba muy fuerte y yo era muy chico todavía, a mis seis años, quedaba todo marcado
con sus manos de los golpes. Y él me sacaba la ropa, me pasaba una crema y me pedía
perdón, porque decía no saber lo que hacía. ¡Me acuerdo que yo me hacía pis! Y cuando
pasó lo de mi mamá, me pidió perdón pero ya no era el momento… Se estaba yendo
Yuyi, mi mamá. A él lo saqué como si fuera mi hijo: apoyado en mi hombro, como si yo
fuera el fuerte de la situación.

¿Cómo te fue en ese curso?

El curso de coaching ontológico me acomodó las ideas. Había un ejercicio en el que


teníamos que salir a la calle con un personaje. Me hicieron poner una máscara y tener los
ojos vendados para ser ciego: tuve que tomarme un remís sin mirar el vuelto. Subir dos
pisos sin ver, y no acepté ayuda. Desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la tarde fui
ciego. No hice trampa, no espié. El coach me dijo que me hizo ciego porque tengo que
aprender a pedir. “Vos no pedís nunca nada. Vos das y das, pero nunca pedís. Aprendé a
pedir, Axel.” Me quedé completamente helado.

Pero eso ocurre porque a vos no te dieron. Bueno, sí, te dieron golpes.

Mi mamá era muy demostrativa.

Sí, pero era víctima. No pudo darte un modelo identificatorio de una mujer que se
puede defender. Cuando a uno no le enseñaron a pedir, le cuesta. En vez de repetir
el modelo de atacar, a vos te costó pedir para vos.

De chico buscás la aceptación de tus padres porque querés que estén orgullosos de vos.
Yo me acuerdo de que él me decía: “No sé para qué te tuve. Maldigo el día en el que te
tuve”. Textual. Seguramente buscaba esa aceptación, quizás la sigo buscando hoy, y eso
me generó un patrón de conducta tolerante para que me acepten. En mi carrera me ayudó
mucho eso. A mí me preguntan si no me cansa sacarme mil fotos con la gente después
de cada concierto, y la verdad es que no. Al contrario: estoy feliz con la gente. El año
pasado, en noviembre, Argentina clasificó para la Copa Davis y en mi familia siempre
fuimos seguidores del tenis. Mi papá colabora desde hace mucho tiempo con el Ateneo, el
club de Calzada. ¿Qué hice? El es belga y no iba a su país desde muy chiquito. Así que
saqué, como sorpresa, dos pasajes: para él y para mí. Muchos amigos, hasta Delfi, que
es mi compañera, me dijo: “Con todo lo que te hizo, ¿vos le seguís dando amor?” Y yo
siempre llamo cachetada de guante blanco: aunque me hayas dado cachetadas, yo te voy
a dar un guante blanco de amor. No para bajarte línea porque no soy quién y tengo
defectos, pero sí para demostrarte que el camino es otro. Fuimos a Europa, en esos diez
días me dio cuatro abrazos, que en 39 años nunca me dio. Y me dijo: “Vos sabés que soy
difícil. Fui muy violento con vos”. La semana pasada tuvo una actitud horrible de vuelta
conmigo, y le dije: “Por primera vez en la vida te voy a pedir que no me hables nunca
más. Sigo poniendo fichas en vos y al final estoy haciendo mal”. A mis amigos les digo
que acepté cómo era él porque era como pedirle a un perro que hablara.

Como el perro no puede hablar, voy a dejar de hablarle. Voy a hablarle a quien me
puede escuchar y decir.

Eso hice hace una semana. Cuando fui a Croacia, invité a un amigo que es más grande
que yo: tiene casi sesenta. Se llama Freddy. Fuimos con Lucas, uno de sus siete hijos, a
ver el partido. Yo siempre le digo que soy su octavo hijo. Fui con él porque para mí es una
figura paterna, aunque lo conozca hace cinco años. Yo le digo que soy su hijo. “Bueno,
Octavo, nos vamos a Brasil de viaje”, me dice. Ama a mi familia y a mis hijos. Lo dice en
broma, pero en el fondo hay seriedad. Para mí, soy su hijo.

¿Te llevás bien con Delfina?

Súper, ella es una campeona total. No es fácil estar conmigo: viajo mucho y tenemos tres
hijos. Vivimos con lo justo y necesario, una vida muy austera: sin televisión, radio ni
microondas. La comida la sacamos de la huerta, hasta hacemos las mermeladas, el pan
casero y el aceite de oliva.
Una vida en la que estás recitando la intimidad máxima de los afectos: el amor por
el otro, la tierra, lo que puedo cultivar. Hay una dedicación a no quedar engañado
por la voracidad.

Absolutamente. En la montaña soy cien por ciento padre: los levanto, los peino, los llevo
al colegio, les hago el desayuno. Van a una escuela con una pedagogía Waldorf, porque
el sistema educativo actual siento que está obsoleto. Estamos continuamente con ellos en
la escuela: tiene una fuerte inclinación por el arte y por la familia. Es muy lindo.

Te felicito. Y una recomendación: no te acuerdes solo de los demás, acordate de


ponerte a vos entre toda esa gente a la que tanto le das.

Eso intento. Gracias.


18/11/2017 - 19:00
 Clarin.com

 Amadou Boudou en la cárcel: lee libros, se queja de la comida y el colchón y hace gimnasia
También habla mucho con su amigo Núñez Carmona y llama por teléfono a su abogado.
Su celda es pequeña.

Una ventana, un vidrio, separa el patio que comparten los módulos del Pabellón 6. Eso
mismo separa a Amado Boudou de su amigo y socio José María Núñez Carmona, ambos
presos desde el 3 de noviembre por asociación ilícita y lavado de dinero. La semana
pasada tuvieron la posibilidad de cruzarse en un partido de fútbol que se organizó entre
ambos sectores, pero el ex vicepresidente no quiso participar. Más ansioso que lo
habitual, pidiendo a su abogado que logre sacarlo de prisión entre las opciones que le
ofrecieron en la cárcel, eligió hacer gimnasia. Los días los transcurre leyendo libros y las
causas judiciales y recibiendo la visita de su novia. Entre sus principales reclamos: la
comida, el colchón, la almohada. Esta semana volverá a Comodoro Py.

Lejos de la comodidad que le proporcionaba su departamento de Puerto Madero, Amado


Boudou cumplió quince días en prisión. Ubicado en el Pabellón 6 del Penal de Ezeiza, en
una reducida celda donde sólo cuenta con una cama, una pequeña mesa, el ex vice
acomodó sus pocas pertenencias, mayoritariamente libros,un cuaderno donde escribe
cada vez más, y algo de ropa que le llevó su novia.

Apenas ingresó al penal, le pidió a su abogado, Eduardo Durañona, de forma muy


específica, unos libros de economía en inglés y otros sobre historia. La última semana, se
mostró más ansioso que de costumbre y cada vez que lo vio, de forma más reiterada, le
pidió a su defensor lo mismo: “Sacame rápido de acá, no aguanto más”. Los días son
rutinarios y tediosos. Esta semana en Comodoro Py tiene la audiencia para reclamar por
su excarcelación.

La jornada se repite sin variaciones. El día comienza a las 7 cuando se abren las celdas
para todos por igual. Tiene tiempo al igual que los demás detenidos, de higienizarse y
después deben dirigirse al SUM para desayunar. Sólo una hora después se habilita el
horario para que pueda recibir la visita de sus abogados.

¿Qué puede hacer durante el día? Tiene a su disposición talleres de lectura, de escritura,
entre otros. Boudou no realiza ninguna de esas actividades, sólo eligió utilizar el
gimnasio y realizar caminatas por el patio cada vez que puede y no habla prácticamente
con nadie.

Al menos de tres cosas se queja el ex vice: el colchón y la almohada de su celda no son


cómodas y no le permiten dormir bien. Tampoco le agrada la comida: para esto tiene
dos alternativas, que le lleven alimentos o que le depositen dinero en la "despensa" del
penal donde después puede retirar en un reducido abanico de posibilidades.

Permanece, al igual que otros presos, parte del día en el SUM donde hay algunas sillas
de plástico y mesas, y también un televisor. Fue ahí donde Boudou se enteró que su
presunto testaferro había pedido ingresar al Programa de testigos e imputados
arrepentidos.
El ex vice llamó por teléfono un par de veces a su abogado para saber si había detalles
sobre lo declarado por Vandenbroele, pero siempre bajo la misma tesitura: “No me
importa lo que diga” y por supuesto, reitera que no lo conoce. Así y todo, sigue de cerca
los avances en las causas en las que está investigado. Lee el expediente y la
documentación que le lleva su defensor. Su amigo y socio, por el contrario, se mostró más
ansioso: llamó varias veces a su abogado, Matías Molinero, para preguntarle sobre los
dichos del presunto testaferro.

Núñez Carmona se encuentra en otro módulo del Pabellón 6. Sólo se ven y se comunican
a través de la ventana que separa el SUM de ambos módulos. Lograron hablar así la
última semana. Tuvieron otra oportunidad para verse: el lunes se organizó un partido de
fútbol entre los dos espacios pero Boudou no quiso participar, algo que sí hizo su amigo y
socio. Eso fue el lunes, antes de que los dos sean trasladados al día siguiente a
Comodoro Py para participar de la quinta audiencia del juicio por la compra de la imprenta
Ciccone.

Ese día pudieron verse y lo hicieron en la Sala AMIA donde se desarrolla el juicio cada
martes. Se abrazaron, charlaron, hubo algunas risas previas al inicio de la audiencia y
durante un cuarto intermedio almorzaron juntos, compartieron en una pequeña mesa,
una milanesa con papas fritas. Después de eso, no volvieron a estar juntos. Sólo
charlaron a través del vidrio del SUM en el Penal.

Este martes Amado Boudou volverá a los Tribunales de Retiro para presenciar el juicio
por Ciccone donde se lo acusa de cohecho y negociaciones incompatibles, pero además
pidió ir a la Cámara porteña para exponer frente a los jueces de la Sala I por qué quiere
que el juez Ariel Lijo que lo detuvo, no siga frente a la causa.

Así transcurren los días del ex vice detenido en Ezeiza, donde la visita más recurrente es
la de su novia embarazada de mellizos. Aún no fue su familia a verlo. A las 22 de forma
rutinaria, la orden generalizada es que cada uno vuelva a su celda y la misma se cierra
hasta la mañana siguiente a las 7.

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