VI
Construcci6n
De ese modo se habjan ido refinando los materiales,
fa a dia, trozo a trozo. Yo habia decapado, pulido, calla-
y vuelto a tallar, preparando el ensamblaje cuidado-
amente. Y pude —fue en 1948, me parece— empezar a
ynstruir. Lo ha dicho Michelet: «Pata recuperar la vida
istérica, habria que seguirla pacientemente por todas
is vias, todas sus formas, todos sus elementos.» Yo me
bia esforzado en hacerlo. Tenia un fichero para feudo,
ro para roturacién, otro para justicia, etc... «Pero
—afiade Micheler—, adems, con mayor pasién atin, ha~
ia que reconstruir, restablecer las reglas del juego de
0 ello, la accién reciproca de diversas fuerzas, con un
jovimiento poderoso que se convertiria asi en la propia
ida.» Yo tenia que intentar acometer esa operacién de
intesis, y entonces tomé conciencia de lo que era en rea-
lidad el oficio de historiador. Vi operarse esa extrafia
transmutacién, esa especie de alquimia que hizo, que se
‘esbozara, luego se precisara, se coloreara poco @ poco,
‘tomase cada vez mds cuerpo por el acercamiento, la
‘mezcla, el ajuste de innumerable fragmentos de cono-
3”Georges Duby
cimiento extraidos de todos los volimenes, todos los le-
gajos que habfa examinado, el convincente rostro de un
organismo complejo, en desarrollo, vivo, el rostro de una
sociedad, Lo reconozco: esta segunda fase de mi trabajo
no la veia tan clara. Es cierto que la primera exigla mas
que nada lucidez, y ésta mas bien «pasiény, como dice
Michelet. Sin embargo recuerdo, al pasar de un registro
a otto, haberme sentido mucho mas a gusto a partir del
momento en el que se trataba tan sélo de darle forma.
En las clases de retdrica y dialéctica, la universidad, ya lo
he dicho antes, te formaba mejor que en las técnicas de
1h erudicién, Mis maestros: Léon Homo, Déniau y Hen-
ritrénée Marrow, sobre todo, me habian ensefiado du-
rante el afio en que yo preparaba las oposiciones todas
las recetas que ayudan a construir una exposicién clara y,
antes que nada, a elaborar un plan, En cuanto a la dispo.
sicién de las palabras, me ayudé el trato asiduo que tenia
desde mi adolescencia con Stendhal, Voltaire, Saint-Si
mon y Chateaubriand. Leo mucho y me gusta saborear
un texto no s6lo por lo que dice, sino por cdmo lo dice,
Asi que me puse a escribir. Cuando escribo, divido el
trabajo en dos fases. Empiezo por edificar cuidadosa-
mente la armazén, Al principio no es mas que un anda-
miaje ligero, pero que reviste en su conjunto las formas
del futuro edificio, porque tengo la necesidad de imagi-
narme éste de entrada en su totalidad, de colocar los ci-
mientos, de la misma manera que la mayor parte de los
pintores sienten necesidad de cubrir todo el lienzo antes
de emprender una obra. Una vez hecho esto, refuerzo
con pequefios golpes el entramado inicial, desmultiplico
cada uno de los tramos, llego hasta los minimos detalles
oo
ada argumento, cada idea se colocari en su
pondiente en el desarrollo légico de la escrity
gagro a ésta en cuanto el edificio parece lo bi
do como para sostener de manera convenient
Entonces comienzo a disponer los element
fueran piezas de marqueteria, o mas bien co
nneles de vidrio.sujetos a viguetas de metal
icciones a lo Mies van der Roe. Esta tares
Ja mis delicada. Soy muy exigente. Cuanto
siento durante la fase intermedia, més
iltima fase, Mi trabajo acaba como empez6,
la incertidumbre y el tormento.
En su diario, Delacroix anoté el 5 de at
labor del historiador me parece la mas.
fa mantener la atencidn sobre mil objeto
diante citas, enumeraciones precisas, he
nen sino un lugar relativo, tiene que cons
anima el relato.» Pienso lo mismo que é
son relativos; esencial es, al contrario, «la
por consiguiente el «calor» que el histori
srdad, no «conserva» (se ha disipado por
huellas que examina), sino que extrae de su
debe avivar sin cesar. isa cs su labor. En |
nueva historia, la historia de Lucien Feby
Bloch, la historia de Déniau, la que yo, p
olGeorges Duby
queria escribir, se la asignaban, Tomar partido por ello
relativiza asi no sélo los hechos, sino también la sacto-
santa objetividad del positivismo. Evidentemente, como
el etndlogo que interroga a un informante, el historiador
al escrutar sus fuentes se ve obligado a desaparecer en la
medida de lo posible, a no ser mas que una mirada neu-
tra, Nunca lo consigue totalmente, esto se ve, pienso,
leyendo lo que dije mas arriba sobre mi forma de leer un
texto. Cuando abordé los documentos de Cluny tenia la
cabeza lena de ideas preconcebidas. Conocedor del traba-
jo de mis antecesores y compafieros de ruta, tenia ya
trazado mi programa y redactada una lista de interro-
gantes, que determinaba en gran parte aquello que en-
contraba en los documentos: pues uno encuentra prime-
0 lo que ha ido a buscar. Por eso, ademés, la historia se
renueva constantemente. A menos que uno se vaya con
los arquedlogos a excavar el suelo 0 que encuentre por
casualidad un yacimiento de vestigios insospechados, el
medievalista tiene poquisimas oportunidades de descu-
brir en los archivos y las bibliotecas de Francia, cuyos
estantes se han rastreado desde hace mucho tiempo, do-
cumentos que ningiin otro investigador haya estudiado
de cerca antes que él. A pesar de ello, la investigacién
contina, siempre fecunda. Porque los historiadores no
son detectores inertes, porque len con ojos nuevos los
mismos documentos basindose en cuestionarios que se
reajustan constantemente, La mayorfa de los hallazgos
proceden de su temperamento, del germen de fantasfa
que lleva al historiador a alejarse de los senderos trilla-
dos. Es decir, de esa personalidad que la estricta moral
positivista pretende neutralizar
a
La historia conciniéa
Sobre todo, que no se me imagine repud
moral: ella es la que confiere a nuestro ofic
dad. Yo aplicaba escrupulosamente sus prec
atamiento del material. Me desvelaba por v
aclacar los testimonios, por no desnacuraliza
ia cuidado de tenerlos en cuenta todos, y et
iad, de no desviar nada, de mantener cadd
jo, prohibiéndome imperiosamente lam
jin, la menor ayuda, esas pequefias liberta
ta fuertemente tentado de tomarse a fin
ispersas migajas de informacién leguen a
iis estrechamente de lo que pensdbamos a1
ero apenas comencé a reunir los fragmentc
as insuficiencias del material: era incomplet
zable, dispar. No podia eximirme de rectific
algunas artistas, debfa unir las piezas unas
re todo Henar los huecos que las separ
ese momento me parecfa tener derecho a la
ia de un maestro de obras. Si esa moral
imponia dominar mis estados de énimo, n¢
imamente prohibirme sacar partido de mi
‘mi imaginacién, a condicién de que mi
-rnase firmemente.
Si me hubiese limitado a los acontecimi
hubiera contentado con reconstruit intrigas,
nar los «cuatro hechos reales», habria podi
“del optimismo de los historiadores positiv:
“cien afios, que se crefan capaces de alcanz
“cientificamente. Asi, puedo asegurar con la
‘la mano que el 27 de julio de 1214, y no el
“se enfrentaron dos ejércitos en la Ilanura de
6Georges Duby
incluso que ese dia hacia calor, que no habia terminado
la cosecha, y que a Renaud de Dammartin se lo Ilevaron
cautivo en una carreta. Todo eso es verdad, indiscutible-
‘mente. Pero si como historiador de la sociedad feudal no
pretendo limitar mi curiosidad a esos detalles, si intento
comprender lo que eran una batalla, la paz, la guerra, el
honor, para los combatientes que la libraban, no me bas-
ta emitir una opinién sobre los «hecho». Debo esfor-
zarme por ver las cosas con los ojos de aquellos guerre-
108, debo identificarme con ellos, que no son mas que
sombras, y ese esfuerzo de incorporacién imaginaria, esa
revitalizacién exige de mi que y «el do-
mingo de Bouvines» los limites de la franja cronolbgica
fen Ia que se atrincheraria en lo sucesivo lo esencial de
mis investigaciones. Cuando me he desviado de ella no
lo he hecho sin inquietud. Por ejemplo, cuando mucho
mas tarde para una Historia de Francia me encargaron
el volumen dedicado a la Edad Media, con total libertad
de escribir un libro de humor, puse el énfasis en ese
periodo. Puedo argitir en mi descargo que es el perfodo
principal. En él se instalaron todas las estructuras sobre
las que se construyé lo que llamamos el Antiguo Ré-
gimen,
Cuando abro la edicién original de Société au XI et
au XIE siécles dans la région maconnaise, la de 1953, no
me siento muy orgulloso. En primer lugar del objeto
mismo. Es un libro misero: papel de segunda, impresién
defectuosa, innumerables erratas a pesar de log dos jue-
4
La historia continia
gos de galeradas corregidos. Lucien Febvre |
guido que Armand Colin le publicara en la.
sénérale de Ecole pratique des Hautes Ets
icin corria a cargo del autor. Yo era p
nido que regatear con el mds barato de lo:
arselleses, que era un chapucero. Pero las
‘nes del contenido también me molestan. De
‘no me habia sustraido a la influencia de mis
Jos cuestionarios que habjan sido redacte
>predecesores inmediatos. Timido, ain sentia
cubricme las espaldas, de resguardarme
mis mayores. Entre las cajas en las que, seg
de un problema u otro, guardaba mis fichas,
llenando, otras permanecian vacias, y debe
rrado, pero no me atrevia. Me creia oblig
, mal que bien, metiendo algunas apostill:
‘por ejemplo, a hablar del comercio. Los do
me ensefiaban pricticamente nada sobre |
labia que hablar de él, sencillamente, habi
¢ vacio, para explicarlo, en relacién con el
que obstinarse en Ienarlo de banalidades. E
ida, yo no habia explotado més que una pz
rmacién contenida en los archivos del pal
éstringido notablemente el campo de mi is
Deberia haber seguido, para comprender
nvenientemente aquella formacién social,
Tos que, negligentemente, no me habia inter
‘Yeo principalmente cuatro.
La decisidn de limitarme a los laicos, de
‘Cuenta a monjes y clérigos, no tiene justific
Los dos sectores de la sociedad, laico y ecGeorges Duby La historia continda
jencia répidamente de las insuficiencias.
arenta afios sucesivos, y atin hoy, he traba
de esa base, dedicindome a las dreas inex
s otra.
compenetraban profundamente y, por la funcién funda-
mental que desempefiaban, por la riqueza de sus pose-
siones y su cultura, la gente de iglesia tenia tal peso que
su presencia tenia una profunda repercusién, hasta en
los detalles més insignificantes, en el conjunto de las te-
laciones sociales. Interesarme por este aspecto me habria
levado ademas a medir mejor la influencia de las creen-
cias y prdcticas religiosas en los comportamientos, en
particular, a centrar mi interés més que nunca en los
muertos, miembros tan presentes en la comunidad so-
cial, y me habria orientado hacia el estudio de las actitu-
des mentales. En tercer lugar, saqué poco partido de ese
material tan rico que me habia permitido reconstruir en
parte las estructuras de parentela, situar los individuos
gue analizaba en una red de filiacién y de alianzas, exa-
minar més de cerca la funcién del matrimonio, Final-
mente, de la economia habria podido decir mucho mis.
Si bien los textos no hablan casi nada de la moneda ni
los negocios, son bastante prolijos a propésito de la tie-
fra que se extendia alli, ante mis ojos. Cémo se distri-
buia, cémo se media, cémo fijaban en ella los hombres
su residencia, muchas son las cuestiones a las que habria
dado alguna respuesta de habérmelas planteado.
Soy indulgente con respecto a esas deficiencias. Ten-
go excusa, No habia legado el momento. A finales de
los afios cuarenta no teniamos —digo teniamos porque
trabajaba en el seno de una comunidad de investiga-
dores— medios para ampliar tanto nuestro campo de
investigacién, Nos faltaban equipamiento conceptual y
herramientas para la investigacién. Al menos, tomé con-
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