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Sierva de Dios

LUISA PICCARRETA
Pequeña Hija de la Divina Voluntad (1865-1947)

La Pequeña Recién Nacida de la Divina Voluntad


Un día, cuando Luisa Piccarreta tenía unos trece años, mientras trabajaba en su casa meditando en la
amarguísima pasión de Jesús, que él mismo le narraba en su interior, sintió su corazón tan oprimido por
el dolor que se le fue el respiro y temiendo que estuviera por sucederle algo, quiso distraerse un poco
saliendo al balcón.

Fue entonces que se presentó ante sus ojos una terrible visión: la calle estaba llena por completo de
gente que llevaba a Jesús cargando la cruz, empujándolo de un lado a otro. Lo vio lleno de aflicción,
agobiado, con el rostro chorreando sangre y en un aspecto tan doloroso que enternecía a las piedras
mismas; Jesús entonces alzó los ojos hacia ella como pidiéndole ayuda.

Luisa entró de inmediato en su estancia sin saber ella misma en dónde se encontraba y con el corazón
roto por el dolor, llorando a lágrima viva, le dijo: « ¡Cuánto sufres, oh mi buen Jesús! ¡Pudiera yo al
menos ayudarte y librarte de esos lobos rabiosos, o cuando menos sufrir yo tus penas, tus dolores y tus
fatigas en tu lugar, para así darte el más grande alivio...! ¡Ah, Bien mío, haz que yo también sufra,

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porque no es justo que tú debas sufrir tanto por amor a mí y que yo pecadora esté sin sufrir nada por
ti. »

Esta fue la primera vez, mas no la última, que Luisa "vio" lo que Jesús ya le venía narrando desde cuando
era pequeña. Esta escena se repitió innumerables veces durante toda su vida y de muchísimos modos.

Eran estos sólo algunos de los primeros signos de una vida del todo sobrenatural, que Nuestro Señor
quiso que Luisa viviera.

Ya desde tierna edad Nuestro Señor había escogido a esta alma para sus grandes designios, recorriendo
paso a paso el camino de la cruz; el camino que la Divina Voluntad había preparado para ella, y esto
durante toda su vida.

http://www.divvol.org/luisa_piccarreta/quien_v_sobrenatural.htm

Consagración del alma


a la Divina Voluntad

Oh Voluntad Divina y adorable, heme aquí ante la inmensidad de tu luz, para que tu eterna
bondad me abra las puertas y me haga entrar en Ella, para formar mi vida toda en ti, Voluntad
Divina.
Así pues, postrada ante tu luz, yo, la más pequeña entre todas las criaturas, entro, oh
Adorable Voluntad, en el pequeño grupo de los hijos de tu Fiat Supremo.
Postrada en mi nada, invoco y suplico a tu luz interminable que me revista y eclipse todo lo
que no te pertenece, de modo que ya no mire, ni comprenda, ni viva, sino sólo en ti, Voluntad
Divina.
Tú serás, pues, mi vida, el centro de mi inteligencia, la raptora de mi corazón y de todo mi
ser. En mi corazón no quiero que tenga más vida mi querer humano; lo dejaré a un lado para
siempre y formaré el nuevo Edén de paz, de felicidad y de amor.
Contigo seré siempre feliz, y tendré una fuerza única y una santidad que todo santifica y
todo conduce a Dios.
Aquí postrada, invoco la ayuda de la Sacrosanta Trinidad para que me admita a vivir en el
claustro de la Divina Voluntad, y así regrese en mí aquel orden primero de la Creación, tal y
como fue creada la criatura.
Madre del Cielo, Soberana Reina del Fiat Divino, tómame de la mano e introdúceme en la
Luz del Divino Querer. Tú serás mi guía, mi dulcísima Madre; cuidarás a tu hija y le enseñarás
a vivir y a mantenerse en el orden de la Divina Voluntad. Soberana Celestial, a tu Corazón
confío todo mi ser. Seré pequeña: la pequeña hija de la Divina Voluntad. Tú me enseñarás la
Doctrina de la Divina Voluntad y yo pondré toda mi atención en escucharte. Extenderás tu
manto azul sobre mí, para que la serpiente infernal no se atreva a entrar en este sagrado Edén
para seducirme y hacerme caer en el laberinto del querer humano.
Corazón de mi Sumo Bien Jesús, Tú me darás tus llamas para que me incendien, me
consuman y me alimenten, para formar en mí la Vida del Supremo Querer.
San José, tú serás mi protector, el custodio de mi corazón, y tendrás las llaves de mi querer
en tus manos. Celosamente custodiarás mi corazón y nunca más me lo darás, para estar así
segura de no salirme jamás de la Voluntad de Dios.
Angel custodio mío, guárdame, defiéndeme, ayúdame en todo, a fin de que mi Edén crezca
lleno de flores y sea la llamada a todo el mundo en la Voluntad de Dios.

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Corte del Cielo toda, ven en mi ayuda, y yo te prometo vivir para siempre en la Voluntad
Divina. Fiat!!!

La oración en la Divina Voluntad


…Después, habiendo recibido la comunión estaba diciendo a Jesús: “Te
amo.” Y Él me ha dicho:
“Hija mía, ¿quieres amarme en verdad? Di: “Jesús, te amo con tu
Voluntad.” Y como mi Voluntad llena Cielo y tierra, tu amor me circundará
por doquier, y tu te amo se repercutirá arriba en los Cielos y hasta en lo
profundo de los abismos; así si quieres decir: Te adoro, te bendigo, te alabo,
lo dirás unida con mi Voluntad, y llenarás Cielos y tierra de adoraciones, de bendiciones, de
alabanzas, de agradecimientos. En mi Voluntad las cosas
son simples, fáciles e inmensas, mi Voluntad es todo, tanto, que mis mismos
atributos, ¿qué son? Un acto simple de mi Voluntad; así que si la Justicia, la
Bondad, la Sabiduría, la Fortaleza hacen su curso, mi Voluntad los precede,
los acompaña, los pone en actitud de obrar, en suma, no se apartan un punto
de mi Querer. Por eso quien toma mi Voluntad toma todo, es más, puede
decir que su vida ha terminado, terminadas las debilidades, las tentaciones,
las pasiones, las miserias, porque en quien hace mi Querer todas las cosas
pierden sus derechos, porque mi Querer tiene el primado sobre todo y
derecho a todo.” (Luisa Piccarreta, Octubre 2, 1913)

El acto preventivo y el acto actual.


Estaba pensando entre mí: “Si es tan grande un acto hecho en su
Querer, ¿cuántos, ay de mí, no dejo escapar?” Y mi dulce Jesús moviéndose
en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, existe el acto preventivo y el acto actual. El preventivo es
cuando el alma, desde el primer surgir del día fija su voluntad en la mía, y se
decide y se confirma de querer vivir y obrar sólo en mi Querer, previene
todos sus actos y los hace correr todos en mi Querer. Con la voluntad
preventiva mi Sol surge, mi Vida queda duplicada en todos tus actos como
dentro de un solo acto, y esto suple al acto actual. Sin embargo el acto
preventivo puede ser opacado, oscurecido por los modos humanos, por la
voluntad propia, por la propia estima, por el descuido y otras cosas, que son
como nubes delante al sol, que vuelven menos vívida su luz sobre la faz de
la tierra. En cambio el acto actual no está sujeto a nubes, sino que tiene
virtud de despejar las nubes, si es que las hay, y hace surgir tantos otros
soles en los cuales queda duplicada mi Vida, con tal intensidad de luz y
calor, de formar otros tantos nuevos soles, el uno más bello que el otro. Sin
embargo los dos actos son necesarios, el preventivo da la mano, dispone y
forma el plano al actual, y el actual conserva y ensancha el plano del
preventivo.” (Mayo 27, 1922)

SANTIDAD: ¡Oh, cómo quiero darles a conocer a todos que la verdadera santidad está en
hacer mi Voluntad y vivir en el Querer Divino!
Vol. XII, 14 de Agosto de 1917, Luisa Piccarreta

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« Vivir en la Divina Voluntad significa vivir inseparablemente de Dios, no hacer nada por sí
mismo, porque ante la Divina Voluntad el alma se siente incapaz de todo. No pide órdenes, ni
las recibe, porque se siente incapaz de ir sola; y dice: "Si quieres que haga, hagámoslo juntos,
y si quieres que vaya, vayamos juntos."

Así que hace todo lo que hace el Padre: si el Padre piensa, hace suyos los pensamientos del
Padre y no tiene ningún pensamiento de más de los que tiene el Padre. Si el Padre mira, si
habla, si obra, si camina, si sufre, si ama, también ella mira lo que mira el Padre, repite las
palabras del Padre, obra en las manos del Padre, ama con el amor del Padre, y vive no fuera
sino dentro del Padre; así que es el reflejo y el retrato del Padre. Lo que no sucede con quien
vive solamente resignado; es imposible hallar a esta alma sin el Padre y tampoco al Padre sin
ella; y no sólo externamente, sino que todo su interior se ve como entretejido con el interior
del Padre, transformado, fundido en Dios.

¡Oh, qué rápido y sublime es el vuelo inmenso de esta alma en la Divina Voluntad del Padre
Celestial! En cada instante circula en todo, le da la vida a todo; y el alma, difundiéndose en
esta inmensidad, vuela hacia todos, ama a todos, ayuda a todos, con ese mismo amor con el
que Jesús mismo ayuda y ama a todos; lo que no puede hacer el alma que vive sólo
resignada.

Así que a quien vive en la Divina Voluntad le resulta imposible obrar solo; es más, siente
náusea de su modo de obrar humano, aunque sea santo; porque en la Divina Voluntad todas
las cosas, hasta las más pequeñas, toman otro aspecto; adquieren nobleza, esplendor,
santidad divina, potencia y belleza divinas, se multiplican al infinito y en un instante hacen
todo; y después de haber hecho todo dice: "Yo no he hecho nada, lo ha hecho Jesús, y éste es
todo mi gozo, que a pesar de lo miserable que soy, Jesús me ha dado el honor de tenerme en
la Divina Voluntad para hacerme hacer lo que él ha hecho."

De manera que el enemigo no puede molestar a esta alma de si ha hecho bien o mal, poco o
mucho, porque todo lo ha hecho Jesús y ella junto con Jesús.

Es la más pacífica, no está sujeta a ansiedad alguna, no ama a nadie y ama a todos, pero en
modo divino; y se puede decir que es la repetidora de la vida de Jesús, el órgano de su voz, el
latido de su Corazón, el mar de sus gracias.

¡Oh, cómo quiero darles a conocer a todos que la verdadera santidad está en hacer mi
Voluntad y vivir en el Querer Divino! »

Acto completo de
Correspondencia de amor
en el Divino Querer

Oh eterna e inaccesible Voluntad Suprema de mi eterno Amor, postrado en ti tu inmensidad


me envuelve, me abisma, me anonada; pero al mismo tiempo me eleva hasta tu trono y me

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da de nuevo la vida, pero una Vida nueva, vida inmutable y santa, la Vida del Querer mismo
de mi Jesús, en cuyo centro encuentro, como en un punto solo, pasado, presente y futuro.
Ah sí, encuentro el Querer Supremo creante, que en todas las cosas que crea me envía
amor, océanos de inmensidad de amor... Pero espera la correspondencia de amor de cada
criatura. Y yo, a nombre de toda la familia humana, desde la primera hasta la última criatura,
tomo de este inescrutable Querer el amor de cada una de ellas y entro en cada acto creador,
en cada parpadeo de las estrellas, en cada rayo de luz del sol, en cada soplo de viento, en
cada gota de agua, en cada ser vegetal y animal, y también entro en cada latido de cada
corazón, en cada palabra, en cada paso, acción, pensamiento y mirada, y llenando todo de
amor, me presento ante la Majestad Suprema, para darle la correspondencia del amor de cada
cosa creada.
Oh Voluntad amable, potentísima Voluntad inmensa, de la que todo sale y nada escapa,
vengo a traerte el amor de todos; vengo a armonizar y a unir el Amor Eterno con amor creado.
Ah, sí, te doy por todos correspondencia de amor; mi voz armonice en todo y en todos, y
haciendo eterna esta voz y haciendo que se multiplique en todo instante e infinitamente, te
dirá siempre: "Te amo, te amo, te amo"...; será el sello del amor creado, y no habrá cosa ni
acto que no selle con mi amor.
Pero veo que mi eterno amor Jesús me mira y me sonríe, y quiere que en su mismo Querer
entre en el segundo Fiat: el de la Encarnación, y espera la correspondencia de los actos de la
Redención.
Y yo, oh Jesús, siguiendo a tu Querer Eterno, entro en el primer instante de tu Concepción,
en cada latido tuyo, en cada pensamiento y respiro, en cada movimiento tuyo, oración y pena
que sufriste en el seno de tu Madre; en cada gemido, lágrima y pena de tu infancia; en cada
paso, palabra y obra de tu vida mortal. En tu Voluntad Santísima entro en el mar inmenso de
tu Pasión, en cada gota de tu sangre, en cada una de tus llagas, en cada insulto y desprecio,
en cada espina, en cada golpe y empujón; me unifico en las penas que sufriste sobre la cruz,
en la sed ardiente, en la amargura de la hiel, en tus reparaciones y satisfacciones, hasta en tu
último respiro; y junto con todas las generaciones y a nombre de todas, en tu Voluntad
interminable en la que todos están contenidos, en modo divino vengo a darte la
correspondencia de amor por todo; a darte amor por amor, reparación por reparación... En el
mar de tu Querer me profundizo y adoro cada gota de tu Sangre, beso cada llaga; te bendigo,
te alabo y te agradezco por cada uno de tus actos... En tu Querer me has dado todo, y yo en
tu Querer te correspondo por todo y por todos.
Amor mío, unamos juntos el Fiat Creante, el Fiat Redimiente y mi Fiat en tu Querer;
hagámoslos uno solo; uno desaparezca en el otro, para que Tú recibas amor completo, gloria
perpetua, adoración divina, bendiciones y alabanzas eternas de la Creación, de la Redención y
del Fiat Voluntas Tua en la tierra como en el Cielo.
Celestial Reina, Madre Divina, Tú que tienes el primado en el Divino Querer, extiende tu
manto en la inmensidad del Querer Eterno y envuelve a todas las criaturas, sella sus frentes
con el sello del Divino Querer, a fin de que todas vivan de la Vida de la Divina Voluntad en la
tierra, para poder pasar en tu regazo materno a vivir de Divina Voluntad en el Cielo.
Así sea.

Acto de Reparación
en el Divino Querer

Dulce Jesús mío, entro en tu Querer y me postro a los pies de la Majestad Suprema, y a
nombre de toda la familia humana, pasada, presente y futura, en la inmensidad de este Divino
Querer, en el cual están en acto todas las generaciones como si fuesen un punto solo, vengo a
adorarte por todos y a tributarte los homenajes que como a nuestro Creador te debemos
todos. A nombre de todos vengo a reconocerte como Creador de todas las cosas, y por todos y
por cada cosa creada vengo a amarte, a alabarte, a bendecirte y a agradecerte.

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En la Santidad de tu Querer vengo para sustituirme por todas y por cada una de las
criaturas, e incluso por las misma almas perdidas, para darte reparación por todos los
pecados, hasta por aquellos por los que se perdieron; por todos quiero repararte y por cada
ofensa quiero suplir; quiero amarte por todos, y multiplicándome en tu Santo Querer en cada
una de las criaturas, quiero absorberlas todas en mí, para darte a nombre de todas, como si
fueran una sola, no sólo amor, sino Amor divino, y gloria, reparación, agradecimiento, en
modo divino.
En tu Querer, amor mío, quiero ir a cada pensamiento de criatura, a cada mirada, a cada
palabra, a cada obra y paso, y después vengo a traerlos todos a los pies de tu trono, como si
todos los actos hubieran sido hechos para ti, y si algunos me lo niegan yo me sustituiré por
ellos... En el movimiento de mis labios te traigo el beso de todas las criaturas, y en mis brazos
te traigo el abrazo de todos. No hay acto por el cual yo no quiera suplir.
Y Tú, oh Jesús mío, dulce Vida mía, con tu bendición sella esta reparación, y haz que en
cada acto que yo haga se repita, se multiplique y esté en acto continuo de volar de la tierra al
Cielo, para llevar ante tu Trono, a nombre de todos, amor, gloria y reparación divinos.

Acto de Ofrecimiento
de la propia muerte
en unión con la de Jesús

Mi dulce Jesús, quiero morir en tu Voluntad; uno mi agonía a la tuya, y tu agonía sea mi
fuerza, mi defensa, mi luz y la dulce sonrisa de tu perdón.
Mi último respiro lo pongo en el último respiro que diste por mí en la cruz, para que pueda
presentarme ante ti con los méritos de tu misma muerte.
Sí, oh Jesús, ábreme el Cielo y ven a mi encuentro a recibirme con aquel mismo amor con
el que te recibió el Padre, cuando Tú exhalaste en la Cruz tu último respiro; introdúceme
después con tus brazos, y yo te besaré y me saciaré de ti eternamente.
Mamá mía, y vosotros, ángeles santos, venid a asistirme como asististeis a Jesús en su
muerte. Ayudadme, defendedme y llevadme al Cielo. Amén.

Anhelos de santidad[1]

Dulcísimo Jesús mío, delicia mía y vida mía, por tu misericordia hazme santa. Te pido, oh
Jesús, por cada latido de tu Corazón adorado, hazme santa. Se trata precisamente de tu
gloria, de la finalidad amorosa de tu Pasión, de tu anhelo más ardiente. Si yo me salvo, quizá
no habrá en el Cielo otra alma que cante eternamente tus alabanzas más... Así que ¡hazme
santa, oh mi Jesús!
Soy un miembro de tu Esposa, la Iglesia, que adquiriste con tu sangre divina; ah, no toleres
en ella una hija mala como yo, pobrecilla, sino que por amor a tu Iglesia hazme santa, oh Dios
mío.
Yo vengo frecuentemente a unirme contigo inefablemente en tu divino Sacramento, llamado
el pan de los ángeles y el testamento de tu dilección, ah, no soportes en mí alguna mancha o
tibieza, sino que por amor de tu carne y de tu sangre divinas hazme santa, oh Dios mío.
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!

Tú me impones que edifique a mi familia, a mi prójimo, a mis amistades; me pides que


haga amar la virtud, que atraiga almas a ti; ¿cómo podré lograrlo tan pobre como soy, tan
poco devota, humilde, paciente? Ah, al menos por amor a las almas que cuestan sangre a tu
Corazón hazme santa, oh Dios mío.

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Pero, ¿qué necesidad tengo de presentarte tantos motivos? ¿No eres Tú la liberalidad y la
bondad infinitas? ¿Podrías Tú, oh amado de mi alma, dejar postrada ante ti sin escuchar a una
hija tuya que te abre el corazón, te confía sus anhelos y te pide sólo ser santa? ¿No la
escucharás en la grandeza de tu misericordia?
Y aun cuando por mi constante ingratitud me quieras arrojar, ¿podrías negarle esta gracia a
tu bendita Madre María, Madre mía también, que te la pide por mí, presentándote toda su
compasión a tus dolores? ¿Podrías negársela a mi Angel custodio que continuamente te ofrece
sus celestiales adoraciones para obtenérmela?

¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!

Oh Jesús mío, me confieso indigna de cualquier favor, pero cuando te pido ser santa ¿qué te
pido al fin si no que se cumplan en mí los designios de tu Redención y que tu bondad triunfe
sobre mi maldad, mis rechazos y mi indiferencia?
Oh amor mío, Tú eres omnipotente: quémame, incinérame, consúmame en tus llamas, haz
que no te ofenda nunca más. Que yo muera a mí misma, que de este otro poco de mi vida
haga un solo acto de expiación, de agradecimiento, de adoración y de apostolado, un solo acto
de inmolación y de purísimo amor. Oh Jesús, que yo viva en ti toda absorbida, atraída y
arrodillada con el espíritu siempre ante tu majestad sacramental; es más, haz que yo viva, oh
Jesús, de tu misma vida sacramental, eucarística, que es todo un inefable misterio de
escondimiento, laboriosidad y amor.

¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!


Lo sé... Es necesario hacerme violencia en muchos movimientos de mi espíritu y vencerme
en mil modos, en mil ocasiones...
Es necesario que ame la oración, el silencio, el trabajo, la mortificación.
Es necesario obrar siempre y en todo con espíritu vivo de fe y de santo temor de Dios.
Es necesario hacer el vacío de toda criatura alrededor de mí y dentro de mí.
Es necesario tener mi corazón siempre en alto, guardarlo inmaculado, hacer florecer en él
azucenas, rosas, violetas, jacintos...[2]
Mas ¿qué es imposible para el amor?
Ah, hazme comprender, oh Señor, cuán fácilmente puedo ser santa sólo con que me abrace
con amor a la cruz del día que tu amor me regala; sólo con que cumpla lo mejor que pueda las
acciones del día que el deber o la caridad me mandan.
Oh, cómo es sublime embriagarse del dolor por amor... Oh cómo perfecciona cumplir todo
con intención purísima, bajo la mirada santísima de mi Dios y en unión con mi Angel custodio,
como si tuviera que hacer sólo esa acción y después de hacerla en seguida tuviera que
comparecer ante el Juicio divino, como si sólo de ella dependiera mi salvación eterna.

¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!

Instrúyeme Tú mismo, oh Jesús mío, como paciente Maestro. Enséñame, te pido, con Santo
Tomás, a que sea sin repugnancias en mi humildad, sin disipación en mis alegrías, sin
abatimientos en mis tristezas, sin inconstancia en mi piedad, sin aspereza en mi conversar, sin
lamentos en mis sufrimientos, sin dilación en mi obediencia, sin preferencias en mi caridad, sin
artificio en mi virtud.
Enséñame, con San Ignacio, a ser generosa hasta el heroísmo, a servir hasta el sacrificio, a
dar sin contar, a luchar sin asustarme de las heridas, a consumarme sin dolerme.

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¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!

Oh amor mío, ¿quién me concederá compensarte y satisfacerte sino Tú mismo? Ah, reina Tú
solo en este corazón mío tan mezquino. Que yo te ame solamente a ti, oh Jesús, y que te ame
de igual manera cuando tu amor me acaricie que cuando me flagele. Que mi espíritu repose
solamente en ti oh Jesús; aun cuando el torbellino de mis pasiones o el soplo de tus pruebas
pondrán en agitación mi alma, haz que cada latido de mi corazón sea siempre, oh Jesús, una
alabanza, un agradecimiento, una adoración para tu Corazón Divino. Haz que, rota toda
atadura, yo tenga, de una vez por todas, un impulso generoso que me abisme en tu Corazón
crucificado, centro divino de caridad, de celo, de pureza, de aniquilamiento y de perfectísima
abnegación....
¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!

Oh María, Madre de la dulce esperanza y del amor hermoso, me oculto bajo la piadosa
sombra de tu manto.
San José, mi querido ejemplar perfectísimo de la más alta santidad, sé tú mi especial
protector y sé mi modelo en la vida íntima del santo dolor y del santo amor.
Entre vuestros corazones, oh Jesús, María y José, yo permanezco segura y no temeré más
en mi camino. Oh Jesús, José y María, hacedme santa, os lo suplico, hacedme santa[3]...

¡Oh Jesús, por tu infinita misericordia, hazme santa!

[1]
Ojalá muchas almas se modelaran en estos anhelos de santidad de Luisa hasta llegar a tener los mismos
anhelos y practicarlos, para empezar una vida espiritual seria, pues los sentimientos, actitudes y peticiones
aquí expresados son un compendio de las disposiciones necesarias e indispensables para llegar a vivir en la
Divina Voluntad.
[2]
Respecto a las virtudes que en esta parte nombra Luisa, fundamentales e insustituibles para la vida de
unión con Dios, como el firme propósito de no pecar, el desprendimiento de todas las personas y de todas las
cosas, la renuncia a uno mismo; la mortificación y el amor a la cruz; la humildad, la pureza, la caridad, el
recogimiento, la recta intención, la constancia en el bien, la oración interior continua, etc.; de cómo
practicarlas y de los efectos benéficos que producen, Jesús habla mucho en los 11 primeros volúmenes de
Luisa, de tal modo que las almas con sinceros deseos de unirse más a Dios y llegar a vivir en su Voluntad
encontrarán en ellos luminosas enseñanzas y poderosos alicientes.
[3]
Una de las primeras enseñanzas de Jesús a Luisa es que tenga como modelos para obrar, para rezar, para
trabajar, para hablar, etc., a Él, a María Santísima y a San José; de esta manera ella vivirá en la casita de
Nazaret entre ellos y obrará como ellos y en unión con ellos, para llegar a ser la repetidora de su vida oculta.
Este modo de hacer nuestros actos diarios, primero pensando cómo los hacían ellos y luego haciéndolos
junto con ellos, es una gran escuela de virtudes y de unión con Jesús y María, y todas las personas,
indistintamente de su estado o circunstancias, lo pueden hacer.
Luego, a lo largo de sus volúmenes, Jesús le revelará a Luisa secretos de su vida oculta de 30 años y el
gran tesoro que encerró para nosotros en sus actos “ordinarios” de ese periodo, para poner esa riqueza a
nuestra disposición, ya que si un tesoro no es conocido, no será apreciado ni se deseará poseerlo, de manera
que tal tesoro quedaría como si no existiese, inútil, sin dar el bien que contiene:
“Hija, la vida oculta que hice en Nazaret no es conocida ni valorizada por los hombres, sin embargo no
podía haberles hecho mayor bien que con esa vida, después de la Pasión” (Vol. 11; 14 de agosto de 1912).

8
Referente a esta Novena, San Annibale M. di Francia, su confesor extraordinario, revisor
y censor de sus primeros 19 volúmenes y primer editor de algunos escritos de Luisa, escribe
en una carta:
“Al leer los 9 ejercicios de la Navidad se queda uno estupefacto por el inmenso
Amor y por el inmenso sufrir de Nuestro Señor Jesucristo bendito por amor nuestro,
para la salud de las almas. En ningún libro he leído, al respecto, una Revelación tan
conmovedora y penetrante...”

NOVENA DE LA NAVIDAD.[1]

En una novena de la santa Navidad, a la edad de diecisiete años, me preparé a esta festividad practicando
diferentes actos de virtud y mortificación y especialmente honrando los nueve meses que Jesús estuvo en el
seno materno con nueve horas de meditación al día, relativas siempre al misterio de la Encarnación.

Primera Hora
(Amor Trinitario)

Como por ejemplo, en una hora me transportaba con el pensamiento al paraíso y me imaginaba a la
Santísima Trinidad. Al Padre que enviaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente obedecía al Querer del
Padre, y al Espíritu Santo que consentía. Mi mente se confundía al contemplar un misterio tan grande, un
amor tan recíproco, tan fuerte y tan igual entre Ellos y hacia los hombres, y luego consideraba la ingratitud
de los hombres y especialmente la mía...
Y en esta consideración hubiera permanecido no sólo una hora entera sino todo el día, pero una voz
interna me decía:
"Basta, ven y mira otros excesos más grandes de mi amor."

Segunda Hora
(Amor anonadado)

Entonces mi mente se veía llevada hasta el seno materno y quedaba estupefacta al considerar a aquel
Dios tan grande en el cielo y ahora tan anonadado, empequeñecido y estrechado, que no podía moverse y
casi ni siquiera respirar. La voz interior me decía:
"¿Ves cuánto te he amado? Ah, dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es mío, y así me darás
más facilidad para moverme y respirar."
Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, le prometía que quería ser toda suya y me desahogaba en llanto,
pero, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos. ¡Oh Jesús, cuán bueno has sido con esta
miserable criatura!

Tercera Hora
(Amor devorante)

Una voz interior me decía:


"Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Mamá, mira dentro de él a mi pequeña humanidad. Mi
amor me devoraba; los incendios, los océanos, los mares inmensos del amor de mi Divinidad me inundaban,
me incendiaban, levantaban tan alto sus llamas que se elevaban y se extendían por doquier a todas las
generaciones, desde el primero hasta el último hombre. Y mi pequeña humanidad era devorada en medio de

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tantas llamas. Pero ¿sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi amor eterno? ¡Ah, las almas! Y sólo estuve
contento hasta que las devoré todas, quedando todas concebidas conmigo. Yo era Dios, tenía que obrar como
Dios, debía tomarlas a todas; mi amor no me habría dado paz si hubiera excluido a alguna. Ah hija mía, mira
bien en el seno de mi Mamá, fija bien los ojos en mi humanidad recién concebida y ahí encontrarás a tu alma
concebida conmigo y también las llamas de mi amor que te devoraron. ¡Oh, cuánto te he amado y te amo!"
Yo me perdía en medio de tanto amor y no sabía salir de ahí... Pero una voz me llamaba fuerte
diciéndome:
"Hija mía, esto es nada aun, estréchate más a Mí, dale tus manos a mi querida Mamá a fin de que te tenga
estrechada en su seno materno, sigue contemplando a mi pequeña humanidad recién concebida y mira el
cuarto exceso de mi amor."

Cuarta Hora
(Amor obrante)

"Hija mía, del amor devorante pasa a considerar mi amor obrante. Cada alma concebida me llevó el fardo
de sus pecados, de sus debilidades y de sus pasiones y mi amor me ordenó tomar el fardo de cada uno y no
sólo concebí a las almas sino las penas de cada una y las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi
Celestial Padre. Así que mi Pasión fue concebida junto conmigo. Mírame bien en el seno de mi celestial
Mamá, oh cómo mi pequeña Humanidad está atormentada; fíjate bien cómo mi pequeña cabecita está
rodeada por una corona de espinas, que ciñéndome fuerte las sienes, me hace derramar ríos de lágrimas de
los ojos, y no puedo moverme para secarlas... Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de tanto
llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo hacer. Estas espinas son la corona de los tantos
pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas. ¡Oh, cómo me punzan más estos pensamientos
que las espinas que produce la tierra! Pero mira más, mira qué larga crucifixión de nueve meses: no podía
mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie, estaba aquí, siempre inmóvil, no había lugar para poderme mover
un poquito... ¡Qué larga y dura crucifixión! Agregando que todas las obras malas, tomando forma de clavos,
me traspasaban manos y pies repetidamente..."
Y así continuaba narrándome pena por pena, todos los martirios de su pequeña Humanidad, y que
querer-las decir todas sería demasiado extenso. Entonces yo me abandonaba al llanto. Oía decir en mi
interior:
"Hija mía, quisiera abrazarte pero no puedo, no hay espacio, estoy inmóvil, no puedo hacerlo; quisiera ir
a ti pero no puedo caminar. Por ahora abrázame y ven tú a Mí y luego Yo, cuando salga del seno materno,
iré a ti."
Y mientras con mi fantasía me lo abrazaba y me lo estrechaba fuertemente a mi corazón, una voz interior
me decía: "Basta por ahora, hija mía, y pasa a considerar el quinto exceso de mi amor."

Quinta Hora
(Amor solitario)

Entonces la voz interior seguía:


"Hija mía, no te alejes de Mí, no me dejes solo, mi amor quiere compañía, este es otro exceso de mi amor:
que no quiere estar solo. Pero ¿sabes tú de quién quiere compañía? De la criatura.
Mira en el seno de mi Mamá, junto conmigo están todas las criaturas concebidas en Mí. Yo estoy con ellas
todo amor, quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para narrarles mis alegrías y mis dolores,
para decirles que vine en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré en medio de
ellas como un hermanito dando a cada una todos mis bienes y mi reino a costa de mi muerte. Quiero darles
mis besos, mis caricias; quiero entretenerme con ellas.
Pero ¡ay, cuántos dolores me dan! Muchas me huyen, otras se hacen las sordas y me reducen al silencio,
otras desprecian mis bienes y no se preocupan de mi reino y corresponden a mis besos y mis caricias con el
descuido y con el olvido de Mí, y mi entretenimiento lo convierten en amargo llanto. ¡Oh, cómo estoy solo a

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pesar de que estoy en medio de todos! ¡Oh, cómo me pesa mi soledad! No tengo a quien decirle ni una
palabra, con quien desahogarme en amor; estoy siempre triste y callado, porque si hablo, no soy escuchado.
¡Ah, hija mía, te pido, te suplico que no me dejes solo en tanta soledad! Dame el bien de hablar con
escucharme, presta oídos a mis enseñanzas, Yo soy el maestro de los maestros. ¡Ah, cuántas cosas quiero
enseñarte! Si me escuchas harás que deje de llorar y me entretendré contigo. ¿No quieres tú entretenerte
conmigo?"
Y mientras me abandonaba en Él, compadeciéndolo en su soledad, la voz interior continuaba:
"Basta, basta, pasa a considerar el sexto exceso de mi amor."

Sexta Hora
(Amor prisionero)

"Hija mía, ven, ruega a mi querida Mamá que te haga un lugarcito en su seno materno para que tú misma
veas el estado doloroso en el que me encuentro."
Entonces me parecía con el pensamiento que nuestra Reina Mamá, para contentar a Jesús, me hacía un
pequeño lugar y me ponía dentro de su seno; pero era tal y tanta la oscuridad que no lo veía, sólo oía su
respiro y Él en mi interior continuaba diciéndome:
"Hija mía, mira otro exceso de mi amor. Yo soy la luz eterna, el sol es una sombra de mi luz, y mira a
dónde me ha conducido mi amor, ¡ve en qué oscura prisión estoy! No hay ni un rayo de luz, siempre es
noche para Mí, y noche sin estrellas, sin reposo, siempre despierto, ¡qué pena!, la estrechez de la prisión, sin
poderme mínimamente mover, las tinieblas tupidas; hasta el respiro... respiro por medio del respiro de mi
Mamá, ¡oh, cómo es dificultoso! Además agrega las tinieblas de las culpas de las criaturas, cada culpa era
una noche para Mí, las cuales uniéndose, formaban un abismo de oscuridad sin confines. ¡Qué pena! ¡Oh
exceso de mi amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una profundidad de tupidas
tinieblas y de tales estrecheces hasta faltarme la libertad del respiro...! Y todo esto por amor a las criaturas."
Y mientras esto decía, gemía con gemidos sofocados por la falta de espacio, y lloraba. Yo me deshacía en
llanto, le agradecía, lo compadecía, quería hacerle un poco de luz con mi amor como Él me decía... Pero
¿quién puede decir todo?
La misma voz interior agregaba:
"Basta por ahora. Pasa al séptimo exceso de mi amor."

Séptima Hora
(Amor despreciado)

La voz interior continuaba:


"Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para
que veas el séptimo exceso de mi amor.
Escúchame: en el seno de mi Padre celestial Yo era plenamente feliz, no había bien que no poseyera,
alegrías, felicidad, todo estaba a mi disposición; los ángeles reverentes me adoraban, estaban a mis órdenes.
Ah, el exceso de mi amor – podría decir – me hizo cambiar fortuna, me restringió en esta tétrica prisión, me
despojó de todas mis alegrías, felicidad y bienes para vestirme con todas las infelicidades de las criaturas, y
todo esto para hacerles el cambio: para dar a ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna. Pero esto
habría sido nada si no hubiera encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia. ¡Oh, cómo mi amor
eterno quedó sorprendido ante tanta ingratitud y lloró por la obstinación y perfidia del hombre! La
ingratitud fue la espina más punzante que me traspasó el corazón desde mi concepción hasta el último
instante de mi vida, hasta mi muerte. Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre... ¡Qué pena! ¡Qué
dolor siento!
Hija mía, tú no me seas ingrata; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es cerrarme en la cara las
puertas para dejarme afuera aterido de frío.

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Pero ante tanta ingratitud mi amor no se detuvo; se puso en actitud de amor suplicante, gimiente y
mendicante, y este es el octavo exceso de mi amor."

Octava Hora
(Amor suplicante)

"Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi querida Mamá y también desde afuera
oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni mis gemidos ni mis súplicas mueven a compasión de mi
amor a la criatura, me pongo como el más pobre de los mendigos y extiendo mi pequeña manita pidiendo al
menos por piedad, a título de limosna sus almas, sus afectos y sus corazones. Mi amor quería vencer a
cualquier costo al corazón del hombre, y viendo que después de siete excesos de mi amor permanecía reacio,
se hacía el sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, mi amor quiso ir más allá, hubiera debido
detenerse, ¡pero no! Quiso salir más allá de sus límites, y desde el seno de mi Mamá hacía Yo llegar mi voz a
cada corazón con los modos más insinuantes, con los ruegos más fervientes, con las palabras más
penetrantes. ¿Y sabes qué le decía?
‘Hijo mío, dame tu corazón, todo lo que tú quieras te lo daré con tal de que me des a cambio tu corazón;
he bajado del cielo para tomarlo, ¡ah, no me lo niegues! ¡No defraudes mis esperanzas!’
Y viéndolo reacio y que muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos, juntaba mis pequeñas
manitas y llorando, con voz sofocada por los sollozos, añadía:
‘¡Ay, ay! Soy el pequeño mendigo, ¿ni siquiera de limosna quieres darme tu corazón?’
¿No es éste un exceso más grande de mi amor: que el Creador para acercarse a la criatura tome la forma
de pequeño niño para no infundirle temor y pida al menos como limosna el corazón de la criatura, y viendo
que ella no se lo quiere dar, ruega, gime y llora?"
Luego me decía: "Y tú, ¿no quieres darme tu corazón? ¿O también tú quieres que gima, que ruegue y llore
para que me des tu corazón? ¿Quieres negarme la limosna que te pido?" Y mientras esto decía, yo oía que
sollozaba.
Entonces decía: "Jesús mío, no llores, te doy mi corazón y toda yo misma."
Y la voz interna continuaba:
"Continúa más adelante, pasa al noveno exceso de mi amor."

Novena Hora
(Amor agonizante)

"Hija mía, mi estado es cada vez más doloroso... Si me amas, tu mirada tenla fija en Mí para que veas si
puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, alguna palabra de amor, una caricia, un beso que dé tregua a
mi llanto y a mis aflicciones.
Escucha, hija mía; después de haber dado ocho excesos de mi amor al hombre y éste tan malamente me
había correspondido, mi amor no se dio por vencido y al octavo exceso quiso agregar el noveno. Y son las
ansias, los suspiros de fuego, las llamas de los deseos porque quería salir del seno materno para abrazar al
hombre. Esto reducía a mi pequeña humanidad aún no nacida, a una agonía tal que estaba a punto de dar mi
último respiro, pero mi Divinidad que era inseparable de Mí, me daba sorbos de vida y tomaba de nuevo la
vida para continuar mi agonía y volver a morir nuevamente... Este fue el noveno exceso de mi amor:
agonizar y morir continuamente de amor por la criatura. ¡Oh, qué larga agonía de nueve meses! ¡Oh, cómo el
amor me ahogaba y me hacía morir! Y si no hubiera tenido mi Divinidad conmigo, la cual me daba
continuamente la vida cada vez que estaba por morir, el amor me habría consumado antes de salir a la luz
del día."
Luego agregaba: "Mírame, escúchame cómo agonizo, cómo mi pequeño corazón late, se ahoga, arde;
mírame, ahora muero."
Y guardaba un profundo silencio. Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en las venas y temblando le
decía:

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"Amor mío, vida mía, no te mueras, no me dejes sola. Tú quieres amor y yo te amaré, no te dejaré más,
dame tus mismas llamas para poderte amar más y consumarme toda por ti."

Después de la Novena, Luisa narra que continuó meditando la Pasión de Jesús, al mismo modo que la
Novena:
“Entonces me entregué toda a meditar la Pasión, e hizo tanto bien a mi alma, que creo que todo el
bien me ha venido de esta fuente. Jesús mismo me narraba las penas por Él sufridas, y yo quedaba tan
conmovida que lloraba amargamente...” (Vol. 1)
Años después, por obediencia a su confesor San Annibale Maria, también puso esas meditaciones,
enseñanzas y oraciones sobre la Pasión por escrito, y es el libro “Las Horas de la Pasión”, fuente de
inmensos bienes también para las almas que las leen, las meditan y oran con ellas.

[1]
La Novena de la Navidad es con lo que empieza Luisa su volumen primero. En estas meditaciones – como
en todos los volúmenes de Luisa – hay dos cosas: la enseñanza de Nuestro Señor, y la actitud de Luisa que
pone en práctica la enseñanza correspondiendo inmediatamente a la gracia. Aprendamos ambas.
Es de notar que ya desde aquí, al principio de sus manifestaciones a Luisa, Nuestro Señor le revela lo que
pasaba en el interior de su pequeñísima Humanidad, las dimensiones divinas de sus sufrimientos, oraciones y
actos, es decir, lo que su Divinidad obraba en su Humanidad, unidas hipostáticamente desde el instante de la
Encarnación, cómo su Voluntad Divina obraba con su voluntad humana, dando comienzo así a las
enseñanzas sobre su Divina Voluntad, tema característico de los escritos de Luisa, especialmente de volumen
11 en adelante.

http://www.divinewill.org/Spanish%20Page/Spanish%20MAIN%20PAGE.htm

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