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EL TIEMPO HISTÓRICO

Ricardo Krebs Wilkens


en El Tiempo en las ciencias, (1981), Editorial Universitaria, Santiago.

ÍNDICE

1. TEMPORALIDAD E HISTORICIDAD
 El Hombre, ser en el tiempo.
 La Historia como tiempo humano:
 Continuidad y cambio

1. TEMPORALIDAD E HISTORICIDAD

 El Hombre, ser en el tiempo. El Hombre es ser en el tiempo. Arrastrado


por la corriente del tiempo, su existencia es efímera. Todo fluye, todo perece. Todo
ser que nace, vive hacia la muerte. Cada segundo de vida, es un segundo menos
de vida. El tiempo tiene una sola dirección. Avanza inexorablemente, sin que nadie
lo pueda detener. No hay momento que se perpetúe. En los momentos de mayor
gloria, en que el triunfador romano podía sentirse dueño del destino, se le
recordaba que era un mortal y que sus días estaban contados. Memento mori.
Fausto muere en el momento en que pide que el instante se detenga.

Y no sólo la vida individual está marcada por el signo de la muerte, sino


que toda obra humana está condenada a sucumbir. Las dinastías de los faraones
se acabaron. Mayas, aztecas, incas: todos se han ido. La Roma Eterna se hundió
en el flujo del tiempo. La segunda Roma tuvo que ceder su lugar a la tercera. El
Santo Imperio Romano Germánico murió a la venerable edad de 844 años, antes
de cumplir el milenio. Occidente está en decadencia. Ciudades, pueblos, culturas
enteras han desaparecido. De las 24 civilizaciones que Toynbee cuenta en la
historia del hombre, 19 ya han muerto y a las 5 civilizaciones que existen
actualmente tendrá que llegar, a su debido tiempo, su hora.

Cronos, el dios de tiempo, aparece representado como anciano, flaco y


encorvado, con una guadaña en la mano, signo de su fuerza destructiva, y con un
reloj de arena, símbolo de la ininterrumpida carrera de los días. Segundo tras
segundo, minuto a minuto: los granos de arena caen sin que el hombre los puede
detener o recoger. Inexorablemente transcurre el tiempo y pone fin a todo lo finito.
Saturno devora a sus hijos.

El tiempo es una realidad objetiva cuyas leyes se cumplen sin apelación.


Con patéticas palabras describe Hegel en su Filosofía de la Historia el desolador
cuadro que presenta la sucesión en el tiempo: ciudades devastadas; imperios que
se hunden; ambiciones que se frustran; nobles pasiones y viles arrebatos que
todos, a la postre, terminan en la nada; hechos sin sentido; una sucesión
ininterrumpida de acciones espurias.

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Desde la aparición de la vida humana en la Tierra han transcurrido 600 ó
700 mil años y quizás 1 millón de años. 20 ó 30 mil generaciones se han sucedido
en el curso de los milenios. Cada persona que vive encabeza una fila interminable
de seres que han dejado de existir. Breve es la vida. La muerte es larga. La muerte
engendra el tiempo. Cronos da la hora implacablemente.

 La Historia como tiempo humano: El hombre es un ser temporal. Pero él


no sólo está en el tiempo, sino que él mismo es tiempo y puede hacer suyo el
tiempo. El hombre puede tomarse tiempo, puede darse un buen tiempo o puede
perder el tiempo, puede adelantarse al tiempo, el tiempo se le puede hacer largo,
él puede dar tiempo al tiempo, puede andar con el tiempo o contra el tiempo,
puede engañar el tiempo y puede hacer tiempo. Si bien los tiempos corren
irreversiblemente, el tiempo no es sólo algo exterior al hombre. El tiempo no sólo
sucede al hombre. El hombre también es partícipe ybactor en la sucesión de los
días. A diferencia del animal, el hombre tiene tiempo y puede disponer de su
tiempo. El tiempo humano no es el tiempo de Cronos que se mide por las estrellas.
El tiempo del hombre es la historia.

Al igual que Federico el Grande que escribió una Historie de mon Temps,
cada persona tiene su tiempo. Vivimos en un tiempo que es este nuestro tiempo.
Este tiempo está dado, existe objetivamente y existirá aunque uno u otro entre
nosotros no hubiese nacido. Pero, a la vez, este tiempo es nuestro tiempo que es
así como es porque es nuestro. Existimos en este tiempo, pero a la vez, somos
este tiempo. Nuestro tiempo no es sólo el tiempo de Cronos, sino que es tiempo
histórico, es A etas nostra.

El tiempo histórico no es una línea geométrica en que cada instante


constituya un punto matemático que pueda ser medido con exactitud a partir de un
determinado punto de referencia y en que todos puntos tengan igual valor. El
tiempo histórico no es un fenómeno matemático cuantitativo, sino que posee
significado cualitativo. Es tiempo del hombre en el curso del cual el hombre se
realiza y realiza su mundo humano. En el tiempo humano los momentos son
desiguales. Hay momentos perdidos y momentos de plenitud. Hay momentos de
insoportable dolor y de inefable dicha hay momentos en la historia que hacen
época y que confieren un nuevo sentido al acontecer. Epoché significa paradero,
punto de suspensión: el momento que hace época trasciende el instante, se
perpetúa en la historia y configura los momentos posteriores. El tiempo meramente
temporal, el tiempo físico, tiene un antes, un ahora y un después. El tiempo
humano, el tiempo histórico, tiene un ayer, un hoy y un mañana, tiene un pasado,
un presente y un futuro.

El hombre tiene conciencia de su finitud. La conciencia del tiempo


determina al hombre como ser histórico que sabe que tiene un origen y que ha de
morir. El animal carece de conciencia histórica y vive la vida de su género, sin
saber de su muerte. El tigre, dice Ortega y Gasset, es siempre un primer tigre que
estrena ser tigre. El hombre es heredero de un pasado y autor de un futuro. El
hombre se forma en medio de una realidad que ha existido antes que él naciera y

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que él puede aceptar, continuar, alterar o destruir. Pero aunque niegue su pasado
y reniegue de él, tendrá que seguir confrontándose con él. La historicidad es el
horizonte de toda existencia humana.

La finitud de la vida personal como asimismo de todas las formas sociales y


creaciones culturales es el supuesto para la voluntad de superar o, al menos, de
prolongar esta finitud. El hombre como ser temporal vive en la conciencia de la
muerte y de la destrucción y está dispuesto a sobreponerse al tiempo mediante el
recuerdo de un pretérito imperfecto y la proyección de un futuro indefinido.
Mediante la superación del pasado y la configuración del porvenir el hombre quiere
hacer suyo el presente y trascender el tiempo.

La historia aparece como la liberación del tiempo. El hombre, ser temporal,


se sobrepone al momento fugaz y al hecho singular e incoherente y acepta la
historia que le brinda la oportunidad de vivir humanamente y de realizar su
humanidad.

Las dimensiones del tiempo histórico son, pues, presente, pasado y futuro.

Mas: ¿qué es el presente?

El presente es el instante único e irrepetible, es la presencia del ser, es el


momento más propio de la vida en que el hombre goza y sufre, en que ama y se
entrega, en que engendra hijos, en que toma decisiones y piensa nuevas
verdades. El presente es el único momento en que el hombre puede actuar y en
que puede definir su destino. El presente es la oportunidad, la única oportunidad,
para hacer historia. El presente es el momento en que se echan los dados para
conquistar imperios. Es el 18 de Brumario en que Napoleón se convirtió en amo de
Francia. Es el momento en que Saulo se convirtió en Pablo y conoció la nueva
verdad.

El presente es el aquí y el hoy. Es el momento de la decisión que crea la


nueva realidad que, como tal, ya no puede ser derogada. Habrá nuevas
posibilidades y nuevas oportunidades. Pero todas ellas tendrán que partir de las
posibilidades ya realizadas. Si el hombre quiere ser, debe serlo en el presente, en
cada momento fugaz de su existencia.

Mas, el presente no es sólo momento de decisión y acción. También puede


ser tiempo de quietud y de contemplación, y puede ser momento de éxtasis en que
el hombre sale fuera de sí y, olvidándose del tiempo, puede sentir la eternidad. Es
el éxtasis que en la embriaguez dionisíaca se identificaban con el dios que ha
muerto y que renace. Es la excitación y ansiedad de los iniciados que en la Sala
de los Misterios de Eleusis revivían el drama sacro de Orfeo. Es el momento de
éxtasis de Santa Teresa que se sentía unida a Dios Eterno en el amor místico.

El presente tiene valor en sí mismo y posee su sentido propio. Es


insustituible. Tiene sus derechos propios y su propia legitimidad. Hay veces en que

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el hombre debe vivir para un momento y nada más que para ese momento, sin
mediatizarlo con miras al pasado y al futuro. El hombre tiene el derecho a vivir sin
más, sin sacrificar el presente a la historia.

Sin embargo, el presente es más que un instante. Referida a los que nos
han precedido y a los que vendrán después de nosotros, toda nuestra vida es un
presente. Nuestro presente personal está sumido, a su vez, en el presente
colectivo. En todo presente están presentes los más variados presentes: el
presente de los ancianos que, por tener sólo un breve porvenir por delante, desean
conservar el pasado que ellos han construido; el presente de la generación
madura que, combinando la experiencia con la visión de futuro, hace historia; el
presente de la juventud que, teniendo toda una vida por delante, sueña con un
mundo mejor y desea librarse de un pasado que le parece arcaico. El presente es
el presente de los grupos dirigentes que viven a la altura de su tiempo y es el
presente de los grupos marginados que viven en un pasado no superado. Cada
generación y cada grupo tiene su presente y en cada presente se encuentran
distintas generaciones y distintos grupos que viven con un diferente ritmo histórico
y que, sin embargo, comparten el destino que les impone su tiempo.

¿Cuándo comienza y cuándo termina el presente? Todo presente es


transición entre el ayer y el mañana. La historia convierte al futuro en presente y al
presente en pasado. Todo presente es siempre fin y comienzo, es efecto y causa,
origen y resultado, está condicionado y condiciona, es realidad y posibilidad.

El presente, si bien tiene su sentido propio, está siempre inmerso en la


totalidad de la historia y contiene, por tanto, un pasado actualizado y un futuro
posible.

El presente puede comenzar con un hecho constituyente. El presente del


comunista chino empezó en el año 1949. Para el bolchevique ruso, el presente
comenzó con la Revolución de Octubre de 1917. Para la Francia contemporánea
el presente se inició en el año 1789. Los hechos que se produjeron entonces
hicieron época y determinan y condicionan toda la edad presente. La celebración
del aniversario del hecho constituyente, más que piadoso recuerdo histórico, es
expresión de la firme voluntad de continuar el presente que se constituyó entonces
y de seguir moldeando el futuro de acuerdo con los fines, los valores y las
estructuras que han dado y dan contenido y sentido al presente. El presente es
vivencia, es voluntad de afrontar el desafío histórico de acuerdo con las tendencias
propias de ese presente, es intención y propósito de querer prolongar ese presente
hacia el futuro.

Un presente termina cuando las tendencias y formas que lo constituyen


pierden su fuerza y los hombres empiezan a proyectar un nuevo futuro para
configurar un nuevo presente.

¿Tenemos nosotros un auténtico presente? ¿Constituye nuestro presente


una verdadera época?

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Algunos de los hechos más importantes de nuestro presente han sido las
revoluciones políticas a partir de la gran revolución de 1789, la revolución universal
y mundial de la ciencia y la tecnología, la formación de la sociedad industrial, la
rebelión de las masas, la emancipación del obrero, la emancipación de la mujer, la
emancipación del niño, la emancipación de los pueblos subdesarrollados.

¿Tiene este presente aun un futuro? ¿Estamos llegando al final de nuestro


presente? ¿Hemos agotado las posibilidades creadoras de nuestro tiempo? ¿O se
está preparando una nueva revolución? ¿Está comenzando o ha comenzado ya un
nuevo presente?

***

Ningún presente se forma de la nada. Todo momento histórico emerge de


los momentos anteriores. Siempre hay un ayer.

Lo que pasa, pasa definitivamente y se escapa de nuestras manos. No nos


está dado retroceder en la historia ni podemos devolver la vida a los que se han
ido para siempre. No podemos restaurar la bulliciosa vida en el ágora de Atenas.
No tenemos ninguna posibilidad de asistir a la dramática sesión del 13 de enero
del año 27 A.d.C. en el senado romano en que Octaviano anunció la restauración
de la República. El Nuevo Mundo ha quedado descubierto por Colón y no puede
ser descubierto por segunda vez. Las hazañas de Cortés, Pizarro y Valdivia no
pueden repetirse. No podemos retrotraer el pasado, ni podemos repetirlo ni
podemos deshacerlo. El pasado pasó y ya no está a nuestro alcance. Mas, si bien
el pasado es anterior y exterior a nosotros, pertenece a nuestra historia y sigue
vivo en nosotros. Somos herederos y somos lo que somos por todo lo que ha sido
antes. No hay nada absolutamente original en la historia. La existencia humana
está siempre inserta en un contexto temporal. El mundo del hombre es un mundo
histórico que ha sido moldeado por todos los siglos precedentes.

El pasado nos determina y nos condiciona. La psicología de profundidad


nos ha enseñado que ciertas vivencias arcaicas arquetípicas siguen presentes en
las capas más profundas de nuestro ser anímico. El pasado está presente en
nuestros prejuicios y nuestras costumbres. Hablamos un lenguaje histórico y éste
habla a través de nosotros.

Toda fundación trata de superar la temporalidad fugaz y de crear una


realidad que perdure a través del tiempo. La fundación sobrevive al fundador. En el
mes de agosto del año 1111 el emperador Enrique V llegó a la ciudad de Spira
donde estaba sepultado su padre a quien él había destituido en un acto de brutal
violencia. Ahora el hijo arrepentido rinde honor al desafortunado padre y, en señal
de reconciliación, concedió a los vecinos vivientes y futuros de Spira la exención
de las contribuciones. Como retribución, los vecinos, en el día del aniversario de la
muerte de Enrique V, debían, todos los años, asistir a la vigilia y a la misa de
difuntos en la catedral, debían rezar por el difunto emperador y cada vecino que

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era propietario de casa debía dar un pan a los pobres. Desde entonces, durante
más de medio milenio, los vecinos de Spira, cumpliendo con el voto, acudieron a la
misa, en la mano una vela y el pan para los hambrientos. La fundación sobrevive
al fundador. La historia triunfa sobre el tiempo.

Augusto ha muerto, pero él sigue presente a través de su Foro, del templo


de Apolo en el Palatino, del Pórtico de Octavia, del santuario del divino Julio, del
Ara Pacis. Sixto V ha muerto, pero Roma sigue siendo su Roma. Pedro de Valdivia
se nos hace presente a través de su estatua ecuestre en la Plaza de Armas de
Santiago de Chile y de las palabras, cinceladas en piedra del cerro Santa Lucía,
con que informó a su emperador sobre las bondades y bellezas de las tierras de
Chile. Su presencia histórica se pone de manifiesto en el trazado de las ciudades
que él fundó en las instituciones que creó. Pedro de Valdivia fue un auténtico
fundador. Su obra perdura hasta la fecha y condiciona hasta hoy en día nuestra
existencia.

Toda ley trata de fijar el proceso histórico y amarra acciones posteriores. El


privilegios concedido por el rey feudal a su vasallo condicionaba la vida de los hijos
y de los hijos de los hijos. La nobleza guardaba cuidadosamente los pergaminos
que atestiguaban su origen y que era prueba de que todos sus antepasados,
desde los tiempos inmemoriales, habían gozado de libertades privilegiadas.

Siempre los hombres han honrado a sus muertos y los han querido tener
presentes. Los egipcios construyeron para sus momias las más suntuosas
cámaras funerarias. El chino proporciona los alimentos a sus antepasados y los
invita a participar en el consejo de familia. Las animas deben recibir ofrendas
florales y se les debe prender una vela. Los fantasmas se siguen paseando por los
castillos de Escocia. Las cofradías religiosas integran a muertos y vivos en la
comunidad litúrgica. Los mártires y santos conservan su poder benéfico a través
de los siglos y siguen haciendo milagros.

Mas, no sólo las acciones de los personajes sobreviven al momento fugaz


de su presente e ingresan a un pasado que sigue gravitando en la historia. El
pasado está presente en las estructuras económicas, sociales y mentales que
perduran a través de los tiempos y en los procesos de larga duración que
determinan el desarrollo y que establecen las condiciones y los límites dentro de
los cuales se debe efectuar toda acción del presente. La revolución industrial
constituye un proceso que ha seguido su curso imperturbablemente, independiente
de que se le haya fomentado o combatido. Se produjo en medio de revoluciones y
reacciones políticas y, a veces, la reacción ha tenido efectos más revolucionarios
que las mismas revoluciones. Los luddistas, que en un acto de extrema
desesperación destruyeron las máquinas, que pudieron detener el triunfal avance
del maquinismo. Desde que se inició la Revolución Industrial, toda idea que se
haya pensado y toda acción que haya emprendido, ya sea a favor, ya sea en
contra, ha tenido que contar con esa realidad.

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Todo presente tiene un pasado que lo determina. Las posibilidades de hoy
están condicionadas por las realidades de ayer. Sin embargo, el condicionamiento
del presente por el pasado no es un condicionamiento mecánico o fatal. Cierto que
los procesos de larga duración se desarrollan con una dinámica propia; cierto que
la tradición, los prejuicios y las costumbres influyen sobre nuestro subconsciente y
nuestro consciente. Sin embargo, el hombre, ser racional y libre, siempre puede
aceptar o rechazar su pasado. Así como el hombre del presente hace suyo su
tiempo, también puede hacer suyo su pasado. Por medio de la conciencia
histórica, cuya más alta expresión es el conocimiento histórico científico, el hombre
trata de comprender su pasado, ordena y articula los siglos precedentes, incorpora
los meros hechos a un a un contexto general e, interpretando su sentido y
significado, los transforma en acontecimientos inteligibles. Por medio de la
conciencia histórica nos apropiamos de nuestro pasado el cual constituye para
nosotros un don gratuito. Cosechamos lo que otros sembraron.

Somos hijos y herederos de una determinada cultura la cual acuña nuestro


ser específico. Con el fin conocernos y de comprendernos, dirigimos nuestra
mirada hacia atrás y volvemos sobre nuestros orígenes: No sólo el historiador
erudito consulta las fuentes, todos nosotros bebemos de las fuentes de que ha
emanado nuestra cultura y nuestra particular forma de ser. A lo largo de la historia
de Occidente se han repetido una y otra vez los re-nacimientos y las re-formas. En
momentos de crisis y de dudas con respecto a su verdadera identidad, los
hombres han vuelto a los orígenes con el fin de volverse a encontrar consigo
mismos. El pasado puede hacerse tan presente que puede adquirir mayor
actualidad que cualquier fenómeno efímero de nuestros días. Homero se puede
convertir en contemporáneo. Los versos de Safo o Arquíloco pueden ser más
modernos que un best-seller o las publicaciones de un Premio Nobel. César puede
ser más actual que un político gobernante.

El pasado nos acompaña en todo momento. Y para que no constituya una


carga que nos aplaste, debemos tomar conciencia de él, debemos ordenarlo e
interpretarlo y debemos darle un sentido. El pasado nos condiciona y nos limita,
pero nosotros no somos esclavos de él. Podemos continuarlo, podemos alterarlo y
podemos rechazarlo. Somos libres.

Arraigamos nuestra existencia en la realidad de nuestra tradición. Pero


sabemos que nuestro pasado es un pretérito imperfecto. El pasado no ha agotado
las posibilidades de la existencia temporal. Es necesario seguir construyendo el
mundo humano. Con este fin nos proyectamos hacia el futuro. Soñamos con
mundos mejores.

***

El futuro nos proporciona el tiempo para hacer historia. Tenemos tiempo,


Pero nuestro tiempo no es ilimitado. No sabemos si el día de mañana será aún
nuestro. Pero lo hacemos nuestro al concebir proyectos de futuro, proyectos en los
cuales nosotros estamos presentes.

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En la tradición de la conciencia histórica de Occidente el futuro no aparece
como un kismet fatal, como un destino que se cumple mecánicamente, pero
tampoco es un tiempo ilimitado e indefinido, no es el olvido del yo en la entrega a
la nada del nirvana. El futuro se presenta como meta que tratamos de alcanzar
para dar un sentido al tiempo. Es el camino a seguir. El futuro significa
determinación en libertad, libre realización, compromiso que se contrae
voluntariamente. A elegir nuestro porvenir, hacemos nuestro el futuro y nos
adelantamos al tiempo. En vez de improvisar nuestro presente, lo configuramos de
acuerdo con nuestras esperanzas y nuestros proyectos.

Sería peligroso empero que, al soñar con un nuevo futuro, cortáramos los
vínculos que nos unen con el pasado. Si se debilita o se extingue la conciencia
histórica, el pasado se puede convertir en una carga insoportable, carente de todo
sentido. Es un error creer que se puede ganar el futuro, olvidándose del pasado.
Éste acompaña al hombre como su sombra. El desconocimiento de las realidades
y posibilidades de la historia ya hecha puede significar que el hombre se malogre
en la historia por hacer.

El sueño de un futuro a-histórico se presenta bajo las formas más variadas:


como idea de una sociedad sin clases, como idea de un mundo completamente
feliz gracias a una tecnología perfecta, como idea de una sociedad totalmente
liberada en que no existen represiones.

Frente a los peligros de las utopías radicalmente revolucionarias, cabe


reivindicar los derechos del pasado. Por otra parte, frente a una idealización
reaccionaria de la tradición cabe reivindicar los derechos de la vida presente y
futura. Tanto la fe ciega en un futuro perfecto como el recuerdo nostálgico de los
buenos tiempos del pasado corresponden a una actitud ahistórica.

En el quehacer histórico se conjugan el pretérito, el presente y el futuro. El


hombre vive siempre en la tensión entre un pasado inconcluso y un futuro por
empezar, entre la realidad histórica que hereda y la nueva realidad que debe crear.

El hombre no es un esclavo de la tradición ni de un dios que puede crear


cualquier mundo posible. El hombre es lo que es por su pasado, pero es libre para
elegir nuevas metas. Un progresismo ingenuo conduciría a la revolución
permanente. Un tradicionalismo sentimental caería en un inmovilismo estático.

A la voluntad de esclarecer el futuro corresponde el esfuerzo por hacer


inteligible el pasado. Esperanza y recuerdo no son sino dos manifestaciones de la
misma voluntad existencial de dar un sentido a la vida y al tiempo. La historia se
hace entre el pasado real y el futuro posible. Y el hombre supera el tiempo
mediante la integración de pasado, presente y futuro.

 Continuidad y cambio: La historia es cambio. Con toda persona que nace,


empieza una nueva historia. Cada generación significa un nuevo comienzo. Cada
acción y cada idea alteran el rumbo de la historia. Las advertencias de los profetas

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judíos, el mensaje de Zoroastro, las ideas de los filósofos griegos cambiaron la faz
del mundo.

A raíz de la expedición de Alejandro Magno se modificaron las relaciones


entre Occidente y Oriente. La coronación de Carlomagno en la noche de Navidad
del año 800 D.d.C. marcó una nueva etapa en el proceso de fusión de la tradición
clásica y el cristianismo y de los pueblos románicos y germanos. El ideal
humanista de la formación del hombre humano por medio de las letras abrió
nuevas perspectivas a la vida del espíritu. El invento de la máquina de hilar, del
telar mecánico y del motor a vapor revolucionó la economía, la sociedad y la vida
humana entera.

Jamás la historia se detiene. Toda solución de un problema deja


planteados nuevos problemas. Desde el surgimiento del pensamiento histórico
moderno que culminó en el historicismo sabemos que el mundo histórico es el
mundo de lo individual. Todo fenómeno histórico es único y distinto. El cambio es
el supuesto para que puedan surgir nuevas individualidades y toda nueva
individualidad implica por su sola aparición un cambio y produce nuevos cambios.

Sólo porque la historia es cambio, el hombre tiene siempre nuevas


opciones. El hombre, por su parte, como ser racional y libre, es autor del cambio.
Sólo porque la historia es cambio, ella puede ser hazaña de la libertad.

Panta rhei. Todo fluye. Nadie se puede bañar dos veces en el mismo río.
Sin embargo, tan ciertas como las afirmaciones de Heráclito son las palabras del
Eclesiastés: Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay
bajo el sol.

En la historia no hay, ciertamente, perennidades, pero, sí, permanencias. El


hombre, ciertamente, es arrastrado por la corriente de la historia, pero él es una
isla en esa corriente. En medio del cambio se mantiene la unidad de la
personalidad. A través de los siglos permanecen los pueblos, los estados y las
culturas. En el correr de los días se mantiene la tradición. A lo largo de la historia
permanece el ser humano.

En la identidad esencial del hombre de hoy con el de ayer descansa la


posibilidad de conocer y comprender los siglos precedentes. Cierto, la oligarquía
dirigente del siglo XIX fue distinta a la aristocracia del Antiguo Régimen y ésta, a
su vez, fue distinta de la nobleza feudal o de la nobleza senatorial romana.
Napoleón fue distinto de César y éste fue distinto de Alejandro Magno. Sin
embargo, a lo largo de la historia nos encontramos siempre con el ser humano, ser
que siente y que piensa, que ama y que odia, que tiene que ganar el pan de cada
día, que se organiza social, y políticamente, que peca y que hace el bien y que
siempre busca la verdad. A través de la historia se repiten las relaciones de señor
y servidor, de amigo y enemigo, de maestro y discípulo. En incesante afán el
hombre se esfuerza por reconciliar autoridad y libertad, poder y justicia, el interés
personal y el bien colectivo.

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El Predicador Salomón del Eclesiastés tiene tanta razón como Heráclito.
Nada nuevo hay bajo el sol. Pero todo fluye. La historia es continuidad y cambio.
Sin continuidad no habrá historia, sino sólo historias inconexas. Pero tampoco
habría historia sin cambio; sólo habría eterna repetición. Con el hilo permanente de
lo que cambia y en tanto que cambia se va tejiendo la historia. En los versos de
Francisco de Aldana:

“Continuo en tu mudanza permaneces, sólo en mudable ser firme te veo…”

La historia es un proceso continuo y sucesivo. La conciencia histórica trata


de comprender y dar sentido a la sucesión de los tiempos y con este fin ordena y
data los hechos históricos.

La cronología es inherente a la historia. Ella permite medir el tiempo y


explicar por qué un acontecimiento determinado se produjo en aquel lugar y en
aquella fecha. La datación precisa forma parte del juicio histórico. La institución del
ostracismo en Atenas ha sido fijada por algunos historiadores en el año 507, por
otros en el año 487 A.d.C. En un caso sería consecuencia de las reformas de
Clístenes, en el otro un resultado de las luchas políticas internas en los años 488 y
487. La decisión de los romanos en el año 200 A.d.C. de iniciar una política
ofensiva en Oriente sólo se hace inteligible si se considera la dimensión
cronológica: la decisión se produjo al año después de haber terminado la II Guerra
Púnica. La cronología permite explicar causas y efectos, procesos, progresos y
crisis. La fijación cronológica permite ubicar el hecho histórico en su tiempo y, con
ello, en una época determinada.

En la época histórica se revela esa peculiar combinación de continuidad y


cambio que es propia del tiempo histórico. Una época nace, alcanza su madurez y
hace crisis. Distinguimos entre una Temprana, una Alta y una Baja Edad Media,
entre Temprano Capitalismo, el Apogeo del Capitalismo y el Capitalismo Tardío.

El comienzo de una época es el período de gestación en que se definen las


tendencias que configuran el carácter de la época. En la Temprana Edad Media
empezaron los pueblos latinos y germánicos los cuales abrazaron el cristianismo,
asimilaron la tradición clásica y se organizaron social y políticamente bajo el
régimen feudal aristocrático. El proceso de fusión de estos elementos constituye el
contenido de la época medieval. Una época logra su madurez cuando las
tendencias que le son inherentes alcanzan sus más altas manifestaciones, cuando
las acciones de los hombres corresponden a sus convicciones y esperanzas,
cuando se integran la tradición y las aspiraciones, cuando todo parece tener un
sentido. Son los Siglos de Oro, las épocas clásicas, los momentos estelares. La
Alta Edad Media fue el tiempo de esplendor de la caballería cristiana que se veía
confirmada en sus ideales y formas de vida por los poemas épicos de Chrestien de
Troves y Wolfran von Eschenbach y por el Cantar del Mío Cid. Fue el momento en
que Inocencio III se reunió en Roma en el IV Concilio Lateranense con los
patriarcas de Antioquía y Alejandría, con 70 arzobispos, 112 obispos y 800 abades

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y con los representantes de casi todos los reyes y príncipes de la cristiandad,
elocuente manifestación de la unidad y universalidad de la república cristiana. Fue
el tiempo de las catedrales góticas y de las obras de Santo Tomás, verdadera
summa en piedra y en palabras del espíritu de la Edad Media. Fue el tiempo de los
grandes emperadores Hohenstaufen bajo los cuales el Santo Imperio se extendió
desde Jutlandia hasta Sicilia, desde Borgoña hasta los montes Cárpatos. Fue el
tiempo en que la cristiandad, animada por una confianza plena en sí misma y sus
valores, se expandió por el este de Europa, por la península Ibérica y por la
cuenca del Mediterráneo. Bajo el signo Deus Vult los cruzados intentaron rescatar
los santos lugares.

Pero una época sólo es permanencia y no perennidad. Llega el momento


de la descomposición y de la decadencia. Durante el otoño de la Edad Media el
nominalismo deshizo la unidad de la razón aristotélica y de la fe cristiana. La
Iglesia se dividió, el Papado y los Concilios se disputaron la supremacía sobre la
Iglesia y, en un momento, tres Papas se calificaron y descalificaron mutuamente
de Anti-Papas. El Imperio se desintegró. En la batalla de Courtrai del año 1302 un
ejército de caballería formado por los más brillantes y valientes representantes de
la nobleza francesa fue aniquilado por los cuerpos de infantería de los gremios
burgueses de las ciudades de Flandes. El temprano Capitalismo, con su
concentración de capitales, su cobro de intereses y su fomento de las actividades
industriales y comerciales, puso fin a las estructuras simples de la economía
agraria en que se había basado la sociedad feudal. En Italia, en Alemania,
surgieron nuevas formas y tendencias que darían origen al Renacimiento y a la
Reforma. La Edad Media llegó a su fin, se preparó la Época Moderna. Fin de una
época, comienzo de otra.

Los Tiempos Modernos se desarrollaron en oposición a la época anterior.


Los humanistas calificaron la edad precedente de edad media, triste interrupción
entre la ejemplar latinidad de Cicerón y las nuevas bonae litterae. El estilo de las
majestuosas catedrales de Amiens y Chartres, de Estrasburgo y de León fue
calificado ahora de gótico, esto es, bárbaro. Lutero condenó a la Iglesia antigua
como anti-iglesia. Por el momento, los cambios fueron tan radicales que la ruptura
pareció completa. Sin embargo, aun en medio de las profundas transformaciones
que marcaron el fin del mundo medieval, se mantuvo la continuidad histórica. La
feudalidad seguiría siendo un elemento decisivo del desarrollo social y restos de
ella se mantendrían hasta los tiempos actuales. La Iglesia Católica superaría su
crisis y experimentaría su propia reforma. Los reyes seguirían ostentando sus
coronas medievales y el Estado moderno se constituiría bajo la forma de la
monarquía.

Continuidad y cambio constituyen las categorías fundamentales de la


temporalidad histórica. La historia es una sola, es siempre universal, es siempre
historia del mismo Adán. Y la historia es siempre nueva, es siempre distinta. A
través de la continuidad y del cambio el hombre continúa su tarea histórica de
construir en el tiempo su mundo humano para encontrarse y realizarse a sí mismo
a través de su obra.

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