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1. Para todo esre epigrafe cfr. ARREGUI, 1.V., Actas de z'oluntad. y accíones xct-
luntarías. Una aproximación wittgensteniana, en .Anales Salmantinos de Filosofía"
18 (1991), en prensa, y Sobre el y 1t la mlunad en ALvp-\, R. (ed.), El hombre:
inmanencía y trascend,encia. Actas de las XXV Reuniones -Fllosdfcas, Servicio dc Pu-
blicaciones de la Unive¡sidad de Navarra, Pamplona 1991, \al. l, pp. 747-59.
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cuando define el uso, afirma que e1 uso implica }a aplicación de una cosa a alguna
operación, como cabalgar es el uso de1 caballo y golpear el uso del bastón (CÍr. S. Th.,
I-II, q. 16, a. 1). En cste concepto de uso, no está implicada la idea de que un acto
mental cause uno físico. Cuando alguien pega un bastonazo está usa¡do el bastón co_
mo insrrumento, está epiicando unx cosa ¿ una acción, pero aqui no está en-uelta nin_
guna causalidad nomoiógica. Sto. Tomás no dice que yo quiera pegar un bastonazo, y
entonces el bastón se mueva, o que yo quiera mover el brazo, y entonccs el b¡azo se
mueva, sino que yo uso el bastó¡ o el brazo. En segundo lugar, Kenny adviertc
con razón que el término acto imperado invita a comparar Ia relación entre querer
y actuar con la ¡elación ent¡e una orclen y su ejecución. Qué sea cumplir una or_
den o seguir una regla, es algo extraordinariamente con,plejo, pero desde luego no
es una causalidad nomológica. Por último, Tomás de Aquino rnantiene explícira y
reiteradamente que no siempre se requicre un acto de voluntad para que una acción
sea voluntaria. (Cfr. KExNr, A' The ¡oill h philosopbical tradition y Tbe tnlPoatt'
te theotl of tbe uiLL en VilL, freedom and pozoez, Blackwell, Ox{ord 1975).
El acto de volun¡ad no causa nomológicamente la acción volunta¡ia. Desde aqui
algunos autores han afirmado la imposibilidad de apiicar categorias causales a la ac-
ción volunta¡ia, mientras que Geach y Anscombe, por ejemplo, han propuesto con
mucho más acierto una superación del modelo humeano y legalilorme de causali_
dad. Cfr. GEACH, P. Í, Lecciones sobre la tolunud, pronunciadas en la Universi-
dad de Navarra. ANSCoMBE, G- E. M., Causality and determinatíon en Metaphysics
ancl the phílosophy of mind., pp. 133-47 y Tbe causat;on of dction en GINET, C., ],
SHoEM¡xrR, 5., (eds), Knowledge and mínd, Ox[ord University Press, Oxford 1983,
Pp. 174-90.
FILOSOFÍA DNL HOMBRF, 349
a) Lo vo/untario y lo inooluntario
en garantía de la libenadlT.
Así pues, cabe definir lo voluntario como "aquello cuyo prin-
cioio es¡á en uno mismo y que conoce las circunstancias concretas
¿l l, De este modo, según Aristóteles' 1o voluntario vie-
"..ió.-'t.
ne a identificarse con lo espontáneo, lo que sale "de dentro"'
con
tal de que se cumplan ciertas condiciones cognoscitivas' Así defini-
Jo, .l .or..pro dá ,roluntario incluye acciones.de los.niños y los
T"-biér, los niños y los animales actúan desde principios
"rri-"I.r.
intrínsecos con conocimiento de 1o que hacen'
Tomás de Aquino, afinando la tesis aristotélica' distingue entre
un voluntario i-pe.f.cto, común con los animales' y un voluntario
volunla-
perfecto, .".lusi.,o del ser humano Para que una acción sea
.ir r. ..qri... que su principio sea intrínseco y que haya cjerto co-
,roci-iento del iin d. i" r..iót.t. Pero el conocimiento del fin puede
ser doble. Se da un conocimiento imper{ecto del fin cuando
se co-
noce la cosa que es el fin, pero no en su razón de fin; 1o cual
acon-
27. Cf¡. GrLsoN, 8., Hombre y voluntatl en Elemmtc¡s de fi.losofla cristíarza, pp.
311-36.
28. Cfr., por ejemplo, S. ?n., II-ll, q. 24, a. 2.
FILOSOFIA DFf, HOMBRF 3s7
den, y
son específicamente humanos. Es obvio que un perro no
puede desear disminui¡ su afición por los huesos.
En cuanto que el deseo que nace del conocimiento intelectual
del fin, es decir, del objeto de la tendencia, está abiefto a la in{ini-
tud y es reflexivo, reúne las caracterísricas de lo espiritual, y puede,
por tanto, decirse que ia voluntad es una facultad espiritual, con tal
de que no se caiga en el error de pensar que es «una parte inmate-
rial" de nuestro ser, como ya se ha manrenido a propósito de la es-
piritualidad del intelecto.
Cuando se dice que el objeto del deseo racional es nel bien en
cuanto que bien" se está designando el objeto formal de Ia voluntad.
Se está diciendo que, se desee 1o que se desee, se desea en cuanto
bueno y no que lo que se desea es uel bien en cuanto que bien,.
El objeto formal no es un tipo especialmente misterioso de objeto
material. Por tánto, «bien en cuanto que bien» no es lo que se de-
sea, sino el modo en que se desea.
29. CÍr. por ejemplo, 1z lII Etbic., lect. 6, nn. 460-7; id, lect.8, nn. 479-82 In
W Etbic., lea. 6, n. 1193; S. Th., Ln, q. 14, a. 3 ad ,1.
FILOSOFIA DEL HOMBRE 359
30. Pa¡a u¡a breve exposición de las caracte¡ísticas de Ia voluntad desde las cien-
cias humanas y sociales positivas, cfr. Jouwr, R., Psicologíq C. Lohlé, Ruenos
Aires 1956, pp.473-501. En los párrafos siguientes se sigue en líneas generales a es-
t. aoto.. A iitolo ilustrativo hay que señalar que es frecuente que los manuales de
psicología general que actualmente se encuentran en ei me¡cado no corrtengan en
sus índices un capítulo dedicado a la voluntad. Asi ocurre, por ejemplo, co¡ el ma-
nual, excelente por tantos conceptos, de J. L. Pinilios Príncipios de Psicc'logí4 g,l.e
cuenta con más de diez ediciones en la actualidad, en el que se dedican a Ia volun_
tad las pp. 455-7.
]ORGE V. ANREGUI-JACINTO CHOZA
t
F.
FILOSOF]A DEL HOIÍBRF 3(,1
31. Tomo estas ideas de1 trabajo de H. Marín, La akrasia como tipo en Aristó-
teles.
362 JORGI V, ARREGUI_JACINTO CHOZA
33. Sobre la prioridad del Bien o del Uno cn el pensamiento de Platón, puede
ve¡seel libro VI de l,z Repiblica, El Fedro y Ll Sofina.
34. Cfr. ENRreuE DE G|\NrE, Q odlibeto I,9. t4.
FILOSOEÍA DEL HOMBPü 3$7
«Hasta ahora resulta cierto que fla universalidad de la márima como ley] no
41.
tiene validez pára [osotros porque interesa (esto supone heteronomía y depenrlencia
de la ¡azón práctica de ia sensibilidad,.on.retamente,le un sentido básico. con 1o
que nunca podría ser realmente legislativa), sino que interesa porque es válida para
nosotros como hombres, puesto que surge de nuestra voluntad en cuanto inteligen_
cia y, por tanto, de nuestro auténtico yo; pero io que pertenece al mero fenÁmeno
será necesa¡iamente subordinado pot la razón a la constitución de la cosa en si',.
K,tNr, 1., Grundlegung zur Metaphyib dcr Sitten, cap- 1II. (A1( IV, 460-1).
depende en su constitución de 1o que el hombre haga, pero que el
mundo histórico-social sí y que, por consiguienre, el s¿ber acerca del
mundo no suministra claves para el saber acerca de lo que depende
de la libertad humana y que el saber rigurosamente fundado que se
obtiene de ésta son unos principios formales que no bastan para
orientar la acción humana en concreto. Kant, que identifica volun-
taá y raz6n práctica, no se decide del todo a dar el paso que Aristó-
teles propone con su fórmula "1o que hemos de hacer después de
haber aprendido, lo aprendemos haciéndolo"a1 pero Nietzsche sí.
Nietzsche es quizá el pensador que ha explorado más a fondo
las características de la voluntad humana en la historia de 1a filoso-
fía. Ya anteriormente, se ha citado la definición nie¡zscheana del
hombre en términos de voluntad como el animal que puede prome-
ter y se ha puesto en correlación con la definición tomista del hom-
bre como e1 ser que se propone sus fi¡es y con la kantiana del
hombre como fin en sí mismo.
Ahora debe aparecer con más claridad hasta qué punto a par-
tir del siglo XIV se disuelve la concepción oréctica de la volun-
tad propia del mundo griego y se va extendiendo la concepción efu-
siva y creadora de la voluntad que habia tenido su origen en la tra-
dición judeocristiana. Y desde luego, la ertensión de esta concepción
transcurre en paralelo con la transformación creciente del mundo
por parte de la acción humana. El problema era hacer compatibles
estos dos acontecimientos sin perder Ia primacía del theorein, de la
contemplación intelectual, que era 1o más preciado de la herencia
griega.
,12. ARISToTELFS, Etica a Nicómaco II, 1: 1103 a 12-33. Para una comparación
ent¡e el sentido antiguo y el sentido contemporáneo de la praxis ética en e1 plano
social, cfr. LuNo, A' Lilxrtad y sociedad, en LLANo, A., y orros, Etica j Política
en la socied¿d democrática, Espasa-Ca1pe, Madrid 1981, pp. 75 126 y ARENDT, H.,
La cond,ición humana, Seix Barral, Barcelona 1974.
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46. Una exposición detallada de la distinción entre prax* y polesfu puede encon-
trarse en PAL\cIos, L. 8., Fílosofia del saber, Greáos, Mad¡id 1962_
47. Sob¡e este tema cfr. ARENDT, H., La condición bumana, yt citado.
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