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Mia Couto
Apertura del año lectivo en el Instituto Superior de Ciencias y Tecnología de
Mozambique (ISCTEM) en marzo de 2005.
No obstante, existen varias formas de pobreza. Y hay, entre todas, una que se escapa
a toda estadística, a indicadores cuantitativos: es la pobreza de nuestra reflexión sobre
nosotros mismos. Hablo de la dificultad de pensarnos como sujetos históricos, como
punto de partida y como destino de un sueño.
Comienzo por un hecho singular. En nuestras cadenas de radio, hay ahora un anuncio
en el que alguien pregunta a una vecina: dígame, señora, qué es lo que pasa en su
casa, su hijo es un líder, sus hijas tuvieron un buen casamiento, o su hijo fue
nombrado director, ¿cuál es el secreto? Y la señora responde: es que en casa
comemos arroz de la marca…. (no digo la marca porque no me pagaron este espacio
publicitario).
Sería bueno que eso fuese así, que nuestra vida cambiase sólo por consumir un
producto alimenticio. Ya voy a ir a ver a nuestro Rector Magnífico para distribuir el
arroz mágico que pueda abrir al ISCTEM las puertas del éxito. Pero sentirse feliz es,
infelizmente, mucho más costoso.
Estas preguntas son serias. No podemos eludir las respuestas ni levantar polvo para
ocultar nuestras responsabilidades. No podemos aceptar que estas sean sólo
responsabilidad de nuestros gobiernos.
Con todo, las conquistas de la libertad y la democracia que hoy gozamos sólo serán
definitivas cuando se conviertan en la cultura de cada uno de nosotros. Y ese es
todavía, un camino de generaciones. Entretanto, pesan sobre Mozambique amenazas
que son comunes al resto del continente. El hambre, la miseria, las enfermedades,
todo eso lo compartimos con el resto de África. Los números son aterradores: 90
millones de africanos morirán de SIDA en los próximos 20 años. En esa trágica cifra,
Mozambique contribuirá con cerca de 3 millones de muertos. La mayor parte de estos
condenados son jóvenes, y representan exactamente la esperanza con la que
podríamos erradicar el peso de la miseria. Quiere decir que África no sólo está
perdiendo su propio presente: está perdiendo los cimientos desde los que nacería su
mañana. Tener futuro cuesta mucho dinero. Pero es mucho más caro tener sólo
pasado. Antes de la independencia, para los campesinos zambianos no había futuro.
Hoy, el único tiempo que existe para ellos es el futuro de otros. ¿Los desafíos son
mayores que la esperanza? Pero no podemos sino ser optimistas, y hacer aquello que
los brasileños llaman levantarse, sacudirse el polvo y volver a intentarlo. El pesimismo
es un lujo reservado para los ricos. La pregunta crucial es esta: ¿Qué es lo que nos
separa del futuro que todos queremos?
Algunos creen que nos faltan más profesionales, más escuelas, más hospitales. Otros
piensan que necesitamos de inversores, más proyectos económicos. Todo eso es
necesario, todo eso es imprescindible. Pero para mí, hay otra cosa que es todavía más
importante. Y esa cosa tiene un nombre: una nueva actitud. Si no cambiamos de
actitud, no conquistaremos una condición mejor. Podemos tener más técnicos, más
hospitales, más escuelas, pero no seremos constructores de futuro. Hablo de una
nueva actitud, pero la palabra debe ser pronunciada en plural, ya que se compone de
un vasto conjunto de posturas, creencias, conceptos y preconceptos. Hace mucho que
vendo defendiendo que el mayor factor de atraso de Mozambique no radica en la
economía, sino en la incapacidad de que generemos un pensamiento productivo,
osado e innovador. Un pensamiento que no resulte de la repetición de lugares
comunes, de fórmulas y de recetas ya pensadas por otros.
Permítanme que lea aquí un extracto de esa carta: Queridos hermanos: estoy
completamente cansado de personas que sólo piensan en una cosa: quejarse y
lamentarse, en un ritual que nos fabricamos mentalmente como víctimas. Lloramos y
nos lamentamos, nos lamentamos y lloramos. Nos quejamos hasta la náusea de lo
que otros nos hicieron y nos continúan haciendo. Y pensamos que el mundo nos debe
algo. Lamento decirles que esto no es más que una ilusión. Nadie nos debe nada.
Nadie está dispuesto a renunciar a aquello que tiene, con la excusa de que nosotros
también queremos lo mismo. Si queremos algo tenemos que saberlo conquistar. NO
podemos continuar mendigando, hermanos y hermanas.
Queremos que otros nos miren con dignidad y sin paternalismo. Pero al mismo tiempo
continuamos mirándonos con una benevolencia complaciente: somos expertos en la
creación de un discurso libre de culpa. Y decimos:
Hoy, ni siquiera simbólicamente, matamos a nuestro antiguo patrón. Una de las formas
de tratamiento que más rápidamente emergió de unos diez años para acá fue la
palabra patrón. Fue como si nunca se hubiera muerto realmente, como si esperase
una nueva oportunidad histórica para volver a hacer parte de nuestra realidad. ¿Se
puede culpar a alguien de ese resurgimiento? No. Pero estamos creando una
sociedad que produce desigualdades y que reproduce relaciones de poder que
creíamos ya enterradas.
Este episodio ilustra apenas cómo explicamos de forma mayoritaria los fenómenos
positivos y negativos. Lo que explica la desgracia vive al lado de lo que justifica la
buena ventura. ¿Un equipo deportivo gana, una obra de arte es premiada, una
empresa tiene beneficios, un profesional fue ascendido? ¿A qué se debe todo eso? La
primera respuesta, amigos míos, todos la conocemos. El éxito se debe a la buena
suerte. Y la palabra “buena suerte” quiere decir dos cosas: la protección de nuestros
antepasados fallecidos, y la protección de nuestros padrinos vivos.
Nunca, o casi nunca, se ve el éxito como resultado del esfuerzo, del trabajo como
inversión a largo plazo. Las causas de lo que nos sucede, bueno o malo, se atribuyen
a las fuerzas invisibles que dirigen nuestro destino. Para algunos, esta visión causal se
tiene por tan “intrínsecamente africana” que perderíamos “identidad” si renunciásemos
a ella. Los debates sobre las “auténticas” identidades son siempre resbaladizos. Vale
la pena debatir, sí, si no podemos reforzar una visión más productiva y que oriente a
una actitud más activa e intervencionista sobre el curso de la Historia.
Toda esa herencia no ayuda a que se cree una cultura de discusión abierta. Gran parte
del debate de ideas se sustituye así por la agresión personal. Basta demonizar a quien
piensa diferente. Y existe una variedad de demonios a disposición: un color político, un
color de alma, un color de piel, un origen social o religioso diferente.
Les hago ahora una confidencia. Al inicio de la década de los 80, formé parte de un
grupo de escritores y músicos a quienes nos dieron la responsabilidad de realizar un
nuevo Himno Nacional y un nuevo Himno para el Partido FRELIMO. La forma en la
que recibimos esa tarea era indicativa de esa disciplina: recibimos la misión, fuimos
requeridos para nuestros servicios, y al mando del presidente Samora Machel fuimos
encerrados en una residencia en Matola, habiéndonos dicho: sólo saldrán de aquí
cuando tengan hechos los himnos. Esta relación entre el poder y los artistas sólo es
concebible así en un determinado momento histórico. Lo que es cierto es que nosotros
aceptamos con dignidad esa responsabilidad, esa tarea surgía como una honra y un
deber patriótico. Y realmente allí nos comportamos más o menos bien. Era un
momento de grandes dificultades…. y las tentaciones eran muchas. En esa residencia
de Matola había comida, empleados, piscina…. En un momento en el que todo eso
faltaba en la ciudad. En los primeros días, confieso que estábamos fascinados con
tanta organización, y nos quedábamos vagueando y sólo corríamos para el piano
cuando escuchábamos las sirenas cuando llegaban los jefes. Este sentimiento de
desobediencia adolescente era nuestra forma de ejercer una pequeña venganza
contra esa disciplina de regimiento.
En la letra de uno de los himnos estaba reflejada esa tendencia militarizada, esa
aproximación metafórica a la que hice referencia: Somos soldados del pueblo
marchando adelante Todo esto tiene que verse en su contexto, sin resentimiento. Al
final, fue así como nació “Patria amada”, ese himno que cantamos como un solo
pueblo, unido por un sueño común.
Hay toda una generación que está aprendiendo una lengua ― la lengua de los
Workshops. Es una lengua simple, una especie de criollo a medio camino entre el
inglés y el portugués. En realidad, no es una lengua, sino un vocabulario de pacotilla.
Basta saber mezclar unas cuantas palabras de moda para que hablemos como otros,
y esto, para no decir nada. Les recomiendo unos cuantos términos. Como, por
ejemplo:
Pertenezco a un tiempo en el que lo que éramos se medía por lo que hacíamos. Hoy
nos miden por el espectáculo que hacemos de nosotros mismos, por el modo en el
que nos exponemos en el escaparate. El currículum vitae, la tarjeta de visitas llena de
refinamientos y títulos, una bibliografía de publicaciones que casi nadie leyó. Todo esto
parece sugerir una cosa: la apariencia pasó a valer más que la capacidad de hacer
cosas.
Muchas de las instituciones que debían producir ideas están hoy produciendo papeles,
ocupando estanterías con informes destinados a convertirse en archivos muertos. En
lugar de soluciones, se encuentran problemas. En lugar de actuaciones, se sugieren
nuevos estudios.
Recuerdo que una vez intenté comprar un vehículo en Maputo. Cuando el vendedor
reparó en el coche que había elegido, casi le dio un ataque. “Pero ese, señor Mia,
usted necesita un vehículo compatible”. El término es curioso: “compatible”.
Estamos viviendo como en una representación teatral: un vehículo ya no es un objeto
funcional. Es un pasaporte a un estatus social, una fuente de vanidades. El coche se
convirtió en un motivo de idolatría, en una especie de santuario, en una verdadera
obsesión promocional.
Esta enfermedad, esta religión que podríamos llamar vehiculolatría, contagió desde al
dirigente hasta al niño de la calle. Un pequeño que no sabe leer es capaz de conocer
la marca y los detalles de todos los modelos de vehículos. Es triste que el horizonte de
ambiciones sea tan vacío o se reduzca al brillo de una marca de automóvil.
Es urgente que en nuestras escuelas exalten la humildad y la simplicidad como
valores positivos.
La arrogancia y el exhibicionismo no son, como se pretende, emanaciones de alguna
esencia de la cultura africana del poder. Son emanaciones de quien confunde el
embalaje con el contenido.
-Violencia doméstica (el 40 por ciento de los crímenes tienen su origen en la agresión
doméstica contra mujeres, ese es un crimen invisible).
Aún estamos escandalizados por el anuncio reciente que privilegiaba a los candidatos
de raza blanca. Se tomaron medidas inmediatas y eso fue absolutamente correcto.
Con todo, existen invitaciones a la discriminación que son tanto o más graves y que
aceptamos como naturales e incuestionables. Tomemos ese anuncio del periódico e
imaginemos que ha sido escrito de forma correcta y no racista. ¿Será que todo estaba
bien? No sé si están al tanto de cuál es la tirada del diario Noticias. Son trece mil
ejemplares. Aún si aceptásemos que cada periódico es leído por 5 personas, tenemos
que el número de lectores es menor que la población que cualquier barrio de Maputo.
Y es dentro de este universo donde circulan los convites y accesos a oportunidades.
Hablé de la tirada, pero dejé a un lado el problema de la circulación. ¿Por qué
geografía restringida circulan los mensajes de nuestros periódicos? ¿Cuánto de
Mozambique se ha quedado fuera?
Nuestro cuerpo social tiene una historia similar a la de un individuo. Nos marcan
rituales de transición: el nacimiento, el casamiento, el fin de la adolescencia, el final de
la vida.
Yo miro a nuestra sociedad urbana y me pregunto: ¿será que queremos realmente ser
tan diferentes? Porque veo que esos rituales se reproducen como una fotocopia fiel de
aquello que siempre conocí en la sociedad colonial.
Hablé de la carga de la que nos debemos desembarazar para entrar de cuerpo entero
en la modernidad. Pero la modernidad es una puerta hecha únicamente por los otros.
Nosotros somos también carpinteros de esa construcción, y sólo nos interesa entrar en
una modernidad de la que seamos también constructores.
La cuestión es esta: se habla mucho de los jóvenes. Se habla poco con los jóvenes. O
mejor, se habla con ellos cuando se convierten en un problema. La juventud vive esa
condición ambigua, bailando entre esa visión romántica (es la selva de la nación) y
una condición maligna, una edad de riesgos y preocupaciones (SIDA, droga,
desempleo).
Con el nuevo gobierno resurgió la lucha por la autoestima. Eso está bien y es
oportuno. Tenemos que gustarnos más a nosotros mismos, tenemos que creer en
nuestras capacidades. Pero esa llamada al amor propio no puede fundarse en una
vanidad vacía, en una especia de narcisismo insignificante y sin fundamento. Algunos
creen que vamos a rescatar ese orgullo en una vuelta al pasado. Es verdad que se
precisa sentir que tenemos raíces y que esas raíces nos honran. Pero la autoestima
no puede construirse sólo con materiales del pasado.
En realidad, sólo existe un modo de valorarnos: es por el trabajo, por la obra que
seamos capaces de hacer. Es preciso que sepamos aceptar esta condición sin
complejos y sin vergüenza: somos pobres. O mejor, fuimos empobrecidos por la
Historia. Pero, nosotros hicimos parte de esa Historia, fuimos empobrecidos también
por nosotros mismos. La razón de nuestros fracasos actuales y futuros vive también
dentro de nosotros.
Pero la fuerza para superarnos en esa condición histórica también reside dentro de
nosotros. Sabremos como ya sabíamos antes de conseguir certezas que somos
productores de nuestro destino.