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Análisis de la Carta del 16 de junio

La carta reproduce virtualmente un diálogo, una conversación, funciona como dialógica


aunque no esté presente el interlocutor y tiene una estructura deíctica que relaciona al
emisor, receptor, espacio y tiempo. El emisor es distinto al autor, al hablante del texto.
La obra está construida de la siguiente manera: el sujeto de la enunciación emerge
como la primera persona del discurso que establece una relación con un “tu”. El
discurso es una producción lingüística que acarrea la enunciación y el relato es también
una producción lingüística que no necesita de la enunciación. En la carta el emisor es
una figura dual; esta atraviesa distintas tipologías: dialógica, descriptiva (tanto del
mundo exterior como procesos subjetivos, sensaciones, introspecciones) y por esto el
emisor también es múltiple, dependiendo de la tipología que adopte; produce efecto de
realidad.
En el diálogo entre emisor/receptor tiene algo de soliloquio ya que es el mismo sujeto
desdoblado.
Las cartas de Werther son de carácter familiar, que implica un registro informal donde
el emisor se vuelve “narrador” sin serlo todo el tiempo. Entre el narrador y el emisor
hay co-presencia y una alianza explícita. El receptor es explícito (“Querido Guillermo”) y
aparece en las apelaciones, interrogaciones en segunda persona, etc.
El emisor (Werther) y el receptor (Guillermo) tienen un locus compartido, de esta forma
Guillermo se convierte en el lector modelo de las cartas.
Son las localizaciones espacio/tiempo las que determinan el discurso, es por esto que la
carta del 16 de junio comienza con elementos previos a la “narración” en sí:

Primera parte:
¿Por qué no te escribo? ¿Me lo preguntas tú, que eres un hombre sabio? Deberías
presentir que me siento bien y que -bueno, para hacerlo breve- he conocido a alguien
que me ha tocado el corazón. Yo he..., no lo sé.
Resultará muy difícil contarte ordenadamente cómo sucedió que conocí a una de las
criaturas más encantadoras. Estoy contento, soy feliz, y por lo tanto un mal cronista.
¡Un ángel! Bah, eso lo dicen todos de la suya, ¿no es cierto? Y sin embargo no estoy en
condiciones de decirte de qué manera es perfecta y por qué es perfecta. En fin, me ha
atrapado todos los sentimientos.
¡Cuánto candor en tanta inteligencia, tanta bondad junto a tanto carácter y la serenidad
del alma en tanta vida y tanta actividad. Todo esto que te cuento es incoherente,
palabras vacías, odio- sas abstracciones que no expresan ni un ápice de lo que deberían
ser. Otro día... no, no será otro día, te lo quiero contar ya mismo. Si no lo hago ahora no
lo haré jamás. Porque, entre nosotros, desde que empecé a escribirte estuve a punto de
dejar la pluma tres veces, mandar a ensillar mi caballo y partir. Pero esta mañana me
juré no cabalgar hacia allí y, sin embargo, a cada instante me acerco a la ventana para
ver si el sol sigue alto.
No lo pude aguantar, tuve que ir hacia ella. Aquí estoy, ya regresé, Wilhelm, comeré mi
colación de la noche y te escribiré. ¡Qué dicha para mi alma verla en el seno de los
suyos, entre los cariñosos niños, entre sus ochos hermanos!

Comienza con la función apelativa (pregunta) que es una forma indirecta de retomar la
conversación a distancia. Esta pregunta forma parte de la respuesta a una pregunta de
Guillermo.
Las interrupciones, marcadas por los puntos suspensivos, son por primera vez abruptas,
se dan tanto a nivel semántico como sintáctico, y estas se deben a que llegó un nuevo
escenario a su corazón, que lo hace vacilar, dudar de cómo empezar a contar, ahora se
encuentra en un estado de euforia, por eso no puede ser buen historiador. Él se está
refiriendo desde el plano emocional, afectivo por eso la cronología no importa, está en
un segundo plano; está enamorado, por eso no puede ordenar los hechos cronológicos,
se encuentra en otra dimensión del tiempo: no está en un plano racional sino emotivo.
Guiándonos por el esquema de comunicación de Jakobson, estaríamos frente a la
función emotiva: es la que atañe al “yo” emisor. Lo que logra hacer es expresar el
énfasis. Luego aparece la función metalingüística: “¡Bah!, cualquiera lo dice de su
amada” y más adelante “No sería capaz de decirte…”; y en la apelación “¿no es cierto?”
según Jakobson estaríamos frente a la función fáctica del lenguaje: apela a confirmar el
contacto con el interlocutor y que lo que ha dicho es un lugar común entre los dos. En
cambio, la función metalingüística descarta el lugar común, a Werther no le sirve para
expresar a ese “alguien”, para referirse al sujeto que está evocando; es el primer
personaje joven romántico enamorado y el primero en desdecirse de un lugar común y
ser conciente de ello.
De todas maneras, las función que prima es la emotiva (el emisor es el que está
afectado).
Dentro de la epístola, el emisor se hace una autoimposición: narrar, contar qué ha
sucedido y cómo ha sucedido el encuentro con esta persona. Solo conocemos las
cualidades sin conocer su nombre: estrategia enigmática, crea un clima propicio para
presentarla.
El proceso de caracterización de la amada se da en partes: primero la denomina como
“alguien que me llegó al corazón”, luego como la “más amable de las criaturas”, luego
los atributos son tomados del contexto religioso: “ángel, perfecta…”, del monoteísmo
hebreo; está tan idealizada que sus atributos se parecen a lo divino. La imposibilidad de
explicar el porqué de la perfección se debe a que está cautivo de su ser (en un punto de
vista ontológico).
El sentimiento amoroso, en este momento, es un “arrobamiento” (igual que la
naturaleza en la carta del 10 de mayo). Ella representa la perfección edénica, hay un
equilibrio entre lo terrenal y lo angélico: candor-inteligencia, bondad-firmeza, serenidad
de ánimo-vida y actividad verdadera.
Werther no encuentra serenidad de ánimo para escribir por la distancia que tiene a
través de la percepción emotiva: esta no puede ser alcanzada, satisfecha, y los
elementos de la escritura son los que dan cuenta de esto. De todas manera lo trágico
aún no aparece, sigue reinando la dicha. Las vivencias de las experiencias emotivo-
perceptivas son primordiales, dichosas en sí mismas, y su expresividad está en un
segundo plano; en esta actitud hay un cambio de paradigma: lo que importa es el sujeto
artista y su experiencia, ya que es mucho más lo que siente que lo que puede decir al
respecto. La crisis de la escritura de Werther es clara:

Otro día... no, no será otro día, te lo quiero contar ya mismo. Si no lo hago ahora no lo
haré jamás. Porque, entre nosotros, desde que empecé a escribirte estuve a punto de
dejar la pluma tres veces, mandar a ensillar mi caballo y partir. Pero esta mañana me
juré no cabalgar hacia allí y, sin embargo, a cada instante me acerco a la ventana para
ver si el sol sigue alto.
Es conciente que lo único que logra es una enumeración abstracta, que se vuelve
enojosa. Ahora el referente cambia de lo que quería contar a la presencialidad del
emisor en el momento en que está escribiendo. La vida contemplativa se opone a la
vida activa. La pluma entra en juego de oposición con el caballo (a nivel metonímico y
simbólico): la pluma es representante de lo alado, por metonimia asociado a la
escritura, la pluma es la que permite el vuelo de la imaginación, del intelecto, para
escribir. Por otro lado, el caballo representa su función que constituye una acción: es el
medio para llegar a ella. Werther no quiere escribir sobre ella sino estar con ella.
Termina por triunfar el caballo, porque en este momento la pluma no es lo importante.
La carta se escribe en dos tiempos: antes y después de verla.

No he podido evitarlo, y fui a su casa. Estoy de vuelta, Guillermo, y te escribo mientras


ceno frugalmente. ¡Qué delicia para mi alma el verla rodeada por esos niños alegres y
cariñosos que son sus ocho hermanos!

Aparece, ahora, la función poética con el empleo de la hipálage (“delicia” es un adjetivo


que está desplazado del sustantivo que le corresponde): el alimento es de otro lado, no
es su cuerpo el que le pide alimento sino su alma: típico del enamorado.
Desde un punto de vista psicoanalítico, la imagen de la amada con los hermanos es una
imagen maternal: sería una proyección edípica.
Cierra la primera parte de la carta volviendo a mencionar su propósito: lucha por
expresar sus emociones e intenta ser lo que no puede ser, al menos en este momento:
narrador.

Pero si continúo así, al final sabrás tan poco como al principio. Escucha, que haré lo
posible por contártelo detalladamente.

Reaparece la función apelativa, bajo el pacto ficcional de que la carta es una


conversación (este es el deseo primordial de la carta).
Antes de presentarla a ella directamente, presenta su entorno concreto:
Hace poco te escribí que había conocido a S..., el funcionario del principado[1], y que
me había invitado a visitarlo en su retiro, o más bien en su pequeño reino. Estuve
aplazando la visita y hasta puede ser que no lo hubiera hecho nunca, de no haber sido
que descubrí por casualidad el tesoro oculto que en ese rincón apacible.

Connotadamente, la hija del señor S… es una princesa, la convierte en ello (“pequeño


reino”). Para mostrar su belleza y riqueza, emplea una metáfora: “tesoro oculto”. Ahora
hay un cambio en el campo que utiliza para hablar de los atributos de su amada: del
campo teológico (angelical, perfecta…) al de cuento de hadas (hasta el bosque estará
presente), ahora emplea otro imaginario. Con esto, vuelve a dar la pauta de la
proyección imaginativa e ideal del entusiasmo emotivo del enamorado que no
encuentra en el contexto de la realidad el lugar para tal criatura.

Segunda parte:
Los jóvenes habían organizado un baile en el campo al que finalmente accedí a
concurrir. Me ofrecí a acompañar a una joven del lugar, muy buena, bella, pero no muy
interesante por cierto, y quedamos en que tomaría un coche para ir con ella y su tía y su
tía hasta el lugar de la fiesta, recogiendo de paso a Charlota S... -Va a conocer usted a
una bella dama -me dijo mi acompañante mientras viajábamos hacia el palacete
atravesando un amplio bosque. -Tenga usted cuidado -agregó la tía- de no enamorarse.
-¿Por qué? -dije. -Porque ya está comprometida -me contestó- con un hombre muy
bueno, que se encuentra de viaje para liquidar unos asuntos: su padre ha fallecido y
ahora debe preocuparse por un ingreso acomodado. Tomé la noticia con bastante
indiferencia.

Parece que ahora sí va a poder narrar los hechos acontecidos. Es una analepsis.
El clima es un encuentro juvenil, de diversión, pero con arreglos formales previos. La
manera de pasar de los arreglos formales para la reunión al viaje en coche es moderna y
llamativa, lo hace a través del estilo directo: están hablando en el momento en que iban
en el coche.
A pesar de que está contando hechos reales (dentro de la ficción, claro está), sigue
presente el plano imaginario-simbólico del cuento de hadas: está presente el bosque[2].
En la conversación dentro del auto está la presencia y la advertencia de lo prohibido,
advertencia de no alterar el orden de las cosas (típico del cuento de hadas).
De manera indirecta, en el diálogo, se presenta a Carlota y Alberto: Carlota es muy bella
y Alberto es un hombre excelente; ambos están comprometidos (ya se los presenta
formalmente). Por la posición económica de Alberto, sabemos que Carlota tiene su
futuro social y económico asegurados, porque responde a los paradigmas de la
sociedad de ese momento. Pero a Werther no le interesa ese valor establecido
paradigmáticamente por la sociedad, porque él se mueve en otro campo de valores. Por
esto, Werther no va a competir directamente con Alberto, porque ambos tienen
cualidades diferentes y ocuparán lugares diferentes en la vida de Carlota.
El encuentro entre Werther y Carlota se encuadrará dentro del siguiente escenario:

Faltaba aún un cuarto de hora para que el sol se ocultase detrás de los montes cuando
llegamos al portón de entrada. El clima estaba bastante pesado y las mujeres estaban
preocupadas por la posibilidad de que se desatara una tormenta, a juzgar por las
plomizas nubes que se divisaban en el horizonte. Procuré tranqui-lizarlas simulando
grandes conocimientos climáticos, a pesar de que yo mismo empecé a sospechar que la
fiesta pudiese sufrir un revés.

La advertencia de la prima, la inquietud de las mujeres, la tormenta que se avecina, se


vuelve todo junto en la misma noche y en el momento en que Carlota le dice a Werther
quién es Alberto, logrando, así, un paralelismo psicocósmico.
Hay un nuevo desdoblamiento del personaje: aparece lo que le dice a las mujeres y
también lo que él piensa, mostrando a Werther empleando la “estrategia de galán”,
función que debe cumplir.
El encuentro entre Carlota y Werther está enmarcado dentro de una gran teatralidad,
todo parece ser una puesta en escena que tiene algo de sagrada y de onírico. Se detalla
el vestuario, el lenguaje de los gestos, el sonido ambiente, presencia de otros
personajes.

Bajé del coche, y una criada se acercó al portal para rogarnos que aguardáramos un
instante pues la señorita Carlota vendría enseguida. Atravesé el patio y caminé hacia la
hermosa casa, y no bien subí la escalera de la entrada y traspuse el umbral, mis ojos
descubrieron el espectáculo más encantador que jamás hayan visto. En el vestíbulo se
arremolinaban seis niños de entre dos y once años, alrededor de una joven de bello
aspecto y mediana estatura vestida con un vestido blanco, sencillo, con cintas de color
de rosa en brazos y pecho. Sostenía un pan negro y cortaba un pedazo para cada uno
de los más pequeños según la edad y el apetito. Se los daba con singular amabilidad, y
ellos lo recibían dándole las gracias con gritos de júbilo, aún antes de ser cortado el pan,
y después de haber tenido largo rato las manos levantadas. Obtenida la porción, unos
se alejaban saltando alegremente y otros, de carácter más apacible, caminaban sin prisa
hacia el portal para ver a los extraños y el coche en que se iría Carlota.

La mujer es el centro, el eje espacial. Ella presenta una noble sencillez estilizada, para
mostrarse este rasgo, se apoya en la gestualidad. En la acción que realiza Carlota de
cortar el pan hay una completa armonía: da el pan según la edad y el apetito de cada
niño. En esta acción que realiza Carlota no se puede dejar de ver la Eucaristía. El
vestuario de Carlota se completa más adelante, añadiéndole Guantes y abanico; estos
elementos son un anclaje con la realidad, y son elementos mundanos, no angelicales.
Por lo tanto, todo lo que se dijo antes de Carlota, está presente en esta presentación.
Werther cruza el umbral, pasa a otro plano, dimensión y nunca más podrá regresar de
la misma manera.
Luego viene el diálogo, en el que podemos seguir descubriendo rasgos de Carlota, como
la elocuencia al hablar.

-Le pido perdón -dijo ella- por haberlo hecho entrar y hacer esperar a las mujeres. Al
vestirme y dejar listas algunas cosas previendo mi ausencia en la casa, olvidé preparar la
cena para mis pequeños y no aceptan que otro que no sea yo les corte el pan. Contesté
con un cumplido insignificante. Toda mi alma se estaba pendiente de su figura, el tono
de su voz, de sus movimientos; y apenas pude salir de mi asombro cuando ella entró a
la sala para recoger los guantes y el abanico. Los niños me miraban de soslayo, a cierta
distancia, y me dirigí hacia el menor, una criatura con una cara de feliz plenitud. El
pequeño retrocedió unos pasos, cuando en esos momentos apareció Carlota por la
puerta y le dijo: -Luis, dale la mano al primo. El niño obedeció con espontaneidad, no
pude contenerme y lo besé tiernamente, a pesar de su pequeña nariz llena de mocos. -
¿Primo?-le dije, mientras le tendía la mano-¿Cree que tengo la dicha estar emparentado
con usted? –“Oh -dijo ella sonriendo-, nuestro parentesco es muy lejano, y yo sentiría
mucho que fuera usted el peor de la familia”. (…) No bien nos acomodamos en nuestros
asientos, las mujeres se saludaron, intercambiaron palabras sobre los vestidos y en
especial sobre los sombreros; chismeaban un poco sobre la fiesta que nos esperaba,
cuando Lotte hizo detener al conductor y obligó a sus hermanos a bajarse. Los dos
quisieron volver a besar su mano otra vez y así lo hicieron, el mayor con toda la ternura
que puede tenerse a la edad de quince años, el otro con mucho más ímpetu y ligereza.
Ella les dijo una vez más que saludaran a los pequeños y seguimos nuestro viaje.

Ella no vacila y, sin embargo, no pierde el humor.


Se juega con las anticipaciones: Carlota, efectivamente, sí lo va a lamentar, y el suicidio
de Werther lo convierte en el peor de la familia, por ser el suicida pasional.
Luego la imagen se vulva dinámica: están dentro del coche, unos próximos a los otros, y
comienza el diálogo sobre las lecturas de las mujeres. Este pasaje sirve para mostrar el
creciente protagonismo en la lectura de las mujeres y el tipo de literatura que estas
consumían. Carlota expone sus gustos estéticos, y estos pertenecen a la novelística
sentimental: Miss Jenny. Goethe aprovecha para hablar sobre determinados gustos de
la literatura[3]. Todo constituye un juego de reafirmación: se reafirma la actualidad del
discurso en el contexto en que se emite, y también se reafirma el estatuto biográfico
del que parte; todo aporta a la verosimilitud. Goethe expresa, a través de Carlota, una
concepción de la escritura que es la que está poniendo en funcionamiento en la obra
misma: que logre prestigiar la actualidad, la cotidianeidad, que sea recibida por el lector
como un reflejo de la realidad (concepción protorromanticista). Por esto, Carlota
representa al lector medio, ella quiere verse reflejada en lo que lee.
Los autores alemanes que se presentan, no aparecen ni para se criticados ni elogiados.
Werther siente afinidad de gustos y concepciones literarias.
Dentro del auto, en la conversación, Werther se olvida del resto, está extasiado
escuchando a Carlota, con sus gestos, miradas (con un rasgo significativo y
cinematográfico):
Después de un rato, cuando Carlota dirigió la palabra a nuestras compañeras, tuve
conciencia de que estas habían estado todo ese tiempo, sentadas allí, con los ojos
abiertos, pero como si no lo estuvieran. La prima me miró más de una vez con un gesto
burlón, pero no le di la más mínima importancia.
Luego charlan sobre la danza.
A medida que conversan, se va construyendo el ideal de mujer que es Carlota, cómo
funciona ella: “Aunque esa pasión sea una falta – dijo Carlota –, confieso con agrado
que no hay otra que la supere”. Werther percibe una doble cualidad en Carlota: ser
apasionada y capaz de transgredir las normas tradicionales; pero Carlota no llegará a ser
ni transgresora ni tan apasionada. En ella va a predominar más el “deber ser” y el temor
a la falta que la pasión; pero en este momento Werther ve lo que él quiere ver en
Carlota, lo que le conviene a la construcción de su ideal.
Suben la escalera, entran a un nuevo escenario, con nueva música de fondo: ahora
están en la sala, en la fiesta, y bailan.
Durante toda la fiesta se da una alternancia entre el orden y el caos: episodios del baile,
la tormenta, el juego.
El baile se puede dividir en dos episodios: antes de bailar con Carlota y el baile con
Carlota mismo. Pero el eje de ambos episodios es Carlota, su forma de bailar, el
sentimiento que pone en el baile: esto es lo que más sorprende a Werther.

Comenzamos con unos minués, entrelazándonos entre las pa-rejas; invité a bailar a una
dama tras otra pero eran justamente las menos agraciadas, las que no se decidían a
estrecharle a uno sus manos y llegar así al final. Lotte y su pareja de baile comenzaron
con una contradanza inglesa y te imaginarás cómo me sentí al ver que iniciaban las
figuras justo en nuestra hilera. ¡Hay que verla bailar! Mira, se entrega a la danza con
toda alma y vida, su cuerpo es una sola armonía, despreocupado, natural, como si eso
lo fuera todo, como si no pensara en otra cosa, no sintiera nada más. Y es verdad que
en esos instantes, a su alrededor, todo se esfuma.
Le solicité la segunda contradanza, me prometió la tercera y con el desprejuicio más
divino del mundo me aseguró que le encantaba bailar la alemanda.[4] -Aquí está de
moda -prosiguió- que las parejas que están juntas permanezcan unidas cuando bailan
una alemanda, pero mi compañero la baila mal y me agradecerá que lo dispense de esta
obligación. Su acompañante tampoco la sabe bailar ni le gusta. Al bailar la contradanza
inglesa vi que tiene usted un buen paso por lo cual, si quiere danzar conmigo la
alemanda, vaya y pídale permiso a mi acompañante, que yo haré lo propio con su dama.
Le ofrecí mi brazo y acordamos que su pareja de baile debía entretener mientras tanto
a la mía.
¡Y allí empezamos! Nos entretuvimos un rato en la diversidad de movimientos con los
brazos. ¡Con qué gracia, con qué delica-deza se movía! Llegamos entonces al vals y
comenzamos a girar las rondas, pero como son pocos los que lo dominan, al principio
fue un poco tumultuoso. Fuimos sabios, dejamos que se tranqui-lizaran, y cuando los
más torpes despejaron la pista de baile, allí irrumpimos nosotros y con otra pareja, la de
Audran y su acompa-ñante, nos mantuvimos bien dispuestos hasta el final. Nunca me
he movido con tanta facilidad sobre la pista. Ya no era más un ser humano. ¡Tener en
brazos a la más adorable de las criaturas y volar con ella como el tiempo, olvidando
todo a mí alrededor y... Guillermo, para serte sincero, me he jurado que a la mujer que
yo ame, a la que pretenda, jamás le consentiría bailar con otro, salvo conmigo, aunque
en esto deba dejar la vida. Tú me entiendes.
Dimos unas vueltas por el salón, para recobrar un poco el aliento. Después, tomó
asiento y las naranjas que yo había aparta-do, las últimas que quedaban, surtieron su
efecto, solo que con cada gajo que ella por delicadeza le entregaba a una vecina un
tanto indiscreta, sentía como si me clavaran un punzón en el corazón.
En la tercera contradanza inglesa fuimos la segunda pareja. Al recorrer toda la fila -sabe
Dios con cuánto placer la tomaba del brazo y miraba sus ojos, en los que se reflejaba la
más pura y auténtica felicidad-, llegamos hasta lo de una mujer un tanto mayor, que ya
me había llamado la atención por la bondad que irradiaba su rostro. La miró a Carlota
sonriéndose, levantó su dedo como queriéndola amonestar, y pronunció, como al
pasar, dos veces el nombre Alberto, con mucho significado.
-¿Quién es Alberto? -le pregunté a Carlota-, si no es indiscreta la pregunta. Estaba a
punto de contestarme cuando nos tuvimos que separar para bailar la figura del gran
ocho, y me pareció notar cierta preocupación en su ceño cuando nos volvimos a cruzar.
-Para qué se lo voy a negar -me dijo mientras me ofrecía la mano para la promenade, el
paseo-, Alberto es un buen hombre, con el que prácticamente estoy comprometida. En
realidad no fue ninguna novedad para mí (las mujeres me lo habían comentado durante
el viaje), y sin embargo sí era nuevo por completo porque no lo había pensado en
función de ella, la que se me había hecho tan querible en tan pocos instantes. Me
perturbó, y confundido me mezclé entre la pareja impar, con lo que se desequilibró el
baile, se arruinó, y fue necesaria toda la presencia de Carlota, tironeo y forcejeo, para
volver a ordenarlo de nuevo.

El baile con Carlota es el momento de orden, hasta que pregunta por Alberto.
En este momento, comienza la tormenta: “No había terminado aún el baile cuando los
relámpagos que desde hacía un rato veíamos iluminar el horizonte (…) se hicieron más
intensos, mientras los truenos predominaban sobre la música…” Como se vio
anteriormente, esto constituye un paralelismo psicocósmico, en el momento en que
Werther se atormenta por la respuesta de Carlota, el clima refleja mejor que nunca su
estado de ánimo.
No solo el interior de Werther entra en caos, sino muchas de las mujeres en el salón
entran en caos por el miedo que provoca la tormenta.
Es necesario que el orden se reestablezca, y esto queda en manos de Carlota que
propone un juego.

Ni bien habíamos ingresado a ese cuarto, Carlota formó un círculo con las sillas y, una
vez que nos hubimos sentado todos, pasó a explicarnos un juego de prendas.
-Jugaremos a contar -dijo-; presten atención. Yo voy a dar vueltas al círculo, de derecha
a izquierda, y a mi paso cada uno de ustedes deberá contar el número que le
corresponda. Esto tiene que ir muy rápido, y el que se equivoque o se demore, recibirá
una cachetada, y así hasta llegar a mil.
Fue realmente muy divertido. Comenzó a dar sus vueltas, con el brazo extendido;
"uno", dijo el primero, el vecino "dos", "tres" el siguiente, y así sucesivamente.

La carta se cierra con Werther narrando el momento a solas en que se quedaron luego
del juego, donde se menciona a Klopstock en una función metapoética.

Apoyada en los codos, Carlota contemplaba el paisaje. Alzó su vista al cielo, y después
volvió a mí sus ojos que estaban llenos de lágrimas. Dejó caer su mano sobre la mía y
exclamó: “- ¡Klopstock!” Recordé enseguida la magnífica oda que embargaba su
pensamiento…

Friedrich Gottlieb Klopstock era un poeta alemán (1724-1803); debe su mayor


celebridad a La Mesíada, texto épico-religioso que alaba la figura de Cristo y su
sacrificio, que debe ser entendido, según Klopstock, como redención de la humanidad
toda. Estudió en la Universidad de Jena, fue muy famoso en el Siglo XVIII y su influencia
pasa por poetas como Friedrich Hölderlin y Rainer M. Rilke. Él no perteneció
cronológicamente al Sturm und Drang, sino a una corriente anterior: Aufklärung
(“claridad”), pero despertó entusiasmo en los jóvenes poetas sturmers, por quienes fue
considerado un genio de lo sublime. Su exaltación sentimental y la atención que prestó
a las tradiciones nacionales lo aproximan al Sturm und Drang, pero por la forma es
clásico.
La oda que se evoca en el texto se titula Der Erbarmer (El Piadoso), 1759,
particularmente los siguientes versos:
“Calla el trueno, se extingue la tormenta, se apagan sus ecos,
mas la voz de los hombres resuena a través de los siglos
y a cada instante anuncia
lo que ha dicho Jehová!”
Hablamos de metapoesía, porque no solo se habla de la poesía y se nombra al poeta,
sino que Werther siente que está interpretando un poema de este autor, que en la
mirada de Carlota, Klopstock hubiera encontrado su “apoteosis”.

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