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BEATRIZ SARLO

Por Tomás Rodríguez Ansorena, Mariano Schuster y Alejandro Galliano |


Fotos por Ignacio Sánchez

Una conversación amable con la intelectual argentina


más importante de los últimos 30 años sobre su
pasado revolucionario, su experiencia en la política
profesional, el feminismo y una incógnita: cómo será
el paisaje social del futuro si la desigualdad mantiene
su rumbo.

Ayer le robaron a Beatriz Sarlo. Dos botellas de perfume con


poco uso. “¿Podés creer?” Entraron a su casa de Caballito y si
bien revisaron bastante, se llevaron solo eso. “O eran minas o
el chorro volvió a su casa con un buen regalo de cumpleaños”,
bromea. Aún en la conversación trivial, Sarlo está definiendo
tipos sociales, modos de habitar el mundo, algún tipo de lógica
conductual. Su formación en Letras no morigeró su talento
antropológico, ese que en los años 90 le permitió un salto
profesional muy importante. Con el éxito de Escenas de la vida
posmoderna (1994, Emecé) se compró el estudio de la calle
Talcahuano casi Rivadavia en el que tiene lugar esta
entrevista; con sus crónicas sobre la ciudad de la
revista Viva llegó a un público que antes no hubiera podido
conocerla. Desde entonces es una figura pública con una
aparición constante en los medios, que tuvo su punto máximo
en su recordada aparición de 2011 en 678 y su famoso
“Conmigo no, Barone”.
Antes de todo eso, el mundo de Beatriz Sarlo estaba
circunscrito a la universidad, la literatura (y las artes en general)
y la política. Ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras en el
año 59 y apenas unos años más tarde ya militaba en el
peronismo, dos decisiones totalmente ajenas a lo que
prefiguraba su origen familiar. Trabajó en el Instituto Di Tella y
luego ingresó a la editorial Eudeba, donde se formó con Boris
Spivacow, quizás el editor más importante de la Argentina, con
quien también trabajó en el Centro Editor de América Latina.
Paralelamente a su ingreso en el Partido Comunista
Revolucionario (donde militó tanto como intelectual como
activista de base), comenzó a dirigir la revista Los libros junto a
Ricardo Piglia y Carlos Altamirano, con quienes fundaría, ya
durante la dictadura, la revista Punto de vista. Aquella
publicación fue clave para su encumbramiento en el canon
literario argentino: Sarlo fue muy importante para la difusión y
desarrollo de algunos escritores (y lo opuesto respecto de
otros, dirán sus detractores). Lo cierto es que es una referente
ineludible para cualquiera que pretenda una mínima
comprensión de la literatura nacional, y no sólo en la
Universidad, donde estuvo al frente de la cátedra Literatura
Argentina durante más de 20 años, sino en varios otros
ámbitos.

Su actividad como analista política se fue desplegando de


distintos modos desde aquellos años. Y sus apariciones
televisivas actuales tienen casi exclusivamente que ver con
eso. Últimamente se mostró interesada en la novedad de la
asociación entre Sergio Massa, “un peronista nuevo”, y
Margarita Stolbizer, “alguien que groseramente se podría decir
gorila”. Su oposición al kirchnerismo durante casi sus tres
mandatos le dio credenciales para criticar -duramente- al
macrismo, lo cual ha descolocado a más de uno y enfurecido a
muchos oficialistas. Beatriz, sin embargo, conserva la
prudencia. No se suma al espantado llanto que riega ciertos
círculos progresistas. Y quizás aquello tenga que ver con su
desdén por la nostalgia: “Eso de los viejos buenos tiempos es
otra huevada. Es una configuración psicólogica para anotar en
la lista de mi defectos que yo sea tan despegada de mi propio
pasado: no puedo sentir nostalgia”. El pasado de Beatriz, sin
embargo, está. Es visible y está marcado por una
autodeterminación infranqueable que la conduce por lo menos
desde sus 17 años, cuando se fue de su casa. Esta es su
versión de los hechos:
“Hoy parece una resolución casi consoladora para cualquier
familia, pero en ese momento era una especie de catástrofe.
Decidí estudiar Letras y se precipitaron las situaciones. Con
intermitencias durante todo ese año, el 59, con 17 recién
cumplidos, entré a la facultad y me fui de casa. La familia se
fue desagregando, por otra parte. Mi papá ya estaba viviendo
parcialmente en La Plata. O sea, todo estaba en proceso de
desagregación. Muy temprana para una familia muy
tradicional”.
PLAYBOY: ¿Y adónde te fuiste?
BEATRIZ SARLO: Me fui a diversos lugares. En general,
trataba de conseguir gente en la facultad que tuviera buenos
apuntes. Y un lugar para mí, desde ya. Una compañera que
después terminó siendo una notable escritora de literatura
infantil, Graciela Cavan, tenía una madre que cocinaba muy
bien y ahí estuve un buen rato. Después tuve sucesivas
relaciones, viví en lugares hoy totalmente inverosímiles: en un
gran conventillo, donde un pintor que se había ido a Paris me
dejó su taller; digamos, como uno se las rebusca a esa edad.
PLAYBOY: ¿Cómo recordás esa época?
SARLO: De manera neutral. No había ni enormes sufrimientos
ni alegría permanente. Me costaba ganarme la vida, pero por
suerte el inglés me ayudó mucho: subsistía un colegio de
monjas en Buenos Aires que enseñaba latín en inglés. Yo
sabía muy bien latín y muy bien inglés, era la única persona en
el mundo que podía preparar a esas estudiantes. Y con eso
financié veranos y pilchas. Luego entré muy temprano en
Eudeba, como secretaria cadete de las colecciones que dirigía
Aníbal Ford. Ahí, aunque los sueldos eran muy bajos, se podía
tener un relativo nivel de independencia.
PLAYBOY: ¿Cómo era tu relación con la política?
SARLO: Nula. No hice política universitaria y mi mundo no era
el de la facultad. Mi mundo era el de la calle Florida, que era un
verdadero hub cultural. Estaba el Instituto de Arte Moderno,
donde había teatro y vi a los 17 años a Petraglia haciendo
Becket, que por supuesto me partió la cabeza en dos sin
entender absolutamente nada. Todo mi proceso cultural fue
comenzar no entendiendo. Sigo creyendo que es el mejor
proceso que se puede hacer. En cuanto empezás a entender,
se establece una relación burocrática con la cultura. Todo mi
proceso fue no entender.
PLAYBOY: ¿Lo que te atrapa del arte es no entenderlo?
SARLO: Bueno, hoy quisiera que no fuera así (ríe). Recuerdo
como intensísimos recuerdos estéticos no entender. Es decir,
todo lo que fue mi relación con la música contemporánea en
esa década del 60, por ejemplo. Yo además había empezado a
trabajar en la radio del Instituto Di Tella, donde tenía la ventaja
infinita de ser completamente invisible: no me conocían ni las
ratas. Estuve en la cola de los primeros que entraron a
Menesunda, no porque supiera lo que era un happening.
Estaba ahí, simplemente.
PLAYBOY: ¿Las drogas te interesaban en esa época?
SARLO: Era difícil que te pudieran interesar como te pueden
interesar ahora. Tenías que estar muy metido en la cuestión.
La marihuana yo diría que poquísimo. Lo que sí vi fue merca,
como podría haber visto champagne. La cuestión era tomar. En
el bar Florida donde yo paraba, la cuestión era tomarse unos
faroles grandes de semillón que es probable que nos comieran
la cabeza el resto del día del mismo modo.
PLAYBOY: ¿Anfetaminas tampoco?
SARLO: Sí, anfetas sí. Yo me recibí gracias a… bueno, esto no
lo digamos porque no es bienpensante. Actimil era la más
brutal de las anfetas y la podías comprar en todas las
farmacias como hoy en cualquier kiosco compras Geniol. Pero
para mí, drogas y pastillas estaban separadas.
PLAYBOY: ¿Y ácido, Beatriz? En esa época estaba el doctor
Fontana y sus terapias de ácido lisérgico.
SARLO: Los envidiábamos enormemente. Rafael Filipelli
estaba con Fontana y no hacía sino contarme las sesiones de
lisérgico. Los envidiábamos terriblemente pero tenías que tener
un ingreso para eso, lo cual implicaba ser un tipo mucho mayor
que yo. O sea, mi relación con las drogas es lejanísima.
Además después viene el corte de las hiperpolitizaciones y la
dictadura. ¿Qué te puedo decir? Una droga a la que le tengo
terror porque sé que va con mi afinidad es la merca. Prefiero
prescindir. Porque además, para muchos de mí generación el
elemento que había que moderar, o al cual uno se podía
entregar, era el alcohol. Recuerdo a un amigo mío que en mi
casa abrió la heladera y dijo: “Nunca hay nada para comer y
siempre hay dos botellas de ginebra, ¡dos, Beatriz!” Por las
dudas, viste…
PLAYBOY: ¿Cómo se fueron mezclando esos mundos, el
mundo Di Tella y el de la radicalidad política?
SARLO: Había cruces, siempre los hubo. Desde el 66 mi vida
efectivamente se politiza. Me hago peronista, saco una revista
peronista para un sindicalista de sanidad de La Plata que se
llamaba, naturalmente, Mundo peronista; era la peroniticidad
esencial. Y el que la hizo conmigo fue el tipo que dirigía el
programa de radio del Di Tella. ¿Cómo se cruza eso? No lo sé.
PLAYBOY: ¿Dónde resultaba más incongruente eso, en el
mundo peronista o en el mundo Di Tella?
SARLO: En el mundo peronista no se preocupaban, nadie te
iba a preguntar si te gustaba John Cage; en el mundo
peronista, los compañeros llegan, las compañeras llegan, y
hacen lo que tienen que hacer. Y en el otro mundo, tampoco.
Quizás había un principio de esquizofrenia, digamos. Tampoco
nunca se me preguntó sobre mi peronismo. De a poco fui
entrando a la CGT de Paseo Colón, donde lo vi trabajar a
Rodolfo Walsh, y después en el 70 me ofrecen irme a dar un
cuatrimestre en la Universidad Nacional del Sur, en Trelew. Y
ahí yo voy con la misión de hacer la Juventud Peronista del
Chubut. Desastre que cometí finalmente, porque me relacioné
con un tipo cuyo cuñado había estado en Taco Ralo (N. del E:
experiencia proto guerrillera de la resistencia peronista) y que
era el sodero del pueblo. Y en efecto, hicimos una pequeña
Juventud Peronista. Imaginate a la Directora del Instituto
Universitario de Trelew: le chimentan que la veinteañera
profesora de Buenos Aires anda subida al camión del sodero
visitando barrios carenciados. No era lo esperado, porque por
otra parte era un muy buen contrato el de la Universidad. En
ese momento se empieza a producir un debate sobre la
violencia y desde ese momento yo me doy cuenta de que para
mí ese no era el camino. Y que era inevitable. Y ahí es donde
se cruza el Partido Comunista Revolucionario en mi vida.
PLAYBOY: Pero el maoísmo tampoco es muy refractario a la
violencia política.
SARLO: Pero en China habían hecho una guerra popular
prolongada. La violencia tenía para mí un carácter aristocrático.
Yo nunca había sido guevarista. Nunca. El Che Guevara me
merece todo el respeto pero yo no soy guevarista, no tengo
simpatías ideológicas por el aristocratismo de alguien que se
lanza a una misión redentora tirando tiros por América Latina.
Yo conocí la zona donde el Che lanzó la guerrilla en un viaje
por Bolivia, unos meses antes. Era demente lanzar la guerrilla
ahí como lo sabe todo el mundo.

PLAYBOY: ¿Cuál fue tu reacción frente al asesinato de


Aramburu?
SARLO: Cuando lo mataron a Aramburu dije, bueno, éste
estuvo implicado en el derrocamiento a Perón, que lo maten.
Una posición horrible y equivocada. No podía trasladarse eso a
ese desconocido deseable al que nosotros llamábamos la clase
obrera: la clase obrera no estaba tirando tiros. Pero vayamos al
clima de la época: Anagrama tenía unos libritos chiquitos del
maoísmo de 90 páginas, y hay uno que recuerdo y recordaré
hasta que cierre los ojos en esta vida. Se llamaba El principio
de la contradicción y la conservación de los tomates. No era
humor, ni un libro de filosofía paródica. Era un libro que
leíamos en serio.
PLAYBOY: ¿Tu perspectiva ahí era optimista?
SARLO: Totalmente optimista. Quizás yo no sea una gran
analista política y por tanto no hago sino equivocarme a lo largo
de las décadas, pero era totalmente optimista con Salamanca
(N. del E: Secretario General del SMATA cordobés, también
miembro del PCR).
PLAYBOY: ¿Y cuál fue el primer atisbo de lo que se venía?
SARLO: Bueno, el PC empezó a denunciar el golpe muy
tempranamente. Claro que la manera en la que lo denunció fue
extraña: un golpe pro soviético que encabezaba Videla. En
efecto, todo se había vuelto muy difícil de entender. Yo en ese
momento trabajaba con gente de fábricas en Standard Electric,
en Boulogne y me daba cuenta de que aunque los compañeros
leían impecablemente La Nación (todos los militantes leían el
diario de la oligarquía), no entendían lo que estaba pasando.
Yo le reconozco al PCR que nos había sometido a un régimen
de clandestinidad y por tanto no nos agarró desprevenidos en
ningún sentido. Eso marca por qué cayó tan poca gente del
PCR y por qué cayó en una sola noche tanta gente del PC, en
agosto del 78.
PLAYBOY: ¿Qué recordás de la vuelta de Perón en el 73?
SARLO: Si bien yo ya no era peronista, no lo había sido
durante ocho años para perderme el descenso de Perón en
Ezeiza. Pedí permiso a (el máximo dirigente del PCR) Otto
Vargas y fui con la excusa de escribir una crónica para el
periódico del partido. Salimos desde una Unidad Básica de
Mataderos, la marcha era alegre y entusiasta, sin duda, hasta
que llegamos a los bosques. Yo, con mi propensión a lo
simbólico, tenía una boina roja y una escarapela argentina,
uniendo el frente nacional, popular y revolucionario. Y antes de
que empezara el tiroteo viene alguien corriendo y me dice:
“Pelotuda, sacate esa boina”. Después, recuerdo que corrimos.
Corrimos, corrimos. Hasta llegar a Liniers y nos metimos en
una pizzería sin entender nada, absolutamente nada.
PLAYBOY: ¿Te sentías una revolucionaria?
SARLO: Sí, sí, ¿viste los afiches de Unión Soviética de la
mujer con el pañuelo rojo? Te puede parecer una fantasía
absolutamente ridícula: yo pensaba que íbamos a entrar a la
casa de gobierno con ese pañuelo. Yo deliraba con esas
imágenes de la revolución.
PLAYBOY: ¿Cómo se financió la revista Punto de vista?
SARLO: Vanguardia Comunista nos dejó plata. La gente nos
decía: ustedes están locos. Pero no lo sabía nadie, porque si
se lo decíamos, los comprometíamos mucho más. Esa plata
debe haber durado un año, o algo más. Después la repartía yo
en los kioscos, así que todo lo que entraba era nuestro. Y
además, mucha gente se movió para que se suscribieran las
universidades de Estados Unidos, lo que generó que muchas
otras se sumaran. Terminamos teniendo 300, 400
suscripciones en dólares.
PLAYBOY: ¿Cómo fue la transformación en tu círculo, de la
revolución a la democracia?
SARLO: Hubo discusiones terribles en Punto de vista, había
algunas personas con vínculos no tanto políticos sino
experienciales e ideológicos con el ERP. Y esa discusión fue
terrible porque si había un enemigo principal que había que
liquidar teóricamente era el ERP. Montoneros había confirmado
lo que el peronismo podía hacer con la violencia. Pero el ERP
tenía una teoría coherente sobre el foco. Esas discusiones
fueron terribles, duraron más de un año.
PLAYBOY: ¿Y cuándo se da esa conversión en tu cabeza?
¿Queda algo de esa izquierda revolucionaria?
SARLO: Yo creo que ya no me dura. No soy consciente de
cuánto conservo ese pasado. Efectivamente, en una reunión
política, así como Macri instala la palabra felicidad, yo instalo la
palabra izquierda.
PLAYBOY: ¿Cómo fue tu vínculo con el FREPASO? ¿Te
entusiasmaste con Chacho Álvarez?
SARLO: Sí, yo estuve ahí. Podés ponerlo en la lista con el
resto de mis errores. Chacho iba a la librería Ghandi, circulaba
por los mismos lugares que yo circulaba. Era encantador,
simpatiquísimo, inteligente, gran analista político. Poco
después, Carlos Ahuyero me presenta a Graciela Fernández
Meijie y poco después ya estaba en la sede del FREPASO.
Éramos un equipo, hacíamos las elecciones cuando Graciela
se convirtió en una máquina de ganar elecciones. La
acompañábamos a filmar las publicidades, discutir con los
publicitarios si los chicos que aparecían estaban bien o no, o
tenían que ser menos clase media, recuerdo todo eso. No
estaba rentada, nunca fui una militante rentada. Pero estaba
todos los días.
PLAYBOY: ¿La Alianza te pareció un error?
SARLO: Sí. Hubo un día en que el Chacho me invita a cenar y
Graciela a almorzar. Y me propusieron lo mismo: "Pedí licencia
donde estés y te venís con nosotros". Y a los dos les contesté
lo mismo, que les deseaba lo mayor de la fortunas pero que yo
no estaba de acuerdo con esa alianza y por lo tanto me alejaba
de la organización. Ahí terminó mi aventura en la política.
PLAYBOY: ¿Veías venir el colapso?
SARLO: Sería fácil decir que la vi venir, pero no estoy segura.
En esos años recuerdo algo que me pasó por primera vez, en
una ciudad que yo consideraba mía y en la que me movía
como si fuera la cocina de mi casa. Estoy caminando por
Pueyrredón, es de noche tarde y siento tanto miedo de alguien
que viene caminando hacia mí, que me va a encarar: siento
miedo; le vi la cara y siento miedo. La otra experiencia fue
durante el menemismo, yo estaba mirando hacia Buenos Aires
creo que desde el puente Alsina y de repente siento un ruido
atrás, no sé qué estaba haciendo. Me doy vuelta y eran los
cartoneros que entraban para la noche. Nunca había visto algo
organizado, sistematizado, con mujeres, con chicos, como son
los cartoneros hoy. Me di vuelta y esto pasó, me tendría que
haber dado cuenta antes, me dije a mí misma, no sabía que
esto se venía. Lo que me pregunto hoy es, cuando estemos en
Pompeya o donde sea, qué nos vamos a encontrar cuando nos
demos vuelta. Ya nos acostumbramos a ver pibes fisurados a
la tarde, ¿qué es lo que vamos a ver ahora?
PLAYBOY: ¿Es inevitable ese descenso social?
SARLO: Ya descendieron, ya están ahí. No sé si Macri va a
aumentar el número de los que están ahí. Pero las chicas que
tienen 14 años y te cuentan que tienen 3 hijos y 3
asignaciones, ¿cómo salen? Cuenta la gente que hace trabajo
territorial que antes con las changas llegaban pero ahora no
hay changas. El almacenero del barrio pobre que le quería
poner un techito al garage para cuidar la pick up ya no puede
hacer ese techito. Pero no digo que Macri lo aumente; no estoy
haciendo un juicio económico político.

PLAYBOY: ¿Qué pensás de la desaparición de Santiago


Maldonado? ¿Te parece que marca o va a marcar una especie
de época?
SARLO: Me preocupa que haya políticos que no se hayan
pronunciado al respecto: nosotros somos conscientes de que el
Estado tiene que custodiar la inmunidad de todos los
ciudadanos. Me preocupa que el Presidente de la Nación haya
tenido solo una intervención fugaz en un pasillo oscuro. Se
trata de una consciencia constitucional, ni de izquierda ni de
derecha.
PLAYBOY: ¿Te parece que el feminismo puede articular
identidades políticas en el plano electoral?
SARLO: Yo creo que en esas entidades tan individualizadas,
realmente no, no creo. Partido feminista... lista solo de mujeres
para compensar que en los últimos 300 años las listas fueron
solo de hombres... no creo en ese modelo.
PLAYBOY: ¿Te sentís feminista vos?
SARLO: Soy feminista por todos los motivos. Por todos. Pero
me interesan otros fenómenos de la liberación además de los
que pone en escena el feminismo en general. Por ejemplo, el
normalismo de la escuela laica argentina, que sacó a las
mujeres de sus tareas cotidianas, sometidas a sus maridos que
después del primer tortazo a la mañana la mandaban a hachar
leña, a cuidar a los hijos, a hacer la comida y lavar la ropa.
Digo, esa me parece una problemática. Ahora, estoy con todas
las banderas feministas, he marchado en todas las marchas,
pero la idea de una constitución sobre la base de identidades
de ese tipo no me convence en absoluto. Yo sé lo que hago
cuando tengo que defender el derecho al aborto: escribo una
nota y digo que aborté seis veces en mi vida y nunca sentí
culpa. Eso causó escándalo en su momento. Fue una iniciativa
extraordinaria de Claudia Acuña en la revistaTres puntos. En
esa nota había mujeres que se habían quedado llenas de
culpa. Yo no. Por otra parte, yo estoy de acuerdo con Roberto
Gargarella cuando dice que todas las cosas tienen que ser
motivo de plebiscito. Pero desearía que no se hiciera hoy un
plebiscito sobre el aborto. Las mismas chicas que están
marchando por Ni una menos no sé cómo votan en un
plebiscito sobre el aborto.
PLAYBOY: Vos hacés una crítica a la orientación de la
discusión sobre el aborto en términos de salud pública. La tuya
es una posición filosófica sobre la libertad de la mujer para
decidir sobre su cuerpo.
SARLO: Yo no tengo una posición filosófica porque no soy
filósofa, tengo una posición contraria a la de Esteban Bullrich.
Él dice que una vez que una mujer está embarazada, no es
dueña de su cuerpo. Yo digo que una mujer es dueña de su
cuerpo SIEMPRE. Punto. Bullrich lo dice desde la religión,
entonces yo lo diría desde el ateísmo. Para mí, es una de las
cuestiones de la libertad personal básica.
PLAYBOY: ¿Estamos en un momento en el que reclamamos
más por identidades que por proyectos más colectivos?
SARLO: Eso es completamente cierto porque, además, las
identidades crecen a una velocidad insólita. Es decir, Buenos
Aires, en su proceso de modernización había ido abandonando
sus identidades barriales y últimamente las ha acentuado. Lo
que en algún momento se llamaron tribus culturales crecen de
manera insólita, lo cual no es contrario a los procesos de
globalización. Los procesos de globalización son procesos que
te sacan el norte, el rumbo y evidentemente vos tendés al
refugio en identidades que te sean más próximas. Ni qué decir
de las identidades de género. Yo, el principio con el cual pienso
es el de la desigualdad. Ese para mí es el principio que me
organiza el mundo. Por supuesto que sé perfectamente que la
desigualdad no toca del mismo modo a un pobre trava que a un
pobre no trava, que los toca de manera diferente y que tienen
problemáticas para moderar los efectos de la desigualdad.
Pero para mí, el principio es el de la desigualdad. Por eso la
cuestión de la pobreza organiza mi paisaje social. Yo te diría
que más que filosófica o política, es mi forma de experimentar
el mundo. Muchas veces me dicen: no me vas a decir que no
podés dejar de viajar en transporte público, ¿no tenés plata
para un taxi? Y, en efecto, yo estoy constituida en la
desigualdad, en una desigualdad que me ha favorecido. Eso es
todo lo que puedo decirte. Todas las luchas identitarias que
confluyen a esa morigeración, para decirlo de algún modo, me
parecen extraordinarias y las apoyo.
PLAYBOY: ¿Cómo viviste vos el hecho de ser mujer en los
ámbitos en los que te movías?
SARLO: Ni mis parejas ni mi mundo de pertenencia fue
machista. A lo mejor alguien podrá decir que en el PCR las
mujeres no llegaban a la comisión política del comité central
tan rápido. Podés decir que yo soy como una millonaria que
dice "yo nunca tuve hambre" y, a lo mejor, sí. Yo no tengo una
experiencia en ese sentido. A ver, el día que la Universidad de
Buenos Aires tenga una decana en la facultad de Medicina,
prometo un asado a todos los aquí presentes. En la facultad de
Filosofía y Letras es distinto. Siempre fue distinto.
PLAYBOY: Hay una novedad en la política argentina que se
llama Durán Barba y que cambia algunas cosas. Ya no se trata
de proponer algo deseable o justo sino ver qué es lo que la
sociedad considera deseable a través de un algoritmo y
seguirlo. El caso Maldonado es un ejemplo: a la gente no le
interesa Maldonado, no incide en las encuestas, etcétera. El
problema aparece cuando Maldonado sí aparece en un focus
group.
SARLO: No hace falta un algoritmo para prever que la palabra
desaparecido va a generar algo en la sociedad argentina. No
desapareció la palabra desaparecido. Como no desaparecen
los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo: hasta
los chicos de 20 años saben que eso es una marca de
heroísmo. Entonces, para mandarme el feed de noticias de la
mañana, los algoritmos son infalibles. Pero para decidir si la
Presidente de la república tenía que haber estado en la
estación de Once después del accidente, ¿necesitás un
algoritmo? Para que un Jefe de Gobierno pueda continuar su
carrera en la Ciudad de Buenos Aires, ¿tenía que estar en
Cromañón? Sí. Eso no lo puede decidir el algoritmo, tenés que
ir a dar la cara en la tragedia. La política tiene un momento que
es el arte de la creatividad. Alfonsín vio algo diferente en 1983,
vio que iba a tener apoyo social para el Juicio a las Juntas. Eso
no lo hubiera podido determinar ningún algoritmo: el algoritmo
es la repetición de lo siempre igual. ¿Quién hubiera previsto
que Merkel le iba a marcar a Europa que tenía que recibir a los
refugiados?
PLAYBOY: Siguiendo ese planteo, hace poco dijiste que nunca
votaste al peronismo pero que sí lo hubieras votado a Duhalde,
de haber tenido esa posibilidad: ¿qué virtud le reconocés?
SARLO: Es increíble que Duhalde fuera borrado de la historia
como el presidente que sacó a la república de la crisis.
Simplemente eso. Agarró esto en 2001, que era una
hecatombe; llamó a un buen economista como Lavagna y lo
dejó a Felipe Solá tirando a una provincia que era
verdaderamente un incendio. Y por otro lado, inventó los
planes Trabajar. Los Kirchner los habrán multiplicado, pero él
los inventó. Y una cosa muy importante: cuando le tiraron dos
cadáveres, lejos de callarse la boca como Macri, se fue al
Parlamento para decir que no se presentaba en las elecciones
y que las anticipa. Yo creo que la de Duhalde es la gran
biografía política de los últimos 30 años.

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