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DON JUAN MANUEL Y EL CONDE LUCANOR

CONTEXTO HISTÓRICO-POLÍTICO

En el caso de El conde Lucanor esta premisa se torna más elemental aún debido al

lugar que ocupaba en la sociedad castellana de la época Don Juan Manuel, su autor y al rol

que le daba este a la literatura. Resulta impracticable la posibilidad de llevar adelante una

lectura crítica sin saber quién fue Don Juan Manuel y sin estudiar analíticamente el

proceso histórico de esta sociedad durante el siglo XIV. Por otra parte, el rol instrumental

que este autor le asignaba a sus narraciones dentro de las disputas sociales de su tiempo

impide hacer un análisis del texto sin tomar las mismas.

Al tomar al azar cualquier texto de Don Juan Manuel resulta evidente que su

literatura se enmarcaba dentro de una clara ideología señorial, un conservadurismo del

orden estamental trifuncional que beneficiaba particularmente a la nobleza y un

inmovilismo social eterno basado en un poder divino.

Don Juan Manuel fue un noble que heredó tempranamente un enorme patrimonio

conseguido por su padre -el Infante Manuel- gracias al apoyo que le había dado primero a

Alfonso el Sabio y luego a su hijo Sancho IV cuando este lo derrocó. A partir de 1304 se

convirtió en amo y señor de media Castilla al encargarse de la regencia del rey Alfonso XI,

menor de edad a la hora de heredar el trono.

Su etapa de gloria llegó a su fin cuando Alfonso XI se autodeclaró mayor edad a los

14 años y le quitó el poder. Fue allí cuando Don Juan Manuel se rebeló ante el monarca y

comenzó, después de conspiraciones y traiciones, una guerra abierta contra él. Guerra

que terminó perdiendo.

La conducta política de este hombre estaba orientada por la firme convicción de

que nadie mejor que él iba a gobernar Castilla y que era la única persona que se merecía el

reinado. La literatura era un medio más utilizado para ese fin.

Toda esta disputa entre Don Juan Manuel y Alfonso XI se desarrolló en medio de

una terrible crisis que hizo tambalear el régimen feudal por casi cien años.

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La crisis del siglo XIV provocó una enorme anarquía social y política en Castilla que

se tradujo en continuas guerras, atacando los valores y la ideología en la que estaba

apoyado el sistema y repercutiendo sobre todos los estamentos sociales. Aunque el sector

más perjudicado fue el campesinado, la nobleza también se vio herida al perder poder y

riquezas. Lo primero a causa de la política de Alfonso XI y lo segundo producto del

agotamiento del modelo feudal.

Ya en el siglo XIII Alfonso X –el sabio- había intentado construir una monarquía de

tipo absolutista, imperial, donde el rey sea la figura excluyente. Alfonso XI retoma esa

idea e intenta afirmar la monarquía por sobre el estamento cortesano, acotando el poder

nobiliario.

A su vez, la aparición de un nuevo factor social en las ciudades –comerciantes y

artesanos protoburgueses- que comenzaba a organizarse bajo hermandades y a tener

apariciones políticas mediante las mismas, corroía la estructura feudal con bases que

contradecían el orden existente. Este nuevo sector que comenzaba a organizarse era el

resultado de un lento proceso de movilidad social ligado al comercio y al dinero. Su

constitución era algo inadmisible para una nobleza que sólo podía concebir la riqueza

bajo el manto de la posesión de la tierra y que hacía del estatismo social una cuestión

religiosa. Esto se ve claramente en El conde Lucanor con el enxemplo XIV, donde Patronio

le aconseja al conde rechazar la posibilidad de enriquecerse:

“(...) non entendades que este tesoro devedes ayuntar en guisa que pongades tanto el

talante en ayuntar grand tesoro porque dexedes de fazer lo que devedes a vuestras gentes

et para guarda de vuestra onra et vuestro estado”.

Por otra parte, los campesinos no fueron actores pasivos en estas luchas.

Numerosas y sangrientas revueltas contra el régimen feudal y los excesos de los nobles los

tuvieron como protagonistas. Numerosas masacres también.

Pero las peleas y guerras que marcaron casi un siglo de la historia de la región no se

produjeron meramente por contradicciones antagónicas de clase –campesinos contra nobles

o comerciantes contra nobles- y no tan antagónicas aunque cruentas también –en el caso del

rey contra los nobles- La pelea por el poder entre los propios sectores nobiliarios producto

de la anarquía política producida por sucesivas minorías –Fernando IV y Alfonso XI-, la

crisis económica a causa del agotamiento del modelo feudal y las epidemias de la época,

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fueron las últimas gotas vertidas sobre un vaso que no paró de rebalsarse durante casi un

siglo, y que tuvo a Don Juan Manuel en primera plana por largo tiempo.

Por todo esto, al hablar de El conde Lucanor resulta evidente que el caótico

contexto político, económico, social y hasta existencial del siglo XIV en Castilla fue un

elemento estructural y estructurante de la propia obra.

Lo anteriormente citado, acompañado del propio proyecto político y cultural de Don

Juan Manuel, sus ambiciones y enfrentamientos con el rey y la defensa de un orden en vías

de extinción, hicieron de argumentos más que sólidos para toda su escritura. La estructura

formal de El conde Lucanor y los contenidos de los enxemplos encierran las respuestas a

las preguntas con que comenzó este análisis.

Desde el punto de vista ideológico al cual adhería militantemente Don Juan

Manuel, la humanidad estaba dividida en estados. Planteando como base la desigualdad

social.

Los estados eran tres: El de los oradores, que tenían la función de rezar y que

era ocupado por los clérigos. El de los defensores, que cumplían el rol de hacer la guerra y

al cual pertenecían los nobles. Y el de los labradores, que trabajaban la tierra. A este

sector, que era el más despreciado, pertenecían los campesinos.

Cabe destacar que si bien dentro del pensamiento señorial la figura del rey

existía, en ella el monarca no era superior a ningún noble. Todos los hombres

pertenecientes a la nobleza eran iguales entre sí y tenían los mismos deberes y derechos

ante la sociedad. El rey que ocupaba el trono lo hacía por acuerdo entre los diferentes

sectores de la clase y debía hacer las veces de juez, tratando de transformarse en el

equilibrio perfecto entre los miembros de la aristocracia. De esta manera, el rey tenía una

ley que lo superaba y a la que debía atenerse, tenía que aceptar que el poder lo

manejasen entre todos los miembros de la nobleza. Este orden trifuncional se apoyaba

en un origen divino, por lo tanto, inmodificable, estático, viéndose dañoso cualquier tipo de

movilidad social.

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CARACTERÍSTICAS DE LA OBRA DE DON JUAN MANUEL

Nació en 1282 y murió en 1348. Sobrino de Alfonso X, participa en las luchas de poder

de la nobleza de Castilla y Aragón. Sus primeros libros son continuaciones de los de su tío.

El s. XIV es culturalmente más pobre que el s. XIII (excepto en Italia). El dominio lo

tiene el saber escolástico. El ideal es la “subtilitas”, la sutileza. Es un saber muy alejado de la

realidad, encerrado en sí mismo. La escolástica es casi una meta-ciencia. Don Juan Manuel

busca otra posibilidad. Hace de mediador entre el legado de la cultura clásica y los

destinatarios. Pero no se trata de conocimientos como la astrología. Lo que comunica a su

público son sus propias reflexiones sobre temas de interés general.

Su vida y sus obras ilustran a la perfección los problemas y contradicciones de la

sociedad feudal del XIV. Ya hemos mencionado que, como noble, participa activamente en las

luchas de sus tiempo; y como creador literario, la mayor parte de sus escritos tienen una

intención prioritaria: adoctrinar a los nobles de su tiempo, a quienes intenta ofrecer

explicaciones de los problemas que los aquejan y unos modelos de comportamiento adecuados

a su estamento y útiles para mantener su posición social y económica. Es así que, defiende la

organización tradicional de la sociedad feudal.

El tema principal de éstas es el “salvamiento de almas” y el “aprovechamiento de

cuerpos”. Y para ello todo el mundo ha de cumplir con las obligaciones de su eslabón social. La

providencia ha dado a cada uno una posición, y no se ha de salir de ella. Hay que respetar los

estados, la jerarquía y el orden de las cosas.

Juan Manuel es el primer escritor con conciencia de ello, y con la preocupación de la

transmisión correcta de sus propias obras (“en los libros contesçe muchos yerros en los

trasladar...”, prólogo al CL). Se preocupó de corregir por su propia mano sus obras y depositó

un ejemplar en el convento de los frailes de Peñafiel, para que no le culpasen a él de errores

de copistas (este ejemplar se ha perdido). Éste era el sistema que utilizaban las universidades

para sacar copias de los libros. Había un original oficial de la universidad, a buen recaudo, y de

allí se sacaban las copias. Conocemos la lista que puso al principio de la colección general, y

otra en el prólogo del CL. En el prólogo general hay más obras que en el CL, y silencia éste. He

aquí las listas de los prólogos. Los títulos con asterisco son los conservados, aunque a veces

con diferente título, como el Libro del infante, que es el Libro de los estados.

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No es sólo la obsesión por la fidelidad de la transmisión de su obra, que en seguida

veremos, sino también el esmero y cuidado en la presentación y en la calidad del soporte de la

misma.

Don Juan revela un aspecto fuertemente individualista en su lenguaje, del que elimina las

huellas más perceptibles del latín que había estudiado, para poner de relieve la autonomía

lingüística del castellano.

Otro de los rasgos del autor es su empeño por borrar toda huella o referencia a fuentes

de las que nace el relato, para presentar su obra como fruto de su experiencia vivida y no de

sus lecturas.

También debemos recordar cómo hace suya la materia y la anécdota de varios cuentos de

diversos orígenes, que don Juan Manuel presenta como casos sucedidos en su círculo personal:

«muchas veces me sucedió», «un amigo y pariente mío».

Don Juan Manuel es muy poco amigo de autorizarse con libros ajenos o con citas de obras

antiguas, como era usual en ejemplarios y obras didácticas. Por el contrario, prefiere prodigar

las referencias a sus propias obras e ilustra sus enseñanzas con personajes y sucesos

contemporáneos.

LAS OBRAS CONSERVADAS

Crónica abreviada es un resumen capítulo a capítulo de la EE. Lo explicita en el prólogo,

que es casi un índice del libro. La actividad cronística de Juan Manuel debió ser muy temprana,

y vinculada con la alfonsí. Dice el prólogo que “porque don Iohan, su sobrino se paga mucho de

leer en los libros que falla que compuso el dicho Rey e fizo escriuir algunas cosas que entendía

que cumplia para él de los libros que fallo que el dicho rey abia compuesto, sennaladamente en

las Crónicas de España”. La frase “fizo escriuir” hace pensar que la actividad cronística de

Juan Manuel debió parecerse a la de su tío.

Libro del cavallero et del escudero, escrito en 1326, está escrito en manera de

“fabliella”. La fuente principal es el Llibre del orde de la cavaylería de Ramón Llull. Un Rey

convoca cortes y un escudero decide asistir; por el camino encuentra a un caballero anciano,

que vive retirado en una ermita, y el joven pasa cierto tiempo con él, preguntándole todo lo

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que se le ocurre de lo divino y lo humano. Marcha a la corte, es recibido por el Rey y los

cortesanos, pero vuelve a la ermita donde reside el caballero y vive con él hasta que muere y

de la sepultura. Don Juan Manuel no sólo habla de cuestiones caballerescas, sino también del

hombre, de Dios, etc., donde es fácil rastrear las influencias de la Etimologías de San Isidoro,

de Alfonso el Sabio, el Lucidario, etc.

Libro de la caza, también dentro de la tradición alfonsí. Se trata de un libro didáctico

sobre cetrería, pero además su pasión por la caza es real, y sus conocimientos sorprendentes.

El libro es un tratado del arte de cuidar, adiestrar y cazar con halcones, de curarlos cuando

enferman y de los sitios donde más abunda la caza.

Libro de los estados ( o del Infante). Esta dualidad de títulos apunta, por una parte, al

contenido novelesco, que gira alrededor del infante Joas, y por otra a la vertiente didáctica:

la posibilidad de que todos los hombres, en cualquier estado, puedan salvar sus almas. La parte

novelesca de la obra entronca con el Barlaam y Josafat. La parte didáctica está en la revisión

de todos los estados de la sociedad medieval. El propio autor se autocita como autoridad

dentro de la obra.

Libro infinido o de los Castigos a su hijo don Fernando, está dentro de la tradición

consiliaria, pero con abundantes referencias personales y autobiográficas, que no se

encuentran en otros libros de consejos.

Libro de las armas explica como le fueron dadas a su padre las armas de su dinastía,

autobiográfico, de exaltación a su persona y su linaje; porque don Juan se sentía superior a

todos los que descendían de Fernando III, ya que su padre el infante don Manuel (hermano de

Alfonso X) fue el único que recibió la bendición paterna y hasta la famosa espada Lobera.

Tratado de la Asunçión de la Virgen cuyo fin era dar razones para que nadie dude que

“Sancta Maria non sea en el çielo en cuerpo e en alma”.

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EL CONDE LUCANOR

Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio, más conocido como El Conde

Lucanor. Consta el libro de dos prólogos, una parte con 51 ejemplos, y otras cuatro partes, de

las que la última es diferente a las demás. Fue acabado en 1335. En el primer prólogo viene a

decir lo mismo que en el prólogo que encabeza sus obras (en el que no se menciona el CL). A

diferencia de otros prólogos, la obra no se dirige a ningún amigo, como si hubiese sido una

espacie de prólogo a un corpus que comenzase con esta obra, ofreciendo una lista de libros

que no coincide con la del “prólogo general”. Nos indica claramente su intención: Salvar las

almas, pero también aumentar la honra, hacienda y estado. Como los moralistas medievales

estaba muy preocupado por la salvación del alma, pero luchó muchas veces por cuestiones de

honra y hacienda. Se interesa por la buena edición de sus obras, y aparece el “topos” de la

humildad.

En el segundo prólogo parte de que los hombres aprenden mejor aquello que más les

gusta, por eso recurre al método de enseñar deleitando. Rehuye la cita culta en latín.

En la primera parte, los ejemplos son de origen diverso. Recurre al Calila e Dimna, al

folklore español o árabe. Comparado con las recopilaciones de cuentos anteriores (el mismo

Calila, la Disciplina clericalis, p.ej.) o con los ejemplos latinos de predicadores, nos damos

cuenta de que los cuentos, aunque no sean invención de Juan Manuel, están elaborados de una

manera muy personal. Por sus “enxiemplos” pasan personalidades reales y ficticias, desde su

propio padre, Álvar Fáñez, Fernán González, etc. y diferentes clases sociales. Pero mientras

que en la épica el tema poético es el gran suceso nacional o colectivo, el tema del cuento

castellano no rebasa la dimensión de la persona (p.ej. encontramos a Álvar Fáñez ante las

disyuntiva de escoger mujer). Frente al Decamerón, el cuento de don Juan Manuel no presenta

el elemento erótico, sino que ensalza la fidelidad matrimonial.

Pero aunque esta primera parte de los 51 ejemplos entronca con la tradición de otras

colecciones de cuentos (sobre todo de origen oriental, Calila, Sendebar), en los que éstos

están ensartados en un marco narrativo: 1) El conde Lucanor expone un problema práctico a

su consejero Patronio. 2) Patronio le narra un enxiemplo para aconsejarle 3) Expone la

enseñanza 4) Aparición de don Juan que dice que le ha gustado 5) Moraleja en verso. La

diferencia es que en el CL los personajes están individualizados, cambian su conducta y su

psicología influidos por los ejemplos. Después de cada ejemplo había una especie de cómic,

unas viñetas en que se explicaba el ejemplo con dibujos. Aquí Juan Manuel imita a Alfonso X,

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cuyas Cantigas también iban ilustradas con viñetas. Al final de cada ejemplo se dice: “e la

historia de este exemplo es aquesta que se sigue”. Después de esta frase vendría el dibujo.

Las partes II, III y IV del libro son diferentes. Siguen los mismos personajes, pero

ahora sustituye las narraciones por una serie de proverbios que se oscurecen

progresivamente, a veces bien conocidas, y que son alteradas creando lo que serían principios

de juegos conceptistas.

La parte V no tiene ninguna relación con las anteriores, aunque continúan los

personajes. Se trata de un ensayo, de un tratado doctrinal de tema religioso, sobre lo que se

debe saber “para ganar la gloria del Paraýso”.

El sentido de El conde Lucanor se hace comprensible teniendo en cuenta la situación

histórica de Castilla en el siglo XIV: ante la crisis del sistema feudal, el escritor se dirige a

los miembros de sus estamento para que estén alerta frente a los engaños de la nueva

realidad, se unan frente a quienes amenazan su posición social (burguesía, el poder real, etc.),

cumplan con las obligaciones que impone ser noble (guía de conducta) y acrecienten su riqueza,

su honra y su fama; de esta manera podrán conservar su posición preminente.

La sintaxis de la prosa de don Juan Manuel se resiste al abuso de la copulativa, supone

un avance considerable respecto a la anterior cuentística. El vocabulario es rico en términos

de la vida cotidiana (aunque no tanto como el LBA), y no recurre a tantos latinismos puros

como Berceo.

Los temas del libro

Aunque algunos temas del libro han quedado apuntados en nuestro preámbulo, conviene

que volvamos de nuevo sobre esta cuestión.

Fácilmente se comprueba que las preocupaciones de que trata don Juan Manuel en

toda su obra, y en concreto en El Conde Lucanor, están justificadas por su ideología

personal y de clase, así como por el público al que se dirige. Por su visión del mundo y por

sus ideas políticas, don Juan pertenece a una clase social en decadencia enfrentada a la

nueva sociedad que va naciendo en España. En este siglo de crisis, nuestro autor parece

querer superarla volviendo a los valores de la tradición caballeresca.

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Don Juan, como cualquier moralista de la época, trata de los temas que podían

preocupar entonces: la salvación del alma, el mantenimiento y acrecentamiento de la honra

y el incremento de los bienes y de la riqueza. En el plano trascendente, el problema de la

salvación está vinculado al propio estado social. Sobre este tema giran otros, como la

predestinación, la amistad con Dios, la providencia, etc. En el plano sociopolítico, los temas

se centran en la honradez del caballero: la fama, la amistad, la prudencia, la codicia, la

adulación, etc. Sin embargo, como ya se vio antes, la posición de don Juan Manuel ante la

vida no siempre se puede decir que se inspira en la moral más estricta: con muchísima

frecuencia recomienda a sus lectores la cautela y el disimulo.

Podríamos concretar aún más estos temas, como hace el profesor Alfonso I. Sotelo.

Sería así: aspiraciones y problemas espirituales (la salvación); aspiraciones materiales,

políticas y sociales (la guerra, la paz, el enriquecimiento); el comportamiento humano (la

mentira, el engaño, la verdadera amistad, la soberbia). Pero conviene también decir que

estos últimos temas son planteados no con una perspectiva satírica sino moral, y desde su

peculiar -a veces- concepto de la moralidad.

La intención didáctica

En toda la obra de don Juan Manuel predomina el elemento didáctico-moral sobre

cualquier otro aspecto. Su didactismo, como ya hemos visto, se inspira en la religión

cristiana y en los conceptos tradicionales de la Edad Media. Don Juan Manuel justifica así

el carácter aparentemente divertido de El Conde Lucanor para corroborar su afán

didáctico: «Hice como los médicos, que cuando -22- quieren curar el hígado, que gusta

mucho del azúcar, preparan medicamentos muy dulces, para que, al atraer para sí el azúcar,

reciba también la medicina que lo sanará». Así pues, los entretenidos ejemplos o cuentos no

están al servicio de sí mismos, ni del solo entretenimiento del lector, sino que aparecen

para que este vaya extrayendo las oportunas enseñanzas morales.

En aquella época, cuando un escritor épico (el juglar) era un ser de muy poco relieve

social, don Juan Manuel se vio obligado a marcar las distancias que lo separaban tanto de

clérigos (mester de clerecía), como de juglares o hacedores de títeres. Por una parte,

recuerda su ascendencia: «No hay hombre en España de más ilustre linaje que vos», dice a

su hijo en el Libro de los castigos; y por otra parte, indica expresamente en el Prólogo que

ha hecho el libro «para que los hombres que lo leyesen saquen de él provechosas lecciones

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que redunden en beneficio de su alma y hacienda». Podrá el lector distraerse con los

cuentos, pero sin olvidar nunca su fin moral.

Como sugiere J. L. Alborg, quizás en el fondo no hubo en don Juan Manuel más que el

gusto por la obra bien hecha, esto es, el gusto por la belleza literaria, aunque en su siglo se

viera obligado a hacer concesiones y tuviera que enmascarar todos sus anhelos bajo la

lección moralista. Por eso se vería obligado a darse una explicación a sí mismo, dándosela

también a los demás, para poder escribir sin inspirar ni sentir desdén o desprecio por su

obra, fruto de una actividad tan poco frecuente en su clase social.

Fuentes, autobiografismo y originalidad

Las fuentes de El Conde Lucanor han sido cuidadosamente estudiadas por varios

críticos, sobre todo por Deyermond, Mª Rosa Lida y Diego Marín.

Si el primero señaló la huella de la doctrina de los dominicos en la orientación

moralista de numerosos cuentos, tanto Mª Rosa Lida como Diego Marín insisten en la

procedencia árabe de otros relatos, que no existían ni en latín ni en romance. Concretan

esta influencia a una decena, aproximadamente, y serían los cuentos XX, XXI, XXIV, XXX,

XXXII, XXXV, XLI, XLVI, XLVII, así como el número XXV, que toma como figura principal

al sultán Saladino.

La presencia árabe en El Conde Lucanor es fácilmente explicable, no sólo por la

existencia de los reinos arábigos en la Península, sino también por el mayor florecimiento

de la cultura musulmana, así como por la tradición didáctico-moral en que se inserta la obra

de don Juan Manuel y que cuenta con abundantes precedentes árabes.

A este mismo influjo es achacable, según D. Marín, el gusto por el elemento personal y

autobiográfico en el libro. Como cualquier otro autor, don Juan Manuel plantea en el libro

los temas que le preocupan, sin que ello signifique propiciar una lectura que nos haga pensar

en la veracidad de sus afirmaciones. Si con reiteración nos dice: «me ocurrió que», «un

hombre vino a mí», etc., ello no es más que una identificación psicológica del autor con sus

personajes y, en especial, con el Conde Lucanor.

Conexa con el problema de las fuentes literarias de sus relatos queda la cuestión de su

originalidad. Son muchos los críticos que equiparan a don Juan Manuel con Chaucer en

Inglaterra (Los cuentos de Canterbury) o con el mismo Bocaccio, aunque matizando los

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mayores logros del italiano, sobre todo por la continua utilización del estilo directo,

mientras que don Juan Manuel propende más al indirecto, y de ahí sus constantes «dijo

que», «le replicó que...», etc. Donde la originalidad del autor del Libro de los estados es

incuestionable es en el sobrio sentido de la forma estructural y del desarrollo psicológico

de sus personajes, que se van haciendo a medida que avanza el relato. El mancebo que se

casó con una muchacha de muy mal carácter no es un personaje plano, ni las acciones por las

que intenta mandar en su casa aparecen desordenadamente, sino organizando un clímax

cuya cumbre será la muerte y el descuartizamiento de su único caballo. Tras esta

incalculable pérdida, la esposa no tendrá más remedio que obedecer a su marido, y lo hará

con miedo, como puede verse también en la simpática escena que ocurre al día siguiente.

Digamos, para terminar este apartado, que don Juan Manuel transforma los

esquemáticos cuentos de sus ejemplarios en verdaderas novelas cortas, porque sabe

variar la construcción, insistir en los detalles y situaciones que sirven a su propósito,

graduar los elementos de la intriga y actualizar la atmósfera ambiental del relato,

introduciendo en ella observaciones de la realidad contemporánea y humanizando a los

personajes (piénsese en la airada y orgullosa respuesta que dio el rey desnudo a sus

esclavos negros y en la crudeza de estos, que no tuvieron empacho en proclamar la

dificultad que ellos tenían para saber quién podía ser su padre).

Lenguaje y estilo

Recordemos en este punto unas palabras de don Juan Manuel que manifiestan su

preocupación por el estilo, cuestión a la que no podía ser ajeno, como escritor que se sentía

responsable único de su obra. Dice en el Libro del Caballero y del Escudero : «Todas las

razones que en él se contienen están construidas con muy buenas palabras y por las

mejores expresiones que yo nunca pude leer en un libro escrito en romance». Principio

estilístico sobre el que vuelve en El Conde Lucanor: «Hice este libro con las palabras más

elegantes que pude encontrar».

Espíritu de selección que no estará reñido con el deseo de brevedad concisa, como

manifiesta también en el Libro de los estados: «...y escribiendo elegantemente la idea que

quiere desarrollar, la construye con las menos palabras que puede».

Si para Alfonso X la lengua tenía un valor esencialmente instrumental (Alfonso I.

Sotelo), en su sobrino don Juan Manuel la lengua se hace arte y quiere someter su romance

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castellano a una norma estilística. Su ideal sería la selección, la claridad y la concisión,

como correspondía al fin didáctico de su obra.

Dice Giménez Soler sobre la calidad de la prosa de don Juan Manuel: «La prosa

castellana sale de la pluma de don Juan Manuel remozada y renovada; ya no es la del tiempo

de su tío Alfonso el Sabio, y aunque no llega a ser la del Siglo de Oro, está en el punto

medio de las dos y tal vez más próxima a la segunda que a la primera. La variedad de

asuntos que trató le obligaron a usar un abundantísimo vocabulario [...]. Don Juan [...]

aprendió, sin embargo, el castellano de boca de gentes ignorantes, pero que conocían los

nombres de las cosas, que formaban si era preciso neologismos, que hallaban siempre la

frase adecuada, y don Juan no desdeñó ese hablar y lo usó, pero comunicándole la nobleza

de su estilo. Todos sus libros presentan ese carácter y tienen ese mérito de haber legado a

la posteridad el habla de Castilla tal como era en su tiempo y tal como aún es, en cuanto al

vocabulario, en muchas partes de ese reino y fuera de él...» ( Op. cit.)

Los versos finales

Cada ejemplo o relato acaba con la inclusión de un pareado final que condensa toda la

enseñanza del cuento. Esta técnica era muy frecuente en las colecciones de «exempla» de

la época, pudiendo decirse que casi era norma obligada; sin embargo, en el caso de El Conde

Lucanor los versos finales no son sólo el remate retórico, sino que suponen la aparición de

un nuevo plano autobiográfico. Si los versos están en el libro es porque don Juan siguió los

consejos contenidos en el cuento de Patronio: «Y viendo don Juan que este cuento era

bueno, lo mandó poner en el libro e hizo estos versos que resumen toda su enseñanza y que

dicen así». Del plano narrativo-ficticio -el Conde Lucanor y Patronio- se pasa al plano real

-el problema o la preocupación de don Juan Manuel-, que el autor presenta, en virtud

también de los versos, con una dimensión generalizadora: no sólo le valieron a él, sino que

deben ser una guía para cuantos lectores tenga su libro.

A juzgar por la calidad de estos pareados, no parece que don Juan fuese una

personalidad muy dotada para la poesía, pues se trata de versos muy duros, sin ningún

atisbo de lenguaje lírico o construcción poética. Debemos contentarnos con un excelente

prosista y no buscar en el autor de El Conde Lucanor al poeta que no pudo o no quiso ser.

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