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El beato Federico Ozanam

El Beato Federico Ozanam, nacido en Milán el


23 de abril de 1813, pasó casi toda su vida en
Francia. Fue uno de los fundadores de las
Conferencias de san Vicente de Paúl para
asistir a los pobres. Profesor en la
Universidad de La Sorbona de París, se
distinguió por su ciencia, y por medio de la
cultura defendió y comunicó las verdades de
la fe. Casado, fue buen esposo y padre de
familia, e hizo de su hogar una iglesia
doméstica. Vivió siempre en íntimo contacto con Dios, siendo para
muchos modelo de virtudes cristianas. Murió en Marsella, tras larga
enfermedad, el 8 de septiembre de 1953. Fue beatificado por Juan
Pablo II, en París, el día 22 de agosto de 1997.

¿Un laico desconocido?


Escribir sobre Federico Ozanam es un acto de gratitud y de
aprendizaje. Y es, también, una doble penitencia. Primero, porque su
vida deja la propia en ridículo. Segundo, porque hay que escoger y eso
significa renunciar. Los materiales y aspectos son muchos y las páginas
disponibles, pocas. Por eso, éstas son, nada más, unas sencillas
“anotaciones”.

Ozanam ha tenido muchos biógrafos. Algunos de ellos, como su


hermano Alfonso, Lacordaire, J.J. Ampère o Dufieux fueron sus
contemporáneos y amigos. Después de ellos, otros más siguieron
ocupándose de este personaje subyugante llamado Federico. Pero,
como confiesa J.P.Savignac en su reciente estudio, la personalidad de
Ozanam “ha sido durante mucho tiempo eclipsada por su obra”. Por su
parte, Ivan Gobry, en “Federico Ozanam o la fe operante”, confiesa
que “para el cristiano medio, el nombre de Federico Ozanam no le dice
gran cosa”. Madeleine des Rivierés lo expresa más drásticamente:
“Nuestros padres lo veneraban y nosotros no sabemos nada de él”. Y
ésta es la decepcionante realidad: Ozanam, a pesar de sus múltiples
biógrafos, es poco conocido, incluso entre los miembros de su
“familia”.

Con ocasión del solemne acto de su beatificación, celebrado en Notre


Dame de París el 22 de agosto de 1997, han aparecido meritorios
trabajos sobre él, pero, por ejemplo, aún no tenemos en castellano una
esmerada, actual -y asequible-edición de todas sus Cartas. Y, como
afirmaba ya hace muchos años su biógrafo Baunard, para conocer
el alma y la vida de Ozanam hay que asomarse a sus Cartas, pues “todo
él está en su correspondencia”. Ciertamente, Ozanam también está en
sus obras y hay una forma práctica de conocerlo que consiste en
participar en ellas.

Pero, ¿qué hacer, ahora, en estas pocas páginas? Si sirven a los lectores
para encariñarse con Ozanam, habrán cumplido su cometido. Si los
ayudan a leer sus Cartas, sus ensayos y alguna de sus biografías, me
alegraré no poco. Y, sobre todo, si se animan a meterse en sus obras y
en su recia pasión por los pobres, me daré por satisfecho. De su mano
podremos dar el salto y “pasarnos a los bárbaros”. Como lo confiesa
R.Ramson, para hacer nuestra peregrinación, Ozanam “es un
compañero fascinante”.
“Ozanam, ¡cuánto lo queríamos!”
El 15 de septiembre de 1853 se celebraban en París los funerales de
Ozanam. Había fallecido unos días antes en Marsella, exactamente el 8
de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María. Tenía sólo 40
anos. Compañeros de la Sociedad de San Vicente de Paúl, gran número
de pobres -hombres y mujeres- amigos de Ozanam y grupos de
escritores, políticos, catedráticos y estudiantes llenaban las naves del
templo. Una vez más, su persona era un puente de unión.

Los testimonios de pena ante su fallecimiento y de admiración por su


persona fueron llegando de todos los rincones y desde las diversas
trincheras ideológicas. Montalembert y Pío IX, filósofos como Villemain
y Cousin, amigos suyos como Dufieux, o no-creyentes como Fauriel y
Havet manifestaban su admiración por él. Renan exclamaba: “Ozanam,
¡cuánto lo queríamos!’ ; Henry Cochin dirá: “Este hombre que pasó su
corta vida en la práctica de los deberes más austeros y en los más
severos estudios, sabía atraer y cautivar a los hombres más diversos”.
Lamartine, por su parte, testimoniará: “Se podía diferir, no se podía
pelear con este hombre sin hiel; su tolerancia no era una concesión,
estaba hecha de respeto”. El protestante Guizot resumiría: “Ozanam
fue el modelo del hombre de letras cristiano, ardiente amigo de la
ciencia y firme campeón de la fe”.”. J.J. Ampère, refiriéndose al
Ozanam catedrático de la Sorbona dirá: “Preparaba sus clases como un
benedictino y las pronunciaba como un orador”. Por su parte, su amigo
Lacordaire declaraba: “los pobres nos han robado su alma…”, fue el
maestro de muchos, el consolador de todos. Elegido por Dios, después
de largos años de humillaciones, para recordar su gloria en los campos
de la verdad, cumplió fielmente hasta su último día esta misión de
honor y de paz. El pobre lo vio cerca de su lecho, la tribuna literaria
frente a toda una generación, y la prensa… tuvo en su persona un
honrado y religioso artesano. No ha dejado heridas en nadie”… Robert
d’Harcourt resaltará la primacía de la caridad en la vida de Ozanam: él
“define de manera admirable el papel de la caridad en las luchas
sociales que ahondan el abismo entre los hombres”. “Es honor de
Ozanam el haber reanimado el sentido de la eminente dignidad de los
pobres… Es su título imperecedero haberse adelantado a su tiempo
planteando la primacía del problema social sobre todos los otros
problemas”. Y Léonce Curnier, su amigo, subrayará el principio
unificador: “Ozanam nos muestra en su persona, en su vida, en sus
escritos, la acción de un admirable principio de unidad. Y este principio
es justamente el de la santidad: el amor de Dios, el deseo de su reino,
la adhesión a su voluntad”. Y, ya recientemente, Ma Teresa Candelas y
José Ma. Román pondrán el acento en Ozanam como iniciador y
maestro del laicado cristiano. Newman y Ozanam, en modos distintos,
serán, en el siglo XIX, dos testigos singulares de la misión de los laicos
en la sociedad y en la Iglesia.

¿Quién era este hombre joven, llamado Federico Ozanam, que a tantos
ha unido en su elogio? Víctor Hugo escribía sobre “los miserables”;
Ozanam, los conocía, los amaba y los cuidaba. Las dos tareas son
buenas, pero la segunda es mejor que la primera. En su viaje a
Inglaterra con su amigo J.J.Ampère, éste se admiró y conmovió ante la
Exposición Industrial; Ozanam, ante la miseria de la clase trabajadora.
El progreso de la tecnología es útil, pero la curación de las heridas de
los pobres es más importante.
Algunos apretados datos
Este joven perenne, llamado Federico Ozanam, no se atuvo a los
prejuicios de su tiempo. Su breve tiempo duró cuatro lustros del siglo
XIX. Francés de raíces y de vida, nació el 23 de abril de 1813, en Milán,
y falleció, como acabamos de recordar, el 8 de septiembre de 1853.
Sus padres fueron Juan Antonio Ozanam, médico y conocido escritor
sobre cuestiones de su especialidad, y María Nantas, mujer fina, culta,
piadosa y dada a los pobres como su marido. Luisa -muerta a los
dieciocho años y cuando Federico tenía siete- y Alfonso, sacerdote,
fueron los hermanos anteriores a nuestro personaje. Después de él
siguió Carlos, que sería médico como el padre. Otros varios hermanos
habían fallecido casi recién nacidos.

Tras su primeros estudios en Lyon, cursa y se doctora en Derecho en la


Universidad de la Sorbona (1836) y también en Letras (1839) en la
misma Universidad. Funda, con otros compañeros, las Conferencias de
San Vicente de Paúl en París, 1833. Da clases en Lyon de Derecho
comercial (1839) y, a los 27 anos (1840), es ya el más joven profesor de
la Sorbona. Al año siguiente (23 de junio) se casa con Amelia
Soulacroix. En 1845 nace su hija María.

Sus más importantes obras como investigador y escritor son: “La


filosofía de Dante” “Los poetas franciscanos”, “La civilización en el
siglo V”, “Los Germanos antes del cristianismo”, “La civilización
cristiana y los Francos”… Otras obras suyas, de distinta índole, son el
ensayo “Reflexiones sobre la doctrina de Saint Simon” (escrito a sus
diecisiete años), “Dos cancilleres de Inglaterra”, “Discursos” varios a
las Conferencias de San Vicente de Paúl, sus “Cartas”, “Viaje al país
del Cid” “El libro de los enfermos”… Además de escribir en varios otros
periódicos, fundó, con algunos amigos, en 1848, el periódico “L’Ere
nouvelle”. A parte del griego, el latín y algo de hebreo, manejaba bien,
además del francés, el italiano, el alemán, el inglés y el español.

El fuego con el fuego se acrecienta


Dios bendijo a Federico Ozanam con el don inapreciable de una familia
unida y amorosa, cristiana, culta y, a nivel económico “entre los
linderos de la pobreza y de la holgura”. “En medio de un siglo de,
escepticismo -escribe en el prólogo a “La civilización cristiana en el
siglo V”- Dios me ha concedido la gracia de nacer en la fe. Siendo niño,
me puso en las rodillas de un padre cristiano y de una santa madre “.
“Me habéis hecho, antes de nacer, el don de formar vos mismo el
corazón de mi madre…En sus rodillas he aprendido a terneros y en su
mirada he visto vuestro amor. Habéis conservado, a través de azarosos
tiempos, el alma cristiana de mi padre… conservó su fe, un carácter
noble, un gran sentimiento de justicia y una infatigable caridad hacia
los pobres… Este es, Dios mío, el primero de vuestros regalos, haberme
dado tales padres, y, más todavía, el haberles dado el don secreto de
educar bien a sus hijos” (en Gazette de Lyon, 27, septiembre, 1853).

También cupo en suerte a Ozanan la bendición de haber buscado y


tenido “buenas compañías”. Su primer mentor, director espiritual,
profesor y amigo, fue el sabio P. J. Matías Noirot. El lo ayudó en su
crisis juvenil de fe, en su maduración cristiana y en su crisis vocacional
promoviendo su matrimonio con Amelia. “Los ruidos del mundo que, no
creía llegaron hasta mí. Conocí todo el horror de esas dudas que roen
el corazón durante el día y que uno encuentra por la noche en una
cabecera empapada en lágrimas. La incertidumbre de mi destino
eterno no me dejaba descanso… Fue entonces cuando me salvó la
enseñanza de un sacerdote. Puso en mis pensamientos orden y luz. En
lo sucesivo creí con una fe más segura y, conmovido por tan raro
beneficio, prometí a Dios dedicar mi vida al servicio de la
verdad… “(Prólogo a la CcV) “¡Qué buen amigo fue el señor Noirot! ¡Le
debo una eterna gratitud! “, dirá en una de sus cartas.

Su segundo amigo y director espiritual, ya en París, fue el P. Baptiste


Marduel, un anciano -casi ciego- y santo sacerdote que vivía, en la
mayor pobreza y que lo animó a sostenerse entre el desarraigo y el
desconcierto que presentaba para Ozanam la realidad de París y de la
Universidad. “En París, somos aves de paso, alejados por algún tiempo
del nido paterno y sobre las cuales se cierne la incredulidad, ese buitre
del pensamiento, para hacer de ellas su presa. Somos pobres
inteligencias jóvenes, criadas en el regazo del catolicismo, dispersas
en medio de una muchedumbre impía y sensual. Somos hijos de madres
cristianas que llegan, uno por uno, al interior de murallas extrañas en
que la irreligión trata de reclutarse a nuestra costa” (Carta a Curnier,
1835) En una carta a su madre, en 1833, le habla del P. Marduel y le
dice: “Es el único consejero íntimo que tengo aquí, el único cuya
sabiduría y bondad pueden sustituir a la vez a mi padre y a mi madre
“.

A su llegada a París y tras desagradables experiencias en una pensión,


Andrés Ma Ampère, el ya consagrado científico lyonés del
electromagnetismo, lo acogió en su casa y en su corazón. Pero, sobre
todo, lo acogió en la vivencia diaria de la fe. Este hombre, Ampère, de
atormentada biografía y uno de los más grandes científicos de su siglo,
vivía ahora una fe purificada, sencilla y madura. Uno de los días de sus
primeros tiempos en París, en que Ozanam se hallaba entristecido, fue
a orar a la iglesia de Saint-Etiennedu-Mont. Había pocas personas. En
un oscuro rincón, un hombre estaba, recogido y silencioso, en oración.
Ozanam se acercó sin hacer ruido y pudo reconocerlo: era el gran sabio
Ampère. Cuando este sabio falleció, Ozanam expresará: “Se arrodillaba
ante los mismos altares que Descartes y Pascal, al lado de la pobre
viuda y del niño pequeño… ¡qué gran luto deja en el corazón de
quienes pudieron acercarse a él íntimamente y gozar de la
familiaridad de su religión y de sus virtudes “.

Otro gran laico, de formación y corazón vicencianos, fue decisivo en la


vida y en las obras de Ozanam: el señor Manuel J. Bailly de Zurcy, y
¡también su activa esposal. Vivían cerca del barrio Latino y abrían su
casa a los jóvenes (hasta Baudelaire fue su acogido unos años más
tarde). J. Bailly, profesor de Filosofía, dueño y animador de “La
tribuna católica” y gran conocedor de San Vicente de Paúl, dirigía la
Sociedad de “Los Buenos Estudios” formada por estudiantes diversos y,
después, a finales de 1832, “Las Conferencias de Historia”, donde se
debatían temas de historia, de literatura, de arte, de filosofía. Ozanam
entró en ellas y pronto fue elegido como vicepresidente de estas
Conferencias. La relación de Bailly y Ozanam durará durante toda la
vida de éste y dará, como uno de sus mejores frutos, la fundación de
las Conferencias de San Vicente de Paúl.

Sor Rosalía Rendu, Hija de la Caridad, es uno de los más famosos


personajes entre los parisinos de su tiempo, amiga de los pobres y a
quien los importantes del mundo visitaban y consultaban. Bailly puso a
Ozanam y a sus compañeros en contacto con Sor Rosalía desde el inicio
de las Conferencias. Y esta santa mujer los introdujo en el mundo de
los pobres. Ella pastoreaba la “diócesis” del barrio de Mouffetard por
donde pululaban unas 70 mil personas en las circunstancias más
empobrecidas y degradantes. Su “palacio” era una pobre casa en la
calle L”Epée-de-Bois, desde donde dirigía, con sacrificado ejemplo, sus
brigadas de caridad. Ozanam, desde “Las Conferencias”, entró a
formar parte de estas pacíficas brigadas. Sin el contagioso entusiasmo,
la enseñanza, las ayudas y la recia espiritualidad vicenciana de Sor
Rosalía, ¿habría sido Ozanam el hombre que llegó a ser?

Los modelos, especialmente en la etapa juvenil, son transcendentales,


y Ozanam los buscó y los tuvo. El leño que arde junto a otro leño
acrecienta su fuego. Tendríamos que hablar, además, de sus mejores
amigos universitarios, compañeros suyos en las Conferencias,
Taillandier, Lamache, Lallier… así como de otros personajes católicos
del mundo de la cultura que, en un momento u otro, lo acogieron y lo
animaron como Lamartine, Montalembert, Lacordaire y tantos otros. Y,
desde luego, hay alguien especial que, sobre todo desde 1833, lo
acompaña como maestro, modelo y protector: Vicente de Paúl. Como
se lo dice en una carta a Lallier -18, mayo, 1838-, San Vicente es “un
modelo. Es importante esforzarse en actuar y realizar las obras como
él mismo las realizó. Tomar como modelo a Jesucristo como él mismo
lo hizo. Es una vida que hay que perpetuar; en su corazón hay que
calentar el propio, en su inteligencia es preciso buscar las luces. Es un
apoyo en la tierra y un protector en el cielo, a quien se le debe el
doble culto de la imitación y de la invocación “.
Nadar contra la corriente
A Ozanam le tocó nadar contra la corriente de las modas ideológicas de
su tiempo. Las refutó, mas no desde la nostalgia del pasado, sino desde
posiciones más avanzadas que las de sus opositores.

El paternalista Voltaire había muerto en 1778, pero su ideología seguía


viva entre la burguesía culta y en las Universidades. Adam Smith, con
su ley de la oferta y la demanda, reinaba entre los patronos del
reciente industrialismo francés. El conde Henry de Saint-Simon había
anunciado el socialismo como el remedio salvador, (el término
“socialismo” apareció por primera vez en 1832, en “Le Globe”). Y Marx
redactaba con Engels el “Manifiesto comunista”. El reducionista Comte
daba su “Curso de filosofía positiva” durante los años juveniles de
Ozanam y, unos años después, diría infatuado: “Estoy convencido que
antes de 1860 predicaré el positivismo en Notre Dame como la única
religión real y completa”. Latuarc había hablado ya sobre el
evolucionismo. El romanticismo de Chateaubriand, Montalembert,
Balzac, Muset, George Sand, Lamartine y Victor Hugo reinaba en el
mundo literario. En Inglaterra ya habían aparecido los sindicatos -1824-
, aunque en Francia, a pesar de las apelaciones de Ozanam, no serán
permitidos hasta 1864. Lamennais había escrito, anos atrás, su ensayo
“Sobre la indiferencia religiosa”, ahora acababa de fundar el periódico
“L’Avenir”, en el que participará Ozanam. En la Universidad, el
aplaudido catedrático Letronne se ríe de la Iglesia y pontifica, sin
asomo de duda, que el Papado es “una institución pasajera” que “está
muriendo hoy”. Otro no menos famoso profesor de la Sorbona, el señor
Jouffroy se inscribe también entre la no escasa lista de los apresurados
oficiantes de los funerales del cristianismo. Ambienteparecido reinaba
también en las otras grandes instituciones parisinas de enseñanza.

A Ozanam le toca vivir además en la Francia políticamente inestable.


Nace en los ocasos del tiempo de Napoleón; crece niño bajo Luis XVIII -
1814-1824- y bajo su Carta Constitucional; vive su primera juventud en
tiempos de Carlos X -18241830- y de sus ordenanzas de censura y de
restricción del voto, con final revolucionario en julio del 1830; madura
su juventud universitaria y sus primeros años de profesor bajo Luis
Felipe de Orleáns —1830-1848-, el rey que favorece el triunfo de la alta
burguesía y que termina huyendo ante la revolución de julio de 1848,
instauradora la República. Y Ozanam vive su última y breve etapa bajo
la República y, ya bastante enfermo, se asoma a los sospechosos inicios
(diciembre, 1851) del régimen de Napoleón III.

Un tímido joven contestatario


No es fácil imaginarse la energía de este joven desgarbado, tímido y
afectuoso llamado Federico Ozanam. El señor Coulet lo admitió, en
Lyon, como pasante en su bufete de abogado. Ozanam tenía diecisiete
años. La mayoría de sus compañeros se jactaban de impíos, libertinos y
aficionados parroquianos de lugares no recomendables. Ozanam se
sonrojaba y callaba, pero por dentro se iba llenando de protestas. Y, de
pronto, él -el tímido, el más joven del grupo- se enfrentó a ellos y
desenmascaró sus bromas lascivas y su ignorancia. Razonable,
comprensivo, pero firme y seguro de sí y de sus principios. Y, desde
aquel día, los compañeros criticados comenzaron a respetar a quien
hasta entonces consideraban como un niño débil e inexperto. Quien no
paga impuestos al qué-dirán, se levanta liberado y respetable en medio
de la asamblea de los sumisos libertinos.

Léonce Curnier, en su obra sobre “La juventud de Ozanam”, premiada


por la Academia francesa, cuenta otro incidente parecido. “Era a fines
de 1830. Estábamos en clase de dibujo colocados uno cerca del otro,
rodeados de jóvenes disolutos e impíos. Sufríamos al escucharlos, pero,
agobiados por el número, callábamos. Un día las cosas llegaron a tal
punto que ambos protestamos al mismo tiempo.

Ozanam se puso de pie. Me parece ver aún esa fisonomía y escuchar


esa palabra de la que no había conocido hasta entonces sino la
modestia y la timidez, animarse, inflamarse, ordenar, imponer silencio.
Con una voz firme, pero reprimida, hizo orgullosamente su profesión de
fe cristiana y católica, pero, dueño de sí mismo, no dejó escapar
ninguna palabra ofensiva para aquellos pobres extraviados. Estos
callaron…”. Y Leónce Curnier comenta: “Estaba en el destino de
Ozanam preservar o retirar del mal y de la incredulidad a muchos
jóvenes de su siglo. Tal vez yo fui el primero a quien salvó del
naufragio”.

Otra polémica de mayor calado ideológico tuvo lugar en estas fechas.


Los discípulos de Saint-Simon habían llegado con su socialismo utópico
a Lyon. Su ruidosa propaganda estaba obteniendo eco significativo en
el periódico liberal “El Precursor” y entre una parte del pueblo lyonés.
Ozanam tomó su pluma y se dispuso a desenmascarar a los pseudo-
progresistas de aquellos días. Envió sus artículos al “Precursor”
advirtiendo: “No puede esperarse de un joven de dieciocho años una
obra perfecta. Así pues, si he fallado en algo, achacadlo no a la causa
que defiendo, sino a mi juventud y a mi impericia “. El periódico
publicó sus artículos y prometió rebatirlos posteriormente. La misma
promesa hizo su gemelo ideológico “Le Globe”. Pero ninguno de ellos
cumplió su palabra. Ozanam era sólido en sus razonamientos y no era
fácil de rebatir. Los amigos, por su parte, le pidieron que ampliara sus
artículos y los diera a la imprenta en un breve libro. Y así lo hizo. Fue
su primer escrito de cierta importancia. Y, aunque obra típicamente
juvenil, Lamartine, Chateaubriand y el periódico de Lamennais lo
felicitaron con calor. Eran las primeras protestas de Ozanam, una
forma de ensayo de otras mayores.

“Empezamos a tener barba…”


Ozanam llega a París, para realizar sus estudios, a finales de 1831.
Tiene dieciocho años. París es, para el recién llegado, una Babilonia
desagradable: “Su frialdad me hiela, su corrupción me mata “. Con los
años, la terminará amando. Pero estos primeros tiempos de su estancia
en París los refleja bien una carta dirigida a su madre: “Tildados de
beatos por compañeros impíos, de liberales y temerarios por gente” de
edad provecta; asaltados por controversias y disputas en que falta la
caridad y abunda el ` escándalo, rodeados de partidos políticos que,
porque empezamos a tener barba, quisieran arrastrarnos a su camino
trillado… “.

Y, en medio de sus estudios, Ozanam llevará a cabo, en estos primeros


tiempos, los inicios de tres tareas importantes: la defensa de la fe en ‘
la Universidad, la fundación de las “Conferencias de San Vicente de
Paúl” y la creación de las Conferencias Cuaresmales en Notre Dame.
En la Universidad de La Sorbona el ambiente anticatólico era ya un
clima naturalizado. La mayoría de los profesores oficiaban como
enterradores del cristianismo. No había protestas. Entre los alumnos,
unos aplaudían con fervor y otros callaban dominados por el miedo al
ridículo. La anónima dictadura reinaba sin obstáculos y era
omnipresente. Ozanam y algunos amigos, comenzaron a hacer
preguntas y a escribir protestas. Y los profesores, acostumbrados a la
sumisa docilidad de la mayoría, ahora se vieron obligados a leer
públicamente las objeciones de Ozanan y de su grupo de amigos. “En
nuestras filas, de día en día más pobladas, -escribe Ozanam a
Falconnet el 10 de febrero de 1832- tenemos jóvenes generosos que se
han consagrado a esta alta misión, que es también la nuestra. Cada vez
que un catedrático levanta la voz contra la revelación, voces católicas
se levantan también para responder. Algunos estamos unidos para este
fin. Dos veces he participado ya en esta noble tarea, dirigiendo mis
objeciones escritas a estos señores. Nuestras respuestas, leídas
públicamente en clase han producido efecto en el catedrático, que casi
se ha retractado, y en los oyentes, que han aplaudido. Lo más útil de
esta obra es, no sólo demostrar a la juventud que se puede ser católico
y tener sentido común, sino que se puede amar la religión, la libertad,
y sacar a los estudiantes de la indiferencia religiosa y acostumbrarlos a
la grave discusión de cuestiones serias “.

Otra obra importante y complementaria de la anterior fue la fundación


de las Conferencias Cuaresmales en Notre Dame. El catolicismo estaba
en Francia acallado. La burguesía había apostatado y las clases
empobrecidas se iban separando de la Iglesia atraídas por los diversos
socialismos. Por otra parte, al interior, las polémicas eran más
abundantes que la evangelización, y sectores influyentes estaban más
ocupados en soñar vanas restauraciones y alianzas con el trono que en
crear una alianza entre el evangelio y la clase obrera. El joven Ozanam
amaba a Jesucristo y amaba a su Iglesia. Al mismo tiempo, comprendía
las objeciones y resistencias de los oponentes. Nunca fue duro con ellos
como un Veuillot o, después, Montalembert. Ozanam recordaba su
propia experiencia: “He conocido todo el horror de las dudas que roían
mi corazón durante el día y durante la noche “. Pero esta
comprensión, que lo hacía amable y respetuoso, no lo hacía menos
firme en sus propósitos de defender y promover la fe. Pero, más que
atacar, era preciso proponer.

Ozanam había conocido a Lacordaire a través del periódico “L’Avenir”


y en la conferencias dadas en el Colegio Stanislas. Pero ahora, a
principios de 1833, decidió entrevistarse con él. Fue un largo encuentro
que los dejo unidos en una honda amistad. Lacordaire, que había sido
un ateo rabioso a sus veinte años, era, en este momento, un creyente
firme, celoso, y orador extraordinario. Tenía treinta años, diez más que
Ozanam. Al poco tiempo de esta entrevista, Ozanam se presentó, con
dos compañeros de Derecho, y con cien firmas de otros tantos jóvenes,
ante monseñor Quélen. ¿Qué iban a proponerle alarzobispo de París?
Que Lacordaire iniciara, ese mismo año, las Conferencias cuaresmales
en Notre Dame. Pero la condena de Gregorio XVI y su encíclica “Mirari
Vos” -1832- contra el periódico “L’Avenir” de Lamenais, y en el que
colaboraba Lacordaire, estaba reciente. El arzobispo, que los acogió
con amabilidad y aplaudió su celo, no les hizo caso ese año. En lugar
del joven sacerdote Lacordaire, siete sabios y aburridos eclesiásticos
dieron las Conferencias ese año. Pero Ozanam y sus jóvenes amigos
siguieron insistiendo y, dos años más tarde, lograron su propósito. Y ese
año, con Lacordaire en el púlpito, la catedral de París no tenía
capacidad para tantos asistentes. “Nos parecía estar asistiendo -
escribe Ozanam- no a la resurrección de la catolicidad, porque ella no
muere, pero sí a la resurrección religiosa de la sociedad”. Así nacieron,
por obra del joven Federico Ozanam, las famosas Conferencias de
Notre Dame que aún se siguen dando, cada cuaresma, en la catedral de
Paris. ¡Y estas obras de amor al evangelio, a la sociedad y a la Iglesia,
las emprendía Ozanam cuando tenía veinte años!

Las Conferencias de San Vicente de Paúl


La obra mayor emprendida por Ozanam y sus jóvenes amigos, fue la
fundación de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Hoy están
extendidas en 132 países. En 1845, año de su aprobación pontificia, sus
miembros eran más de mil. Y existían ya 44 Conferencias en el
extranjero, dos de ellas en América: una en México y otra en Quebec.
Hoy son cientos de miles en el mundo.

Unos meses ante de su fallecimiento, dirá Ozanam a los socios de


Florencia: “Os halláis ante uno de aquellos ocho estudiantes que, hace
veinte años, en mayo de 1833, se reunieron por primera vez, al
amparo de la sombra de San Vicente, en la capital de Francia.
Sentíamos el deseo y la necesidad mantener nuestra fe en medio de las
acometidas efectuadas por las diversas escuelas de los falsos profetas.
Entonces fue cuando nos dijimos: ¡trabajemos! Hagamos algo que esté
conforme con nuestra fe. Pero, ¿qué podíamos hacer para ser católicos
de veras sino consagrarnos a aquello que más agrada a Dios?
¡Socorramos, pues, a nuestro prójimo como lo hacía Jesucristo!…
Unánimes en este pensamiento, nos juntamos ocho. Sí, realmente para
que Dios bendiga nuestro apostolado, una cosa falta: obras de caridad.
La bendición de los pobres es la bendición de Dios “.

Después de las discusiones en las Conferencias de Historia, ésta era la


mejor apologética. Pero, había dos motivaciones anteriores: la
conservación y fortalecimiento de la fe y de la amistad de los jóvenes
participantes y la acción a favor de los pobres. “El fin de la sociedad es
formar una agrupación o asociación de mutuo aliento para los jóvenes
católicos, donde se encuentre amistad, apoyo, ejemplo, un sustituto
de la familia donde se ha crecido… Después, el lazo más fuerte: la
caridad, es el principio de una verdadera amistad, y la caridad no
puede existir sin expandirse hacia el exterior… Si nos damos cita bajo
el techo de los pobres, es menos por ellos que por nosotros, es para
hacernos amigos” (Carta a Courier, 4, noviembre, 1834). “El objetivo
de la sociedad —escribe Ozanam a Lallier el 11 de agosto de 1838- es,
sobre todo, caldear y extender entre la juventud el espíritu del
catolicismo. A tal fin, la asiduidad a las reuniones, la unión de
intenciones y de oraciones son indispensables. La visita a los pobres
debe ser el medio y no el fin de la Sociedad”. Pero, en su discurso en
Livorno, el primero de mayo de 1853, Ozanam formula de otra manera
el objetivo de la Sociedad. Dice: “Tiene un solo fin: santificar a sus
miembros en el ejercicio de la caridad y socorrer a los pobres en sus
necesidades corporales y espirituales “. El encuentro con, los pobres
los ha ido llevando, poco a poco, a una formulación madura de las
finalidades de la Sociedad.
Así nacieron, apoyadas en estas intenciones, las Conferencias de San
Vicente de Paúl. La Iglesia tiene dos cosas que conservar: el credo y el
cuidado de los pobres. Pero, para conservar vivo el primero es
necesario el segundo. El Padre y el pobre están indisolublemente
unidos en el Reino anunciado por Jesucristo. Cuidar al pobre es la
forma de mantener la fe y es la mejor apologética, la que todos
entienden. Y estos jóvenes, dirigidos por el señor Bailly y animados por
el celo de Ozanam, se pusieron a servir a los pobres. Pues, como lo dirá
Ozanam unos años después en carta a Lallier: “La cuestión que hoy
agita al mundo en nuestro entorno no es una cuestión de personas, ni
una cuestión de formas políticas… es una cuestión social. Es la lucha de
los que no tienen nada y de los que tienen demasiado, es el choque
violento entre la opulencia y la pobreza. El deber, para nosotros los
cristianos, es el de interponemos entre esos enemigos
irreconciliables… para que la igualdad se opere en cuanto sea posible
entre los hombres “.

Hasta ahora, la caridad organizada había estado en manos de los


clérigos. Ahora, de manos de Ozanam y los suyos, la caridad se
“desclericaliza”, se hace laica y autónoma, y no por eso menos
eclesial. Pero, ¿qué pretenden estos jóvenes reunidos en la nueva y
creciente Sociedad? ¿Sólo distribuir limosnas? Ellos conocía las diatribas
de no pocos contra la limosna. (Curiosamente los opuestos a la limosna,
siempre se hallan entre quienes no la necesitan). Ozanam y los suyos
sabían que la limosna no tiene por objetivo arreglar la cuestión social,
que sólo intenta ayudar a solucionar problemas de emergencia de
personas, familias o grupos. Sabían que el que no tiene hoy para comer
no se puede alimentar con teorías futuristas. La asistencia, la
promoción y la liberación se complementan, no se estorban. Ozanam y
los suyos sabían estas cosas. Además, como él mismo lo
expresa, “creemos en dos tipos de asistencia: una la que humilla a los
asistidos, y otra la que los honra… La asistencia honra cuando une al
pan que alimenta, la visita que consuela, el consejo que ilumina, el
estrechamiento de manos que levanta el ánimo… Cuando se trata al
pobre con respeto, y no sólo como a un igual, sino como a un superior,
como a un enviado de Dios para probar nuestra justicia y nuestra
caridad” . Por eso, estos primeros jóvenes de la Sociedad de San
Vicente, y después sus sucesores, no crearán una asistencia
burocrática, anónima y fría. Para ellos será esencial el contacto de
persona a persona. Sin ese contacto, el espíritu vicenciano de las
Conferencias se perdería.

Y, una vez comenzado ese contacto personal ya no se sabe a dónde


vamos a ser conducidos. Normalmente se inicia un proceso de
encuentro, no sólo con el pobre, también con un Jesucristo vivo y
sufriente y con las causas estructurales de la pobreza. “Y nosotros,
querido amigo, ¿no haremos nada para imitar a esos santos que tanto
amamos? -escribe Ozanam a Luis Janmot, en 1833-. Si no sabemos amar
a Dios como lo amaban aquellos santos, eso, sin duda, deber sernos
objeto de reproche. Parece que hay que ver a Dios para amarle, y sólo
vemos a Dios con los ojos de la fe, ¡y nuestra fe es tan débil!. Pero a
los hombres, pero a los pobres, a ellos los vemos con los ojos de la
carne. Allí están, y podemos meter el dedo y la mano en sus llagas, y
las huellas de la corona de espinas están visibles en su frente. Aquí ya
no tiene cabida la incredulidad. Deberíamos caer a sus pies y decirles
como el apóstol: Tu es Dominus meus et Deus meus (tú eres mi Señor y
mi Dios). Vosotros sois nuestros amos y nosotros seremos vuestros
servidores, vosotros sois las imágenes visibles de ese Dios a quien no
vemos y, no sabiendo amarle de otra manera, la haremos en sus
personas “. Y aquello que comenzó como asistencia crecerá, sin
dejarla, hacia horizontes y medios de cambio social.

Como lo resumirá Ozanam, después de muchas visitas a las casas de los


heridos de la sociedad: “Dios no crea a los pobres, es la voluntad
humana la que crea a los pobres… La ciencia del bien social y de las
reformas bienhechoras no se aprende tanto inclinado sobre los libros o
sentado al pie de la columna política, sino subiendo a los pisos del
pobre, sentándose a su cabecera, sufriendo el frío que él sufre y
compenetrándose con el secreto de su corazón desolado y de su
conciencia arruinada. Solamente cuando se ha estudiado así al pobre,
en su casa, en el taller, en las ciudades, en los campos… solamente
entonces, armados con todos los elementos de tan formidable
problema, empezamos a comprenderlo y podemos pensar en resolverlo
“.

Ozanam y los suyos, antes que Marx, descubrirán las trampas de los
grupos superenriquecidos e hipócritas, cuyo liberalismo de tiburones y
cuyas leyes dejan el paisaje francés lleno de cadáveres. Serán testigos
de “la lucha de los que no tienen nada y de los que tienen demasiado,
el choque de la opulencia y de la pobreza” y buscarán, con todos su
medios “que la igualdad se opere, en cuanto sea posible, entre los
hombres”. Pero se trata de una igualdad que sea más real que la de los
códigos. Ozanam y los suyos saben que la ley es igual para todos. Es
decir, que si un anciano de setenta y cinco años y un joven de veinte
compiten en la misma carrera, los jueces serán imparciales y darán el
premio a quien gane. Los obstáculos del terreno son los mismos y ¡la
ley es igual para todos!

Saben que la ley no prohibe que los niños de los burgueses y los niños
de los proletarios trabajen jornadas agotadoras de más de doce horas
diarias. ¡La ley es igual para todos! Pero saben que sólo los niños de los
pobres sufren esos horarios mortales. Además, la clase obrera no puede
defenderse. El “laisser faire-laisser passer” no es para ellos. La
Revolución Francesa, por medio de la ley Chapelier les prohibía
organizarse, y esa ley sigue vigente. Ozanam, en cambio, promoverá el
derecho de los obreros a organizarse en sindicatos para la defensa de
sus intereses y necesidades. Y lo hace cuando eso no estaba de moda,
cuando Felipe de Orleáns y su ministro Guizot lanzaban el lema
“¡enriqueceos!” para beneficio de las clases pudientes.

Las Conferencias de San Vicente de Paúl, a través de la visita personal


.y de la asistencia urgente, aprendieron a ir más allá -sin dejar la
asistencia-, a examinar las causas de la miseria, a crear instituciones
escolares, de oficios, de salud -y a promover reformas sociales, fueron
dejando que el pobre, a partir de sus heridas, les enseñara a pensar, a
vivir y a actuar. “Quisiera… -escribirá Ozanam-abrir escuelas
nocturnas, dominicales e inaugurar en los barrios de París tantos..
Centros de Artes y Oficios, tantas Sorbonas populares como fueran
necesarias para que el hijo del . obrero encontrara, como los hijos de
los médicos o de los abogados, el tesoro de una enseñanza
superior‘. Pero, . para pensar en el bien de los pobres, para servirlos
hace falta que “aprendamos … el olvido de nosotros mismos,
la abnegación en el servicio de Dios y en provecho del prójimo y esa
santa parcialidad que concede mayor amor a todo aquel que sufre
más” (Ozanam en la Asamblea General de las Conferencias, en 1848).
En la lucha entre la opulencia y la pobreza no podemos ser imparciales,
los pobres nos enseñan a estar, con “santa parcialidad”, de su lado. Así
lo aprendió y lo vivió Federico Ozanam, y también sus Conferencias de
San Vicente de Paúl. “La caridad -escribe a Cournier, 29, octubre,
1835- es un a tierna madre que tiene los ojos fijos sobre el niño que
lleva en su regazo, no piensa en sí misma y olvida todo por amor”.

La palestra de la prensa
Ozanam fue, desde sus primeros anos, un asiduo periodista. Entre
estudios, diversos trabajos, clases, investigaciones, servicio a los
pobres, sacaba tiempo para escribir en los periódicos. En algún
momento de cansancio, Lacordaire le aconsejaba: “Hay que tener buen
cuidado de no abandonar la pluma. Sin duda, el oficio de escribir es
duro, pero la prensa se ha vuelto demasiado poderosa para abandonar
el puesto. Escribamos, no por la gloria, sino para Jesucristo.
Crucifiquémonos a nuestra pluma. Aunque nadie nos leerá dentro de
cien anos, ¿qué importa? La gota de agua que llega al mar no por eso
dejó de contribuir a formar el río, y el río no muere….”. Pero, además
de participar en los más variados medios, en 1848 fundó, con algunos
amigos, un nuevo periódico: “L’Ere Nouvelle” (La nueva era).

La madurez de Ozanam y la situación política y social se entrecruzan en


sus páginas. La revolución de febrero de 1848 acababa de instalar la
República. Ozanam tiene las ideas claras: es católico, es demócrata, es
republicano, pero más allá de los cambios políticos, sabe que la
cuestión social es la verdadera cuestión. Hasta aquí lo han traído los
pobres. Y ése es su punto de interés, su pasión y su padecimiento. Es
un verdadero católico socialdemócrata. Por otra parte, quiere a una
Iglesia libre de ataduras con los poderes políticos y pide para ella las
libertades básicas. Para conjuntar estos puntos hay que dar un paso
fuerte: “pasarse a los bárbaros”, aliarse con las clases necesitadas.
Sobre todo, de estos temas escribe en “L’Ere nouvelle”.

Como lo dirá el programa de promoción del periódico: “Todo el mundo


ve que hay en Francia dos fuerzas poderosas: Jesucristo y el Pueblo. Si
estas dos fuerzas se dividen, estamos perdidos. Si se entienden todo
podrá salvarse… Pedimos para nosotros y para todo el mundo las
libertades que, hasta hoy, nos han sido negadas. Pedimos, pues, la
libertad de educación, de enseñanza, de asociación, sin las cuales las
otras libertades son incapaces de formar hombres y ciudadanos”. Pero
Ozanam no tiene nada que ver con “el viejo liberalismo que tuvo
siempre más odio a la religión que amor a la libertad”, él plantea la
necesidad de las libertades desde su convicción cristiana. También por
sus opiniones será atacado por los algunos católicos que, con los ojos
en la nuca, soñaban con resucitar el pasado con sus viejas alianzas. A
su amigo Foisset le escribe en septiembre de este año retratando la
postura de esos católicos: “No tenemos bastante fe, queremos
restablecer la religión por vías políticas, soñamos con algún
Constantino que de un solo golpe lleve a los pueblos al redil… Pero las
conversiones no se logran por medio de las leyes, sino por las
conciencias que hay que conquistar una a una…”.
Y Ozanam mantendrá esta postura hasta el final. A Dufieux le escribe a
fines de 1849: “Mi querido amigo, a excepción del arzobispo y de un
puñado de hombres de su entorno, sólo se ven personas que sueñan con
una alianza entre el trono y el altar. Veo que se paraliza ese bello
movimiento de vuelta y conversión que había hecho la alegría de mi
juventud y la esperanza de mi edad madura “. Y, en una carta a
Dufresne (21, febrero, 1851) escribirá: “La verdad no teme las
persecuciones del poder y no necesita de sus favores. Usted confirma
esa separación de lo espiritual y de lo temporal que, según mi opinión,
es la única capaz de asegurar el triunfo de la Iglesia. Todos esos
principios no son inútiles ya que tantas buenas conciencias ponen su
confianza en los apoyos que la Providencia tuvo que romper, para
instruirnos -y cita en latín el Salmo 19, 8- unos confian en sus carros,
otros en sus caballos; nosotros invocamos el Nombre del Señor “.

En lugar de esas viejas y paganizadas alianzas, Ozanam propone la


alianza que nunca debió de romperse o descuidarse: la alianza de la
Iglesia con el pueblo, con el bien de los pobres. El 10 de febrero de
1848 escribía un largo artículo en “Le correspondant” sobre “Los
peligros de Roma y sus esperanzas”. En este artículo decía a sus
contemporáneos católicos: “Sacrifiquemos las repugnancias y los
resentimientos para volvernos a la democracia, hacia el bien del
pueblo que no nos conoce, sigámosle no sólo con la predicación, sino
con nuestro bien obrar. Ayudémosles no sólo con la limosna que obliga,
sino también con nuestros esfuerzos para obtener la creación de
instituciones destinadas a liberarlos y a hacerlos mejores. Vayamos,
por tanto, hacia ese pueblo que tiene muchas necesidades y pocos
derechos y que, si se deja arrastrar por malos jefes, es porque
nosotros no les ofrecemos otros mejores… pasémonos a los bárbaros
para arrancarlos a la barbarie y hacerlos dignos y capaces de poseer la
libertad de los hijos de Dios “. Y, en carta a Foisset, unos días después,
le dice: “Cuando digo vayámonos a los bárbaros no quiero decir:
pasémonos a los radicales… Ir a los bárbaros es pasar del campo de los
hombres de Estado de 1815 para ir al pueblo… el cual tiene muchas
necesidades y muy pocos derechos… En el pueblo es donde veo
suficientes restos de fe y de moralidad para salvar a una sociedad
cuyas clases altas están perdidas… Si no es lícito esperar cosa alguna
de estos bárbaros, estamos al fin del mundo… Sacrifiquemos nuestras
repugnancias y nuestros prejuicios y volvamos a la democracia, hacia
ese pueblo que no nos conoce “.

Ozanam sabe -como se lo expresa a su hermano Alfonso en marzo de


1848- que “detrás de la revolución política hay una revolución social,
detrás de la cuestión de la república, que no interesa más que a los
letrados, están las cuestiones que interesan al pueblo, por las cuales
se ha armado, los problemas de la organización del trabajo, del
descanso, del salario. No hay que creer que se pueda escapar de estos
problemas. Si se cree que se dará satisfacción al pueblo con asambleas
primarias, con consejos legislativos, con magistrados nuevos, con un
presidente, eso será un grave error, y , de aquí a diez años y tal vez
antes, se volverá a comenzar “.

Por eso, en esta alianza con el bien del pueblo, Ozanam propondrá el
sufragio universal, el derecho al trabajo, el derecho a crear
asociaciones o sindicatos obreros, el impuesto progresivo, las libertad
de enseñanza, los derechos básicos de la persona no sometidos a
decisiones gubernamentales, y propone medios para hacer todo esto
realizable. A las clases pudientes les advierte abiertamente: “Habéis
aplastado la revolución, pero os queda otro enemigo que no conocéis
bastante y del que he tomado la resolución de hablaros hoy: la miseria
“. Y la miseria no se resuelve con simples cambios de fachada política.
Pero Ozanam es escasamente escuchado por sus contemporáneos.
Muchos de ellos, también entre los católicos, lo atacan. Les da miedo
la nueva alianza que propone Ozanam. “Pasarse a los bárbaros” supone
demasiados cambios. Ozanam le dice a su amigo Foisset -24 sept. 1848-
: “Me encuentro fatigado por las controversias que diariamente agitan
a París, me siento destrozado por el espectáculo de la miseria que lo
devora” . Y, entre el estruendo de las polémicas, los ataques y las
dificultades financieras, el periódico “L’Ere nouvelle” dejará de
publicarse. Ozanam le dirá el 24 de abril de1849 a Tommaseo: “Todo
nos da pie a pensar que los principios propagados por L ‘Ere nouvelle
germinarán en silencio y que nuestros esfuerzos encontrarán
continuadores mejores que nosotros “.

“Me permito ser feliz”


El 23 de junio de 1841, Federico Ozanam y Amelia Soulacoix contraen
matrimonio en Saint Nazier de Lyon. A los pocos días, le escribe a su
amigo Lallier: “Al cabo de cinco días que estamos juntos, me permito ser
feliz. No cuento ni los momentos ni las horas… La felicidad, en el
presente, es la eternidad, yo comprendo el cielo, ayúdame a ser bueno y
agradecido “. Es el mismo Ozanam que se creía de “corazón curtido” y
que lamentaba el matrimonio de sus amigos por miedo a que
disminuyeran su ardor en el servicio de los pobres. El mismo Ozanam
que había pensado seriamente sobre su posible vocación al sacerdocio.
Pero éste era su camino y por el avanzará, de la mano de Amelia, los
doce años que le quedan de vida.

¿Lyon o París? Esta fue una de las primeras decisiones que tomaron
juntos. En Lyon, con su cátedra de Derecho Mercantil y con la de
Literatura Extranjera en la Universidad, Ozanam tenía unas entradas
económicas holgadas. En cambio, las que recibiría en la Sorbona como
profesor suplente eran mucho menores. Abandonar Lyon por París era
dejar lo seguro por lo precario. J.J.Ampére lo animaba a irse a la capital
como teatro ideal para sus tareas educativas, religiosas, como
investigador, escritor, como miembro y animador de las Conferencias de
San Vicente. Ozanam coincidía con Ampére, pero no quería decidirse
sin contar con Amelia. ¿Abundancia o escasez? Amelia escogió la
escasez de París frente a la seguridad de Lyon. Era su apuesta y su
apoyo por el futuro común y por las brillantes posibilidades de Ozanam.
Y no se equivocaría en su elección.

Amelia sufrió dos abortos. Uno en mayo del 1842 y otro en abril del año
siguiente. Y necesitó de una larga convalecencia. A fines de julio se va
con su padres a Lyon y Ozanam le escribe todos los días. Pasan juntos
del 13 de agosto al 24 de septiembre, y Ozanam regresa solo a sus
tareas de la Sorbona. De nuevo le escribe todos los días. Amelia se
detiene porque su hermano escultor le está haciendo un busto. “¿No te
dascuenta de que te amo infinitamente? ¿No sientes que es mucha
separación, que es demasiado?”, le escribe Ozanam el 6 de octubre.
Pocos días después, el 21 de ese mes, Amelia regresa a París… Por fin,
en la noche del 23 al 24 de junio de 1845, Amelia da a luz una niña, a la
que llamarán María. Y la casa se llena de júbilo. “Ya soy padre -escribe
Ozanam el mismo día 24-… Soy depositario y guardián de una criatura
inmortal. Ansío ver su bautismo, que va a tener lugar mañana; luego
seguiré, uno a uno,: todos sus pasos, veré nacer todas las gracias de su
infancia y, cuando la tenga en brazos, pensaré que en ella hay un alma
inmortal hecha para Dios y para la eternidad. Estas reflexiones me
conmueven hasta las lágrimas y me dejan confuso. ¡Ah, qué momento
cuando arrodillado al pie de mi Amelia he visto su último esfuerzo y, al
mismo tiempo, a mi hija aparecer a la luz “.

En el quinto aniversario de su boda, 23 de junio de 1846, Ozanam


escribe a su suegro: “Estoy más prendado, más apasionado, más infantil
que nunca; no puedo bendecir bastante a los buenos padres a quienes
debo este tesoro “. Ozanam tuvo lo dicha de casarse con la mujer a la
que amaba y de amar a la mujer con la que se había casado. Las cartas
dirigidas a Amelia en las breves ausencias, los viajes juntos, los detalles
diarios y especiales en cada aniversario, la armoniosa convivencia, la fe
cristiana vivida juntos, la relación con sus respectivas familias y con los
amigos, la educación de su hija, todo los fue uniendo con lazos cada
días más fuertes. Es difícil encontrar un esposo más enamorado, más
detallista, agradecido y considerado que Ozanam. Y su esposa, Amelia,
no se quedó atrás. En su hogar, no se competía sobre quién manda,
sobre quién tiene la última palabra, se competía sobre quien amaba
más.

“Jamás dejó la oración”


Nada se improvisa. En la vida de Ozanam, todo es gracia y todo es fiel
colaboración. Desde muy joven decidió consagrar su vida a la verdad e
hizo grandes planes para mostrar el rostro civilizador del cristianismo
desde los tiempos de los bárbaros. Parte de ese programa lo llevó a
cabo especialmente en sus libros mayores. Los pobres lo condujeron al
servicio encarnado y perseverante, y también a descubrir las causas de
la pobreza y a actuar sobre ellas. Y, antes y más allá de sus múltiples
actividades, Ozanam enraizó su vida en el trato diario con Jesucristo.
Como lo atestiguó su esposa Amelia: “Jamás dejó la oración. No le he
visto nunca levantarse sin hacer la señal de la cruz. Por la mañana
hacía una lectura de la Biblia, en versión griega, que meditaba durante
media hora “. Es decir, leía asiduamente el Nuevo Testamento, y sus
cartas, con sus múltiples citas, nos muestran que, además, conocía
muy bien el Antiguo Testamento. Su vida y sus textos saben a
cristianos, tienen el sello de un hombre de oración y de sacramentos. Y
no guardaba su fe para momentos especiales o privados. Cualquier
ocasión le era propicia para confesarla. Cuando en la descreída
Sorbona, algún alumno de buen humor sustituyó “Curso de Literatura
Extranjera” por “Curso de Teología”, Ozanam se sonrió con gracia y, al
terminar la clase, dijo a sus alumnos: “Señores, no tengo la honra de
ser teólogo, pero tengo la fortuna de creer y de ser cristiano, y siento
la ambición de poner toda mi alma, todo mi corazón y todas mis
fuerzas al servicio de la verdad”. Pero él sabía, humildemente, como
se lo dice a su esposa, que “la verdad no necesita de mí, yo necesito de
ella”. “He deseado dedicar mi vida al servicio de la fe -escribe a
Dufieux en julio de 1850- pero considerándome como un servidor
inútil, como un obrero de última hora, a quien el dueño de la viña
recibe por caridad”. Pero Ozanam, como se lo confiesa al mismo
Dufieux, no pertenece al grupo de quienes pretenden defender la fe a
base de gritos, o más “para exacerbar las pasiones de los creyentes que
para convencer a los incrédulos”; él sintoniza con quienes buscan, “en
el corazón humano, todas las cuerdas secretas que han de acercarlo al
cristianismo, despertar en él el amor por lo verdadero, lo bueno y lo
bello, para mostrarle, en seguida, la fe revelada “. Quien sabe que la
fe le ha sido regalada no la usa como mérito personal y como un arma
contra nadie, agradecido la ofrece a los demás como su mejor
posibilidad. “Aprendamos, ante todo, a defender nuestras posiciones
sin odiar a nuestros adversarios, a amar a los que piensan de otra
forma que nosotros “. Como lo expresará Lacordaire: Ozanam “era una
imitación constante de nuestro Señor Jesucristo que no quebró la caña
encorvada” Oraba, leía el Nuevo Testamento, lo meditaba y lo hacía
vida propia. Dios tenía la primacía en su vida. Como lo rezará con
frecuencia: “Señor, quiero lo que vos queréis, lo quiero como vos lo
queréis, lo quiero cuando vos lo queréis, lo quiero porque vos lo
queréis “.

Aprender a sufrir
Viendo las actividades, clases, visitas a los pobres, libros, artículos en
la prensa y de más actividades de Ozanam, podríamos imaginar a un
hombre joven y lleno de vigor físico. Pero nos engañaríamos. Ozanam
nunca gozó de una buena salud. Y, de 1846 hasta su muerte en 1853, su
salud fue empeorando, aunque dejándole aún intervalos y capacidad
para múltiples actividades En 1846 su estado se agrava y sufre de
fiebres intermitentes con hemorragias de vesícula. Los médicos le
aconsejan descanso y cambio de clima. Y, con una encomienda oficial
de investigación en el extranjero, emprende con Amelia y la pequeña
María un viaje por varias ciudades italianas hasta desembocar en Roma.
En marzo del 47 son recibidos allí por el Papa Pío IX. Hablan de las
Conferencias, de la Obra de la propagación de la Fe -a la que Ozanam
había ayudado no poco- de la situación del catolicismo en Francia…
Ozanam sale reconfortado. Otras ciudades, algunos días en Bélgica y
Alemania, y regresan a París. Ozanam está mejorado y la Sorbona y un
número cada día creciente de alumnos esperan, de nuevo, sus clases.

La revolución de 1848 y el exceso de actividad durante ese período


vuelven a empeorar la salud de Ozanam. Sin embargo, en abril, durante
los días de la peste -que se lleva 16 mil parisinos- no deja de visitar a
los necesitados, anima a los miembros de las Conferencias en su
esforzado trabajo a favor de los apestados y, por las tardes, sigue con
sus clases en las barriadas más pobres. Pero en el otoño de 1849 vuelve
a empeorar y debe, nuevamente, guardar reposo. Un breve viaje por
Bélgica lo distrae y lo entretiene. En noviembre, ya en París, Ozanam
se siente turbado e inseguro a causa de su enfermedad. Le escribe a
Ataud, médico y amigo: “Dime si puedo volver al trabajo y hasta qué
medida; si debo comportarme como un hombre que puede todavía
contar con el futuro… y, sobre todo, querido amigo, ruega por mí para
que, si Dios no quiere que le sirva trabajando, me resigne a servirle
sufriendo “.

En 1850 a Ozanam le toca sufrir, por parte de no pocos amigos, una


dura incomprensión. Algunos llegan a pensar que Ozanam se ha
desviado, que ha perdido u ocultado su fe. Se defiende sin animosidad
en algunas amistosas cartas. Pero el rumor sigue y se va haciendo
público. Ozanam prepara entonces un artículo para los periódicos, pero
animado por su amigo Cornudet, lo rompe y deja que su vida, mejor
que sus palabras, sea la que hable. Y vuelve a sus clases de la Sorbona,
cada día con mayor éxito y resonancia, publica su estudio sobre los
Poetas franciscanos, colabora en la prensa y sigue entusiasmado los
pasos de las Conferencias de San Vicente, su crecimiento constante y
sus trabajos. En el verano de 1851 viaja a Inglaterra con Amelia y con
Ampére. Pero la enfermedad sigue, como un ciego mastín, mordiendo
la vitalidad de Ozanam, igual que los males de la República acaban
sepultándola con el autogolpe de estado de Napoleón III de diciembre
del 51. Unos meses más tarde, por la Pascua del 52, Ozanam, debido a
la alta fiebre, debe guardar cama. Su pleuresía avanza. Los médicos le
prohíben toda actividad y le prescriben cambiar de clima. La familia
viaja con él hacia Bayona, y se interna, por España, hasta Burgos.
También aquí lo reciben los socios de las Conferencias y se interesa por
sus trabajos. Luego, por Francia, viajan de nuevo a Italia. Los
miembros de las Conferencias lo acogen, con amor y admiración, en las
diversas ciudades. La presencia de Ozanam y su forma de vivir la fe y el
amor a los pobres, los revitaliza. En Florencia lucha, entre las fiebres y
los acosos de su enfermedad, por el permiso del gran Duque para que
permita las Conferencias y, en Siena, sostiene una largo esfuerzo para
que sean fundadas. ¡Admirable Federico Ozanam cada día más enfermo
y, al mismo tiempo, obsesionado por el bien de los pobres y de la
juventud a la que desea enrolar en el trabajo de la Sociedad de San
Vicente!

Amelia avisa a los hermanos de la salud cada día más precaria de


Federico. Y vienen a su lado, primero Carlos, el médico, y después
Alfonso, sacerdote. En momentos de cierta serenidad, Ozanam, que no
sabe vivir sin trabajar, escribe páginas de su último libro: “Viaje al país
del Cid”, y páginas del que llegará a llamarse “El libro de los
enfermos”. Pero, para fines de agosto de 1853, la situación se agrava.
Y, desde Antignano, su última residencia, emprenden el viaje hacia
Marsella. Ozanam necesita apoyo para caminar, tiene las piernas
hinchadas y debe guardar cama casi continuamente, y el barco es
incómodo para su situación. Llegan a Marsella, pero casi
inmediatamente, en la tarde del 8 de septiembre, fiesta de la
Natividad de María, Ozanam fallece. “Dios mío, Dios mío, tened
compasión de mí”, ésas son sus últimas palabras. Y Ozanam, el amigo
de Jesucristo y de los pobres, entra en la Verdad que tiene rostro y por
la que había vivido y luchado.

“Pongo mi alma en manos de Jesucristo”


El 23 de abril de 1853, mientras estaba en la ciudad de Pisa, había
escrito su testamento. “Pongo mi alma en manos de Jesucristo, mi
Salvador… Muero en el seno de la Iglesia católica… He conocido las
dudas del siglo presente, pero toda mi vida me he convencido que no
hay reposo para el espíritu y el corazón más que en la fe de la Iglesia y
bajo su autoridad. Si atribuyo algún valor a mis estudios es que me dan
derecho a suplicar a todos los que amo que sigan fieles a una religión
donde he encontrado la luz y la paz. Mi máximo ruégo a mi familia, a
mi mujer, a mi hija, a mis hermanos y cuñados, a todos los que
nacerán de ellos es que perseveren en la fe, a pesar de las
humillaciones, los escándalos, las deserciones de las que serán
testigos.

A mi querida Amelia, que ha hecho la alegría y el encanto de mi vida y


cuyos cuidados tan dulces han consolado, desde hace un año, todos mis
males, le dirijo mis adioses cortos como todas las cosas de la tierra. Le
estoy agradecido, la bendigo y la esperaré. Solamente en el cielo
podré devolverle tanto amor como merece. Doy a mi hija la bendición
de los Patriarcas, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo. Me es triste no poder trabajar más tiempo en la obra tan
querida de su educación, pero la confio sin pena a su muy buena y muy
amada madre…

Y, después de nombrar a sus hermanos Alfonso y Carlos, a su suegra, a


su cuñado, a su tío, a sus primos, al sacerdote Noirot, al señor Ampére
y a sus amigos desde la juventud: Pessonneaux, Lallier, Dufieux,
termina su testamento diciendo: “También doy aquí las gracias a todos
los que me han hecho algún servicio. Pido perdón por mis prontos y
malos ejemplos. Y pido las oraciones de la Sociedad de San Vicente de
Paúl de mis amigos de Lyon. No ceséis en ella, aunque os digan que él
está en el cielo. Rogad siempre por él, que os ama mucho, pero que
necesita, mis queridos amigos, de vuestras oraciones. Y yo dejaré la
tierra con menos temor. Espero firmemente que no nos separemos y
me quedo con vosotros hasta que vengáis a mí. Que sobre todos
nosotros venga la bendición del Padre, del Hijo, y del Espíritu
Santo. Amén. “.

San Vicente de Paúl había dicho que “los que aman a los pobres
durante su vida no tendrán miedo a la muerte” y que “no podemos
asegurar mejor nuestra salvación que viviendo y muriendo al servicio
de los pobres en brazos de la providencia”. Y esta fue la gracia de la
tranquilidad de Ozanam. Cuando el sacerdote que le administró los
sacramentos de los enfermos y lo animaba a no tener miedo a Dios, le
respondió: “¿Por qué lo iba a tener si lo amo tanto?”. Y, sobre todo,
Ozanam sabía ¡cuánto lo amaba Dios!

“Un modelo de compromiso”


Sírvanme las palabras de Juan Pablo II – dichas en París el 29 de agosto
de 1997, durante la beatificación de Fenderico Ozanam- para terminar
estas sencillas “Anotaciones”: “Federico Ozanam amaba a los
necesitados. Desde su juventud tomó conciencia de que no bastaba
hablar de la caridad y de la misión de la Iglesia en el mundo; esto debía
traducirse en un compromiso activo de los cristianos al servicio de los
pobres… Hombre de pensamiento y de acción, Federico Ozanam sigue
siendo… un modelo de compromiso valiente, capaz de hacer oír una
palabra libre y exigente en la búsqueda de la verdad y en defensa de la
dignidad de toda persona humana”.

Por: Francisco Javier Fernández Chento

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