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El modelo analítico-vincular del grupo

The Analytical-binding Model of the Group

NICOLÁS CAPARRÓS

RESUMEN: Se describe la andadura del Grupo Analítico-Vincular, cuyos oríge-


nes se funden con el Grupo Operativo de Enrique Pichon-Rivière. Después se
analizan las diferencias que surgen a partir de una reelaboración de las no-
ciones que considero fundamentales para identificar el trabajo del grupo
desde el modelo analítico-vincular: Emergente, Tarea terapéutica y Vínculo
que, formuladas desde esta perspectiva, comportarán diferencias con las hi-
pótesis originales de Pichon-Rivière.
SUMMARY: This paper describes the history of the Analytical-Binding Group,
whose origins merge with those of E. Pichon-Rivière's Operational Group.
Next, there is an analysis of the differences that emerge from the reworking
of some notions that I consider essential to identify the work of the group
based upon the analytical-binding model: Emergent, Therapeutic Task and
Bond, which formulated from this perspective, brought about differences with
Pichon-Rivière's original hypotheses.
PALABRAS CLAVE: Modelo Analítico-Vincular, Grupo operativo, Vínculo, Tarea,
Emergente, Grupoanálisis, Grupo bioniano.
KEY WORDS: Analytical-Binding Model, Operational Group, Bond, Task, Emer-
gent Groupanalysis, Bionian Group.

Quizá sea la historia de este modelo, que se confunde con la mía pro-
pia, una buena contribución a la panorámica actual de la Historia de los
Grupos en España.
Mi primer contacto serio con la psicoterapia de grupo tuvo lugar en
1967, fecha en la que conocí a Armando Bauleo y a Hernán Kesselman que,
por aquel tiempo, se formaban con Enrique Pichon-Rivière en los Grupos
Operativos. Antes sólo había sabido de experiencias psicoanalíticas de
grupo tal y como se hacían en la Clínica Psicoanalítica Peña Retama y algún
retazo formal y académico en el curso de la especialidad en psiquiatría, allá
por los años 1964-65. Nada de eso me había dejado una huella duradera,
aunque mi curiosidad por los grupos se mantenía abierta.
Desde mi formación fenomenológica de psiquiatra y apenas iniciado
en el psicoanálisis, no conseguía adivinar qué sucedía en un grupo y qué

Caparrós, N. (2010). El modelo analítico-vincular del grupo.Teoría y práctica grupoanalítica. 1(0):49-59.

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consecuencias terapéuticas podía aquello tener. Recuerdo haberle plantea-


do al Dr. Enrique García Barrios –que por esos años, a los psiquiatras de la
Escuela de Psiquiatría de López Ibor, nos introdujo en grupos– una cuestión
tan ingenua como aplastante: ¿qué pasa en un grupo? No recibí una res-
puesta satisfactoria; en realidad, mi pregunta carecía de respuesta alguna,
sobre todo porque yo demandaba precisiones y, por qué no decirlo, recetas
y fórmulas que acallasen mi ignorancia.
La precisión mecanicista, el “Demonio de Laplace”, está reñida con el
psicoanálisis, también con la psicología y tal vez con casi todo. Pero el deseo
de medir acalla el malestar que acompaña a todo proceso del conocimiento.
El Grupo Operativo tuvo para mí un efecto fundamental, dio forma a
muchos deseos mal formulados que hoy podría resumir así: encuentro entre
la sociología –lo social– y la psicología –lo individual–; articulación que
tomó forma después en el libro Psicología y Sociología del Grupo (N. Ca-
parrós 1977). Pero también, debo decirlo, dotó de una cierta coherencia a mi
práctica, que por aquel entonces discurría en forma de mosaico... Tal cosa
parecían el enfermo, el paciente, el médico, el psicoanalista, la vivencia, la
interpretación, la psiquiatría, el psicoanálisis..., y las posibles suturas entre
todos estos elementos que semejaban a los pares antitéticos.
El grupo ha encontrado siempre sus raíces en una coyuntura social con-
creta. Sucedió en 1905 con Joseph Pratt, con quien toman forma los oríge-
nes terapéuticos del grupo sensu stricto, ante el problema de la tuberculosis
(Grinberg, Langer, Rodrigué 1977).
El mérito de Pratt residió en la utilización sistemática de las emociones
colectivas con fines terapéuticos.
Más tarde, sigue la saga social con Wilfred Bion, (1940, 1943, 1948a,
1948b, 1961) ya en la Segunda Guerra Mundial.
Un segundo acuciamiento, como lo fueron las neurosis traumáticas,
propició un nuevo impulso del psicoanálisis grupal. En la primera contienda
supimos del interés de K. Abraham (1918), S. Ferenczi (1916) y S. Freud
(1919d) por el mismo problema; pero, con Bion, la perspectiva del trata-
miento se traslada al grupo. El interludio 1914-18 había permitido a Freud
dedicarse a lo que luego se llamaron los Escritos metapsicológicos. La clí-
nica cedió paso a la reflexión, aunque no pudo sustraerse, al final, a las con-
secuencias traumáticas de la contienda.
El Narcisismo, como exponente del regolfamiento en las márgenes más
íntimas del sujeto, inaugura ese espacio metapsicológico que bien puede

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darse por terminado con Duelo y Melancolía. Yo/Omnipotencia, Pér-


dida/Herida narcisista. El territorio de las neurosis se ensancha con el nar-
cisismo y más tarde con la pulsión de muerte.
La clínica escasea, el dorado y autosuficiente Castillo de naipes, que así
llamó S. Zweig al Imperio Austrohúngaro, se desmorona: del Narcisismo a
la Melancolía. El grupo está todavía ausente, necesitado quizá de nuevos
conceptos propios de su ámbito. Por aquel entonces, faltan aún muchas no-
ciones metapsicológicas; la Segunda Tópica está por llegar. Y si esto es
cierto para el psicoanálisis clásico, lo es mucho más para el psicoanálisis
grupal, que corre el riesgo de importar, sin mayores precauciones, ideas que
emanan del análisis del sujeto a la problemática que procede del grupo.
Pasa el tiempo. En el hospital militar de Northfield (1942), cerca de
Birmingham, Bion y Rickman experimentaron el principio del grupo sin
líder, que consistía en organizar en pequeñas células a hombres considera-
dos inadaptados o inútiles. Cada grupo definía el objeto de su trabajo bajo
el patrocinio de un terapeuta, el cual apoyaba a todos los hombres del grupo
sin ocupar el lugar de un jefe, ni el de un padre autoritario. La experiencia
dio resultado, pero fue interrumpida porque atentaba contra el principio de
la jerarquía militar. Inexperiencia de Bion, incapaz en aquel entonces de
concitar el influjo decisivo del entorno.
Mal lugar, sin duda, para iniciar la experiencia; pero, al mismo tiempo,
un ejemplo más del imperativo de la urgencia social. En realidad, Bion creía
–más tarde pudo expresarlo de forma manifiesta– en la capacidad terapéu-
tica del grupo en cuanto estructura y ese es, en nuestra opinión, uno de los
rasgos diferenciales básicos, cuya paternidad le pertenece, de cualquier te-
rapia grupal.
Tras la experiencia fallida de Bion, S. H. Foulkes fue incorporado al
mismo hospital (donde trabajó de marzo de 1943 a enero de 1946). A dife-
rencia del primer experimento, su objeto no fue tanto el conservar los re-
cursos humanos para el ejército, sino rescatarlos como miembros valiosos
para la sociedad. (O. Martínez Azumendi, 2007). La urgencia social seguía
siendo el incentivo básico para los fundadores de la terapia de grupo mo-
derna. Las ideas iniciales de este autor se pueden encontrar en S. H. Foul-
kes (1946,1948).
No es éste el lugar para analizar en detalle las diferencias entre estos dos
autores, de importancia decisiva en los grupos psicoanalíticos, A. Ezquerro
(2004) aventura estos aspectos: «Foulkes pone mayor énfasis en la solida-
ridad, el amor y la empatía. […]. Bion parece más interesado en el conoci-

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miento y la observación intelectual, mientras que Foulkes parece preferir el


encuentro emocional. […] Bion afirmó que el grupo es esencial para una
vida plena, pero al mismo tiempo creyó que los problemas individuales no
podían ser tratados en el grupo. (Ontología en Bion, predominio de la clí-
nica en Foulkes, diríamos nosotros) […]».
Bion aportó mucho, directa e indirectamente, a lo que se puede enten-
der como proceso/estructura grupal, Foulkes extrajo más matices y suti-
leza de lo que fue su amplia experiencia clínica.
El caso del Grupo Operativo de Pichon-Rivière es el reflejo obvio de la
situación social en la Argentina de aquellos tiempos. Un país que no vivió
la Segunda Guerra Mundial y que incluso hizo de ella un espacio de enri-
quecimiento. La situación se fue enrareciendo de manera progresiva a tra-
vés de una serie de sucesos, en los que no podemos detenernos ahora, hasta
desembocar en el golpe de 1966 realizado por el general Onganía. La toma
del poder militar en el proceso civil argentino se hizo evidente tras este
golpe. Los movimientos obreros, sindicales y la importante fuerza intelec-
tual argentina vieron en “la calle” lo que hasta entonces podía analizarse a
mayor distancia. La Psicología Social y el propio psicoanálisis habrían de
trascender el consultorio tradicional y el diván analítico. El grupo volvía a
encontrarse con la urgencia social. La ebullición y el apremio de la ense-
ñanza de Pichon se evidencian en los contenidos de las clases del año 1966
en la Escuela de psicología social.
La psicología social de Enrique Pichon-Rivière no era un accidente ais-
lado en esa época: José Bleger, Antonio Caparrós, León Rozitchner, la
propia Marie Langer y muchos otros –sólo me limito a citar aquí a los ini-
ciadores– junto con Armando Bauleo, Hernán Kesselman y Eduardo Pav-
lovsky, articularon lo social y lo psicoanalítico de diversas formas y todas
con notoria incidencia en el grupo.
Personalmente tuve el privilegio de aprender de todos ellos y de vivir
muchas experiencias grupales que permitieron hacer al mismo tiempo clí-
nica y teoría.
En el diván los analistas son interpelados –dirá R. Kaës– pero no se
puede responder a este nivel sin tomar en consideración el origen social y
político. Con toda esta dimensión económica del sufrimiento psíquico, los
psicoanalistas disponen de pocos medios para conceptualizar la relación
entre el sufrimiento psíquico y la organización social...
«Es una experiencia que se transmite generacionalmente. Lo mismo su-
cedió con los genocidios, la Shoah (Holocausto), las dictaduras. Se aborda

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una situación que se transmite a la generación siguiente porque no pudo ser


elaborada por sus padres y abuelos».1
Consideramos que el grupo es una respuesta inapelable a una estruc-
tura psicosocial enfermante. He reiterado en diversos trabajos míos que si
el individuo enferma en el grupo procede que sane en él.
En el año 2004 escribí –junto con A. Ezquerro, R. Kaës, C. Neri, E. Ro-
drigué e Isabel Sanfeliu– ...Y el grupo creó al hombre. Mi contribución fue
un extenso trabajo titulado «Grupo: organización, estructura y proceso»,
que viene a consistir, a fin de cuentas, en una justificación del nombre del
libro. Hasta la fecha es el trabajo más amplio que he realizado sobre el tema,
aunque tiene su antecedente en El grupo, espacio y proceso (1994). Es el
grupo la estructura que propicia la humanización; el hombre es un emer-
gente del grupo, en una suerte de anti-Génesis. Por otra parte, es una es-
tructura dinámica y como tal, cambiante y en permanente proceso de
de-sarrollo impredecible.
Tras ese título, donde se encierra lo evolutivo, lo estructural y el proceso,
se esconden muchos años de trabajo, mucha reflexión e incontable experien-
cia clínica. Creo ser freudiano en la medida en que la teoría que he aportado,
sea cual fuere su valor, procede de la andadura clínica, de sus insistentes in-
terrogaciones y de la insolente dictadura que ejerce, y debe ejercer, sobre la
teoría. El modelo es siempre una simplificación de la realidad y, además, re-
presenta un retrato parcial de ésta, incluso en el caso de que sea apropiado.
El Modelo analítico-vincular, que surge a través de mi práctica en el
grupo operativo, no está, ni mucho menos, concluido; así como tampoco
puedo dotarlo de un acta de nacimiento concreta.
Enuncio aquí algunos de los conceptos claves del modelo.
El primer concepto que reclamó mi atención sigue siendo para mí el más
rico y el más complicado de todos. Me refiero a la noción de emergente.
La idea de emergente nace en Pichon-Rivière al centrar su interés ana-
lítico en el grupo y no en los elementos que lo componen. La identificación
del emergente permite concretar los puntos de inflexión del proceso gru-
pal; proceso que, al mismo tiempo, es confrontado con la tarea.
Muchas nociones de segundo orden adquieren pleno sentido mediante
su referencia a Tarea, Proceso y Emergente. La Tarea permite definir a eso
que llamamos grupo, el grupo se estructura a su alrededor; es la actividad

1 Entrevista de Clarín (Héctor Pavón) a René Kaës, 21/04/02.

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que el grupo emprende hacia el fin que lo define. La tarea, los avances, re-
sistencias, dudas, retrocesos, etc., integran el proceso grupal y los puntos
de inflexión que permiten definir ese curso procesual discontinuo, de ca-
rácter no lineal, con el conocido emergente. Lo que emerge es irreductible
a los elementos que lo anteceden en el tiempo.
En Psicología y Sociología de grupo, tuve ocasión de dar cumplida
cuenta de esta preocupación inicial. En el presente, mi interés por este con-
cepto continúa y se ha ampliado a través del horizonte que aporta el para-
digma de la complejidad no sólo al grupo, sino también al análisis individual
y al problema de la articulación entre los niveles de integración físico, bio-
lógico y social. Mi idea actual se puede resumir así: las propiedades emer-
gentes son las propiedades de un sistema tomado como un todo, el cual
ejerce una influencia causal sobre las partes que lo constituyen, pero distinto
de las capacidades causales de las partes mismas. El emergente no permite
pesquisar, en una suerte de proceso reduccionista, las partes que lo han pro-
ducido. Su dinámica es no lineal. El emergente sustituye a los clásicos
causa/efecto de la mecánica.
La identificación de emergentes comporta una nueva perspectiva por
parte del terapeuta. Es evidente, por todo lo dicho, que un emergente no se
deriva del análisis pormenorizado de las intervenciones y conductas de los
individuos que integran al grupo.
El segundo aspecto del Grupo operativo que analicé en detalle fue el de
Tarea. La tarea, tal como la enunció Pichon-Rivière, es un concepto social.
Si bien es cierto que los grupos terapéuticos en los que tuve ocasión de par-
ticipar organizados por él realizaban tareas clínicas. Pero estas, en sus es-
critos, no vienen definidas. Acuñé la noción tarea terapéutica (1978) para
referirme a lo que surge como emergente del proceso grupal mismo, que no
viene dada de fuera sino que es construida por el grupo mismo, sin que
pueda ser reducida a los procesos terapéuticos individuales.
Esta situación replantea la definición misma de grupo que debemos a
Pichon-Rivière, la que procedía de la tarea como organizador intrínseco de
ese colectivo de individuos que se aprestaba a cumplirla.
La idea de grupo que recojo en mi trabajo de 2004b dice así: «el grupo
humano queda definido como una totalidad integrada por unos elementos
(los respectivos sujetos que traban entre sí relaciones no lineales –auténticas
redes–); estas relaciones son cerradas, lo que confiere estabilidad a la es-
tructura que configuran además de separarla del entorno, con el que, sin em-
bargo, mantienen relaciones. Su especificidad estriba en que son capaces de

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EL MODELO ANALÍTICO-VINCULAR DEL GRUPO

generar comunicación. Con su concurso el grupo se identifica y discrimina,


separa un espacio interno del medio circundante». (Caparrós 2004b: 63).
El Vínculo. Con este concepto llegamos a uno de los ejes del modelo
que interesa tanto los aspectos individuales como los grupales. Desde la pri-
mera definición de esta idea hasta la actualidad han surgido muchas refle-
xiones, por lo que es necesario recapitular, siquiera sea para dar cuenta del
camino recorrido.
Según el diccionario de la Real Academia Española, el vínculo (del latín
vincilium), es el término que representa la «unión o atadura de una persona
con otra». En esta acepción, la más generalizada en nuestro lenguaje, el víncu-
lo establece un lazo entre dos seres, pero no interviene en la formación o es-
tructuración de éstos.
El vínculo alienta en toda la obra de Pichon-Rivière; así leemos: «(el)
niño aborda el mundo en los primeros meses dividiendo los objetos en bue-
nos y malos. Buenos son aquellos gratificantes y malos los frustrantes. De
esos dos vínculos aparece la gratificación que es buena y la frustración que
es mala. Freud siguiendo una concepción instintivista y mecanicista de su
época, llama a eso instinto de vida e instinto de muerte, y nosotros lo lla-
mamos vínculos positivos y negativos. Los llamados instintos son vínculos
sociales muy precozmente estructurados en relación con objetos. Ningún
pensamiento es anobjetal». (Pichon-Rivière 1966).
Parece claro que, para este autor, el objeto y su relación fundante con
el sujeto cristalizan alrededor del vínculo.
En el clásico diccionario de Laplanche, Pontalis (1968) no figura la no-
ción vínculo.
R. D. Hinshelwood (1989) registra el concepto en relación con los es-
critos bionianos: «El esquizofrénico vive en un mundo fragmentado por la
violencia [...] La destrucción de estas conexiones hace que el paciente se
sienta rodeado por ínfimos vínculos que impregnados ahora de crueldad
vinculan a los objetos cruelmente –los elementos beta–».
Más tarde, Bion (1962) dirá: «el acoplamiento de pene y vagina, de
boca y pezón es un prototipo de cómo los objetos se unen uno dentro de
otro». (Ibid.:570-71).
El vínculo entra a formar parte de la génesis del pensamiento, designado
como K, junto con los vínculos de amor-odio hacia el objeto, respectiva-
mente denominados L y H.

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Alain de Mijolla (2005) también aborda los vínculos a través de la pers-


pectiva bioniana y de su trabajo fundamental «Los ataques al vínculo»
(1959), obra consagrada en lo esencial a las psicosis, aunque con muy fér-
tiles conclusiones en otros espacios psicoanalíticos. Los ataques al vínculo
son maniobras destructivas que emanan de la parte psicótica de la persona-
lidad. En los orígenes se establece mediante la identificación proyectiva. La
relación entre la madre y el niño sufre de una ausencia de vínculos de co-
municación.

Por mi parte, he definido el vínculo desde una perspectiva genético-es-


tructural. En una primera aproximación dije: «El vínculo surge de la dife-
renciación del estado de narcisismo primario, que carece de estructura».
Trato con cierto detalle esta problemática en Caparrós (1999).

Si el vínculo constituye y funda al sujeto y a su mundo necesario, el


objeto, éstos han de ser contemporáneos en su aparición. El vínculo es di-
ferencia y el sujeto nace de ésta. La diferencia desde el estado original del
narcisismo es su carta de naturaleza». (Caparrós, 2004a:121).

A continuación expuse una amplia y complicada definición de vínculo,


que poco tiene que ver con las aproximaciones intuitivas al uso y que es
fundamental en el modelo analítico-vincular.

«El vínculo es, por lo tanto, el producto subjetivo y subjetivante final de


una operación intrapsíquica realizada con la ayuda analítica del “pecho so-
cial” y de la “necesidad biológica”, cuyo primer tiempo (la presencia con-
junta del narcisismo primario escindido y de la renegación del objeto real)
es imaginario y da lugar a la “especularidad narcisista”; el segundo tiempo,
también imaginario, termina en la “relación objetal”; un tercer y último
tránsito: “la relación intersubjetiva”, de carácter simbólico, representa la
cima estructural del desarrollo psíquico, ahora sí, como relación de dos ex-
terioridades con los diferentes niveles de proximidad posibles» (Ibíd.:121).

Quiere esto decir que el vínculo es también un proceso con aspectos


bien diferenciados. Al mismo tiempo, es causa y efecto de la relación sujeto-
objeto y, desde luego, su función estructurante lo aleja de la condición con-
tingente de ser una mera exterioridad entre dos sujetos.

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www.espiraldialectica.com.ar (recuperado el 13/07/2010).
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— Didáctica y aprendizaje de la Escuela / Miedos básicos: de pérdida y de ata-
que / Esquema de Freud y de M. Klein / Concepto del proceso de enfermarse / Me-
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— La teoría de los roles: el rol del tercero y del adolescente. (Clase núm. 6).
— Teoría de los roles: asunción de roles en la familia. Teoría de los vínculos. (Clase
núm. 7).
— Posición esquizoparanoide, depresiva y patorrítmica. Enfoque Freudiano,
Kleiniano y Reflexológico. Nuestra posición. (Clase núm. 9).
— La depresión regresional. (Clase núm. 10).
— Proceso del aprendizaje. Enfoque reflexológico y psicológico social. La te-
rapia como aprendizaje (Clase núm. 15).
— Aprendizaje y conducta alimentaria. (Clase núm. 16).
— Esquema Corporal. (Clase núm. 17).

Nicolás Caparrós, Doctor en Psiquiatría. Psicoanalista miembro de


Espace analytique (París). Presidente de Honor de SEGPA. Editor y Direc-
tor de Clínica y análisis grupal desde 1985. Miembro del consejo de re-
dacción de la revista de la Société Psychanalytique de Groupe (París). Fue
assistant del Hospital Maudsley (Londres). Miembro del Consejo de Re-
dacción de la Revista Spirali (Milán). Miembro a través de SEGPA de la
IAGP. Ha publicado, entre otras obras, las siguientes: Edición crítica de la
Correspondencia de Freud establecida por orden cronológico (tres tomos.
Madrid, Biblioteca Nueva, 1997). La anorexia. Una locura del cuerpo (con

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EL MODELO ANALÍTICO-VINCULAR DEL GRUPO

Isabel Sanfeliu), Madrid, Biblioteca Nueva 1997. ... Y el grupo creó al hom-
bre (dir.), Madrid Biblioteca Nueva, 2004. Ser psicótico. Las psicosis, Ma-
drid Biblioteca Nueva, 2004. Orígenes del psiquismo. Sujeto y vínculo,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2004. Viaje a la complejidad (tres tomos en pre-
paración), Madrid, Biblioteca Nueva. Colaboraciones en obras colectivas y
numerosos artículos.
Para contactar:
nicolascaparros@gmail.com Recibido el 2 de julio de 2010
Aceptado el 10 de julio de 2010
Última revisión el 16 de septiembre de 2010

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