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APUNTES PARA
SEMIOLOGÍA MÉDICA
Parte 1: Semiología general
La práctica del método clínico requiere de una muy buena semiología médica, del
conocimiento y provecho de sus ventajas y de la superación de sus limitaciones.
El método clínico se basa en la relación médico-paciente y la refuerza. Sus recursos son
“las siete E”:
1. Escuchar al paciente, lo que es fundamental en la entrevista médica para la elaboración
de la anamnesis.
2. Examinar o explorar físicamente al enfermo, en forma completa, ordenada y sistemática.
3. Elaborar hipótesis diagnósticas lógicas y bien fundamentadas.
4. Escoger jerarquizadamente los métodos diagnósticos complementarios, cuando procedan.
5. Establecer un manejo y tratamiento adecuados, procurando el beneficio del paciente y
evitar cualquier forma de daño (principios de beneficencia y de no maleficencia).
6. Explicar, al paciente y su entorno social, la naturaleza de sus problemas y los beneficios y
riesgos de las distintas conductas diagnósticas y terapéuticas que se puedan adoptar, para
facilitar una buena decisión personal (principio de autonomía).
7. Educar al paciente y a la comunidad en estilos de vida saludables, medidas de prevención
y manejo de condiciones crónicas
Hay que tener presente que el paciente valora la normalidad de acuerdo a distintos factores,
sociales y personales, que se relacionan con su nivel educacional, sus experiencias previas, las
creencias de su entorno y su postura frente a la enfermedad. A veces, la existencia de una
explicación socialmente aceptable es suficiente para considerar que un síntoma o signo
determinado es irrelevante y no indica patología. Así, por ejemplo, es frecuente que las
primeras manifestaciones de la enfermedad sean atribuidas por el paciente a “la edad”,
cambios de temperatura ambiental, traumas físicos, estrés o trastornos psíquicos,
considerándoselos “normales” y transitorios, lo que retrasa la consulta.
Los compromisos de conciencia, la capacidad sensorial y las posibilidades de expresión
(comunicación verbal, gestual o corporal) son determinantes en la percepción, valoración y
expresión de ellos.
Signo
Los signos complementan la información entregada por los síntomas y deben ser guiados
por ellos. Un examen físico sin alteraciones es de gran valor diagnóstico porque permite
descartar muchas hipótesis diagnósticas; sin embargo, no garantiza la ausencia de
enfermedad.
Es difícil afirmar que un examen físico es normal porque se requiere de una muy
buena semiotecnia, la que demanda de tiempo, mucha experiencia y seguridad de parte
del examinador, y colaboración de parte del paciente.
Síndrome
Para constituir un síndrome es necesario de uno o varios hechos semiológicos bien
analizados y asociados lógicamente y que se correspondan con un patrón previamente
conocido. Su importancia deriva de su valor diagnóstico que es mucho mayor que el de
síntomas y/o signos aislados. Al relacionar un diagnóstico sindromático con uno etiológico se
identifica la presencia de una enfermedad o entidad nosológica específica.
Es muy importante el razonamiento clínico para que los hechos clínicos recogidos
permitan el diagnóstico correcto de síndromes y enfermedades.
El diagnóstico ideal es aquel completamente certero y el método de obtenerlo es conocido
como el patrón de oro o gold standard. Muchas veces, el patrón de oro no está disponible en
la práctica cotidiana, por costos, riesgos o complejidad, lo que obliga a hacer diagnósticos con
algún margen de (in)certidumbre. La necesidad de certidumbre diagnóstica es proporcional a
la gravedad de cada situación clínica o la trascendencia de la decisión a tomar. Algunas
enfermedades, aún en el mejor de los casos, se diagnostican con un alto grado de
incertidumbre, porque no existe un efectivo patrón de oro ni hay criterios diagnósticos positivos
lo suficientemente sensibles ni específicos para así hacerlo. Se debe estar siempre conciente
de esta limitación y estar abiertos a la posibilidad de reevaluar siempre las hipótesis
diagnósticas ante la luz de nuevos hechos.
La propedéutica es la interpretación de los elementos clínicos, tanto presentes como
ausentes, e idealmente agrupados en forma de síndromes, dirigida a la elaboración de
hipótesis diagnósticas.
Los llamados diagnósticos positivos son aquellos que se plantean racionalmente a partir
de los hechos clínicos, requiriéndose discriminar entre ellos al certero para cada caso en
particular, a través del proceso denominado diagnóstico diferencial consistente en analizar
las posibilidades diagnósticas excluyentes entre sí. Es posible, además, con base clínica,
descartar ciertas posibilidades, denominadas diagnósticos negativos.
Existen varios niveles de seguridad diagnóstica, de acuerdo a los elementos en los que se
sustenten. A nivel básico y fundamental está el diagnóstico de sospecha o presuntivo, basado
en los hechos semiológicos, síntomas y signos. El diagnóstico de certeza puede requerir de
exploraciones complementarias, o idealmente de un “patrón de oro”, lográndose un diagnóstico
definitivo con variables grados de certidumbre. La práctica clínica se guía, la mayoría de las
veces, por diagnósticos sin certeza absoluta, los que suelen ser suficiente en muchos casos,
pero limitantes frente a enfermedades crónicas y graves.
Exámenes complementarios
Los avances científicos y tecnológicos han permitido el desarrollo de múltiples técnicas de
análisis: hematológicas, bioquímicas, funcionales, imagenológicas, histológicas,
microbiológicas e inmunológicas, aplicables al estudio de las enfermedades. Esto ha derivado
en la posibilidad de obtener nuevos signos de enfermedad, de diagnósticos más certeros y
objetivos, así como la detección precoz de patologías en etapas aún subclínicas o con escasas
manifestaciones. La precocidad y la mayor certeza diagnóstica se asocian a un manejo más
oportuno y adecuado.
Diagnóstico diferencial
A partir de la situación clínica planteada por el paciente: sus síntomas y signos presentes y
ausentes, sus antecedentes mórbidos, sus determinantes epidemiológicos y sus factores de
riesgo específicos, se plantean ciertas posibilidades diagnósticas, de acuerdo a las estrategias
que se estimen más adecuadas. Luego, se realiza una jerarquzación de ellas, de manera tal
que se pueda diferenciar el diagnóstico correcto de aquellos que no lo son. Para hacer el
diagnóstico diferenciador o diferencial, se puede seguir alguno de los siguientes enfoques:
– Posibilístico: se enumeran todas las posibilidades diagnósticas y se procede a estudiar la
presencia de cada un a de ellas, confirmándolas o descartándolas. Requiere la realización
de múltiples estudios complementarios, tantos como sea necesario. Está limitada por la
capacidad diagnóstica de los exámenes, así como por sus costos y riesgos.
– Probabilístico: se ordenan los diagnósticos presuntos de acuerdo a su probabilidad relativa
de ocurrencia, para el paciente en cuestión. Así, por ejemplo, las enfermedades cancerosas
y vasculares se consideran prioritarias en el diagnóstico diferencial de los pacientes más
añosos, a diferencia de lo que ocurre en niños y jóvenes. Este enfoque requiere el
conocimiento actualizado de la prevalencia e incidencia de las enfermedades para cada tipo
de pacientes. Presenta el inconveniente de subdiagnosticar las condiciones menos
frecuentes.
– De gravedad y riesgo: se estudian las hipótesis diagnósticas según su pronóstico,
jerarquizándolas por gravedad: se buscan las condiciones más dañinas, dejando para un
segundo tiempo las más benignas. Es el enfoque de elección en el manejo de las urgencias.
Tiene el inconveniente de subvalorar condiciones que, si bien no son graves en el momento
actual, pueden serlo a mediano o largo plazo si no son identificadas oportunamente.
– Pragmático: se hace el diagnóstico diferencial privilegiando las condiciones o
enfermedades con mejores posibilidades terapéuticas. Las hipótesis referidas a
enfermedades de mala o nula respuesta a tratamiento se colocan como última opción a
estudiar.
Toma de decisiones
A partir de la anamnesis y el examen físico se elaboran hipótesis diagnósticas que permiten
tomar decisiones, como le necesidad de mayor estudio o el requerimiento de tratamiento.
Cada hipótesis diagnóstica tiene una probabilidad relativa respecto de las otras. La
adición de información, detallando síntomas y signos, observando su evolución clínica,
asociándolos en forma lógica o esquemática, permite aumentar o disminuir la
probabilidad relativa de un diagnóstico determinado. Los exámenes complementarios
adecuadamente solicitados, realizados e interpretados aportan nueva información que
permite "mover" las probabilidades diagnósticas hacia su confirmación o descarte.
La presentación del médico al paciente y la apertura del diálogo son fundamentales para
iniciar una adecuada relación médico-paciente. Los aspectos formales y el manejo de la
comunicación, tanto verbal como corporal, se deben conocer y poner en práctica. La
experiencia adquirida a través de la realización de muchas entrevistas es una herramienta
valiosa para tener éxito en clínica, por lo que cada paciente debe ser para el médico y el
estudiante de medicina un desafío que se debe aprovechar como una oportunidad para
aprender. Los mejores clínicos son quienes desarrollan mejor esta capacidad.
La formulación de preguntas por parte del médico permite que éste dirija la recolección de
datos. Es importante preguntar inicialmente en forma abierta, dando la oportunidad al paciente
de explayarse, para luego dirigir las respuestas hacia datos más específicos, con el cuidado de
hacerlo evitando la inducción de respuestas, especialmente en pacientes dados a complacer
o a fabular.
Se desaconseja emitir juicios de valor sobre lo expresado por el paciente durante su
entrevista, especialmente si son negativos.
Siempre hay que tratar que el lugar y las condiciones ambientales favorezcan la
adecuada realización de la entrevista. El respeto y el pudor suelen olvidarse por la rutinización
y la pérdida de sensibilidad del personal de salud, debido a un mal “acostumbramiento” al
contacto con pacientes. Se debe evitar caer en la impertinencia y en la incomodidad que
caracterizan a los interrogatorios, basándose en una relación empática y una realización
inteligente de la secuencia de preguntas. Idealmente, el paciente debe ser entrevistado
directamente, ya que, es la mejor fuente de información sobre sus propios síntomas. Los
cercanos al enfermo son útiles para complementar su relato, o bien, son la única fuente de
información cuando el afectado no es capaz de comunicarse.
Se recomienda comenzar por el motivo de consulta, dirigiendo la atención a aquello que al
paciente le preocupa más. Muchas veces, el solo hecho de relatar libremente una dolencia o
inquietud a una persona dispuesta a oír y a ayudar, basta para conseguir alivio.
El médico debe buscar más allá del motivo de consulta, preguntando directamente por
otros síntomas acompañantes o asociadas al síntoma principal.
Es siempre útil una revisión dirigida de las molestias más frecuentes, guiándose por
algún esquema completo y fácil de memorizar, por ejemplo, una revisión por órganos y
sistemas. Siempre se debe indagar por síntomas generales: astenia, adinamia, anorexia,
baja de peso, fiebre y dolor.
B.- ANAMNESIS
Es la historia clínica elaborada con el conjunto de síntomas obtenidos a través de la
entrevista médica. Es, en sí misma, un arte que requiere de disciplina y práctica para su
ejecución adecuada y de conocimientos respecto de las enfermedades y sus manifestaciones.
Su elaboración es parte fundamental del método clínico.
La capacidad de jerarquizar, ordenar y relacionar los síntomas depende del médico, ya que
el paciente entrega, en forma generalmente desordenada, un conjunto de molestias desde su
perspectiva vivencial y, muchas veces, no orientadas a un diagnóstico determinado. La lectura
de una historia clínica permite deducir cuánto sabe de medicina quien la escribe.
Componentes de la anamnesis
La anamnesis como documento escrito se divide arbitrariamente en secciones con el fin de
ordenar los datos recopilados y evitar omisiones involuntarias.
El encabezado de la anamnesis es el conjunto de datos demográficos del paciente, que
deben ser considerados para dar una personificación a la historia y permitir el registro y
ordenación de la información clínica. La recolección de esta información puede parecer
inquisitiva si no se realiza con criterio. Los datos demográficos permiten clasificar a los
pacientes en grupos de riesgo epidemiológico, según variables como la edad, el género, el
lugar de residencia, la raza y las ocupaciones.
Tabla: Ejemplos de afecciones con predisposición por género
Masculino Femenino
– Enfermedad coronaria – Colelitiasis
– Linfoma de Hodgkin – Anemia ferropriva
– Gota – Bocio
– Hemofilia – Hipo e hipertiroidismo
– Síndrome de Reiter – Artritis reumatoidea
– Espondiloartritis anquilosante – Fenómeno de Raynaud
– Periarteritis nodosa – Lupus eritematoso sistémico
– Hemocromatosis – Síndrome de Cushing
Es importante conocer la ocupación actual del paciente porque orienta sobre sus
requerimientos síquicos y físicos, determinando las expresiones clínicas de enfermedad.
Existen condiciones y enfermedades con predisposición según ocupación laboral, como ocurre
con los traumatismos, que son más frecuentes en los trabajos que demandan grandes
esfuerzos físicos; en las actividades mecanizadas repetidas y en los deportes de alto
rendimiento. Las intoxicaciones son más propias en quienes trabajan con plaguicidas
(agricultura), con plomo (manufactura de baterías) o con sustancias químicas (industriales). Se
debe considerar el asma ocupacional en pacientes que laboran en contacto con productos
vegetales (trigo, harina, madera, algodón, textiles); con productos químicos (detergentes,
colorantes, pinturas, metales, plásticos, fármacos, látex, soldaduras); o con animales. Las
neumoconiosis, debidas a depósito de partículas minerales en los pulmones, son menos
frecuentes actualmente y deben considerarse en obreros de extracciones mineras, industrias
de la construcción (fabricación de cerámicas, vidrio, cemento, abrasivos, porcelanas) y
pulimento de mármol. Ante la sospecha de enfermedad laboral se deben averiguar las
ocupaciones actuales y pasadas del paciente, detallando las labores que específicamente
realiza y a qué riesgos se expone en su desempeño. La medicina laboral entrega información
sobre la prevención y la posibilidad de patología particular para cada condición.
En la anamnesis propiamente tal se deben consignar todos los datos clínicos obtenidos
del paciente, desarrollando lo actual o reciente en la anamnesis próxima y los antecedentes en
la anamnesis remota.
En la anamnesis próxima se describen el o los motivos de consulta, que son los
síntomas referidos espontáneamente por el paciente, a los que se deben sumar los que se
puedan obtener con un interrogatorio dirigido. En los servicios de urgencia, se destaca el
motivo de consulta, que tiene importancia operativa en la toma de decisiones.
Anamnesis remota
En ella se registran los datos del pasado médico, quirúrgico, gíneco-obstétrico y
traumatológico del paciente, procurando precisarlos lo más fiel y documentadamente posible.
Se consignan antecedentes resueltos, vale decir diagnósticos bien establecidos, eventos
concluidos y secuelas permanentes de ellos. Los problemas no resueltos probablemente
corresponden a la anamnesis próxima.
Los fármacos que el paciente recibe, con y sin indicación médica, deben indagarse
cuidadosamente. Hay que tener presente que, con frecuencia, los pacientes ingieren
medicamentos para aliviar síntomas, sin considerarlos como tratamiento. A veces, esconden su
uso para evitar una reprimenda. Los medicamentos tienen la capacidad de modificar y
enmascarar la presentación de las enfermedades y son, además, potenciales causantes de
síntomas (reacciones adversas medicamentosas, alergias e intolerancia digestiva).
Los hábitos con implicancia en salud también deben registrarse de la manera más objetiva
posible, especialmente el consumo de tabaco, alcohol y de drogas ilícitas; precisando tipo,
cantidad, perfil temporal (desde cuándo, cuánto y qué tipo de tabaco/alcohol). La presencia de
dependencia a sustancias, de efectos tanto físicos como síquicos, puede ser difícil de precisar,
por ser encubierta o escondida y se debe buscar dirigidamente a través de la investigación del
síndrome de privación o abstinencia, que corresponde al conjunto de manifestaciones físicas
y síquicas que aparecen ante la falta de consumo del “adictivo” y que ceden con su consumo.
Los antecedentes familiares son de importancia para evaluar el riesgo personal derivado
de la existencia de enfermedades de predisposición familiar. Tanto el entorno familiar como el
laboral deben ser explorados por un eventual riesgo de contagio por contacto con personas con
afecciones infecto-contagiosas.
La evaluación de la vivienda y del saneamiento ambiental, así como de la situación
socioeconómica y el nivel cultural son importantes para entender mejor las necesidades y las
posibilidades de enfrentar las enfermedades.
El conjunto de elementos incluidos en la anamnesis remota pueden no ser útiles para la
interpretación de la enfermedad actual, pero sin duda, condicionan al paciente, en mayor o
menor grado, y su recolección contribuye a establecer una mejor relación médico-paciente y
facilitar la toma de decisiones.
Siempre se debe valorar el efecto negativo del compromiso del estado general sobre el
paciente, en forma de sensación de minusvalía y detrimento, que en grado máximo se
manifiesta por postración. El compromiso del estado general severo y progresivo se observa
especialmente en cánceres e infecciones crónicas avanzadas.
El compromiso del estado general forma parte del cuadro clínico de muchas
enfermedades, tanto orgánicas como funcionales, especialmente cuando son intensas o
han alcanzado etapas avanzadas de su evolución.
Se debe distinguir, además, el peso ideal, que es aquel que debiera tener el paciente, de
acuerdo a su sexo y talla, en condiciones de normalidad.
La baja de peso se debe siempre a un balance negativo, generalmente de calorías y
proteínas, asociado a enflaquecimiento y desnutrición. Sus mecanismos básicos son: la
disminución de la ingesta de alimentos; el aumento del consumo metabólico y la pérdida de
calorías por orina o heces. Para determinar cuál o cuáles de ellos es el predominante, es muy
importante conocer las circunstancias en que se produce la baja de peso. Generalmente hay
disminución de la ingesta de diferentes causas: intolerancia a la comida por dolor, náuseas,
vómitos; seguimiento de una dieta hipocalórica voluntaria o impuesta, deprivación de alimentos
o anorexia. Hay circunstancias especiales con valor diagnóstico:
En el síndrome diabético agudo hay marcada baja de peso, a pesar de que la ingesta sea
normal o aumentada.
En la tirotoxicosis, ya sea por consumo de hormona tiroidea o por hipertiroidismo, la
estimulación del metabolismo provoca baja de peso con ingesta normal o aumentada.
En el síndrome de malabsorción, frecuentemente con diarrea crónica, la pérdida digestiva
de los nutrientes de los alimentos explica la baja de peso y las manifestaciones carenciales,
a pesar de ingesta normal. En la enfermedad celíaca, su causa principal, la ingesta de
alimentos con gluten provoca atrofia de la mucosa intestinal.
La baja de peso con ingesta conservada es poco frecuente, pero de un valor
diagnóstico considerable, ya que orienta a unas pocas causas, las que, en general, se
deben a un aumento de las pérdidas de calorías o una limitación en el aprovechamiento
de lo ingerido (diabetes mellitus descompensada, tirotoxicosis, síndrome de
malabsorción).
Tipos de dolor
Según su origen y mecanismo es posible distinguir el dolor somático, el visceral y el
neuropático.
Somático: es el dolor constante y localizado que es provocado por injuria tisular a nivel de
tegumentos o aparato músculo esquelético. Se caracteriza por que existe proporcionalidad
entre las magnitudes de la lesión y del dolor; por responder a analgésicos habituales
(antiinflamatorios no esteroidales) y, en casos intensos, a opiáceos. Puede evolucionar a la
cronicidad por persistencia de lesión (enfermedades inflamatorias crónicas y cáncer), o por
fenómeno de sensibilización. Es denominado epicrítico, aludiendo a su carácter y ubicación
generalmente bien definidos por el paciente, coincidentes con la naturaleza y ubicación de
la lesión. Su diagnóstico suele ser fácil y simple de plantear.
Visceral: es el dolor de carácter vago y generalmente mal localizado, originado por
distensión de vísceras sólidas o contracciones espasmódicas de vísceras huecas. Se
presenta en forma muy variable entre un paciente y otro, y suele acompañarse de
manifestaciones neurovegetativas, especialmente de náuseas. Es denominado protopático,
caracterizándose por ser de carácter y ubicación mal definidos. Frecuentemente es
referido, lo que quiere decir que es percibido en una zona corporal superficial distinta de su
lugar de origen, siguiendo un patrón de inervación cruzada hacia el dermatoma
correspondiente a la estructura afectada (Tabla 4.1). La adecuada identificación del origen
del dolor es posible mediante un completo análisis semiológico de sus características.
Neuropático: es el dolor producido por injuria directa del sistema nervioso, que involucra la
vía del dolor. Se presenta en forma constante, a veces con exacerbaciones, o bien, en
forma de paroxismos. Es desproporcionado a la lesión causal, se asocia a hiperalgesia,
alodinia y evolución crónica, generalmente por sensibilización central. Es poco frecuente y
de diagnóstico y manejo difíciles.
El dolor considerado sin mayores detalles tiene escaso valor diagnóstico, lo que se
corrige si se pesquisan y describen sus características clínicas, recordando que ningún
examen o procedimiento es capaz de estudiarlo ni de cuantificarlo objetivamente. El
desafío diagnóstico es mayor cuando se origina en afecciones viscerales y
osteoarticulares profundas.
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