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Al borde de la guerra: la Crisis de la Corbeta Caldas

Colombia y Venezuela han tenido disputas fronterizas desde el mismo instante en que nacieron
como repúblicas. El Tratado Michelena-Pombo de 1833 fue el primer capítulo de una serie de
discusiones que buscaban aplicar el uti possidetis iure de manera satisfactoria para ambos Estados.
Ello devino finalmente en el Tratado López de Mesa-Gil Borges de 1941, tristemente célebre para
los venezolanos. Pero, con el desarrollo de nuevos conceptos en relación al derecho del mar, se
abrió un nuevo frente de disputas en el Caribe, especialmente en el Golfo de Venezuela.

La lucha por el espacio vital

La crisis del Archipiélago de Los Monjes de 1952 asomó por primera vez la posibilidad de un
conflicto relativo a la soberanía sobre éste espacio. La postura firme del Estado venezolano hizo
que Colombia desistiese de sus reclamos sobre las islas, aunque luego buscaría reafirmar su
dominio en el área.

Ambas naciones suscribieron la Declaración de Sochagota en 1969, comprometiéndose a delimitar


conjuntamente sus áreas marítimas. El proceso se empañó cuando el 26 de marzo de 1971, el
submarino ARV Carite interceptó al destructor colombiano ARC Almirante Padilla en aguas del
Golfo. Ambos gobiernos se acusaron mutuamente de haber violado sus espacios soberanos, pero
al final se impuso el diálogo y el protagonista del incidente dio marcha atrás. A la controversia
siguió una tensa carrera armamentista en los años 1970.

La Comisión Mixta que se entabló según lo pactado en 1969 produjo la "Hipótesis de Caraballeda"
en julio de 1980. Días después, nacionalistas radicales en Venezuela denunciaron el documento
por ser en extremo dañino para nuestra integridad territorial. El entonces Presidente Luis Herrera
Campíns consultó el proyecto con la nación, recibiendo un sonoro rechazo que le hizo suspender
las negociaciones. Las tensiones entre Colombia y Venezuela se encontraron así en un punto muy
alto. Era un hecho que ninguno de los dos quería ceder en sus reclamos ni ver modificaciones
adversas en su propio mapa.

En 1986, el canciller colombiano, Julio Londoño Paredes, entregó a su homólogo venezolano,


Simón Alberto Consalvi, una hoja de ruta para retomar el proceso, pero Venezuela hizo caso
omiso. Sin embargo, el 6 de mayo de 1987 Colombia invocó el Tratado de No Agresión,
Conciliación, Arbitraje y Arreglo Judicial de 1939 para forzar la reapertura del proceso. El
Presidente Jaime Lusinchi respondió llamando a consultas al embajador venezolano en Bogotá y
destacando públicamente que el mismo tratado rechazaba su aplicación en cuestiones limítrofes.
La Cancillería indicó posteriormente que ya los presidentes de ambas naciones se habían
comprometido con anterioridad a tratar éste tema directamente y sin intermediarios. El Gobierno
venezolano recibió amplio apoyo en el país por la posición adoptada.
Colombia decidió entonces aplicar la “hipótesis máxima”.

El intruso

Dicha hipótesis consistía en trasladar la disputa a tribunales internacionales y, a la vez, hacer acto
de presencia en las aguas en litigo. Así, la Fuerza Naval del Atlántico ordenó a la ARC Caldas, una
corbeta Clase Padilla, movilizarse al área considerada por el vecino país como propia.

El 9 de agosto, el patrullero venezolano ARV Libertad vigilaba los sectores fronterizos. A las 8:10
am (HLV), detectó la presencia de la ARC Caldas en los 11º 46’ N, 70º 52’ O, al sur del Paralelo de
Castilletes (12º). Es decir, que el barco estaba en aguas venezolanas. La versión colombiana, por su
parte, afirma que la corbeta se encontraba en el norte del paralelo, en los 12º 4’ N, 70º 51’ O.

Minutos después, el capitán de la ARV Libertad, Alfredo Castañeda Giral, le ordenó


categóricamente por radio a la corbeta que se fuera de la jurisdicción venezolana. Luego de vuelos
rasantes de varios F-16 de la Fuerza Aérea y tras momentos de tensión, la Caldas se retiró.

Por seguridad, Venezuela incrementó su flota en la zona donde ocurrieron los hechos. Pero a las
10.15 pm (HLV) del 11 de agosto, la fragata ARV Brión observó atónita a la ARC Caldas navegando
sin luces cerca del Archipiélago de Los Monjes. De inmediato empezaron comunicaciones entre los
capitanes de los navíos exigiéndose uno a otro la retirada. Se repetía la situación de 1971.

Los F-16 de la FAV hicieron vuelos rasantes sobre la corbeta como medida de disuasión durante 15
minutos. Pese a ello, el Gobierno colombiano ordenó continuar y, de hecho, reforzar su posición.
Ante este panorama, el 12 de agosto Lusinchi se reunió con su gabinete ejecutivo, y tras concluir
que la estadía de la Caldas constituía una acción guerrerista frontal y meditada, decidió el
despliegue de la Armada en el Golfo y el traslado de vehículos blindados del Ejército a la Península
de la Guajira. Venezuela concretaba la movilización militar más grande en su historia.

No obstante, se buscó una solución diplomática. El embajador venezolano en Bogotá, Luis LaCorte,
se reunió con el Presidente Virgilio Barco para tratar el nivel de peligrosidad latente. La Nota GM-
1627, enviada por el Canciller Consalvi al embajador neogranadino en Caracas, reafirmó la
soberanía venezolana sobre el golfo y que, hasta ahora, se había evitado tomar las medidas de
rigor, pero que la paciencia tenía un límite.

Sube la tensión

Venezuela decretó la alerta militar y constituyó un teatro de operaciones en Fuerte Tiuna, para
cuya comandancia fue nombrado el General de División José María Troconis. Se aprobaron las
“reglas de enfrentamiento” en caso de guerra formal y se activaron fuerzas de tarea para
complementar la respuesta. El país vecino también puso a sus tropas en alerta y movilizó soldados
hacia la Guajira.
El día 16, Colombia respondió la Nota GM-1627 aduciendo sus propias tesis limítrofes y apoyando
la versión de que su navío se encontraba en aguas propias. Ocurrió que ese mismo día la corbeta
ARV Independiente llegó al sitio de la crisis para relevar de su puesto a la ARC Caldas. Al ver las dos
embarcaciones, la Armada pensó que ya se trataba inequívocamente de una intención guerrerista
por parte de Colombia y ordenó la preparación de todas sus unidades, con la ARV Sucre poniendo
a tiro a la ARC Independiente.

Así, las tropas venezolanas esperaban órdenes para atacar.

El momento decisivo

La situación pre-bélica también suscitó reacciones internacionales. Varios Gobiernos regionales,


además del Secretario General de la Organización de Estados Americanos, instaron a Colombia y
Venezuela a buscar una solución pacífica, así como ambos gestionaban la paz en Centroamérica.

El día 17, Lusinchi sostuvo reuniones con el Alto Mando Militar y los ministros de Interiores,
Exteriores y Hacienda para hacer una evaluación más completa de la crisis. Horas después, se
reunió con los expresidentes Caldera, Pérez y Herrera Campíns, los presidentes de las cámaras del
Congreso, los ministros de Interiores y Exteriores y el secretario de Acción Democrática. Hizo lo
mismo con los líderes de los partidos políticos del país.

Barco también tuvo un cónclave con su Alto Mando Militar. Allí, estudiando la correlación de
fuerzas, se llegó a la conclusión de que Colombia estaba en desventaja táctica y armada frente a
Venezuela. Barco manifestaría su preocupación al sentirse mal asesorado en cómo abordar la
situación, por lo que decidió ordenar el retiro de la corbeta.

Al anochecer, el Gobierno venezolano finalmente aprobó el ataque contra la corbeta


Independiente si no abandonaba el espacio marítimo venezolano. El ultimátum formal quedaba
por anunciarse. Se libraron órdenes a todas las unidades para que asumieran estaciones de
combate.

A las 11.45 pm (HLC), la Radio Nacional de Colombia transmitió el mensaje de Barco en el que
ordenaba la normalización del incidente. Minutos después, la Armada colombiana formalizó el
retiro a la ARC Independiente del Golfo. Las unidades de la Armada de Venezuela vieron cumplir el
repliegue hacia las dos de la mañana.

En la noche del 18 de agosto, Lusinchi confirmó el retiro de la corbeta y rechazó cualquier medida
de fuerza para negociar la frontera en el Golfo. Añadió que Venezuela sería firme en defender sus
espacios marítimos, alabó a las Fuerzas Armadas por su desempeño e invitó al Gobierno
colombiano a la reflexión. Días después, Barco expuso que los problemas como éste debían
resolverse sin enfrentamientos ni daños a las relaciones bilaterales, pero manteniendo sus
reclamos.
La tensión vivida bajó con el pasar de los días, y ambos países volvieron a sentarse a conversar en
1989, dejando atrás el incómodo incidente.

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