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El español en América
La RAE
Después del deslumbramiento creativo del siglo de Oro, el XVIII (el llamado Siglo
de las Luces) manifiesta una actitud reflexiva que significó para la lengua una nueva
etapa de modernización. Fue en este siglo cuando se acentuó la preocupación por
establecer el sistema de la lengua, fijándose normas para la ortografía y encauzándose el
inventario del léxico en uso: en 1713 se funda con ese propósito la Real Academia
Española; el lema “Limpia, fija y da esplendor” orienta esos esfuerzos, que se concretan
en el Diccionario de autoridades (1726-1739), la Ortographía (1741) y la Gramática
(1771).1
Las sucesivas ediciones van estableciendo pautas para fijar la grafía y evitar
ambigüedades en la escritura. Algunos ejemplos van a mostrar hasta qué punto esas
decisiones fueron definitorias y se reflejan en nuestra lengua actual. En relación con los
grupos consonánticos, se impuso concepto a conceto; solemne a solene; excelente a
ecelente, si bien en situaciones similares se aceptaron las dos formas, como en el caso
de respeto y respecto, con una variante: dos acepciones (dos valores distintos) en lugar
de una. También se decidió acerca de otras alternancias: filosofía se impuso a
philosophía; corazón a coraçón; grandísimo a grandíssimo; cuatro a quatro; caja a
caxa; asimismo, se definió el uso de i y u como vocales y de y y v como consonantes
(uno en lugar de vno; mayor en lugar de maior).
En 1815, en la 8ª edición de la Ortografía (ya con f) la mayor parte de las decisiones
en esta materia ya estaban tomadas. De allí en más, las reformas sólo estuvieron
referidas a acentuación y a algunos casos particulares.
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México y el quechua en el Perú y Bolivia corresponden a las dos culturas más altas;
pero también está el araucano o mapuche en el sur de Argentina y Chile, el guaraní en
Paraguay y zonas limítrofes, el aymara en Bolivia; menos conocidos para nosotros, el
caribe y el arahuaco, en la zona del Caribe. Veamos qué influencia ejercieron en el
castellano.
Algunos rasgos de esto está en la confusión de e con i y de o con u en algunas zonas
de Ecuador y Bolivia (dicen mantica en lugar de manteca), hecho atribuido a que el
quechua y el aymara solo tienen tres vocales en su sistema. Se considera posible, por
otra parte, la influencia indígena en la entonación y el ritmo de las variedades
dialectales del español americano.
En la morfología y la sintaxis se pueden señalar casos como: el sufijo -eco/-eca para
formar gentilicios, en América Central (azteca, guatemalteco); del quechua, el sufijo -y
(viditay, “mi vidita”) y el sufijo -la, que expresa afecto (vidala, “vidita”, “oh vida”);
también del quechua, el verbo colocado al final de la frase (en Ecuador, Bolivia y Perú):
“Buen hombre es”; la partícula interrogativa pa del guaraní: “Esa Isabel, ¿le conoce
pa?”
Pero la mayor influencia indígena se da, sin duda, en el léxico. Del arahuaco vienen
maíz, batata, tabaco, tiburón, hamaca, sabana. Del caribe: caimán, caníbal, loro,
piragua. Del náhuatl: cacao, chocolate, hule, tomate, tiza. Del quechua: alpaca
vicuña, cóndor, papa, mate, choclo, chacra, china. Del guaraní: mandioca, ombú,
tucán, ñandú, tapera. En general son palabras que aluden a la realidad latinoamericana:
la naturaleza (suelo, animales, vegetales, cultivos) y los usos que impone la geografía de
algunas regiones.
Aunque ciertas lenguas indígenas se hablan hoy solo en ámbitos reducidos, las más
importantes se mantienen y suman un total de cerca de 20 millones de hablantes. La
mayoría de estos son bilingües (hablan también el castellano, con diferentes grados de
corrección).
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Finalmente, está la influencia de las inmigraciones (en la Argentina, especialmente
de Italia) y de las lenguas africanas; algunos ejemplos de estas últimas nos son
familiares: banana, conga, samba, mambo, matungo, quilombo, y, quizá, tango y
milonga.
Diferencias pintorescas
América tiene, como hemos visto, diferencias fonéticas y de léxico con España. Pero
tampoco es ella una unidad: se trata de una realidad plural, especialmente en la lengua
oral y familiar.
Así, las mujeres monas son las rubias en Bogotá y las afectadas o presumidas en
Venezuela; en ese país, los rubios son catires y los morochos son los mellizos o
gemelos (no importa si son rubios o morochos).
En México se viaja en camión, y en Puerto Rico y Cuba en guagua, como nosotros
en colectivo (solo los argentinos usamos esta palabra en lugar de ómnibus).
En Guatemala el chile es el ají o pimiento; en Ecuador, una vulcanizadora es una
gomería y todo lo lindo es chévere.
Son también curiosas algunas expresiones: si en Bolivia alguien nos dice “no lo
estoy mamando” nos quiere asegurar que no nos miente; si algún venezolano aparece
con la cara amarrada es porque está serio o, casi seguro, enojado; si en Nicaragua se
habla de alguien que vive largo significa que hay que viajar mucho para visitarlo; y si
en una guagua de la Habana alguien le pregunta “¿usted se queda?”, lo que quiere
saber es si se baja en esa parada (de lo contrario, hay que hacerle lugar porque él sí
quiere quedarse). Tampoco hay que interpretar mal al mejicano o panameño que nos
dice “me da pena hablar con usted”: se refiere a que le da vergüenza o siente timidez.