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La Comisión Corográfica: El Descubrimiento

De Una Nación

Gabriel Restrepo
Olga Restrepo

" La Comisión Corográfica, el descubrimiento de una Nación". En: Salvat


Historia de Colombia. Bogotá, Salvat Editores, 1986, fascículos 59 y 60.
La Comisión Corográfica (1850- 1859) fue la primera empresa científica
de alcance nacional. Diferentes gobiernos asumieron enteramente la
finalizacón de la obra y garantizaron su continuidad, conscientes de su
trascendencia para la afirmación del Estado. En efecto, la Comisión podía
proporcionar pautas para definir las relaciones limítrofes, promover el
comercio interno, mejorar la administración pública, localizar y describir los
recursos naturales y, en fín, identificar los elementos culturales constitutivos
de una nacionalidad incipiente.

El hilo de la tradición

El uso de la ciencia como elemento estratégico de afirmación de la


soberanía del Estado figuró siempre como un proyecto en los fundadores de
la República, formados en la tradición de la Expedición Botánica.

La Expedición Botánica había establecido los principios de una empresa


científica en nuestro medio, contribuyendo a que nuestra élite valorara
positivamente el ideal del conocimiento. Ya antes de la Independencia,
Francisco José de Caldas, Francisco Antonio Zea, Pedro Fermín de Vargas,
Jorge Tadeo Lozano y Eloy Valenzuela, entre otros, se habían aplicado a
describir el país en diferentes aspectos y a difundir los conocimientos útiles
para el dominio de la naturaleza y de la sociedad.

Sin embargo, no basta que unos cuantos individuos comprendan el papel


que la ciencia pueda desempeñar. Es necesario, además, que exista una
demanda social y que se añadan ciertas condiciones mínimas para
acumular y reproducir el conocimiento, abriendo un campo de acción para
saber especializado.
Con todos sus éxitos, ni siquiera la Expedición Botánica logró legitimar
socialmente el papel del científico. Así Juan José D'Elhuyar se consumió en
vano, en las minas de Mariquita, sin poder aplicar su acervo de
conocimientos en el adelanto de la producción minera. La publicación del
Arcano de la Quina, de de Mutis, en el Papel Períodico de la Ciudad de Santa
Fe de Bogotá, se suspendió por falta de interés de los lectores, porque un
asunto esotérico les privaba de los entretenimientos ofrecidos en el único
medio impreso de la época. Por aquel entonces los científicos criollos eran
conocidos despectivamente como "la sociedad de los sabios". Y por su parte,
el Semanario del Nuevo Reino de Granada no logró subsistir por falta de
suscriptores que financiaran la edición.
Luego, en el proceso de la Independencia, las energías y los talentos se
agotaron en los avatares de la guerra. Tras ella, la élite que había sido
influída por la Expedición Botánica se vio precisada a Consagrarse a las
urgencias de la organización de un nuevo Estado, como Zea, Sinforoso Mutis,
Eloy Valenzuela, José María Restrepo y Félix Restrepo.
Es cierto que la Misión contratada por Zea (1822-1826) fue la primera
actividad científica patrocinada por el Estado. Pero, a diferencia de la
Comisión Corográfica, no tuvo carácter duradero, ni arraigo en instituciones
estables, ni contó con una contraparte de científicos y de técnicos nacionales
que pudieran extraer las enseñanzas de los científicos extranjeros.
La misión tenía por objeto realizar la idea ya concebida por Mutis y
ensayada apenas episódicamente por Caldas: crear un Colegio de Minería y
un Museo de Historia Natural, comparables a los que había fundado en
México Fausto D'Elhuyar y que causaron el asombro de Humboldt. Dicha
Misión estuvo en cabezada por Mariano Rivero, ingeniero de minas y químico
de orígen peruano, e integrada por el químico Jean Baptiste Boussingault
(quien luego sería director de la Academia de Ciencias de París), por el
médico Desiré Roulin y por los naturalistas Jacques Bourdon y Justine- Marie
Goudot.
A pesar de sus ambiciosos proyectos, la misión sólo dió lugar a unas
cátedras discontinuas de mineralogía y química y a un Museo que se quedó
simplelmente en un agregado de reliquias. Sería necesario esperar hasta
1888 para el establecimiento de la Escuela Nacional de Minas, en Medellín,
cuando el sueño de visionario de transformó en realidad.
Unicamente se produjo una asimilación de técnicas, como producto de la
Misión, en algunos centros Mineros, particularmente en Antioquia, donde se
daban las condiciones propicias para vincular la demanda económica y el
uso del saber.

En otros campos, como en botánica, zoología, geología y química, los


resultados de esta Misión fueron difundidos por la Academia de Ciencias de
Paris, publicados en los Anales de Fisica y de Química y bien explotados en la
carrera científica de los extranjeros, fenómeno que suele ocurrir en las
relaciones de centro y periferia, cuando ésta carece de puntos de gravedad
interior.
En Nueva Granada, los resultados de la Misión llegaron a conocerse
tardíamente, y como memoria, hacia 1849, por obra del coronel Joaquin
Acosta, un arqueólogo del saber, que, imbuído del mismo espíritu originario
de la Comisión Corográfica, se propuso reconstruir el hilo de la tradición
científica.
Hasta la Comisión Corográfica, las intenciones siempre corrieron por
delante de las realidades. En repetidas ocasiones llegaron a instalarse las
Academias Científicas y Literarias Nacionales (1826, 1832) en sesiones
solemnes a las que asistían el jefe de Estado, los Secretarios del Despacho y
los honbres cultos. Sin embargo, la falta de fondos, las ocupaciones de
Estado y las continuas disensiones civiles frustraban la continuidad de unas
tareas que demandan paciencia y sosiego.
Del mismo modo, una y otra vez se aprobaron grandes planes y reformas
educativas (1826, 1842), y una y otra vez se insistía en la necesidad de
orientar los estudios hacua profesiones útiles. Empero, era comprensible que
a pesar de algunos avances marginales en esta dirección, los talentos
giraran por mucho tiempo en torno a las actividades tradicionales y las
profesiones más directamente necesarias en la organización de un Estado
nuevo: la cura de almas y el orden religioso, la medicina, el derecho y la
carrera de las armas.
Por su puesto, eso no quiere decir que lo anterior sea desedeñable. Existía
una tradición, aún débil pero estimulante; y entre un pequeño núcleo de
individuos se manifestaba una alta estima por la ciencia y por la técnica,
condiciones necesarias pero no suficientes para una empresa científica.

Preámbulos de la Comisión Corográfica

En 1939 ya aparecía como ineludible la tarea de acometer una empresa


de reconocimiento de la nación en sus diversos aspectos, Y así quedó
consagrado en la ley expedida en aquel año por el Congreso.

En ella se expresaba "que la división política del territorio de la República


no puede arreglarse con el acierto que requiere la buena administración de
los pueblos sin tener presente un mapa general y exacto de toda Nueva
Granada, y uno particular de cada una de las provincias que lo componen".
Tales mapas y encuestas habían sido una obsesión de los estados
nacionales desde que se erigiera la Royal Society (1662) y la Academie des
esciences (1666). En particular, Colbert basó el desarrollo del mercantilismo
de Francia, su expansión militar y la mejora de la administración de los
impuestos en un conocimiento más preciso del territorio, de su población y
de sus recursos, comprometiendo a la Academia en las tareas cartográficas.
En el siglo XVIII, la emulación entre Francia e Inglaterra también se tradujo
en una mayor exactitud en el conocimiento de las dimensiones de ambos
países, conocimiento en el que cada vez más intervenían distintas ciencias.
Todo lo anterior sería integrado, en la era napoleónica, con la introducción
del sistema métrico decimal, el reconocimiento de la ingeniería cojo
profesión vital para el ejército y la sociedad civil, la organización de la
contabilidad por partida doble y el perfeccionamiento de los mapas y su uso
como expresión de nacionalismo y como instrumento del desarrollo
económico y del aprovechamiento de los recursos.

La ley granadina de 1839 expresaba esta tendencia racionalista de la


sociedad moderna. Ciertos énfasis eran propios de un país con escasa
población y muy débil patrimonio técnico, que, por consiguiente, valoraba
en alto grado, a veces hasta el idealismo, la inversión extranjera y la
inmigración de artesanos, mineros y agricultores europeos. En consecuencia,
la ley se refería a la urgencia de explorar las tierras públicas, a levantar el
inventario de los baldíos y a la necesidad de propagar en el exterior una
imágen amable del país, no sólo en su ambientee físico, sino en su
constitución moral política.

Y no obstante lo imperativo de estas recomendaciones, no hubo ejecución


inmediata de lo ordenado en la ley, como bien suele ocurrir. En el camino se
interpusieron la guerra civil de ese mismo año, las secuelas en el
empobrecimiento del fisico y las querellas resultantes entre las fracciones
políticas. Tampoco era claro, de otra parte, quién podía acometer semejante
aventura, y con qué colaboradores, con qué medios y bajo qué instituciones.

No obstante, en su conjunto, el ritmo de los acontecimientos y la


condensación de las ideas durante la siguiente década acercarían el
comienzo de una tarea que tendría enormes implicaciones en la formación
de una conciencia nacional, como se verá enseguida.

La demarcación de límites
La delimitción de nuevas naciones indepebdientes se fundó, en la
práctica, sobre un acuerdo tácito entre los paises iberoamercanos de
aceptar, como base para el deslinde, la demarcación legal española que
regía en 1810 y la establecida entre los dominios españoles y portugueses
en los tratados de 1750 y 1777. Y así se dispuso, pues, la Ley Fundamental
de la República de Colombia, distada en Anostura en 1819, en la
Constitución de Cúcuta de 1821 y también en la Ley fundamental de 1831,
tras la disolución de la Gran Colombia.

Pero era evidente que la sola consagración de un principio jurídico no


bastaba, Debía definirse de manera más positiva los límites intenacionales, y
en esto consistía el llamado a la ciencia.

Particularmente durante la década de 1840-50 se llevaron a cabo


negociaciones diplomáticas con miras a celebrar tratados que consagran de
manera explícita el principio jurídico y señalaran pautas y puntos de
referencia para una posterior y más precisa demarcación connunta de
fronteras. Pues, a pesar de los sucesivos intentos, aún no se había llegado a
nngún acuerdo definitivo con los países vecinos en esta materia.

Con Venezuela se había firmado, en 1833, un tratado desfavorable a


Nueva Granada, que, sin embargo, no fue ratificado por el Congreso
Venezolano. Un nuevo convenio se firmó en 1841, en el cual se acordaba
reiniciar las conversaciones, lo que tampoco condujo a ninguna definición.
En el caso del Ecuador la situación era similar.
Desde 1824 se habían señalado los límites entre los que eran por entonces
departamentos de Cauca y Ecuador. Años más tarde, en 1832, el citado país
reconoció los derechos de Nueva Granada sobre la provincias de Pasto y de
Buenaventura. Pero seguían pendientes los límites entre éstas y el país
vecino. Dos nuevos tratados se firmaron en 1845 y 1846, pero no llegaron a
ratificarse, siendo el primero favorable al Ecaudor.

Con el Brasil no se había emprendido ninguna gestión, pero allí aparecía


un problema adicional, puesto que el Brasil defendía no sólo la posesión de
derecho, sino también la de hecho, basada en una estrategia de expansión y
en un deliberado fortalecimiento de sus instituciones científicas.

Con los Estados Unidos de Centroamérica, Costa Rica, Nicaragua y


Honduras, el panorama era semejante: apenas un tratado de 1825, que
reconocía los límites que habían existido entre el virreinato de Nueva
Granada y la Capitanía General de Guatemala.

A todo esto hay que añadir que ya se vislumbraba en el horizonte, como


posible, la construcción de un canal a través del istmo de Panamá o bien por
alguna ruta del Chocó, lo que se sumaba como ingrediente a la disputa entre
las potencias europeas y los Estados Unidos por el control del continente.
Unos y otros enviaban constantes partidas de exploradores que investigaban
las distintas alternativas. Y al márgen de todo aquello quedaba Nueva
Granada, pese a que se trataba de una parte de su territorio, aunque
desconocida por los gobernantes como el resto del país.

Por ello, la Comisión Corográfica estaría llamada a constituírse como


consejera de los gobiernos en el litigio de los límites, de modo que un
reconocimiento científico y técnico de la historia y de la geografía nacional
eliminara la ingenuidad o el empirismo en un asunto tan vital para nuestra
soberanía.

La administración pública interna


Como se había indicado, otro de los objetivos de la Comisión Corográfica
consistía en proporcionar pautas para ordenar la administración pública en
lo interno.

La descripción física del país también debería servir como criterio para
definir la geografía política y para examinar e ilustrar la relación del
ciudadano con las autoridades locales y nacionales. Debía esclarecer los
linderos entre las provincias y obrar como árbitro en las frecuentes disputas
territoriales.

Aunque la polémica sobre el dilema entre centralismo y federalismo había


sido recurrente desde los albores de la independencia, sólo a partir de a
quinta década del siglo pasado comenzaría a madurar el pensamiento
granadino, a fuerza de contrastar principios y doctrinas con los deberes,
imposiciones y límites inherentes al ejercicio del gobierno. En realidad, sería
aquél un largo y complejo aprendizaje, puesto que se debería guardar al fin
de siglo para hallar una forma de gobierno estable y duradera, de acuerdo
con una economía más dinámica y autónoma.
En este proceso debe destacarse como punto de inflexión el libro de
Florentino González Elemento de Ciencia Administrativa, publicado en 1840
en Bogotá, producto de sus reflexiones como profesor del Colegio de San
Bartolomé. El texto ejerció una gran influencia sobre las constituciones
venideras y sobre los estadistas, y condensa de modo muy apropiado el
espíritu bajo el que se emprendería la aventura de la Comisión Corográfica.
Como el autor confesaba, los Elementos se nutrieron de la ideología
contenida en la obra Clásica de Alexis de Tocqueville La Democracia en
América, cuyo primer tomo se había publicado cinco años atrás,
conociéndose ya en Nueva Granada en 1837. Sin identificarse en modo
alguno con lo que sería el espíritu del radicalismo posterior, Florentino
González proponía, como el Francés, <<un sistema de administración para
una república central en su gobierno y federal en s administración>>.
El autor se aprtaba así de la tradición borbónica y sugería en grado de
descentralización con ingerencia de las comunidades locales en la elección
de mandatarios.

Su idea de un fortalecimiento del régimen municipal era complementada


con el llamado a levantar una carta geográfica: <<La carta i la estadística
presentan al lejislador un compendio de la sociedad que gobierna, i le
facilitan los conocimientos para dividirla con acierto>>.
Florentino González escribía justamente cuando el Congreso Granadino
expedía a ley que autorizaba el establecimiento de una Comisión
Corográfica. << Preciso es- decía- que una nación nueva, en que
indudablemente toso está mal establecido, empiece por proporcionarse
estos conocimientos, para mejorar la condición social, i que se den a las
autoridades existentes, tanto nacionales, como municipales, las facultades
que necesiten para ausiliar á los que se encarguen de éste utilísimo
trabajo…
Yo hablo de una estadística formada por personas intelijentes, que
comprenda la realidad i enumeración de todo lo existente; que dé una idea
de la riqueza i recursos actuales del país, i de las fuentes de donde pueden
emanar en lo venidero iguales ó mayores. Esta misión podrá llenarla
cumplidamente una comisión jeográfica debidamente dotada i ausiliada…
>>
En el mismo libro, el autor clamaba por una reforma en la Hacienda y en
la contabilidad, sin saber acaso que entre 1846 y 1848, sería el encargado
de cumplir estas recomendaciones como Secretario de Hacienda de la
primera administración del general Tomás Cipriano de Mosquera, a quien se
debe el principio en firme de las labores de la Comisión Corográfica. Por
entonces, la concepción de Florentino González habrá ganado en extensión y
en profundidad: los pensamientos sobre política y administración pública se
habrán ampliado en el estudio de los asuntos económicos.

La nueva perspectiva económica

Con el fracaso de las llamadas industrias modernas, casi extinguidas tras


la guerra de los supremos, precipitado por las especulaciones financieras,
parecían disolverse las esperanzas de fortalecer la economía neogranadina
por la senda industrial.
Muchas razones contribuían a desencanto: los débiles capitales al alcance
de los empresarios nacionales, la insuficiencia ténica, lo precario de los
recursos, la renuncia de los extranjeros a invertir en un país donde el
principal riesgo para una gestión era la inestabilidad política y las
limitaciones de una población een su mayoría rural, analfabeta y poco
acostumbrada a empresas complejas.

Y, sin embargo, existía una razón de mayor fondo para condenar como
infructuoso todo ensayo fabril de alguna complejidad: la revolución industrial
había llegado a su clímax. La transformación de los principios de trabajo con
introducción de la máquina, la renocación de las fuentes de energía con las
diversas aplicaciones de la máquina de vapor, todas las innovaciones
técnicas, en fín, coincidieron en una extraordinaria elevación de la
productividad del trabajo y en una reducción de los costos, a lo que
contribuía también un transporte más veloz y de mayor volúmen.

Bajo aquellas tendencias el sueño de una industria protegida por elevadas


barreras arancelarias estaría predestinado al fracaso, como artificio que
sería burlado por el contrabando, por la lógica del mercado o por la fuerza
de las cañoneras, si otras razones no bastaran.
De ahí que no fura extaña la convergencia de pensamiento, en figuras tan
contrapuestas como Mariano Ospina Rodríguez y Florentino González,
secretarios del Interior y de Hacienda y en las administración de Pedro
Alcántara Herrán y de Tomás Cipriano Mosquera, en torno a una nueva
perspectiva económica que estimulara el comercio exterior y explorara las
ventajas comparativas, mediante la producción y exportación de materias
primas y la importación de productos manufacturados. Ellos y otros,
propagaron las bondades de la vocación agrícola y minera de Nueva
Granada, a igual que años atrás lo habían hecho los miembros de la
Expedición Botánica.
El comercio exterior sería estimulado en la medida en que se hiciera
expedita la exportación de productos agrícolas y mineros. Entonces las
rentas del Estado dependerían principalmente de los impuestos de aduanas,
y, en menor medida, de monopolios, y, en menor medida, de monopolios,
como el estanco del tabaco, cuya suerte en realidad y estaba echada.
Era, pues, imperativo identificar los recursos naturales y facilitar los
medios para su producción y distribución. A allanar esta perspectiva se
dedicaron el presidente Mosquera y secretario de Hacienda, Florentino
González.
Todo apuntaba al mismo fin: animar los mercados internos en función el
comercio exterior.
Para ello se formaron las aduanas en los puertos y se eliminaron aduanas
interiores, se comenzó a imponer la nivelación de pesos y medidas, se
introdujo el sistema métrico y se revisaron las estadísticas y la contabilidad
en el manejo de la Hacienda.
Por supuesto, las obras públicas eran instrumento estratégico de la
política, Y como la ingeniería no había arraigado en el medio, se recurrió a
ingenieros extranjeros. Así, el estadounidense Henry Tracy asumió la
dirección de caminos; Antonie Poncet continuó el trazado de la ruta entre
Bogotá y Honda, iniciado desde 1827 por Juan Bernardo Elbers; Estanislav
Zawadsky trabajó en la de Cali a Buenaventura, y Carlos de Greiff lo hizo en
diferentes proyectos en la provincia de Antioquia.

La reforma de las instituciones científicas y educativas también se imponía


si el país debía seguir al ritmo de un mayor intercambio con el extranjero.
Durante aquella administración revivieron el Museo Nacional, el Observatorio
Astronómico y la Biblioteca; se crearon la Escuela Práctica de Arquitectura y
el Instituto de Ciencias Naturales, Físicas y Matemáticas (aunque de efímera
existencia), y se inició en firme la formación de ingenieros con el
establecimiento del Colegio Militar, que al poco tiempo ofrcería
colaboradores y continuadores de la obra de Codazzi, como Manuel Ponce de
León de Indalecio Liévano.
El ciclo se cerraría con la fundación de la empresa de Comisión
Corográfica. En lo teórico y en lo práctico, Mosquera y Florentino González se
habían comprometido con la exaltación de la provincia, con el
reconocimiento de sus recursos naturales y humanos, con su integración a la
vida nacional y con su participación activa en la racionalización de la lenta y
descoordinada administración pública. Mosquera impartió ódenes a los
gobernadores para que recorrieran periódicamente sus circunscripciones y
enviaran estadísticas e impresones de sus viajes. El mismo emprendió una
gira por las provincias del norte, y asu regreso presentó un proyecto de ley
concediendo mayor poder a las asambleas regionales. Con seguridad este
viaje lo reafirmó en su decisión de contratar la exporación geográfica
proyectada desde 1839, y que, como tantas otras disposiciones, había
permanecido archivada entre multitud de leyes.

Codazzi, la aventura de la ciencia

Hasta ahora se han examinado las condiciones y las instituciones que


hicieron posible el surgimiento de una empresa como la Comisión
Corográfica, con los diversos y complejos fines que se proponía. Falto algo
esencial, sin lo cual jamás es posible la aventura científica: el hombre.

Así como es impensable el curso de la Expedición Botánica sin el sello


personal de Mutis, que fue, como él decía, un <<oráculo de éste Reino>>,
también sería inconcebible el comienzo de la Comisión Corográfica, o su
destino, sin el aliento de una figura de la dimensión de Agustín Codazzi.
Aunque su función haya sido semejante, en cuanto a promotores y
difusores de la ciencia en un lugar distante de su orígen, su personalidad y
su formación difieren mucho, como corresponde a individuos moldeados en
países y en tiempos diferentes.
El uno, Mutis, se abrió difícil paso hacia el camino de la Ilustración, sin
ambientes o tutelajes propicios, siempre entorpecido en sus propósitos por
la menguada valoración de la ciencia en su medio familiar o adoptivo.
El otro, Codazzi, fue hijo natural de la revolución napoleónica y de la
revolución industrial, movimientos que dispersaron por los cuatro puntos
cardinales el ideario del mundo moderno.

Mutis vivió desgarado por la fatalidad que podría sobrevenir al imperio


español, y se esforzó en cuanto pudo por mantener, por medio de reformas,
los lazos entre la metrópoli y sus colonias.
Codazzi se formó como ingeniero en los ejércitos napleónicos, pero
también se alistó luego en las filas italo-británicas, hasta intentó hacer
carrera en el ejército pontificio. Aunque Italiano de corazón, sintió bien
pronto la ausencia de una patria, y despues de intervenir en aventuras y en
empresas puso su entusiasmo y su razón en la afirmación de sus estados
adoptivos. Y así, ausente en el proceso de unificación del Estado italiano, fue
sin embargo protagonista en el de la liberación de los estados americanos y
en la afirmación de la identidad cultural de Venezuela y de Colombia.
Uno y otro bien pueden calificarse como héroes, en la acepción de Carlyle:
personalidades extraordinarias y carismáticas que distinguen a la historia
como producto de a libertad humana. Héroes, sin embargo, cuyo
romanticismo y entusiasmo se ha puesto, en la época moderna, al servicio
de la ciencia y de la técnica (y quizá por ello Carlyle los llamaría antihéroes).
En el suelo americano, el periplo de Codazzi tuvo tres fases. En la primera
(1817-1822) aparece como adjunto del filibustero Aury, al servicio de la
armada libertadora.

<< EL CABRERO>>

Los alrededores de la ciudad de (Cartagena de Indias) son encantadores,


con cosas de campo escondidas entre masas de verdor y de flores. En un
delicioso bosque de cocoteros, cerca de un atiguo poblado de pescadores, se
levanta << El Cabrero>>, residencia del presidente Núñez. Una sencilla
valla de madera rodea la propiedad del jefe del Estado. Todo respira calma y
sencillez en ese lugar. El mar no está nunca agitado y las olas mueren
tranquilamente, protegidas por la montaña que las defiende del viento.
Reluciente como un espejo de plata, el agua refleja la blancura de las casas
y el verdor de los cocoteros y de las palmeras, salpicadas, duranre la noche,
de luces eléctricas. Durante un paseo me encontré con el presidente: era un
hombre de estatura elevada, cuyo enérgico rostro iba acompañado de
inmensa bondad. Días después fui recibido en <<El Cabrero>>, y durante
una hora quedé prendido por el encanto de la conversación, a la vez erudita
e impreganada de la más noble filosofía. Tras haberme preguntado por la
Sierra Morena y la altitud de las nieves, el señor Núñez tuvo a bien pedirme
detalles sobre la antigua civilización de los taironas. Me demostró que le
eran familiares los más complicados problemas de la geología; y acabó
dándome una prueba de la afición a la soledad, propicia a las largas
meditaciones. Desde que se estableció en <<El Cabrero>>, la gente
elegante de Cartagena le siguió, y me dijo, no sin mlancolía: <<A veces he
deseado vivir en el ancho mar, sobre un pontón>>.

Su casa era de una sencillez encantadora; a la entrada, un oficial joven


montaba guardia. Una escalera llevaba al único piso alto: desde una galería
con baranda pintada de azul y blanco, se pasa a un salón de dimensiones
regulares, amueblado a la norteamericana, con un piano, varios sillones y
algunos retratos en las paredes. El interior, alegre y confortable, más parecía
casa de un tranquilo rentista que de un jefe de Estado cargado de
preocupaciones por los asuntos públicios. La señora Núñez, de nombre
Soledad, animaba el salón con los destellos de su inteligencia y de su gracia.
Todavía era joven y de gran belleza.

(Conde Joseph da Brettes: Chez les indiens du nord de la Colombie. Siz ans d'
explorations, en <<Le Tour du Monde>>, 1898, págs. 70-71, y grabado de
Florez aparecido en <<Papel Periódico Ilustrado).

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Luego de un breve retorno a Italia (1826) se radica en Venezuela y allí,


prácticamente sólo e interrumpida su labor por las disensiones civiles,
emprendió la tarea del reconocimiento geográfico del país, una vez
consumada la Gran Colombia, y autorizada por el Congreso (1830) y
patrocinada por Páez la Comisión Corográfica. Terminda e impresa su
monumental obra cartográfica (1841), Codazzi intentó arraigar en Venezuela
como gobernador de una provincia y promotor de la inmigración extranjera,
hasta que la fuerza de los conflictos internos le obligó a radicarse en Nueva
Granada.
Como Mutis, emprendió, en la última fase de su vida, la vocación de
promotor de una iniciativa científica de incalculable valor en la afirmación de
la nacionalidad colombiana.

Una peregrinación compartida

A diferencia de Venezuela, donde los trabajos corográficos fueron


ejecutados en su totalidad por Codazzi, en la constitución de la Comisión de
Nueva Granada se contempló, desde el principio, conformar un equipo de
investigadores con áreas especializadas.

La geografía y la cartografía eran el centro de gravedad de la Comisión


Corográfica y a partir de éstas se diferenciaron la sección estadística y
sociológica, confiada sucesivamente a Manuel Ancízar y a Santiago Pérez; de
la botánica se encargó José Jerónimo Triana y Carmelo Fernández, Enrique
Price y Manuel María Paz asumieron, en distintos momentos, la realización de
la iconografía. Tras la muerte de Codazzi, Manuel María Paz y Manuel Ponce
de León completaron la cartografía, y Felipe Pérez elaboró buena parte de
los textos geográficos.

La Comisión no fué labor de un sólo hombre en la definición de todos sus


problemas cintíficos, como tampoco en las determinaciones sobre sus
integrantes, duración y cubrimiento de los trabajos, financiación y recursos,
si bien en todo ello intervino Codazzi. El prestigio que le habían conferido sus
realizaciones en Venezuela fue definitivo para asegurar la continuidad y el
respaldo a las tareas de la Comisión, que, en varias ocasiones estuvieron a
punto de paralizarse, como sucedió en 1855, cuando se discutieron los
términos de un nuevo contrato, o en 1858, cuando debieron justificarse
nuevos plazos para la culminación de las exploraciones.

Pero la gestión de Codazzi se basaba en la cohesión del equipo en torno a


un principio central: el apoyo y el reconocimiento para los trabajos
científicos no habría de lograrse si sólo se invocaban la autoridad y la
competencia del grupo en cualquiera de los campos de investigación. Era
preciso, ante todo, que demostraran la trascrendencia de su misión en
términos de las ventajas que podrían derivar de ella para el país. Y ya
mediado el siglo, frente a una sociedad más diferenciada en lo económico, lo
social y lo cultural, y ante un Estado en formación, no bastaba con pregonar
tales posibilidades, renovando solamente un discurso ideológico acerca del
valor que podrían llegar a tener la ciencia y la técnica modernas para el
engrandecimiento nacional.
Codazzi, Ancízar, Triana, Pérez y Paz comprendieron que ese discurso debía
apuntalarse con una acción denodada.
La Comisón recorrió buena parte del territorio nacional, tal como estaba
estipulado en los contratos, excluyendo de una exoploración intensiva la
zona del Caquetá, que hoy correspondería a las intendencias y comisarías
del Amazonas, Vaupés, Guainía, Vichada, Putumayo, Arauca y parte del
departamento del Caquetá. En esta extensa región, <<casi equivalente al
resto de la República>>, Codazzi quedaba comprometido- según decía un
anexo de su contrato - a penetrar <<hasta los puntos en que haya autoridad
o misiones granadinas… i a formar con estos datos i los que suministran las
Cartas antiguas que existen conocidas, una nueva que sea tan detallada
como lo permita el espacio de tiempo, comparativamente escaso, que pueda
consagrar a la exploración de aquellos vastos desiertos>>.
En promedio, durante cada uno de los nueve años que duraron los viajes,
la Comisión estaba alrededor de ocho meses fuera de Bogotá. Una breve
reconstrucción de sus itinerarios, como la que transcribimos, puede
proporcionar una imágen más completa del carácter de la obra efectuada:

1850-181. En estos años, Codazzi, Ancízar, Triana y Fernández (los dos


últimos contratados a finales de 1850) visitaron la región oriental del país,
esto es, los actuales departamentos de Norte se Santander, Santander, el
sur del Cesar, el occidente de Boyacá y el norte de Cundinamarca. Cuando la
Comisión regresó a Bogotá, Triana viajó hasta Buenaventura en compañía
del botánico prusiano Alejandro J. Warsjeweiz.
Desde el primer año comenzaron a publicarse: en el Neogranadino, la
Peregrinación, que Ancízar escribía con el seudónimo de Alpha; y en la
Gaceta Oficial, desde finales de diciembre, el primer informe de Codazzi, la
Jeografía física i política de la Provincia del Socorro.

Ancízar se separó de la Comisión en diciembre de 1851, cuando fue


enviado a Lima como encargado de Negocios ante las Repúblicas de
Ecuador, Chile y Perú. A su vez, el pintor Venezolano Carmelo Fernández fué
sustituído por Enrique Price.
1852- 1853. Codazzi, Triana y Price recorrieron las provincias de a región
occidental, lo que hoy son los departamentos del Tolima, Caldas, Quindío,
Antioquia, Chocó, Valle, Cauca y Nariño.
Al cumplir su primer año, Triana rindió un informe que le significó un
considerable aumento en su remuneración. A partir de septiembre de 1852
comenzó a publicar, en el Neogranadino, el producto de sus primeras
herborizaciones, sus plantas útiles de la Nueva Granada. Pocos meses
después entregó un herbario compuesto de 443 esqueletos de plantas
clasificadas.
A fines de 1852, cuando se hizo evidente que Ancízar debería haber
permanecido aún más en su cargo, el gobierno contrató a Santiago Pérez
para sustituírle. A partir de agosto de 1853 comenzó a publicar sus Apuntes
de Viaje en el Neogranadino.
Al regreso de Bogotá se retiró el pintor Enrique Price.

1854. Codazzi fué designado por el gobierno para acompañar a un grupo de


ngenieros ingleses en la exploración de la región del Darién, desde la bahía
de Caledonia hasta el golfo de San Miguel.
Concluida esta misión, recorrió el norte y centro del itsmo. Participó, junto a
general Mosquera, en la guerra contra Melo.

Por su parte, Triana viajó hasta Cartago y continuó herborizando.


<<siguiendo los movimientos del ejército del Alto Magdalena y
aprovechando cuanto podía los altos de la tropa>>. Publicó su libro: Nuevos
jéneros i especies de las plantas para la flora neogranadina, que también se
difundió por entregas en la Gaceta Oficial.

1855- 1856. Codazzi, Triana y Manuel María Paz - contratado en


sustitución de Santiago Pérez- recorrieron los llanos del Casanare y San
Martín, que constituían parte de los actuales Arauca, Meta y Vichada.
Se editó el primer tomo de la Jeografía física i política de las provincias de
la Nueva Granada, que contenía lo relativo a las antiguas provincias de
Socorro, Vélez, Tunja y Tundamá.
En Septiembre de 1856 entregó Triana un herbario de treinta y ocho
volúmenes con cerca de cuatro mil especies clasificadas. A principios de
1857 partó para Europa, enviado enviado por el gobierno, con el fín de que
llevara a cabo un estudio sobre todas las plantas útiles de Nueva Granada. Y
en Europa ya permaneció todo el resto de su vida, investigando y publicando
importantes trabajos botánicos.
1857. Codazzi y Paz viajan por toda la zona limítrofe con el Ecuador,
internándose en el Putumayo y buena parte del Caquetá de hoy. La segunda
mitad del año la empleó Codazzi en trazar un tramo de la vía entre Bogotá y
el Magadalena, en compañía de su antiguo alumno, el ingeniero Manuel
Ponce de León.

Mientras esperaba que el gobierno reuniera los fondos necesarios para


reemprender sus actividades, Codazzi terminó su estudio sobre la zona
arqueológica de San Agustín: Antiguedades Indígenas.
1858-1859. Dificultades económicas seguían inpidiendo emprender el
viaje hacia la costa norte, por lo que se desplazaron entonces por toda la
provincia de Cundinamarca. Pero había una tarea adicional: con el cambio en
la división político-administrativa, que reagrupó las veintinueve provincias en
ocho estados, Codazzi se vió obligado a revisar su obra, que corría el peligro
de quedar obsoleta.
A fines del año salieron Cadazzi y Paz hacia los estados de Bolivar y
Magdalena. Tenían la intención de poner justo término a unas jornadas ya
demasiado prolongadas y extenuantes. Codazzi aspiraba a penetrar en la
Sierra Nevada, y tal vez regresar luego a Europa a ordenar la publicación de
su obra.
Pero ninguno de éstos últimos sueños pudo cumplirse: abatido por la fiebre y
acompañado por Paz, murió Codazzi el 7 de febrero de 1859 en la apartada
población de Espíritu Santo.
A partir de 1861 se reanudaron los esfuerzos por culminar el encargo de la
Comisión de la Comisión, pretendiéndose terminar la obra sobre la misma
base de lo que había dejado Codazzi. Pero ya no se reemprendieron nuevas
exploraciones.
En 1862, Felipe Pérez, de acuerdo con los cuadernos de Codazzi y
reuniéndo sus propias noticias históricas, publicó la Jeofrafía física i política
de los Estados Unidos de Colombia, y tres años después su Jeografía jeneral
de los Estados Unidos de Colombia, escrita de orden del gobierno jeneral. Y
en Paris, Manuel María Paz publicó, en 1864, el Atlas de los Estados Unidos
de Colombia.
Finalmente, en 1889, se imprimió, también en Paris, el Atlas geográfico e
histórico de la República de Colombia, Y así se cumplió el ciclo de la
Comisión Corográfica.

Una visión de Nueva Granada


El carácter itinerante de la Comisión sirvió el doble propósito de la
ejecución cientifica- imposible pensar una obra cartográfica y geográfica sin
una exploración intensa- y su articulación con las necesidades del país.
En esto radica una diferencia importante con la Expedición Botánica, que
fué única, de las tres grandes empresas científicas enviadas a América por la
Corona española (siendo las otras dos la Expedición Botánica a los reinos de
Perú y Chile, de 1777, y la Expedición Botánica a Nueva España, 1786) en
fijar su residencia (primero en Mariquita y luego en Santafé), con lo cual
acaso se aisló un poco más de aquéllas del medio donde se inscribía su
acción. Así pareció comprenderlo Caldas, cuando centró sus observaciones
botánicas en la distribución geográfica de las plantas, una perspectiva que
ciertamente adquirió durante sus viajes por el Cauca y el Ecuador y, sobre
todo, cuando insistió en la urgencia de realizar una expedición "geográfica o
económica" , con la cooperación simultánea de astrónomos, botánicos,
mineralogistas, zoólogos, economistas, y unos cuantos diseñadores. Esto era
casi equivalente a aspirar que el mismo equipo de la Expedición Botánica- ya
que fuera de ella había muy pocos con capacidad de hacerlo- se aplicara de
manera sistemática a la investigación de las propias realidades" <<
Volvamos ahora nuestros ojos - decía Caldas- sobre nosotros mismos,
registremos los departamentos de nuestra propa casa, y veamos si la
disposición interna de esta colonia corresponde al lugar afortunado que
ocupa sobre el globo".

Y no poco adelantaron en ese sentido hombres como Caldas, Pedro Fermín


de Vargas, Francisco Antonio Zea o José Manuel Restrepo. Aun cuando sus
reflexiones no eran el eje central de la Expedición, llegaron a convertirse en
germen de nacionalidad y de una concepción del Estado.
Como toda obra corográfica- como la que había propuesto Caldas- la de la
Comisión pulsó lo singular de cada región, comprendió sus caracteres
específicos, que no eran sólo físicos (la configuración de los suelos, la
posición geográfica, el clima), sino también culturales ( el carácter de sus
habitantes>>, sus formas de organización social, sus ideas y cultos
religiosos).
Con la corografía- desde la perspectiva de la geografía, la investigación
social, la botánica y la pintura-, cada sección del país adquirió una dimensión
propia, que se expresó en la forma de caracterizar el ambiente físico como
sistema, en la exposición histórica que penetraba en la constitución interna
de la sociedad y recuperaba sus tradiciones y el inmenso acopio de
estadísticas y el inventario de sus recursos.
De todo lo anterior surgieron recomendaciones, proyectos que mostraron
las potencialidades, con una dosis de optimismo que rayaba en la
ingenuidad- la misma ola de grandes expectativas que había engendrado la
Expedición Botánica-, poruque acaso se llegó a pensar que los caminos de la
política y de la ciencia marcharían juntos (para algunos incluso eran
idénticos) y que era posible un acuerdo nacional sobre la base del
conocimiento científico.

El problema de la descentralización administrativa constituyó uno de los


centros de reflexión de la Comisión Corográfica. Codazzi y Ancízar aportaron
elementos de juicio para este debate. Sus indagaciones en las provincias los
llevaban a la conclusión de que el edificio de la República se erigía sobre
bases demasiado débiles. Un centralismo excesivo, con las constantes
reforms y contrareformas, había producido en las aldeas, en las villas y aun
en las capitales, la carencia de unos objetivos y de unas normas más o
menos generalizadas. A medida que se descendía de la sólida pirámide
jurídica, la República parecía desvanecerse, descansaba sobre el alcalde
analfabeto, el jefe político ausente, el cura párroco y el gamonal local, y
hasta ellos las disposiciones centrales llegaban completamente
desdibujadas. Los recursos propios no se aprovechaban para el desarrollo
regional, sino para el sosteniniento de la costosa "empleomanía".
Para Ancízar, lo mismo que para Florentino González, << cada localidad
debe cuidar de sí misma, crear recursos propios y concentrarlos en su seno,
para no mendigar de los vecinos los medios de existencia, y para establecer
desde el distrito parroquial las bases de la descentralización
administrativa>>.

La Comisión se había nutrido de cierto espíritu federalista, alimentándolo


a su vez con su exaltación de la provincia. Y precisamente la Comisión
apuntalaba la fórmula de González, << una república central en su gobierno
y federal en su admimnistración>>, subrayando ese elemento de
integración regional, de acción coordinada entre las provincias, para la
consolidación de un mercado interno. << La unión -decía Codazzi- hace la
fuerza en todos los tiempos, en todas las cosas y en todas las partes, al paso
que la desunión conduce a la ruina necesariamente>>.

Así, la Comisión, lejos de adelantar el federalismo político externo- que ya


comenzaba a perfilarse, hasta tomar cuerpo en las constituciones de 1858 y
1863- contenía la semilla de la << centralización política y descentralización
admimistrativa>>, el ideal expresado por Rafael Núñez y que ha
permanecido latente en nuestro país.
En directa relación con lo anterior estaban las reflexiones sobre el curso de
la economía. La orientación de la política económica bien podría centrarse
en el fortalecimiento del comercio internacional; pero, en opinión de Codazzi,
esto no podría hacerse a espaldas de la conformación de un sistema de
mercados, descuidando el comercio interior.
Codazzi intervino en diversos proyectos de vías de comunicación,
trascendiendo la mirada del ingeniero, para aplicar más bien los criterios de
una geografía económica y social. En el planteamiento de una vía- como, por
ejemplo, una salida al Magadalena, que a fín de cuentas era una
comunicación con Europa- debería elegirse la más adecuada para vitalizar
una región y estimular el trabajo, integrando a sus habitantes en una
economía más amplia, en una vida social más activa, en una nación. Y para
ello era necesaria una acción coordinada entre las provincias, porque los
mercados aún eran muy débiles para impulsar tales obras y <<nada se
gana- como decía Codazzi- con tener una vía comercial al mar si no hay
nada que transportar por ella>>. Idénticos argumentos comenzarían a
exponer en materia económica y de obras públicas Miguel Samper y
Salvador Camacho Roldán.

Influencia social de la Comisión Corográfica

¿Hasta dónde alcanza la influencia social del trabajo centífico y en qué


niveles comenzaba a surgir una valoración más positiva de la ciencia y del a
técnica?
En las más altas esferas gubernamentales la Comisión encontró el mayor
respaldo, como corrrespondía a una obra patrocinada por el Estado y que a
diario percibía la trascendencia de su misión.
Entre 1850 y 1861, ocho mensajes presidenciales al Congreso se refirieron
a diferentes problemas confiados a la Comisión: límites internacionales,
exploración del itsmo, vías de comunicación y proyectos de inmigración y
división político-administrativa. Del mismo modo, siete informes de la
Secretaría de Relaciones Exteriores y once de la de Gobierno mencionaron
algunos de estos trabajos.

Impacto de la Comisión Corográfica en las artes y en la literatura

Por su parte casi todos los gobernadores provinciales propusieron


reformas en la administración seccional o planes de obras públicas
(construcción de bodegas, instalación de puertos, repartición de resguardos,
establecimiento de colonias agrícolas, trazado de caminos) basándose en
consultas formuladas a la Comisión a su paso por las provincias.
Los largos viajes de la Comisión, sus posibilidades de contacto directo con
autoridades civiles y religiosas, con hombres ilustrados y rústicos, con
tinterillos y gamonales, le permitieron plasmar una imágen de la
nacionalidad e interpretar las nuevas realidades del país. Y asimismo, la
difusión de sus obras a través de los periódicos oficiales y particulares,
nacionales y regionales, y la publicación de los libros de viajes, las
geografías, los atlas y las obras botánicas dejaron un sedimento cultural
arraigado.
No obstante, conviene tener presente que en el nivel de la aldea, lo
predominante eran los sentimientos de desconfianza y hostilidad hacia la
Comisión: desde el alcalde hasta el maestro, con la frecuente excepción del
párroco, la ciencia continuaba siendo una ocupación esotérica.
Mas para los pocos que ejercían alguna actividad científica y para los que
comenzaban a interesarse por el saber, la Comisión proporcionó un nuevo
método de trabajo: una menor preocupación por la información libresca, en
general mal asimilada, y un creciente esfuerzo para activar las capacidades
científicas por medio de la investigación.
Dentro de esta perspectiva puede verse, por ejemplo, la creación de la
Sociedad de Naturalistas Neogranadinos (1859), presidida por Ezequiel
Uricoechea, y en la que se agruparon los pocos naturalistas que pudieron
presentar algún trabajo para aspirar a formar parte de un grupo selecto,
entre ellos Liborio Zerda, Francisco Bayón, Florentino Vezga y Genaro
Valderrama. Sus miembros se distribuyeron en diferentes secciones, entre
éstas: mineralogía, a cargo de Uricoechea y Liborio Zerda; paleontología,
espeleología, geología y otras relacionadas con los diferentes grupos de
clasificación zoológica y botánica.
La Sociedad de Naturalistas publicó dos números de su boletín:
Contribuciones de Colombia a las Ciencias y a las Artes (1860-1861). En el
correspondiente primer año se incluyó la que habría de ser la primera obra
sobre la historia de la ciencia en Colombia: Memoria sobre la historia del
estudio de la botánica en la Nueva Granada. Su autor, Florentino Vezga, en
la primera parte centró su atención sobre la Botánica indígena, con el
propósito de rescatar y atraer la atención de los científicos hacia los
conocimientos terapéuticos de los indios, es decir, aplicando en el campo de
las prácticas médicas tradicionales el mismo criterio que había orientado la
indagación corográfica.

La segunda parte de su Memoria, dedicada a la obra de la Expedición


Botánica, cumplía la función de proporcionar al pequeño núcleo de científicos
su identificación y afirmación dentro de una corriente histórica. Contribuía a
afianzar los valores científicos compartidos y a fortalecer los sentimientos de
comunidad, de un todavía pequeño grupo que comenzaba a definir su papel
dentro de la sociedad.
La sociedad no tuvo existencia duradera, como era de esperarse dentro
del marco de una sociedad que aún no daba para secciones científicas tan
diferenciadas, y donde la carencia de recursos y la inestabilidad política-
guerra de 1860- daban al traste con los buenos propósitos.
Literatura, historia y pintura reciberon un impacto que las hizo volcarse
sobre la nacionalidad, proceso en el cual el romanticismo, costumbrismo y
positivismo formaron una extraña amalgama.
La exaltación romántica del pasado aborígen, particularmente entre los
liberales, produjo novelas y dramas históricos , como la serie de las cuatro
novelas incaicas (1856-1858) que Felipe Pérez dedicó a Manuel Ancízar. Del
lado conservador comenzaron a producirse obras de carácter histórico que
destacaban la herencia hispánica y colonial- un ejemplo destacado podría
ser la Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, que José Manuel Groot
publicó en 1869.
La obra de Ancízar también fué modelo para la indagación etnográfica
realizada por Jorge Isaacs, en su Estudio sobre las tribus indígenas del
Estado de Magdalena (1884), obra que recibió enconados ataques por parte
de Miguel Antonio Caro, debido a las alusiones al Orígen del hombre, de
Charles Darwin, que introdujo Isaacs para discutir las diferentes mitologías
sobre el Orígen del hombre americano.

Conservadores y liberales se unieron en el fervor por los cuadros de


costumbres, donde describían o dibujaban los lugares más pintorescos,
donde narraban las aventuras de un viaje o las peripecias de la navegación a
lo largo del Magdalena, las formas de trabajo de los campesinos o los
diversos tipos raciales, los atuendos típicos y las modas, las tertulias y los
chocolates santafereños, las fiestas, los mercados, las formas del discurso
del pueblo, en fin, no quedó que los jocosos citadinos no escudriñaran,
subrayando lo autóctono- muchas veces cayendo en excesivo
provincianismo- buscando los rasgos característicos de la identidad nacional.
Así lo plasmaron en la primera publicación periódica de éste género: El
mosaico; miscelánea de literatura, ciencias y música, que aparecida en
1858, al calor del entusiasmo producido por la Peregrinación al Alpha,
destacó como reacción en cadena con la popularización del nuevo género de
relatos y descripcones .
Los mismos editores del Mosaico publicaron, a partir de 1866, el Museo de
cuadros de costumbres, una recopilación de artículos periodísticos, novelas
y dramas de diferentes autores, entre quienes se contaban: Manuel Ancízar,
Salvador Camacho Roldán, Eugenio Díaz- que allí publicó su famosa
Manuela-, José Manuel Groot, Manuel María Madiedo, José Manuel Marroquín,
Felipe y Santiago Pérez, Medaro Rivas, José María Samper y José María
Vergara y Vergara.

En la pintura se impusieron igulmente los Cuadros de Costumbres


Granadinas, al estilo de Ramón Tórres Méndez, quien en vano intentó formar
parte del grupo de la Comisión, pero cuya obra seguía el mismo derrotero
que inspiró a Carmelo Fernández, Enrique Price y Manuel María Paz .

BIBLIOGRAFIA

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Peregrinación del Alpha por las provincias del Norte de la Nueva Granada
en 1850 i 1851, Bogotá, 1853.

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The first Mosquera Administration in New Granada, 1845-1849, The
University of North Carolina, 1958.

Paz, M.M.
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Bogotá, 1862- 1863.
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Prodromus Florae Novo- Granatensis, Paris, 1862.
Prodromus Florae Novo- Granatensis. Criptogamie, Paris, 1863- 1867.

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