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R. G. B.
Cuando hace unos cuarenta años Francisco Romero resolvió consagrarse por entero
a la filosofía renunciando a la poesía y a la crítica, géneros en que hizo sus primeras
armas en las letras, adoptó el ensayo. La sazón era propicia, no sólo para el desarrollo
—130→ de su vocación más entrañable y definitiva, sino para la adopción del género
literario en cuyo cultivo sobresaldría como uno de los maestros en nuestra lengua.
Entretanto, los ensayos del joven filósofo eran ávidamente leídos y comentados por
un público lector cada vez más amplio y entusiasta. En cada uno de ellos, la nueva
filosofía, hábilmente expuesta, planteaba problemas cuyo interés de genuina actualidad
despertaba en lectores argentinos y ya no sólo argentinos sino de todos los países de
América, algo así como la emoción de asistir idealmente al drama del pensamiento
protagonista de la época empeñado en la lucha de hallar nuevas respuestas a las eternas
interrogaciones.
Pero, de todos modos, lo dicho más arriba explica por qué el ensayista atribuía a lo
didáctico una importancia tal que habría de configurar la estructura y determinar el tono
de sus ensayos. Porque no es aventurado afirmar que las circunstancias particulares en
que Romero se consagra a la filosofía, imponen a un gran número de aquéllos no sólo el
mentado sacrificio de originalidad sino hasta un sacrificio de lo poético en aras del
ideal didáctico que anima su labor. Veamos por qué:
El ensayo en que Romero verterá su información incitadora debía reflejar ante todo
una actitud normativa ante la ocupación filosófica misma. El nuevo filosofar en la
Argentina postulaba un lenguaje y un tono que marcarán de por sí la superación de un
retoricismo plagado de viejos tópicos observable en la prosa de ideas de algunos
contemporáneos de ideología anacrónica. Filosofar, por tanto, debía ser ahora obedecer
a un imperativo de máxima sobriedad y de «objetividad». El escritor filosófico evitaría
en sus escritos toda resonancia literaria que no fuera la grave y asordinada del sereno
fluir del pensamiento. De aquí que la prosa filosófica tuviera que hacer un esfuerzo
continuo de austeridad, y, desdeñando todo ornamento inesencial, sólo pedir prestadas a
la literatura las técnicas más rigurosas de la claridad y de la concisión. Esto suponía,
por consiguiente, una renuncia al «subjetivismo». La austeridad del lenguaje arraigaba,
pues, en la austeridad de la postura o actitud normativa del filósofo opuesto a todo vano
retoricismo. Lo poético o lírico debía ser excluido del ensayo. Éste sería una forma de
expresión estrictamente filosófica que se prohibía todo desahogo personal del escritor,
toda confidencia, anécdota o capricho literario por muy egregiamente lírico que éste
pudiera resultar. El ensayo debía ser un cuerpo ideológico todo hueso y músculo
conceptuales.
fue recogida por quien, habiendo renunciado a la poesía, orientó su espíritu hacia otras
empresas de profundidad.
Romero se dirigía a un público carente de tradición filosófica viva, el cual debía ser
primeramente iniciado y «puesto» en la debida actitud filosófica. Por eso sus ensayos
consistirían ante todo en una invitación al filosofar; es decir, en una «información
incitadora». Y por ello tenían que llenar una exigencia sin la cual resultarían poco
menos que ininteligibles: ser condensadas «monografías autónomas» estructuradas en
forma tal que la unidad del tema apareciese vinculada con meridiana claridad a la
tradición de éste en la historia de la filosofía. Cada ensayo, por consiguiente, debía
elucidar un tema sin sobreentender nada normalmente —134→ sobreentendible en una
publicación destinada a especialistas o iniciados. La alusión no podía permitirse el lujo
de ser nada más que alusión. Era menester que el ensayo no fuera tan sólo desarrollo de
un tema sino también «biografía» de este tema (Léase, por ejemplo, el titulado
«Temporalismo»).
«Las relaciones entre la historia de la filosofía -ha escrito una vez Romero- y la
filosofía misma en cuanto a teoría y actividad son más íntimas y esenciales que las
vigentes entre cualquiera otra disciplina y su historia. La filosofía se realiza en su
historia, y hasta existen poderosos sistemas construidos sobre esta comprobación. Por lo
tanto, el ahondamiento de la dimensión histórica es fundamental»206.
En los ensayos de Romero, esa relación entre la filosofía y su historia debía aparecer
de manera mucho más evidente que la normal por la razón arriba apuntada. Sin la
máxima claridad sobre la historia de un tema dado, la exposición de éste a la luz de la
filosofía novísima no exhibiría en forma cabal «la novedad» del planteamiento actual y
sus implicaciones. De modo que el ensayista renovador del pensamiento filosófico se
vio obligado a convertirse en historiador de ese pensamiento en forma mucho más
estricta que la usualmente exigida por la índole misma de la actividad filosófica.
Y esto porque cada uno de los ensayos de Romero constituye como una roca firme
de teoría en el vasto elemento fluido y —135→ abisal de la problemática filosófica;
roca desde la cual se otean islas y continentes de doctrina que el filósofo ha explorado y
a que el lector se siente también incitado a explorar.
Hacer con sus ensayos esas «rocas firmes» de teoría, dar a cada uno la autonomía o
substancia suficiente para la inteligibilidad iluminadora y excitante, llevó a Romero a
desarrollar al máximo su don natural de síntesis. Sus ideas tuvieron que estructurarse
con la más rigurosa economía estilística y en un orden tan sistemático que no dejaran
«hiato» alguno. Esto, en suma, significó lograr en el ensayo las cosas más
contrapuestas: armonizar divulgación y erudición, periodismo y especulación pura,
máxima inteligibilidad y máxima profundidad.
Ser conciso y sobrio -insistamos- suponía extirpar del ensayo filosófico todo aquello
que sonara a «pura literatura» o a lírica divagación. Porque hacer didáctica filosófica en
la Argentina con el fin de crear una «normalidad filosófica» (según expresión favorita
de Romero) requería establecer un lenguaje filosófico profesando un necesario
ascetismo. Este ascetismo lingüístico sería una manera de incitación a las jóvenes
vocaciones que las impulsara a consagrarse a la disciplina filosófica huyendo de
tentaciones intelectuales que pudieran desviarlas, por decirlo así, del camino áspero
hacia la filosofía estricta207.
Hoy que se celebra en América el septuagésimo aniversario del natalicio del ilustre
pensador reconocido en todo el Continente como maestro de varias generaciones, se
puede apreciar en debida forma la trascendencia de aquella renuncia. Porque él,
consciente al hacerla de los valores espirituales que debían afirmarse, ha creado en sus
ensayos la mejor prosa filosófica iberoamericana. Y con su afán magistral y su labor
creadora en filosofía ha contribuido decisivamente a establecer esta disciplina como
función normal de nuestra cultura.
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