You are on page 1of 21

Sartre.

Walter Biemel.

La actitud frente a la posesión: la propia existencia no le es regalada al


hombre. Este tiene que legitimarla y cumplirla. La existencia humana es un
proyecto que hay que realizar. Nuestra existencia es interpretada, cada
hombre debe interpretarse a sí mismo, asumir un papel para poder convivir
con sus semejantes.

Literatura comprometida.
El escritor considera al lenguaje un instrumento, es su herramienta de trabajo;
se sirve de él para explicar y apresar unas determinadas circunstancias. Las
palabras del escritor es un signo. La esencia del signo es remitirnos a algo. La
función del signo es referirse a algo distinto de él mismo. Las palabras del
escritor deben posibilitar el acceso a las cosas, y en consecuencia, al igual que
el cristal, deben desaparecer ellas mismas para hacer visibles las cosas. La
palabra es cierto momento determinado de la acción y no se comprende fuera
de ella. A esta función designativa del lenguaje, por medio del cual nos
apoderamos de las cosas, se le añade una nueva: su carácter fáctico. Sartre
afirma que “hablar es actuar”. En la medida que el acto de hablar implica una
intención concreta, implica también resaltar unas cosas y relegar otras a
segundo plano. Cuando contemplamos un paisaje, relaciono de manera
caprichosa sus elementos entre sí. A través del acto de la contemplación
accedo a lo existente, de manera que se podría afirmar que lo existente espera
mi presencia para manifestarse. Husserl definió este fenómeno del llegar-a-
aparecer de lo existente en y para el sujeto como un acto de constitución. Lo
que aparece se constituye en conocimiento. En este sentido, Heidegger señala
que la verdad no consiste en la adecuación entre el concepto y la cosa, sino en
un des-velamiento: un sacar a la luz lo escondido, lo oculto. De esta manera,
Sartre sostiene que el lenguaje no es hacer-aparecer o visualizar únicamente,
sino que se trata de la actividad más esencial e inherente a la condición
humana: este se desarrolla a través del habla. El lenguaje es importante por la
posibilidad de visualización o patentización. En esta patentización, el hombre
no se conforma con dejar vagar su libertad, sino que cualquier descubrimiento
o revelación debe orientarse a transformar la sociedad humana. El escritor
comprometido sabe que la palabra es acción, sabe que revelar es cambiar y
que no es posible revelar sin proponerse el cambio, el sabe que su palabra no
es una pura descripción, sino un acto de revelación, de patentización,
gobernado por el proyecto previo de la forma social a la que aspiramos.

La eclosión de la libertad: “Las moscas”


Una vida sin compromisos es una vida desarraigada. El estar-por-encima-de
las-cosas se revela de pronto como carencia. Los compromisos no derivan de
la sabiduría, sino de los recuerdos, que a su vez son fruto del trato diario con
las cosas. Aquí es importante puntualizar lo señalado por Heidegger en El ser y
el tiempo: la cosa en sí se le revela al hombre a través del contacto con ella, y
es entonces cuando averigua su importancia. No son los monumentos
arqueológicos los que nos dicen que es una ciudad sino la residencia en ella:
cada espacio de la ciudad lo relacionamos con los acontecimientos de nuestra
vida.
Sólo mediante decisiones concretas que llevan a hechos concretos puede el
hombre apropiarse de su vida. De lo contrario lo que tiene es una vida
anónima, generalizada (según Heidegger) que transfiere la responsabilidad de
sus actos a los otros. Sólo a través de mi acto libremente elegido comienzo a
existir como individuo. El hombre mientras no recorre un camino elegido
libremente, no es libre, más aún, en sentido estricto, ni siquiera “es”: vive, sin
duda, pero no existe. Es la responsabilidad de mi acción lo que convierte a ésta
en mi acción, y en tanto no asumamos la responsabilidad de nuestros actos,
no seremos nosotros mismos. Sólo siendo responsables –esa carga que
tomamos sobre nuestros hombros-, sólo identificándonos con nuestra acción
tenemos derecho a considerarnos libres. Así pues, el descubrimiento de la
libertad constituye, al mismo tiempo, una liberación y una carga: liberación de
la propia existencia y carga de responsabilidad.
La elección de un camino implica la pérdida de otros. La libertad no significa
apertura a una serie infinita de posibilidades; para Sartre, la libertad implica
elección, decidirse, con la conciencia de que esta decisión es la mía y, por lo
tanto, me identifico con ella. “Los hombres son libres..y ellos no lo saben”.

La Mirada:
Los estudios sobre la mirada constituyen uno de los pilares de su obra
filosófica El ser y la nada. Sus estudios sobre la mirada nos transportan a la
dimensión del “estar-con”, es decir, del encuentro del hombre con el hombre,
de la convivencia con los otros. La existencia del hombre se desarrolla siempre
en convivencia, lo cual supone preguntarnos sobre hasta qué punto esa con-
vivencia es un requisito imprescindible para el hacerse de la persona. En este
sentido, mi mirada organiza de manera concreta todo lo existente. El hombre
es el centro gravitacional que organiza todo a partir de sí mismo. Yo veo las
cosas con las sombras concretas (en formulación de Husserl) que proyectan, y
así son para mí. Las cosas parecen estar creadas sólo para mí, esperando que
yo las organice. Pero ahora se suma una nueva relación la del objeto-
semejante (otra persona). Este objeto es un objeto privilegiado. Porque no se
deja atrapar en el juego de distancia que yo he establecido entre las cosas,
sino que él mismo está creando distancias. Las cosas se organizan dentro de
unas determinadas coordenadas de distancias, pero el hombre es un ser-sin-
distancias, es él el creador de las distancias y de las relaciones entre las cosas.
Las cosas son incapaces de establecer relaciones, simplemente sufren la
ordenación impuesta por el hombre a partir de la distancia. Al principio el otro
era para mí un ser que veía lo mismo que yo, constituyéndose en una amenaza
para mi mundo puesto que se apropiaba de él. Pero apenas vivencio al otro
como sujeto, comprendo que él, aparte de apropiarse con su mirada de los
objetos de mi entorno también puede verme. “si el otro-objeto se define en
relación con el mundo como el objeto que ve lo que yo veo, mi relación
fundamental con el otro-sujeto debe poder reducirse a mi posibilidad
permanente de ser visto por el otro”. Esto significa que el otro, al mirarme, me
convierte a mí mismo en objeto. El otro deviene para mí en el otro cuando lo
experimento como el que me mira, es decir, el-que-me-convierte-en-objeto.
Sólo me percato de la realidad del otro, es decir que es alguien semejante a
mí, cuando él me mira. “el otro es fundamentalmente aquel que me mira”.
Mientras miraba las cosas, era yo quien me proyectaba hacia ellas y no hacia
mí mismo. La mirada del otro me proporciona la vivencia de mí mismo: “la
mirada es sobre todo un intermediario que me remite de mí mismo a mí
mismo”. Según Sartre el hombre topa con su mismisidad en esta experiencia,
en ella encuentra su yo. La experiencia del ser-mirado se capta de manera más
inmediata en el fenómeno del avergonzarse. Este fenómeno es un acto de
reconocimiento. La vergüenza me hace reconocerme como soy. Lo terrible de
la situación de ser-visto es que el sujeto percibe su yo a través del otro en esa
situación. Ser-visto implica ponerme en manos del que me ve. Para Sartre,
esto supone una descomposición, una hemorragia en mi mundo. Cuando me
avergüenzo, reconozco el juicio del otro sobre mí. Por lo tanto, ser-visto se
confunde con ser-juzgado. Mi relación con los otros se reduce a un constante
ser-juzgado, a exponerse al juicio del otro. Mi reacción natural ante este
fenómeno es juzgar a mi vez al otro. Sartre concibe e interpreta las relaciones
humanas como un juicio.
Hay dos factores que determinan la existencia humana:
1. Trascendencia: es la capacidad del hombre de proyectarse hacia el
futuro, de elegir y concretar posibilidades. Gracias a esta capacidad, el
hombre no congela su existencia, no la fija en un estado determinado,
sino que quebranta, supera siempre su propia existencia, concretando y
configurando a cada paso su proyecto. La trascendencia es inaplicable al
objeto: éste jamás supera su condición.
2. Facticidad: se refiere al momento de estar-fijado, de la realización ya
establecida. Facticidad es la nación a la que pertenezco, las aptitudes
que poseo, y también todo cuanto he realizado hasta este instante.
El proceso de ser-mirado supone una pérdida de trascendencia. En la medida
que el otro me mira en una faceta (ejemplo de oyente indiscreto), congela y
fija esta posibilidad descartando otras muchas. Esa congelación o fijación es
facticidad. Al igual que los seres “en-sí”, condenados a pura facticidad, el
hombre se convierte en “cuasi-en-sí”. Al emerger el otro, yo me convierto en
una “cuasi-cosa” entre las restantes cosas. “Yo siento la mirada del otro en el
momento de mi acto, como una solidificación y enajenación de mis propias
posibilidades”. Mi trascendencia es trascendida por el otro, y, en consecuencia,
puesta en manos del otro. “El otro, en cuanto mirada, no es otra cosa que mi
trascendencia trascendida”. Mis posibilidades de existir y de recuperar lo
existente se transforman al sufrir la mirada ajena, y yo las vivencio como
posibilidades que el otro pueda anular. En la medida en que el otro me mira,
me convierto en objeto para él, pero como es libre, yo no puedo presuponer su
juicio. “Soy esclavo en la medida en que, en lo más hondo de mi ser, dependo
de una libertad que no es la mía y que incluso es requisito para mi existencia”.
Para Sartre el conocimiento de sí mismo implica necesariamente al otro. Para
conocerme tengo que convertirme en objeto, pero para esto es imprescindible
el otro. Para convertirme en objeto necesito un rodeo que pasa por el otro,
reflejarme en una mirada que me devuelva la mía, ya que para el otro soy
simplemente un objeto.
La mirada implica “ser-mirado” por los demás, es decir, que el otro parece
como el sujeto que me mira, tomándome como objeto. Para recuperar mi
trascendencia, es necesario darme cuenta que poseo un abanico de
posibilidades y proyectándome sobre una posibilidad libremente elegida. En
ese momento puedo transformar es realidad. Ya no es el otro sino yo, quien
asume la responsabilidad de mi existencia. Más aún: yo asumo la
responsabilidad de la existencia del otro. “En cuanto tomo conciencia (de) mí
mismo como de una de mis libres posibilidades y en cuanto me proyecto sobre
mí mismo para realizar esta ipsidad, me convierto en responsable de la
existencia del otro: soy el que posibilito, por la afirmación de mi libre
espontaneidad la existencia del otro…”.
El elemento decisivo de todo esto no es la conciencia misma, sino el proyecto:
“En el proyecto de mi posibilidad me percibo como ipsidad; no cargo la
responsabilidad de mi existencia sobre el otro, sino al revés: la existencia del
otro me es adjudicada. Depende de mí no ser el otro. Yo supero su
trascendencia al realizar la mía propia. Si yo antes era objeto para el otro, y él
el sujeto que me miraba, ahora me he convertido en sujeto y el otro en objeto.
El es ahora para mí aquel que no quiero ser.”

La fosilización de la libertad: “A puerta cerrada”


La muerte consiste en dejar fluir en los pensamientos o palabras de los demás
referidos a nosotros mismos. Después de morir, caemos por completo en sus
manos. Ya somos ausencia y desaparecemos lentamente del recuerdo de los
supervivientes, que tiene otras preocupaciones más importantes que pensar en
los desaparecidos. La muerte implica el advenimiento de lo irrectificable, la
ausencia de cambio: el muerto ya no interviene, no actúa, y la vida prosigue
sin él.
Cuando dependemos de los demás para saber quiénes somos, debemos luchar
sin tregua para ofrecerles una imagen favorable. Al hombre no le resulta
indiferente qué mirada lo juzgue. El móvil no es obtener un juicio favorable de
“una” persona, sino de la persona que nos interesa. “El infierno son los
demás”. Dependemos por completo de los otros, y ellos son nuestros
torturadores. El infierno no es otra cosa que esa dependencia.
El autoengaño no es un fenómeno limitado al yo, al individuo, sino un proceso
que se desarrolla al contactar el yo con los otros. Cuando el hombre, al recibir
su reflejo en el otro, se recupera, pretende engañar al otro facilitándole una
imagen idealizada y favorable de sí mismo: es el fenómeno de la “mala fe”, la
insinceridad, inautenticidad. Esta “mala fe” funciona con tal coherencia que el
mismo individuo cae víctima de ella.
No basta con elegirse como persona excepcional ni con elegir un camino
extraordinario si uno no es capaz de demostrar su decisión con actos. Esta
insistencia en la elección del propio camino supone un acto de autoengaño si
uno no se mantiene verdaderamente en el camino y se desvía de él con sus
actos. El infierno son los otros, es cierto, pero a la vez yo mismo, en la medida
en que estoy a solas con mi vida y ya no puedo aducir que haré esto o aquello
para justificarme ante mí mismo. El hombre puede morir en cualquier
momento, y después de su muerte será juzgado por sus actos, no por sus
proyectos. El miedo a los demás deriva de que ellos nos enfrentan con
nuestros propios actos y con nuestro proyecto. El miedo al infierno es el miedo
a la evidencia de la propia vida ya hecha, pasada e irrectificable. Los otros se
convierten en verdugos precisamente porque media un abismo entre lo que
somos en realidad y lo que queríamos ser. “todas esa miradas que me
devoran”.

La Inautenticidad: “La mala fe”


La negación revela un rasgo esencial del ser humano. “el ser humano descansa
en un principio en el seno del ser y luego se desprende de ello por un proceso
nadificador”. El hombre se hace a sí mismo renunciando al resto de lo
existente, aislándose, segregándose. La propia existencia se trasciende sin
cesar a sí misma, de modo que no deja al mismo espacio alguno libre para la
nada. Es el hombre quien introduce la nada en medio de lo existente. “Así
pues, el hombre se presenta…como un ser que hace despuntar la nada en el
mundo, en la medida en que con esta finalidad se carga a sí mismo de no-ser”.
De esta eclosión de la nada, de esta posibilidad del ser en sí pleno y cerrado de
abrirse hacia afuera, de ese distanciamiento, emana la libertad. Si el hombre
no fuera capaz de desprenderse del resto de lo existente, sería un punto más
de la totalidad de lo existente.
Esta relación con la nada posibilita la definición sartriana de la conciencia. “la
conciencia es lo que no es y no es lo que es”. Por ser se entiende aquí la
existencia fáctica o facticidad. Ser alude a lo realizado fácticamente, a lo
poseído continuamente, al ser siempre existente. “La conciencia es lo que no
es” significa que la conciencia es ese ser existente que se define a partir de sus
posibilidades, y en ellas supera siempre el ser-dado fáctico.
La trascendencia es la superación de lo ya establecido merced a la existencia
del proyecto, a la apertura a otras posibilidades. En este punto Sartre parte del
Dasein de Heidegger. El Dasein es un ser que asume intencionalmente su
existencia, un ser de posibilidades, y el hombre se apropia de ellas (es decir,
realiza su existencia) sólo en la medida en que las concreta, porque también
puede desaprovecharlas. <de esta manera, la conciencia no sólo es facticidad
sino también trascendencia en cuanto superación de la posibilidad hacia la
posibilidad.
Toda mentira implica conocimiento de la verdad, pues en caso contrario no
existiría mentira. La mentira tiene por objeto engañar a otro. La inautenticidad
(mala fe) se diferencia de la mentira en que en la primera engañador y
engañado son la misma persona. La inautenticidad es, por consiguiente, un
autoengaño. “El [hombre] inauténtico debe tener conciencia (de) su
inautenticidad puesto que el ser de la conciencia es conciencia de ser”. El “de”
entre paréntesis indica que se refiere no a la conciencia de algo, sino a la
conciencia previa a la reflexión o conciencia pre-reflexiva. En la inautenticidad
soy yo el que me enmascaro a mí mismo la verdad. La inautenticidad implica,
por esencia, la unidad de una conciencia. La inautenticidad no se introduce
desde fuera en la realidad humana. El comportamiento inauténtico implica
jugar con conceptos contradictorios. “…La inautenticidad procura afirmar la
identidad de facticidad y trascendencia conservando sus diferencias. Tiene que
afirmar la facticidad como si fuera trascendencia, y trascendencia, facticidad,
de manera que en el momento en que se asume una, pueda uno toparse cara
a cara con la otra”.
El hombre es lo que es, pero es capaz de superar o malograr su ser. En cuanto
proyecto existente abierto a posibilidades no tiene fijado su ser. La
inautenticidad se niega a reconocer este juego combinado de facticidad y
trascendencia.
Otra de las cosas que aclara el surgimiento de la inautenticidad es el
funcionamiento conjunto del ser-para-sí y el ser-para-otros: yo me considero
de una determinada forma, pero el otro puede verme de otra manera
radicalmente distinta, y esto implica un juicio. “en cualquiera de mis actos
puedo hacer converger dos miradas, la mía y la del otro”.
Apenas los pensamientos del otro sobre mí me resultan incómodos, yo puedo
enfrentar mi juicio al suyo para justificarme, o si estoy descontento conmigo
mismo, soy capaz de refugiarme en un juicio de los otros que me sea
favorable. El inauténtico puede aferrarse a un momento del pasado, intentar
retenerlo cueste lo que cueste, y vivir como si no dispusiera siempre de un
presente renovado y de un futuro. O puede, por el contrario, negar de manera
tajante un pasado porque contiene acontecimientos que no me favorecen a mi
ni a mi prestigio.

Los caminos de la libertad


La libertad constituye la esencia del hombre, debe manifestarse en su
conducta. Nuestra vida se inicia con una elección básica, con la elección
original. El aplazamiento de esta elección no supone en modo alguno demorar
la vida, sino su pérdida en cuanto posibilidad desaprovechada.
Las situaciones no son elecciones impuestas por el destino, algo que el
individuo se vea obligado a soportar, sino que son hechuras de los hombres,
producto de sus actos. Se es inauténtico cuando se piensa que las situaciones
se nos vienen encima sin poder evitarlo.
Pensar que se logra la libertad aplazando la asunción de compromisos, carece
de sentido. A lo único que conduce semejante actitud es a dejar pasar la vida y
a llegar a un instante en que nos demos cuenta de que ya es tarde.

La libertad en la no libertad: “Muertos sin sepultura”


La muerte se consuma con el lento olvido de los parientes.
Lo que une y separa a los hombres unos de otros es la diversidad de
situaciones a las que se hallan expuestos.
Al hombre no se le garantiza una vida de pleno de sentido. No existe poder
alguno que nos garantice que cualquier acontecimiento guarda un significado.
Se puede desembocar en una situación caracterizada por el absurdo.
Si las personas no fuesen libres no podrían ser perversas, demostrar esa
violencia terrible y aniquiladora. Libertad, entendida como realización de la
mismisidad, debe ganarse a esa posibilidad de irrupción del absurdo.

Libertad y elección:
El concepto de elección va indisolublemente ligado al de libertad.
La acción humana se diferencia de actividad en que la segunda está motivada
por lo que la ha precedido. La acción viene determinada por lo que aún no es,
o sea, por el propósito a alcanzar, por la meta. Este no-ser-todavía o proyecto
es el momento decisivo de la acción. Del hecho de que yo pueda ser gobernado
por algo no-existente, se desprende que lo más hondo de mi ser está
gobernado por una nadificación. El ser-para-sí (el hombre) sólo puede surgir
de una nadificación del ser-en-sí (que es el ser por antonomasia). La
conciencia (otro termino del ser-para-sí) sólo puede devenir conciencia
mediante un desgajamiento del ser-en-sí; él cual esta colmado de sí mismo, de
manera que no existe en él posibilidad alguna de nadificación. Hablar de
libertad en el ámbito del ser-en-sí es un absurdo, puesto que éste es la
plenitud pura. Sólo lo existente con posibilidad de nadificación y dominado por
la negatividad puede tender a algo que aún no es, ya que es capaz de
relacionarse con lo no-existente por medio de la acción. “La realidad-humana
es libre porque no es suficiente, porque es constantemente arrancada a sí
misma y porque lo que ella ha sido está separado por la nada de lo que es y de
lo que será”. La grandeza de la existencia humana consiste precisamente en
esa necesidad o carencia de ser, que posibilita la libertad. El hombre esta
separado de la plenitud del ser por una carencia y al mismo tiempo también
alejado de sí mismo, separado de su pasado y de su futuro por la nada: ya no
es lo que era y aún-no-es lo que será.
Lo que determina la acción es el futuro y, para acercarse a él, el hombre tiene
que despegarse del pasado y del presente. Ese acercamiento hacia el futuro es
el proyecto, la meta del hombre, algo que aún no es real. El Dasein se
actualiza siempre desde el futuro. Al igual que el futuro, esta actualización sólo
existe merced a una nadificación del hombre que le obliga ineludiblemente a
hacerse autónomo, a concebir su existencia como una tarea constante y no
concluida. “La libertad es precisamente la nada que ha sido en el corazón del
hombre y que obliga a la realidad humana a hacerse, en lugar de a ser”.
De no existir esta nadificación, el hombre no tendría libertad. Su existencia
sólo es posible como un continuo proyectarse sobre sus posibilidades y eso es
la elección. Elegirse y existir es para el hombre lo mismo. Existir, para el
hombre significa estar condenado a la libertad, y además a tener que elegirse.
La elección es desprenderse de sí mismo mientras se nadifica el propio pasado.
En esta negación o nadificación el Dasein actualiza o temporaliza su proyecto.
Los motivos de mis actos, la finalidad que les atribuyo, está determinada de
antemano por la elección de mí mismo. Mi reflexión y la forma de sopesar los
diferentes factores está en germen en el proyecto primordial de mí mismo.
El mero hecho de no elegir-se es también una elección, la elección de negarse
a elegir, de demorar o dejar indeterminada la opción.
La importancia de la elección radica en que no viene determinada por ninguna
situación concreta, puesto que entonces ya no sería elección, sino por los
objetivos o las metas que uno se fija. Yo me elijo a través de lo que considero
deseable para mí.
Mi ser en cuanto conciencia depende de la elección original de sí mismo. “y
como nuestro ser es precisamente nuestra elección original, la conciencia [de]
elección es idéntica a la que tenemos [de] nosotros mismos. Es imprescindible
ser consciente para elegir y también elegir paras ser consciente. Elección y
conciencia son una sola y única cosa”. Somos como nos hemos elegido, y dicha
elección supone siempre una relación concreta con la existencia. Esa relación
es el hombre, y éste la realiza viviendo. “Nosotros elegimos el mundo -en su
significado- eligiéndonos”. Aquí “mundo” alude siempre al contexto significativo
de las cosas establecido por mí. “El valor de las cosas, su papel instrumental,
su proximidad o alejamiento reales no tiene otra función que esbozar mi
imagen, es decir, mi elección. Todo lo que es mío, es decir, el mundo del que
soy siempre consciente (mi ropa, mi casa, los libros, donde vivo, las
diversiones que me permito), todo me informa sobre mi elección, sobre mi
existencia. La elección no viene determinada ni está sujeta a lo dado, lo dado
se concibe siempre a partir del fin que yo me propongo y conforme al me
entiendo como existente. “Así la intención, con su emergencia unitaria, fija el
fin, se elige y juzga lo dado a partir del fin”. Al fijarse su meta, el hombre
adquiere un compromiso. Libertad significa proyectarse sobre un fin, elegir uno
su propia existencia en dicho proyecto y comprometerse con él. La libertad
consiste en: lo dado, las circunstancias, no condicionan nuestra elección. La
libertad misma no es algo dado, sino en constante formación, algo que surge o
nace de la ejecución.
La elección original de mi ser me abre todo un abanico de posibilidades. Mi
libertad, por tanto, se manifiesta en que puedo cuestionar o reafirmar siempre
mi proyecto fundamental. “Mi libertad socava mi libertad”. Incluso el proyecto
fundamental no es definitivo, ya dado e inmodificable.

Libertad y facticidad: la situación


Las cosas son sencillamente como son. Para experimentarlas como hostiles,
hay que humanizarlas, incluirlas en un proyecto humano. La forma de
aparición de las cosas, su relación mutua, su consideración o no como estorbo,
sólo pueden patentizarse a la luz de nuestro proyecto libremente elegido. Con
el proyecto me hago a mí mismo, pero también me convierto en un ser
fronterizo, limitado por ese proyecto. El hombre vivencia su libertad realizando
su proyecto.
Cuando se establece esa armonía entre lo dado y mi proyecto, nos damos
cuenta de que la libertad humana para realizarse como libertad, no sólo no
excluye lo dado, sino que la necesita. “..Las resistencias que la libertad desvela
en lo existente, lejos de constituir un peligro para la libertad, le permiten, más
bien, emerger como libertad. No puede existir un para-sí libre si no es
instalado dentro de un mundo que le opone resistencia”. La resistencia de lo
dado no impide la libertad de la acción, sino que constituye el requisito
ineludible para la realización de la libertad.
Lo dado “es, simplemente, la pura contingencia que la libertad intenta negar
convirtiéndose en elección”. Libertad significa “autodeterminación”, y ésta
necesita de lo dado para poder concretarse. Libertad significa
autodeterminación a partir de mi propio proyecto (elección). Él hombre
necesita elegirse para ser; esto es un hecho irrevocable sobre el que el hombre
no puede influir porque no depende de la libertad; tiene que aceptarlo como un
hecho. El hombre es “lanzado”, “arrojado” a la existencia (Geworfenheit según
Heidegger). Mi existencia de ser libre es algo sobre lo que yo no puedo decidir,
estoy condenado a ella. El ser-en-sí, lleno de sí mismo, no precisa en absoluto
de libertad. Sólo un ser marcado por la nada como es el hombre la necesita,
pero también necesita del ser a partir de cuya nadificación se origina. La
libertad conlleva en su seno un elemento de facticidad. La libertad, sin
embargo, no tiene capacidad para decidir la aptitud o no aptitud de lo dado en
orden a la realización: debe aceptarlo como un hecho. La situación sólo existe
para aquel ser que goza de la capacidad de proyectarse hacia sus
posibilidades. Al hablar de “situación” queremos decir también con este
concepto que la libertad debe tener en cuenta lo dado.
Lo dado va indisolublemente ligado al proyecto en una situación, la libertad
necesita lo dado para realizarse. La situación y el pasado son factores que
forman parte de la facticidad de la libertad. El hombre viene al mundo dentro
de una situación determinada que él no ha elegido. Las situaciones posteriores
que ocupa se pueden considerar, con respecto a los orígenes, como variaciones
de la situación primitiva. El hombre se sitúa en una determinada posición
dentro de lo existente, pero al mismo tiempo su situación y su posición
concreta depende, de alguna manera, del proyecto del hombre. El hombre es
el ser gracias al cual comienza a existir la espacialidad. El espacio es
únicamente una transformación concreta del espacio directamente vivido, a
tenor del cual el hombre se posiciona en medio de lo existente, y asigna un
lugar concreto a cada ser concreto. El lugar respectivo de cada ente individual
se justifica a partir de la organización del conjunto.
“…A mi relación con lo que yo proyecto hacer se debe que mi lugar se me
aparezca como una ayuda o como un estorbo. Posicionarse significa estar lejos
de… o cerca de…, es decir: el lugar se provee de un sentido por su relación con
un ser aún no existente que se desea alcanzar. Es la accesibilidad o
inaccesibilidad de este fin lo que define el lugar”. Mi libertad confiere al lugar
su significación o su importancia a partir de mi propio proyecto. La importancia
del lugar del elemento fáctico, la determina mi proyecto.
El hombre no dispone de una libertad absoluta e ilimitada. Su Dasein está
determinado por condicionamientos fácticos, que sólo se patentizan a través de
mi libre proyecto. Para que el lugar aparezca como limitación, es
imprescindible un determinado proyecto previo de sí mismo, que confiera al
lugar su calidad de obstáculo o estorbo. “Pero sólo puede existir una libertad
restringida, puesto que la libertad es elección. Toda elección presupone
eliminación y selección… la libertad sólo puede ser libre constituyendo a la
facticidad como su propia limitación”. La libertad con respecto al propio
proyecto no sólo consiste en proyectarse hacia sus propias posibilidades,
implica una privación, una restricción en la medida en que las posibilidades ya
elegidas cierran el paso a otras. La libertad, a la hora de realizarse, es también
limitación; la elección es seleccionar algo concreto y despreciar lo demás. El
lugar que ocupamos es algo fáctico, pero secundario, puesto que podemos
cambiarlo con facilidad. Sin embargo, existe otro elemento fáctico que no es
tan fácilmente manipulable: el pasado.
La libertad tiene su propio pasado, y este pasado es irremediable; en una
primera aproximación, que no puede modificarlo en modo alguno: el pasado es
lo que está fuera de nuestro alcance y nos afecta desde la distancia, sin que se
nos ofrezca la posibilidad de volver atrás para contemplarlo”.
El proyecto es una inmersión anticipada en el ámbito de lo que aún-no-es, en
el futuro, una maduración del futuro. Pero para ser capaces de proyecto, es
imprescindible ser, tener, en consecuencia, un pasado a las espaldas. Para el
hombre el pasado es algo ya solido, inaccesible e inmodificable. Ni siquiera la
libertad puede borrarlo, tiene ya la obligación de asumirlo, de aceptarlo. “Yo no
podría concebirme a mí mismo sin pasado; más aún: yo no podría pensar
absolutamente nada sobre mí mismo sin él, puesto que mis pensamientos
giran en torno a lo que soy ahora y en el pasado.
Para constatar una carencia, debes ser capaz de salir de dicha situación. Sí tú
permaneces en el ámbito de lo dado siempre, nunca comprenderás la
ausencia, porque lo ausente no está ahí. Esa superación es lo que llamamos
proyecto. Por el proyecto, pues, se hace accesible el ser de lo ya existente.
Pero para que el hombre conciba el presente y el pasado en sí mismos, tiene
que haberse proyectado hacia el futuro. “Se ve, al mismo tiempo, cómo el
pasado es indispensable para la elección del futuro, precisamente en calidad de
“aquello que debe ser cambiado”; por consiguiente, sería imposible progresar
en la libertad a no ser a partir de un pasado...”. El pasado del hombre no se
desvanece. Mi pasado no ha desaparecido, yo lo soy todavía. Sí el proyecto
sólo cabe concebirlo desde algo ya existente, entonces pasado y presente
convergen en el acto de proyectar. El proyecto no desecha el pasado, sino que
lo conserva, precisamente porque quiere cambiarlo. En efecto, si el hombre no
tiene presentes sus debilidades y defectos, no sabrá contra qué tiene que
luchar, ni de quién o de qué tiene que fiarse o frente a quién tiene que ponerse
en guardia. “La libertad es la elección de un fin en función del pasado”, pero al
mismo tiempo mi pasado se ilumina con la luz de mi proyecto.
Es obvio que lo ocurrido en mi pasado, en cuanto hecho puro, es inmodificable,
pero su importancia, su sentido, no están de modo alguno fijados de
antemano, sino que dependen de mi propio futuro. Sólo yo puedo decidir en
cualquier momento el alcance del pasado: proyectándome hacia mis metas
como salvo el pasado conmigo y decido mediante la acción su significación.
Mi facticidad me obliga a ser mi pasado, pero esto no anula de modo alguno mi
libertad, ya que ésta es la que inviste de sentido al pasado a través del
proyecto. Así, el pasado permanece siempre actual. “Es el futuro quién decide
si el pasado está vivo o muerto”. El juego combinado del pasado y de la
libertad actúa de forma diferente de acuerdo con el proyecto de cada individuo.
Yo vivo en un mundo determinado por una serie de interpretaciones que no
proceden de mí. Las interpretaciones de los otros y lo que va unido a ellas, hay
que consdierarlo como un medio que antecede a lo dado y que hay que tener
en cuenta. “Ser libre no es elegir el mundo histórico donde uno aparece, sino
elegirse dentro del mundo. Sea éste el que fuere”. Se entra en conflicto con el
otro cuando se mira o se es-mirado. “El verdadero límite de mi libertad reside,
pura y simplemente, en que el otro me concibe como objeto y en el hecho de
que esto deriva que mi situación cesa de ser situación para el otro para devenir
una forma objetiva dentro de la cual yo existo como estructura objetiva...”. Así
pues, la mirada del otro me cosifica. En esta contemplación por el otro, el
hombre experimenta una nueva dimensión de su existencia: la posibilidad de
la distancia.
Mi libertad limita con la libertad de los demás: la situación no sólo es para mí,
sino que lleva en su seno una especie de exterioridad, un ser-para-el-otro.
“Sólo puedo vivirme como limitado por el otro en la medida en que el otro
existe para mí”. La libertad del hombre en orden a la realización de su
proyecto está limitada por la libertad del otro. Se trata de una limitación
externa que no impide el proyecto. “La libertad es total e infinita, lo cual no
quiere decir que carezca de límites, sino que no los encuentra jamás. Los
únicos límites con los que la libertad topa a cada momento son los que ella se
impone a sí misma”.

Libertad y responsabilidad
La limitación no anula la libertad; ésta necesita la oposición de lo dado para
concretarse como libertad. El hombre se hace a sí mismo proyectándose sobre
sí mismo. El hombre no crea lo dado, aunque le confiere sentido por medio de
su proyecto, ya que lo introyecta en su mundo. El hombre es responsable del
mundo en el que vive y de su propia existencia.
“La responsabilidad del para-sí es agobiante, puesto que gracias a él hay un
mundo; y puesto que él es también aquel que se hace a sí mismo, cualquiera
que sea la situación en la que se encuentre, el para-sí debe asumir por entero
esta situación con su coeficiente de adversidad, aunque sea insostenible; debe
asumirlo con la conciencia orgullosa de ser su autor… Es, por lo tanto,
disparatado quejarse, ya que nada extraño decide lo que sentimos, lo que
vivimos o lo que somos”.
Cada hombre crea necesariamente su mundo. Las cosas se me hacen
accesibles desde el momento en que las instalo en un contexto significativo,
que depende, por supuesto, del proyecto original de mí mismo.
El hombre se hace a sí mismo. El hombre no “es” desde el momento que viene
al mundo. Recibe la existencia como una tarea que debe cumplir. El hombre
origina la situación por medio de su actitud frente a lo dado, actitud que puede
concretarse en el rechazo, la lucha o la aceptación. Mi posicionamiento frente a
las cosas o los acontecimientos depende de mi libre proyecto. Hay
acontecimientos que yo no he querido, pero sino no me he sustraído de ella,
entonces la he elegido. Por todas partes hallamos la facticidad, pero ésta no
nos libra de la responsabilidad, porque vivir como hombre significa integrar lo
fáctico dentro de un proyecto. Pese a que el hombre no es causa de su propia
existencia, ni de la de otros, ni tampoco de las cosas, está obligado a decidir el
sentido de su propio ser y de lo que existe fuera de él.

Sartre y el marxismo: la revolución utópica


La auténtica filosofía “tiene que ser al mismo tiempo totalización del saber,
método, idea reguladora, arma ofensiva y comunidad de lenguaje”. La
verdadera filosofía emerge de un movimiento social, es un movimiento social
ella misma, que estructura el futuro. “Toda filosofía es práctica, aunque en
principio parezca de lo más contemplativa; el método es un arma social y
política…”.
La filosofía hay que interpretarla en relación con una praxis concreta; su
destino, si es efectiva, es perder su riqueza original. Al irradiar sobre la
sociedad se desprende de su originalidad, pero a cambio se vuelve más
efectiva. Su efecto consiste en propiciar la emancipación, liberar a las
personas.
“El marxismo, lejos de estar agotado, es aún muy joven, casi está en la
infancia, apenas si ha comenzado a desarrollarse. Sigue siendo, pues, la
filosofía de nuestro tiempo; es insuperable porque aún no han sido superadas
las circunstancias que lo engendraron…”.
Sartre considera que el existencialismo es una ideología al servicio del
marxismo. Sartre admite que en un principio se oponía frontalmente al
marxismo, pero que en esos momentos se esfuerza no por asimilarlo, sino por
incorporarse a él, por entrar a su servicio como ideólogo. Sin embargo, Sartre
admirador y partidario del marxismo, fue también su critico más vehemente.
Para Sartre la separación de la doctrina y de la práctica, en el marxismo, tuvo
como resultado que ésta (la práctica) se transformase en un empirismo sin
principios, y aquella en un saber puro y estancado (la doctrina). En vez de
existir una permeabilidad constante entre teoría y praxis, de modo que la
teoría esclareciese la praxis y aprendiera de ella, se desembocó en una
violencia de la realidad. Se perdió por completo el análisis riguroso y exacto de
los hechos, que es lo que debe diferenciar al marxismo de otras teorías, se
despreciaron los análisis de cada situación para ajustar a dicha situación las
acciones adecuadas. En lugar de adaptarse a los hechos, de abordarlos, de
comprenderlos, se dictamina sencillamente qué es lo que hay que considerar
como hecho. Los conceptos del marxismo se convirtieron en diktats, ya su fin
no es adquirir conocimientos, sino constituirse a priori en saber absoluto.
Insistir en el carácter determinante de la economía, convertirlo en absoluto,
conduce a un marxismo inhumano. Por ello afirma Sartre que se debe “volver
a reconquistar el lugar del hombre dentro del marxismo”. La tarea del
existencialismo consiste en abordar dicha reconquista. Sartre postula el
método progresivo y regresivo que desarrolla en la Crítica de la razón
dialéctica. Considera que para tal retroceso se requiere del apoyo del
psicoanálisis, pues es el único método capaz de retroceder al propio pasado. El
existencialismo cree poder con dicho método, ya que éste ha descubierto el
punto de partida de la persona dentro de su clase, es decir, la familia de cada
individuo como mediación entre la clase abstracta y el individuo.
El existencialismo tendrá que proseguir por su cuenta sus investigaciones para
“lograr dentro del marxismo un verdadero conocimiento, que vuelva a ver al
hombre en el mundo social y le observe incluso en su propia praxis o
proyecto…”.
En este punto de su obra, par Sartre la meta es la existencia del hombre
dentro del grupo. La existencia en el grupo consiste en que cada uno de los
miembros despliega respecto a los demás una relación de reciprocidad. Ya no
existe, pues una dialéctica mirar y ser mirado, de dominar y ser-dominado, del
ser-sujeto y ser-objeto, sino un estado de aceptación recíproca, lo cual
significa también la comprensión recíproca, la transparencia. Esta forma de
existencia se diferencia con aquella que sitúa en la cúspide de la sociedad a un
gobernante que ordena mientras el colectivo obedece y se somete a su
autoridad. En ésta reina la alienación, puesto que el individuo no sigue los
dictados de su razón, sino que acta ordenes. La existencia ideal es aquella en
la que cada individuo actúa de acuerdo con su razón. El grupo debe estar
constituido de tal modo que imposibilite la alienación, convirtiéndose en
verdadero caldo de cultivo de la libertad. Sólo reina la libertad cuando los
miembros del grupo se aceptan los unos a los otros. Si antes el prójimo era el
otro, el enemigo, ahora se convierte en mi igual. Mientras las instituciones
estén cimentadas sobre la autoridad, mientras impere en ellas una jerarquía de
poder, Sartre las combatirá. Sartre excluye la posibilidad de armonizar
autoridad y la propia razón: la sociedad debe ser eliminada, el Estado abolido.
Para Sartre la superación de la alienación se concibe como praxis colectiva,
como un desprendimiento de los imperativos de lo material: el hombre ya no
depende de sus productos, ya no es determinado por ellos, sino que es un
producto del grupo con el que se identifica, deviniendo de esta forma su propio
producto.
La revolución no consiste en un poder para instaurar otro, sino en un largo
proceso de superación del poder. El socialismo no es una certeza, sino un
valor: es la libertad, que se propone a sí misma como finalidad.

You might also like