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(5-35;
42-87; 99-105; 119-127; 135-149) La geografía: un arma para la guerra. Capítulo 1: De la cortina
de humo de la geografía de los profesores a las pantallas de la geografía-espectáculo. El autor
expone que desde finales del siglo XIX puede considerarse que existen dos geografías: La
primera, de origen antiguo, la geografía de los estados mayores, es un conjunto de
representaciones cartográficas y de conocimientos variados referidos al espacio; este saber
sincrético es claramente percibido como estratégico por las minorías dirigentes que lo utilizan
como instrumento de poder. La otra geografía, la de los profesores, aparecida hace menos de
un siglo, se ha convertido en un discurso ideológico que cuenta entre sus funciones inconscientes
la de ocultar la importancia estratégica de los razonamientos que afectan al espacio. Esta
geografía de los profesores está alejada de las prácticas políticas y militares; de las decisiones
económicas, disimula a los ojos de la mayoría la eficacia del instrumento de poder constituido
por los análisis espaciales. El autor nos expone que la geografía de los profesores es funcional
a las minorías con el poder político, y a los grupos económicos que responden al modelo
capitalista de producción. “En cierto modo, la geografía de los profesores funciona como una
pantalla de humo que permite disimular a los ojos de todos la eficacia de las estrategias políticas
y militares así como de las estrategias económicas y sociales que la otra geografía permite que
algunos pongan en práctica. ¿Que provoca esta ocultación? no es el resultado de un proyecto
consciente y voluntario de los profesores de geografía. Si bien participan en el engaño, ellos
también están engañados. La geografía de los profesores no es el único biombo ideológico que
permite disimular que el saber relacionado con el espacio es un temible instrumento del poder.
En efecto, los mapas, los manuales y las tesis de geografía están lejos de constituir las únicas
formas de representación del espacio; la geografía se ha convertido también en espectáculo: la
representación de los paisajes es actualmente una inagotable es una fuente de inspiración, y no
únicamente para los pintores, sino también para un gran número de personas. Invade las
películas, las revistas ilustradas, los carteles, trátese de investigaciones estéticas o de publicidad.
La ideología del turismo convierte la geografía en una de las formas del fenómeno de consumo
de masas. El mapa, representación formalizada del espacio que sólo unos pocos saben leer y
utilizar como instrumento de poder, ha quedado ampliamente eclipsado en la· mente de todos
por la fotografía paisajista. De este modo, la geografía-espectáculo y la geografía escolar, que
actúan con unos métodos tan diferentes, llegan, sin embargo, a idénticos resultados: 1. Disimular
la idea de que el saber geográfico puede ser un poder, de que determinadas representaciones
del espacio pueden ser unos medios de acción y unos instrumentos políticos. 2. Imponer la idea
de que lo que está relacionado con la geografía no procede de un razonamiento estratégico
llevado en función de una opción política.
Capítulo 4. La geografía de los profesores: un corte con toda práctica. ¿Para inculcar mejor la
ideología nacional? Durante varios siglos, el desarrollo de los conocimientos geográficos ha ido,
en gran medida, estrechamente ligado a las necesidades exclusivas de unas minorías dirigentes
cuyos poderes se ejercían sobre unos espacios demasiado vastos para tener un conocimiento
directo de ellos; la masa de la población, que vivía entonces del autoabastecimiento aldeano o
en el marco de unos intercambios muy limitados espacialmente, no necesitaba conocimientos
sobre los espacios alejados. Hoy, el conjunto de la población vive cada vez más una espacialidad
diferencial. Durante siglos, el saber leer, escribir y contar ha sido el patrimonio de las clases
dirigentes que obtenían de este monopolio un aumento de poder. Pero las transformaciones
económicas, sociales, políticas y culturales en la Europa del siglo XIX, como actualmente en los
países «subdesarrollados»; son las que hacen indispensable que el conjunto de la población
sepa leer y que sepan pensar el espacio. Hoy entre las dificultades de funcionamiento que
conocen las sociedades llamadas «de consumo», algunas van estrechamente unidas a los
problemas de espacialidad diferencial: por ejemplo, la parálisis total de la circulación, durante
horas, a lo largo de centenares de kilómetros de carretera. Esta situación, que se repite con
motivo de las migraciones estivales, o de los fines de semana prolongados, adquiere las
dimensiones del absurdo, cuando se sabe que hay centenares de kilómetros de carretera libre a
una y otra parte del eje paralizado por la hilera interminable de coches. Pero la mayoría de los
automovilistas no se atreven a meterse por ellas, o ni siquiera conciben que puedan utilizarse,
aunque dispongan de todos los mapas necesarios para guiarse por esa red. Mas no les resultan
de ninguna utilidad, porque, pese a la ayuda de múltiples carteles indicadores, ni siguiera saben
leer los mapas de carretera, por más sencillos y cómodos. Todas estas personas saben leer; han
ido a la escuela y en ella, «han dado geografía. La idea de que se pueda plantear el problema
de la geografía en relación a los embotellamientos de la carretera da una idea del corte existente
entre el discurso de la geografía de los profesores y cualquier práctica espacial, especialmente
si es totalmente cotidiana. «La geografía no sirve para nada…» El discurso geográfico escolar
impuesto a todos a fines del siglo XIX y cuyo modelo sigue siendo reproducido hoy, de todas las
disciplinas enseñadas en la escuela o en el instituto, la geografía sigue siendo la única que
aparece como un saber sin la menor aplicación práctica al margen del sistema de enseñanza. Ni
se piensa que el mapa pueda aparecer como instrumento, como instrumento abstracto cuyo
código hay que conocer para poder entender personalmente el espacio y dirigirse a él o
concebirlo en función de una práctica. Tampoco es concebible que el mapa pueda aparecer como
un instrumento de poder que cada uno puede utilizar si sabe leerlo. El mapa debe seguir siendo
la prerrogativa del militar, y la autoridad que durante las operaciones ejerce sobre «sus hombres»
no procede únicamente del sistema jerárquico, sino del hecho de que sólo él sabe leer el mapa
y puede decidir los movimientos, mientras que aquellos que están bajo sus órdenes lo ignoran.
Es probable que este corte radical que el discurso geográfico escolar y universitario establece
respecto de toda práctica, este escamoteo de todos los análisis del espacio a gran escala, que
es el primer paso para aprehender cartográficamente la «realidad», proceda en buena parte de
la preocupación inconsciente de no alejarse de una especie de hechizo patriótico, de no correr
el peligro de confrontar la ideología nacional con las contradicciones de la realidad. Así pues, la
instauración de la enseñanza de la geografía en Francia a fines del siglo XIX (como en la mayoría
de países) no tuvo como objetivo la difusión de un cuerpo conceptual que permitiera aprehender
racional y estratégicamente la espacialidad diferencial, pensar mejor el espacio, sino naturalizar
«físicamente» los fundamentos de la ideología nacional.