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08/09/2017

Estética y democracia
Notas estereoscópicas a “La unidad no coactiva de lo múltiple” de Albrecht Wellmer

Querido equipo:
Hoy traje una serie de materiales disímiles, en distinto grado de avance, para abordar el texto
de Wellmer en sus propios términos, esto es, desde una suerte de unidad no violenta de
múltiples partes.

Estereoscopia estética 1
La estereoscopía es una técnica óptica que permite construir la ilusión de profundidad en una
imagen bidimensional, a través de la yuxtaposición o superposición de dos imágenes
ligeramente diferentes para cada ojo. Gabriel Orge realizó el 28 de Agosto de este año una más
de sus proyecciones en el espacio público de su serie “Apariciones”, esta vez con la cara de
Santiago Maldonado, el primer desaparecido forzado por el Estado en democracia. Orge es un
fotógrafo cordobés, que además de artista se dedica a la docencia en su taller-clínica
Manifiesto alegría. La técnica es relativamente simple y consiste en la proyección de
fotografías de uno o varios rostros de víctimas sobre superficies muy grandes y plenair, y en la
toma de registro fotográfico de las fotografías proyectadas en gigante. En este punto parece
una suerte de apropiación de las fotos de fotos de Sherrie Levine sobre Walker Evans, pero
mediante una expansión de la escala (por el uso del espacio público como soporte), una
actualización tecnológica (por el proyector y el uso de las redes) y un giro político (por el
trabajo sobre personajes históricos y socialmente polémicos). El espacio y el tiempo también
son materiales con los que el artista juega en esta serie, porque selecciona emplazamientos
significativos y pertinentes a cada uno de los caídos, y en fechas simbólicas como aniversarios
de desapariciones (1 mes sin Santiago Maldonado), días de juicios (Facundo Rivera Alegre), o
días conmemorativos (día de la raza en el Encuentro con una comunidad Qom en la yunga de
Salta). La serie completa, que todavía está en proceso de producción, permite recorrer el
costado opresivo de la conformación del Estado argentino: las comunidades nativas en la
conformación del territorio nacional, víctimas de gatillo fácil por el abuso de la policía,
desparecidos forzados por miembros de las fuerzas armadas y por las fuerzas estatales.
Particularmente, la Aparición estética de Santiago Maldonado de Orge arrastra una serie de
contradicciones dialécticas: la referencia a la desaparición singular del cuerpo/aparición
colectiva de la foto en el espacio público; el proyecto emancipador de la acción política por la
causa/los procesos societales (virales, mediáticos) que la intervención desató. La proyección
en Barrio Cofico, frente a la casa de Orge, duró tan sólo 4 horas pero el registro trepado en la
red social Facebook se viralizó velozmente y alcanzó una fuerte repercusión en los medios de
comunicación regionales. Fácilmente podría pensarse, desde un marco sociológico que se
trata de una maniobra calculada para aprovechar la situación y ganar visibilidad mediante un
gesto estético de corrección política: el angelado interés por el desinterés. Sin embargo, en
nuestros contextos donde el campo del arte es un sector productivo empobrecido ya sabemos
que el capital simbólico se mide en migajas y que su fórmula de conversión en otros capitales
es lenta, torpe e inestable. Ningún artista local vive del capital simbólico ni de su visibilidad.
Frente a estas condiciones materiales de producción, la reducción del potencial estético de
hacer aparecer no puede agotarse en una reducción al sujeto sociológico, interesado. La
aparición de la imagen de Santiago Maldonado se enlista en una extensa serie de
intervenciones sociales que reclaman al Estado y a la gestión Cambiemos desde diversos

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frentes del espectro político la aparición con vida, o como lamentablemente la historia de
desapariciones forzadas sugiere, la aparición del cuerpo y de los responsables. La
materialidad de la doble aparición que practica Orge de la imagen de Santiago Maldonado, en
el muro ciego del edificio de Cofico y en las redes sociales desató procesos intersubjetivos de
debate en los que hizo también aparecer una serie de posturas colectivas sobre el caso,
amplificando y delineando con nitidez las contradicciones políticas: la oposición ve en esta
desaparición la reconstrucción del aparato de terrorismo de Estado, el oficialismo de derecha
encuentra en el reclamo de la oposición un oportunismo partidario. Los argumentos más
reaccionarios recuperan ahora el caso de Jorge Julio López, que desapareció también en
democracia. Una estereoscopía de la obra de Orge, nos exigirá entonces poner en tándem esta
intervención con la cara de Santiago Maldonado de 2017 con la intervención en el mismo
edificio de la cara de Jorge Julio López, proyectada en el año 2014 con motivo del octava
aniversario de su segunda desaparición. Fue en democracia también, la derecha tiene razón;
pero su desaparición se dio luego de que declarara como testigo en el Juicio contra el represor
Miguel Etchecolatz y un día antes de que se dictara la sentencia, uno de los principales
responsables de la primera desaparición de López. Mientras se leía la sentencia, el fotógrafo
Leo Vaca del portal Infojus, tomó varias fotografías de un papel que Etchecolatz tenía en sus
manos, donde se leía escrita a mano la siguiente anotación: "Jorge Julio López".

Estereoscopia política
El texto de Albrecht Wellmer “La unidad no coactiva de lo múltiple. Sobre la posibilidad de
una nueva lectura de Adorno” es el primero de dos artículos publicados como libro, llamado
Teoría crítica y estética: dos interpretaciones de Th. W. Adorno. Fue publicado en 1994
directamente al español junto a Vicente Gómez. El artículo de Gómez, “Estética y teoría de la
racionalidad” nos da la pauta de que en el centro de ambos trabajos está el problema del
potencial político del arte luego de Adorno y luego de Habermas. “La unidad no coactiva de lo
múltiple” constituye un momento intermedio del pensamiento de Wellmer donde se recogen
elementos ya planteados antes y después. Antes, en los libros Sobre la dialéctica de
modernidad y posmodernidad: la crítica de la razón después de Adorno del año 1985 y en
Finales de partida: la modernidad irreconciliable de 1994. Como ya hemos debatido en otros
encuentros, en el texto “Verdad, apariencia y reconciliación” de 1985, hace dos años expuesto
por mí y este año por Santi Auat, Wellmer ya propone una actualización estereoscópica del
concepto adorniano de una “síntesis sin violencia de lo disperso” para pensar el arte, al
filosofía y la política. Allí centra su crítica a Adorno en el carácter total, inmóvil y
tradicionalista de la verdad objetiva, la apariencia como dialéctica de sujeto y objeto, y la
reconciliación transmundana o mesiánica. Contra este carácter reumático de la estética
adorniana, Wellmer propone una verdad como interferencia de las certezas cotidianas,
morales y científicas, y que tiene lugar especialmente en la apariencia estética. Esta
interferencia desencadenaría nuevos procesos de comunicación sin violencia, a la vez que
representaría un triunfo sobre el enmudecimiento del terror y pondría a funcionar en el
mundo el ideal democrático. En Finales de partida anticipa la discusión sobre la obra de
Beckett en clave política: lo irreconciliable de la modernidad tienen que ver con el juego
impotente con los procesos regresivos de modernización técnico-económica y a la vez con el
final anunciado de los proyectos emancipatorios de la modernidad cultural.
Pero también, en el texto que presento hoy, se anticipan elementos que aparecerán más
desarrollados en los artículos del libro Líneas de fuga de la modernidad, compilación en
castellano a cargo de Gustavo Leyva de 2012. Particularmente, en el trabajo que expuso Maxi,
“Crítica radical de la modernidad versus Teoría de la democracia moderna: dos caras de la

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teoría crítica” escrito en 2006, Wellmer desarrollará más minuciosamente la necesidad de
desvincular la dialéctica total de razón instrumental/reconciliación mesiánica proveniente de
la tradición adorniano-horkheimeriana, respecto de la teoría de la acción comunicativa de
corte habermasiana. Con ello intenta recuperar aspectos productivos de ambas tradiciones
para poder abordar los desafíos democráticos y la problemática del conocimiento en la
actualidad.
En este diagrama espacial donde Wellmer entrelaza reflexiones sobre el régimen
democrático, las utopías modernas, el potencial del arte y el problema del conocimiento, “La
unidad no coactiva de lo múltiple” aparece como un texto que pone a jugar estas reflexiones
en el terreno propiamente estético, de una filosofía del arte. A lo largo de sus argumentos,
Wellmer vuelve a visitar los mismos textos canónicos de Adorno, incluso los mismos párrafos
que reelabora aquí y allá. Ya sabemos: Dialéctica de la Ilustración, Minima Moralia, Dialéctica
Negativa y Teoría Estética. Esta vez se detiene un poco más a discutir la interpretación que
hace Adorno de Final de partida de Samuel Beckett, publicado en Notas sobre literatura. Creo
que Wellmer practica un persistente intento de rescatar la filosofía del arte de Adorno a
través de una corrección vía Habermas que permita destrabar sus aporías histórico-sociales
totalizantes y redirigir su sensibilidad crítica hacia el mundo contemporáneo.
“La unidad no coactiva de lo múltiple” está organizado en IV conjuntos temáticos. En el
conjunto I Wellmer esboza las condiciones de posibilidad del conocimiento no violento y
horizontal en el marco del mundo administrado. Para este propósito, Wellmer reconstruye la
crítica radical a la razón ilustrada de Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración, que
luego Adorno desarrollará como experiencias cotidianas en los aforismos de Minima Moralia y
como meta-reflexión sobre las categorías epistemológicas en Dialéctica negativa. Wellmer
comienza citando el aforismo final de los Minima Moralia donde encuentra la transfiguración
de la utopía marxista de una sociedad sin clases en la utopía mesiánica de la Redención. El
conocimiento auténtico o mimético, frente al omnipresente conocimiento conceptual e
instrumental, para Adorno sería posibilitado sólo por la luz que viene de esa Redención que
todavía no existe. La totalidad negativa que engendra la racionalidad mala mediante el
proceso dialéctico de subjetivación/objetivación no deja otra posibilidad para la revolución
que situarla en el más allá. Equivale decir que ya no hay un horizonte histórico para la
revolución, sino tan sólo una suerte de paraíso marxista o de una sociedad teológica. Ante esta
aporía Wellmer intenta formular entonces la pregunta de qué pistas dejó Adorno sobre la
consecución de un conocimiento humano, histórico, finito, en el más acá que sea capaz de
burlar el ejercicio coactivo de la razón: “El pensamiento en configuraciones, constelaciones y
modelos, que Adorno opone aquí al pensamiento sistemático de la filosofía tradicional, es la
tentativa de establecer en el medio del concepto esas perspectivas mesiánicas sobre el
mundo” (p.18).
En el conjunto II, Wellmer esboza las condiciones de posibilidad de una nueva lectura crítica
de Adorno. Para ello, el autor practica un giro hacia Habermas y rescata sus diferenciaciones
conceptuales entre una perspectiva teológica de la redención y una perspectiva mundana de
la emancipación (p.26). La idea habermasiana de una emancipación todavía alcanzable por la
humanidad descansa en el potencial comunicativo de las estructuras sociales mediadas
lingüísticamente. Allí operan dimensiones normativas de una intersubjetividad y una
racionalidad no coercitiva que no pueden verse desde el concepto universal de razón
instrumental. Las formas de interacción y la autocomprensión de los individuos socializados
en una situación histórica dada valen ahora como agentes críticos contra esa misma realidad.
Wellmer señala entonces que abierta la alternativa habermasiana, “cualquiera que sea, pues,
la manera como hoy se lea a Adorno, parece que hay que leerlo mal.” (p.27) El dilema se
plantea mediante la caracterización de dos lecturas ya existentes: por un lado, una revisión de
Adorno que intente derrumbar la dialéctica fundante de negatividad universal/redención

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mesiánica conduce a la pérdida de la radicalidad crítica de sus análisis materiales; y por otro
lado, una ortodoxia adorniana que intente sostener la radicalidad crítica de sus análisis
materiales conduce a asumir la dudosa dialéctica fundante de negatividad
universal/redención mesiánica.
En el conjunto III, Wellmer esboza un mapa de la filosofía de Adorno como la reelaboración
en tándem de una filosofía idealista de la consciencia (Kant y Hegel) y una filosofía naturalista
crítica del idealismo (Marx, Freud), que confluyen en las dialécticas de sujeto/objeto y
razón/mímesis. Para Wellmer el problema de la construcción filosófica de Adorno es que no
es lo suficientemente ambivalente con el proyecto moderno de la razón, y sólo es capaz de
reconstruir el lado oscuro de la Ilustración. Mientras la razón ilustrada está dialécticamente
mediada sólo por la cosificación del sujeto y del sistema social, resulta imposible pensar la
ambivalencia del progreso porque siempre acaba engullida por la lógica coactiva del dominio.
En este punto esencial de la filosofía adorniana, Habermas introduce una distinción que para
Wellmer es fundamental, entre una razón estratégico-instrumental y una razón comunicativa.
El concepto adorniano análogo al de razón comunicativa que repone el autor es el de mímesis:
“la mímesis se refiere a esas formas comunicativas de comportamiento del ser vivo que no
tienden al control del otro, sino que se acomodan al otro dejándolo ser.
Correspondientemente, en Adorno el concepto de una razón mejor es el concepto de una
razón en el que mímesis y racionalidad formasen una constelación que les permitiese
iluminarse mutuamente” (p.30). Sin embargo, la debilidad de la mímesis es que Adorno las
encapsula en los minúsculos e impotentes juegos de constelaciones del arte y de la filosofía, y
a la vez irrealizables como libertad colectiva en las formas sociales de la vida moderna.
Wellmer entonces señala que precisamente la expansión histórica de la sociedad moderna no
sólo es signo de su progresivo dominio de la naturaleza, sino también signo de que la
reconciliación comunicativa de razón y mímesis “tiene que haberse hecho ya real en la
sociedad, que no puede reproducirse si no es a través del entendimiento lingüístico” (p.30). El
microscópico horizonte de resistencia que Adorno encuentra en la fórmula kantiana de una
“síntesis no coercitiva de lo múltiple en la obra de arte”1 necesariamente debe filtrarse por el
concepto de entendimiento intersubjetivo de Habermas, para volver a leer la negatividad
universal adorniana ahora también como una unidad no coercitiva de lo múltiple en las
relaciones entre la humanidad y la naturaleza, entre los sujetos y de cada sujeto consigo

1 Respecto del concepto de unidad sintética de lo múltiple, Adorno va a extraer de Kant tanto su momento afirmativo y
coactivo, como su momento negativo y utópico. Señala en el curso del semestre de verano de 1959 La crítica de la razón
pura de Kant: “Ustedes saben que en Kant el concepto de la síntesis desempeña un gran papel y que la subjetividad en
tanto actividad no consiste verdaderamente en otra cosa más que en producir una síntesis de la multiplicidad (…) Esto
es, con «síntesis» en Kant, por ejemplo, no se quiere decir –como nos sugiere inconscientemente la posterior filosofía de
Hegel- algo así como la mediación de contrarios entre sí, que son determinados desde dentro de su identidad; sino que
«síntesis» no quiere decir en Kant otra cosa más que el hecho de que una multiplicidad, una serie de cosas diversas
entre sí, sea llevada a una unidad. Este es propiamente el momento decisivo en el que Kant, si ustedes quieren, ingresa
en la tradición del pensamiento dominante de la naturaleza. El enemigo de este pensamiento –si me permiten
expresarlo de manera un tanto exagerada- es la multiplicidad, los muchos, lo que se contrapone a la autonomía de la
razón que se domina a sí misma” (pp.474-475). Sin embargo, algunos párrafos más adelante Adorno expondrá el
momento no-idéntico de la identidad del sujeto en la obra de Kant como un argumento de lucidez visionaria: “Sólo muy
tardíamente nos hemos liberado verdaderamente de la mitología de la identidad del alma y hemos visto que, de hecho,
este vínculo idéntico es algo tan débil que transforma la cantidad en cualidad. Es decir, que nosotros cuando hablamos
de nosotros mismos como algo siempre idéntico, queremos decir con ello algo tan formal que verdaderamente no
decimos nada. Toda la narrativa de Proust es, si ustedes quieren, un intento único y grandioso de exponer la no
identidad del sujeto psicológico en medio de su identidad. (…) Todas estas cosas tan avanzadas ya están incluidas en la
Crítica de la razón pura” (pp.482-483). Volviendo al texto fuente de Kant, ya se advierte ese mismo momento conciliador
de la categoría de síntesis: “Pero el concepto de combinación incluye, además de los conceptos de diversidad y de
síntesis de ésta, el de unidad de esa diversidad. Combinar quiere decir representarse la unidad sintética de los diverso”
(Crítica de la razón pura: §15)

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mismo. Visto así, el impulso emancipador de la modernidad no sólo acabó en la barbarie
mítica de la guerra y del holocausto, sino que también se ramificó en la ilustración estética de
las vanguardias, científica de la teoría crítica y práctica de las democracias modernas.
En el conjunto IV, Wellmer esboza la ya anunciada corrección de Adorno a través de
Habermas. A partir del distanciamiento de las lecturas que optan por una revisión
neutralizante del aspecto crítico o por una ortodoxia ciega e inverosímil de la filosofía de
Adorno, Wellmer vuelve a proponer una lectura estereoscópica que funcione como un cristal
de aumento con el horizonte de separar, profundizar y recombinar las capas semánticas de los
textos adornianos. Esto se lleva adelante mediante dos ejemplos interpretativos. En el primer
caso, Wellmer intenta una suerte de articulación de las contradicciones estéticas adornianas
con el potencial comunicativo habermasiano de las relaciones sociales y de la
autocomprensión subjetiva. El autor recupera la idea de una tendencia del arte al
nominalismo tras la caída de las convenciones y del canon estético, para repensar la libertad
que hoy tienen lxs artistas a la hora de elegir los materiales para sus obras. Esta emancipación
del sujeto estético habilitaría para Wellmer nuevas relaciones comunicativas y de
autoconocimiento de los receptores, interfiriendo con los sentidos habituales, reificados. La
consecución del diagnóstico de Adorno sobre esta tendencia al nominalismo del arte moderno
queda inscripta ahora en el horizonte de progreso de la consciencia y del despliegue de una
racionalidad no coactiva. La idea de Marcusse de una cultura afirmativa como germen de la
idea de Adorno y Horkheimer de una industria cultural, es puesta patas para arriba por
Wellmer, al pensar la conexión entre la cultura y la acción comunicativa, en el que “el arte nos
vincula con el mundo que el arte abre” (p.38). Lo afirmativo es visto no sólo como ideología,
falsa consciencia, sino también como apertura de la consciencia. Sin embargo, los peligros de
una excesiva racionalización o de una excesiva inmediatez en las obras de arte, son el
correlato de los peligros que aparecen en los extremos del “equilibrio democrático”: una
recaída en el totalitarismo, la cosificación técnico-burocrática y la explotación de la
naturaleza. En este sentido, Wellmer recupera de Adorno el potencial negativo del sentido
familiar, de resistencia a la integración, de subversión de las formas habituales de percepción
y pensamiento como una dirección revolucionaria del arte autónomo contra el orden
establecido. Este elemento antitradicionalista del arte fluye del arriesgado balance o
Stimmigkeit entre mímesis y racionalidad, entre expresión y construcción, entre el elemento
lúdico y el elemento técnico del proceso estético. Stimmigkeit en alemán significa
«coherencia», «adecuación», aunque como señaló Esteban en las pasadas Jornadas, para
Adorno la Stimmigkeit es más bien una experiencia de disonancia. En el segundo caso, y
apoyado sobre esta estereoscopía conceptual, Wellmer se propone encarnar su lectura a
través de la discusión del análisis adorniano sobre Final de partida de Beckett. El eje de esta
discusión es el motivo de la redención mesiánica como contraparte necesaria de estado de
completa negatividad que Adorno lee en la obra dramática. Según Wellmer, en la
interpretación adorniana hay una constante referencia de los momentos de la obra a estados
del mundo objetivo, que son fuertemente cuestionables. No es el proceso entero de la
modernidad un completo absurdo, ni la guerra y el horror la única verdad de la razón; sino
que el sinsentido beckettiano expresa el final de todo sentido metafísico y con ello la
experiencia del abismo absurdo que rodea el mundo ya abierto por el lenguaje. En esta
dirección, señala Wellmer que “las experiencias que se objetivan en esta pieza de Beckett (…)
se lo entiende como abismo del sentido, quiero decir, como abismo que se hace patente en el
interior de todo sentido finito posible, tanto como negación de él, como también como
condición de su posibilidad” (p.44). Los diálogos quebrados de Final de partida mostrarían
entonces la mediación lingüística de todo sentido posible, porque lo obturan precisamente a
través del lenguaje. Con esta reinterpretación estética, Wellmer propone hacia el final,
reinterpretar la filosofía de Adorno con el fin de corregir la dialéctica absoluta entre el motivo

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teológico y el motivo materialista, es decir, entre la completa negatividad del mundo moderno
y la redención mesiánica, por una dialéctica post-utópica y mundana entre negatividad y
positividad, entre sinsentido y comunicación, entre coacción totalitaria y convivencia
democrática.

Estereoscopia estética 2
Adorno: En el texto pone en el centro de la parataxis la ininteligibilidad de Final de partida. El
título mismo lo anuncia: “intento de entender Final de partida”. Es otra forma de decir intento
de entender lo inentendible. Adorno sitúa la pieza en el marco de los dramas del absurdo: El
proceso de Kafka y Finnegans Wake de James Joyce. (Tensión con Bonino). El lenguaje tiende a
reducirse a sonido pero no pierde del todo, como el expresionismo, su elemento semántico
(p.295). Irracionalidad de la sociedad burguesa. Esencia enigmática: experiencia del Kaputt,
bomba atómica, crueldad anónima: mutismo nebuloso, imposibilidad de decirlo. Existencia
molusco, encierro de la humanidad en el interior burgués (como Adorno analizaba la
interioridad del sujeto en Kierkegaard), pero ya sin muebles adentro y sin masas afuera, sin
posibilidad de experiencia: crisis total del individuo, de la idea de inmediatez. La obra se
mueve en una zona intermedia, entre materiales arruinados (p.281). Parodia del
existencialismo, porque lleva la nada a la superficie del lenguaje. La estupidez de la obra como
un “testimonio político capital” p.278. “Su sentido es la ausencia de sentido (…) tristes detalles
que se burlan del concepto” p.282. La acción dramática se desintegra entre la parodia, la
esquizofrenia y la payasada. La lógica del absurdo muestra el absurdo de la lógica: contenido
de verdad como contradicción inmanente. Partida de ajedrez como síntesis (a lo Kant: juego,
combinatoria de lo diverso). Final de la síntesis ¿de la consciencia, del sujeto?
La lectura afirmativa de Wellmer, en el sentido suyo de positiva, de optimista, parecería
descuidar elementos clave de Final de partida: el carácter de encierro de los cuatro cuerpos en
la casa desamueblada y de luz grisácea o “negro claro, todo el universo” (p.37); a su vez el
encierro en los cubos de basura de los cuerpos mutilados de los padres de Hamm, Nagg y Nell;
de la incapacidad de movimiento del amo Hamm; de la incapacidad de descanso del esclavo
Clov; de la incertidumbre y el miedo al exterior; de un exterior donde no quedan ni seres
humanos ni naturaleza viva; de la incapacidad de coordinar acciones intersubjetivas mediante
la comunicación; el cansancio y la irritación de los personajes al escucharse; el chantajeo y la
manipulación que acontece mediante los actos de habla de Hamm y Clov, y de Hamm y Nagg;
la insensibilidad ante el dolor y la muerte de Nell; el carácter completamente cíclico de una
rutina nihilista donde literalmente no hay acción dramática, y que empieza igual que como
termina: en el instante detenido del final. En este marco el intento de Wellmer de discutir la
lectura negativa de Adorno y de relocalizar la experiencia del abismo, el absurdo y el horror
en Final de partida como cifra del fin de la metafísica y a la vez como condición de posibilidad
de una apertura de mundo a lo extraño que habilitaría nuevos procesos comunicativos se ve
como reductiva. Él mismo lo advierte cuando señala que “es difícil imaginarse una lectura de
Beckett que no percibiese también en Beckett la elaboración estética de experiencias de
horror, de sinsentido, del nunca acabar” (p.43). El final del sujeto moderno como postulan las
lecturas postestructuralistas y la fragilidad del sí-mismo lingüísticamente constituido ante lo
extraño como postula Wellmer constituyen una parte de los sentidos que la materialidad
montajística de la pieza de Beckett hace aparecer. Pero el final de Final de partida no es un
final in stricto sensu, el cierre de algo, sino que el proceso entero de la obra expresa el
permanente arruinamiento de lo que hay: los personajes están permanentemente
experimentando el final (del trabajo, de la belleza, del sexo, de las sensaciones, de la
naturaleza, de la comunicación), y nosotrxs como lectores experimentamos que esa eterna

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cadencia no es posterior, es anterior o incluso transversal. La obra comienza con Clov
diciendo: “Acabó, se acabó, acabará, quizás acabe”. Hacia el final dice Hamm: “El fin está en el
principio y sin embargo uno continúa”. “El estado de turbio mutismo, del que Adorno, sin
demasiadas razones, supuso que era algo que se había producido ya” (45) contra el que
Wellmer dirige su interpretación parece descuidar la historicidad tanto de Final de partida
como de la lectura de Adorno, ambas marcadas por la experiencia de los totalitarismos, del
Holocausto y de la Segunda Guerra. “Hamm a Clov- ¿No estamos a punto de… de… significar
algo?” (p.38). Por lo mismo, la completa negatividad y el mutismo suspendido que Adorno
intenta desplegar de la mónada beckettiana, convierten también la obra adorniana en una
mónada donde queda encriptada filosóficamente la experiencia abismal del mundo de
posguerra y del ascenso del capitalismo globalizado. Esto no necesariamente alienta a repetir
ortodoxamente, a reducir revisionistamente ni a mediar comunicativamente el contenido de
verdad del texto adorniano, como argumenta Wellmer. Leer a Adorno estereoscópicamente,
sin la dialéctica absoluta de negatividad/redención, y abrir un espacio de trabajo insertando el
horizonte intramundano de la comunicación intersubjetiva permite redirigir algunos
diagnósticos y reflexiones críticas hacia las democracias, el neoliberalismo y el arte
contemporáneo. Pero deja escurrir un posible contenido de verdad de la filosofía de Adorno si
esta es comprendida como mónada. Creo que ese mutismo negativo en su aspiración total que
impugna Wellmer también constituye una anamnesis, una reminiscencia cruda en la teoría
crítica de una crudeza innegociable, que sí se produjo intramundanamente ya no como el
entero proceso de la modernidad pero sí como un momento recurrente de su despliegue, y
cuya latente reaparición nos pone en la urgencia de evitar su repetición o su expansión en el
presente.

Estereoscopía estética 3
Estamos en un estadio diferente al de la dialéctica de totalitarismo y democracia. Parecería
más bien que asistimos a un profundo entrelazamiento de ambos regímenes. Cada vez que un
partido ocupa el poder de la mayoría el resto del espectro partidario denuncia la disolución de
la democracia, la recaída en el totalitarismo: durante el kirchnerismo la expresión era
“diKtadura” con la K de Kirchner; hoy es la filiación lineal entre Cambiemos, el neoliberalismo
menemista y la dictadura histórica de 1976. Sin embargo, ambos gobiernos se dieron durante
y mediante procesos democráticos. Parecería entonces que la sociedad democrática juega,
como me dijo el Mati Cristobo en un e-mail, al espiritismo con la dictadura, a invocar el
totalitarismo como procedimiento ideológico de denuncia de la diferencia para aspirar a su
propia totalización. Claramente la realización post-histórica y regional de la democracia exige
revisar el marco formal bajo el cual se la defiende como el modelo de autocorrección y de no-
identidad del pueblo consigo mismo, cuando el mismo marco formal habilita al Estado la
prohibición policial de esa autocorrección y de imposición mediática de la identidad del
pueblo consigo mismo.
La proyección en el espacio público de la cara de Jorge Julio López y de Santiago Maldonado
juegan estereoscópicamente como dos imágenes ligeramente diferentes que superpuestas que
abren un espacio de profundidad histórico-política en nuestro país. Ambas lanzan una
pregunta visual por la situación de la democracia y su dialéctica histórica con el totalitarismo.
La democracia junto con la materialidad contradictoria de los rostros proyectados por Orge
aparece en la paradoja de ser a la vez la condición de posibilidad de una aparición artística en
el espacio público (empírico y digital) y a la vez el marco en el que tiene lugar la desaparición
forzada de un ciudadano. En tanto problema de la filosofía política, una estereoscopia de la
democracia implicaría poner de relieve los territorios-Estado donde tiene lugar las

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democracias occidentales contemporáneas. Una estereoscopía regional debería poder
ofrecernos la compleja dialéctica histórica de nuestra democracia moderna y los profundos
préstamos y convergencias con los regímenes totalitarios. El propio peronismo debe
someterse a una profunda metacrítica, puesto que su origen histórico es el perfecto remolino
aporético de regímenes militares y gobierno del y para el pueblo. Sumado a ello la
constelación democracia argentina y capitalismo internacional hoy ha llegado a ser un
principio de gestión estatal, pero que ha operado desde los comienzos de la configuración del
Estado argentino. La defensa de la democracia moderna como el espacio ideal para el ejercicio
de una acción comunicativa, creo que debe volver a filtrarse por el discurso de la negatividad
y que ilumine la constante amenaza de recaída en totalitarismo sin salir del juego
democrático. Aunque formalmente la democracia prometa ser unidad sintética de lo múltiple,
el maniqueísmo, la reducción a dos fuerzas contrapuestas parece haber preñado a la
democracia. Hoy tenemos un gobierno de derecha neoliberal al poder, con el discurso
revolucionario-kirchnerizado. La crítica localizada de Vero Galfione a la defensa democrática
de Rebentisch, señala que la polarización kirchnerista del conflicto social parece operar como
una estrategia de movilización forzada de la población a su favor. Pero hoy la reconciliación
macrista parece operar como una inmovilización impuesta. A la movilización forzada de la
población del kirchnerismo, el macrismo opone la desaparición forzada de personas.

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