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El 25 de agosto de 1918, en
Lawrence, una ciudad del condado de Essex en Massachusetts, llegaba al mundo quien sería
uno de los artistas más magnéticos y celebrados del siglo XX. Músico en muchos sentidos
impar, posiblemente superable pero seguramente inimitable. Personaje que trazó una línea de
creatividad vertiginosa por la que circularon juntos el showman y el intelectual, el artista
reflexivo y el hombre famoso. Bernstein fue, sustancialmente, un gran comunicador, en el que
al mismo tiempo, sin mayor orden ni jerarquías, trabajaban el director de orquesta, el pianista,
el compositor, el pedagogo, el conversador, el encantador de fino humor y elegancia.
A lo largo de este año, en todo el mundo, serán muchos los homenajes a su obra y su figura.
En Buenos Aires, la Orquesta Filarmónica, bajo la dirección de Enrique Arturo Diemecke, le
dedicó el primer concierto de esta temporada, con un programa equilibrado entre obras que
representan bien la amplitud de intereses y algunas de las estrategias compositivas de
Bernstein, entre profundidad y vitalidad. La Sinfonía Nº 2 - La edad de la ansiedad, con la
participación de la pianista norteamericana de origen chino Claire Huangci, basada en el
poema de W.H.Auden y articulada en una serie de episodios de riqueza contrastante,
constituyó la primera parte del concierto, que se completó con obras deudoras del musical de
Broadway: la Suite On the Town y Danzas sinfónicas de West Side Story. Fue el retrato de un
artista que a un siglo de su nacimiento, acaso por la manera en que atravesó el tiempo que le
tocó vivir, sigue representando alguna forma posible de juventud.
El debut de Bernstein como director fue súbito y exitoso. Tenía 25 años. A último momento
reemplazó a Bruno Walter al frente de la Filarmónica de New York en uno de esos conciertos
que desde el Carnegie Hall se transmitían en cadena a todo el país. Obertura de Mandfredo,
de Schumann, y Don Quijote, de Richard Strauss, eran parte del programa. “No hubo ensayo.
Antes del concierto, envuelto en una frazada y con fiebre, Walter me señaló en la partitura
algunos momentos a los que debía prestar particular atención. Creo que lo hizo más para
calmarme que para instruirme”, recordaría décadas más tarde el director. Al día siguiente, el
New York Times se refería al debut del joven director como “un buen caso de éxito
estadounidense”.
Los comienzos de su carrera profesional aparecen así en 1943, y continúa con hitos salientes
con la dirección en 1947 de la Filarmónica de Israel y su presencia en 1953 en la Scala de
Milán. En 1958 Bernstein sucedió a Dimitri Mitrópulos como director titular de la Filarmónica
de New York, cargo que ocupó hasta 1969, en la que para muchos significó la época dorada de
esta orquesta. En 1964 llegó al Metropolitan para hacer Falstaff de Verdi, título con el que
debutó dos años más tarde en la Ópera Estatal de Viena, en una producción con las regie de
Luchino Visconti y Dietrich Fischer-Dieskau como Falstaff. Ese éxito lo catapultó a la dirección
de la Filarmónica de Viena, que a partir de 1970 fue su segunda orquesta, la gran máquina con
la que grabó mucho, incluso obras que ya había grabado con la Filarmónica de New York, como
la integral de las sinfonías de Beethoven, Mahler, Brahms y Schumann.
Con esa capacidad de comunicación que lo destacó siempre y en todos lados, el artista fue
capaz de penetrar el sentido de una sociedad que se movía entre el optimismo de la posguerra
y cierto temor por lo distinto. La televisión era todavía una promesa cuando comenzó un ciclo
de conciertos comentados junto a la Orquesta Filarmónica de New York, en los que explicaba
argumentos de la música clásica con lenguaje llano y accesible. Continuó con estas audiciones
entre 1958 y 1972 y llegó así a millones de personas, contribuyendo a crear una clase de
público distinto, incorporando al ciudadano medio a las ceremonias de las músicas de tradición
académica.
Cuando murió, el 14 de octubre de 1990, en su mesa de luz había una novela de Philip Roth,
páginas de Shakespeare, una Historia de la primera guerra mundial, una biografía de Thomas
Jefferson y un libro de poemas de James Merrill. La multiplicidad, siempre, al alcance de la
mano.