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El papel de la mujer a través de

la historia
Para explicar el origen de la Ideología de Género es necesario remontarse al principio de
la humanidad, a la época de las cavernas. En un inicio, los trabajos desempeñados por el
hombre y la mujer se complementaban para asegurar la supervivencia. El hombre, por su
fuerza, se dedicaba a la caza y a la pesca, mientras la mujer se encargaba de tareas que
requerían menos esfuerzo físico, como la recolección de frutos.

Con el nacimiento del patriarcado, el hombre asumió el papel de defensor de la


comunidad, arriesgando su vida por ella. Empieza a desarrollarse un modelo de
subordinación de la mujer al hombre, que culminó en el pensamiento greco-romano y en
la cultura hebrea. Aristóteles considera a la mujer como un hombre defectuoso y la
tradición hebrea ve en ella la causa del pecado, pues Eva fue quien no consiguió resistir
la tentación e indujo al pecado a Adán.

El pensamiento cristiano introdujo un giro en la concepción de la mujer. Proclama la


igualdad de hombres y mujeres ante los ojos de Dios y establece la indisolubilidad del
matrimonio, que dignifica a la mujer y la protege del repudio.

El cristianismo se extendió por el mundo y tuvo su auge en la Edad Media. Durante el


Medioevo, las familias trabajaban en la misma profesión y no existía una diferencia
marcada entre labores masculinas y femeninas.

El problema comenzó con la Ilustración y el Renacimiento, cuando se intentó retomar la


cultura greco-romana, las antiguas ideas de Aristóteles y el Derecho Romano, que
favorecían la discriminación a la mujer. Se adoptó la distinción entre el ámbito público y
el privado, relegando la mujer a este último. Se empezó a negar la educación femenina y
se impidió a la mujer participar en actividades políticas.

En respuesta a esta desvalorización de la mujer, los primeros movimientos feministas del


siglo XX lucharon por conseguir la educación, el voto y el trabajo de la mujer,
pretendiendo su autonomía respecto del varón. Unos años más tarde, surgió una segunda
ola de feminismo, esta vez radical. El feminismo radical sostiene que si la mujer no ha
alcanzado la igualdad con el hombre es por causa de su feminidad, por lo que se empeña
en negarla y en adquirir características y vicios varoniles (como la promiscuidad). En
1949, la novelista y filósofa francesa Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo, una
de las obras feministas más relevantes. En este ensayo, declara que el sexo femenino es
solamente un producto socio-cultural y que la mujer debe reconquistar su identidad desde
sus propios criterios. El pensamiento de Beauvoir podría resumirse en una de sus frases
célebres: “No se nace mujer, se llega a serlo”. El feminismo radical se asentó primero en
Estados Unidos y más tarde en Europa. Se mezcló con algunas ideas del comunismo y
del marxismo, por ejemplo, con la lucha de clases, que el feminismo radical interpreta
como la lucha entre los sexos.

La ideología de género toma sus principios fundamentales de este feminismo, pues parte
de la concepción del hombre como una construcción social y cultural, negando la base
biológica como constitutiva de la cultura y disociando lo corpóreo y lo espiritual en el
hombre.

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