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Subsidios: ayudas que matan

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¿Será acaso que los teóricos de la economía del desarrollo, fieles creyentes de las ayudas,
desconocen que todos los países alguna vez fueron pobres y que escaparon de tal situación
sin subsidios de terceros? (TN)

EnglishCuando uno estudia economía, dentro del pénsum de la carrera hay, por lo menos,
un curso de economía del desarrollo y tres de macroeconomía, sin embargo, en mi caso,
como en el de muchos otros estudiantes de diferentes universidades alrededor del mundo,
en ninguna de esas clases se habló nunca de la importancia de la libertad y respeto por la
propiedad privada. ¿Cómo lograr que los países salgan de la pobreza es un tema de Macro
III y de los cursos de desarrollo? La respuesta a esa pregunta pasa, casi sin excepción, por
la intervención del Estado. Todo muy en línea con la común idea de que los pobres están
envueltos en un círculo vicioso y que solo la ayuda de terceros logrará sacarlos del
subdesarrollo.

Tal idea, la que el genial Lord Bauer apodaría como “el consenso espurio” y atacaría
durante toda su vida, afirma que los países pobres no pueden progresar porque tienen
ingresos tan bajos que no les queda dinero para ahorrar y, por lo tanto, están condenados a
la miseria. Consecuencia de tal pensamiento: los países ricos deben ayudar a los pobres con
limosnas. Esa es la teoría del desarrollo predominante en la academia; y esa ha sido la
fórmula para combatir cualquier tipo pobreza.

¿Será acaso que los teóricos de la economía del desarrollo, fieles creyentes de las ayudas,
desconocen que todos los países alguna vez fueron pobres y que escaparon de tal situación
sin subsidios de terceros? La solución que estos economistas presentan se apoya en una
premisa falsa: no es cierto que la condición para salir de la pobreza sea la donación de
dinero. Y lo innecesario de las “ayudas al subdesarrollo” no solo se hace evidente desde
una visión histórica, ejemplos como el increíble crecimiento de los “tigres asiáticos” siguen
confirmando que lo normal es que los países salgan solos de la pobreza.

Ahora bien, no se trata solo de que la ayuda internacional no es condición necesaria, sino de
que es peligrosa y, contrario a lo que se cree, condena a la miseria a quienes pretende sacar
de la pobreza. Los principales defensores de este tipo de políticas afirmaban, desde su
inicio, que unos cuantos años de subsidios lograrían sacar de tal “circulo vicioso” a los
países pobres, pero hasta el momento solo vemos que incrementa el dinero destinado a
ayudas y nadie sale de la pobreza. Lord Bauer, al respecto, en innumerables ocasiones
explicaba: no es que el desarrollo sea una consecuencia del capital; el capital es creado
durante el proceso de desarrollo.

En mis clases de economía del desarrollo, el profesor, comúnmente, hablaba de cómo


ayudar al Chocó, un departamento colombiano sumido en la pobreza. La solución:
transferir dinero a esa zona. Qué proyectos de inversión realizar, a quién darle la ayuda,
cómo fomentar la creación de empresas, todo eso sería discutido entre un grupo de
académicos ilustrados que sacarían a la población pobre de aquel círculo vicioso. Tal idea
es la misma que tienen, por ejemplo, los señores de la ONU: los países ricos deben reunir
dinero y dárselo a los pobres, pero además deben decirles en qué invertir y cómo hacerlo,
porque sin la guía de los intelectuales occidentales no saldrán nunca de la miseria.

Y vuelvo al punto de partida, todas las soluciones que se proponen pasan por la
intervención del Estado, cuando resulta que lo que hay que fomentar es la
microempresarialidad espontanea. Pero “espontaneo” es una palabra que parece causarles
miedo a todos los funcionarios estatales y de organizaciones como la ONU. La inversión
debería dirigirse a proyectos productivos que se mantengan en el tiempo y que sean el
resultado de las necesidades que surgen en la sociedad. No es un grupo de “expertos” en
desarrollo el que debe guiar la inversión de un país, es el mercado. Y resulta que las ayudas
y la intervención de comités de “sabios” economistas bloquean ese proceso.

Entonces, primero, no se necesita ayuda económica para que un país salga de la pobreza, la
historia y diferentes casos actuales nos lo demuestran; los países salen de la miseria por sí
solos. Segundo: las ayudas, acompañadas de direccionamiento por parte de los políticos y
los “expertos” en economía, bloquean el proceso de surgimiento espontaneo de
microempresarios que invierten en lo que el mercado les indica, en los proyectos
verdaderamente rentables y sostenibles en el tiempo.

Ahora bien, a todo lo anterior hay que sumarle un punto fundamental: el capitalismo y el
respeto por la propiedad privada. Es necesario un entramado institucional que incentive el
esfuerzo y que permita que la función empresarial sea posible, sin eso es imposible que los
países salgan de la pobreza.

Los gobiernos deberían concentrarse no en entregar subsidios y planear cómo sacar de la


pobreza a un grupo de gente a los que tratan como incapacitados, sino en permitir la
empresarialidad, sobre todo la de los más pobres, a los que dicen querer ayudar. Todo lo
que se necesita es un entorno institucional de respeto por la propiedad privada, bajos
impuestos y, en pocas palabras: no entorpecer ni impedir la función empresarial.

Los subsidios a la pobreza crean más pobreza, se pueden dar miles de millones de dólares
durante largos periodos a países pobres y, como sucede en la actualidad, no saldrán de la
miseria. Es simple, si lo que se quiere es acabar con la pobreza, lo que hay que hacer es no
bloquear ni entorpecer la posibilidad de los seres humanos para mejorar su vida a través de
su innata función empresarial, eso es todo.

Vanesa Vallejo

Vanesa Vallejo es economista de la Universidad del Valle. Liberal, escritora de opinión,


influenciadora en redes sociales. Miembro del Movimiento Libertario Colombiano. Síguela
@VanesaVallejo3.

 El fin de la pobreza podría estar cerca


gracias al capitalismo global
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 Quizás nos encontremos en el umbral de un fenómeno histórico tan o más
importante que la revolución industrial. (Youtube)
 EnglishTal vez el capitalismo esté en el umbral de su definitiva globalización, y de
ser así implica algo tan inconmensurable y extraordinario que la casi totalidad de
quienes hablan hoy de globalización no pueden siquiera imaginarlo. Quizás nos
encontremos en el umbral de un fenómeno histórico tan o más importante que la
revolución industrial, un fenómeno que borraría todo lo que damos por hecho como
referencia política y económica usual, y del que emergerían nuevas relaciones de
poder entre estados y nuevos flujos de inversión, comercio y consumo en
direcciones hasta hace poco inimaginable y en magnitudes que nos resultan tan
inconmensurables que apenas podemos imaginar algunas de las más evidentes
consecuencias del que algo así llegase a ocurrir en nuestro tiempo.
 Por ejemplo, todavía entendemos el mercado energético en términos del
acaparamiento del petróleo a nivel global por petroestados miembros de la OPEP
para especular con el alza de precios, y la producción alternativa de petróleo por
inversiones paralelas en el resto del mundo, mientras imaginamos –como promesa o
amenaza– la eventual sustitución del petróleo por otras fuente de combustibles.
 Pero en el escenario alucinante del que hablamos sería más factible un nuevo
mercado energético con una demanda tan enorme que la oferta de múltiples fuentes
crecientes de energía paralelas crezca hasta llegar a espacios de mercado mucho
mayores a los que ocupa el petróleo hoy, al tiempo que el mercado petrolero sigue
creciendo paralelamente por muchas décadas sin ser capaz de satisfacer la nueva
demanda de energía y sin atisbo de desaparecer del mapa por mucho tiempo.
 Puedo imaginar un mundo en que el crecimiento de economías emergentes como
China, India y Malasia podría conducir efectivamente a que en dichos mercados la
mayoría de la población acceda en las próximas décadas a niveles de consumo
similares a los de la Europa Occidental contemporánea, y en que nuevos marcos
institucionales puedan integrar la totalidad de su población en el desarrollo
capitalista moderno sin generar grandes economías informales paralelas por el alto
coste de la legalidad que prevalece en Rusia, gran parte de la antigua órbita
soviética y el mundo en vías de desarrollo, como lo explica Hernando De Soto:
 “La crisis del capitalismo fuera de los países avanzados no se debe a que la
globalización internacional esté fracasando sino a que los países en vías de
desarrollo y los que salen del comunismo no han podido “globalizar” el capital en
sus territorios. La mayor parte de las personas en estos países ve al capitalismo
como un club privado, un sistema discriminatorio que sólo beneficia a Occidente y a
las élites que viven dentro de las campanas de vidrio instaladas en los países pobres.
Puede que más personas en el mundo estén calzando zapatillas Nike y exhibiendo
relojes digitales, pero aun mientras consumen mercadería moderna son harto
conscientes de que todavía deambulan por la periferia del juego capitalista, sin
participación real en él”.
 Porque si no fuera por la vía de los enclaves capitalistas privilegiados en economías
socialistas primitivas empobrecidas, sino por la del capitalismo integral –no exento
de grandes dificultades ciertamente, pero capaz de producir riqueza para todos– que
se desarrolla a gran escala en el capitalismo asiático, ahí dónde hasta hace pocos
años sólo había restos de economías precapitalistas solapándose con socialismo y
pobreza, la globalización capitalista finalmente sería indetenible en la medida que
otras grandes economías emergentes asiáticas primero, pero finalmente africanas y
sudamericanas también, surgirían emulando el proceso de aquellas en la medida que
sea exitoso.

 Los problemas políticos e institucionales sobre la titularidad, propiedad e
instituciones que sufre el tercer mundo y los restos del imperio soviético son
prácticamente los mismos que sufrían los Estados Unidos hace 100 años. De
solucionarlos de similar forma, su crecimiento económico llegaría a ser equivalente.
El aumento del consumo en Asia ocurre porque miles de millones de personas están
pasando de la leña, los candiles, la tracción de sangre y las bicicletas a la luz
eléctrica, los electrodomésticos y el transporte automotor.
 Hasta 1985, el 7% de las familias de la República Popular China tenía
refrigeradores en sus viviendas mientras que actualmente el número de hogares que
lo tienen supera el 85%. En la India en número de automóviles ya se triplicó cada
década. Tan atrás como en el informe de la Cumbre Mundial sobre desarrollo
sustentable de las Naciones Unidas del 2002 nos decía que “Se sumarán 200
millones de vehículos al parque automotor mundial si la cantidad de automóviles en
circulación en China, la India e Indonesia alcanza la media mundial actual de 90
vehículos por cada 1.000 personas, aproximadamente el doble de la cantidad de
automóviles que circulan actualmente en los Estados Unidos de América”, entonces
las estimaciones más conservadoras indicaban que entre China, la India y el Sudeste
de Asia se podrá hablar de una clase media comenzando a acercarse a los niveles
occidentales de consumo del orden de las 300 a 400 millones de personas, y de
hecho ya está ocurriendo.
 De mantenerse el proceso será el de una nueva revolución industrial con la
capacidad de integrar a la primera línea de la economía capitalista contemporánea a
más de la mitad de la población mundial que se mantenía en los márgenes de dicho
sistema de producción y consumo.
 El mundo nunca fue tan próspero como lo es hoy, jamás tantas personas fueron
arrancadas de la secular pobreza. Podemos estar a pocas décadas del fin de la
pobreza, pero es únicamente una posibilidad, la historia no está predeterminada en
forma alguna por fuerzas místicas como creen sus falsos profetas, pero el
capitalismo global –vistos sus verdaderos frutos y contrastados con los verdaderos
frutos del socialismo– es el ideal por el que vale la pena luchar y el futuro que vale
la pena construir. Después de todo, tampoco estamos predestinados a llegar siempre
de últimos, pudiéramos colocarnos en poco tiempo en la primera línea de la
siguiente revolución capitalista y producir niveles de prosperidad que hoy no se
pueden siquiera imaginar, o podemos optar mayoritariamente por el socialismo y la
consecuente miseria material y moral en que nos hundirá hasta que finalmente
colapse por su intrínseca inviabilidad.

 Guillermo Rodríguez González


 Guillermo Rodríguez G. es investigador del Centro de Economía Política Juan de
Mariana y profesor de Economía Política del Instituto Universitario de Profesiones
Gerenciales IUPG, de Caracas, Venezuela.

Una economista africana ataca las ayudas al Tercer Mundo


La economista africana Dambisa Moyo ha sacudido los cimientos del pensamiento progresista
políticamente correcto. En su libro Dead Aid rechaza las ayudas económicas de los países más
desarrollados porque estas inyecciones de dinero son las que están hundiendo al continente
africano.
La economista africana Dambisa Moyo

¿Por qué el socialismo empobrece a África?, por Juan Ramón Rallo.

LD (L. Ramírez) “La ayuda que mata” (Dead Aid) es el título de un libro controvertido que no
dejará indiferente a ninguna persona que lo lea, y mucho menos si lo descubre alguno de los
economistas de pensamiento neokeynesiano que inundan el análisis actual sobre las soluciones
para salir de la crisis económica.

Su autora, Dambisa Moyo, rechaza las críticas a Occidente de personajes tan mediáticos como
Bono, el cantante de U2, o Bob Geldof, que se han caracterizado por pedir ayudas directas al
continente africano para que pueda salir de la pobreza extrema en la que está inmerso.

La tesis principal del libro es que la ayuda de los países occidentales está matando a África. Una
vez superado el rechazo inmediato que genera este argumento en nuestras mentes inundadas por
el pensamiento progresista políticamente correcto la economista africana justifica su enfoque con
sólidos argumentos.

Moyo aboga por detener las ayudas económicas a los países africanos, excepto en caso de
calamidades o catástrofes puntuales (como sucede cuando hay un terremoto o una sequía en el
primer mundo), dejando que el continente construya una economía propia en el curso de los
próximos cinco años.
El principal argumento de la economista para abolir la actual estructura de ayudas es que la
mayoría de gobernantes africanos siguen en sus puestos porque el dinero sigue llegando desde
Occidente.

Los responsable políticos (en su mayoría tiranos o dictadores disfrazados de demócratas) no están
obligados a mantener y mejorar las infraestructuras de sus países respectivos, porque se da por
hecho que no tienen capacidad para ello.

De esta forma los dirigentes africanos no tienen responsabilidad alguna de lo que pasa y pueden
seguir empleando el dinero en lo que les parezca oportuno, siempre ligando el gasto a su
beneficio personal.

En cuanto a los habitantes, sólo pueden sobrevivir gracias a la caridad, no aportan nada a las
economías de los países y carecen de la mentalidad adecuada para exigir a sus gobernantes que
cumplan con sus deberes.

La ayuda hace más pobres a los pobres

Dambisa Moyo dice que 50.000 millones de dólares de ayuda internacional


llegan a África cada año y todavía se ve la evidencia abrumadora que
demuestra que esta ayuda ha hecho más pobres a los pobres. Además, el
crecimiento es muy lento y deja a los países Africanos más endeudados, más
propensos a la inflación, más vulnerables a los cambiantes mercados
financieros, y son poco atractivos para recibir inversión extranjera.

Por ello, crece el riesgo de conflictos civiles y disturbios. Moyo dice que la
ayuda es un desastre absoluto, tanto en lo político, económico y humanitario,
por lo que debería terminar e introducir alternativas. Así de taxativa se ha mostrado en un
reciente artículo en el diario norteamericano Wall Street Journal.

Las repercusiones de su tesis no se han hecho esperar y algunos medios se centran más en su
oposición a la estrella de rock Bono que en su análisis económico. “¿Qué piensa sobre Bono?”,
preguntan a Moyo en el New York Times. “Realizaré un comentario general sobre esta
dependencia total de los famosos. Cuestiono esta situación tal y como está ahora porque ellos se
han convertido, involuntariamente o con intención manipuladora, en los portavoces del
continente africano”, responde la economista.

Los gobernantes, corruptos, sólo tienen como tarea “cortejar” a Occidente

En la agencia económica Bloomberg, en entrevista televisiva, también la presentaban como “La


anti-bono”. Y en parte es cierto, ya que ella no tiene aviones privados alimentados por la enorme
fortuna de la que dispone el líder de U2.
Ella contesta con datos: “durante los últimos 60 años, se han transferido desde los países ricos a
África miles de millones de dólares en ayuda al desarrollo. Sin embargo, la renta per cápita hoy es
menor de lo que lo era en los años 70, y más del 50% de la población (350 millones de personas)
vive con menos de un dólar diario, una cifra que casi se ha doblado en dos décadas”.

Nacida y criada en Zambia, y con una carrera profesional que la llevó a trabajar durante una
década en el Banco Mundial y en Goldman Sachs, la economista realiza en su libro un
estremecedor recorrido por los países del África negra y su principal enfermedad: los dirigentes
corruptos que “lo único que tienen que hacer para permanecer en el poder es cortejar y ofrecer
sus servicios a los donantes extranjeros”.

Sudáfrica: el futuro presidente en los tribunales por violación y corrupción

Un claro ejemplo de este tipo de gobernantes se da en Sudáfrica. El nuevo líder del Congreso
Nacional Africano y futuro presidente Jacob Zuma, de 65 años, ha sido
absuelto de un cargo de violación, pero debe volver a los tribunales
acusado de corrupción.

La catadura moral de Zuma no deja lugar a dudas. Pidió disculpas por


tener relaciones sexuales sin preservativo con una mujer seropositiva,
después de afirmar, bajo interrogatorio, que había tomado precauciones
higiénicas, duchándose tras el coito. Eso es un grave error, aunque Zuma
afirma que no se refería a la prevención del sida.

El virus destruye la estructura civil de Sudáfrica, el país del mundo con


más número de seropositivos. El ministro de Sanidad, Manto Tshabalala-
Msimang, propugna como antídoto contra el sida una dieta de ajo, remolacha y aceite de oliva.
La ducha de Zuma se percibe también como mortífera. En estas manos está Sudáfrica.

Pero volviendo a Dambisa Moyo, hasta el victimismo de algunos colectivos africanos es


denunciado en su obra: “mírelo de esta forma”, afirma la autora. “China tiene una población de
1.300 millones de personas y sólo 300 millones viven como nosotros", con estándares occidentales
de vida. "Hay 1.000 millones de chinos que viven en condiciones por debajo de ese estándar.
¿Conoce usted a alguien que esté preocupado por China? A nadie”.

La crisis financiera internacional puede “curar la ceguera” en África

“Hace cuarenta años, China era más pobre que muchos países africanos. Sí, hoy tienen dinero,
pero ¿de dónde ha venido el dinero? Ellos han construido (ese desarrollo), han trabajado muy
duro para crear una situación en la que no dependen de la ayuda humanitaria”, añade Moyo. Y
para quienes la califiquen de tremendista, Moyo abre una puerta a la esperanza de África en
medio de la crisis financiera internacional en un artículo publicado por el rotativo británico The
Independent:

“La cura a la ceguera que provoca la ayuda humanitaria a África se encuentra precisamente en la
crisis del crédito. Estos tiempos de oscuridad económica suponen una oportunidad para que
África demuestre que finalmente puede contribuir de forma significativa a la economía mundial,
en lugar de claudicar y ser vista como una carga para ella de forma indefinida", señala Moyo.

El nuevo Nobel de Economía considera


“antidemocráticas” las ayudas al Tercer
Mundo
okdiario.com |
Soldados del ejército de Sudán del Sur forman en el Día de la Independencia. (Foto:
GETTY)

El economista escocés Angus Deaton, profesor de la Universidad de Princeton que ha sido


galardonado con el Nobel de Economía de este año, ha analizado a lo largo de su carrera los
efectos que tienen las inyecciones de dinero de los países desarrollados al Tercer Mundo.
Su conclusión es clara: este tipo de ayudas tienen más aspectos negativos que negativos y,
además, son “antidemocráticas”.

Deaton explica en su libro “The Great Escape” que las ayudas al desarrollo que reciben
los países menos desarrollados generan incentivos perversos para sus gobernantes, tales
como el control de la población, que “a menudo se realizan con la colaboración de los
políticos locales configurando un claro ejemplo de ayuda antidemocrática y opresora”.

Es decir, que el dinero público de los países occidentales no obliga a los políticos locales
a responder ante sus votantes (o súbditos) por sus decisiones económicas. Para el
profesor escocés la pobreza no es un problema de pocos recursos, sino de instituciones no
consolidadas, gobiernos corruptos y “políticas tóxicas”.
Esta tesis se va cada vez implantando más en el mundo académico, recuperando la línea
argumental del economista húngaro Peter Bauer: “las transferencias de Gobierno a
Gobierno son un método excelente para transferir dinero de los pobres en los países
ricos a los ricos en los países pobres (…) dar dinero a los gobernantes sobre la base de la
pobreza de sus súbditos remunera las políticas de empobrecimiento”.

Para Bauer también es vital, como para Deacon, potenciar las instituciones para que el
entorno favorezca la existencia de proyectos productivos que favorezcan el esfuerzo de las
empresas y atraigan capital.

La crítica al sistema internacional de ayudas a los países en vías de desarrollo tiene también
como protagonista a la economista africana Dambissa Moyo, autora del libro “Dead Aid”
(la ayuda que mata). Moyo aboga por detener las ayudas económicas a los países africanos,
excepto en caso de calamidades o catástrofes puntuales, dejando que el continente
construya una economía propia en el curso de los próximos cinco años.

El principal argumento de la economista para abolir la actual estructura de ayudas es


que la mayoría de gobernantes africanos siguen en sus puestos porque el dinero sigue
llegando desde Occidente. Los responsable políticos receptores del dinero no están
obligados a mantener y mejorar las infraestructuras de sus países respectivos, porque se da
por hecho que no tienen capacidad para ello.

De esta forma, explica Moyo, los dirigentes africanos no tienen responsabilidad alguna de
lo que pasa y “pueden seguir empleando el dinero en lo que les parezca oportuno, siempre
ligando el gasto a su beneficio personal”. En cuanto a los habitantes, sólo pueden
sobrevivir gracias a la caridad, no aportan nada a las economías de los países y carecen de
la mentalidad adecuada para exigir a sus gobernantes que cumplan con sus deberes.

LA AYUDA QUE MATA

05 de marzo de 2011 - 12:27 - Artículos

Mi amigo Ramón me envía este artículo, bastante interesante. Lo copio íntegro:

“La ayuda que mata” (Dead Aid) es el título de un libro controvertido que no dejará
indiferente a ninguna persona que lo lea, y mucho menos si lo descubre alguno de los
economistas de pensamiento neokeynesiano que inundan el análisis actual sobre las
soluciones para salir de la crisis económica.

Su autora, Dambisa Moyo, rechaza las críticas a Occidente de personajes tan mediáticos
como Bono, el cantante de U2, o Bob Geldof, que se han caracterizado por pedir ayudas
directas al continente africano para que pueda salir de la pobreza extrema en la que está
inmerso.
La tesis principal del libro es que la ayuda de los países occidentales está matando a
África. Una vez superado el rechazo inmediato que genera este argumento en nuestras
mentes inundadas por el pensamiento progresista políticamente correcto la economista
africana justifica su enfoque con sólidos argumentos.

Moyo aboga por detener las ayudas económicas a los países africanos, excepto en caso
de calamidades o catástrofes puntuales (como sucede cuando hay un terremoto o una
sequía en el primer mundo), dejando que el continente construya una economía propia en el
curso de los próximos cinco años.

El principal argumento de la economista para abolir la actual estructura de ayudas es que la


mayoría de gobernantes africanos siguen en sus puestos porque el dinero sigue
llegando desde Occidente.

Los responsable políticos (en su mayoría tiranos o dictadores disfrazados de demócratas) no


están obligados a mantener y mejorar las infraestructuras de sus países respectivos, porque
se da por hecho que no tienen capacidad para ello.

De esta forma los dirigentes africanos no tienen responsabilidad alguna de lo que pasa
y pueden seguir empleando el dinero en lo que les parezca oportuno, siempre ligando el
gasto a su beneficio personal.

En cuanto a los habitantes, sólo pueden sobrevivir gracias a la caridad, no aportan nada
a las economías de los países y carecen de la mentalidad adecuada para exigir a sus
gobernantes que cumplan con sus deberes.

La ayuda hace más pobres a los pobres

Dambisa Moyo dice que 50.000 millones de dólares de ayuda internacional llegan a
África cada año y todavía se ve la evidencia abrumadora que demuestra que esta ayuda ha
hecho más pobres a los pobres. Además, el crecimiento es muy lento y deja a los países
Africanos más endeudados, más propensos a la inflación, más vulnerables a los cambiantes
mercados financieros, y son poco atractivos para recibir inversión extranjera.

Por ello, crece el riesgo de conflictos civiles y disturbios. Moyo dice que la ayuda es un
desastre absoluto, tanto en lo político, económico y humanitario, por lo que debería
terminar e introducir alternativas. Así de taxativa se ha mostrado en un reciente artículo en
el diario norteamericano Wall Street Journal.

Las repercusiones de su tesis no se han hecho esperar y algunos medios se centran más en
su oposición a la estrella de rock Bono que en su análisis económico. “¿Qué piensa
sobre Bono?”, preguntan a Moyo en el New York Times. “Realizaré un comentario general
sobre esta dependencia total de los famosos. Cuestiono esta situación tal y como está ahora
porque ellos se han convertido, involuntariamente o con intención manipuladora, en los
portavoces del continente africano”, responde la economista.

Los gobernantes, corruptos, sólo tienen como tarea “cortejar” a Occidente


En la agencia económica Bloomberg, en entrevista televisiva, también la presentaban como
“La anti-bono”. Y en parte es cierto, ya que ella no tiene aviones privados alimentados
por la enorme fortuna de la que dispone el líder de U2.

Ella contesta con datos: “durante los últimos 60 años, se han transferido desde los países
ricos a África miles de millones de dólares en ayuda al desarrollo. Sin embargo, la renta
per cápita hoy es menor de lo que lo era en los años 70, y más del 50% de la población
(350 millones de personas) vive con menos de un dólar diario, una cifra que casi se ha
doblado en dos décadas”.

Nacida y criada en Zambia, y con una carrera profesional que la llevó a trabajar
durante una década en el Banco Mundial y en Goldman Sachs, la economista realiza en
su libro un estremecedor recorrido por los países del África negra y su principal
enfermedad: los dirigentes corruptos que “lo único que tienen que hacer para permanecer
en el poder es cortejar y ofrecer sus servicios a los donantes extranjeros”.

Sudáfrica: el futuro presidente en los tribunales por violación y corrupción

Un claro ejemplo de este tipo de gobernantes se da en Sudáfrica. El nuevo líder del


Congreso Nacional Africano y futuro presidente Jacob Zuma, de 65 años, ha sido absuelto
de un cargo de violación, pero debe volver a los tribunales acusado de corrupción.

La catadura moral de Zuma no deja lugar a dudas. Pidió disculpas por tener relaciones
sexuales sin preservativo con una mujer seropositiva, después de afirmar, bajo
interrogatorio, que había tomado precauciones higiénicas, duchándose tras el coito. Eso es
un grave error, aunque Zuma afirma que no se refería a la prevención del sida.

El virus destruye la estructura civil de Sudáfrica, el país del mundo con más número de
seropositivos. El ministro de Sanidad, Manto Tshabalala-Msimang, propugna como
antídoto contra el sida una dieta de ajo, remolacha y aceite de oliva. La ducha de Zuma
se percibe también como mortífera. En estas manos está Sudáfrica.

Pero volviendo a Dambisa Moyo, hasta el victimismo de algunos colectivos africanos es


denunciado en su obra: “mírelo de esta forma”, afirma la autora. “China tiene una
población de 1.300 millones de personas y sólo 300 millones viven como nosotros", con
estándares occidentales de vida. "Hay 1.000 millones de chinos que viven en condiciones
por debajo de ese estándar. ¿Conoce usted a alguien que esté preocupado por China? A
nadie”.

La crisis financiera internacional puede “curar la ceguera” en África

“Hace cuarenta años, China era más pobre que muchos países africanos. Sí, hoy tienen
dinero, pero ¿de dónde ha venido el dinero? Ellos han construido (ese desarrollo), han
trabajado muy duro para crear una situación en la que no dependen de la ayuda
humanitaria”, añade Moyo. Y para quienes la califiquen de tremendista, Moyo abre una
puerta a la esperanza de África en medio de la crisis financiera internacional en un artículo
publicado por el rotativo británico The Independent:

“La cura a la ceguera que provoca la ayuda humanitaria a África se encuentra precisamente
en la crisis del crédito. Estos tiempos de oscuridad económica suponen una
oportunidad para que África demuestre que finalmente puede contribuir de forma
significativa a la economía mundial, en lugar de claudicar y ser vista como una carga para
ella de forma indefinida", señala Moyo

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