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¿Será acaso que los teóricos de la economía del desarrollo, fieles creyentes de las ayudas,
desconocen que todos los países alguna vez fueron pobres y que escaparon de tal situación
sin subsidios de terceros? (TN)
EnglishCuando uno estudia economía, dentro del pénsum de la carrera hay, por lo menos,
un curso de economía del desarrollo y tres de macroeconomía, sin embargo, en mi caso,
como en el de muchos otros estudiantes de diferentes universidades alrededor del mundo,
en ninguna de esas clases se habló nunca de la importancia de la libertad y respeto por la
propiedad privada. ¿Cómo lograr que los países salgan de la pobreza es un tema de Macro
III y de los cursos de desarrollo? La respuesta a esa pregunta pasa, casi sin excepción, por
la intervención del Estado. Todo muy en línea con la común idea de que los pobres están
envueltos en un círculo vicioso y que solo la ayuda de terceros logrará sacarlos del
subdesarrollo.
Tal idea, la que el genial Lord Bauer apodaría como “el consenso espurio” y atacaría
durante toda su vida, afirma que los países pobres no pueden progresar porque tienen
ingresos tan bajos que no les queda dinero para ahorrar y, por lo tanto, están condenados a
la miseria. Consecuencia de tal pensamiento: los países ricos deben ayudar a los pobres con
limosnas. Esa es la teoría del desarrollo predominante en la academia; y esa ha sido la
fórmula para combatir cualquier tipo pobreza.
¿Será acaso que los teóricos de la economía del desarrollo, fieles creyentes de las ayudas,
desconocen que todos los países alguna vez fueron pobres y que escaparon de tal situación
sin subsidios de terceros? La solución que estos economistas presentan se apoya en una
premisa falsa: no es cierto que la condición para salir de la pobreza sea la donación de
dinero. Y lo innecesario de las “ayudas al subdesarrollo” no solo se hace evidente desde
una visión histórica, ejemplos como el increíble crecimiento de los “tigres asiáticos” siguen
confirmando que lo normal es que los países salgan solos de la pobreza.
Ahora bien, no se trata solo de que la ayuda internacional no es condición necesaria, sino de
que es peligrosa y, contrario a lo que se cree, condena a la miseria a quienes pretende sacar
de la pobreza. Los principales defensores de este tipo de políticas afirmaban, desde su
inicio, que unos cuantos años de subsidios lograrían sacar de tal “circulo vicioso” a los
países pobres, pero hasta el momento solo vemos que incrementa el dinero destinado a
ayudas y nadie sale de la pobreza. Lord Bauer, al respecto, en innumerables ocasiones
explicaba: no es que el desarrollo sea una consecuencia del capital; el capital es creado
durante el proceso de desarrollo.
Y vuelvo al punto de partida, todas las soluciones que se proponen pasan por la
intervención del Estado, cuando resulta que lo que hay que fomentar es la
microempresarialidad espontanea. Pero “espontaneo” es una palabra que parece causarles
miedo a todos los funcionarios estatales y de organizaciones como la ONU. La inversión
debería dirigirse a proyectos productivos que se mantengan en el tiempo y que sean el
resultado de las necesidades que surgen en la sociedad. No es un grupo de “expertos” en
desarrollo el que debe guiar la inversión de un país, es el mercado. Y resulta que las ayudas
y la intervención de comités de “sabios” economistas bloquean ese proceso.
Entonces, primero, no se necesita ayuda económica para que un país salga de la pobreza, la
historia y diferentes casos actuales nos lo demuestran; los países salen de la miseria por sí
solos. Segundo: las ayudas, acompañadas de direccionamiento por parte de los políticos y
los “expertos” en economía, bloquean el proceso de surgimiento espontaneo de
microempresarios que invierten en lo que el mercado les indica, en los proyectos
verdaderamente rentables y sostenibles en el tiempo.
Ahora bien, a todo lo anterior hay que sumarle un punto fundamental: el capitalismo y el
respeto por la propiedad privada. Es necesario un entramado institucional que incentive el
esfuerzo y que permita que la función empresarial sea posible, sin eso es imposible que los
países salgan de la pobreza.
Los subsidios a la pobreza crean más pobreza, se pueden dar miles de millones de dólares
durante largos periodos a países pobres y, como sucede en la actualidad, no saldrán de la
miseria. Es simple, si lo que se quiere es acabar con la pobreza, lo que hay que hacer es no
bloquear ni entorpecer la posibilidad de los seres humanos para mejorar su vida a través de
su innata función empresarial, eso es todo.
Vanesa Vallejo
LD (L. Ramírez) “La ayuda que mata” (Dead Aid) es el título de un libro controvertido que no
dejará indiferente a ninguna persona que lo lea, y mucho menos si lo descubre alguno de los
economistas de pensamiento neokeynesiano que inundan el análisis actual sobre las soluciones
para salir de la crisis económica.
Su autora, Dambisa Moyo, rechaza las críticas a Occidente de personajes tan mediáticos como
Bono, el cantante de U2, o Bob Geldof, que se han caracterizado por pedir ayudas directas al
continente africano para que pueda salir de la pobreza extrema en la que está inmerso.
La tesis principal del libro es que la ayuda de los países occidentales está matando a África. Una
vez superado el rechazo inmediato que genera este argumento en nuestras mentes inundadas por
el pensamiento progresista políticamente correcto la economista africana justifica su enfoque con
sólidos argumentos.
Moyo aboga por detener las ayudas económicas a los países africanos, excepto en caso de
calamidades o catástrofes puntuales (como sucede cuando hay un terremoto o una sequía en el
primer mundo), dejando que el continente construya una economía propia en el curso de los
próximos cinco años.
El principal argumento de la economista para abolir la actual estructura de ayudas es que la
mayoría de gobernantes africanos siguen en sus puestos porque el dinero sigue llegando desde
Occidente.
Los responsable políticos (en su mayoría tiranos o dictadores disfrazados de demócratas) no están
obligados a mantener y mejorar las infraestructuras de sus países respectivos, porque se da por
hecho que no tienen capacidad para ello.
De esta forma los dirigentes africanos no tienen responsabilidad alguna de lo que pasa y pueden
seguir empleando el dinero en lo que les parezca oportuno, siempre ligando el gasto a su
beneficio personal.
En cuanto a los habitantes, sólo pueden sobrevivir gracias a la caridad, no aportan nada a las
economías de los países y carecen de la mentalidad adecuada para exigir a sus gobernantes que
cumplan con sus deberes.
Por ello, crece el riesgo de conflictos civiles y disturbios. Moyo dice que la
ayuda es un desastre absoluto, tanto en lo político, económico y humanitario,
por lo que debería terminar e introducir alternativas. Así de taxativa se ha mostrado en un
reciente artículo en el diario norteamericano Wall Street Journal.
Las repercusiones de su tesis no se han hecho esperar y algunos medios se centran más en su
oposición a la estrella de rock Bono que en su análisis económico. “¿Qué piensa sobre Bono?”,
preguntan a Moyo en el New York Times. “Realizaré un comentario general sobre esta
dependencia total de los famosos. Cuestiono esta situación tal y como está ahora porque ellos se
han convertido, involuntariamente o con intención manipuladora, en los portavoces del
continente africano”, responde la economista.
Nacida y criada en Zambia, y con una carrera profesional que la llevó a trabajar durante una
década en el Banco Mundial y en Goldman Sachs, la economista realiza en su libro un
estremecedor recorrido por los países del África negra y su principal enfermedad: los dirigentes
corruptos que “lo único que tienen que hacer para permanecer en el poder es cortejar y ofrecer
sus servicios a los donantes extranjeros”.
Un claro ejemplo de este tipo de gobernantes se da en Sudáfrica. El nuevo líder del Congreso
Nacional Africano y futuro presidente Jacob Zuma, de 65 años, ha sido
absuelto de un cargo de violación, pero debe volver a los tribunales
acusado de corrupción.
“Hace cuarenta años, China era más pobre que muchos países africanos. Sí, hoy tienen dinero,
pero ¿de dónde ha venido el dinero? Ellos han construido (ese desarrollo), han trabajado muy
duro para crear una situación en la que no dependen de la ayuda humanitaria”, añade Moyo. Y
para quienes la califiquen de tremendista, Moyo abre una puerta a la esperanza de África en
medio de la crisis financiera internacional en un artículo publicado por el rotativo británico The
Independent:
“La cura a la ceguera que provoca la ayuda humanitaria a África se encuentra precisamente en la
crisis del crédito. Estos tiempos de oscuridad económica suponen una oportunidad para que
África demuestre que finalmente puede contribuir de forma significativa a la economía mundial,
en lugar de claudicar y ser vista como una carga para ella de forma indefinida", señala Moyo.
Deaton explica en su libro “The Great Escape” que las ayudas al desarrollo que reciben
los países menos desarrollados generan incentivos perversos para sus gobernantes, tales
como el control de la población, que “a menudo se realizan con la colaboración de los
políticos locales configurando un claro ejemplo de ayuda antidemocrática y opresora”.
Es decir, que el dinero público de los países occidentales no obliga a los políticos locales
a responder ante sus votantes (o súbditos) por sus decisiones económicas. Para el
profesor escocés la pobreza no es un problema de pocos recursos, sino de instituciones no
consolidadas, gobiernos corruptos y “políticas tóxicas”.
Esta tesis se va cada vez implantando más en el mundo académico, recuperando la línea
argumental del economista húngaro Peter Bauer: “las transferencias de Gobierno a
Gobierno son un método excelente para transferir dinero de los pobres en los países
ricos a los ricos en los países pobres (…) dar dinero a los gobernantes sobre la base de la
pobreza de sus súbditos remunera las políticas de empobrecimiento”.
Para Bauer también es vital, como para Deacon, potenciar las instituciones para que el
entorno favorezca la existencia de proyectos productivos que favorezcan el esfuerzo de las
empresas y atraigan capital.
La crítica al sistema internacional de ayudas a los países en vías de desarrollo tiene también
como protagonista a la economista africana Dambissa Moyo, autora del libro “Dead Aid”
(la ayuda que mata). Moyo aboga por detener las ayudas económicas a los países africanos,
excepto en caso de calamidades o catástrofes puntuales, dejando que el continente
construya una economía propia en el curso de los próximos cinco años.
De esta forma, explica Moyo, los dirigentes africanos no tienen responsabilidad alguna de
lo que pasa y “pueden seguir empleando el dinero en lo que les parezca oportuno, siempre
ligando el gasto a su beneficio personal”. En cuanto a los habitantes, sólo pueden
sobrevivir gracias a la caridad, no aportan nada a las economías de los países y carecen de
la mentalidad adecuada para exigir a sus gobernantes que cumplan con sus deberes.
“La ayuda que mata” (Dead Aid) es el título de un libro controvertido que no dejará
indiferente a ninguna persona que lo lea, y mucho menos si lo descubre alguno de los
economistas de pensamiento neokeynesiano que inundan el análisis actual sobre las
soluciones para salir de la crisis económica.
Su autora, Dambisa Moyo, rechaza las críticas a Occidente de personajes tan mediáticos
como Bono, el cantante de U2, o Bob Geldof, que se han caracterizado por pedir ayudas
directas al continente africano para que pueda salir de la pobreza extrema en la que está
inmerso.
La tesis principal del libro es que la ayuda de los países occidentales está matando a
África. Una vez superado el rechazo inmediato que genera este argumento en nuestras
mentes inundadas por el pensamiento progresista políticamente correcto la economista
africana justifica su enfoque con sólidos argumentos.
Moyo aboga por detener las ayudas económicas a los países africanos, excepto en caso
de calamidades o catástrofes puntuales (como sucede cuando hay un terremoto o una
sequía en el primer mundo), dejando que el continente construya una economía propia en el
curso de los próximos cinco años.
De esta forma los dirigentes africanos no tienen responsabilidad alguna de lo que pasa
y pueden seguir empleando el dinero en lo que les parezca oportuno, siempre ligando el
gasto a su beneficio personal.
En cuanto a los habitantes, sólo pueden sobrevivir gracias a la caridad, no aportan nada
a las economías de los países y carecen de la mentalidad adecuada para exigir a sus
gobernantes que cumplan con sus deberes.
Dambisa Moyo dice que 50.000 millones de dólares de ayuda internacional llegan a
África cada año y todavía se ve la evidencia abrumadora que demuestra que esta ayuda ha
hecho más pobres a los pobres. Además, el crecimiento es muy lento y deja a los países
Africanos más endeudados, más propensos a la inflación, más vulnerables a los cambiantes
mercados financieros, y son poco atractivos para recibir inversión extranjera.
Por ello, crece el riesgo de conflictos civiles y disturbios. Moyo dice que la ayuda es un
desastre absoluto, tanto en lo político, económico y humanitario, por lo que debería
terminar e introducir alternativas. Así de taxativa se ha mostrado en un reciente artículo en
el diario norteamericano Wall Street Journal.
Las repercusiones de su tesis no se han hecho esperar y algunos medios se centran más en
su oposición a la estrella de rock Bono que en su análisis económico. “¿Qué piensa
sobre Bono?”, preguntan a Moyo en el New York Times. “Realizaré un comentario general
sobre esta dependencia total de los famosos. Cuestiono esta situación tal y como está ahora
porque ellos se han convertido, involuntariamente o con intención manipuladora, en los
portavoces del continente africano”, responde la economista.
Ella contesta con datos: “durante los últimos 60 años, se han transferido desde los países
ricos a África miles de millones de dólares en ayuda al desarrollo. Sin embargo, la renta
per cápita hoy es menor de lo que lo era en los años 70, y más del 50% de la población
(350 millones de personas) vive con menos de un dólar diario, una cifra que casi se ha
doblado en dos décadas”.
Nacida y criada en Zambia, y con una carrera profesional que la llevó a trabajar
durante una década en el Banco Mundial y en Goldman Sachs, la economista realiza en
su libro un estremecedor recorrido por los países del África negra y su principal
enfermedad: los dirigentes corruptos que “lo único que tienen que hacer para permanecer
en el poder es cortejar y ofrecer sus servicios a los donantes extranjeros”.
La catadura moral de Zuma no deja lugar a dudas. Pidió disculpas por tener relaciones
sexuales sin preservativo con una mujer seropositiva, después de afirmar, bajo
interrogatorio, que había tomado precauciones higiénicas, duchándose tras el coito. Eso es
un grave error, aunque Zuma afirma que no se refería a la prevención del sida.
El virus destruye la estructura civil de Sudáfrica, el país del mundo con más número de
seropositivos. El ministro de Sanidad, Manto Tshabalala-Msimang, propugna como
antídoto contra el sida una dieta de ajo, remolacha y aceite de oliva. La ducha de Zuma
se percibe también como mortífera. En estas manos está Sudáfrica.
“Hace cuarenta años, China era más pobre que muchos países africanos. Sí, hoy tienen
dinero, pero ¿de dónde ha venido el dinero? Ellos han construido (ese desarrollo), han
trabajado muy duro para crear una situación en la que no dependen de la ayuda
humanitaria”, añade Moyo. Y para quienes la califiquen de tremendista, Moyo abre una
puerta a la esperanza de África en medio de la crisis financiera internacional en un artículo
publicado por el rotativo británico The Independent:
“La cura a la ceguera que provoca la ayuda humanitaria a África se encuentra precisamente
en la crisis del crédito. Estos tiempos de oscuridad económica suponen una
oportunidad para que África demuestre que finalmente puede contribuir de forma
significativa a la economía mundial, en lugar de claudicar y ser vista como una carga para
ella de forma indefinida", señala Moyo