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CIENCIA
ABC
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El hallazgo podría permitir usar sonidos en campos de cultivo para ayudar a las plantas a producir defensas - plos biology
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Por eso de que no suelen moverse del sitio, las plantas parecen jugar en la segunda división de la
naturaleza. Pero el hecho de que puedan reaccionar ante los cambios de temperaturas, el viento o el
tacto, que puedan avisar a sus vecinas del peligro, que tengan una amplia batería de armas químicas
y una vasta colección de espinas y corazas, hace pensarse si esta clasificación es acertada. De hecho,
solo les falta oír...
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¿Les falta? Según un estudio publicado este jueves en «Oecology» y realizado por biólogos de la
universidad de Missouri, hay plantas capaces de preparar sus defensas ante el ruido que hacen los
depredadores al masticar sus hojas (vídeo aquí). Y no necesitan tener oídos.
Los investigadores consiguieron imitar el sonido que hacen las orugas al masticar las hojas, y
comprobaron que las plantas comenzaban a producir altas concentraciones de insecticida, según han
explicado en «The Washington Post». De hecho, cuanto más fuerte eran las vibraciones, más
defensas producían las plantas, hasta convertir las «deliciosas» hojas de mostaza en un banquete
tóxico e indigesto para los insectos.
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Este fenómeno, al que han llamado «imprimación», recuerda al funcionamiento del sistema
inmune, puesto que después de una primera agresión, la planta se prepara para responder a otras
en el futuro. Además, la reacción es generalizada en toda la planta y puede afectar a plantas vecinas
que también «escuchan» los mordiscos de las orugas.
Alternativa al insecticida
Si se confirma en otras plantas y en otras condiciones que los sonidos pueden fortalecer a las plantas
frente a las plagas, este hallazgo podría ser una alternativa barata e inocua frente a los
insecticidas en los cultivos.
«Podemos imaginarnos aplicaciones para esto en las que las plantas fueran tratadas con sonidos o
genéticamente modificadas para responder a algunos estímulos que pudieran ser útiles para la
agricultura», ha dicho a «The Washington Post» la bióloga Heidei Appel, autora del estudio.
Pero aunque algunos juren que la música clásica es estupenda para el crecimiento de las tomateras,
las evidencias científicas en este sentido no son claras. Los expertos creen que la música es
demasiado compleja y variada como para ser controlada en un estudio.
«Ninguno de los sonidos usados hasta ahora era de una cosa ecológicamente relevante para el medio
ambiente de la planta», ha explicado Apple. Es decir, que si a una planta no le sirve de nada escuchar
los delicados acordes de un violín, no reaccionará ante ellos.
Dado que las plantas no tienen oído, los investigadores sospechan que hay proteínas en las
membranas de las células que pueden responder a los cambios de presión que provocan las
orugas y otros insectos al masticar. Habrá que pegar la oreja a estas investigaciones.
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