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Por último, en tercer lugar, se brinda una comprensión de las principales dinámicas de
organización y concientización del campesinado en torno a la Asociación Campesina del
Catatumbo –ASCAMCAT– y de los procesos que han posibilitado su consolidación como
sujeto político. En otras palabras, del sujeto campesino que reivindica y propone a lo largo
de su historia en el Catatumbo formas autogestionarias de construir territorio.
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Aunque la prospectiva política comúnmente ha sido usada para el diseño e implementación de políticas
públicas desde la institucionalidad del Estado, en este documento, usamos su connotación de forma
autogestionaria y subversiva con un orden social considerado injusto y desigual. Así pues, el termino dota
de significación y sentido las luchas campesinas si se toma en cuenta que la prospectiva es: “Ver adelante,
ver a lo lejos, ver a lo ancho. […] lo que concierne al porvenir, lo que concierne a la inteligencia cuando está
orientada al porvenir”. (Baena, 2004, pág. 14)
Para Cesar Jerez, líder de ANZORC2, la territorialidad:
Y agrega:
“Hay otra que es mucho más política y es la forma como usted está en el territorio, le
imprime formas organizativas, estructuras de asociación, normas, reglamentos de
convivencia, acuerdos con las partes del conflicto, ahí hay una territorialidad política. Hay
una territorialidad cultural en las zonas de reserva campesina, es una territorialidad muy
propia del perseguido que tumba el monte y se refugia allá y nunca sale al pueblo, esos
son como maneras de la territorialidad que ejerce la gente según su propia historia, su
propia dinámica, que no es individual, que es de comunidades enteras que se sumergen en
el ejercicio de esas territorialidades. (Velasco Olarte, 2014, pág. 149)
A partir de las afirmaciones dadas por Cesar Jerez, se entiende claramente que el
campesino por una parte, tiene una relación material, cultural y simbólica con el territorio
totalmente distinta y contrapuesta a la del Estado, actores armados y empresas
trasnacionales. Una relación que no está medida ni mediada por la extracción univoca de
excedentes y acumulación capitalista a costa de la tierra y, en la misma medida, una
relación que posibilita el fortalecimiento de los lazos de solidaridad, amistad y
compañerismo del campesino. El territorio para el campesino del Catatumbo, se expresa
entonces como afirmación de la vida, la colectividad, la vida en dignidad y la solidaridad;
lazos de unidad que en muchos casos se fortalecen como resistencia a la violencia del
despojo, la muerte y el dinero.
De otra parte, es claro que la disputa por las formas de apropiación y uso del
territorio por parte del Estado, los actores armados y las empresas trasnacionales, implican
una negación de la identidad, la razón, los sueños, los sentimientos y los imaginarios del
campesino; en suma, de la vida misma del campesino si se parte de que “para el campesino
la tierra es vida, si nos quitan la tierra nos quitan la vida” (Velasco Olarte, 2014, pág. 151).
Los intentos por expandir los monocultivos, desarticular los lazos de solidaridad con la
violencia paramilitar y dar vía libre a un modelo de desarrollo rural que se consolida sobre
la explotación de la naturaleza y sus recursos únicamente, va directamente encaminado a
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Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina
someter al campesino como un engranaje del capital agroindustrial y a negar su relación
con el territorio como una relación consustancial a su autorrealización individual y
colectiva.
José del Carmen Abril. Hay unas dignidades, unos derechos, que nosotros tenemos, pero no
hemos adquirido. Nosotros no tenemos esos derechos que hay en esa constitución.
J.C.A. Que el gobierno cumpla, que él fue el que la elaboro y la haga cumplir
J.C.A. Claro, hay que exigirle al gobierno que la cumpla. Para mi pienso que el gobierno que la
hizo, la construyo, que la elaboró que la haga cumplir y nosotros también exigirle como poder
cumplir esa constitución que hizo, y nosotros no tenemos la dignidad que hay.
Habla de los niños y educación de los niños, y nuestros hijos no han estudiado hace 16 meses
¿Entonces? Los niños tienen un derecho y no lo han tenido. Para nosotros como desplazados no la
vamos a tener.
A veces, uno también tiene que perder el hogar por causante todo esto. Entonces muy difícil, una
ley muy bien construida pero muy mal administrada.
Desde las afirmaciones dadas por José del Carmen, hasta el conjunto de testimonios
que se registran en las líneas siguientes de este libro, puede verse claramente como el sujeto
campesino resume (condensa) toda una sucesión de disputas en relación con el territorio del
Catatumbo. De una parte, y a nivel de trayectorias históricas, es heredero de un conjunto de
injusticias e indignidades relacionadas con la violencia y el despojo: es víctima de la
violencia bipartidista, la bonanza petrolera, la bonanza cocalera, la bonanza agroindustrial y
de la persistencia del conflicto armado.
De otra parte, es víctima en tanto se articula como el eslabón primario y más débil
de la cadena de dominio: siempre ha sido necesario para trabajar la tierra y sus recursos; sin
embargo, es necesario en tanto se le imponen sus condiciones de vida, trabajo y existencia
por parte de las petroleras, las agroindustrias y los actores armados.
Así las cosas, debido a que el campo colombiano – entre este, la región del
Catatumbo – se plantea por parte del Estado Colombiano y las empresas agroindustriales
bajo un modelo de desarrollo rural que busca la internacionalización de la economía
agrícola, el territorio en el cual habita el campesino, adquiere un renovado interés por parte
de estos agentes para la expansión de monocultivos, extracción de petróleo y carbón y, sin
mencionar otros, la articulación vial y militar del Estado en el marco del conflicto armado.
Es inentendible el paro campesino del 2013 sin este nuevo contexto e interés de los agentes
del despojo.
Para soportar tales ideas, este escrito comienza describiendo las características
generales del Catatumbo, sus riquezas y la ambición que se presenta sobre ella por parte de
las empresas trasnacionales y los actores armados; posteriormente se resaltan los rasgos de
resistencia del campesinado en el territorio y, finalmente, se avanza en la antesala del “paro
de 2013”
Dentro del conjunto de municipios que integran el Catatumbo, es oportuno decir que
la región se encuentra ligada a la Zona de Reserva Forestal Serranía de los Motilones
(denominada como Serranía del Perijá), la cual, se articula con la cordillera oriental en los
departamentos del Cesar y la Guajira; y de la misma forma, a los resguardos indígenas
Motilón Barí y La Gabarra-Catalaura donde tiene existencia el Parque Nacional Natural
Catatumbo Barí. Estas dos grandes zonas con una superficie mayor a las 600.000 hectáreas,
determinara el ordenamiento social, económico y político del territorio. (Carvajal Oquendo,
2016)
Las dos condiciones del Catatumbo mencionadas líneas atrás, han posibilitado por
una parte, las oleadas de colonización campesina desde el siglo XIX e, igualmente, el arribo
y ocupación de grupos armados ilegales, empresas minero-energéticas y fuerza pública que
las han destruido conjuntamente con los pueblos indígenas. Así las cosas, desde 1530,
pueden identificarse registros de lucha entre el pueblo indígena Barí y grupos
colonizadores. A partir del siglo XVII, se comienzan a despojar a los nativos con el
propósito de ocupar tierras y constituir las primeras haciendas cacaoteras y cafeteras. Y
finalmente, durante el transcurso del siglo XX, con la bonanza petrolera iniciada en 1905,
se da “licencia para el exterminio” del pueblo Barí que sobrevive actualmente en medio de
las hostilidades causadas por la explotación de petróleo y madera, el cultivo de hoja de
coca, las fumigaciones y narcotráfico.
De acuerdo con el informe del Centro de Memoria Histórica sobre las masacres de
Tibú, el homicidio, desplazamiento y destrucción cultural y física del pueblo Barí
“constituye el primer daño colectivo causado a los pobladores originarios del Catatumbo”
(Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015, pág. 36). Con la ley 80 de 1931 y el contrato
firmado entre el Estado colombiano y las petroleas norteamericanas Gulf Oil Company,
Chaux-Folsom, y Colpet Sagoc (encargada de la construcción del oleoducto Caño – Limón
Coveñas), se dio libertad jurídica para combatir y despojar con el uso de la violencia al
pueblo Barí. La fuerzas públicas y la seguridad privada de las petroleras bombardearon los
bohíos y mataron a los indígenas bajo la recompensa de quinientos a mil pesos por cabeza
(Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015)
“En tan solo cincuenta años de explotación petrolera y vigencia de la Ley 80 de 1931, la
población indígena disminuyó de 2.500 habitantes a ochocientos, lo cual representa una
reducción demográfica en casi un 70 por ciento. Así pues, el amplio territorio que
ocupaba el pueblo Barí a inicios del siglo XX se redujo al menos en “unos 2000 km2”.
(Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015, pág. 36)
El Paro sirvió para muchas cosas... para mí, cambió la historia del Catatumbo. Fue duro:
yo estuve esos 53 días sin mirar a mi familia. Pero fue muy emocionante: se notaba que lo
que todos estábamos buscando era un cambio y había muchas ganas de eso. Le dijimos al
Gobierno: no queremos que sólo nos arranquen la mata: queremos una alternativa.
Cuando la tengamos, ese día nosotros cambiamos los cultivos de coca pero fueron ustedes
mismos quienes nos llevaron a esto porque no tenemos nada: ni educación, ni salud, ni
vivienda digna. Y la gente se iba concientizando y metiendo en el Paro cada vez más.
(Jhon, 35) (Énfasis agregado)
Para María, quien fue una de las lideresas del paro campesino del 2013:
“Bueno, en la historia del Catatumbo nunca un paro había durado tanto y nos cambió la vida
a todos los que participamos en él. A mí me cambió la vida porque como mujer soy madre
de 2 hijos y no había estado tanto tiempo en una actividad así, de 53 días... También aprendí
mucho, a pesar de que llevo tiempo en este proceso campesino. Nunca antes había salido en
televisión, contestándole a los periodistas, dando entrevistas y eso (se ríe). La gente me
dice: “Usted ¿a qué horas aprendió que la vemos a cada rato que sale en televisión y la
gente ya la conoce?...” Y eso a una le cambia la vida, le deja marcada de una u otra forma,
para unos bien y para otros pues mal, ¿no? Porque los que nos señalan ya saben que nos
tienen para cuando demos papaya. Y para los que nos quieren pues también: nos valoran,
nos tratan con mucho cariño. También es chévere porque después del Paro hubo que
especificar el trabajo de cada uno. (María, 36)
“Nosotros miramos que si hay inversión, pero solamente para las fuerzas militares.
Pero para lo que tiene que ver, para lo social, para nosotros como campesinos vivir una
vida digna eso no lo hay.”
La comprensión del paro del año 2013 pasa necesariamente por la manera en que el
campesino se ha constituido como “sujeto colectivo”. Es decir, ser campesino, refleja el
influjo de la exclusión y de la subordinación que ha sido provocada por la indiferencia del
Estado, la violencia de los actores armados y el capital, pero también, ser campesino
expresa su ardua capacidad de resistencia y lucha frente a los agentes del despojo.
El sujeto campesino tiene una historia, y esta se ha labrado por décadas – por no
decir centurias – en la región. Su presencia en el Catatumbo puede comprenderse a partir de
oleadas de colonización y de la emergencia de las bonanzas. Estas se dan en tres momentos:
desde el año 1853, motivados por la bonanza del cacao, el café, el tabaco y la tagua varios
colonos arribaron al Catatumbo desde la provincia de Ocaña y el departamento de Boyacá;
posteriormente, con el auge de la extracción de petróleo y la violencia bipartidista, entre
1945 y 1960 llegan nuevos colonos que buscarán trabajar en la industria petrolera y
disfrutar de su auge; y finalmente, a finales de la década de los ochenta, arriban al
Catatumbo campesinos y grupos armados ligados a la bonanza cocalera.
“Mi mamá, mis hermanas se vestían y se iban con los hombres a sembrar arroz, ajonjolí y
yo me quedaba en la cocina y la cacería era abundante, o sé que ahí trabajaban las niñas y
los niños. Mis hermanos se iban con nuestros suegros a sembrar, (CNMH, mujer adulta 1,
taller de memoria, Tibú, 2012 en CNMH, 2015, pág. 38)
Desde inicios del siglo XX, durante la primera oleada de colonización, puede
identificarse la creación de lazos de confianza y solidaridad en el campesino catatumbero.
La creciente producción de cultivos de consumo básico (ajonjolí, plátano, cacao, yuca, maíz
y arroz) y el comercio de ganado y madera, aunado al abandono del Estado y su falta de
apoyo en la creación de vías terciarias, promovió la creación de economías solidarias y
organizaciones políticas. En ese sentido, se da inicio a cooperativas regionales, tiendas
comunitarias, organizaciones ganaderas y movilizaciones reclamantes de asuntos
petroleros, ganaderos y salariales. Estos, son los referentes primarios de las organizaciones
que nacerán en la segunda mitad del siglo XX con mayor fuerza en el Catatumbo.
En los años cincuenta, nacen las Juntas de Acción Comunal (JAC) en el Catatumbo bajo el
amparo de la ley 19 de 1958 y, posteriormente, con el apoyo de SIDELCA (Sindicato de
trabajadores del Catatumbo), asumen el mantenimiento de vías, la construcción, dotación y
mejora de escuelas públicas, entre otras labores (Centro Nacional de Memoria Histórica,
2015).
En esta dirección, es importante rememorar las marchas de finales de los años ochenta en el
nororiente (Paro del Nororiente de mayo de 1988 - Marcha por la vida y la integridad de los
habitantes del Catatumbo 1989) en las que el campesinado reclamaba la atención del
Estado, en vías, salud y educación y el respeto a la vida. Posteriormente y dado el
incumplimiento de los acuerdos, vendrán las movilizaciones de 1996 y 1998 que sumaron
entre 20 y 25 mil campesinos por similares reivindicaciones, logrando de nuevo acuerdos
con el gobierno nacional que reiterando la historia, serán en gran parte incumplidos.
Por ello, tanto la presencia de las comunidades indígenas Bari como las oleadas
sucesivas de ocupación campesina, se han visto desde los gobiernos nacionales y locales a
nivel histórico como una amenaza a la articulación del Catatumbo al modelo de desarrollo
primario-exportador. Esta es una de las razones fundamentales por la cual formas
alternativas de organización del territorio, generen respuestas contrarias por parte del
Estado, entre ellas, procesos violentos articulados con el accionar del paramilitarismo.
Es evidente que las maneras en que actúan las autoridades nacionales y regionales
frente a la población del Catatumbo, producen y reproducen un sesgo militarista y
estigmatizador. En esa medida, el campesinado ha forjado un entendimiento de la acción
(para) estatal afianzada en la permanente militarización del territorio, que ha sido
históricamente, la forma en que el Estado ha intervenido la región.
Si bien la presencia de las guerrillas (FARC-EP, ELN y EPL) así como de los
paramilitares se da desde la década de los ochenta en la región, la violencia contra el
campesino se agudiza desde 1999. El 29 de mayo de 1999 se convierte en una fecha trágica
para el movimiento campesino del Catatumbo y, por ello, tiene que estar presente en la
memoria colectiva con el propósito de no olvidar a aquellos que dieron su vida por la
justicia y la dignidad de los pobladores de la región.
Aquel año los paramilitares “llegan para quedarse” y con la complicidad de las
fuerzas militares asesinaran 11.200 personas, generaran más de 100 mil desplazados y 600
desaparecidos hasta el año 2004 (Olaya Diaz, 2015, pág. 203). Siguiendo a Martínez
(2012), en la toma paramilitar del Catatumbo:
La generalización del terror propició la desocupación de amplias extensiones de tierra, dando paso a
la constitución de un nuevo orden de dominación paramilitar que llega para destruir y controlar las
formas de organización social – campesina, sindical y armada – y así alistar el territorio para la
puesta en escena de nuevos proyectos de exploración y explotación minera y megaproyectos
extensivos de productos aptos para la generación de biodiesel, principalmente palma africana.
(Martínez, 2012, pág. 129)
Varios escritos que se han hecho sobre el Catatumbo afirman con contundencia la
intención de los grupos armados – particularmente los paramilitares – en destruir el tejido
social del campesino para imponer su orden militarista y proteger la racionalidad
económica del petróleo, la palma, la minería y la agroindustria desde finales de los noventa
hasta la actualidad. Es evidente que detrás de las disputas y las masacres propinadas a los
campesinos de forma impune por los actores armados, se encuentran los intereses por
controlar el territorio para articular los recursos de la región al mercado nacional e
internacional. No es en absoluto ajena la entrada del plan MIDAS, luego de la toma
paramilitar en el Catatumbo.
A ello se suma la negativa del Estado colombiano y sus fuerzas armadas por proteger al
campesinado ante las masacres de los paramilitares y por reconocer la Zona de Reserva
Campesina del Catatumbo, en la cual, se dé vía libre a un modelo agrícola pensado desde y
por los campesinos. A pesar de ello y en medio de la violencia nace la Asociación
Campesina del Catatumbo ASCAMCAT (2005) como resultado de la resistencia, y de los
procesos de reconstrucción organizativa con juntas de acción comunal, barrial y veredal, en
varios municipios de la región (Convención, San Calixto, El Carmen, Tibú, Hacarí,
Teorama).
Esta situación hace que a finales de los noventa se incrementen los de cultivos de
coca, modificación productiva que no puede desligarse de la arremetida paramilitar, ya que
ante la crisis de la economía campesina, “los cultivos ilícitos empezaron a ganar terreno y
de unas pocas hectáreas sembradas a principios de los años 90, en La Gabarra, se
expandieron por el Bajo y Medio Catatumbo entre 1998 y 2003, en la medida en que el
paramilitarismo desplegaba su presencia en la región.” (MINGA, 2008: 37)
Ante el desbalance de cuatro años de arremetida (para) militar, a finales del 2006, el
Ministro de Defensa Juan Manuel Santos anunciara que el Plan Patriota sería reemplazado
por un nuevo plan de guerra. El balance estratégico de la segunda fase del Plan Colombia
resultara en un ejercicio ambivalente de control territorial y falta de efectividad en la
erradicación y sustitución de cultivos de coca.
“El proyecto Midas de Usaid tiene dos objetivos fundamentales: la sustitución de cultivos
ilícitos y el reemplazo de los mismos por cultivos agroindustriales como palma, cacao y caucho. Así
mismo, los Laboratorios de Paz, financiados por la Unión Europea, también privilegian la
sustitución de cultivos ilícitos por otros de potencial agroindustrial. Ambas figuras están
encaminadas a disputar la influencia de estos países en territorios, que cuentan con importantes
riquezas desde el punto de vista de la acumulación de capital.” (Martínez, 2012: 133)
Para el campesinado del Catatumbo los últimos años de gobierno Uribe, en particular el
2009, estará signado por el incremento de la persecución y la intensificación de las
ejecuciones extrajudiciales, así como de sistemáticas violaciones de derechos humanos, los
bombardeos indiscriminados, las capturas masivas, las fumigaciones y erradicación manual
forzada y la gran militarización de la zona.
“Se generó para los habitantes de la región una situación generalizada de miedo y zozobra;
acompañada por una situación de inseguridad alimentaria, puesto que la mayoría de estas
comunidades campesinas dependen de la economía que gira en torno a los cultivos de uso
ilícito. Ante ello, las comunidades campesinas conformaron el refugio humanitario bajo el
lema ―por la vida, la dignidad, la tenencia de la tierra y la permanencia en el territorio” el
29 de abril del año 2009 en la vereda Caño Tomás del corregimiento de Fronteras,
municipio de Teorama. Este proceso se generó como una opción de resistencia a un
desplazamiento mayor y como una forma de protección y prevención al desplazamiento
forzado.” (Plan de Desarrollo Sostenible del Catatumbo, 2012: 28)
Además de apoyar a decenas de familias, este proceso de resistencia que durara más de año
y medio, fungirá como escenario de debate y discusión para la reconstrucción del
Catatumbo, un espacio para “reflexionar y plantear propuestas de resistencia como
respuesta social y campesina a otras problemáticas graves, tales como: la explotación de
carbón a cielo abierto; la extracción de petróleo; las violaciones constantes a los derechos
humanos y las infracciones al derecho internacional humanitario por cuenta de la
militarización en la zona; la devastación del medio ambiente y, en general, la agudización
de las difíciles situaciones por las que ha tenido que atravesar la región en los últimos años”
(Plan de Desarrollo Sostenible del Catatumbo, 2012: 28)
Esta actitud de las autoridades, tanto nacionales como departamentales, así como los
cambios en las dinámicas de guerra -referidos líneas atrás- tienen su reflejo en el Plan
Nacional de Desarrollo (PND) del primer gobierno Santos -Prosperidad para Todos-, en el
cual se otorgó importancia a la proyección de la región como escenario abierto la inversión
en infraestructura vial (IIRSA) y a la explotación de recursos como el carbón, gas, oro y
uranio.
De esta manera se preparó el telón de fondo para lo que sería la antesala del paro, los
acontecimientos de las primeras semanas de mayo de 2013 carburaron a un más la tensa
relación entre el campesinado y lo agentes del gobierno central apostados en la región,
básicamente Fuerzas Armadas y erradicadores.
“(…) el hombre nos dijo –cuenta John– que no tenía nada que ver con esto (en la
erradicaciones), que él se lavaba las manos, que regresáramos a la vereda y que si
queríamos matar a los erradicadores, que los matásemos… ¡Eso nos dijo el alcalde!
También dijo que no era capaz de parar las erradicaciones, que eran cosas del Gobierno”
(ASCAMCAT, 2014: 1)
Desde hacía semanas, la dirección del programa contra cultivos ilícitos de la Unidad de
Consolidación territorial en coordinación con las Fuerzas Armadas (ejército y armada), la
policía y el Ministerio de Defensa, desplegaba la segunda fase de erradicación, con un saldo
de mil hectáreas erradicadas en veredas de Tibú y Sardinata. (Flórez, 2013)
El ambiente “era muy tenso: los erradicadores habían regresado a su tarea cobijados por un
ejército que no tenía reparos en disparar a quien le pareciese que entorpecía esas labores.
Pero era un hecho que el paro calentaba motores: poco a poco y durante lo que quedaba de
mayo, la práctica totalidad de las veredas de la zona fueron añadiéndose a los campesinos
de Miramontes para ayudarles a sacar de allí a los erradicadores” (ASCAMCAT, 2014: 2)
En la brega por expulsar a los erradicadores, el 9 de mayo, Alirio Pallares fue herido de
bala en la vereda Guachiman “se le alojo la bala en toda la columna y ahí le ha quedado
para siempre, a otro le destrozaron el pie de un balazo… La gente respondió enfurecida,
quemando todo cultivo de coca que encontrasen.”
Este acontecimiento y ante el riesgo de perder la vida en manos del Ejército, provoco la
retención de 6 soldados para obligar a la Fuerza Pública a sacar a los heridos a la carretera,
“cosa que los militares se habían negado hacer. (…) La gente estaba arrecha, furiosa… se
pudo bajar a los heridos a la carretera y llamar a la Cruz Roja para que se hiciera cargo de
ellos. Los soldados, por su parte, fueron entregados al Personero de Tibú: ninguna otra
institución quiso asumir su entrega” (ASCAMCAT, 2014: 2)
Ante la dinámica de los hechos, y de la forma en que el gobierno asumía el tratamiento del
campesinado, no quedo más respuesta, las últimas semanas de mayo y la primera de junio,
reconocidos dirigentes campesinos, muchos de ellos líderes de ASCAMCAT, presidentes
de Juntas Comunales, llevaron a cabo una serie de reuniones y asambleas en varias veredas:
Miramonte, El Retiro, Guachimán, Kilometro 25, Sardinata, entre otras. Además, de
recorridos por la zona fronteriza, en La Gabarra, en la 25 de Julio, etc. consultando a las
comunidades y preparando la acción colectiva que iba a paralizar el Catatumbo durante
meses.
“Dos sábados antes de empezar el paro, Chabela viajo de nuevo para reunirse con
comunidades campesinas (…) Esta vez, la esperaban en la vereda Kilómetro 25, también en
el área del Tibú y, de nuevo, la posibilidad de un paro fue vista masivamente por el
campesinado como la única opción de dignidad posible. Tras esa reunión, Chabela viajo al
día siguiente a Tibú y, de nuevo, socializo lo hablado el día anterior con más campesinos y
campesinas de veredas por allá cerca, como Miramontes, donde el paro estaba empezando a
organizarse de facto, o Sardinata. (…)
(…) La reunión de Tibú se hizo un domingo en el Club Barquito (…) en esa reunión, el
Paro adquirió definitivamente solidez y se tornó real. Junto a Jefferson y a Guillermo Jota
Quintero –ambos también dirigente de la ASCAMCAT– ese día se decidió la fecha y hora:
el 11 de junio de madrugada se tomaban la vía. Ya estaban listos los datos clave, y todo por
consenso: no hubo una sola disensión, recuerda Chabela.” (ASCAMCAT, 2014: 3)
La acción desatada por los campesinos, conocida como “el paro de 2013”, expresó la furia
justificada por la necesidad vital de levantarse contra el hambre, la pobreza y la ignominia,
contra un orden injusto y miserable que no dio alternativa. A la una de la madrugada del día
11 de junio, el campesinado que decidió votar palos y quemar llantas en medio de la
carretera, en “La Cuatro” a las afueras de Tibú, abrió una de las experiencias de resistencia
más dignas y conscientes de que tenga historia el país.
Referencias
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(Junio, Julio y Agosto de 2013).
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Universidad Nacional Autonoma de México Fd CyPs.
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Quito: FLACSO - Ecuador - Tesis para obtener el título de maestría en ciencias sociales con
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