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Capítulo Uno

Territorio en Disputa y Sujeto Campesino en Resistencia

De los campesinos aprendí mucho: su resistencia, su


perseverancia, su dignidad... la berraquera que manejan los
campesinos a diario. Yo soy relativamente joven y me impresiona
la sabiduría del campesino, tan berraca. A veces, campesinos que
no sabían leer ni escribir me llamaban y me decían cosas que le
hacían sentir a uno tranquilo en momentos muy difíciles. (Juan
Carlos, pág. 36)

Este capítulo de apertura busca cumplir de tres propósitos principales, que en su


desarrollo, entretejen una reflexión en torno a la constitución del sujeto campesino, que está
fundamentada, de manera inseparable con el territorio que habita.

En primer lugar, se realiza una caracterización del Catatumbo como un territorio en


disputa, con lo cual, se hacen explícitos los intereses, las dinámicas de poblamiento y la
conflictividad entre los diversos actores que tienen presencia en la región desde el siglo
XIX. Así las cosas, se busca identificar como el paro campesino de año 2013, es uno de los
hitos de estas conflictividades irresueltas.

En segundo lugar, se establece como el campesinado del Catatumbo se ha formado como


sujeto colectivo en una doble relación: por una parte, de resistencia frente a condiciones de
exclusión y pobreza y, de otra parte, de lucha por la vida, la dignidad, la justicia y el
bienestar de sus comunidades.

Por último, en tercer lugar, se brinda una comprensión de las principales dinámicas de
organización y concientización del campesinado en torno a la Asociación Campesina del
Catatumbo –ASCAMCAT– y de los procesos que han posibilitado su consolidación como
sujeto político. En otras palabras, del sujeto campesino que reivindica y propone a lo largo
de su historia en el Catatumbo formas autogestionarias de construir territorio.

Lo anterior, se encamina a lograr la comprensión de las motivaciones, sentimientos,


valores, y en últimas, las principales razones y sentires que propiciaron “el Paro del
Catatumbo en 2013.”
El Catatumbo como territorio en disputa

La principal intención de este apartado es mostrar cómo la región del Catatumbo ha


sido a lo largo de su historia un territorio en disputa; es decir, apreciado de forma distinta
por parte de los individuos que lo habitan. Lo anterior, obliga tener como horizonte de
sentido dos aspectos: en primer lugar, la memoria que permita tener de presente la
importancia del Catatumbo y sus luchas campesinas frente a los agentes del saqueo, la
violencia y la depredación económica; y en segundo lugar, la prospectiva1, en la cual, se es
consciente del pasado y, por ello, se tienen apuestas, proyectos, perspectivas y objetivos de
cara al futuro. En pocas palabras, se busca tejer una relación entre el territorio y el sujeto
campesino que lo habita para significar las luchas y la justicia de las mismas.

Dentro de las memorias y las prospectivas, no sobra agregar las visiones


contrapuestas que se tienen sobre el territorio y las formas de ocupación, igualmente
contrapuestas, de los sujetos que viven en él. Así entendido, el territorio no puede
entenderse como un “simple espacio geográfico que contiene recursos naturales y una
población” sino que, además, deben ubicarse los sentidos identitarios que le agregan los
sujetos inmersos en el mismo (Observatorio Nacional de Paz - ONP, 2012, pág. 21). Los
procesos de apropiación y ocupación simbólica y material denominados como
territorialidad, deben ser tenidos en cuenta a la hora de identificar rasgos de la memoria,
identidad y prospectiva del movimiento campesino del Catatumbo.

Es importante anotar que las dinámicas de resistencia histórica de los campesinos


del Catatumbo, así como el paro campesino que se materializa en el año 2013, son un
reflejo del uso y apropiación sobre el territorio (territorialidad) diferente a la que posee el
Estado, las empresas trasnacionales y los grupos armados. Parafraseando a Jiménez podría
afirmarse que la disputa social del Catatumbo, hace parte de dos visiones más generales y
contradictorias del territorio y su uso: la primera, la de los actores armados, empresas
trasnacionales y Estado, que concibe al territorio como fuente de recursos económicos y
riqueza al cual hay que violentar con las armas y el dinero. Y la segunda, la del
campesinado, que concibe el territorio como fuente de vida, base de la vida en comunidad y
como abrigo protector (Jiménez, 2014, pág. 282).

1
Aunque la prospectiva política comúnmente ha sido usada para el diseño e implementación de políticas
públicas desde la institucionalidad del Estado, en este documento, usamos su connotación de forma
autogestionaria y subversiva con un orden social considerado injusto y desigual. Así pues, el termino dota
de significación y sentido las luchas campesinas si se toma en cuenta que la prospectiva es: “Ver adelante,
ver a lo lejos, ver a lo ancho. […] lo que concierne al porvenir, lo que concierne a la inteligencia cuando está
orientada al porvenir”. (Baena, 2004, pág. 14)
Para Cesar Jerez, líder de ANZORC2, la territorialidad:

“Tiene muchas formas de entenderse y comprenderse en el mundo campesino, muchas


veces y por la misma dinámica del conflicto armado es como el espacio de adentro, el
territorio de adentro, lo que está marginado pero donde la gente se refugia, esa es una
manera de ver la territorialidad. Otra gente ya la ven como una región, como la manera de
plasma una región mental, de proyectar una región que es mental porque no es política ni
administrativa pero donde la gente vive, se organiza, sufre, goza, entonces hay diferentes
maneras de entender esa territorialidad.” (Velasco Olarte, 2014, pág. 149)

Y agrega:

“Hay otra que es mucho más política y es la forma como usted está en el territorio, le
imprime formas organizativas, estructuras de asociación, normas, reglamentos de
convivencia, acuerdos con las partes del conflicto, ahí hay una territorialidad política. Hay
una territorialidad cultural en las zonas de reserva campesina, es una territorialidad muy
propia del perseguido que tumba el monte y se refugia allá y nunca sale al pueblo, esos
son como maneras de la territorialidad que ejerce la gente según su propia historia, su
propia dinámica, que no es individual, que es de comunidades enteras que se sumergen en
el ejercicio de esas territorialidades. (Velasco Olarte, 2014, pág. 149)

A partir de las afirmaciones dadas por Cesar Jerez, se entiende claramente que el
campesino por una parte, tiene una relación material, cultural y simbólica con el territorio
totalmente distinta y contrapuesta a la del Estado, actores armados y empresas
trasnacionales. Una relación que no está medida ni mediada por la extracción univoca de
excedentes y acumulación capitalista a costa de la tierra y, en la misma medida, una
relación que posibilita el fortalecimiento de los lazos de solidaridad, amistad y
compañerismo del campesino. El territorio para el campesino del Catatumbo, se expresa
entonces como afirmación de la vida, la colectividad, la vida en dignidad y la solidaridad;
lazos de unidad que en muchos casos se fortalecen como resistencia a la violencia del
despojo, la muerte y el dinero.

De otra parte, es claro que la disputa por las formas de apropiación y uso del
territorio por parte del Estado, los actores armados y las empresas trasnacionales, implican
una negación de la identidad, la razón, los sueños, los sentimientos y los imaginarios del
campesino; en suma, de la vida misma del campesino si se parte de que “para el campesino
la tierra es vida, si nos quitan la tierra nos quitan la vida” (Velasco Olarte, 2014, pág. 151).
Los intentos por expandir los monocultivos, desarticular los lazos de solidaridad con la
violencia paramilitar y dar vía libre a un modelo de desarrollo rural que se consolida sobre
la explotación de la naturaleza y sus recursos únicamente, va directamente encaminado a

2
Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina
someter al campesino como un engranaje del capital agroindustrial y a negar su relación
con el territorio como una relación consustancial a su autorrealización individual y
colectiva.

De lo mencionado, son bastantes dicientes los sueños, los sentimientos y los


imaginarios del campesino en su relación con el Estado y las instituciones que lo integran.
Sentimientos y pensamientos que se condensan y se construyen en términos de resistencia y
lucha a partir de la negación de las funciones básicas y elementales para la autorrealización
del sujeto campesino como la tierra, la educación, la salud y la protección por parte del
Estado. Así pues, luego del retorno del campesinado ante su expulsión por parte de los
paramilitares en el año 2005, José del Carmen Abril concebía de la siguiente forma la
Constitución Nacional y los derechos que ella representaba en una entrevista con Hollman
Morris para el programa Contravía:

José del Carmen Abril. Hay unas dignidades, unos derechos, que nosotros tenemos, pero no
hemos adquirido. Nosotros no tenemos esos derechos que hay en esa constitución.

Hollman Morris. ¿Qué hay que hacer pa` tenerlos?

J.C.A. Que el gobierno cumpla, que él fue el que la elaboro y la haga cumplir

H.M. ¿Y la gente tiene algo que hacer para eso?

J.C.A. Claro, hay que exigirle al gobierno que la cumpla. Para mi pienso que el gobierno que la
hizo, la construyo, que la elaboró que la haga cumplir y nosotros también exigirle como poder
cumplir esa constitución que hizo, y nosotros no tenemos la dignidad que hay.

Habla de los niños y educación de los niños, y nuestros hijos no han estudiado hace 16 meses
¿Entonces? Los niños tienen un derecho y no lo han tenido. Para nosotros como desplazados no la
vamos a tener.

Tenemos derecho a la comida, no la ha habido. Tenemos derecho a que nuestras mujeres


construyan, que trabajen; las mujeres no han tenido derecho. Han sido abandonadas, han sido,
mejor dicho, desprestigiadas.

A veces, uno también tiene que perder el hogar por causante todo esto. Entonces muy difícil, una
ley muy bien construida pero muy mal administrada.

Entrevista a José del Carmen Abril


Habitante de la vereda La Trinidad

Fuente: (Abril, 2005)

Desde las afirmaciones dadas por José del Carmen, hasta el conjunto de testimonios
que se registran en las líneas siguientes de este libro, puede verse claramente como el sujeto
campesino resume (condensa) toda una sucesión de disputas en relación con el territorio del
Catatumbo. De una parte, y a nivel de trayectorias históricas, es heredero de un conjunto de
injusticias e indignidades relacionadas con la violencia y el despojo: es víctima de la
violencia bipartidista, la bonanza petrolera, la bonanza cocalera, la bonanza agroindustrial y
de la persistencia del conflicto armado.

De otra parte, es víctima en tanto se articula como el eslabón primario y más débil
de la cadena de dominio: siempre ha sido necesario para trabajar la tierra y sus recursos; sin
embargo, es necesario en tanto se le imponen sus condiciones de vida, trabajo y existencia
por parte de las petroleras, las agroindustrias y los actores armados.

Así las cosas, debido a que el campo colombiano – entre este, la región del
Catatumbo – se plantea por parte del Estado Colombiano y las empresas agroindustriales
bajo un modelo de desarrollo rural que busca la internacionalización de la economía
agrícola, el territorio en el cual habita el campesino, adquiere un renovado interés por parte
de estos agentes para la expansión de monocultivos, extracción de petróleo y carbón y, sin
mencionar otros, la articulación vial y militar del Estado en el marco del conflicto armado.
Es inentendible el paro campesino del 2013 sin este nuevo contexto e interés de los agentes
del despojo.

Contraria a esta racionalidad que niega la identidad y la autorrealización campesina, el


territorio para el campesino:

Va más allá de la actividad económica y de la economía campesina, el ser campesino es


un hombre y una mujer que están en un territorio y tienen un arraigo con la tierra muy
importante, que no tienen en la cabeza el modelo de acumulación capitalista para toda las
presiones vitales y sociales, son más solidarios e incluso más familiares, son hombres y
mujeres de reclamo permanente, son hombres y mujeres que finalmente sostienen gran
parte de la economía de este país sin que se les reconozca y a pesar de eso, ser campesino
es algo como ser y no ser en este momento, lo que hay que lograr es que ese
reconocimiento implique el concepto mismo de campesino, ese concepto que como
campesinos estamos construyendo en estos escenarios, con propuestas políticas que
entienden la naturaleza diferente a las empresas y al Estado. (Velasco Olarte, 2014, pág.
139)

Con este panorama en mente – el del campesino en el territorio y por ello el


campesino resistente –, se quiere plasmar en este escrito y brindar conciencia al lector de
las siguientes ideas: en primer lugar, que la ocupación campesina del Catatumbo no se
reduce al uso y apropiación de la tierra para extraer recursos de ella sino que, además, es
el fundamento de sus lazos familiares, la fuente de su vida, la base de su identidad
campesina y la memoria de sus ancestros; en segundo lugar, que la ocupación para
(militar) y agroindustrial, en tiempos recientes, ha buscado precisamente la
desarticulación del territorio como fuente de vida del campesinado y, por ello, es justa y
digna su lucha y rabia desde una concepción moral y ética; y por último, que a partir de la
concepción del territorio como fuente de vida y los intentos por negarlo, nace la
perseverancia, resistencia y dignidad del campesino que habita en el Catatumbo.

Para soportar tales ideas, este escrito comienza describiendo las características
generales del Catatumbo, sus riquezas y la ambición que se presenta sobre ella por parte de
las empresas trasnacionales y los actores armados; posteriormente se resaltan los rasgos de
resistencia del campesinado en el territorio y, finalmente, se avanza en la antesala del “paro
de 2013”

Características generales del Catatumbo

El Catatumbo se encuentra ubicado en el Norte de Santander limitando al oriente


con Venezuela, al occidente con el departamento del Cesar, al norte con el departamento
de Guajira y al sur con los municipios de Zulia, Puerto Santander, Cúcuta y Villa del
Rosario. Esta ubicación le permite al Catatumbo gozar de una compleja presencia
climática para el cultivo y una privilegiada ubicación geográfica al conectar el centro con
el norte del país y la zona limítrofe de Venezuela con el Urabá al noroccidente
colombiano.
De acuerdo con Carvajal Oquendo (2016), se puede dividir en tres grandes
subregiones: el Alto Catatumbo (que comprende los municipios de El Carmen y
Convención), el Medio Catatumbo (que integra a Teorama, El Tarra, San Calixto, Hacarí,
Ocaña y La Playa) y el Bajo Catatumbo (que comprende a Tibú, El Tarra y Sardinata).
Esta última división regional, no descuida que los pobladores le den una identidad
geográfica propia al Catatumbo, con lo cual, se habla de una división entre el Catatumbo
Geográfico y el Social.

De acuerdo con Gearóid Ó Loingsigh (2008), el territorio del Catatumbo, aparte de


significar “la casa de truenos”, puede ser comprendido desde dos grandes denominaciones:
El Catatumbo geográfico que ha sido determinado administrativamente por la gobernación
y las instituciones del Estado, el cual, se encuentra ligado al Río Catatumbo que riega con
sus aguas a los municipios de Ábrego, Ocaña, San Calixto, Teorama, El Tarra y Tibú; y en
segundo lugar, el Catatumbo social designado por las organizaciones sociales conforme a
su dinámica social y la labor cotidiana y comunitaria de su gente. A este último, se incluyen
los municipios de El Carmen, La Playa, Hacarí y Convención (Ó Loingsigh, 2008, pág. 27).

Dentro del conjunto de municipios que integran el Catatumbo, es oportuno decir que
la región se encuentra ligada a la Zona de Reserva Forestal Serranía de los Motilones
(denominada como Serranía del Perijá), la cual, se articula con la cordillera oriental en los
departamentos del Cesar y la Guajira; y de la misma forma, a los resguardos indígenas
Motilón Barí y La Gabarra-Catalaura donde tiene existencia el Parque Nacional Natural
Catatumbo Barí. Estas dos grandes zonas con una superficie mayor a las 600.000 hectáreas,
determinara el ordenamiento social, económico y político del territorio. (Carvajal Oquendo,
2016)

El Catatumbo históricamente ha sido valorado por su riqueza natural y por su


ubicación geográfica. Dentro de la primera característica, se destaca su gran cantidad de
recursos energéticos (Petróleo y Carbón) y así mismo, la presencia de una considerable
diversidad climática que posibilita el cultivo de hoja de coca, palma africana y alimentos de
consumo básico como el frijol, la maracuyá, la cebolla y el plátano (Ó Loingsigh, 2008).
Respecto a su ubicación geográfica, se agrega su estatus de frontera con Venezuela y su
interconexión con la cordillera oriental, el centro (Santander y Boyacá) y el norte del país
(Cesar y Magdalena principalmente).

Así pues, debido en parte a la riqueza natural y la diversidad climática del


Catatumbo, aunado a la existencia de la Zona Forestal de la Serranía de los Motilones que
copa los municipios de El Tarra y Teorama en su totalidad así como la mitad de El Carmen
y Convención, se ha producido una destrucción continua de la vegetación silvestre y un
proceso de colonización del territorio por parte de los agentes que en el viven de forma
irregular y desordenada. La mayor consecuencia de esta dinámica es que en el Catatumbo
haya apropiación y tenencia desigual de la tierra promovida por la violencia, ausencia de
infraestructura que permita desarrollar encadenamientos productivos y aumento de los
cultivos de uso ilícito por parte del campesinado. La ausencia de alternativas productivas
como la zona de reserva campesina y las dinámicas militares y agroindustriales, convierten
al Catatumbo en un territorio proclive a la violencia y la conflictividad social donde el
campesinado es el mayor afectado. (Carvajal Oquendo, 2016)

Las dos condiciones del Catatumbo mencionadas líneas atrás, han posibilitado por
una parte, las oleadas de colonización campesina desde el siglo XIX e, igualmente, el arribo
y ocupación de grupos armados ilegales, empresas minero-energéticas y fuerza pública que
las han destruido conjuntamente con los pueblos indígenas. Así las cosas, desde 1530,
pueden identificarse registros de lucha entre el pueblo indígena Barí y grupos
colonizadores. A partir del siglo XVII, se comienzan a despojar a los nativos con el
propósito de ocupar tierras y constituir las primeras haciendas cacaoteras y cafeteras. Y
finalmente, durante el transcurso del siglo XX, con la bonanza petrolera iniciada en 1905,
se da “licencia para el exterminio” del pueblo Barí que sobrevive actualmente en medio de
las hostilidades causadas por la explotación de petróleo y madera, el cultivo de hoja de
coca, las fumigaciones y narcotráfico.

De acuerdo con el informe del Centro de Memoria Histórica sobre las masacres de
Tibú, el homicidio, desplazamiento y destrucción cultural y física del pueblo Barí
“constituye el primer daño colectivo causado a los pobladores originarios del Catatumbo”
(Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015, pág. 36). Con la ley 80 de 1931 y el contrato
firmado entre el Estado colombiano y las petroleas norteamericanas Gulf Oil Company,
Chaux-Folsom, y Colpet Sagoc (encargada de la construcción del oleoducto Caño – Limón
Coveñas), se dio libertad jurídica para combatir y despojar con el uso de la violencia al
pueblo Barí. La fuerzas públicas y la seguridad privada de las petroleras bombardearon los
bohíos y mataron a los indígenas bajo la recompensa de quinientos a mil pesos por cabeza
(Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015)

“En tan solo cincuenta años de explotación petrolera y vigencia de la Ley 80 de 1931, la
población indígena disminuyó de 2.500 habitantes a ochocientos, lo cual representa una
reducción demográfica en casi un 70 por ciento. Así pues, el amplio territorio que
ocupaba el pueblo Barí a inicios del siglo XX se redujo al menos en “unos 2000 km2”.
(Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015, pág. 36)

El exterminio de los pueblos Barí constituye un referente importante en la


construcción de una memoria de la resistencia en el Catatumbo. Desde el siglo XVI la
comunidad indígena ha sido víctima de la violencia y de forma significativa, las riquezas
presentes en el territorio, no han sido para el provecho de sus habitantes. En tiempos
recientes (segunda mitad del siglo XX), el Catatumbo será posteriormente poblado por
campesinos que huyeron de la violencia en el Norte de Santander y el centro del país y, por
ello, el campesinado del Catatumbo actual será un heredero de esas tres violencias ligadas
con nuestra tragedia histórica: la violencia de la conquista española, la violencia del
conflicto armado interno y la violencia de las agroindustrias y las empresas extranjeras.

Con la aparición del modelo de desarrollo agroindustrial desde la década de los


noventa y ligado a este, la resistencia campesina, han resurgido la conflictividades por la
tenencia y el uso de la tierra por parte de los campesinos, el Estado, los actores armados y
las empresas agroindustriales. El recorrido hecho hasta el momento, permite explicar desde
referentes históricos lejanos e inmediatos la emergencia de la conflictividad en el
Catatumbo y, ligado a esta última dinámica, la materialización del paro campesino del año
2013.

Este último, marcó identitariamente al movimiento campesino y condenso en un


solo momento la historia de sus luchas y de la conflictividad del Catatumbo. En efecto,
cada una de las omisiones del Estado, el accionar violento de los actores armados y de las
condiciones laborales y sociales provistas por las empresas agroindustriales, ha sido una
justificación de la rabia que se materializa en el paro del año 2013. Para John:

El Paro sirvió para muchas cosas... para mí, cambió la historia del Catatumbo. Fue duro:
yo estuve esos 53 días sin mirar a mi familia. Pero fue muy emocionante: se notaba que lo
que todos estábamos buscando era un cambio y había muchas ganas de eso. Le dijimos al
Gobierno: no queremos que sólo nos arranquen la mata: queremos una alternativa.
Cuando la tengamos, ese día nosotros cambiamos los cultivos de coca pero fueron ustedes
mismos quienes nos llevaron a esto porque no tenemos nada: ni educación, ni salud, ni
vivienda digna. Y la gente se iba concientizando y metiendo en el Paro cada vez más.
(Jhon, 35) (Énfasis agregado)

Para María, quien fue una de las lideresas del paro campesino del 2013:

“Bueno, en la historia del Catatumbo nunca un paro había durado tanto y nos cambió la vida
a todos los que participamos en él. A mí me cambió la vida porque como mujer soy madre
de 2 hijos y no había estado tanto tiempo en una actividad así, de 53 días... También aprendí
mucho, a pesar de que llevo tiempo en este proceso campesino. Nunca antes había salido en
televisión, contestándole a los periodistas, dando entrevistas y eso (se ríe). La gente me
dice: “Usted ¿a qué horas aprendió que la vemos a cada rato que sale en televisión y la
gente ya la conoce?...” Y eso a una le cambia la vida, le deja marcada de una u otra forma,
para unos bien y para otros pues mal, ¿no? Porque los que nos señalan ya saben que nos
tienen para cuando demos papaya. Y para los que nos quieren pues también: nos valoran,
nos tratan con mucho cariño. También es chévere porque después del Paro hubo que
especificar el trabajo de cada uno. (María, 36)

El paro saco a flote problemas estructurales (distribución inequitativa de la tierra,


explotación indiscriminada del territorio, violencia armada, pobreza, etc.) que se fueron
acumulando oleada tras oleada de colonización campesina. Por tanto, el conflicto por el
Catatumbo y el paro mismo, no tiene como causa única el cultivo y la comercialización de
la coca, ni su disputa entre guerrilla y paramilitares. En este sentido, al buscar la
comprensión del sujeto campesino en dicho contexto, es fundamental considerar como los
ejercicios que procuran su dominación han forjado un sujeto que resiste en el territorio.

Sujeto Campesino en Resistencia

“Nosotros miramos que si hay inversión, pero solamente para las fuerzas militares.
Pero para lo que tiene que ver, para lo social, para nosotros como campesinos vivir una
vida digna eso no lo hay.”

Benavides Velásquez. Líder de Ascamcat

La comprensión del paro del año 2013 pasa necesariamente por la manera en que el
campesino se ha constituido como “sujeto colectivo”. Es decir, ser campesino, refleja el
influjo de la exclusión y de la subordinación que ha sido provocada por la indiferencia del
Estado, la violencia de los actores armados y el capital, pero también, ser campesino
expresa su ardua capacidad de resistencia y lucha frente a los agentes del despojo.

El sujeto campesino tiene una historia, y esta se ha labrado por décadas – por no
decir centurias – en la región. Su presencia en el Catatumbo puede comprenderse a partir de
oleadas de colonización y de la emergencia de las bonanzas. Estas se dan en tres momentos:
desde el año 1853, motivados por la bonanza del cacao, el café, el tabaco y la tagua varios
colonos arribaron al Catatumbo desde la provincia de Ocaña y el departamento de Boyacá;
posteriormente, con el auge de la extracción de petróleo y la violencia bipartidista, entre
1945 y 1960 llegan nuevos colonos que buscarán trabajar en la industria petrolera y
disfrutar de su auge; y finalmente, a finales de la década de los ochenta, arriban al
Catatumbo campesinos y grupos armados ligados a la bonanza cocalera.

La colonización campesina está relacionada igualmente con los procesos de


ocupación de tierras que promovió la Caja Agraria y el Instituto Colombiano de Reforma
Agraria (Incora). De acuerdo con el Incoder (2013), entre 1901 y 2012 se “titularon
164.642 hectáreas de baldíos en la región del Catatumbo”, de los cuales, el 80% por ciento
fue entre 1901 y 1988. Así entendido, los territorios del Catatumbo fueron inicialmente
baldíos y con el propósito de dar cabida a los cultivos de pancoger y a la ganadería,
numerosos campesinos y sus familias se dedicaban a talar monte y a sembrar arroz y
ajonjolí entre otros productos de consumo básico (CNMH, 2015). Es en el proceso de talar
monte en lo agreste del bosque primario del Catatumbo y sembrar cultivos donde inicia el
fortalecimiento y poblamiento de la familia campesina en la región:

“Mi mamá, mis hermanas se vestían y se iban con los hombres a sembrar arroz, ajonjolí y
yo me quedaba en la cocina y la cacería era abundante, o sé que ahí trabajaban las niñas y
los niños. Mis hermanos se iban con nuestros suegros a sembrar, (CNMH, mujer adulta 1,
taller de memoria, Tibú, 2012 en CNMH, 2015, pág. 38)

Desde inicios del siglo XX, durante la primera oleada de colonización, puede
identificarse la creación de lazos de confianza y solidaridad en el campesino catatumbero.
La creciente producción de cultivos de consumo básico (ajonjolí, plátano, cacao, yuca, maíz
y arroz) y el comercio de ganado y madera, aunado al abandono del Estado y su falta de
apoyo en la creación de vías terciarias, promovió la creación de economías solidarias y
organizaciones políticas. En ese sentido, se da inicio a cooperativas regionales, tiendas
comunitarias, organizaciones ganaderas y movilizaciones reclamantes de asuntos
petroleros, ganaderos y salariales. Estos, son los referentes primarios de las organizaciones
que nacerán en la segunda mitad del siglo XX con mayor fuerza en el Catatumbo.
En los años cincuenta, nacen las Juntas de Acción Comunal (JAC) en el Catatumbo bajo el
amparo de la ley 19 de 1958 y, posteriormente, con el apoyo de SIDELCA (Sindicato de
trabajadores del Catatumbo), asumen el mantenimiento de vías, la construcción, dotación y
mejora de escuelas públicas, entre otras labores (Centro Nacional de Memoria Histórica,
2015).

Para los años setenta, se constituye en el Catatumbo la ANUC (Asociación Nacional


de Usuarios Campesinos de Norte de Santander), la cual, buscó promover la titulación de
baldíos, la ocupación de tierras inexplotadas y la adjudicación de fincas bajo el lema de la
tierra pa´l que la trabaja. (CNMH, 2015). A partir de los setenta y principalmente en los
ochenta, iniciaran los problemas con la reclamación y titulación de la tierra. Estas, son las
raíces de los reclamos por una Zona de Reserva Campesina para el Catatumbo por parte del
campesinado.

Lo anterior, ha constituido un rasgo fundamental del campesinado en el Catatumbo, es


decir, los lazos de solidaridad en las comunidades asentadas en la región son consideradas
elemento que define al campesino. Estas prácticas de apoyo mutuo, que buscan construir
condiciones de vida digna en el territorio, también posibilitaron la generación de acciones
de reclamo al Estado durante las últimas décadas.

En esta dirección, es importante rememorar las marchas de finales de los años ochenta en el
nororiente (Paro del Nororiente de mayo de 1988 - Marcha por la vida y la integridad de los
habitantes del Catatumbo 1989) en las que el campesinado reclamaba la atención del
Estado, en vías, salud y educación y el respeto a la vida. Posteriormente y dado el
incumplimiento de los acuerdos, vendrán las movilizaciones de 1996 y 1998 que sumaron
entre 20 y 25 mil campesinos por similares reivindicaciones, logrando de nuevo acuerdos
con el gobierno nacional que reiterando la historia, serán en gran parte incumplidos.

La década de los ochenta y los noventa serán para el Catatumbo un periodo de


confluencia de problemas irresueltos ligados a la bonanza del petróleo y tenencia de la
tierra con la emergencia de nuevos problemas como la bonanza cocalera, agroindustrial y la
aparición de nuevos actores armados, que se traducen en violencia y despojo contra el
campesinado. Por una parte, desde 1905 se encuentran los conflictos irresueltos por la tierra
y el petróleo y, de otra parte, hacen aparición de conflictos por el cultivo de coca, la
emergencia de las agroindustrias de la palma y del renacer de la extracción minero-
energética.

En suma, el incremento de la conflictividad social, así como las difíciles


condiciones de vida del campesinado responde, en gran medida, a la visión que los
gobernantes nacionales y regionales han tenido del Catatumbo. El abandono estatal
traducido en la carencia de servicios básicos como la salud, transporte, acueducto, vías,
educación, infraestructura, etc. conllevo, como se ha mencionado, a formas tempranas de
organización campesina para la autogestión de las necesidades básicas, pero también refleja
la permanente predisposición de los sucesivos gobiernos, a tratar la región, como un
escenario proclive para la explotación indiscriminada, y para el lucro de agentes privados,
tanto nacionales como extranjeros.

Por ello, tanto la presencia de las comunidades indígenas Bari como las oleadas
sucesivas de ocupación campesina, se han visto desde los gobiernos nacionales y locales a
nivel histórico como una amenaza a la articulación del Catatumbo al modelo de desarrollo
primario-exportador. Esta es una de las razones fundamentales por la cual formas
alternativas de organización del territorio, generen respuestas contrarias por parte del
Estado, entre ellas, procesos violentos articulados con el accionar del paramilitarismo.

Así lo corrobora el Centro Nacional de Memoria Histórica en el informe “Con


Licencia para Desplazar” publicado en 2015: “A lo largo del siglo XX y de lo que va
corrido del XXI, han sido expedidas normas desde el nivel central que priorizaron la
protección militar a agentes económicos, extraños a la región, a costa de la población local.
Esas normas autorizaron la creación de grupos armados que se convirtieron en la empresa
criminal del paramilitarismo, que incursionó en Tibú a finales de la década de los noventa.”
(CNMH, 2015: 19)

Es evidente que las maneras en que actúan las autoridades nacionales y regionales
frente a la población del Catatumbo, producen y reproducen un sesgo militarista y
estigmatizador. En esa medida, el campesinado ha forjado un entendimiento de la acción
(para) estatal afianzada en la permanente militarización del territorio, que ha sido
históricamente, la forma en que el Estado ha intervenido la región.

Al accionar violento y negligente del Estado como se ha mencionado, debe añadirse


el accionar del paramilitarismo, que ha ejercido en varios momentos y de diferentes formas,
violencia selectiva y sistemática contra el campesinado del Catatumbo. La arremetida del
paramilitarismo en la región se dio en medio de una intensa movilización social a finales de
los noventa; para el vicepresidente de ASCAMCAT: “en esos 10 años, del 99’ al 2010, han
sido unos años de agudización del conflicto y de represión hacia el movimiento social. La
represión por el paramilitarismo dejó más de 100.000 mil campesinos desplazados, miles de
campesinos asesinados, así como la desintegración del movimiento social.” (IAP, sf.).

El terror paramilitar, la militarización y la crisis de la economía campesina

Si bien la presencia de las guerrillas (FARC-EP, ELN y EPL) así como de los
paramilitares se da desde la década de los ochenta en la región, la violencia contra el
campesino se agudiza desde 1999. El 29 de mayo de 1999 se convierte en una fecha trágica
para el movimiento campesino del Catatumbo y, por ello, tiene que estar presente en la
memoria colectiva con el propósito de no olvidar a aquellos que dieron su vida por la
justicia y la dignidad de los pobladores de la región.

Aquel año los paramilitares “llegan para quedarse” y con la complicidad de las
fuerzas militares asesinaran 11.200 personas, generaran más de 100 mil desplazados y 600
desaparecidos hasta el año 2004 (Olaya Diaz, 2015, pág. 203). Siguiendo a Martínez
(2012), en la toma paramilitar del Catatumbo:

La generalización del terror propició la desocupación de amplias extensiones de tierra, dando paso a
la constitución de un nuevo orden de dominación paramilitar que llega para destruir y controlar las
formas de organización social – campesina, sindical y armada – y así alistar el territorio para la
puesta en escena de nuevos proyectos de exploración y explotación minera y megaproyectos
extensivos de productos aptos para la generación de biodiesel, principalmente palma africana.
(Martínez, 2012, pág. 129)

De acuerdo con Ó Loingsigh (2008), puede afirmarse que los paramilitares


arribaron inicialmente a Tibú y desde allí realizarán catorce masacres entre el 23 de mayo y
el 21 de agosto de 1999. Lo importante a resaltar de los hechos es que estos no fueron
fortuitos ni sorpresivos. Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia
(AUC), anunciaba con antelación su intención de tomarse la región e, igualmente, fueron
reiterativas las denuncias que hicieron varias organizaciones defensoras de derechos
humanos ante las fuerzas militares para evitar que las masacres ocurrieran.

Varios escritos que se han hecho sobre el Catatumbo afirman con contundencia la
intención de los grupos armados – particularmente los paramilitares – en destruir el tejido
social del campesino para imponer su orden militarista y proteger la racionalidad
económica del petróleo, la palma, la minería y la agroindustria desde finales de los noventa
hasta la actualidad. Es evidente que detrás de las disputas y las masacres propinadas a los
campesinos de forma impune por los actores armados, se encuentran los intereses por
controlar el territorio para articular los recursos de la región al mercado nacional e
internacional. No es en absoluto ajena la entrada del plan MIDAS, luego de la toma
paramilitar en el Catatumbo.

A ello se suma la negativa del Estado colombiano y sus fuerzas armadas por proteger al
campesinado ante las masacres de los paramilitares y por reconocer la Zona de Reserva
Campesina del Catatumbo, en la cual, se dé vía libre a un modelo agrícola pensado desde y
por los campesinos. A pesar de ello y en medio de la violencia nace la Asociación
Campesina del Catatumbo ASCAMCAT (2005) como resultado de la resistencia, y de los
procesos de reconstrucción organizativa con juntas de acción comunal, barrial y veredal, en
varios municipios de la región (Convención, San Calixto, El Carmen, Tibú, Hacarí,
Teorama).

“Tras el desplazamiento forzado de 300 personas —quienes se vieron obligadas a salir


desde la vereda El Suspiro hacia el corregimiento de San Juancito - Municipio de
Teorama— ocurrido el 18 de Octubre de 2005, se dio inicio a la construcción de la
Asociación Campesina del Catatumbo. Con ella, se vivieron las primeras experiencias de
resistencia frente al desplazamiento por medio de la conformación de un refugio
humanitario, comunitario y temporal. El Estado no brindó ningún tipo de ayuda ni
acompañamiento en este proceso.” (Plan de Desarrollo Sostenible del Catatumbo, 2012: 27)

El terror paramilitar con la complicidad de las elites gobernantes, aunadas a décadas de


abandono y exclusión por parte del Estado, generaron condiciones degradantes en las
cuales se condiciono al campesino a cultivar la hoja de coca. A este proceso, le es central el
giro en la política económica de finales de los ochenta, denominado “apertura económica”
que dispuso el ordenamiento legal y el mercado nacional para la aplicación de las políticas
neoliberales que afectaron gravemente al agro del país.

La identificación del Catatumbo como despensa agrícola empezó a perderse a


medida que “se comenzaron a aplicar las políticas de apertura económica que afectaron
fundamentalmente la pequeña y mediana agricultura, base de la seguridad alimentaria
nacional.” (MINGA, 2008: 36) Se destruyó la rentabilidad de la siembra comercial de los
productos de pancoger, en consecuencia, el cultivo de la coca se convirtió en el único
medio real de subsistencia para los campesinos de la región.

Esta situación hace que a finales de los noventa se incrementen los de cultivos de
coca, modificación productiva que no puede desligarse de la arremetida paramilitar, ya que
ante la crisis de la economía campesina, “los cultivos ilícitos empezaron a ganar terreno y
de unas pocas hectáreas sembradas a principios de los años 90, en La Gabarra, se
expandieron por el Bajo y Medio Catatumbo entre 1998 y 2003, en la medida en que el
paramilitarismo desplegaba su presencia en la región.” (MINGA, 2008: 37)

Dicho crecimiento relativo de los cultivos, se empieza a contrarrestar con la


Operación Comején (fumigaciones en 1995) que provoca las marchas campesinas del 96 y
98. Lo anterior obliga interlocutar al gobierno, estableciendo los Planes de Vida Motilón
Bari y el Plan de Desarrollo y Paz para el Catatumbo.

Sin embargo, hacia el año 2000 el Norte de Santander es el tercer departamento


productor de hoja de coca, lo que sitúa a la región dentro del foco del Plan Colombia
(PC). La Política de Seguridad Democrática (PSD) del gobierno Uribe desató la segunda
fase del Plan, luego de la ruptura de los diálogos con la insurgencia de las FARC-EP en
febrero de 2002. La declaración de conmoción interior le permito al nuevo ejecutivo
expedir varios decretos entre los cuales estableció un impuesto para preservar la PSD y la
creación de las llamadas zonas especiales de rehabilitación (Decreto 2002 de septiembre de
2002), entre ellas, el Catatumbo.

Ante el desbalance de cuatro años de arremetida (para) militar, a finales del 2006, el
Ministro de Defensa Juan Manuel Santos anunciara que el Plan Patriota sería reemplazado
por un nuevo plan de guerra. El balance estratégico de la segunda fase del Plan Colombia
resultara en un ejercicio ambivalente de control territorial y falta de efectividad en la
erradicación y sustitución de cultivos de coca.

“Pese a que se habían duplicado en tamaño y su presupuesto había casi triplicado


desde el año 2000, las Fuerzas Militares colombianas encontraron que estaban en
capacidad de cazar a las guerrillas fuera del territorio que éstas controlaban antes –a
menudo por medio de largas y costosas ofensivas militares- pero no podían evitar que
las guerrillas volvieran una vez que el ejército era desplegado en otra parte. De igual
modo, con los programas de erradicación de los cultivos se habían fumigado cientos
de miles de hectáreas de cultivos de campesinos cocaleros, lo cual incrementa su
rabia en contra del gobierno en las zonas bajo dominio guerrillero y favorecía un
nuevo ciclo de cultivos ilícitos o el desplazamiento de los mismos hacia otras
regiones” (Center for International Policy, CIP, 2009, mayo. Citado por Rojas, 2015)

Por tanto, aunado al despliegue paramilitar –que destruye la organización campesina-


se produce una imbricación con los programas de poder blando del Plan que se concretan
en los programas del USAID, el Plan MIDAS y los Laboratorios de Paz financiados por la
Unión Europea.

“El proyecto Midas de Usaid tiene dos objetivos fundamentales: la sustitución de cultivos
ilícitos y el reemplazo de los mismos por cultivos agroindustriales como palma, cacao y caucho. Así
mismo, los Laboratorios de Paz, financiados por la Unión Europea, también privilegian la
sustitución de cultivos ilícitos por otros de potencial agroindustrial. Ambas figuras están
encaminadas a disputar la influencia de estos países en territorios, que cuentan con importantes
riquezas desde el punto de vista de la acumulación de capital.” (Martínez, 2012: 133)

Se intentó matizar la prioridad en la política de guerra, incrementando el componente


“social” o softpower de la intervención militar, el objetivo de recuperar de manera
permanente el territorio se soportaría en la acción conjunta de las instituciones del Estado.
Así, esta tercera fase del PC (2006-10) se designó en términos genéricos como Política de
Consolidación de la Seguridad Democrática (PCSD).
Este cambio en la dinámica de la guerra además de responder a las deficiencias en la
confrontación y erradicación, hace parte del proceso de “nacionalización” del PC
determinado en Washington por el Congreso y el Departamento de Estado, así “a solicitud
del Congreso, las agencias responsables prepararon una estrategia para que el gobierno
colombiano fuera asumiendo progresivamente la mayor parte de los compromisos y la
financiación de los programas desarrollados bajo el Plan Colombia” (Rojas, 2015: 175)

Para el campesinado del Catatumbo los últimos años de gobierno Uribe, en particular el
2009, estará signado por el incremento de la persecución y la intensificación de las
ejecuciones extrajudiciales, así como de sistemáticas violaciones de derechos humanos, los
bombardeos indiscriminados, las capturas masivas, las fumigaciones y erradicación manual
forzada y la gran militarización de la zona.

“Se generó para los habitantes de la región una situación generalizada de miedo y zozobra;
acompañada por una situación de inseguridad alimentaria, puesto que la mayoría de estas
comunidades campesinas dependen de la economía que gira en torno a los cultivos de uso
ilícito. Ante ello, las comunidades campesinas conformaron el refugio humanitario bajo el
lema ―por la vida, la dignidad, la tenencia de la tierra y la permanencia en el territorio” el
29 de abril del año 2009 en la vereda Caño Tomás del corregimiento de Fronteras,
municipio de Teorama. Este proceso se generó como una opción de resistencia a un
desplazamiento mayor y como una forma de protección y prevención al desplazamiento
forzado.” (Plan de Desarrollo Sostenible del Catatumbo, 2012: 28)

Además de apoyar a decenas de familias, este proceso de resistencia que durara más de año
y medio, fungirá como escenario de debate y discusión para la reconstrucción del
Catatumbo, un espacio para “reflexionar y plantear propuestas de resistencia como
respuesta social y campesina a otras problemáticas graves, tales como: la explotación de
carbón a cielo abierto; la extracción de petróleo; las violaciones constantes a los derechos
humanos y las infracciones al derecho internacional humanitario por cuenta de la
militarización en la zona; la devastación del medio ambiente y, en general, la agudización
de las difíciles situaciones por las que ha tenido que atravesar la región en los últimos años”
(Plan de Desarrollo Sostenible del Catatumbo, 2012: 28)

Del refugio emanara la MIA (Mesa de Interlocución y Acuerdo) creada el 2 y 3 de agosto


de 2009, en la cual se comprometieron a participar 33 instituciones de orden nacional y
regional, así mismo se impulsaron audiencias populares en los municipios de Convención,
Hacarí, Tibú, Teorama, El Carmen, El Tarra y San Calixto. Dichas audiencias populares, se
convirtieron en un espacio amplio y democrático donde se generó la propuesta de impulsar
una Zona de Reserva Campesina en la Región del Catatumbo con su plan de desarrollo
alternativo impulsado, creado y propuesto de manera amplia por todos los sectores sociales.
“Sin embargo, desde el inicio de dicho espacio, las autoridades incumplieron e ignoraron
masivamente varias de las propuestas acordadas; dejando entrever la falta de voluntad
política para avanzar en las soluciones señaladas.” (Plan de Desarrollo Sostenible del
Catatumbo, 2012: 29)

Esta actitud de las autoridades, tanto nacionales como departamentales, así como los
cambios en las dinámicas de guerra -referidos líneas atrás- tienen su reflejo en el Plan
Nacional de Desarrollo (PND) del primer gobierno Santos -Prosperidad para Todos-, en el
cual se otorgó importancia a la proyección de la región como escenario abierto la inversión
en infraestructura vial (IIRSA) y a la explotación de recursos como el carbón, gas, oro y
uranio.

“Fortaleciendo corredores de comercio exterior planteados en el marco del IIRSA. La


modernización de la infraestructura de transporte minero energético, el desarrollo de clúster
minero-energético y la diversificación de la estructura económica.” (Plan Nacional de
Desarrollo 2010-14, p. 41).

Dicha proyección territorial no debe perder de vista que después de la desmovilización


paramilitar, el PND plantea una especial preocupación por la necesaria titulación de tierras,
proceso que está ligado no solo a las dinámicas de proletarización del campesinado, sino
que además alista el territorio a las multinacionales interesadas en la explotación minero
energético. (Martínez, 2012)

Así el tratamiento de territorio entrara en una nueva fase, la política de impulso a la


locomotora minero energética requerirá el respectivo acondicionamiento social y territorial,
desconociendo las propuestas del campesinado y sin que se procuren soluciones de fondo a
las problemáticas estructurales de la región.

De esta manera se preparó el telón de fondo para lo que sería la antesala del paro, los
acontecimientos de las primeras semanas de mayo de 2013 carburaron a un más la tensa
relación entre el campesinado y lo agentes del gobierno central apostados en la región,
básicamente Fuerzas Armadas y erradicadores.

El 7 de mayo, en la vereda Miramontes ubicada en la vía que de Tibú conduce a Versalles,


un grupo de 150 campesinos y campesinas se tomó la carretera justo al frente del batallón
que quedaba en mitad de la vía, “hartos de que el gobierno siguiese erradicando los
cultivos de coca con los que sacaban el sustento para sus familias, sin ofrecerles nada a
cambio. (…) A las nueve de la noche, llegaba un delegado de la Alcaldía de Tibú “un tal
Cucho” dispuesto a dialogar para conseguir disolver la toma (…) El tal Chucho dejo una
razón: el alcalde de Tibú los recibiría a las 9 de la mañana” (ASCAMCAT, 2014: 1)
La respuesta que recibieron, Jefferson de ASCAMCAT, Guillermo el abogado, John y
varios líderes campesinos de parte del Alcalde afianzo a una más la convicción de que las
autoridades locales no darían un atisbo de solución a un problema que había rebosado la
copa.

“(…) el hombre nos dijo –cuenta John– que no tenía nada que ver con esto (en la
erradicaciones), que él se lavaba las manos, que regresáramos a la vereda y que si
queríamos matar a los erradicadores, que los matásemos… ¡Eso nos dijo el alcalde!
También dijo que no era capaz de parar las erradicaciones, que eran cosas del Gobierno”
(ASCAMCAT, 2014: 1)

La conflictividad social y política en el territorio se acrecentaban cada vez más. La política


de consolidación del gobierno Santos arreciaba desde hacía meses, incrementando la
destrucción de cultivos y el cierre del ingreso de suministros básicos.

Desde hacía semanas, la dirección del programa contra cultivos ilícitos de la Unidad de
Consolidación territorial en coordinación con las Fuerzas Armadas (ejército y armada), la
policía y el Ministerio de Defensa, desplegaba la segunda fase de erradicación, con un saldo
de mil hectáreas erradicadas en veredas de Tibú y Sardinata. (Flórez, 2013)

El ambiente “era muy tenso: los erradicadores habían regresado a su tarea cobijados por un
ejército que no tenía reparos en disparar a quien le pareciese que entorpecía esas labores.
Pero era un hecho que el paro calentaba motores: poco a poco y durante lo que quedaba de
mayo, la práctica totalidad de las veredas de la zona fueron añadiéndose a los campesinos
de Miramontes para ayudarles a sacar de allí a los erradicadores” (ASCAMCAT, 2014: 2)

En la brega por expulsar a los erradicadores, el 9 de mayo, Alirio Pallares fue herido de
bala en la vereda Guachiman “se le alojo la bala en toda la columna y ahí le ha quedado
para siempre, a otro le destrozaron el pie de un balazo… La gente respondió enfurecida,
quemando todo cultivo de coca que encontrasen.”

Este acontecimiento y ante el riesgo de perder la vida en manos del Ejército, provoco la
retención de 6 soldados para obligar a la Fuerza Pública a sacar a los heridos a la carretera,
“cosa que los militares se habían negado hacer. (…) La gente estaba arrecha, furiosa… se
pudo bajar a los heridos a la carretera y llamar a la Cruz Roja para que se hiciera cargo de
ellos. Los soldados, por su parte, fueron entregados al Personero de Tibú: ninguna otra
institución quiso asumir su entrega” (ASCAMCAT, 2014: 2)

Ante la dinámica de los hechos, y de la forma en que el gobierno asumía el tratamiento del
campesinado, no quedo más respuesta, las últimas semanas de mayo y la primera de junio,
reconocidos dirigentes campesinos, muchos de ellos líderes de ASCAMCAT, presidentes
de Juntas Comunales, llevaron a cabo una serie de reuniones y asambleas en varias veredas:
Miramonte, El Retiro, Guachimán, Kilometro 25, Sardinata, entre otras. Además, de
recorridos por la zona fronteriza, en La Gabarra, en la 25 de Julio, etc. consultando a las
comunidades y preparando la acción colectiva que iba a paralizar el Catatumbo durante
meses.

“Dos sábados antes de empezar el paro, Chabela viajo de nuevo para reunirse con
comunidades campesinas (…) Esta vez, la esperaban en la vereda Kilómetro 25, también en
el área del Tibú y, de nuevo, la posibilidad de un paro fue vista masivamente por el
campesinado como la única opción de dignidad posible. Tras esa reunión, Chabela viajo al
día siguiente a Tibú y, de nuevo, socializo lo hablado el día anterior con más campesinos y
campesinas de veredas por allá cerca, como Miramontes, donde el paro estaba empezando a
organizarse de facto, o Sardinata. (…)

(…) La reunión de Tibú se hizo un domingo en el Club Barquito (…) en esa reunión, el
Paro adquirió definitivamente solidez y se tornó real. Junto a Jefferson y a Guillermo Jota
Quintero –ambos también dirigente de la ASCAMCAT– ese día se decidió la fecha y hora:
el 11 de junio de madrugada se tomaban la vía. Ya estaban listos los datos clave, y todo por
consenso: no hubo una sola disensión, recuerda Chabela.” (ASCAMCAT, 2014: 3)

La acción desatada por los campesinos, conocida como “el paro de 2013”, expresó la furia
justificada por la necesidad vital de levantarse contra el hambre, la pobreza y la ignominia,
contra un orden injusto y miserable que no dio alternativa. A la una de la madrugada del día
11 de junio, el campesinado que decidió votar palos y quemar llantas en medio de la
carretera, en “La Cuatro” a las afueras de Tibú, abrió una de las experiencias de resistencia
más dignas y conscientes de que tenga historia el país.
Referencias

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Quito: FLACSO - Ecuador - Tesis para obtener el título de maestría en ciencias sociales con
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