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EL TAMAÑO

IMPORTA
(Relatos)

MARIO BLACUTT MENDOZA


Los Derechos de Propiedad sobre este libro, en sus
versiones digital e impresa están debidamente reser-
vados y protegidos por Ley

Dedico esta obra a las mujeres y hombres


que pertenecen a la Cofradía
de la Gran Orden del Relato

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La Guerra de los Tamaños

Si Winston Churchill se hubiera fijado con mayor cui-


dado en el mapa del Reino Unido, la colección de frases
churchillanas se habría enriquecido con la siguiente
afirmación:
Escocia es un misterio dentro
de un manojo de precipicios

La geografía escocesa se nos muestra tan entreve-


rada, que construir un campo de fútbol, sin traspasar
alguna frontera, debe ser toda una realización de in-
geniería visionaria. Proyecta la impresión de que los
avisos sobre bienes raíces, al anunciar la venta de al-
gún terrenito, deben incluir en el precio el valor de los
desbarrancamientos geológicos que lo circundan. Ver
Escocia es ver una cadena de acantilados, donde las
olas empujan desde hace dos pares y medio de billones
de años y Escocia aguanta el embate con actitud de
ejemplar obstinación. Pero, a cada nuevo empujón
coordinado del mar, un nuevo acantilado parece surgir,
como una muralla china modular, trasladada a la me-
seta de los grandes despeñaderos; las montañas se

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amasan entre sí para acomodarse sin molestarse mu-
tuamente, lo que es un signo de gran capacidad civili-
zante. La voluntad de los escoceses es tan grande, que
cuando la ubicamos en el globo terráqueo nos inunda la
seguridad de que han tomado una tarea de prioridad
cósmica:

Remolcar por los mares a la Inglaterra completa,


hasta depositarla, dentro de alguno que otro milenio,
en el polo geográfico norte del planeta...

Había en Escocia dos municipios unidos por un mismo


precipicio; ambos pertenecían a la misma región, pero
estaban separados por milenios de percepciones dife-
rentes sobre el mundo: Scottish era la que apuntaba al
norte y Scottich, la que indicaba el sur; los habitantes
de Scottish, descendientes directos de los terribles
Vikingos, creían sagradamente en la iluminación del día
invernal. Los de Scottich, herederos consanguíneos de
Braveheart, añoraban la tibieza del Mar del Norte y
las travesías por los campos de roca firme. La rivalidad
de ambas regiones se retro proyectaba hasta el naci-
miento mismo de los dos primeros clanes que poblaron
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las dos dimensiones. Nadie tenía pisada en terreno
enemigo, por lo menos, si es que deseaba continuar en
el mundo de los que honran a los muertos. El precipicio
era el centinela milenario que se encargaba de que la
disposición natural se cumpliera sin excepciones posi-
bles… era tal el celo que se guardaba acerca de la dis-
tancia que debería existir entre ambos, distancia geo-
gráfica, histórica, social, cultural y psicológica, que
Shakespeare, a pesar de su tenacidad, jamás habría
encontrado posibilidad de unir un McRomeoish con una
eventual McJulietaich. Como es de suponer, cada Clan
tenía sus distintivos singularizadores; la vestimenta de
cada clan se acomodaba a la moda escocesa, claro, pero
el tejido y los motivos diferían con gran exaltación ex-
hibidora, en ambos lados. En la solapa de las capas y en
el plisado de las faldas, los de allí mostraban la figura
de uno de los de aquí solicitando asilo protector. En las
medias y en la boina de los de aquí, se exhibía la figura
de uno de los de allí suplicando el ser aceptado en la
“verdadera tradición de Escocia”. A cada torneo de
lanzar troncos (traídos de otras regiones para la oca-
sión) cada uno trataba de lanzarlo al otro lado, a ver si
en una de ésas desnucaba a algún falsificado…

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Pero los siglos pasaron, amontonándose junto a las
montañas escocesas y el progreso tocó, con grandes
vibraciones, a la tierra de los acantilados. Por razones
que el sentido del humor de la naturaleza podría expli-
car, los de Scottish tenían agua, la que faltaba por
completo en la región de Scottich. Mientras que en la
región de Scottich se halló un pozo de petróleo con el
que alimentaban una planta de energía que les permitía
gozar de luz artificial. De este modo, durante las horas
del día, (que nunca fueron muy largas) los de aquí go-
zaban de baños y de riegos pantagruélicos, mientras
los de allí racionaban el agua que importaban en cister-
nas, desde el otro lado de la frontera municipal. Pero
durante la noche los de allí iluminaban sus casas con
luces que fulguraban en bombillas de colores, para go-
zar de la aflicción de los de aquí, reflejada en las hu-
millantes llamitas titilantes de las velas… así se pasa-
ban los años y los lustros, permitiendo la maduración
de las décadas… pero, tal vez por alguno de esos mis-
terios de la historia, el Parlamento Inglés intervino en
esta vida signada por la dialéctica de los eternos con-
trarios. La Cámara de los Comunes sentenció que un
pueblo dividido no podía prosperar ni existir y que era
de importancia nacional terminar con este asunto

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La Cámara de los Lores desempolvó las pelucas, lustró
los blasones, exhibió los títulos y con rapé traído del
contrabando francés, sentenció que los comunes tenían
razón: era necesario hacer algo. El Primer Ministro en-
contró la solución: se construiría un acueducto desde
los de aquí hasta los de allá, cruzando desafiantemente
el precipicio que los unía. Como contraparte, levantaría
postes de energía eléctrica en la región de los de aquí,
para que la luz de los focos reemplazara el resplandor
de las velas. Así sería cómo se lograría que los unos
tuvieran luz y agua y los otros, agua y luz, pero la idea
nunca llegó a ninguno de los precipicios divididos.

Las cosas discurrían con la inercia que sólo los acanti-


lados pueden ofrecer; vacíos tras de vacíos verticales,
que sustituían a las lontananzas tras lontananzas de los
espacios horizontales. Una estepa rusa era la contra-
parte geométrica de un plano acantilado perfecta-
mente perpendicular a la horizontalidad del plano co-
saco. Pero el polo magnético del Planeta estaba por
cambiar de ángulo, con grandes cataclismos emociona-
les para las dos regiones y para el mundo. El gobierno
decidió hacer una especie de censo morfológico de las
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características físicas, mentales y espirituales de
hombres y mujeres de la Bretaña, con tal propósito, las
computadoras registrarían las medidas de todos los
habitantes que se consideraran estratégicas para los
fines previstos

–es imperativo conocer exactamente cuáles son las


características somáticas, mentales y espirituales que
permiten las grandes reservas psicológicas que distin-
guen a los que se cobijaban en el Common Wealth, ase-
veró, con aire de Barítono Bajo, el Director de Censos
y Muestreos del Poder Ejecutivo
–mostrar al mundo por qué somos lo que somos y no
lo que no somos, complementó el Ministro de la Educa-
ción y la Tradición Nacionales

Se midió todo: cabezas, troncos y extremidades; cuen-


cas de los ojos, esternones y omóplatos; bíceps, trí-
ceps, cuatríceps, pelvis, cuellos, narices… forma y ta-
maño de las cabezas, de los brazos de las piernas, de
los senos, de los ombligos; volumen de los pulmones, an-
cho de la tripa gorda... todo. El Informe fue dado a
conocer en una impresión de papel couché y a todo co-
lor, los mismos que fueron repartidos a todas las re-
giones… Los de aquí los leyeron… los de allí, también
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...y se produjo el terremoto social

Los hombres de la Escocia Dividida: simplemente no po-


dían creerlo, no querían creerlo, no concebían que se-
mejante cosa pudiera creerse… nada había tan deni-
grante como la vil mentira de los censores, adoctrina-
dos en un mundo de oscuros complejos, que les impelía
a tomar acciones de desprestigio en contra de los he-
rederos de las genuinas cepas de la raza

–esto es algo que no vamos a aceptar ni a soportar ni


a permitir ni a convalidar ni a aceptar, ni a soportar, ni
a permitir ni a convalidar ni...
–la conspiración debe ser frenada; ahora, cuando aún
podemos hacerlo; no después, cuando ya sea tarde; no
después cuando la mancilla al honor ya sea una afrenta
no rectificable
–es preciso hacer algo....

¿Cuál era la causa de semejantes arrebatos y manifes-


taciones de ira no contenida; de ira más bien autoge-
nerada, reciclable y auto expandible?

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Pues que uno de los resultados del censo medidor había
determinado que el promedio del tamaño del pene de
los varones de ambas regiones, eran iguales entre sí,
pero menor que el promedio nacional… como se com-
prenderá, esto era algo que nadie en el mundo de la
razón, de la dignidad, del honor, de la tradición, de....
podía aguantar

Pero sólo se trata de una décima de pulgada, aducían


los más timoratos, dispuestos a evitar la inminente se-
cesión y sus innegables consecuencias para la tradición
del Clan

–una décima de pulgada no es nada en la medición del


tamaño del planeta; es todo un universo cuando se
trata de establecer la magnitud de un electrón, pero
es el conjunto de todos los cosmos y aún más, cuando
se pretende falsear la realidad de las medidas vitales
–una décima de pulgada más pequeño (perdón, menos
grande) es la diferencia entre la vida con predicamento
de valía, o la muerte en vida con desdoro agravado

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Como sucede en todas las guerras, ésta demandó tam-
bién una estrategia de alianzas defensivas, conspirati-
vas, hermanadoras, vengadoras. Los de allí y los de aquí
se comunicaron directamente por vez primera en dos
mil años y decidieron presentar fuerzas conjuntas para
enfrentar al desmedro. La primera medida fue la cons-
trucción de un puente, para que la pesadez del trans-
porte no obstaculizara la fluidez del diálogo directo.
Enemigos de acudir al Estado, los respectivos munici-
pios presupuestaron los urgentes gastos que demanda-
ría la construcción del primer puente que uniría, junto
con el precipicio original, los esfuerzos y las simpatías
mutuas de ambas regiones… al final, el presupuesto de
cada municipio tuvo que ser duplicado, puesto que apa-
reció un nuevo problema que debía ser resuelto: cada
región quería empezar el puente

–queremos empezarlo desde nuestro lado y al modo


que la cultura y las grandes tradiciones sobre cons-
trucción de puentes, que hemos heredado de nuestros
ínclitos antepasados

Así, los de allí empezaron su puente desde allí


Los de aquí lo hicieron desde aquí

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Como el encuentro en el medio no era ni remotamente
posible, dos y no una, fueron las pasarelas unificadoras
que establecieron los túneles cósmicos que unirían las
dimensiones paralelas.

La primera estrategia surgió de menudas reuniones


conspiratorias: preguntarían a cada mujer, de ambas
regiones, su opinión sobre el asunto. Las mujeres se
portaron a la altura de sus antecedentes: las solteras
dijeron que como solteras, “no tenían ninguna expe-
riencia ni conocimiento sobre el asunto en particular”

−por lo tanto, no podemos opinar sobre un tema de


tan trascendente significado en la historia patria y
para la convivencia grupal

Las casadas contestaron que tenían un solo marido

–por lo que no tenemos ningún otro indicador que nos


permita un punto de referencia para hacer compara-
ciones tan delicadas, tan importantes y tan urgentes…
asumir algo diferente no es sino exhibir una afrenta
honda y áspera al honor de casadas y de solteras por
igual

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Los furibundos no se percataron de la socarronería fe-
menil y continuaron con la formulación de estrategias
que venían a reemplazar otras de igual calibre. Mien-
tras tanto, los medios de comunicación social habían
transmitido por escrito, y por hablado, los pormenores
de los aprontes varoniles de las regiones de Scottish y
Scottich. La opinión pública se dividió

Hubo quienes se pusieron al lado de las reivindicacio-


nes, en gestos de prudencia antelada por lo que pudiera
suceder; y hubo los que favorecieron las estadísticas
oficiales. El Parlamento y la Corte Supremísima Impar-
tidora de Justicia postergaron el asunto hasta que las
condiciones fueran, en verdad, exigentes o el asunto
hubiera perdido por lo menos algo del calor que ahora
irradiaba... comprendían que estar por debajo del pro-
medio en cualquier cosa era un estigma muy duro de
sobrellevar, especialmente si se tomaba en considera-
ción las pruebas de competencia leal que siempre ha-
bían caracterizado a las relaciones de la población na-
cional en cualquiera de sus manifestaciones.

Por otra parte, había en El Tribunal Supremo un miem-


bro nacido en una de las dos regiones, por lo que la cosa
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no podía quedar así por mucho tiempo. El asunto era
aún peor para los residentes de cualquiera de las re-
giones, cuando debían visitar otro municipio, otra ciu-
dad y, lo peor, la capital… dondequiera que fueran, al-
gunos follones, sin educación ni respeto para nada ni
para nadie, les gritaban, en coro, en solo, acompañados
o a capela y con eco digitado y perverso la palabra ma-
culada: abajeeeeeeñooooooooos

El cuerpo diplomático murmuraba en las recepciones y


los organismos internacionales medían el posible cam-
bio alcista en la tasa de inflación. Las novias empezaron
a pedir garantías a los prometidos. Las trabajadoras
de la noche, a cobrar una prima extraordinaria para
hacer saber, como al descuido, que tal o cual caballero
de la región inmolada, estaban muy encima del prome-
dio… el desempleo y la renacionalización del carbón pa-
saron a segundo grado; los anglicanos afirmaban que
esa degeneración se debía a la intromisión católica y
papista en las cristalinas costumbres de la nación… el
burbujeo del murmullo y del comentario antojadizo se
hacía cada vez menos tenue, menos sutil

Se hacía cada vez más audaz, más agresivo

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Canciones de vituperio fueron compuestas; poemas de
desagravio se leyeron en las jornadas literarias; estu-
dios sicológicos fueron realizados y los antropólogos
arengaron, en manifestaciones de muchedumbres va-
roniles, sobre la necesidad de unificar la raza agran-
dada “en todo sentido”. Finalmente, los masculinos de
ambas regiones llegaron a un acuerdo, justo, adecuado,
unificador, definitivo y totalmente reivindicador: rea-
lizarían una exhibición pública, para demostrar lo mal
encaminados que los maleantes de la Dirección de Cen-
sos andaban, en su afán de desprestigio. Convocarían a
la prensa nacional e internacional, a varios observado-
res neutrales de las NNUU y a delegados y veedores
especiales de países amigos… medirían al “vivo y di-
recto” todo lo que habría que medir y sacarían un pro-
medio verdadero, no camuflado por la discriminación
censorial. El gran acontecimiento vindicador se llevaría
a cabo el día sábado venidero; la Cámara de los Lores
volvió a desempolvar las pelucas, las togas, los códigos,
las condecoraciones, los emblemas... y volvieron a relu-
cir las cajitas de rapé deportado de Francia.

La Corte Supremísima Impartidora de Justicia hizo lo


propio. La Scotland Yard alistó las lupas, los reactivos
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y los microscopios; los nostálgicos de los Beattles hi-
cieron manifestaciones de sano apego a la idea de una
exhibición honesta y liberadora: en cadenas humanas
cantaban “Imagine” …

Por lo general, la Corona no se mete con asuntos mun-


danos, dado que está muy ocupada con las agendas de
recepciones y cócteles, por una parte, y tratando de
encubrir alguno que otro escándalo familiar, por la
otra. Pero esta vez la representación de la Corona com-
prendió que tenía que intervenir; de lo contrario, el
país de la niebla sería la región de las tinieblas defini-
tivas. Llamó al Director de Censos y le dijo que, si no
entraba en la cordura, tal vez el cadalso reeditado po-
dría ser de gran ayuda voluntariosa. El Director revisó,
recalculó las máximas, las mínimas, el rango, la va-
rianza, la desviación estándar, los coeficientes de re-
gresión, de determinación, de correlación… al final
descubrió que los cálculos habían fallado por una dé-
cima de pulgada: tanto los de Scottish como los de
Scottich tenían exactamente el tamaño del promedio
nacional… ni un micrón demás ni menos

¡El Promedio Nacional! Gritaron, jubilosos los de ambas


regiones
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¿Sabéis lo que eso significa?
–¿..?

Pues significa nada menos que somos los representan-


tes más exactos, más perfectos, más genuinos de la
raza Celta. Somos el ejemplo verdadero de su mentali-
dad y de su idiosincrasia; somos el equilibrio de la per-
fección en equilibrio… siempre estaremos juntos, ja-
más volveremos a separarnos… la Patria encuentra en
nosotros el término justiciero y dignificador, nunca nos
separaremos…
***

Los acantilados miran el vacío tras del vacío


Los precipicios giran en una orgía de vértigos

Las aguas del mar se estrellan contra las rocas


En un milenio habrán logrado un milímetro

Escocia es un acantilado encerrado en un precipicio…


Un comentarista del periódico principal escribió:

Nada une tanto a los grupos humanos


como el tener objetivos comunes
y luchar juntos para lograrlos
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Las élites

Desde las épocas sin pasado de la horda, hasta los


clubs sin futuro de Londres, el ser humano ha sentido
la necesidad de asociarse en grupos que lo distinguie-
ran de los demás. La asociación de personas, no en el
sentido aristotélico–marxiano, de que el hombre sólo
puede vivir en sociedad, ha desvelado a más de un filó-
sofo, inspirado a más de un escritor y despreocupado
al común de los mortales

Pero en este manifiesto de lo trascendente me obligo


a resumir en una línea la pregunta que no por carecer
de respuesta, carecería también de significado: ¿por
qué la gente de élite se reúne en grupos?

Como todas aquellas preguntas que no tienen res-


puesta, ésta también tiene un sinnúmero de ellas… de-
seo adjuntar la mía

Los elitistas se unen en conjuntos para tratar de sepa-


rarse de la sociedad humana como tal; la contradicción
aparece aquí con doble faceta

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En primer término: el hecho de unirse en hatos preten-
didamente diferenciables del resto, no puede negar la
imposibilidad de vivir independientemente del resto.
En segundo lugar: ningún miembro de la manada distin-
tiva podrá vivir feliz, si los demás ignoran que tal ma-
nada existe; las asociaciones más recónditas no ten-
drían razón de ser, si el mundo no supiera de su exis-
tencia… y esto, compañeros, parece tener sentido; por-
que, díganme: ¿a qué miembro de la élite le interesaría
pertenecer a una vacada determinada de cuya presen-
cia en este mundo no se tendría noticia?

Por supuesto, hay una diferencia de grado entre un clan


secreto destinado a rendir pleitesía a Satanás y ejer-
cer el ritual rojo de una misa negra, de aquella agrupa-
ción de esposas de pincha-ratas; esta asociación dedi-
cada a esperar el miércoles de cada semana para re-
unirse y comparar sus respectivas agendas de chisme-
río… la diferencia específica (con permiso de los mar-
xianos) se nota a la legua: la relación de constancia en-
tre ambos fenómenos (con permiso de los marxianos)
es la que sostengo: ambos grupos quieren apartarse del
mundo, sin querer apartarse de él...

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La adolescencia es una época que revive remotos ins-
tintos hórdicos y rituales lejanos; el misterio sin fuego
de la caverna, que sirve de sala de reuniones a los que
luego se lo robarán a Prometeo… la atmósfera húmeda
de las catacumbas que albergan a los adoradores de la
Cruz; las reuniones sin espacio que rejunta a los inicia-
dos en los secretos pitagóricos… la gentil sombra que
esparce por los jardines de la Academia la luz verda-
dera de la idea inmutable… el espacio cósmico, donde
se anuncia el relevamiento de uno de los nueve genios
del universo… las flamígeras espadas que se inclinan
ante el compás y la escuadra… los súbditos del ángel de
los abismos… los profetas del anticristo… los muñequi-
tos ensartados con espinas hechas de luna llena… la
mesa conspiradora que recibe a los conspiradores… el
beso de la muerte sellado por la Mano Negra y el sa-
crificio de la virgen que será poseída por el rey de las
tinieblas

Todo y mucho más, como un imperativo instintivo de lo


que fue, se concentra en los sesos laberínticos de los
muchachones y los obliga a formar sus propias socie-
dades; las fraternidades y clubs de adolescentes en la
capital de facto de la Nación eran en aquel entonces

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una especie de asilos inquisitorios que otorgaban «sta-
tus» a sus asociados; se regían por preceptos draco-
nianos y la expulsión, destierro tribal en la época de los
nearthentales y el ostracismo en Atenas, significaba la
muerte social del inculpado, la condena a “ser como los
demás”, con las horrendas consecuencias que ello apa-
rejaba… cada club tenía su propio estilo y un lugar de-
terminado en la escala social; los había desde los san-
gre roja bermellón del parque Riosinho y sus alrededo-
res, hasta los de pura sangre de Sopocachi

Para ingresar en uno de los altamente ponderados clu-


bes de Sopocachi era imprescindible someterse a un
examen sanguíneo, no para establecer si el posible ini-
ciado padecía de alguna hemopatía, sino para compro-
bar su pureza de herencia; por otra parte, era impe-
rioso presentar los certificados pertinentes que ava-
laran su pedigree ¡Cuántos condes aparecieron! ¡Cuán-
tos marqueses mostraron su linaje! ¡Cuántas princesas
habían existido en este país de indios! … varias amista-
des, socios también, e hijos de pingorotudos banqueros
debían testimoniar que el nuevo entrante veía en el
mestizo y en el indio males innecesarios y hechos para
ser borrados del mapa…

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Una vez que el solicitante pasaba las pruebas de he-
rencia, pureza y morbosidad racial tenía que sortear al
menos dos más: prenderse a trompadas con el más ma-
cho del hato y tomarse media botella de singani de una
sola mirada al cielo… el ritual hemoglobínico se cumplía
en un acto social en el que participaban los muchacho-
nes y las muchachonas; los otros dos se desarrollaban
en uno de los espacios verdes del Montículo y sólo te-
nían acceso a él los miembros machos del clan en cues-
tión… Pata de conejo ha escuchado la voz de Manitú

Los bravos de la tribu deben ver y saber si el nuevo


bravo puede medirse con el gran Águila Feliz y si es
digno de recibir el agua de fuego que quema el pecho y
que engrandece el espíritu… Halcón Audaz lanza el
grito de guerra y desde las profundidades de los años,
el eco del planeta reverbera en el gran cañón; Águila
Feliz muestra el músculo y el sol los pone a prueba, re-
flejando en él, la imagen misma del fuego… silba la
lanza que busca el corazón de Halcón Audaz y su silbido
se prolonga, perdiéndose más allá de las montañas… el
tomahawk parte ávido de roja humedad, pero Águila
Feliz ya no está donde estaba medio segundo antes y
el hacha de guerra entierra su frustración en una
grieta de la dura estepa
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Surgen entonces los puñales; la tradición llega desde
más de cien mil años y los cuerpos se acercan… puñales
que trazan en el aire las ecuaciones de la vida y de la
muerte; pedazos fosilizados de tiempo que dibujan las
extrañas parábolas que encierran el secreto del prin-
cipio y del fin… el sol ha sido llamado por los dioses del
Oriente y la sombra de los cactus anuncia que la luz de
plata suplirá a la del oro para que el combate continúe…

Los cuchillos yacen fatigados y los puños entonan su


ritmo sin melodía; monótonos y certeros, como los tam-
bores que transmiten el mensaje sagrado… la arena del
desierto ha dado un vuelco completo y cuando el sol
regresa de su circunvalación al mundo, los cerros, más
allá de la altipampa, parpadean sus cicatrices… la tierra
tiembla; los cactus erizan sus espinas y la espuma del
río quiere trepar el gran cañón:

Halcón Audaz ha caído y la figura de Águila Feliz, gol-


peada ahora por el viento, es la reencarnación misma
del esfuerzo hecho triunfo.... pero la voz de Manitú se
escucha otra vez:
“El joven bravo ha peleado con honor y valentía; es
digno de ingresar al círculo de los elegidos y defen-
der nuestra guerra contra los siglos. Dadle la mágica
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poción; que sus entrañas conozcan el secreto del
fuego para que su corazón sea siempre fuerte y su
brazo siempre certero”

El Montículo se enardece; siente que una vez más ha


sido escenario del eterno ceremonial humano: desde
las cavernas del primer Neandertal hasta los Neander-
tales de Wall Street
***

El hombre se ha separado en grupos para poner como


condición de existencia propia, la subordinación o la
desaparición de la existencia ajena

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La serenata

… volvió a su casa después de hacer las compras de ri-


gor, acompañada de uno de sus pequeños hijos, llamó
por teléfono a su mejor amiga para pedirle que viniera…
cuando llegó, la encontró llorando muy quedamente; la
amiga tomó asiento en espera de escuchar lo que ven-
dría… hasta que, con palabras plenas de emoción, em-
pezó a vivir el siguiente relato:

Frente a la universidad había un conservatorio del que,


a la misma hora, solían cruzarse dos jóvenes: una chica,
que salía de la U y un muchacho que terminaba su clase
de violín; fue entonces inevitable el cruce de miradas
cotidianas; una noche, ella despertó por el sonido de un
violín que venía desde el jardín de su casa; se acercó a
la ventana y reconoció al joven del conservatorio, el
que ahora tocaba para ella “Serenata” de Schubert… la
interpretación era tan magistral que no pudo abs-
traerse de una dulce fascinación que le producía escu-
charla… terminada la pieza, el joven se marchó… nunca
más volvió a verlo, ni siquiera a la hora de todos los
días… hoy fui de compras con mi hijo menor y escuché

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el mismo violín después de tantos años; no podía equi-
vocarme, no era posible que sea olvidada después de la
manera cómo fue interpretada esa noche … la música
venía de la esquina, a media cuadra del lugar donde yo
me encontraba… con la natural curiosidad que sentí,
me acerqué cautelosamente hasta que lo vi: un hombre
mal vestido, con la barba crecida y que despedía un te-
rrible olor a alcohol, no pude contener las lágrimas…
apreté la mano de mi hijo, le dije que debíamos apurar-
nos y ambos nos alejamos de la esquina, mientras que
poco a poco, la “Serenata” se perdía entre el ruido de
la calle… a veces pienso que si yo hubiera dado el pri-
mer paso, otro habría sido el destino de ambos… sabes
que soy feliz con mi marido, a quién amo de verdad,
pero los recuerdos de aquella noche y el encuentro uni-
lateral de hoy, fueron tan vívidos que me produjeron
un verdadero colapso emocional…

La amiga se le acercó para abrazarla y le dijo que ese


pasado debía quedar, no en la noche de la serenata, sino
en el cruce diario en el que él salía del conservatorio y
ella, de la universidad, como una experiencia juvenil

26
El lenguaje de las hojas

La palabra reverberaba como los colores encandilados


por el prisma que les da vida. Todo en él era para el
embeleso y para el aturdimiento feliz de los sentidos.
Su presencia era como el infinito: no parecía exigir el
lugar de nadie para objetivarse, ni hacer que las alas
de una mariposa tuvieran motivo para el sobresalto.
Habló con ecos de palabras en vez de hacerlo con pa-
labras; como si las palabras originales hubieran sido
pronunciadas hacía muchas centurias de milenios, los
que descansan unos sobre los otros

-…así es cómo las hojas de los árboles, en cada una de


sus ramas son las mensajeras de la naturaleza… pero
las huellas dejadas por los que han dejado huella a lo
largo de los senderos de la luz invisible nos instruyen
que los místicos están hechos de otra sustancia; de una
sustancia que se sustenta sólo en el objetivo único de
ser salvado por alguien; salvado del mundo y salvado de
sus propias sombras; ajenos a lo que es el fluir de la
vida, mueren por que no mueren y al morir se van vacíos
porque no dejan nada, ni siquiera el aliento para que una
hoja de otoño planee por un cuarto de segundo…

27
De pronto, irrumpe la presencia de un hombre también
barbado

–disculpadme que irrumpa con tanto agravio para la


cortesía, pero vine de muy lejos: tan lejos en verdad,
que la luz misma, cada vez que viene desde allí, mira
para atrás
-por favor, no nos intimides con tus disculpas; se nos
hacen muy pesadas; más bien tómanos como confiden-
tes ansiosos de escuchar tu palabra, una vez que tomes
asiento con nosotros; compartiremos el momento y po-
daremos la distancia con el vino que ya abre puertas
que no chirrean y postigos que ceden a la fuerza de un
respiro
gracias… el vino de genuina cepa no tiene ni el gusto
ni el olor a uva; el buen vino sólo sabe a vino; así son sus
palabras, Gran Maestro… no resuenan para decir algo
diferente de lo que dicen… estuve escuchando el relato
acerca del mensaje de las hojas en los árboles, algo que
todos podremos entender cuando sepamos que la dis-
tancia, siendo curva, es recta y el radio es también el
diámetro

28
debo confesar (intervino uno de los que estaban en
el ruedo) que, entendiendo las palabras, no consigo la
misma suerte con el significado
si entendiésemos todo lo que la palabra dice, no es-
taríamos aquí ni habría motivo de tiempo y espacio…
pero déjeme que continúe con mi atrevida intrusión…
no pude resistir la necesidad de contar lo que debo
contarles, pues viene de la misma sustancia con que fue
modulado el relato del mensaje de las hojas de los ár-
boles
–por favor, hazlo; así, lo que fue imposible primero, lo
que se convirtió en improbable después, pueda ser
ahora cierto en la memoria de todos
–crucé a pie varios países; lo hice con la angustia y la
desesperación con que un hombre va en busca de la es-
posa
-¿…?
–perdida después de un ataque de terroristas a mi
choza … habían golpeado la puerta, lo hicieron con de-
rroche de fuerza y soberbia… cuando la abrí sentí, en
el mismo instante, la muerte atravesándome sin dila-
ción ni duda… caí con la certeza de que nunca más po-
dría levantarme… pero, después de un pedazo de
tiempo, la conciencia vino a mí, porque los bárbaros me
habían dejado, convencidos de que sólo serviría como
29
presa de algún banquete subterráneo… agradecía a mi
conciencia venida en mi rescate con la urgente tarea
de mostrarme que tenía una bala incrustada en el pe-
cho, también supe que estaba en un lodazal, cubierto
por cadáveres y moribundos que aún se quejaban, pi-
diendo agua, pronunciando nombres de mujeres lejanas
y de niños abandonados… me puse de pie y empecé a
caminar en una noche que era como el negro de la caja
china más pequeña; no tuve otro guía que mi ansia de
saber dónde estaban mi esposa y mis hijos; mi ansia no
la quería muerta… caminé sólo hacia donde el viento me
llevara; la bala en mi pecho parecía querer recordarme
que mi obligación era no olvidarla… caminé en una di-
mensión donde no había punto de referencia, puesto
que la oscuridad hacía de la noche el agujero negro de
la galaxia; pero caminé, siguiendo el compás del viento;
él me llevaba en la oscuridad susurrante… usé las pal-
pitaciones de mi pecho para calcular los segundos que
pasaron a ser minutos y luego horas y luego alba… en-
tonces vi que estaba cerca de en un bosque cuyos ár-
boles parecían balancearse unos en pos de los otros,
para luego curvarse al lado opuesto, en la misma acti-
tud con que diferentes grupos de personas forman
grandes hileras y el primer grupo transmite un mensaje
al siguiente, cuyos miembros se acercan a escucharlo,
30
para, luego de recibido, transmitirlo a los del grupo in-
mediato que ahora se acerca a ellos con la misma inten-
ción… me puse a observar el ritmo repetido con insis-
tencia y pude ver que las hojas de cada árbol vibraban
cuando se juntaban con las del siguiente, por medio de
la flexión que hacían las ramas; después me di cuenta
de que vibraban por el viento; que transmitido el men-
saje, dejaban de vibrar para que vibraran las que lo ha-
bían recibido, y así, por todo el largo bosque… no dudé
ni un segundo: seguí el rastro de las ramas al curvarse
y de la vibración de las hojas; caminé durante diez días,
noche y día; día y noche; sin descanso, sin alimento, sin
agua, sólo imantado por el roce de las ramas y el con-
cierto de las hojas y la presencia atroz de la bala en mi
pecho… ¿cómo pude hacerlo? No sé; quizá nunca lo
sepa; quizá algún día las hojas del viento y de las ramas
me lo digan… llegué a una cabaña donde tres terroris-
tas matando el tiempo… esperé la noche y cuando todos
estaban dentro de la cabaña, me acerqué a la ventana:
allí estaba mi esposa, sirviendo la cena; llevaba cadenas
en los tobillos y mis dos hijos estaban tirados en un
rincón… dejé el sobresalto para después; dejé el grito
para después; dejé el arrebato para después… ahora no
podía pensar en algo que no fuera el modo de liberar-

31
los… imité el aullido de un lobo cercano… uno de los te-
rroristas quiso tener sus colmillos para parearlos, se-
guramente, con los suyos; salió rastreando la senda con
su ametralladora… una rama, fuerte y leal vibraba en
mis manos… el golpe en la nuca fue certero; ese hombre
nunca más se levantaría ni en la noche ni en la ma-
ñana…tomé la ametralladora, irrumpí en la choza y dis-
paré sobre los dos que cenaban en la mesa; murieron;
tal vez la sorpresa fuera más fuerte que las balas, pero
murieron… ahora estamos de vuelta a nuestro hogar…
tal vez quieran conocer a mi esposa y a mis dos hijos:
aquí están, sus sonrisas alumbran mi vida…

–vuestro relato asombra; lo hace por el concierto de


las hojas y por el modo cómo lo habéis percibido con-
tado; lo hicisteis tal como debe contarse lo trascen-
dente: sin rodeos; con una síntesis que abarca tres
constelaciones de detalles
–gracias; ahora debemos irnos; me permití interrum-
pir el coloquio porque, al escuchar el relato de las hojas
susurrantes que el Gran Maestro les hacía, me impuse
el deber de decirles que era cierto, que las hojas de
los árboles son mensajeras del cariño; pero que trans-
miten los pálpitos, no las palabras… miren los árboles,
se curvan en sus ramas y las hojas están vibrando; no
32
duden en saber que ahora están transmitiendo un men-
saje de pálpito a pálpito; salvando una vida de la propia
muerte. Adiós, debemos irnos: las hojas vibran, el pál-
pito clama; las hojas vibran, el pálpito llama…

No os asombréis de algo que, en principio asombraría


al asombro mismo; pero lo que el hombre nos dijo fue
que aprendió el lenguaje de la Naturaleza; mujer como
es, se muestra esquiva para el razonamiento y diáfana
para la entrega espontánea

El ojo vengador

Cuando se llega a una ciudad de los EEUU, cualquiera


que sea, lo primero que se recibe es el impacto de una
simetría atávica. Por un estricto orden conceptual,
aparecerá el rodeo de automóviles de exposición… en
un gran cuadrado de cemento y mosaico, banderines,
rostros sonrientes, saludos pre grabados y minifaldas
tentadoras, mientras que los automóviles son pedazos
de colores prismáticos desprendidos de alguna escara-
pela astral y llegados allí para recibir la veneración que
33
se debe a los soberanos de marca mayor; justo al
frente, está la sucursal del banco: piso de alfombra,
policías aspirantes a Rambo y bóvedas de secretos pi-
ramidales… al lado, el Templo, con sus espacios en los
que revolotean las almas, vibra la polifonía coral y el
pastor de ovejas de mucha lana… por último, en cuarto
vértice sicológico está la taberna; allí, el estadouni-
dense evoca marines, flamea banderas de franjas y es-
trellas, susurra un himno de poder, pero toma solo y
llora solo… entre estas cuatro esquinas históricas se
desenvuelve un movimiento también simétrico. El fla-
mante ciudadano entra al rodeo de autos; averigua pre-
cios y facilidades… el de los saludos pregrabados le
aconseja que vaya al banco del frente el que le ofre-
cerá un ventajoso plan de créditos… cruza la calle, para
llegar y flotar en las alfombras del silencio. El ban-
quero pregunta al Pastor si el candidato acude a las
misas… éste prende su computadora, busca su banco de
datos e informa que el solicitante está en el promedio
de asistencias… el banquero concede el crédito, el ciu-
dadano paga por el coche y se zambulle en la taberna
para festejar su aceptación de la gran sociedad de
consumo… invita puros, recibe palmadas y en las prime-
ras expresiones de su euforia participa en el juego ca-

34
racterístico de toda taberna estadounidense: los dar-
dos. En realidad, es en uno de estos ritos donde co-
mienza esta curiosa historia.

Los inmensos vasos patinan de un extremo a otro del


mostrador; el barman escucha las confidencias conyu-
gales de su borracho de turno; las camareras llevan ja-
rras cerveceras a las mesas, tratando, al mismo
tiempo, de apartar una que otra mano que pretende ex-
traviarse bajo su falda; algún cowboy recuerda nostál-
gicamente a John Wayne… otro ha mostrado ya su llo-
riqueo solitario, pero un grupo de irreverentes discute
en voz alta el puntaje obtenido, luego del último dardo
lanzado. El blanco está tachonado en la pared, los dar-
dos se clavan y son desclavados de este arco iris en
espiral en un vaivén de ritmo, comentario y discusión.
Nadie podría decir, exactamente, que pasó, lo único
que podía asegurarse era que la trayectoria de un
dardo Norte-Sur se encontró, sin programación previa
ni intencionada, con un ojo de trayectoria Sur-Norte.
Nadie podía establecer cuál de los dos estaba en con-
tramano, pero todos pudieron ver cómo, la pequeña fle-
cha pataleaba sus plumitas de colores, incrustado a su
35
vez, en un ojo izquierdo que nunca olvidará la última
imagen irrumpida en su retina: un cohete dirigiéndose
infinitesimalmente a su esclerótica seguida de una vio-
lación casi genital al vacío de su pupila; a todos sor-
prendió la parábola interrumpida; a todos asombró que
no continuara a través de la nuca; a todos pasmó la mi-
rada de una cuenca vacía cuando cobró vida en el otro
ojo… dicen que el patriarca miraba así a quienes creían
verlo muerto; dicen que el ojo de la muerte mira así a
quienes se le enfrentan…“Negligencia tabernera” jus-
tificó la justicia y luego de la sentencia, uno se quedó
con un solo ojo, otro se ganó un acto de contrición vi-
talicio y ambos se pasaron los diez años siguientes de
sus vidas pagando los 15 juicios ganados por otros tan-
tos honrados y traumatizados ciudadanos, quienes pre-
sentaron pruebas suficientes para convencer al juez
que la vida ya no sería vida después de que habían sido
vilmente obligados a presenciar tan bárbaro acto de
propaganda comercial para alguna empresa de merca-
dotecnia moderna

Los años pasaron, penígeros. El monopolio contrató los


servicios de aquellos mártires de la propaganda. El uno,
con su acto de contrición a cuestas; el otro, con su pen-

36
doneta estampillado en el ojo. Pero había una ceremo-
nia anual que cumplía con la puntualidad con que un ban-
quero cobra una hipoteca… cada año, cada efemérides
de la inmolación, el de la mala puntería recibía un par-
che negro en una caja de dardos…siempre que lo reci-
bía, le parecía un pedazo vivo de piel de una tarántula
con lepra… el del ojo impar jamás permitiría que el otro
olvidara su culpa; parecía regocijarse en el hecho de
recordárselo todos los años en la misma fecha… quería
que sintiera que nunca tendría la indulgencia del olvido,
aun habiendo compartido juicios perdidos…

La Paz, en Bolivia y Nueva York, en los EE. UU son dos


ciudades unidas por un mismo Imperio, del modo como
estaban Roma y Nubia en sus épocas. Pero el parchado,
encogido en la butaca del avión no pensaba en similitu-
des ni diferencias cuando terminó de trepar desde un
rascacielos de Manhattan hasta la terraza del aero-
puerto de “El Alto” en La Paz a 900 kilómetros por
hora. Tenía consolidada la estrategia de su negocio de
altas finanzas con el gobierno de turno. Después de al-
gunos días, haciendo una sobremesa acompañada en el

37
Radisson escuchó cosas extrañas sobre barrios margi-
nales superpuestos unos a otros… noches que se des-
floraban en otra noche… cantinas donde el alcohol de
caña era servido en jarros de aluminio encadenados a
las esquinas de las mesas… pisos de tierra donde una
huella desempolva a otra< escuchó historias de duelos
a cuchilladas y hachazos; mujeres que manejaban el
“llauri” agujas inmensas, con calidad de diplomadas…
Sin poder contenerse pidió ser llevado a cualquier lugar
donde los novatos “tenían 3 puñaladas de ventaja en
sus primeras intentonas de pendencia. Pidió conocer al
mejor (la idea era aún amorfa) … ¡al mejor de los me-
jores! (la idea empezaba a tomar forma) … exigió una
demostración (la idea se apoderó de una forma y de un
cuerpo) … en seis segundos seis gillettes se clavaron en
el mismo blanco; la hoja de afeitar se llamaba por aquel
entonces gillette, como cualquier marca de pasta den-
tífrica era “Kolinos”. La gillette (pronunciada con la “j”
francesa) servía a cualquier machote de Churubamba
para pelar una naranja o descuartizar a un buey antes
de que cayera al suelo… pero no vaya a creerse que se
está hablando de los gillettes afeminados que vienen
ahora en un estuchito negro, unita sobre otrita, para
ser colocadas en un mango plástico y acariciar barbas

38
sedosas y mariconeadas con aguas de colonia: algo así
habría sido un agravio.

La gillette a la cual las crónicas se refieren era una


pequeña lámina rectangular de acero con dos filos lon-
gitudinales, los cuales, al intersectar las aristas meno-
res formaban cuatro vértices (esquinas) de letal con-
textura… esa gillette podía afeitar tranquilamente a un
jabalí. El del parche vio cómo el experto la hacía fle-
xuosa entre el pulgar y el mayor para impulsarla con
este último y clavarla en el marco de una ventana en
menos tiempo que el necesario para que las pestañas
de arriba se juntaran con las de abajo. Vio la pequeña
hélice supersónica incrustarse de esquina donde el ojo
la mandaba. Surgía como un fotón negriazulado, ya
desde el costado derecho, ya por detrás de la cintura,
ya por debajo de la pierna izquierda, ya por delante, ya
por la espalda en sucesiones tan rápidas que seis gillet-
tes lanzadas una tras otra parecían seis rayos negros
que convergían en un mismo punto casi a un mismo
tiempo

–¿Podía hacer alguna otra demostración?


–Sí; podía

39
La plancha mortífera fue aprisionada entre los dientes
y la lengua empezó a presionar en contrafuerza; la
hoja, apenas un poco más densa que un pensamiento, se
curvó entre los dientes como una ballesta y se pro-
yectó hasta el medio de las otras seis, dejando su es-
tela negra en el aire espantado

–¿Le gustaría ganarse 20,000 dólares, cash, pasajes


y gastos a los EEUU? La pregunta vino conspiradora
–40,000

El del parche meditó sobre el hecho de que un país


fuera tan subdesarrollado teniendo en su territorio
gente de tan inmensas potencialidades. Fueron a EEUU

La taberna era la misma que fuera hacía veinte años.


Los llorones solitarios eran otros. Los vasos de cerveza
patinaban en el skating del mostrador. Rambo reempla-
zaba a Wayne. Las camareras, otras, claro, espantaban
manos extraviadas completamente en la desolada in-
mensidad de un bikini. Los mismos jugadores de hacía
20 años eran ahora espectadores del gran campeonato
estadounidense de lanzamiento de dardos. Los mejores
40
competidores habían sido convocados, luego que su es-
píritu deportivo se viera motivado con un cheque de
cuatro dígitos aparte de hotel, viáticos y comida.

–¿Podían ellos, los mejores, medirse con la perfec-


ción hecha puntería del Indio Gillet?... ¿podían ganarle
al gran lama de “Los Andes”, aquél que se entrenaba
afilando el pico de inmensos cóndores en pleno vuelo?
¿Podían?

Los dardos empezaron a trazar sus curvas, sucesiones


de tiempo sin espacio, y a cimbrear en el blanco. El in-
vitado de honor estaba sentado un poco a la derecha
de las trayectorias. Los mejores lanzaron. El mejor
quedó. Tres dardos se desprendieron de su mano para
aparecer en el blanco donde centripetaban un sistema
solar liliputense hecho de colores. Tres dardos. Tres
segundos. Tres blancos… ¿podía el Indio Gillette traído
desde la Puerta, detrás de la que se esconde el sol,
igualar la proeza?

La primera gillette gimió cósmicamente al igualar la ve-


locidad de la mirada y prenderse del milimétrico cen-
tro de gravedad del blanco; la segunda pareció surgir
41
de súbito, un cuarto de milímetro a su lado. Dos gillet-
tes, un segundo, dos blancos… el tercero era ya ten-
sado en dientes y labios… ¡Por fin el momento! ¡Por fin
veinte años bidimensionales serían vengados! ¡Él! ¡Él!
sentiría lo mismo cuando la tercera gillette “por error”
incrustara una de sus cuatros esquinas fatales en el ojo
izquierdo…lo partiría como una uva. Estaba visto que el
Indio Gillette no fallaría. No podía fallar. No podía fa-
llarle. Ya había recibido los cuarenta mil dólares y era
infalible…. pero esta vez sería infalible sólo para los
dos; para los demás habrá un lamentable error de tra-
yectoria no intencionado… de los dientes y la lengua
tensada, la gillette iría al ojo; no al blanco... nadie po-
dría culparle… especialmente después de la jurispru-
dencia sentada cuando su caso fue rechazado por el
juez… los errores son comunes en estas competencias…
boca-gillette-ojo, boca-gillette-ojo-venganza. El te-
traedro délfico ha partido… va a la velocidad de la luz;
boca-ojo… pero él la mira en cámara lenta… se dirige al
ojo izquierdo… boca-gillette-ojo… años de angustia
concentrados en una milésima de segundo con movi-
miento retardado… boca-Indio Gillet-ojo… la gillette
está a un centímetro… medio centímetro… ¡Cómo
apunta a la pupila una de sus esquinas terríficas… un
milímetro… la pupila ya sabe… ¡él ya sabe! Sabe quién
42
lo hizo y por qué… ¡Rayo láser a la vista!... el vértice se
incrusta en el blanco-negro… y entonces, ante el asom-
bro de todos, se escucha el sonido característico que
hace la esquina de una gillette cuando choca y… ¡rebota!
… en un… asombrado… ojo de vidrio…

La Ley del Divorcio


(El debate)

–Miente otra vez el canalla hecho diputado por con-


signa de la canalla! dijo el ofendido ante la ofensa del
ofensor
–¡Ha injuriado! ¡ha injuriado! clamó el acanallado
–¡Socavón! ¡socavón! ¡destierro del honor!
–¡Duro al mercachifle! ¡duro al esténtor! ¡coliflor!
¡coliflor!
–¡Jamones adinuerelados; saltamontes viscacheros;
ófricos acartonados!

Las voces venían para irse y volver, ¿Qué pasaba? ¿Qué


sucedía?... pues sucedía tremendo arrebato; uno de los
anticristos había propuesto que ningún convento debe-
ría construirse sin el permiso del Estado, algo que en
la década de los 30 era impensable para la sociedad
conservadora
43
–los curas son buitres porque siempre están donde
está la muerte y la podredumbre, dijo uno de los anti-
cristos
–los conventos son cuevas de escorpiones donde afi-
lan sus tenazas los vendeméritos, lo apoyó otro
–el opio del pobre es el banquete del rico, remachó
un tercero

Los conservadores no se dejaron esperar

–¡El diablo está aquí, aquí mismo, en medio de todos


nosotros
–Lucifer salió del infierno, es preciso exorcizarnos
–el Anticristo ha ingresado a este ínclito recinto
–se ha burlado de lo Sagrado, de lo Sagrado, de lo
Sssaaa... no pudo terminar. La conmoción le clausuró
una arteria… lo sacaron cubriéndolo de sábana santa y
cantando avemarías en procesión espontánea
–un buitre menos, dijo un liberal
–un Templario más que da su vida por la Fe, le con-
testó un conservador
–señores: la fe no es sino una excusa que los ricos
pregonan pero que sólo los pobres practican; los ricos
han encontrado en la religión el venero de oro más
44
grande de la historia y lucharán hasta la muerte por
seguir medrando de ella; sin embargo, la fe que dicen
sustentar está hecha de tan frágil sustancia, que el
primer pararrayos que se ha puesto en edificio alguno
no ha sido en la Academia de Ciencias de Inglaterra,
sino en la cúpula del Vaticano… los únicos milagros que
existen no son los que pregonan los libros de los mitos,
sino los que realiza el Alcalde para hacer desaparecer
los fondos de la Alcaldía y los que realizan los curas
que colectan las limosnas en la catedral, haciendo que
éstas vayan a parar a la cuenta del obispo

–¡que se llame al orden a ese miserable! ¡Ay que no


fuera yo un inquisidor de una nueva Inquisición redi-
mida! ¡Ahí veríamos si el sacrílego se animara a sacri-
legar de ese modo!
–vuestra religión ha terminado el día en que convir-
tieron a vuestro Dios en verdugo de la hoguera, sarra-
ceno de fogatas menores
-¡pido la palabra! No únicamente los conventos son
nidos de escorpiones, lo son también los colegios de cu-
ras, especialmente de los de sotana negra, los que con
el fin de llenar la cabeza de nuestros hijos con mitos y
supersticiones no vacilan en crearles traumas mentales

45
que les dura toda la vida, como es el caso de todos los
congresales conservadores que están aquí

(Dos tendencias se enfrentaban en aquella memorable


fecha: los que defendían los privilegios del clero y los
que se animaban a combatirlo. De la educación pasaron
a considerar la Ley de Divorcio. Los que presentaron el
proyecto de ley eran hombres cuya talla moral e histó-
rica son las que sirven para mejorar la raza y la especie
(El cronista no oculta sus preferencias) Presentar un
proyecto de ley de divorcio en esas épocas, era como
jurar que se había concubinado con el diablo en la época
de la Inquisición)

–¿podía una ley humana separar lo que un Sacra-


mento Divino había unido para siempre?... ¿qué estaba
sucediendo con la sociedad de la Nación? ¿habremos
dado asilo al propio demonio en el sagrado recinto de
la Patria?
–los que se casan son hombres y mujeres de carne y
hueso, expuso el iconoclasta, no ángeles etéreos, y por
lo tanto están sometidos a leyes hechas por hombres,
no por fantasmas… la posibilidad de unir dos destinos
debe estar siempre abierta a la posibilidad de separar-

46
los, puesto que de otro modo el matrimonio, como su-
cede en nuestros días, se convierte en una cadena te-
rrible de desasosiego, desencanto y sufrimiento

(El debate fue intenso y los conservadores lo llevaron


a los púlpitos; en cada misa o novena o casamiento o
entierro o primera comunión o lo que fuera, el sacer-
dote tenía que hablar sobre “los grandes males que
Dios tenía reservados para los impíos que se atrevían a
separar lo que él había unido”)

–los colegas conservadores dicen que el matrimonio


es una juntura eterna hecha por Dios; cierto?
–muy cierto
–también dicen que lo que Dios, por ser omnipotente,
ha unido nadie puede separar; cierto?
–cierto
–entonces estamos ante una flagrante contradic-
ción: si Dios es omnipotente, entonces una ley de di-
vorcio no debería afectarle en nada, puesto que lo que
él ha unido nadie, absolutamente nadie, podrá separar…
en este sentido, marido y mujer, aunque viviendo sepa-
rados o casados, cada uno por su lado, seguirán segu-
ramente unidos de algún modo entre ellos, ya sea en

47
éste o en otro mundo…. por otra parte, si la Ley de Di-
vorcio separa lo que supuestamente Él ha unido, enton-
ces Dios no parece ser tan omnipotente, puesto que
basta una disposición legal para separar su divina jun-
tura
–sofisma! ¡sofisma impío y mendaz!

(los conservadores se dieron cuenta muy tarde de que


diciendo “cierto”, habían caído en una trampa)

–Dios une, pero quiere poner a prueba a los hombres


para ver si se atreven a ir en contra su Voluntad
–este asunto de que Dios se pase todo el día viendo
si es o no obedecido por el ser humano, muestra a vues-
tro Creador como un Ser que debe pasarla muy abu-
rrido… aparentemente no tiene otra cosa que hacer
sino averiguar si es obedecido; por otro lado, nadie
puede imaginarse que la omnipotencia encuentre grati-
ficación en ser obedecida sin derecho de pataleo, como
si en la autoridad absoluta encontrara vuestro Dios un
placer realmente divino
–¡Que calle el miserable! ¡que tiemble el apóstata!
–hay muchas razones por las que un matrimonio debe
acabarse definitivamente: la falta de amor, el encuen-

48
tro de un nuevo amor, la incompatibilidad de caracte-
res de dos personas, que ya no se soportan mutua-
mente; el adulterio, el alcoholismo, la falta de hijos, la
imposibilidad de tener sexo
–¡monstro! ¡quero morerme... quero morerme! ¡basta!
¡basta! ¡que ya no hable! ¡que Dios lo fulmine!
–¡He de hablar nueve días y tres cuartos!

(En ese momento hizo uso de la palabra un conservador


sereno y no energúmeno como los demás)

–pero queremos que entienda que si fuéramos ingle-


ses podríamos entregar el divorcio; pero siendo como
somos, es entregar el vicio
–¿tal vez el Venerable Colega quiera explicarnos
“cómo somos”?
–¡Somos gente sin educación ni valores, señor mío!
Somos una concubinación de razas, una amalgama de
culturas amorfas y mutiladas… nuestra escala de valo-
res se basa en la concupiscencia y el letargo moral
–¿no estará el Venerable Colega generalizando lo que
es privativo de los curas, endilgándolo a toda la socie-
dad, con demasiada prodigalidad?
–estoy generalizando hasta donde la historia me per-
mite. Las excepciones existen, por supuesto; pero en
49
este momento prefiero no acordarme de ellas… Apro-
bar una ley de divorcio en estas circunstancias, es rom-
per una de las pequeñas ligaduras morales que nos man-
tienen como sociedad
–de ninguna manera quiero desmerecer la opinión de
mi Ilustre colega, aunque debo considerarla en verdad
muy dura; sin embargo, esa opinión me ofrece la opor-
tunidad de hacerles notar que la concubinación de ra-
zas con resultados al parecer tan desalentadores pa-
ra nuestro colega, es una coexistencia de hombres y
mujeres forjados todos bajo los principios del catoli-
cismo, vigentes desde 1492… si el resultado de la apli-
cación de tales principios a nuestras cultura ha dado
por resultado una sociedad viciosa, esto quiere decir
una de dos cosas: o es inherente a tales principios oca-
sionar de por sí el vicio, o los mismos no están de
acuerdo con nuestra percepción del mundo

(Los diálogos colectivos, prohibidos por el Reglamento


de Discusiones, se hizo realmente colectivo)

–¡Es usted un falsario!


–¡El falsario es usted!
–¡Miente usted con gran desvergüenza!
–Usted lo hace con gran aplomo y experiencia
50
–¡Tres veces miserable, señor representante!
–¡tres veces tres, para usted, señor falsario!
–¡so canalla! ¡so miserable!
–¡so cobarde! ¡so servil!
–¡servidumbre, miserable? ¿se atreve usted a encon-
trar servidumbre en mí?
–me atrevo a encontrarle también canalla, jorobado
y cochino
–¡que se le llame la atención! ¡que se le llame la aten-
ción!
–¿por qué habrían de hacerlo? ¿desde cuándo llamar
pan al pan y vino al vino es deshonesto?
–¡usted debe tener delicadeza!
–¡delicadeza con los asnos?! ¡pero qué cosas se le
ocurren asnoviento!
–¡usted no es diputado!
–¡y usted es cuadrumano!
–¡sus rodillas están llenas de callos por tanto hin-
carse!
–¡pero aún de rodillas soy más grande que usted!
–¡no me interesan sus opiniones ni las tomo en cuenta¡
–¡yo tampoco¡
–¡lo único que le interesa es ser ministro¡
–¡envidioso¡
–¡déjenme hablar! ¡Soy el soberano de la palabra!
51
–es el soberano de los jumentos
–¿cuántos son los judas en esta tormentosa comedia
de la vida?
–no sé ¿cuántos son los militantes de su Partido?
–¡los pícaros y sinvergüenzas siempre han infestado
los partidos políticos!
–¡es posible; pero en el suyo los pícaros y sinvergüen-
zas siempre han sido dirigentes
–¡silencio pícaro!
–¡pido la palabra!
–no puedo otorgársela, puesto que en este momento
un venerable está haciendo uso de ella
–no puede usted anteponer la palabra de un canalla
impío por encima de la de un representante de la Igle-
sia
–esto no es una sacristía; los curas solo cuentan en
cuanto tiene voz y voto como Representantes… señor
presidente, le pido que expulse de aquí a ese cura sin-
vergüenza… acuérdese del famoso dicho que enfatiza:
tres cosas negras tienen los curas: ¡la sotana, las uñas
y la conciencia!
–¡más respeto! ¡más respeto!

(Mientras el debate principal continuaba, la increduli-


dad de un conservador no dejaba de repetir):
52
–¡Jamás! digo y repito: ¡jamás he sido testigo de una
herejía tan grande!... aprestémonos a la divina heca-
tombe
–mientras su correligionario se apresta a la divina
hecatombe, permítame señor Representante que le so-
licite su opinión acerca de las dos opciones que he pre-
sentado, las que fueron emergentes precisamente so-
bre la base de lo afirmado por usted
–como usted comprenderá, mi concepción católica
del mundo no me permite aceptar su primera opción;
más aún, debo negar con gran énfasis que los principios
católicos conlleven en sí la inoculación de algún vicio
social o individual; en cuanto a la segunda, esto es, al
supuesto hecho de que nuestras culturas fueran im-
permeables a las enseñanzas de la fe católica, creo que
se trata más bien de una cuestión de tiempo y no de
alguna imposibilidad congénita a las mismas de enten-
der las enseñanzas
–está muy lejos de mi intención el querer iniciar una
controversia por el beneficio de la propia controversia,
pero me gustaría hacerle notar que cinco siglos es un
tiempo por demás prudente para que las enseñanzas
católicas hayan podido dar su fruto. ¿Cuál serían pues
las fuerzas históricas que se opondrían a que nuestra

53
“amalgama de culturas amorfas y mutiladas” absor-
biera tales enseñanzas?
–creo que una de ellas sería la terrible desigualdad
que existe en nuestra sociedad; por una parte, el indio,
que vive en etapas casi salvajes de evolución; y por
otra, una pequeña porción de las clases altas, que ha
optado por un modelo de vida más bien cosmopolita…
esa relación asimétrica de razas, implica una terrible
explotación por parte de los segundos sobre los prime-
ros
–eso es cierto; pero también lo es el hecho de que el
catolicismo siempre ha sido una corriente auspiciadora
de desigualdades, de acuerdo a ciertos principios, ge-
neralmente abstractos, de “jerarquía”
–la jerarquía de la Iglesia es una tradición que pro-
viene desde sus mismos inicios; hace que cada cual par-
ticipe según su propio valor… recordemos que Dionisio
el Aeropagita, afirma que el objetivo de la jerarquía es
una adecuación con Dios, pues toma a Dios como maes-
tro de todo saber
–la afirmación de Dionisio es pues una muestra de
que la jerarquía es inherente a las enseñanzas de la
Iglesia
–todo está ordenado conforme a la jerarquización y
con ella, la relación de lo imperfecto a lo perfecto... lo
54
más perfecto se define como un grado mayor de acer-
camiento a Dios
–¿quizá fue ese concepto de jerarquía el que impulsó
al cura Valverde a afirmar que los indios estaban muy
lejos de Dios y lo habrían demostrado por el acto de
Atahualpa de arrojar la Biblia, por que no logró “escu-
char la voz de Dios” en ella?... es decir, ¿es-te supuesto
alejamiento de Dios habría avalado la versión de que
los indios no tenían alma y que por ello no era necesario
tratarlos como personas?
–es posible que hubiera habido una mala interpreta-
ción del significado de “alejamiento” de Dios
–claro está que debemos recordar que el concepto
de jerarquía no se origina en el cristianismo. Platón lo
utiliza para diferenciar el mundo sensible y el mundo
de las ideas; por supuesto que considera de primera
jerarquía el mundo de las ideas, de las que el mundo
sensible no sería sino una sombra… pero ambas inter-
pretaciones, la de Platón y la de Dionisio, concuerdan
en lo fundamental, esto es, en la necesidad de subor-
dinación
–pero no olvidemos que la jerarquía no sólo se aplica
en el sentido teológico, sino también en las ciencias.
Así tenemos la división de Comte; también la tenemos

55
en la axiología, en el poder y en el prestigio, como lo
afirma Aristóteles
–no confundamos un sistema jerárquico del tipo com-
tiano, que implica un ordenamiento de las ciencias, con
uno de tipo teológico, que implica un ordenamiento y
subordinación de personas… en las primeras no hay ex-
plotación de ninguna clase; en las segundas existe el
marginamiento y da lugar a la instauración de terribles
sistemas de explotación
–es por demás sabido que esos sistemas de explota-
ción no son avalados por la Iglesia; puesto que no está
en el espíritu de la jerarquía católica el propiciarlas
–ese es el punto fundamental en mi argumento: la
Iglesia pregona doctrinas cuyo “espíritu” se considera
pleno de bondad pero que se deforman grotescamente
cuando son aplicados a la realidad.
–lo mismo sucede con las leyes y la Constitución
–así es; pero los que hacen las leyes y la Constitución
no presumen de divinos y nunca han otorgado carácter
de infalible a sus contenidos… esa deformación de los
cánones dictados por los católicos es para mí una mues-
tra de que son artificiales en extremo y que sólo el te-
rror, instrumento fundamental de la Iglesia, les per-
mite tener alguna vigencia; sin embargo, el católico en

56
general, al saber que puede ser perdonado en el confe-
sionario, en cualquier momento que crea oportuno con-
fesarse, ha encontrado un medio muy adecuado para
practicar su supuesta fe: creer con la palabra y des-
creer con el hecho, de ahí que la doctrina de la Doble
Verdad, repudiada por toda ética terrenal, haya sido
adoptada por los católicos como una cuestión de fe
–esas son suposiciones suyas
–afirmaciones de la historia; pero resumamos: usted
dice que el acto de promulgar la Ley del Divorcio sería
como entregar en bandeja el vicio legalizado a nuestra
sociedad debido a que “no son como los ingleses”. Esto
quiere decir que nuestra sociedad no estaría lo sufi-
cientemente civilizada como los ingleses. Si recorda-
mos que los ingleses son protestantes, como lo son los
países más civilizados del planeta, tal vez podríamos
encontrar la causa general de nuestro atraso: la vigen-
cia del catolicismo en nuestro país; y, lo que es peor, en
nuestra historia
-no voy a cohonestar esas deducciones ni siquiera
con amagos de continuar interviniendo en este diálogo
–no me extraña: siempre he creído que el dogma ja-
más podrá tener la capacidad de dialogar; su estruc-
tura funcional no lo permite; el dogma es sólo abierto
al monólogo del púlpito
57
(Luego dirigiéndose a todos, dijo):

–pero debo terminar mi intervención para dar gusto


a moros y cristianos: de acuerdo con las creencias de
los católicos si Dios quiere, la Ley del Divorcio será un
hecho; si no lo quiere, no lo será. Veamos entonces que
se haga su voluntad y nos pongamos a su disposición;
votemos de inmediato

(La Ley del Divorcio fue aprobada)

Se supone que, desde entonces, la República vivió en la


inmoralidad y que todos los que nacieron después, en el
“concubinato amparado por el Oficial del Registro Ci-
vil”, fueron unos hijos ... ilegítimos.

58
Los límites

¿Quién será el nuevo ministro?

Las conjeturas serpentinean en las oficinas y en las


gradas… las hipótesis pronostican pronósticos aventu-
reros; del nuevo ministro dependerá el viceministro,
los directores, personal… y el portero.; hay bisbiseos
sibilantes entre los ujieres que traen y llevan las nue-
vas de oficina en oficina… susurros entre los auxiliares
que están con el libro de registros; el radar de una
oreja orientada al jefe y el otro, al recinto… pero sólo
cuando las secretarias tocan arrebato, el rumor, los
rumores llegan con precisión acústica de gran conte-
nido y agilidad; del primer piso pasan al segundo, entran
y salen por las ventanillas de despacho, suspenden
reuniones y entrevistas, se fortifican en cada am-
biente y hacen que el edificio se tambalee como zaran-
deado por un movimiento surgido de los cuatro aires…
en el proceso, tantas veces repetido, sucede siempre
algo insólito: las categorías oficinescas de ujieres, au-
xiliares, secretarias y los demás que hasta hacía poco

59
habían cohabitado en compartimentos estanco, sepa-
rados rígidamente por un espíritu de inaccesibles co-
fradías, se desperdigan en individualidades que se di-
luyen en el gran grupo colectivo, que es el personal todo
del ministerio en cuestión… parece que la experiencia
enseñara que nada como el rumor para unir a quienes
pasan sus días esperando el siguiente, con la incerti-
dumbre impuesta por un medio donde la persona de-
pende de su astucia y olfato, de su instinto, para no
equivocarse cuando tenga que expresar, en voz alta,
sus inclinaciones partidarias en el momento de la ver-
dad

El rumor amenazador, nacido en el mundo de los bajos,


surge para unir relaciones en el bajo de los mundos

El Ser
oculto

… ya perdí la cuenta de los partidos a los cuales juré


lealtad eterna… la primera vez fue para entrar a tra-
bajar en el ministerio, después, para no salir… al co-
mienzo me sentí importante: era la primera vez que mi
nombre se registraba en un gran libro, además me
otorgaban un carnet (¡firmado por el jefe!) … cuando
60
juré en coro, como todos los demás, juré que cumpliría
mi juramento… pinté paredes con las siglas del partido,
borré siglas de otros… recorrí calles nocturnas, pe-
gando fotografías… regresé a mi hogar con el frío pin-
celado en la cara y amortajado en las orejas… la vida
pesa hasta que nada pesa; es que ya no está rellena de
sueños, el sueño sin sueños es hueco y negro… hice casi
todo lo que hacemos quienes tenemos un escalafón de
una sola grada: barrí pisos, limpié gradas, recogí y en-
tregué mensajes; fui mandado a comprar cigarrillos…
mientras más duro el trabajo, más insignificante era a
las miradas que ni siquiera me miraban… los límites de
los estratos son muy nítidos hacia arriba y muy difusos
hacia abajo; todo depende del lugar donde uno se en-
cuentre… en mi frontera, siempre empieza con una cor-
bata y mi lindero de abajo se refleja en el piso; no im-
porta cuál piso; no importa cuál corbata… a pesar de
ellos, me doy cuenta en la calle, que el mendigo me mira
desde abajo: yo soy la primera corbata de su escala
que empieza en la acera… se me ocurre que las barren-
deras de las calles exhuman los alientos para recoger
los deshechos que dejan los humanos en su paso por los
días… hubo un nuevo gobierno; los que habían jurado
lealtad al anterior debían salir, a no ser que juraran

61
por el actual… así obtuve mi segundo carnet, una espe-
cie de libreta, no de ascenso, pero sí de ubicación… el
mismo nombre, la misma fecha de nacimiento, la misma
estatura, sólo la foto era diferente: lucía más astuta…
los changos crecían… se decía que el hambre era menos
vacía cuando no era solitaria, eso lo sentíamos mi mujer
y yo, pero el hambre de los hijos hace más solitaria
cualquier hambre… uno, dos, diez centavos hacían peso
cuando estaban y dejaban huecos grandes cuando fal-
taban… el bien ajeno está bien cuando el propio se
siente seguro, pero si uno no comparte el bien entre
todos, entonces el ajeno nos parece odioso y nosotros
somos odiosos a quienes los tienen… el mejor atajo es
agarrar por el lado del hambre, así es que no sentí re-
mordimiento alguno cuando me dijeron que me pagarían
extra por ver y escuchar a los sospechoso y avisar al
jefe de personal… total, la lombriz hace su cueva…
Los ministros cambiaban y, con ellos, el número de mis
carnets partidarios… a veces ya no sé cuál debo pre-
sentar… en las concentraciones y marchas de apoyo, a
las que tenemos que asistir, controlados por unas fi-
chas que recogemos de la oficina de personal, no sé si
estoy vivando por el que ha caído, por el nuevo o por el
que ha vuelto… me encuentro con otros como yo y nos

62
consultamos para ver si no estamos gritando por el pre-
sidente equivocado… los corbatudos de los balcones
siempre hablan de los mismo; ya me acostumbré a sus
discursos, podría repetir de memoria con sólo decir
uno… cuando veo a los chetes desfilando con la escuela,
me pongo a pensar si no los estarán entrenando par que
después desfilen igual que yo… ojala que mis hijos ten-
gan más suerte… los mineros y los fabriles han ido otra
vez en busca de las balas, muchos las han encontrado…
ellos salen a las calles siempre para abajear a los de
arriba, en cambio, a nosotros nos llevan para darles vi-
vas y sin embargo, no veo que seamos diferentes o
quizá ellos piensan diferente, puede ser que no tengan
nada, ni siquiera miedo… no sé quién será el nuevo mi-
nistro ¡he visto desfilar a tantos! ninguno me importa…
¡cuántos serán despedidos esta vez! o cuántos jurarán
de nuevo, los segundos se quedarán… pero los primeros
no sé dónde podrán ir, seguro que irán a abajear contra
el gobierno… estoy llevando la pancarta por ser anti-
guo; el viento quiere empujarnos pancarta y todo ¿y si
me detengo? entonces mañana los chetes tendrán que
salir a limosnear, con la acera como único límite de
abajo, por lo menos ahora tienen mandil blanco … hay
que seguir nomás… ya he jurado de nuevo, pero a dife-
rencia de la primera vez, ya no juré que cumpliría mi
63
juramento… los chetes desfilan con la escuela ¡quién
sabe! de repente mañana, con la universidad.

El Voto Libre

Llegó el día de las elecciones; a las ocho de la mañana


ya estaba lista… desde las siete había prendido el
anafe a querosén, puesto el agua a hervir, despertado a
los 6 niños que dormían en escalera sobre dos colcho-
nes de paja en el suelo… una mesa de madera fibrosa
separaba las ollas de las frazadas; la vieja historia se
había repetido en ellos

Asustado por los días que pasaban como vagones de un


tren sobre el techo de barro, el marido decidió que su
pena se encogía más y más ante cada día sin pan y cada
noche de preguntas mudas… al fin acabó determinando
que esa pena sólo alcanzaba para sí mismo y se la llevó
en su peregrinaje de una sola vía hacia el abandono…
dicen que murió de a poco, masmiado por los delirios y
las tormentas de haber vivido; de los tormentos de
haber sido sin llegar a ser

64
Contó a los seis; las dos mayores ya estaban al borde
mismo donde se pasaba de niña a mujer, sin lapsos de
ensueño para el cantante de moda… dos pre mujeres
hechas en estaño y en escarcha… cuerpos tapados con
jirones… algún día les tocará ser abandonadas en un
agujero de la noche con tres llantos más urgentes,
cuanto más débiles… quizá antes sean sirvientas, cuiden
niños ajenos, hagan los mandados, sean lasti-madas por
alguien que considera el hambre de los pobres como un
vicio….

Los dos medianos: hombres de siete y ocho años…

Esperan los amaneceres haciendo cola para recibir los


primeros periódicos y venderlos en las calles… luego
llevarán su cajón de lustrar zapatos, implorando que
alguien se fije en ellos, como se fijan en la basura de la
acera… lavarán autos con agua traída en baldes desde
una pila pública y en la noche los cuidarán durmiendo con
la cabeza apoyada en una de las llantas… los dueños
saldrán de las fiestas, borrachos y panzones y no que-
rrán pagarles por el tiempo vacío… se verán obligados a
pedir en las calles, entonces la avaricia en forma de una
vieja arpía los reñirá, acusándolos de ser “mañudos” y
“mal acostumbrados”
65
Crecerán para ir a las minas y al alcohol

Algunos cambiarán vida con vidas… otros, se adormece-


rán para siempre en la calma que la desesperación más
espantosa, guarda en su último límite… los más peque-
ños, seguirán preguntando con los ojos… posiblemente
lleguen a ser parte de las estadísticas que publican los
especialistas para hacer saber que, de mil niños, dos-
cientos mueren de hambre antes de cumplir los cinco
años… serán un número desconocido dentro de un indi-
cador de mortalidad infantil… ninguno tendrá nada; mu-
cho menos tendrá algo que defender

Los edificios, las calles, los almacenes, los cines, el


derecho a comer… todo será siempre ajeno

Mientras tanto, no faltará algún imbécil que desde un


curul o un escritorio público perore, con palabras de
voz aflautada, que “sobre todo está la Patria” … el día
que uno de estos cabrones tenga que comer mierda,
habrá que preguntarle el grado de efervescencia pa-
triótica que lo abrasará y qué cosa estará primera en
su escala de prioridades….

66
Contó a los seis; les dijo que esperaran, que ella iría a
conseguir algo para comer, que no se preocuparan, que
se portaran bien… comprobó que tenía envuelto el do-
cumento con un pedazo de papel y salió… bajó una pen-
diente recortada por gradas de piedra y barro, cruzó
una canaleta de aguas servidas, siguió una senda de
tierra, llegó a la calle empredrada; caminó por una
cuadra más y se puso a la cola de una cola retorcida y
silenciosa… la cola de gente crecía como si tuviera vida
propia, hasta que por fin se acabó cuando la señora lle-
gó a la mesa: 4 bultos recibieron su carnet electoral

Lo registraron y le dieron una orden para que al día


siguiente le entregaran una libra de azúcar, un poco de
harina, una libra de sultana y otro poco de aceite… al ver
lo poco que le daban a cambio de su carnet y la gran
diferencia con lo que habían prometido, reclamó; le di-
jeron que no estaba obligada a aceptar, que podía de-
volverle el carnet en el mismo instante

les hizo notar que la orden de entrega estaba fechada


para el día siguiente y que ella necesitaba los alimentos
para hoy… “Así son las reglas”, pero si tenía urgencia
podía cambiar su papeleta por los comestibles en una
casa a la vuelta de la otra esquina; en esa casa se ofrecía
67
esa clase de servicios, a quienes, como ella, los
necesitaba con mayor urgencia; se limpió los ojos y se
encaminó a la casa señalada

¿Sólo la mitad?
Así era; había muchos gastos y los de “arriba” exigían su
porcentaje

Un vacío hondo reemplazó su asombro y su indignación;


recibió y fue en pos de los que la esperaban como se
espera la única posibilidad de sobrevivir… reflexionó
sobre el hecho de que las leyes del mercado feroz se
aplicaban también en este caso: el precio del hambre
bajaba a medida que se hacía más abundante… en el
precio se incluía la dignidad y la tristeza de tener que
ofrecerla a cambio de tan poco… que en este extraño
mundo del capital no regulado, una prostituta puede por
lo menos, rechazar a un cliente, pero una madre con seis
hijos ni siquiera puede negociar su propia estima en el
“tómelo o déjelo”, del que se ufanan todos los malditos
del mundo… llegó a su choza; habría sulta-na con azúcar
y sopaipillas ese día de fiesta hogareña

68
Neshamanú

…el claroscuro se extiende afuera… un hombre camina


con pasos de ritmo lento, acompañando la marcha fu-
neral de silencio que la calzada entona, cada vez más
grave… su rostro, abatido por el dolor, es áspero y
grave… sus reflexiones se escuchan en el eco callado
de las paredes y puertas cerradas… no es cierto que la
noche cae; más bien se levanta… mi caminata lo com-
prueba, cuando escucho la soledad de las calles tristes,
afligidas ante la caída del sol, atraído por la gravedad
que lo llama desde el otro lado de la montaña, los últi-
mos haces de luz se prenden, obstinados en no caer y
aferrarse a los ribetes de las nubes para hacer un pe-
dazo más de día… pero es inútil, la noche se levanta
desde las calzadas, llega a las nubes y expulsa de ellas
el último vestigio de luz para anunciar que la sombra ha
conquistado otra vez el espacio… la naturaleza no de-
bería permitir que las esposas mueran antes que los
maridos; es demasiado, es demasiado… solapado voy en
pliegues de banderas cenizas, mostrando mis deseos
de acariciar para siempre el fuego y de entibiar el hielo
con mi aliento… los nichos asfaltados y de pie bruñen

69
las gotas que habían querido ser una piel encima de la
piel negrosa… los recuerdos del mañana duelen por lo
que pudo ser el ayer; en cada gota, en cada una, se re-
fleja la luna entera o el foco de una esquina… quisiera
ser encarnado en el color de alguna nostalgia; pero no
puedo, sólo soy dolor viviente, alquitrán encima de as-
falto la que tapa mis poros... las visiones remodelan el
mundo con gustos plurales y ajenos a lo que somos o
seremos o fuimos; una visión es el último hálito de al-
guna sombra que, al ser rozada con la luz, ha dejado de
ser lo que era para ser lo que no era; tal vez, lo que no
quería ser… pero la visión que se dirige a mí no parece
venir de la umbría hecha espectro; más bien es la luz
de alguna llama sin fuego, de algún rayo blanco emer-
giendo de la nada incolora… su cabellera puede ser el
cometa errante concentrado en chispas compactas, an-
tes de circunvalar otra vez la parte del infinito que
ahora debía circunvalar; el cuerpo se mueve con la gra-
cia que sólo la mujer que sabe que es mujer y que es
feliz siendo mujer, despliega dentro y fuera de su pro-
pia burbuja… es imposible que yo la vea sin cuidar de
los ojos y del rostro y del seno y de la cintura y de las
piernas; mis ojos, en su mirada, se asombran ante la
aparición de lo hermoso, de lo verdaderamente her-

70
moso, atestiguando nuestra vieja creencia de que la na-
turaleza no había hecho nada más hermoso que una mu-
jer hermosa… la miro y la tengo como la mujer que ja-
más, en los hoyos de los siglos, pudimos concebir en la
descripción racional de lo hermoso… es mucho, mucho
más; en él, es la mujer prototipo, la que intuimos que
sea y, sin embargo, es una mujer de verdad… yo sé que
no la amaré, no podría amarla pues para amar es nece-
sario tener vida y la mía se ha ido con la muerte de la
que fue mi vida… pero esta aparición está sola como la
noche, en plena noche; cadenciosa en la lluvia, pero las
gotas parecían no mojarla… cadencia tras cadencia, sus
pasos son las fases de una luna que nace y que muere
en el mismo menguante

…ven, dicen sus ojos; ven, ratifica su mano… no temas;


la noche es sólo el brillo del otro lado de la luz; encan-
dila de negro a las retinas acostumbradas a la seda en-
candilante de lo blanco… pisa el asfalto, pero yo levito
cuando siento cómo el roce de su roce roza la piel, en
un encuentro de abismo con abismo, de vacío con vacío,
de nube con nube, de llama que no quema con llama que
dejó de quemar… al verme, siento sus ojos y sus pala-
bras:

71
…tu tristeza es tan grande que algún vórtice lejano
debe sentirse débil; siendo hombre, crees que el dolor
no debe convocar a la lágrima; tu alma, presa del de-
sencanto, quiere libertad y tú la encadenas en esa rara
razón de pretender encubrir con la apariencia el dolor
que abre precipicios en la mirada ¿acaso no has apren-
dido que el dolor se apodera, imponente, de los recuer-
dos, que los separa y los segrega en campos crisoles,
para hace de cada uno, el dolor reciclado de los otros?
¿acaso no sabes que es silencioso, que quita la voz a los
ayeres, los convierte en fantasmas que se retuercen
en señas y que gesticulan sin habla? ¿no has aprendido
que, entonces, viene lo inconsútil, la nostalgia, y el do-
lor se vuelve lágrima? aprende…

Aprieto su mano, la mira y me pregunta

–te llevaré por el mundo dual; el que se hace tumulto


de los sentidos y el que se muestra conforme con el
sino. ¿lo quieres?

–sí; pero antes: ¿cómo te llamas?


–Neshamanú
–yo soy Héctor

72
nos vamos, la noche nos abre la puerta hacia la luz…
caminamos por encima del asfalto, con aquellos pasos
llenos de pausa que saben a dónde van sin saberlo; rara
sensación de estar en un mundo que se mueve en la ga-
laxia y nosotros nos movemos en él... pero el aire azu-
lado de negro esperaba las palabras
–¿crees que soy hermosa?
–sí.
–¿muy hermosa?
–eres la mujer más bella que haya visto o soñado o
visionado en cualquier encuentro con el día, con la no-
che o con el delirio
–¿de cómo sabes que soy bella?... sé que soy her-
mosa, pero no acabo de entender por qué crees saber
que también soy bella
−porque me lo dicen mis ojos
−¿y tú crees que ellos son vigías perfectos de lo que
es?; más aún, de lo que es-siendo?
–creo lo que veo, lo que palpo, oigo, saboreo o lo que
huelo
–¿lo dices en serio, o sólo lo haces para impresio-
narme con una supuesta fortaleza que cree encontrar
sustento en algo real, como supuestamente son los sen-
tidos?

73
–quiero impresionarte; es deber de todo hombre
tratar de impresionar a una mujer; es tan importante
esta intención, que la opinión de Einstein nunca será
tan añorada para nosotros, como la de una mujer her-
mosa; nosotros, los hombres, tenemos la fuerza; no me
refiero a la que alza maderos, sino a la del intelecto
que asumimos por estar vinculado a lo real, aquello que
los sentidos nos dibujan en el cerebro… creemos que la
mujer tiene el presentimiento, aquello que no cimenta
con nada sensible, excepto con su propia sensibilidad;
sí, quiero impresionarte con deseos de romance; aun-
que siento que eso ya nunca será para mí… es sólo la
reacción condicionada que todo hombre tiene al estar
cierto que ante sí hay una mujer…
–me halagas; y lo haces por tu interés en halagarme
y por tu valor y tu fuerza en representar tu papel de
hombre… pero la flor que pretendes brindarme no
tiene aromas que inciten mi ser de mujer… si quieres
agasajarme no lo hagas con poses de zoohombre, hazlo
con actitudes de hombre genuino; nada reduce más la
estatura del masculino que la pretensión de abandonar
lo que es, para devenir en lo que no es… eso se deja
para nosotras, las mujeres, que somos y no somos; que
somos la dualidad constante; aquello que se aprehende

74
sólo cuando ya no está; pincelada impresionista que lo-
gra el momento fugaz para hacerlo permanente; uste-
des son columnas que sustentan; nosotras, varas de
mimbre que dejan pasar la ciega estampida de la tor-
menta… nunca desfigures tu ser-hombre pretendiendo
ser falso; peor aún, si quieres impresionar a una mujer
verdadera

La noche giraba con un timbre de color y una gama de


sonidos; llena de luna, borlada de rocío abundante, co-
loreada en negro y azul, irisada de agua y de torneos
brumosos de noche entre noche; de noche-noche; de
noche feliz de ser noche; de no querer ser otra cosa,
sólo noche

–sé que te preguntes sobre el porqué de mi acerca-


miento a ti
–me pregunto; y son tantas las conjeturas esparci-
das más aquí de mi piel que, al encontrarla parca en su
espacio, parecen haber salido de mí para danzar en re-
molinos tibios en la libertad de la noche

–sentí tu aflicción; al comienzo no tenía nada de ex-


traño, todos nos afligimos; pero luego percibí que tu

75
infortunio cambiaba la esencia de tu condición de hom-
bre, que te volvía dual, dado que sentías la pena pero
no querías mostrarla… ante la supuesta debilidad de
mostrar tu aflicción, no hacías sino aumentar su sole-
dad y tu dolor… entonces te sugerí la nostalgia y fuiste
tan íntegro que la recibiste para hacer que tu dolor se
volviera lágrima; pero hubo más, deviniste mi héroe
griego… por eso me acerqué a ti y también te tendí la
mano: debía guiarte para que consolidaras tu dimensión
de hombre y, al hacerlo, me realizara aún en mi dimen-
sión histórica de mujer; notas por ello que el utilita-
rismo es aún necesario; todavía tratamos al ser como
al fuego; en mi propia redención, debo usarte para rea-
lizarme; usarte como el objeto al que debo guiar
–sin embargo, veo que tu acción de utilizarme no re-
baja mi bienestar para ser adscrito al tuyo; más bien
hay una creación de bienestar nuevo: el que incrementa
el tuyo y el que acrecienta el mío; veo pues un utilita-
rismo benigno, del que no quiero, no debo, abjurar
–entiendes bien; por ello sé que intuyes con aplomo,
que conoces el mundo, aunque todavía no estoy segura
si realmente lo conoces, en el sentido de conocer cómo
conocer y el cómo de lo que se conoce; pero no te preo-
cupes, juntos llegaremos y pasaremos la frontera en-
tre el saber y el conocer
76
–me gustaría saber por qué el amor trae tanto dolor
y decepción, si se supone que debería ser receta infa-
lible para lograr felicidad, razón de ser feliz
–porque los que aman, generalmente lo hacen con un
amor que es utilitario; quieren una recompensa; desean
la propiedad misma del ser al que se ama; absorber su
vida, sus acciones… en fin, convertirlo en un ente al
servicio del que, supuestamente, ama
–debo preguntarte ¿hay alguna diferencia vital en-
tre hombre y mujer con relación a la sensación de
amar? ¿amamos del mismo modo?
–no; hay una gran diferencia entre el modo de amar
masculino y la manera en que amamos las mujeres
–¿…?
–por razones históricas, que no biológicas, y con las
excepciones de rigor, podemos decir que el amor en el
hombre es un estado que se expresa de tiempo en
tiempo… no está en el hombre la capacidad de amar es-
pontáneamente; su capacidad de amar es obnubilada
por algo muy similar al miedo… el miedo a la decepción
hace que su amor sea de tipo sentimental-racional,
pero eso no estructura un verdadero amor–tenemos
miedo, es cierto; pero ¿qué es lo que ocasiona este
miedo, al parecer, injustificado

77
–el sentido de culpabilidad; el hombre no puede de-
jar de percibir, en el subconsciente, que a lo largo de
la historia la mujer ha sido expoliada; explotada vil-
mente, convertida en un objeto de placer, en ciudadana
de segunda clase, con derechos casi nulos… la sociedad
ha hecho de ella un ser vilipendiado, sobre todo en la
ética de la mayor parte de las religiones y de las insti-
tuciones; también ha sido alienado de tal manera, que
ella misma se ha convertido en el testigo, juez y jurado
más severos del comportamiento femenino
–en cuanto a la mujer ¿también tiene miedo?
–sí; pero en su caso es un miedo impuesto por la so-
ciedad; cada vez que siente el deseo de hacer lo que
injustamente le es vedado, se siente culpable, pues
cree que va no sólo contra las normas que la sociedad
le impone, sino contra alguna ley natural o religiosa que
explícitamente le prohíbe; se siente culpable porque,
aunque por lo general no tiene conciencia de ello, ha
sido alienada por la sociedad y, sobre todo, por la reli-
gión; insistentemente es atacada por la sensación de
que no es suficientemente “pura”, de que es la culpable
de la tentación en que cae el hombre… la religión ha
hecho de la mujer una especie de fuente de pecado
maligno y la ha llenado de culpas, culpas que las insti-
tuciones de las sociedades modernas aún mantienen,
78
pues la identifican como la causa de los pecados, con-
vertidos en delitos, en “contra de la decencia; ésa es
la contraparte femenina del sentido de culpabilidad
masculino… en la mujer, amar es su estado natural; por
eso es que la maldad en una mujer, en cualquier mujer,
es maldad multiplicada; amar para nosotras es parte de
nuestra naturaleza… la mujer no tiene miedo de amar,
por eso ama con natural disposición y no cree que pueda
haber otra manera
-estás repitiendo los mensajes que aparecen en el
cielo y que han asombrado al mundo
-yo también los leí, por eso te lo repito ahora
–hay algo que martillea, con insistencia agobiadora,
las neuronas activas de mi cerebro: dijiste que tú te
realizarías como mujer, guiando mi propia realización
como hombre, para que luego, ambos nos realicemos
como seres… ¿a qué se debe esta primacía tuya (o mía)
de que tú seas causa de mi realización y que en la mía
esté implícita la tuya?
–no soy la causa de tu realización; soy la guía de ella…
tú no eres la causa de mi realización, más bien es mi
hacer que te realices como hombre, ésa es mi tarea de
mujer; pero no provoquemos la premura; todo vendrá a
su tiempo, cuando sepas el cómo de lo que es; mejor
dicho, cuando lo intuyas con conciencia despierta;
79
cuando ese conocimiento surja de tu subconsciente en
su ansia de ser y realizarse ella misma… en fin, cuando
se manifieste en ti, en todo su esplendor, la voluntad
de ser… sé que sufres por la presencia definitiva de la
ausencia de la mujer que fue tu vida, de la que fue ma-
nantial de vida, perfume de vida, tibieza de vida, vida
de vida; tal vez sientas también el sentido de culpabi-
lidad por no haberle hecho saber, cada día, cada hora,
que ella era tu vida; sé que ahora debes aceptar el peso
de lo que ya no es, que por no ser, tiene un peso que
agobia con el verdadero agobio… pero ella no querría
que tú sufrieras por algo que ya no es posible remediar;
las mujeres sabemos amar incluso cuando el amor ya no
es posible y sólo queda la urgencia de que el ser cari-
ñado sea feliz; no sufras, la vida que fue tu vida no lo
aceptaría… cuando nosotras, las mujeres, os amamos,
decimos que no sabemos por qué; pero ahí también so-
mos duales, porque siempre lo sabemos… desde el co-
mienzo… os amamos porque está en vuestra mayor vir-
tud no la de ser bellos, sino la de ser íntegros… os ama-
mos cuando cumplís vuestro deber de héroes griegos,
sabedores empedernidos que lucháis contra el destino,
sabiendo que perderéis siempre… os amamos por vues-
tra fortaleza que es tan vulnerable y que nos obliga a

80
guiaros por la senda de vuestros destinos; si no lo hi-
ciéramos, vosotros nunca seríais; hasta ahora hemos
cumplido el papel de ser guiadoras que guían desde las
candilejas para que cumpláis vuestro destino… el de hé-
roes griegos… pero, poco a poco empezáis a andar por
vuestra propia cuenta, a realizaros como vosotros mis-
mos: hombres; y al hacerlo, hacéis también que noso-
tras nos realicemos como mujeres, comprobando, con
gradualidad constante, que cumplimos nuestra tarea: la
de ser mujeres haciéndoos hombres… algún día, cuando
la evolución de la historia y del cuerpo haya llegado a
un nivel exigido, todos vosotros seréis íntegros, esa
será vuestra belleza, y todas nosotras seremos bellas
en nuestra ambigua integridad, que será eterna…
aprende a ser feliz nuevamente… tal vez haya otra mu-
jer que sienta tu vida palpitar en la suya y recobres la
fortaleza que ahora crees haber perdido… debo irme,
hay muchos como tú que me esperan; adiós

Neshamanú me muestra un escenario conocido ya pero


no aprehendido: ¡exigir por amor! qué petulancia tan
endeble y ridícula!... pretender que cada día sea huér-
fano de precedente en el acto de exigir a la mujer
amada todo lo que podamos exigirle: devoción, resigna-

81
ción, fidelidad, lealtad, renunciación sacrificio, servi-
cio a la carta, … el amor mercantil exige del otro y, en
contra balance de fenicios, nada exige del que exige…
es el tipo de amor al que nos hemos acostumbrado,
dada nuestra condición de valorar todo, hasta que el
cálculo de mercadeo nos hace perder el valor de todo,
en actos reiterados de puja mercantil… reeditamos en
el campo del amor lo que hacemos en el de los merca-
chifles pretender lo máximo a cambio de lo mínimo… es
que vivimos en un mundo hecho para el mercado, mundo
que ya no se asombra de ver cómo somos… nuestra sen-
sibilidad para apreciar lo que la vida nos brinda es tan
tosca, que parece estar hecha con badilejo y paleta de
albañil… la noche se hizo tornasolada las paredes em-
piezan a sonreír y las ventanas quisieron atisbar el
cambio prodigioso… nunca dejaré de recordar a la que
fue vida de vida, pero habrá otra mujer a la que sabré
hacerle saber, cada día, cada hora, que es mi nueva
vida… conjuro otra vez el enigma de Borges: era cierto;
la mujer y la guerra prueban a los hombres; pero vi que
había algo más: el hombre se realiza como tal sólo a
través de la mujer; es en esa realización que la mujer
logra la unidad mujer-hombre; hombre-mujer, núcleo
existencial prístino de la especie … ¡hoy me siento más

82
hombre que nunca! ¡cuánto me alegro de ser hombre
para apreciar, verdaderamente, lo que es una mujer!

Neshamanú vuelve a las sombras de las que emergió,


para, en su tarea de consolar a otro personaje encuen-
tra a un individuo cavilando y recorriendo la calle con
gran aflicción…

… llevaba cicatrices quemantes en el pecho…traía de-


signios en los ojos… frecuentaba las angustias; mi paso
ritma con son de cadenas y el pensamiento porfía con
el pasado… ¿cuántos años se han ido?... desde que el
gran Albert hizo del tiempo un activo transformador
del espacio, los años pueden ser un planeta; nos es dado
descubrir que el pensamiento no pesa, pero gravita;
que las torvas de agua y de viento arcillan tempestades
pero que, lágrima y suspiro hacen un arcano en el alma…
mis pasos se asilan ya en el adagio… ¿por qué no tendría
que llover? llueve…. lo hace con desgano turbiado que
fluye de una nube compañera… siento en mis espaldas
el derrumbe de las gotas que mojan con fervor acica-
tero, parece que cada marejada se lleva un algo de mí
83
y que luego la arroja para que yo lo vea siniestramente
impreso en el cemento…. ella aparece como si la sombra
se hubiera propuesto manar en una imagen y no en otra
sombra…
La aparición de su silueta causa la misma impresión en
todos… al visualizarla, el hombre piensa:

… ella es la sombra misma, pero también, resplandece


sin ser luz… la veo con claridad de día sin nubes, camina
hacia mí, a medida que se acerca se va haciendo más y
más concreta, más fascinante… más mujer…

–¿te asombras al ver que surjo, no de la espuma del


mar, sino, de un laberinto de sombras? ¿es tu asombro
tan genuino, que al verme crees soñar?
–me asombra tu belleza más que tu origen, al con-
templarla veo que nada puede compararse a ella en la
magnitud del asombro que causa y que causaría no sólo
a mí, sino a cualquier hombre, a cualquier ente que
tenga pupilas para abrirse en desmesura, ante la magia
de tu imagen
–sabes escoger bien las palabras para presentarte
ante una mujer, debo reconocerlo; pero, me pregunto
al preguntarte: ese sentido de ubicuidad que tiene tu

84
palabra ¿es un producto de la práctica continua e in-
tencionada? ¿o surge del momento en el cual tu asom-
bro habla más que tu elocuencia de todos los días?
–no sé ni lo que estoy diciendo ni porque lo digo; es
como si algo o alguien hablara por mí sin que yo modu-
lara una sola sílaba
–¡qué bien! entonces eres genuino; algo difícil de en-
contrar; te veía sin que tú me vieras; al hacerlo pude
sentir que tu congoja abarcaba el planeta; al pregun-
tarme te pregunto: qué es lo que te perturba tanto, por
lo menos tanto como para que yo sienta en mí el sacu-
dón emocional que el objeto de tu desasosiego causa en
ti; quiero saberlo, soy mujer, soy curiosidad hecha
carne, vengo de Pandora; quiero saber el porqué de tus
lágrimas
–tengo una extraña pena por todo… una inmensa tris-
teza por todo, tengo la impresión de que soy culpable
de todo
–¿te aflige la aflicción de los demás? ¿quizá, al igual
que tú, también llevan en sí ese mismo sentimiento de
culpabilidad?
–los veo y los presiento tristes, solos, como si com-
partieran la sensación de culpa que me ahoga, nacida en
mí y proyectada a los demás

85
–nada nos impresiona más a nosotras, a todas las mu-
jeres, que la lágrima genuina de un hombre

… me toma de la mano y recorremos las aceras y las


calzadas de las calles; los faroles y las sombras han
detenido su juego en una pausa que forma una vía
abierta por la que pasamos; me doy cuenta que la mujer
a mi lado es el centro obligado de gravitación cuando
cruza cualquier espacio; de alguna forma, el silencio se
vuelve comunicativo; pero llega el momento de la pala-
bra

–¿cómo te llamas?
–Neshamanú
–yo soy Marco

… las calles son planos euclidianos flotantes, los que me


permiten ver y sentir el mundo como nunca lo había
visto ni sentido antes; hablamos; las frases son garfios
lanzados a la noche para atrapar un pedazo de sombra
o uno de luz….

–cuéntame algo de ti; me gustaría saberlo

86
Aunque no acostumbro a contar mis cuitas, ahora lo
hago con gran naturalidad

-éramos 4 hermanos: dos mujeres y dos hombres;


nuestros padres eran el ideal que uno tiene de los pa-
dres… ir al cine era la aventura de toda la semana; una
semana irían dos y la otra les correspondía a los otros
dos hermanos; la representación familiar en los últimos
lugares de las salas era mixta: hermano y hermana; al
volver a casa tenían la obligación de relatar, en buen
detalle, los pormenores de la película… desde el anuncio
del león de la MGM, los reflectores de la 20th. Century
Fox, el escudo de la Warner Bros; el mundo de la Uni-
versal o el pico elevado de altivez de la Paramount; en
el recuento no debía faltar el reparto principal ni la
clase de letras que tenía el respectivo “the end”

(Hay una pausa de aliento)

–hacíamos todos los esfuerzos por transmitir la sa-


tisfacción que nos había causado la película; pues no
íbamos a la aventura, la tarea de escoger una película
para la próxima semana empezaba la noche en que ter-
minábamos el relato de la anterior; en este proceso de
planificación participaban todos los integrantes de la
87
familia; decidir qué película vería y relataría la pareja
respectiva era tan importante como debe ser la de es-
coger la escena culminante del film para un director; a
la larga, esos ejercicios de histrionismo nos sirvió mu-
cho para nuestra vida futura; la imaginación se desa-
rrolló en cada uno de nosotros y la interacción recí-
proca nos permitió formar una multiempresa que fa-
brica muebles, joyas, lencería y ropa femenina de di-
ferentes telas y también de vicuña, todo eso, a pedido;
la empresa tiene un valor muy alto en el mercado y
nunca nos ha faltado clientes
–me imagino que tuvieron una infancia y una juventud
felices, aunque con estrecheces económicos
–hasta cierto punto; cada uno formó su familia con-
solidada; pero, cada vez que nos reunimos, hay un velo
de tristeza que tratamos de disimular, con reiterado
fracaso…
–¿…?
–la niñez, sin darse cuenta es egoísta
–¿…?
–sólo cuando fuimos adultos, al recordar los turnos
para ir al cine, nos dimos cuenta de que nuestros a pa-
dres nunca fueron, ni una sola vez; ninguno de nosotros
recuerda que les hubiera tocado el turno de ir… cuando

88
ya estuvimos firmes y teníamos los medios para llevar-
los no sólo al cine, sino a recorrer el mundo, ya no es-
taban… se fueron los dos al mismo tiempo; la anemia
causada por la pobreza, tan larga y voraz, ya no quiso
esperar… nosotros estuvimos al lado de ellos sin saber
lo que pasaba, sin darnos cuenta de que a veces redu-
cían su ración, de por sí escasa, de comida, para que
ninguno de nosotros pasara tanta hambre… no los vimos
morir mientras vivían… nunca lo intuimos siquiera, no
sentimos que la muerte ya había decidido llevárselos
ante la indiferencia, aunque inocente, con la que noso-
tros los mirábamos todos los días a pesar de que los
queríamos, y ellos lo sabían, hasta lo indecible, se apa-
garon justo cuando nosotros ya estábamos dispuestos
a darles todo… en verdad, conocí el dolor en todas su
formas y grados… soy capaz de identificar la vertiente
de donde cada uno fluye… por eso fue que comprendí,
una vez más, algo que ya había descubierto hacía
tiempo: no sabemos por qué, sin embargo a medida que
vamos creciendo, sentimos nacer y luego, desarrollarse
en nosotros, un extraño y oscuro sentido de culpa…

Neshamanú reflexionó por algunos momentos, apretó


mi mano y luego me dijo, con un tono suave pero deter-
minante
89
–no es el sentido de culpa lo que fustiga el alma; es
algo peor
–¿…?
–es algo que ha esclavizado al ser humano desde la
época de las cavernas; la fuerza que ha convertido a
una gran parte de la especie en individuos semi bestia-
les
–¿…?
–es el miedo; tienes miedo y lo albergas desde el pri-
mer recuerdo, aquél que se une a la figura de tus pa-
dres, ambos desamparados… siempre has vivido con
miedo, está en cada poro de tu ser; ha pasado a cons-
tituirse en el feroz verdugo que quiere dominar por
completo tu mente; pero no puede vencerte del todo,
puesto que, a pesar de que no te das cuenta, eres un
hombre portador de una fuerza más grande que el
miedo
–¿…?
–tu voluntad; ella es la que resistió y resiste, sin tú
saberlo, los infortunios que vienen desde que eras
prácticamente un bebé; ella es la que no permite que
te conviertas en un ser que se cobije en el servilismo;
… ella lucha dentro de ti, pero sabe que pronto la reco-

90
nocerás y entonces nunca más serás víctima del pa-
sado… hay algo más que causó tu prisión a la que el
miedo te condenó; encuentra esa causa y entonces tu
voluntad hará el resto; al verte esta noche, con tanta
congoja, me acerqué a decirte sólo eso… ahora debo
marcharme; ya no me necesitas, estoy segura que tu
voluntad hará posible que tu miedo desaparezca y que
mostrarás a muchos seres que, como tú, también son
presos del miedo que los punza y corroe como una
avispa-araña que teje una red de sentimientos de
culpa, adiós…

Así fue cómo Neshamanú apareció en la sombra para


desaparecer en ella… la noche juega a la luz y a la som-
bra con los faroles; una especie del juego a las “escon-
didas” que todos los niños del mundo han jugado alguna
vez; las sombras se esconden en las sombras y la luz
vacila en la búsqueda repetida… pero la sombra, sabe-
dora de que la luz jamás la encontrará, finge salir de
su propia sombra para formar siluetas que la luz es-
culpe con caprichos; ella también titila y da la impre-
sión de irse, aunque siempre vuelve para abrazar una
silueta que se torna juguetona… miro encandilado lo
que hacen las dos dimensiones y veo con claridad um-
bría que la sombra aparece, se muestra sólo cuando ella
91
quiere, pero juega con la luz y ésta se pone contenta al
alumbrarla en la penumbra… me concentro en las ondu-
laciones de la sombra… sus movimiento son sibilinos,
arcano cada uno e indescifrables para la luz, capricho-
sas para el farol, pero conscientes de que son visiona-
rias y proféticas; herméticas, fugaces y juguetonas…
sí; las sombras son juguetonas, gozan del placer de
asombrar; sienten una alegría veraz cuando alguien
quiere mirarlas y auscultarlas; por eso se mueven como
odaliscas lánguidas, exóticas o como pizpiretas hechas
de espontaneidad; estoy fascinado ante el descubri-
miento… mi fascinación se vuelve carrusel de sensacio-
nes extrañas, como si la sombra hubiera traspasado
mis poros y encontrado cobijo en cada una de mis cé-
lulas, la siento, inquieta y juguetona provocándome
para continuar el juego que tenía con la luz… ¿cuántas
veces me llamó para decirme que no tuviera miedo y yo
no la escuché ni la sentí, dominado, como estaba, por el
miedo? pero ahora la encontré, si, la encontré y desde
entonces ya nunca más tuve miedo; perdí el miedo a
todo; nada hay que me acobarde; eliminé el miedo a la
vida y con una alegría que no cabía en mí, descubrí que
al perder el miedo a la vida, perdía el miedo a la muerte;
perdí el miedo a todo lo que digan o hagan los verdugos,
los que han hecho de la astucia la virtud primera; de la
92
hipocresía, que es el aire de sus vidas… decidí escribir
mi libro, algo que había desechado desde que la soledad
vino a mí en tren de gran pesadez…

El jugador No. 10

Era sábado. Un sábado como todos los sábados debe-


rían ser. El sol ha batido las nubes. Hay una brisa más
bien tibia, los toldos del club guiñan varios colores y la
cerveza está helada y más rica que nunca. El partido de
fútbol entre los clubes de ambos barrios ha terminado.
Hubo un empate; los entrenadores exprimen cada cami-
-seta para comprobar el esfuerzo cumplido por cada uno.
La camiseta que no devuelva por lo menos medio litro de
sudor, será sancionada con el rigor que impone la
disciplina del altiplano… llas mesas son ruidosas y
urgentes; los mozos llevan platos vacíos para traerlos
de vuelta llenos; hay un "un metro cuadrado de cerve-
za" que exhibe su espuma en cada vaso como si en ella
descansara la misma Afrodita. ¡Manjares, Cerveza y
Sol! ¡Qué ganas de vivir! ¡qué ganas de ser para siem-
pre!... las anécdotas han empezado su ronda en la
competencia del asombro.

93
El árbitro estaba arbitrando tan mal que sacó tarjeta
roja, la apuntó sobre su cabeza y salió del campo expul-
sado por sí mismo.

En el desarrollo de otro partido, uno de los jugadores


dijo ¡hijo de puta! cerca del árbitro y después de una
sanción discutidora, el réferi hizo el ademán de sacar la
tarjeta de expulsión, pero antes se encontró con el
profanador de rodillas ante sus rodillas jurando que el
piropo no era para el árbitro (que Dios lo colme de
bendiciones) sino para él mismo; que siempre se auto
amonestaba para darse ánimo… pregúnteles señor rée-
feri, pregúnteles a mis compañeros, yo soy el hijo de
puta ¡no es cierto? ¿no es cierto compañeros? Yo, y
nadie más, le juro por lo que más quiera, ¿no me cree?
Mire esta cruz (el pulgar derecho sobre el índice en
escuadra) la bendijo mi madre antes de venir al parti-
do; la bendijo con palabras de Arcángel y lágrimas de
santa; no… no podría jurar en vano ni besar esta cruz sin
profanar para siempre la sacrosanta imagen de mi
madrecita, señor réferi, créame, ¡el hijo de puta soy yo!
Ante semejante muestra de sinceridad, el árbitro se
abstuvo de sacar la tarjeta roja y lanzarla a la cabe-za
del villano…

94
Otra: el entrenador había entrado al campo de juego
para reclamar por una falta, a su juicio, fantasma, se
entró hasta el círculo central e increpó al réferi, éste le
dijo que como sanción ejemplar por lo que había he-cho,
por cada paso que saliera al salir de la cancha cobraría
un penal técnico a su equipo; nadie sabe cómo lo hizo,
pero el caso es que el entrenador salió saltando sobre
su cabeza; cuando llegó a la orilla de preferencia tenía
la cabeza (era calvo, claro) del tamaño y la con-textura
de un zapallo de competencia...

Cuando las anécdotas habían entrelazado ya una her-


mosa maraña de colores, las miradas convergieron -una
a una- en el director técnico del equipo anfitrión.
¿Cuántas veces habían escuchado el relato? Hartas.
¿Cuántas veces más lo escucharían? Hartas. Esta sería
una de esas veces… los platos habían sido levantados, la
cerveza, renovada y la atención dirigida al hombre que
ahora enviaba la imaginación en pos del recuerdo...

Por primera vez el equipo nacional había logrado la


clasificación para el mundial; ya era uno de los diez y seis
más grandes. Perú y Colombia quedaron con la derrota
estampada en el fondo de sus arcos. El país marchaba
bien; la democracia había sido consolidada, luego de los
95
primeros tiempos de corrupción y pavor; la producción
aumentaba junto con el bienestar; la opinión pública se
volvió al equipo no con la desesperación de encontrar en
él la última posibilidad de una ocasión feliz, sino con la
alegría serena dispuesta a seguirlo en todos los com-
promisos… el día en que una aeronave los llevó a Holanda,
el aeropuerto y sus instalaciones estaba repleto… miles
fueron a despedir y a desear suerte al equipo. El
Presidente también estuvo allá.

Los vio formados en línea cerca del avión y terminó el


mensaje de despedida del siguiente modo: "por primera
vez el país -a través de ustedes- será visto por miles de
millones en los cinco continentes; por eso les pido que
jueguen sus partidos con la misma fe y la misma voluntad
con que nuestro pueblo ha enfrentado y está venciendo
el subdesarrollo… que cada ser humano en el mundo
reciba el mensaje que tratamos de hacerle lle-gar: en la
competencia por sobrevivir con decoro, sólo el respeto
a nosotros mismos y el respeto que guarde-mos para con
los demás pueblos, nos otorgará la digni-dad que nos
permita ser una de las naciones con el de-recho a ser
respetada… en vuestro caso, quiero que nunca se olviden
que un gol puede ganar un partido o un campeonato, pero
si ese gol no ha sido conquistado con fuerza, con técnica
96
y con limpieza, nunca será un gol digno, porque habrá
sido conseguido sin dignidad… den a la camiseta el cien
por ciento, pero sean dignos; vuelvan como están yendo:
dignos"…el Himno Nacional elevó las voces en una
ofrenda al espacio tibio. El avión decoló, dio una vuelta
con el ala inclinada y cien mil pañuelos trazaron el "buena
suerte" como una continuidad de la blancura de las
cumbres que más coquetas que nunca sacaron a relucir
los armiños

Se sabía que el equipo respondería bien. Durante los diez


años anteriores los gobiernos se habían preocupado de
fortalecer el deporte nacional en todos los niveles y, por
supuesto, en el fútbol. Se había apoyado decididamente
a las academias infantiles,” de las que salieron nuevos
valores que después pasearon el fútbol boliviano por las
canchas de todos los departamentos. Así fue como se
conformó el mejor seleccionado que había tenido la
Nación, Brasil y Uruguay en las eliminatorias no fueron
rivales; quedaron sorprendidos ante el gran adelanto de
nuestro fútbol. Fútbol de equipo y de astros

Entre los astros había uno que parecía haber reencar-


nado todas las cualidades de los grandes del mundo.
Veloz, resistente y de una fuerza excepcional. Artista
97
de la gambeta, prestidigitador del dribling; poseedor de
una visión de conjunto que raramente se daría en otro y
dueño de una tenacidad y voluntad difícilmente igua-
ladas por jugadores de lejanas y cercanas latitudes… se
había entrenado desde que tenía siete años; usaba con
igual destreza ambas piernas y su puntería era casi
maléfica por lo certera… sus chanfles hacían de cada
tiro libre una sensación de conquista. Recibía la pelota,
enganchaba ante dos o tres y el pase matemá-tico partía
bien a la punta, bien al centro… otras veces devolvía la
pelota con toques mágicos y cuando entraba al área se
llevaba hasta cuatro jugadores que iban en pos de él en
sus afanes por neutralizarlo, lo que ocasionaba brechas
en la defensa rival, que luego del pase servido, hacían
que los otros delanteros encontraran menos protegidas
las sendas al arco… los críticos lo calificarían después
como el mejor jugador de todos los tiempos; pero eso
fue después, cuando quedaron plenamente convencidos
luego de mirar y aplaudir su perfección; sin embargo,
tenía algo más: una calidad humana y un carisma tan
grande que le permitía poner al equipo otra vez en
marcha en momentos de incertidumbre. Cosa extraña,
llevaba el N° 10 en la espalda

98
Los otros componentes del seleccionado eran también
verdaderos astros; por eso fue que, cuando el equipo se
clasificó para las octavas y luego para las cuartas de
final, no hubo grandes sorpresas para nuestra hincha-
da, aunque fue una revelación para el mundo; la apo-
teosis para todos llegó cuando la verde y blanco, luego
de empatar con Alemania ganó el derecho de jugar la
final de la Copa del Mundo. Su rival era el equipo
anfitrión, Holanda

Todas las finales acaparan la atención del mundo; pero


ésta la acaparó por partida triple: por ser la final; por
ser un equipo, hasta entonces pequeño, el que parti-
cipaba y porque en él estaba el mejor jugador del mundo

Los comentaristas describían las bondades de un equi-


po primerizo que, habiendo llegado por primera vez, no
digamos a la final, sino al derecho de competir con los
mejores, se comportaba en la cancha con la autoridad de
un viejo conocedor y con la entereza y coordinación de
un equipo salvavidas… no cometía infracciones vio-lentas
voluntariamente, no jugaba “a la mala”, no discutía con
enfado las decisiones del árbitro, no demoraba la pelota
ni congelaba el juego… los once muchachos entran a la
cancha a jugar con todo, decían los comentaristas… esa
99
cualidad, unidas a un juego movido, vistoso y creativo
hicieron del equipo nacional uno de los más temibles para
cualquier otro, y uno de los más apreciados por las
hinchadas de todos los países del planeta. Como era
lógico, el N° 10 merecía comentarios suplementarios: su
juego es inteligente, veloz y efectivo, decían los rela-
tores… su dominio del balón es inigualable, la gambeta es
terrible y llena de arte, la patada, con ambas piernas, es
fulminante y todo en él es endiabladamente elegante,
luciferino... los Himnos Nacionales han sido cantados y
los equipos se posesionan en sus respectivos campos... en
la cancha norte, damas y caballeros, el equipo de
Holanda, el que impuso el “fútbol total”, el que arañó
tantas veces la Copa, la famosa Naranja Mecánica que
revolucionó la concepción del fútbol moderno con la
permanente rotación de los jugadores a lo largo y ancho
del campo; por su ataque y defensa en bloque y por las
exigencias impuestas a cada jugador de que, ante todo,
sea físicamente un verdadero atleta. En el campo sur, el
equipo de la Nación, la gran revelación de este mundial.
Nunca, hasta hoy, había tenido la oportunidad de par-
ticipar en una Copa del Mundo, pero helo aquí, que con su
debut como mundialista llega nada menos que a la final,
dejando en el camino a equipos que ya son leyenda. Su
fútbol es también “total”, al que añadieron, sin embargo,
100
la concepción artística que siempre ha caracterizado al
fútbol sudamericano. En cierto sentido, profesor y
alumno decidirán esta tarde el destino de la Copa... en
cuanto a las posibilidades, diremos que Holanda necesita
sólo un empate para hacerse del campeonato y que
Bolivia necesita forzosamente un triunfo; esto hace
suponer que será la delantera boliviana la que se hará
cargo de los trámites más importantes del cotejo... sin
embargo, no olvidemos que Holanda, como anfitrión,
estará presionado por su público para ganar este
partido; ávido de triunfo y de ganas de que se lo
reconozca como el mejor, el equipo holandés, aumentará
la presión, a medida a medida que transcurran los
minutos en cada etapa… el público también presionará
con gran fuerza y convicción sobre el equipo de la
Nación.... el réferi ha hecho sonar el silbato y el partido
empieza

Es un domingo azul y naranja en Holanda y azul y verde


en la Nación… las calles de la Nación están silenciosas y
en cada hogar, las ondas de radio o los canales de TV han
copado las prioridades de cada ciudadano… ser los
mejores del mundo; ser los mejores en algo, por prime-
ra vez en la historia era una posibilidad que orlaba un
presente y diseñaba nuevas perspectivas para el fu-
101
turo... ser los mejores en algo, era salir definitivamente
del túnel a la heredad abierta que el destino tiene
reservado para los que han logrado alcanzar el mañana.
Ya hubo una copa adelantada:

Adiós ocaso; hola esperanza


Venimos en pos de nuestro mañana

¡Cuánto significaba para la Nación ser, por vez pri-


mera, los mejores del mundo en algo!

Señores, amigos todos, el partido ya llega a su término;


el marcador no ha sido abierto; Holanda ha trazado fi-
guras de una extraña geometría en el césped; el equipo
de La Nación ha gravado filigranas .... ¡atención! ¡Ante la
presión de su público, Holanda adelanta todas sus líneas,
todo el equipo naranja está en el espacio de la Nación!
tal como lo habíamos pronosticado, el público quiere un
gol de Holanda y lo quiere ahora... quiere ver a su equipo
dar la vuelta olímpica, pero con una victoria redentora;
hay 21 jugadores en el campo boliviano, la defensa de la
Nación quiere salir, pero no puede; el público anfitrión
corea el gol, parece que el hecho de ganarle a la Nación
se ha convertido en un asunto tan importante como
ganar la Copa misma... el público está loco; Holanda ataca
102
con desesperación; el réferi está atento a lo que sucede
dentro del área grande de los nacionales ... ¡atención!
¡atención! un petardo surgido de la curva del arco
holandés ha reventado en la cabeza del arquero del
equipo naranja; el arquero holandés yace inconsciente a
unos dos metros a la derecha de su arco; ¡el árbitro no
ha visto nada, porque su atención estaba concentrada en
ese mare magnun de esfuerzo y movimiento que es el
campo de juego del equipo de la Nación.! ¡Casi simul-
táneamente hay un rebote que va a los pies del N° 10, el
que emprende la carrera velocísima, inalcanzable, esta
vez, sí, en pos de la Copa… después de haber visto caído
al arquero! el réferi no puede interrumpir la jugada,
puesto que no le constaba lo que le ha sucedido al
arquero holandés... ¡Allá va el N° 10! ¡La Nación va a
inscribir su nombre como el mejor del mundo! pero este
gol tendrá un sabor amargo; el público holandés insulta
con gran desafuero al N° 10… este ya está en el punto
del penal, un segundo más y la Nación tendrá la Copa,
pero con un gol agrio; ¡medio segundo.... ¡Atención!
¡Atención pueblos del mundo!... el N° 10 acaba de arrojar
la pelota, intencionalmente, fuera del campo por el
lateral izquierdo, y él mismo se arroja de bruces al
césped expresando su frustración! … damas y caba-
lleros: hemos visto muchos ídolos del fútbol arrancar
103
gritos de locura de las tribunas; pero esta es la primera
vez que vemos a alguien que desde el campo de juego
hace enmudecer al público y, por qué no decirlo, al
mundo… el N° 10, al ver que el arquero yacía incons-
ciente en el suelo y estando a menos de 6 metros del
arco desguarnecido, en el último instante lanzó la pelota
fuera del campo, perdiendo así la ocasión de dar a su
equipo la primera Copa Mundial de su historia. Todos
parecen haber perdido el habla; hay un silencio hecho de
asombro en este estadium... ¡el árbitro ya ha anunciado
la terminación del partido!... ¡Con este empate, el equipo
holandés se hace de la Copa del Mundo!!! El público
parece despertar y vuelve a gritar con desafuero
inusitable... el entusiasmo es increíble... el público
derriba el alambrado olímpico que protege el área de
juego ¡y se dirige al campo del equipo boliviano! ... ¡suben
en andas a cada uno de los jugadores! ... ¡el arquero
holandés se recupera... aquí está sucediendo algo
increíble... son los propios jugadores holandeses que
alzan en hombros al N° 10 del equipo de la Nación y dan
la vuelta olímpica...

¡Amigos todos: creo que con esto ya he visto todo lo que


mi destino ha decidido que viera! ¡El equipo que logró la
Copa del Mundo da la vuelta olímpica, llevando en
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hombros al equipo que acaba de perderla! El N° 10 saludo
al público ... ¡aquí ha sucedido algo grandioso y todos lo
corean a una sola garganta: ¡La Nación! ¡La Nación!

¿En qué lugar del mapa se encuentra La Nación?

Nación está callada. Las calles están desiertas. Nadie


festeja nada en ellas. Todos siguen hipnotizados al
receptor de radio o a la TV; por un segundo se había
tenido la Copa en las manos; por un segundo, cuando el
N° 10 se aprestaba a enviar la pelota al arco desguar-
necido ...

Han pasado muchos años desde entonces; tantos, que


muy pocas son las personas que, siendo niños, habían
sido testigos del evento mundialístico. Nadie olvida lo
que pasó entonces; tampoco se olvida que hubo épocas
en que los campesinos abandonaban el campo para pedir
limosna en las calles; que el analfabetismo había lle-
gado al 75% de la población, que los índices de morta-
lidad infantil estaban entre los más altos del mundo y
que las señoras daban a luz en lechos improvisados, he-
chos de paja y de cueros, debido a que no tenían a quién
recurrir; nadie olvida lo pobre y dependiente que era
la Nación, ni sus calles sucias, ni sus casas en franco
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abandono, ni la ausencia de servicios básicos para la
mayoría nacional; tampoco se olvida los tiempos en que
la Nación había sido borrada del mapa por una reina
inglesa, debido a que su embajador fue sacado desnudo
y montando un burro al revés. Nadie olvida las afrentas
recibidas por la Nación cuando era tan pobre que hasta
el pan que comía procedía de las donaciones, las requi-
sas personales a que eran sujetos sus habitantes en los
aeropuertos, cuando debían llegaban a algún país; re-
quisas que incluían la necesidad de desvestirse y so-
portar búsquedas de cocaína en todas las partes del
cuerpo. Nadie olvida cómo los políticos se asociaron a
los narcotraficantes para conformar un modelo de co-
rrupción, cuyo grado y arrogancia con la que era reali-
zada, espantaba horrísonamente a todos los observa-
dores por igual. Nadie olvida la indiferencia con que los
organismos internacionales miraban todo eso… nadie se
olvida de nada de ese terrible pasado… tampoco de lo
que dijo el entonces presidente de la Nación, un minuto
después de que el N° 10 arrojara el balón al lateral de
la cancha, perdiendo de este modo la única oportunidad
que había tenido el equipo nacional para lograr el mun-
dial. Ese mensaje ha sido grabado en una pared de már-
mol que rodea un monumento que se levantó para él,
para el equipo y para el N° 10, en el centro mismo de la
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capital. Ese monumento es el sitio preferido de los tu-
ristas, en su peregrinar por las calles de la Nación. Pre-
guntan incesantemente cómo era la Nación antes;
dónde había nacido el N° 10; dónde había vivido el Pre-
sidente; dónde... pero su momento era escuchar el re-
lato del guía sobre lo que había sucedido inmediata-
mente después del discurso… el guía lo repite tantas
veces como sea necesario, sin omitir ni aumentar una
sola palabra a lo que había dicho su abuelo, cuando ocu-
paba su lugar:

Las palabras del Presidente aún vibraban en el ámbito


cuando las calles se llenaron de gente dispuesta a mos-
trar su alegría al mundo… extraños abrazaron a extra-
ños… coros improvisados elevaron el nombre de la Na-
ción hasta las alturas del paroxismo… la Nación mostró
al mundo el orgullo de ser Nacional… por primera vez,
desde su fundación, la Nación fue”.

Escuchado otra vez el ritual, los turistas se vuelven


nuevamente a leer el discurso grabado en el mármol.
Nadie se explica que unas palabras tan simples, tan or-
dinarias causen tanta emoción a todo el que las lee:

Nuestro equipo de fútbol no nos traerá la Copa, pero


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nos va a traer el respeto del mundo. Los países del pla-
neta saben ya de que temple está hecha nuestra gene-
ración. Antes nos ignoraban o despreciaban; de hoy en
adelante, nos tomarán en cuenta. Lo que no se ha con-
seguido en casi dos siglos de vida republicana lo hemos
logrado en los últimos diez años y nuestro equipo lo ha
demostrado hoy. Nada se da gratis; es preciso pagar
por todo lo que conseguimos; en este caso, nuestro
equipo ganó el respeto del mundo, pero perdió la Copa.
Cuando retornen debemos recibirlos con el mismo en-
tusiasmo con que los despedimos. Gracias a ellos hoy
nos sentimos más dignos; somos más dignos

***
Ahora ya no hay mendigos en las calles; el analfabe-
tismo, la desnutrición y el desamparo fueron expulsa-
dos del ámbito nacional… los corruptos ya no gozan de
inmunidad y el desarrollo económico ha llegado con sis-
temas de distribución del ingreso, que todos envidian
por su igualdad real… se trabaja con ansias y con espe-
ranzas… el trabajo ya no es una pena, más bien es un
privilegio... todo eso y mucho más fue logrado, cuando
los países del mundo preguntaron, inmediatamente
después del gran partido de fútbol: ¿en qué lugar del
mapa queda la Nación? Al enterarse del lugar exacto,
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algo extraño e inesperado sucedió. Los inversionistas
querían invertir en una Nación que había demostrado
tanta dignidad y decoro en un campo de fútbol. Los or-
ganismos internacionales recomendaron a la Nación
como un país con riesgo cero. Los proyectos nacieron y
se desarrollaron... el subdesarrollo quedó atrás.... lo
que no había sido posible en casi dos siglos de vida re-
publicana, lo fue por la visión de un Presidente, la vo-
luntad de una Nación, el esfuerzo de un equipo y la ca-
lidad futbolística y humana de un N° 10.... en verdad, la
realidad es más fantasiosa que la fantasía misma...

¿Cuántas veces han escuchado al Director Técnico


contarlo?
¡Hartas!
¿Cuántas veces más lo escucharán?
¡Hartas!

En la espuma de los vasos, un rayo de sol da su última


estocada de oro y de verde

El Director Técnico vació su vaso de un solo envión.

Todos los vasos de aquel sábado de fútbol de barrio


fueron vaciados…
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