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IMPORTA
(Relatos)
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La Guerra de los Tamaños
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amasan entre sí para acomodarse sin molestarse mu-
tuamente, lo que es un signo de gran capacidad civili-
zante. La voluntad de los escoceses es tan grande, que
cuando la ubicamos en el globo terráqueo nos inunda la
seguridad de que han tomado una tarea de prioridad
cósmica:
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Pero los siglos pasaron, amontonándose junto a las
montañas escocesas y el progreso tocó, con grandes
vibraciones, a la tierra de los acantilados. Por razones
que el sentido del humor de la naturaleza podría expli-
car, los de Scottish tenían agua, la que faltaba por
completo en la región de Scottich. Mientras que en la
región de Scottich se halló un pozo de petróleo con el
que alimentaban una planta de energía que les permitía
gozar de luz artificial. De este modo, durante las horas
del día, (que nunca fueron muy largas) los de aquí go-
zaban de baños y de riegos pantagruélicos, mientras
los de allí racionaban el agua que importaban en cister-
nas, desde el otro lado de la frontera municipal. Pero
durante la noche los de allí iluminaban sus casas con
luces que fulguraban en bombillas de colores, para go-
zar de la aflicción de los de aquí, reflejada en las hu-
millantes llamitas titilantes de las velas… así se pasa-
ban los años y los lustros, permitiendo la maduración
de las décadas… pero, tal vez por alguno de esos mis-
terios de la historia, el Parlamento Inglés intervino en
esta vida signada por la dialéctica de los eternos con-
trarios. La Cámara de los Comunes sentenció que un
pueblo dividido no podía prosperar ni existir y que era
de importancia nacional terminar con este asunto
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La Cámara de los Lores desempolvó las pelucas, lustró
los blasones, exhibió los títulos y con rapé traído del
contrabando francés, sentenció que los comunes tenían
razón: era necesario hacer algo. El Primer Ministro en-
contró la solución: se construiría un acueducto desde
los de aquí hasta los de allá, cruzando desafiantemente
el precipicio que los unía. Como contraparte, levantaría
postes de energía eléctrica en la región de los de aquí,
para que la luz de los focos reemplazara el resplandor
de las velas. Así sería cómo se lograría que los unos
tuvieran luz y agua y los otros, agua y luz, pero la idea
nunca llegó a ninguno de los precipicios divididos.
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Pues que uno de los resultados del censo medidor había
determinado que el promedio del tamaño del pene de
los varones de ambas regiones, eran iguales entre sí,
pero menor que el promedio nacional… como se com-
prenderá, esto era algo que nadie en el mundo de la
razón, de la dignidad, del honor, de la tradición, de....
podía aguantar
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Como sucede en todas las guerras, ésta demandó tam-
bién una estrategia de alianzas defensivas, conspirati-
vas, hermanadoras, vengadoras. Los de allí y los de aquí
se comunicaron directamente por vez primera en dos
mil años y decidieron presentar fuerzas conjuntas para
enfrentar al desmedro. La primera medida fue la cons-
trucción de un puente, para que la pesadez del trans-
porte no obstaculizara la fluidez del diálogo directo.
Enemigos de acudir al Estado, los respectivos munici-
pios presupuestaron los urgentes gastos que demanda-
ría la construcción del primer puente que uniría, junto
con el precipicio original, los esfuerzos y las simpatías
mutuas de ambas regiones… al final, el presupuesto de
cada municipio tuvo que ser duplicado, puesto que apa-
reció un nuevo problema que debía ser resuelto: cada
región quería empezar el puente
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Como el encuentro en el medio no era ni remotamente
posible, dos y no una, fueron las pasarelas unificadoras
que establecieron los túneles cósmicos que unirían las
dimensiones paralelas.
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Los furibundos no se percataron de la socarronería fe-
menil y continuaron con la formulación de estrategias
que venían a reemplazar otras de igual calibre. Mien-
tras tanto, los medios de comunicación social habían
transmitido por escrito, y por hablado, los pormenores
de los aprontes varoniles de las regiones de Scottish y
Scottich. La opinión pública se dividió
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Canciones de vituperio fueron compuestas; poemas de
desagravio se leyeron en las jornadas literarias; estu-
dios sicológicos fueron realizados y los antropólogos
arengaron, en manifestaciones de muchedumbres va-
roniles, sobre la necesidad de unificar la raza agran-
dada “en todo sentido”. Finalmente, los masculinos de
ambas regiones llegaron a un acuerdo, justo, adecuado,
unificador, definitivo y totalmente reivindicador: rea-
lizarían una exhibición pública, para demostrar lo mal
encaminados que los maleantes de la Dirección de Cen-
sos andaban, en su afán de desprestigio. Convocarían a
la prensa nacional e internacional, a varios observado-
res neutrales de las NNUU y a delegados y veedores
especiales de países amigos… medirían al “vivo y di-
recto” todo lo que habría que medir y sacarían un pro-
medio verdadero, no camuflado por la discriminación
censorial. El gran acontecimiento vindicador se llevaría
a cabo el día sábado venidero; la Cámara de los Lores
volvió a desempolvar las pelucas, las togas, los códigos,
las condecoraciones, los emblemas... y volvieron a relu-
cir las cajitas de rapé deportado de Francia.
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En primer término: el hecho de unirse en hatos preten-
didamente diferenciables del resto, no puede negar la
imposibilidad de vivir independientemente del resto.
En segundo lugar: ningún miembro de la manada distin-
tiva podrá vivir feliz, si los demás ignoran que tal ma-
nada existe; las asociaciones más recónditas no ten-
drían razón de ser, si el mundo no supiera de su exis-
tencia… y esto, compañeros, parece tener sentido; por-
que, díganme: ¿a qué miembro de la élite le interesaría
pertenecer a una vacada determinada de cuya presen-
cia en este mundo no se tendría noticia?
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La adolescencia es una época que revive remotos ins-
tintos hórdicos y rituales lejanos; el misterio sin fuego
de la caverna, que sirve de sala de reuniones a los que
luego se lo robarán a Prometeo… la atmósfera húmeda
de las catacumbas que albergan a los adoradores de la
Cruz; las reuniones sin espacio que rejunta a los inicia-
dos en los secretos pitagóricos… la gentil sombra que
esparce por los jardines de la Academia la luz verda-
dera de la idea inmutable… el espacio cósmico, donde
se anuncia el relevamiento de uno de los nueve genios
del universo… las flamígeras espadas que se inclinan
ante el compás y la escuadra… los súbditos del ángel de
los abismos… los profetas del anticristo… los muñequi-
tos ensartados con espinas hechas de luna llena… la
mesa conspiradora que recibe a los conspiradores… el
beso de la muerte sellado por la Mano Negra y el sa-
crificio de la virgen que será poseída por el rey de las
tinieblas
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una especie de asilos inquisitorios que otorgaban «sta-
tus» a sus asociados; se regían por preceptos draco-
nianos y la expulsión, destierro tribal en la época de los
nearthentales y el ostracismo en Atenas, significaba la
muerte social del inculpado, la condena a “ser como los
demás”, con las horrendas consecuencias que ello apa-
rejaba… cada club tenía su propio estilo y un lugar de-
terminado en la escala social; los había desde los san-
gre roja bermellón del parque Riosinho y sus alrededo-
res, hasta los de pura sangre de Sopocachi
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Una vez que el solicitante pasaba las pruebas de he-
rencia, pureza y morbosidad racial tenía que sortear al
menos dos más: prenderse a trompadas con el más ma-
cho del hato y tomarse media botella de singani de una
sola mirada al cielo… el ritual hemoglobínico se cumplía
en un acto social en el que participaban los muchacho-
nes y las muchachonas; los otros dos se desarrollaban
en uno de los espacios verdes del Montículo y sólo te-
nían acceso a él los miembros machos del clan en cues-
tión… Pata de conejo ha escuchado la voz de Manitú
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La serenata
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el mismo violín después de tantos años; no podía equi-
vocarme, no era posible que sea olvidada después de la
manera cómo fue interpretada esa noche … la música
venía de la esquina, a media cuadra del lugar donde yo
me encontraba… con la natural curiosidad que sentí,
me acerqué cautelosamente hasta que lo vi: un hombre
mal vestido, con la barba crecida y que despedía un te-
rrible olor a alcohol, no pude contener las lágrimas…
apreté la mano de mi hijo, le dije que debíamos apurar-
nos y ambos nos alejamos de la esquina, mientras que
poco a poco, la “Serenata” se perdía entre el ruido de
la calle… a veces pienso que si yo hubiera dado el pri-
mer paso, otro habría sido el destino de ambos… sabes
que soy feliz con mi marido, a quién amo de verdad,
pero los recuerdos de aquella noche y el encuentro uni-
lateral de hoy, fueron tan vívidos que me produjeron
un verdadero colapso emocional…
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El lenguaje de las hojas
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De pronto, irrumpe la presencia de un hombre también
barbado
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debo confesar (intervino uno de los que estaban en
el ruedo) que, entendiendo las palabras, no consigo la
misma suerte con el significado
si entendiésemos todo lo que la palabra dice, no es-
taríamos aquí ni habría motivo de tiempo y espacio…
pero déjeme que continúe con mi atrevida intrusión…
no pude resistir la necesidad de contar lo que debo
contarles, pues viene de la misma sustancia con que fue
modulado el relato del mensaje de las hojas de los ár-
boles
–por favor, hazlo; así, lo que fue imposible primero, lo
que se convirtió en improbable después, pueda ser
ahora cierto en la memoria de todos
–crucé a pie varios países; lo hice con la angustia y la
desesperación con que un hombre va en busca de la es-
posa
-¿…?
–perdida después de un ataque de terroristas a mi
choza … habían golpeado la puerta, lo hicieron con de-
rroche de fuerza y soberbia… cuando la abrí sentí, en
el mismo instante, la muerte atravesándome sin dila-
ción ni duda… caí con la certeza de que nunca más po-
dría levantarme… pero, después de un pedazo de
tiempo, la conciencia vino a mí, porque los bárbaros me
habían dejado, convencidos de que sólo serviría como
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presa de algún banquete subterráneo… agradecía a mi
conciencia venida en mi rescate con la urgente tarea
de mostrarme que tenía una bala incrustada en el pe-
cho, también supe que estaba en un lodazal, cubierto
por cadáveres y moribundos que aún se quejaban, pi-
diendo agua, pronunciando nombres de mujeres lejanas
y de niños abandonados… me puse de pie y empecé a
caminar en una noche que era como el negro de la caja
china más pequeña; no tuve otro guía que mi ansia de
saber dónde estaban mi esposa y mis hijos; mi ansia no
la quería muerta… caminé sólo hacia donde el viento me
llevara; la bala en mi pecho parecía querer recordarme
que mi obligación era no olvidarla… caminé en una di-
mensión donde no había punto de referencia, puesto
que la oscuridad hacía de la noche el agujero negro de
la galaxia; pero caminé, siguiendo el compás del viento;
él me llevaba en la oscuridad susurrante… usé las pal-
pitaciones de mi pecho para calcular los segundos que
pasaron a ser minutos y luego horas y luego alba… en-
tonces vi que estaba cerca de en un bosque cuyos ár-
boles parecían balancearse unos en pos de los otros,
para luego curvarse al lado opuesto, en la misma acti-
tud con que diferentes grupos de personas forman
grandes hileras y el primer grupo transmite un mensaje
al siguiente, cuyos miembros se acercan a escucharlo,
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para, luego de recibido, transmitirlo a los del grupo in-
mediato que ahora se acerca a ellos con la misma inten-
ción… me puse a observar el ritmo repetido con insis-
tencia y pude ver que las hojas de cada árbol vibraban
cuando se juntaban con las del siguiente, por medio de
la flexión que hacían las ramas; después me di cuenta
de que vibraban por el viento; que transmitido el men-
saje, dejaban de vibrar para que vibraran las que lo ha-
bían recibido, y así, por todo el largo bosque… no dudé
ni un segundo: seguí el rastro de las ramas al curvarse
y de la vibración de las hojas; caminé durante diez días,
noche y día; día y noche; sin descanso, sin alimento, sin
agua, sólo imantado por el roce de las ramas y el con-
cierto de las hojas y la presencia atroz de la bala en mi
pecho… ¿cómo pude hacerlo? No sé; quizá nunca lo
sepa; quizá algún día las hojas del viento y de las ramas
me lo digan… llegué a una cabaña donde tres terroris-
tas matando el tiempo… esperé la noche y cuando todos
estaban dentro de la cabaña, me acerqué a la ventana:
allí estaba mi esposa, sirviendo la cena; llevaba cadenas
en los tobillos y mis dos hijos estaban tirados en un
rincón… dejé el sobresalto para después; dejé el grito
para después; dejé el arrebato para después… ahora no
podía pensar en algo que no fuera el modo de liberar-
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los… imité el aullido de un lobo cercano… uno de los te-
rroristas quiso tener sus colmillos para parearlos, se-
guramente, con los suyos; salió rastreando la senda con
su ametralladora… una rama, fuerte y leal vibraba en
mis manos… el golpe en la nuca fue certero; ese hombre
nunca más se levantaría ni en la noche ni en la ma-
ñana…tomé la ametralladora, irrumpí en la choza y dis-
paré sobre los dos que cenaban en la mesa; murieron;
tal vez la sorpresa fuera más fuerte que las balas, pero
murieron… ahora estamos de vuelta a nuestro hogar…
tal vez quieran conocer a mi esposa y a mis dos hijos:
aquí están, sus sonrisas alumbran mi vida…
El ojo vengador
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racterístico de toda taberna estadounidense: los dar-
dos. En realidad, es en uno de estos ritos donde co-
mienza esta curiosa historia.
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doneta estampillado en el ojo. Pero había una ceremo-
nia anual que cumplía con la puntualidad con que un ban-
quero cobra una hipoteca… cada año, cada efemérides
de la inmolación, el de la mala puntería recibía un par-
che negro en una caja de dardos…siempre que lo reci-
bía, le parecía un pedazo vivo de piel de una tarántula
con lepra… el del ojo impar jamás permitiría que el otro
olvidara su culpa; parecía regocijarse en el hecho de
recordárselo todos los años en la misma fecha… quería
que sintiera que nunca tendría la indulgencia del olvido,
aun habiendo compartido juicios perdidos…
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Radisson escuchó cosas extrañas sobre barrios margi-
nales superpuestos unos a otros… noches que se des-
floraban en otra noche… cantinas donde el alcohol de
caña era servido en jarros de aluminio encadenados a
las esquinas de las mesas… pisos de tierra donde una
huella desempolva a otra< escuchó historias de duelos
a cuchilladas y hachazos; mujeres que manejaban el
“llauri” agujas inmensas, con calidad de diplomadas…
Sin poder contenerse pidió ser llevado a cualquier lugar
donde los novatos “tenían 3 puñaladas de ventaja en
sus primeras intentonas de pendencia. Pidió conocer al
mejor (la idea era aún amorfa) … ¡al mejor de los me-
jores! (la idea empezaba a tomar forma) … exigió una
demostración (la idea se apoderó de una forma y de un
cuerpo) … en seis segundos seis gillettes se clavaron en
el mismo blanco; la hoja de afeitar se llamaba por aquel
entonces gillette, como cualquier marca de pasta den-
tífrica era “Kolinos”. La gillette (pronunciada con la “j”
francesa) servía a cualquier machote de Churubamba
para pelar una naranja o descuartizar a un buey antes
de que cayera al suelo… pero no vaya a creerse que se
está hablando de los gillettes afeminados que vienen
ahora en un estuchito negro, unita sobre otrita, para
ser colocadas en un mango plástico y acariciar barbas
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sedosas y mariconeadas con aguas de colonia: algo así
habría sido un agravio.
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La plancha mortífera fue aprisionada entre los dientes
y la lengua empezó a presionar en contrafuerza; la
hoja, apenas un poco más densa que un pensamiento, se
curvó entre los dientes como una ballesta y se pro-
yectó hasta el medio de las otras seis, dejando su es-
tela negra en el aire espantado
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que les dura toda la vida, como es el caso de todos los
congresales conservadores que están aquí
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los, puesto que de otro modo el matrimonio, como su-
cede en nuestros días, se convierte en una cadena te-
rrible de desasosiego, desencanto y sufrimiento
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éste o en otro mundo…. por otra parte, si la Ley de Di-
vorcio separa lo que supuestamente Él ha unido, enton-
ces Dios no parece ser tan omnipotente, puesto que
basta una disposición legal para separar su divina jun-
tura
–sofisma! ¡sofisma impío y mendaz!
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tro de un nuevo amor, la incompatibilidad de caracte-
res de dos personas, que ya no se soportan mutua-
mente; el adulterio, el alcoholismo, la falta de hijos, la
imposibilidad de tener sexo
–¡monstro! ¡quero morerme... quero morerme! ¡basta!
¡basta! ¡que ya no hable! ¡que Dios lo fulmine!
–¡He de hablar nueve días y tres cuartos!
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“amalgama de culturas amorfas y mutiladas” absor-
biera tales enseñanzas?
–creo que una de ellas sería la terrible desigualdad
que existe en nuestra sociedad; por una parte, el indio,
que vive en etapas casi salvajes de evolución; y por
otra, una pequeña porción de las clases altas, que ha
optado por un modelo de vida más bien cosmopolita…
esa relación asimétrica de razas, implica una terrible
explotación por parte de los segundos sobre los prime-
ros
–eso es cierto; pero también lo es el hecho de que el
catolicismo siempre ha sido una corriente auspiciadora
de desigualdades, de acuerdo a ciertos principios, ge-
neralmente abstractos, de “jerarquía”
–la jerarquía de la Iglesia es una tradición que pro-
viene desde sus mismos inicios; hace que cada cual par-
ticipe según su propio valor… recordemos que Dionisio
el Aeropagita, afirma que el objetivo de la jerarquía es
una adecuación con Dios, pues toma a Dios como maes-
tro de todo saber
–la afirmación de Dionisio es pues una muestra de
que la jerarquía es inherente a las enseñanzas de la
Iglesia
–todo está ordenado conforme a la jerarquización y
con ella, la relación de lo imperfecto a lo perfecto... lo
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más perfecto se define como un grado mayor de acer-
camiento a Dios
–¿quizá fue ese concepto de jerarquía el que impulsó
al cura Valverde a afirmar que los indios estaban muy
lejos de Dios y lo habrían demostrado por el acto de
Atahualpa de arrojar la Biblia, por que no logró “escu-
char la voz de Dios” en ella?... es decir, ¿es-te supuesto
alejamiento de Dios habría avalado la versión de que
los indios no tenían alma y que por ello no era necesario
tratarlos como personas?
–es posible que hubiera habido una mala interpreta-
ción del significado de “alejamiento” de Dios
–claro está que debemos recordar que el concepto
de jerarquía no se origina en el cristianismo. Platón lo
utiliza para diferenciar el mundo sensible y el mundo
de las ideas; por supuesto que considera de primera
jerarquía el mundo de las ideas, de las que el mundo
sensible no sería sino una sombra… pero ambas inter-
pretaciones, la de Platón y la de Dionisio, concuerdan
en lo fundamental, esto es, en la necesidad de subor-
dinación
–pero no olvidemos que la jerarquía no sólo se aplica
en el sentido teológico, sino también en las ciencias.
Así tenemos la división de Comte; también la tenemos
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en la axiología, en el poder y en el prestigio, como lo
afirma Aristóteles
–no confundamos un sistema jerárquico del tipo com-
tiano, que implica un ordenamiento de las ciencias, con
uno de tipo teológico, que implica un ordenamiento y
subordinación de personas… en las primeras no hay ex-
plotación de ninguna clase; en las segundas existe el
marginamiento y da lugar a la instauración de terribles
sistemas de explotación
–es por demás sabido que esos sistemas de explota-
ción no son avalados por la Iglesia; puesto que no está
en el espíritu de la jerarquía católica el propiciarlas
–ese es el punto fundamental en mi argumento: la
Iglesia pregona doctrinas cuyo “espíritu” se considera
pleno de bondad pero que se deforman grotescamente
cuando son aplicados a la realidad.
–lo mismo sucede con las leyes y la Constitución
–así es; pero los que hacen las leyes y la Constitución
no presumen de divinos y nunca han otorgado carácter
de infalible a sus contenidos… esa deformación de los
cánones dictados por los católicos es para mí una mues-
tra de que son artificiales en extremo y que sólo el te-
rror, instrumento fundamental de la Iglesia, les per-
mite tener alguna vigencia; sin embargo, el católico en
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general, al saber que puede ser perdonado en el confe-
sionario, en cualquier momento que crea oportuno con-
fesarse, ha encontrado un medio muy adecuado para
practicar su supuesta fe: creer con la palabra y des-
creer con el hecho, de ahí que la doctrina de la Doble
Verdad, repudiada por toda ética terrenal, haya sido
adoptada por los católicos como una cuestión de fe
–esas son suposiciones suyas
–afirmaciones de la historia; pero resumamos: usted
dice que el acto de promulgar la Ley del Divorcio sería
como entregar en bandeja el vicio legalizado a nuestra
sociedad debido a que “no son como los ingleses”. Esto
quiere decir que nuestra sociedad no estaría lo sufi-
cientemente civilizada como los ingleses. Si recorda-
mos que los ingleses son protestantes, como lo son los
países más civilizados del planeta, tal vez podríamos
encontrar la causa general de nuestro atraso: la vigen-
cia del catolicismo en nuestro país; y, lo que es peor, en
nuestra historia
-no voy a cohonestar esas deducciones ni siquiera
con amagos de continuar interviniendo en este diálogo
–no me extraña: siempre he creído que el dogma ja-
más podrá tener la capacidad de dialogar; su estruc-
tura funcional no lo permite; el dogma es sólo abierto
al monólogo del púlpito
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(Luego dirigiéndose a todos, dijo):
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Los límites
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habían cohabitado en compartimentos estanco, sepa-
rados rígidamente por un espíritu de inaccesibles co-
fradías, se desperdigan en individualidades que se di-
luyen en el gran grupo colectivo, que es el personal todo
del ministerio en cuestión… parece que la experiencia
enseñara que nada como el rumor para unir a quienes
pasan sus días esperando el siguiente, con la incerti-
dumbre impuesta por un medio donde la persona de-
pende de su astucia y olfato, de su instinto, para no
equivocarse cuando tenga que expresar, en voz alta,
sus inclinaciones partidarias en el momento de la ver-
dad
El Ser
oculto
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por el actual… así obtuve mi segundo carnet, una espe-
cie de libreta, no de ascenso, pero sí de ubicación… el
mismo nombre, la misma fecha de nacimiento, la misma
estatura, sólo la foto era diferente: lucía más astuta…
los changos crecían… se decía que el hambre era menos
vacía cuando no era solitaria, eso lo sentíamos mi mujer
y yo, pero el hambre de los hijos hace más solitaria
cualquier hambre… uno, dos, diez centavos hacían peso
cuando estaban y dejaban huecos grandes cuando fal-
taban… el bien ajeno está bien cuando el propio se
siente seguro, pero si uno no comparte el bien entre
todos, entonces el ajeno nos parece odioso y nosotros
somos odiosos a quienes los tienen… el mejor atajo es
agarrar por el lado del hambre, así es que no sentí re-
mordimiento alguno cuando me dijeron que me pagarían
extra por ver y escuchar a los sospechoso y avisar al
jefe de personal… total, la lombriz hace su cueva…
Los ministros cambiaban y, con ellos, el número de mis
carnets partidarios… a veces ya no sé cuál debo pre-
sentar… en las concentraciones y marchas de apoyo, a
las que tenemos que asistir, controlados por unas fi-
chas que recogemos de la oficina de personal, no sé si
estoy vivando por el que ha caído, por el nuevo o por el
que ha vuelto… me encuentro con otros como yo y nos
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consultamos para ver si no estamos gritando por el pre-
sidente equivocado… los corbatudos de los balcones
siempre hablan de los mismo; ya me acostumbré a sus
discursos, podría repetir de memoria con sólo decir
uno… cuando veo a los chetes desfilando con la escuela,
me pongo a pensar si no los estarán entrenando par que
después desfilen igual que yo… ojala que mis hijos ten-
gan más suerte… los mineros y los fabriles han ido otra
vez en busca de las balas, muchos las han encontrado…
ellos salen a las calles siempre para abajear a los de
arriba, en cambio, a nosotros nos llevan para darles vi-
vas y sin embargo, no veo que seamos diferentes o
quizá ellos piensan diferente, puede ser que no tengan
nada, ni siquiera miedo… no sé quién será el nuevo mi-
nistro ¡he visto desfilar a tantos! ninguno me importa…
¡cuántos serán despedidos esta vez! o cuántos jurarán
de nuevo, los segundos se quedarán… pero los primeros
no sé dónde podrán ir, seguro que irán a abajear contra
el gobierno… estoy llevando la pancarta por ser anti-
guo; el viento quiere empujarnos pancarta y todo ¿y si
me detengo? entonces mañana los chetes tendrán que
salir a limosnear, con la acera como único límite de
abajo, por lo menos ahora tienen mandil blanco … hay
que seguir nomás… ya he jurado de nuevo, pero a dife-
rencia de la primera vez, ya no juré que cumpliría mi
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juramento… los chetes desfilan con la escuela ¡quién
sabe! de repente mañana, con la universidad.
El Voto Libre
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Contó a los seis; las dos mayores ya estaban al borde
mismo donde se pasaba de niña a mujer, sin lapsos de
ensueño para el cantante de moda… dos pre mujeres
hechas en estaño y en escarcha… cuerpos tapados con
jirones… algún día les tocará ser abandonadas en un
agujero de la noche con tres llantos más urgentes,
cuanto más débiles… quizá antes sean sirvientas, cuiden
niños ajenos, hagan los mandados, sean lasti-madas por
alguien que considera el hambre de los pobres como un
vicio….
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Contó a los seis; les dijo que esperaran, que ella iría a
conseguir algo para comer, que no se preocuparan, que
se portaran bien… comprobó que tenía envuelto el do-
cumento con un pedazo de papel y salió… bajó una pen-
diente recortada por gradas de piedra y barro, cruzó
una canaleta de aguas servidas, siguió una senda de
tierra, llegó a la calle empredrada; caminó por una
cuadra más y se puso a la cola de una cola retorcida y
silenciosa… la cola de gente crecía como si tuviera vida
propia, hasta que por fin se acabó cuando la señora lle-
gó a la mesa: 4 bultos recibieron su carnet electoral
¿Sólo la mitad?
Así era; había muchos gastos y los de “arriba” exigían su
porcentaje
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Neshamanú
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las gotas que habían querido ser una piel encima de la
piel negrosa… los recuerdos del mañana duelen por lo
que pudo ser el ayer; en cada gota, en cada una, se re-
fleja la luna entera o el foco de una esquina… quisiera
ser encarnado en el color de alguna nostalgia; pero no
puedo, sólo soy dolor viviente, alquitrán encima de as-
falto la que tapa mis poros... las visiones remodelan el
mundo con gustos plurales y ajenos a lo que somos o
seremos o fuimos; una visión es el último hálito de al-
guna sombra que, al ser rozada con la luz, ha dejado de
ser lo que era para ser lo que no era; tal vez, lo que no
quería ser… pero la visión que se dirige a mí no parece
venir de la umbría hecha espectro; más bien es la luz
de alguna llama sin fuego, de algún rayo blanco emer-
giendo de la nada incolora… su cabellera puede ser el
cometa errante concentrado en chispas compactas, an-
tes de circunvalar otra vez la parte del infinito que
ahora debía circunvalar; el cuerpo se mueve con la gra-
cia que sólo la mujer que sabe que es mujer y que es
feliz siendo mujer, despliega dentro y fuera de su pro-
pia burbuja… es imposible que yo la vea sin cuidar de
los ojos y del rostro y del seno y de la cintura y de las
piernas; mis ojos, en su mirada, se asombran ante la
aparición de lo hermoso, de lo verdaderamente her-
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moso, atestiguando nuestra vieja creencia de que la na-
turaleza no había hecho nada más hermoso que una mu-
jer hermosa… la miro y la tengo como la mujer que ja-
más, en los hoyos de los siglos, pudimos concebir en la
descripción racional de lo hermoso… es mucho, mucho
más; en él, es la mujer prototipo, la que intuimos que
sea y, sin embargo, es una mujer de verdad… yo sé que
no la amaré, no podría amarla pues para amar es nece-
sario tener vida y la mía se ha ido con la muerte de la
que fue mi vida… pero esta aparición está sola como la
noche, en plena noche; cadenciosa en la lluvia, pero las
gotas parecían no mojarla… cadencia tras cadencia, sus
pasos son las fases de una luna que nace y que muere
en el mismo menguante
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…tu tristeza es tan grande que algún vórtice lejano
debe sentirse débil; siendo hombre, crees que el dolor
no debe convocar a la lágrima; tu alma, presa del de-
sencanto, quiere libertad y tú la encadenas en esa rara
razón de pretender encubrir con la apariencia el dolor
que abre precipicios en la mirada ¿acaso no has apren-
dido que el dolor se apodera, imponente, de los recuer-
dos, que los separa y los segrega en campos crisoles,
para hace de cada uno, el dolor reciclado de los otros?
¿acaso no sabes que es silencioso, que quita la voz a los
ayeres, los convierte en fantasmas que se retuercen
en señas y que gesticulan sin habla? ¿no has aprendido
que, entonces, viene lo inconsútil, la nostalgia, y el do-
lor se vuelve lágrima? aprende…
72
nos vamos, la noche nos abre la puerta hacia la luz…
caminamos por encima del asfalto, con aquellos pasos
llenos de pausa que saben a dónde van sin saberlo; rara
sensación de estar en un mundo que se mueve en la ga-
laxia y nosotros nos movemos en él... pero el aire azu-
lado de negro esperaba las palabras
–¿crees que soy hermosa?
–sí.
–¿muy hermosa?
–eres la mujer más bella que haya visto o soñado o
visionado en cualquier encuentro con el día, con la no-
che o con el delirio
–¿de cómo sabes que soy bella?... sé que soy her-
mosa, pero no acabo de entender por qué crees saber
que también soy bella
−porque me lo dicen mis ojos
−¿y tú crees que ellos son vigías perfectos de lo que
es?; más aún, de lo que es-siendo?
–creo lo que veo, lo que palpo, oigo, saboreo o lo que
huelo
–¿lo dices en serio, o sólo lo haces para impresio-
narme con una supuesta fortaleza que cree encontrar
sustento en algo real, como supuestamente son los sen-
tidos?
73
–quiero impresionarte; es deber de todo hombre
tratar de impresionar a una mujer; es tan importante
esta intención, que la opinión de Einstein nunca será
tan añorada para nosotros, como la de una mujer her-
mosa; nosotros, los hombres, tenemos la fuerza; no me
refiero a la que alza maderos, sino a la del intelecto
que asumimos por estar vinculado a lo real, aquello que
los sentidos nos dibujan en el cerebro… creemos que la
mujer tiene el presentimiento, aquello que no cimenta
con nada sensible, excepto con su propia sensibilidad;
sí, quiero impresionarte con deseos de romance; aun-
que siento que eso ya nunca será para mí… es sólo la
reacción condicionada que todo hombre tiene al estar
cierto que ante sí hay una mujer…
–me halagas; y lo haces por tu interés en halagarme
y por tu valor y tu fuerza en representar tu papel de
hombre… pero la flor que pretendes brindarme no
tiene aromas que inciten mi ser de mujer… si quieres
agasajarme no lo hagas con poses de zoohombre, hazlo
con actitudes de hombre genuino; nada reduce más la
estatura del masculino que la pretensión de abandonar
lo que es, para devenir en lo que no es… eso se deja
para nosotras, las mujeres, que somos y no somos; que
somos la dualidad constante; aquello que se aprehende
74
sólo cuando ya no está; pincelada impresionista que lo-
gra el momento fugaz para hacerlo permanente; uste-
des son columnas que sustentan; nosotras, varas de
mimbre que dejan pasar la ciega estampida de la tor-
menta… nunca desfigures tu ser-hombre pretendiendo
ser falso; peor aún, si quieres impresionar a una mujer
verdadera
75
infortunio cambiaba la esencia de tu condición de hom-
bre, que te volvía dual, dado que sentías la pena pero
no querías mostrarla… ante la supuesta debilidad de
mostrar tu aflicción, no hacías sino aumentar su sole-
dad y tu dolor… entonces te sugerí la nostalgia y fuiste
tan íntegro que la recibiste para hacer que tu dolor se
volviera lágrima; pero hubo más, deviniste mi héroe
griego… por eso me acerqué a ti y también te tendí la
mano: debía guiarte para que consolidaras tu dimensión
de hombre y, al hacerlo, me realizara aún en mi dimen-
sión histórica de mujer; notas por ello que el utilita-
rismo es aún necesario; todavía tratamos al ser como
al fuego; en mi propia redención, debo usarte para rea-
lizarme; usarte como el objeto al que debo guiar
–sin embargo, veo que tu acción de utilizarme no re-
baja mi bienestar para ser adscrito al tuyo; más bien
hay una creación de bienestar nuevo: el que incrementa
el tuyo y el que acrecienta el mío; veo pues un utilita-
rismo benigno, del que no quiero, no debo, abjurar
–entiendes bien; por ello sé que intuyes con aplomo,
que conoces el mundo, aunque todavía no estoy segura
si realmente lo conoces, en el sentido de conocer cómo
conocer y el cómo de lo que se conoce; pero no te preo-
cupes, juntos llegaremos y pasaremos la frontera en-
tre el saber y el conocer
76
–me gustaría saber por qué el amor trae tanto dolor
y decepción, si se supone que debería ser receta infa-
lible para lograr felicidad, razón de ser feliz
–porque los que aman, generalmente lo hacen con un
amor que es utilitario; quieren una recompensa; desean
la propiedad misma del ser al que se ama; absorber su
vida, sus acciones… en fin, convertirlo en un ente al
servicio del que, supuestamente, ama
–debo preguntarte ¿hay alguna diferencia vital en-
tre hombre y mujer con relación a la sensación de
amar? ¿amamos del mismo modo?
–no; hay una gran diferencia entre el modo de amar
masculino y la manera en que amamos las mujeres
–¿…?
–por razones históricas, que no biológicas, y con las
excepciones de rigor, podemos decir que el amor en el
hombre es un estado que se expresa de tiempo en
tiempo… no está en el hombre la capacidad de amar es-
pontáneamente; su capacidad de amar es obnubilada
por algo muy similar al miedo… el miedo a la decepción
hace que su amor sea de tipo sentimental-racional,
pero eso no estructura un verdadero amor–tenemos
miedo, es cierto; pero ¿qué es lo que ocasiona este
miedo, al parecer, injustificado
77
–el sentido de culpabilidad; el hombre no puede de-
jar de percibir, en el subconsciente, que a lo largo de
la historia la mujer ha sido expoliada; explotada vil-
mente, convertida en un objeto de placer, en ciudadana
de segunda clase, con derechos casi nulos… la sociedad
ha hecho de ella un ser vilipendiado, sobre todo en la
ética de la mayor parte de las religiones y de las insti-
tuciones; también ha sido alienado de tal manera, que
ella misma se ha convertido en el testigo, juez y jurado
más severos del comportamiento femenino
–en cuanto a la mujer ¿también tiene miedo?
–sí; pero en su caso es un miedo impuesto por la so-
ciedad; cada vez que siente el deseo de hacer lo que
injustamente le es vedado, se siente culpable, pues
cree que va no sólo contra las normas que la sociedad
le impone, sino contra alguna ley natural o religiosa que
explícitamente le prohíbe; se siente culpable porque,
aunque por lo general no tiene conciencia de ello, ha
sido alienada por la sociedad y, sobre todo, por la reli-
gión; insistentemente es atacada por la sensación de
que no es suficientemente “pura”, de que es la culpable
de la tentación en que cae el hombre… la religión ha
hecho de la mujer una especie de fuente de pecado
maligno y la ha llenado de culpas, culpas que las insti-
tuciones de las sociedades modernas aún mantienen,
78
pues la identifican como la causa de los pecados, con-
vertidos en delitos, en “contra de la decencia; ésa es
la contraparte femenina del sentido de culpabilidad
masculino… en la mujer, amar es su estado natural; por
eso es que la maldad en una mujer, en cualquier mujer,
es maldad multiplicada; amar para nosotras es parte de
nuestra naturaleza… la mujer no tiene miedo de amar,
por eso ama con natural disposición y no cree que pueda
haber otra manera
-estás repitiendo los mensajes que aparecen en el
cielo y que han asombrado al mundo
-yo también los leí, por eso te lo repito ahora
–hay algo que martillea, con insistencia agobiadora,
las neuronas activas de mi cerebro: dijiste que tú te
realizarías como mujer, guiando mi propia realización
como hombre, para que luego, ambos nos realicemos
como seres… ¿a qué se debe esta primacía tuya (o mía)
de que tú seas causa de mi realización y que en la mía
esté implícita la tuya?
–no soy la causa de tu realización; soy la guía de ella…
tú no eres la causa de mi realización, más bien es mi
hacer que te realices como hombre, ésa es mi tarea de
mujer; pero no provoquemos la premura; todo vendrá a
su tiempo, cuando sepas el cómo de lo que es; mejor
dicho, cuando lo intuyas con conciencia despierta;
79
cuando ese conocimiento surja de tu subconsciente en
su ansia de ser y realizarse ella misma… en fin, cuando
se manifieste en ti, en todo su esplendor, la voluntad
de ser… sé que sufres por la presencia definitiva de la
ausencia de la mujer que fue tu vida, de la que fue ma-
nantial de vida, perfume de vida, tibieza de vida, vida
de vida; tal vez sientas también el sentido de culpabi-
lidad por no haberle hecho saber, cada día, cada hora,
que ella era tu vida; sé que ahora debes aceptar el peso
de lo que ya no es, que por no ser, tiene un peso que
agobia con el verdadero agobio… pero ella no querría
que tú sufrieras por algo que ya no es posible remediar;
las mujeres sabemos amar incluso cuando el amor ya no
es posible y sólo queda la urgencia de que el ser cari-
ñado sea feliz; no sufras, la vida que fue tu vida no lo
aceptaría… cuando nosotras, las mujeres, os amamos,
decimos que no sabemos por qué; pero ahí también so-
mos duales, porque siempre lo sabemos… desde el co-
mienzo… os amamos porque está en vuestra mayor vir-
tud no la de ser bellos, sino la de ser íntegros… os ama-
mos cuando cumplís vuestro deber de héroes griegos,
sabedores empedernidos que lucháis contra el destino,
sabiendo que perderéis siempre… os amamos por vues-
tra fortaleza que es tan vulnerable y que nos obliga a
80
guiaros por la senda de vuestros destinos; si no lo hi-
ciéramos, vosotros nunca seríais; hasta ahora hemos
cumplido el papel de ser guiadoras que guían desde las
candilejas para que cumpláis vuestro destino… el de hé-
roes griegos… pero, poco a poco empezáis a andar por
vuestra propia cuenta, a realizaros como vosotros mis-
mos: hombres; y al hacerlo, hacéis también que noso-
tras nos realicemos como mujeres, comprobando, con
gradualidad constante, que cumplimos nuestra tarea: la
de ser mujeres haciéndoos hombres… algún día, cuando
la evolución de la historia y del cuerpo haya llegado a
un nivel exigido, todos vosotros seréis íntegros, esa
será vuestra belleza, y todas nosotras seremos bellas
en nuestra ambigua integridad, que será eterna…
aprende a ser feliz nuevamente… tal vez haya otra mu-
jer que sienta tu vida palpitar en la suya y recobres la
fortaleza que ahora crees haber perdido… debo irme,
hay muchos como tú que me esperan; adiós
81
ción, fidelidad, lealtad, renunciación sacrificio, servi-
cio a la carta, … el amor mercantil exige del otro y, en
contra balance de fenicios, nada exige del que exige…
es el tipo de amor al que nos hemos acostumbrado,
dada nuestra condición de valorar todo, hasta que el
cálculo de mercadeo nos hace perder el valor de todo,
en actos reiterados de puja mercantil… reeditamos en
el campo del amor lo que hacemos en el de los merca-
chifles pretender lo máximo a cambio de lo mínimo… es
que vivimos en un mundo hecho para el mercado, mundo
que ya no se asombra de ver cómo somos… nuestra sen-
sibilidad para apreciar lo que la vida nos brinda es tan
tosca, que parece estar hecha con badilejo y paleta de
albañil… la noche se hizo tornasolada las paredes em-
piezan a sonreír y las ventanas quisieron atisbar el
cambio prodigioso… nunca dejaré de recordar a la que
fue vida de vida, pero habrá otra mujer a la que sabré
hacerle saber, cada día, cada hora, que es mi nueva
vida… conjuro otra vez el enigma de Borges: era cierto;
la mujer y la guerra prueban a los hombres; pero vi que
había algo más: el hombre se realiza como tal sólo a
través de la mujer; es en esa realización que la mujer
logra la unidad mujer-hombre; hombre-mujer, núcleo
existencial prístino de la especie … ¡hoy me siento más
82
hombre que nunca! ¡cuánto me alegro de ser hombre
para apreciar, verdaderamente, lo que es una mujer!
84
palabra ¿es un producto de la práctica continua e in-
tencionada? ¿o surge del momento en el cual tu asom-
bro habla más que tu elocuencia de todos los días?
–no sé ni lo que estoy diciendo ni porque lo digo; es
como si algo o alguien hablara por mí sin que yo modu-
lara una sola sílaba
–¡qué bien! entonces eres genuino; algo difícil de en-
contrar; te veía sin que tú me vieras; al hacerlo pude
sentir que tu congoja abarcaba el planeta; al pregun-
tarme te pregunto: qué es lo que te perturba tanto, por
lo menos tanto como para que yo sienta en mí el sacu-
dón emocional que el objeto de tu desasosiego causa en
ti; quiero saberlo, soy mujer, soy curiosidad hecha
carne, vengo de Pandora; quiero saber el porqué de tus
lágrimas
–tengo una extraña pena por todo… una inmensa tris-
teza por todo, tengo la impresión de que soy culpable
de todo
–¿te aflige la aflicción de los demás? ¿quizá, al igual
que tú, también llevan en sí ese mismo sentimiento de
culpabilidad?
–los veo y los presiento tristes, solos, como si com-
partieran la sensación de culpa que me ahoga, nacida en
mí y proyectada a los demás
85
–nada nos impresiona más a nosotras, a todas las mu-
jeres, que la lágrima genuina de un hombre
–¿cómo te llamas?
–Neshamanú
–yo soy Marco
86
Aunque no acostumbro a contar mis cuitas, ahora lo
hago con gran naturalidad
88
ya estuvimos firmes y teníamos los medios para llevar-
los no sólo al cine, sino a recorrer el mundo, ya no es-
taban… se fueron los dos al mismo tiempo; la anemia
causada por la pobreza, tan larga y voraz, ya no quiso
esperar… nosotros estuvimos al lado de ellos sin saber
lo que pasaba, sin darnos cuenta de que a veces redu-
cían su ración, de por sí escasa, de comida, para que
ninguno de nosotros pasara tanta hambre… no los vimos
morir mientras vivían… nunca lo intuimos siquiera, no
sentimos que la muerte ya había decidido llevárselos
ante la indiferencia, aunque inocente, con la que noso-
tros los mirábamos todos los días a pesar de que los
queríamos, y ellos lo sabían, hasta lo indecible, se apa-
garon justo cuando nosotros ya estábamos dispuestos
a darles todo… en verdad, conocí el dolor en todas su
formas y grados… soy capaz de identificar la vertiente
de donde cada uno fluye… por eso fue que comprendí,
una vez más, algo que ya había descubierto hacía
tiempo: no sabemos por qué, sin embargo a medida que
vamos creciendo, sentimos nacer y luego, desarrollarse
en nosotros, un extraño y oscuro sentido de culpa…
90
nocerás y entonces nunca más serás víctima del pa-
sado… hay algo más que causó tu prisión a la que el
miedo te condenó; encuentra esa causa y entonces tu
voluntad hará el resto; al verte esta noche, con tanta
congoja, me acerqué a decirte sólo eso… ahora debo
marcharme; ya no me necesitas, estoy segura que tu
voluntad hará posible que tu miedo desaparezca y que
mostrarás a muchos seres que, como tú, también son
presos del miedo que los punza y corroe como una
avispa-araña que teje una red de sentimientos de
culpa, adiós…
El jugador No. 10
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El árbitro estaba arbitrando tan mal que sacó tarjeta
roja, la apuntó sobre su cabeza y salió del campo expul-
sado por sí mismo.
94
Otra: el entrenador había entrado al campo de juego
para reclamar por una falta, a su juicio, fantasma, se
entró hasta el círculo central e increpó al réferi, éste le
dijo que como sanción ejemplar por lo que había he-cho,
por cada paso que saliera al salir de la cancha cobraría
un penal técnico a su equipo; nadie sabe cómo lo hizo,
pero el caso es que el entrenador salió saltando sobre
su cabeza; cuando llegó a la orilla de preferencia tenía
la cabeza (era calvo, claro) del tamaño y la con-textura
de un zapallo de competencia...
98
Los otros componentes del seleccionado eran también
verdaderos astros; por eso fue que, cuando el equipo se
clasificó para las octavas y luego para las cuartas de
final, no hubo grandes sorpresas para nuestra hincha-
da, aunque fue una revelación para el mundo; la apo-
teosis para todos llegó cuando la verde y blanco, luego
de empatar con Alemania ganó el derecho de jugar la
final de la Copa del Mundo. Su rival era el equipo
anfitrión, Holanda
***
Ahora ya no hay mendigos en las calles; el analfabe-
tismo, la desnutrición y el desamparo fueron expulsa-
dos del ámbito nacional… los corruptos ya no gozan de
inmunidad y el desarrollo económico ha llegado con sis-
temas de distribución del ingreso, que todos envidian
por su igualdad real… se trabaja con ansias y con espe-
ranzas… el trabajo ya no es una pena, más bien es un
privilegio... todo eso y mucho más fue logrado, cuando
los países del mundo preguntaron, inmediatamente
después del gran partido de fútbol: ¿en qué lugar del
mapa queda la Nación? Al enterarse del lugar exacto,
108
algo extraño e inesperado sucedió. Los inversionistas
querían invertir en una Nación que había demostrado
tanta dignidad y decoro en un campo de fútbol. Los or-
ganismos internacionales recomendaron a la Nación
como un país con riesgo cero. Los proyectos nacieron y
se desarrollaron... el subdesarrollo quedó atrás.... lo
que no había sido posible en casi dos siglos de vida re-
publicana, lo fue por la visión de un Presidente, la vo-
luntad de una Nación, el esfuerzo de un equipo y la ca-
lidad futbolística y humana de un N° 10.... en verdad, la
realidad es más fantasiosa que la fantasía misma...