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Definición según el catecismo católico: (El Catecismo de la Iglesia Católica es un documento

que puede ser consultado, citado y estudiado con plena libertad por todos los integrantes de la
Iglesia católica para aumentar el conocimiento con respecto a los aspectos fundamentales de
la fe. De la misma manera es el texto de referencia oficial para la redacción de los catecismos
católicos en todo el mundo.

El Catecismo de la Iglesia Católica (en latín Catechismus Catholicæ Ecclesiæ, representado


como "CCE" en las citas bibliográficas) cuya versión oficial fue publicada en latín el año 1997
contiene la exposición de la fe, doctrina y moral de la Iglesia católica, atestiguadas o
iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio eclesiástico. Es
uno de los dos catecismos de la Iglesia universal que han sido redactados en toda la historia,
por lo que es considerado como la fuente más confiable sobre aspectos doctrinales básicos de
la Iglesia católica. La redacción de este catecismo, junto con la elaboración del nuevo Código
de Derecho Canónico, el Código de Derecho de las Iglesias Orientales católicas y
el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia católica representan algunos de los documentos
más importantes resultado de la renovación iniciada en el Concilio Vaticano II y que se han
convertido en textos de referencia sobre la Iglesia católica y en documentos transcendentales
para la historia de la Iglesia contemporánea.)

166 La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de


Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo,
como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se
ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe
transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a
otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los
creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe
yo contribuyo a sostener la fe de los otros.

Definición 2: Catholic Net

Virtud teologal infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos


firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del
mismo Dios que revela.

La fe es “una virtud teologal infundida por Dios en el entendimiento,


por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por
la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela. (1)
5 razones por las que un católico debe formarse en la fe
(Magister Julian Echandia)

1. Porque conociendo la fe se le ama


“Conocer nuestra fe para amarla, porque nadie ama lo que no conoce. Los
católicos debemos conocer los contenidos de nuestra fe, porque la fe no es
esencialmente un sentimiento sino que es la adhesión de todo nuestro ser a un
conjunto de verdades”, explicó Echandía.

Por lo tanto, añadió, “debemos para ello conocer a fondo la fe de la iglesia. La


fe que no se conoce, no se ama”.

2. Porque aprendemos a vivir cristianamente


Si queremos servir al Señor y amar a la Iglesia debemos esforzarnos por
formarnos integralmente ¿Cómo podemos vivir cristianamente si no sabemos
lo que es nuestro cristianismo? Esta formación no puede ser superficial sino
encarnada e integral. Conocer y amar para vivir.

3. Porque debemos dar razón de nuestras creencias


El experto manifestó que para compartir nuestra fe debemos aprender a dar
razón de lo que creemos.

“San Pedro invitaba a los cristianos a que ‘estén siempre dispuestos a dar a
todos los que le pidan la razón de su esperanza’ (1 Pe 3,15). Estas palabras
también se aplican a nosotros. Mostrar nuestra convicción con argumentos”,
precisó.

4. Porque nos permite defendernos


La formación del cristiano es especialmente necesaria en nuestro tiempo ya
que vivimos en un ambiente contrario a la fe. Se atacan nuestras creencias y
valores a través de la prensa, el gobierno de turno, etc.

5. Porque nos ayuda a dialogar con aquellos que están


alejados de la Iglesia
Finalmente, aseguró que formarnos ayudará al diálogo con los hermanos
separados y de otras religiones.

“La mejor manera de dialogar es saber bien cuál es nuestra fe y saber


encontrar los puntos que tenemos en común y los que nos diferencian”,
concluyó el experto.
LA FE SEGÚN SAN PABLO

En poco tiempo iniciaremos en la Iglesia un año dedicado a San Pablo, así que desde ya nos
podemos ir animando para la vivencia de este maravilloso año; año de gracia en torno a uno
de los personajes más significativos del Nuevo Testamento y de los inicios de la Iglesia. A
continuación un artículo sobre la idea de fe que se descubre en los escritos paulinos. Deseo
sea de buen provecho para quienes visiten este espacio.

“La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve” (Heb 11, 1). En el N.T.
la fe se expresa de múltiples maneras: como confianza y seguridad, sobre todo en el precepto
de amar a Dios “con toda el alma y con todas las fuerzas”; una fe que realiza la sanación de
toda la existencia del hombre, siendo la curación externa signo de esa sanación; una fe que
salva, en el sentido de que con ella va ligado el perdón.

Lo específico de la fe en el N.T. es el acontecimiento de la última y definitiva revelación de


Dios en Jesús de Nazareth, el Cristo, acontecimieto vinculado a una persona, ya no a la
historia de un pueblo. Ahora la fe se orienta hacia el Jesús objeto de la predicación como
aquel en quien llega y se hace presente el mensaje de la soberanía y el reino de Dios, al que
Dios ha acreditado por acciones y obras y sobre todo por la resurrección de entre los muertos.
Este es el fondo del tema general del N.T. y así lo ha expresado de manera explícita Pablo.

A Pablo le importa sobre todo hablar de la salvación (fe salvífica) que se ha iniciado en el
crucificado y resucitado, en el Cristo; le importa la justicia (justificación) y reconciliación
otorgada al hombre por ese Cristo; le importa hablar de la nueva creación que se da en Jesús
(nuevo Adán, 1 Cor 15, 45). “Jesús es el Cristo”, este es el enunciado más decisivo para Pablo
y ese es su testimonio.

La fe en Jesucristo, para Pablo, significa la renuncia al orgullo y la autojusticia humana, que


pretende conseguir la salvación por las propias fuerzas; la justificación ante Dios se realiza
únicamente por la fe (Rom 3, 28). Esto no significa que no sean necesarias las obras (1 Cor
13), pues la fe sin obras no sería fe, sino que ellas solas no pueden convertirsen en motivo de
gloria humana.

La fe nace de la escucha de la palabra (Rom 10, 17), se realiza planamente mediante la


aceptación de está (1 Cor 15, 1 -2) y es sometida por el Espíritu Santo (1 Tes 1, 4 – 5a), que
acompaña a la palabra (Rom 8, 9 – 11). La fe tiene el carácter de una acción que el hombre es
incapaz de realizar por sí mismo (Flp 1, 29).

Para Pablo la fe cristina es a la vez una fe personal y testimonial que no sólo pretende dar
razón, sino que busca también influir, mover e impresionar. Por tanto la fe, en cuanto fe en
Jesús, el Mesías y Kyrios, alcanza su culminación y fundamentación última en la confesión a
favor de Jesús, al que Dios ha resucitado (Rom 10, 9); esta fe nos termina remitiendo a Dios
que resucita a los muertos y llama a la existencia a lo que no exite, renunciando a los ídolos y
a otras potencias salvadoras (1 Tes 1, 9). Además esta fe implica una obediencia, la renuncia
a la propia voluntad y sabiduría e invita a la sumisión plena a la economía de la salvación
supuesta por Dios; crea una nueva situación personal y existencial, proporciona un nuevo ser,
“el ser en Cristo” y que se actualiza por el hecho de que el creyente cumple en su propia vida,
la vida y el destino de Jesucristo (Ga 2, 19 – 21)

Para Pablo creer, también significa, entrar en el conocimiento y comprensión de Jesucristo,


que supera toda razón (Flp 4, 7); también equivale a tener el Espíritu de Cristo (1 Cor 2, 16).
Fe es la aceptación de la sabiduría de Dios que, por la necedad de la cruz, es una necedad a
los ojos de los hombres (1 Cor 1, 18). La fe significa la entrega del hombre a Dios, que estaba
en Jesucristo y que reconcilió al mundo consigo (2 Cor 5, 9).

Pablo, San : La doctrina de la justificación. De la fe


a las obras
Miércoles 26 de noviembre de 2008

La doctrina de la justificación: De la fe a las obras

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis del miércoles pasado hablé de la cuestión de cómo el hombre llega a


ser justo ante Dios. Siguiendo a san Pablo, hemos visto que el hombre no es capaz de
ser "justo" con sus propias acciones, sino que realmente sólo puede llegar a ser "justo"
ante Dios porque Dios le confiere su "justicia" uniéndolo a Cristo, su Hijo. Y esta unión
con Cristo, el hombre la obtiene mediante la fe. En este sentido, san Pablo nos dice: no
son nuestras obras, sino la fe la que nos hace "justos". Sin embargo, esta fe no es un
pensamiento, una opinión o una idea. Esta fe es comunión con Cristo, que el Señor nos
concede y por eso se convierte en vida, en conformidad con él. O, con otras palabras, la
fe, si es verdadera, si es real, se convierte en amor, se convierte en caridad, se expresa
en la caridad. Una fe sin caridad, sin este fruto, no sería verdadera fe. Sería fe muerta.
Por tanto, en la última catequesis encontramos dos niveles: el de la irrelevancia de
nuestras acciones, de nuestras obras para alcanzar la salvación, y el de la "justificación"
mediante la fe que produce el fruto del Espíritu. Confundir estos dos niveles ha causado,
en el transcurso de los siglos, no pocos malentendidos en la cristiandad. En este
contexto es importante que san Pablo, en la misma carta a los Gálatas, por una parte,
ponga el acento de forma radical en la gratuidad de la justificación no por nuestras
obras, pero que, al mismo tiempo, subraye también la relación entre la fe y la caridad,
entre la fe y las obras: "En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor,
sino solamente la fe que actúa por la caridad" (Ga 5, 6). En consecuencia, por una
parte, están las "obras de la carne" que son "fornicación, impureza, libertinaje,
idolatría..." (cf. Ga 5, 19-21): todas obras contrarias a la fe; y, por otra, está la acción del
Espíritu Santo, que alimenta la vida cristiana suscitando "amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5, 22-23): estos son los
frutos del Espíritu que brotan de la fe. Al inicio de esta lista de virtudes se cita al agapé,
el amor; y, en la conclusión, el dominio de sí. En realidad, el Espíritu, que es el Amor del
Padre y del Hijo, derrama su primer don, el agapé,en nuestros corazones (cf. Rm 5, 5);
y el agapé, el amor, para expresarse en plenitud exige el dominio de sí. Sobre el amor
del Padre y del Hijo, que nos alcanza y transforma profundamente nuestra existencia,
traté también en mi primera encíclica: Deus caritas est. Los creyentes saben que en el
amor mutuo se encarna el amor de Dios y de Cristo, por medio del Espíritu. Volvamos a
la carta a los Gálatas. Aquí san Pablo dice que los creyentes, soportándose
mutuamente, cumplen el mandamiento del amor (cf. Ga 6, 2). Justificados por el don de
la fe en Cristo, estamos llamados a vivir amando a Cristo en el prójimo, porque según
este criterio seremos juzgados al final de nuestra existencia. En realidad, san Pablo no
hace sino repetir lo que había dicho Jesús mismo y que nos recordó el Evangelio del
domingo pasado, en la parábola del Juicio final. En la primera carta a los Corintios, san
Pablo hace un célebre elogio del amor. Es el llamado "himno a la caridad": "Aunque
hablara las lenguas de los hombre y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como
bronce que suena o címbalo que retiñe. (...) La caridad es paciente, es servicial; la
caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su
interés..." (1 Co 13, 1. 4-5). El amor cristiano es muy exigente porque brota del amor
total de Cristo por nosotros: el amor que nos reclama, nos acoge, nos abraza, nos
sostiene, hasta atormentarnos, porque nos obliga a no vivir ya para nosotros mismos,
encerrados en nuestro egoísmo, sino para "Aquel que ha muerto y resucitado por
nosotros" (cf. 2 Co 5, 15). El amor de Cristo nos hace ser en él la criatura nueva (cf. 2
Co 5, 17) que entra a formar parte de su Cuerpo místico, que es la Iglesia. Desde esta
perspectiva, la centralidad de la justificación sin las obras, objeto primario de la
predicación de san Pablo, no está en contradicción con la fe que actúa en el amor; al
contrario, exige que nuestra misma fe se exprese en una vida según el Espíritu. A
menudo se ha visto una contraposición infundada entre la teología de san Pablo y la de
Santiago, que, en su carta escribe: "Del mismo modo que el cuerpo sin espíritu está
muerto, así también la fe sin obras está muerta" (St 2, 26). En realidad, mientras que
san Pablo se preocupa ante todo en demostrar que la fe en Cristo es necesaria y
suficiente, Santiago pone el acento en las relaciones de consecuencia entre la fe y las
obras (cf. St 2, 2-4). Así pues, tanto para san Pablo como para Santiago, la fe que actúa
en el amor atestigua el don gratuito de la justificación en Cristo. La salvación, recibida
en Cristo, debe ser conservada y testimoniada "con respeto y temor. De hecho, es Dios
quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece. Hacedlo todo sin
murmuraciones ni discusiones (...), presentando la palabra de vida", dirá también san
Pablo a los cristianos de Filipos (cf. Flp 2, 12-14. 16). Con frecuencia tendemos a caer
en los mismos malentendidos que caracterizaban a la comunidad de Corinto: aquellos
cristianos pensaban que, habiendo sido justificados gratuitamente en Cristo por la fe,
"todo les era lícito". Y pensaban, y a menudo parece que lo piensan también los
cristianos de hoy, que es lícito crear divisiones en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, celebrar
la Eucaristía sin interesarse por los hermanos más necesitados, aspirar a los carismas
mejores sin darse cuenta de que somos miembros unos de otros, etc. Las
consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque se
reduce al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los hermanos. Al
contrario, siguiendo a san Pablo, debemos tomar nueva conciencia de que,
precisamente porque hemos sido justificados en Cristo, no nos pertenecemos ya a
nosotros mismos, sino que nos hemos convertido en templo del Espíritu y por eso
estamos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra existencia (cf.
1 Co 6, 19). Sería un desprecio del inestimable valor de la justificación si, habiendo sido
comprados al caro precio de la sangre de Cristo, no lo glorificáramos con nuestro
cuerpo. En realidad, este es precisamente nuestro culto "razonable" y al mismo tiempo
"espiritual", por el que san Pablo nos exhorta a "ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio
vivo, santo y agradable a Dios" (cf. Rm 12, 1). ¿A qué se reduciría una liturgia que se
dirigiera sólo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los
hermanos, una fe que no se expresara en la caridad? Y el Apóstol pone a menudo a sus
comunidades frente al Juicio final, con ocasión del cual todos "seremos puestos al
descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo
en su vida mortal, el bien o el mal" (2 Co 5, 10; cf. también Rm 2, 16). Y este
pensamiento debe iluminarnos en nuestra vida de cada día. Si la ética que san Pablo
propone a los creyentes no degenera en formas de moralismo y se muestra actual para
nosotros, es porque cada vez vuelve a partir de la relación personal y comunitaria con
Cristo, para hacerse realidad en la vida según el Espíritu. Esto es esencial: la ética
cristiana no nace de un sistema de mandamientos, sino que es consecuencia de
nuestra amistad con Cristo. Esta amistad influye en la vida: si es verdadera, se encarna
y se realiza en el amor al prójimo. Por eso, cualquier decaimiento ético no se limita a la
esfera individual, sino que al mismo tiempo es una devaluación de la fe personal y
comunitaria: de ella deriva y sobre ella influye de forma determinante. Así pues,
dejémonos alcanzar por la reconciliación, que Dios nos ha dado en Cristo, por el amor
"loco" de Dios por nosotros: nada ni nadie nos podrá separar nunca de su amor (cf. Rm
8, 39). En esta certeza vivimos. Y esta certeza nos da la fuerza para vivir concretamente
la fe que obra en el amor.

Benedicto XVI

Agregado por José Gálvez Krüger

EL CREDO. SU FUNDAMENTO

FUNDAMENTOS BÍBLICOS DEL CREDO, PROFESIÓN DE FE

Creo en Dios, Padre Todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo,

Nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de Santa María Virgen;

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado, muerto y sepultado,

descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos

y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.

Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la santa Iglesia católica,

la comunión de los santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne
y la vida eterna.

Amén.

Que podemos decir de esta oración? Es algo sin sentido?Los católicos la decimos

porque sí? O es una profesión de fe?

Antes de tomar una posición por una u otra definición, sería importante realizar

una “exégesis” sobre la oración, es decir ver su significado a la luz de las

escrituras. Intentaremos en la medida de lo posible, desmembrar el texto y

entender el porqué de cada afirmación.

Creo en Dios,

Deu 6:4 Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Mar 12:29 Jesús le

contestó: «El primero es: = Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, =

El Credo comienza por Dios Padre, porque el Padre es la Primera Persona Divina

de la Santísima Trinidad.

Padre Todopoderoso,

Lc 18,27 Respondió: «Lo imposible para los hombres, es posible para Dios.»

Creador del cielo y de la tierra. Gén 1,1 En el principio creó Dios los cielos y la

tierra.

Nuestro Credo se inicia con la creación del Cielo y de la tierra, ya que la creación

es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios.

Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor,

Heb 1,3 el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que

sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los

pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,


Jn 3,16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que

crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Hch 2,36 «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y

Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.»

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

Lc 1,35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te

cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.

nació de Santa María Virgen;

Mt 1,22,23 Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del

profeta: = Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre

Emmanuel, = que traducido significa: «Dios con nosotros.»

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

Jn 19,1-2 Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una

corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura;

fue crucificado, muerto y sepultado,

Jn 19,17-19 y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en

hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y

Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito

era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos.»

Lc 23,46 y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, = en tus manos pongo mi espíritu»

= y, dicho esto, expiró.

Lc 23,53 y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro

excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía.

descendió a los infiernos,

1Pe 3,18-19 Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los
pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu. En el

espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

1Co 15,3-4 Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió

por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día,

según las Escrituras;

subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.

Mc 16,19 Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a

la diestra de Dios.

Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Hch 10,42 Y nos mandó que predicásemos al Pueblo, y que diésemos testimonio de que él

está constituido por Dios juez de vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

Rom 5,5 y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros

corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.

Como será de importante creer en el Espíritu Santo, que el mismo Jesús nos dice

que el único pecado que no será perdonado, ni en este mundo ni en el otro es el

pecado contra el Espíritu Santo.

la santa Iglesia católica,

Efe 5,25-27 Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó

a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud

de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga

ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada.

Mt 16,18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,

y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.


Mt 28,19 Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en

el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,

la comunión de los santos,

Apo 7,9 Después de esto vi un gentío inmenso, imposible de contar, de toda nación y raza,

pueblo y lengua, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con

vestiduras blancas y con palmas en sus manos,

el perdón de los pecados,

Jn 20,23 a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los

retengan, les serán retenidos.

la resurrección de la carne

Rom 8,11 Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en

ustedes, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus

cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita en ustedes.

y la vida eterna.

Apo 22,5 No necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque Dios mismo será su luz, y

reinarán por los siglos para siempre.

Amén.

Apo 22,20 El que da fe de estas palabras dice: “Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor

Jesús.

El credo no es más ni menos que una profesión de fe, es una confesión de fe

sumamente completa. En esta oración está resumida toda la fe de los Apóstoles y

que ha sido trasmitida a nosotros los creyentes por medio de la sucesión

apostólica.
EL PODER DE LA FE (la serie “Hablar con Dios”, Tomo IV, 18a. Semana del T. O., por
Francisco Fernández Carvajal.)

La fe capaz de trasladar montañas. Cada día tienen lugar en la Iglesia los milagros
más grandes.

I. Entre una inmensa muchedumbre que espera a Jesús, se adelantó un hombre y,


puesto de rodillas, le suplicó: Señor, ten compasión de mi hijo… [1]. Es una oración
humilde la de este padre, como refleja su actitud y sus palabras. No apela al poder
de Jesucristo sino a su compasión; no hace valer méritos propios, ni ofrece nada: se
acoge a la misericordia de Jesús.

Acudir al Corazón misericordioso de Cristo es ser oídos siempre: el hijo quedará


curado, cosa que no habían logrado anteriormente los Apóstoles. Más tarde, a
solas, los discípulos preguntaron al Señor por qué ellos no habían logrado curar al
muchacho endemoniado. Y Él les respondió: Por vuestra poca fe. Porque os digo
que si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este monte:
trasládate de aquí allá, y se trasladaría y nada os sería imposible.

Cuando la fe es profunda participamos de la Omnipotencia de Dios, hasta el punto


de que Jesús llegará a decir en otro momento: el que cree en Mí, también hará las
obras que Yo hago, y las hará mayores que éstas, porque Yo voy al Padre. Y lo que
pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si
pidiereis algo en mi nombre, Yo lo haré [2]. Y comenta San Agustín: «No será
mayor que yo el que en mí cree; sino que yo haré entonces cosas mayores que las
que ahora hago; realizaré más por medio del que crea en mí, que lo que ahora
realizo por mí mismo»[1].

El Señor dice a los Apóstoles en este pasaje del Evangelio de la Misa que podrían
«trasladar montañas» de un lugar a otro, empleando una expresión proverbial;
entre tanto, la palabra del Señor se cumple todos los días en la Iglesia de un modo
superior. Algunos Padres de la Iglesia señalan que se lleva a cabo el hecho de
«trasladar una montaña» siempre que alguien, con la ayuda de la gracia, llega
donde las fuerzas humanas no alcanzan. Así sucede en la obra de nuestra
santificación personal, que el Espíritu Santo va realizando en el alma, y en el
apostolado. Es un hecho más sublime que el de trasladar montañas y que se opera
cada día en tantas almas santas, aunque pase inadvertido a la mayoría.

Los Apóstoles y muchos santos a lo largo de los siglos hicieron admirables milagros
también en el orden físico; pero los milagros más grandes y más importantes han
sido, son y serán los de las almas que, habiendo estado sumidas en la muerte del
pecado y de la ignorancia, o en la mediocridad espiritual, renacen y crecen en la
nueva vida de los hijos de Dios [4]. «”Si habueritis fidem, sicut granum sinapis!” -
¡Si tuvierais fe tan grande como un granito de mostaza!…

»-¡Qué promesas encierra esa exclamación del Maestro!» [5]. Promesas para la
vida sobrenatural de nuestra alma, para el apostolado, para todo aquello que nos es
necesario…

II. Señor, ¿por qué no hemos podido curar al muchacho? ¿Por qué no hemos
podido hacer el bien en tu nombre? San Marcos [6], y muchos manuscritos en los
que se recoge el texto de San Mateo, añade estas palabras del Señor: Esta especie
(de demonios) no puede expulsarse sino por la oración y el ayuno.

Los Apóstoles no pudieron librar a este endemoniado por falta de la fe necesaria;


una fe que había de expresarse en oración y mortificación. Y nosotros también nos
encontramos con gentes que precisan de estos remedios sobrenaturales para que
salgan de la postración del pecado, de la ignorancia religiosa… Ocurre con las almas
algo semejante a lo que sucede con los metales, que funden a diversas
temperaturas. La dureza interior de los corazones necesita, según los casos,
mayores medios sobrenaturales cuanto más empecinados estén en el mal. No
dejemos a las almas sin remover por falta de oración y de ayuno.

Una fe tan grande como un grano de mostaza es capaz de trasladar los montes, nos
enseña el Señor. Pidamos muchas veces a lo largo del día de hoy, y en este
momento de oración, esa fe que luego se traduce en abundancia de medios
sobrenaturales y humanos. Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe [7].
«Ante ella caen los montes, los obstáculos más formidables que podamos encontrar
en el camino, porque nuestro Dios no pierde batallas. Caminad, pues, in nomine
Domini, con alegría y seguridad en el nombre del Señor. ¡Sin pesimismos! Si
surgen dificultades, más abundante llega también la gracia de Dios; si aparecen
más dificultades, del Cielo baja más gracia de Dios; si hay muchas dificultades, hay
mucha gracia de Dios. La ayuda divina es proporcionada a los obstáculos que el
mundo y el demonio opongan a la labor apostólica. Por eso, incluso me atrevería a
afirmar que conviene que haya dificultades, porque de este modo tendremos más
ayuda de Dios: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5, 20)» [8].

Las mayores trabas a esos milagros que el Señor también quiere realizar ahora en
las almas, con nuestra colaboración, pueden venir sobre todo de nosotros mismos:
porque podemos, con visión humana, empequeñecer el horizonte que Dios abre
continuamente en amigos, parientes, compañeros de trabajo o de estudio, o
conocidos. No demos a nadie por imposible en la labor apostólica; como tantas
veces han demostrado los santos, la palabra imposible no existe en el alma que vive
de fe verdadera. «Dios es el de siempre. -Hombres de fe hacen falta: y se renovarán
los prodigios que leemos en la Santa Escritura.

»-“Ecce non est abbreviata manus Domini” -¡El brazo de Dios, su poder, no se ha
empequeñecido!» [9]. Sigue obrando hoy las maravillas de siempre.

III. «Jesucristo pone esta condición: que vivamos de la fe, porque después seremos
capaces de remover los montes. Y hay tantas cosas que remover… en el mundo y,
primero, en nuestro corazón. ¡Tantos obstáculos a la gracia! Fe, pues; fe con obras,
fe con sacrificio, fe con humildad. Porque la fe nos convierte en criaturas
omnipotentes: y todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis
(Mt 21, 22)» [10].

La fe es para ponerla en práctica en la vida corriente. Habéis de ser no sólo oyentes


de la palabra, sino hombres que la ponen en práctica: estote factores verbi et non
auditores tantum [11]. Haced, realizad en vuestra vida la palabra de Dios y no os
limitéis a escucharla, nos exhorta el Apóstol Santiago. No basta con asentir a la
doctrina, sino que es necesario vivir esas verdades, practicarlas, llevarlas a cabo. La
fe debe generar una vida de fe, que es manifestación de la amistad con Jesucristo.
Hemos de ir a Dios con la vida, con las obras, con las penas y las alegrías… ¡con
todo! [12].

Las dificultades proceden o se agrandan con frecuencia por la falta de fe: valorar
excesivamente las circunstancias del ambiente en que nos movemos o dar
demasiada importancia a consideraciones de prudencia humana, que pueden
proceder de poca rectitud de intención. «Nada hay, por fácil que sea, que nuestra
tibieza no nos lo presente difícil y pesado; como nada hay tampoco tan difícil y
penoso que no nos lo haga del todo fácil y llevadero nuestro fervor y
determinación» [13].

La vida de fe produce un sano «complejo de superioridad», que nace de una


profunda humildad personal; y es que «la fe no es propia de los soberbios sino de
los humildes», recuerda San Agustín [14]: responde a la convicción honda de saber
que la eficacia viene de Dios y no de uno mismo. Esta confianza lleva al cristiano a
afrontar los obstáculos que encuentra en su alma y en el apostolado con moral de
victoria, aunque en ocasiones los frutos tarden en llegar. Con oración y
mortificación, con el trato de amistad, con nuestra alegría habitual, podremos
realizar esos milagros grandes en las almas. Seremos capaces de «trasladar
montañas», de quitar las barreras que parecían insuperables, de acercar a nuestros
amigos a la Confesión, de poner en el camino hacia el Señor a gentes que iban en
dirección contraria. Esa fe capaz de trasladar montes se alimenta en el trato íntimo
con Jesús en la oración y en los sacramentos.

Nuestra Madre Santa María nos enseñará a llenarnos de fe, de amor y de audacia
ante el quehacer que Dios nos ha señalado en medio del mundo, pues Ella es «el
buen instrumento que se identifica por completo con la misión recibida. Una vez
conocidos los planes de Dios, Santa María los hace cosa propia; no son algo ajeno
para Ella. En el cabal desempeño de tales proyectos compromete por entero su
entendimiento, su voluntad y sus energías. En ningún momento se nos muestra la
Santísima Virgen como una especie de marioneta inerte: ni cuando emprende,
vivaz, el viaje a las montañas de Judea para visitar a Isabel; ni cuando, ejerciendo
de verdad su papel de Madre, busca y encuentra a Jesús Niño en el templo de
Jerusalén; ni cuando provoca el primer milagro del Señor; ni cuando aparece -sin
necesidad de ser convocada- al pie de la Cruz en que muere su Hijo… Es Ella quien
libremente, como al decir Hágase, pone en juego su personalidad entera para el
cumplimiento de la tarea recibida: una tarea que de ningún modo le resulta
extraña: los de Dios son los intereses personales de Santa María. No es ya sólo que
ninguna mira privada suya dificultase los planes del Señor: es que, además,
aquellas miras propias eran exactamente estos planes» [15].

QUE ES LA FE?. BOSQUEJO PARA SERMONES

Introducción:

Uno de los mejores capítulos en toda la Biblia sobre la fe es el capítulo once de


Hebreos. Cualquier estudio profundo sobre la fe debería incluir el estudio de esta
carta y ver el ejemplo que nos dieron estos hombres y mujeres de fe.
De acuerdo a Pablo, ahora permanecen:
“La fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1
Corintios 13: 13).
Creo definitivamente que los tres son importantes. Sin la esperanza de la vida
eterna, no tendríamos razón por la cual vivir. Sin amor no podríamos
experimentar la naturaleza de Dios en nuestras vidas. Estas dos son vitales al
cristiano. Pero nuestro estudio hoy será sobre la fe.
Punto 1. ¿Qué es la Fe?
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
Hebreos 11:1
La fe está en el tiempo presente. Lo cree ahora. Lo recibe ahora. Actúa ahora.
Una de las grandes diferencias entre la fe y la esperanza está en el tiempo verbal.
La esperanza está generalmente relacionada con el futuro, mientras tanto que la
fe está relacionada con el presente.
A veces oímos decir que alguien está dando un paso de fe en una nueva aventura.
Generalmente quieren decir que no saben lo que va a pasar o que es lo que el
futuro tiene para ellos. Sólo sienten el impulso de hacer algo nuevo y lo hacen.
El tipo de fe definida en Hebreos 11:1 No opera de esta manera. En cambio, la fe
verdadera en Dios tiene substancia. Cuando una persona se lanza en esta clase de
fe, se estará parando sobre Roca sólida. LA SUBSTANCIA ES FE EN LA
ETERNA E INALTERABLE PALABRA DE DIOS.
Podemos tener esperanza por algo durante muchos años. Mientras que
continuemos esperanzados, eso estará simplemente fuera de nuestro alcance. Por
el otro lado, hay muchas cosas que podemos traer a nuestras vidas por medio de
la fe. Por ejemplo, la salvación es una cosa buena por la cual tener esperanza.
Pero si queremos ser salvos, tenemos que ponerle substancia a nuestra esperanza
y recibir a Cristo por fe, ahora mismo. Aunque no lo veamos aparecerse a través
de las nubes, o no sintamos la “piel de gallina”, todavía somos salvos si hemos
puesto nuestra fe en Jesucristo.
Aunque no haya evidencia física de nuestra fe, tenemos suficiente evidencia en la
Palabra de Dios. La evidencia de lo que creemos es nuestra fe en la Palabra de
Dios. Dios es un testigo. El nunca miente. Si tomamos a Dios por Su Palabra, esa
Palabra va a pasar la prueba porque es eterna.
Punto 2. ¿Cómo Adquirimos Fe?
Así que la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios. Romanos 10: 17
La mejor manera de obtener fe es oyendo la Palabra de Dios. Es importante que
no solo la escuchemos con nuestros oídos sino que también la escuchemos con
nuestro corazón. El oír la Palabra de Dios en nuestros corazones se requiere
mente abierta y hambre por el mensaje de Dios.
Sugiero que se lea la Biblia en voz alta, particularmente el Nuevo Testamento.
Dígase las escrituras a sí mismo. Ponga su nombre donde el mensaje es personal.
Haga una lista de las promesas que la Palabra de Dios tiene para usted. Por fe,
crea, reciba y confiésela diariamente. La fe crecerá a medida que oímos
continuamente la Palabra de Dios.
Punto 3. ¿Quién Puede Tener Fe?
Dios nos ha dado una medida de fe a cada uno, esto es, a los cristianos:
Conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Romanos 12:3
Pablo está escribiendo a los Cristianos en Roma., pero también Dios nos da la fe
que necesitamos para ser salvos antes de ser Cristianos.
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es
don de Dios. Efesios 2:8
Evidentemente, cualquier persona que escucha la Palabra de Dios y la recibe
puede ejercitar la fe. Eso incluye a todos aquellos que oirán y obedecerán La
Palabra de Dios, salvos o en el proceso de ser salvos.
La gente que no oye la Palabra de Dios o que no la obedecen no tienen la clase de
fe que es de Dios. La fe requiere el oír y el obedecer.
Y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos
la fe. 2 Tesalonicenses 3: 2
Punto 4. La Fe Actúa de acuerdo con la Palabra de Dios
Dios ha puesto una mesa delante de nosotros llena de abundantes bendiciones.
Naturalmente hablando, si alguien pone una mesa hermosa de comida delante de
nosotros sabemos qué hacer con ella. No nos sentamos deseando y esperando que
podamos tener algo de esa comida. No nos quejamos a nuestro huésped de que
no tenemos suficiente. Ni nos enojamos o ponemos bravos porque alguien en la
mesa recibe una porción grande de papas a la crema. Comenzamos a servimos la
comida.
Ha sido puesta delante de nosotros para que nos sirvamos y nos llenemos.
Probablemente hay más en la cocina si vaciamos las ollas. Sabemos que todos los
que están a la mesa tienen los mismos derechos y privilegios de recibir su
porción de cada plato.
Ahora, La Palabra de Dios es lo mismo. Dios ha hecho amplia provisión para
cada uno de nosotros para suplir todas las necesidades en nuestras vidas. El nos
promete una provisión llena y abundante. Depende de nosotros si la pedimos y la
tomamos.
Dios quiere que simplemente creamos Su Palabra y que tomemos lo que ha sido
puesto delante de nosotros. Dios no se ofende si tomamos todo lo que
necesitamos. Cualquier huésped se sentiría disgustado si descubre que uno de sus
invitados no tuvo suficiente. El quiere que todos estén satisfechos. Dios es
ciertamente el Creador Todopoderoso, mas El ha escogido servir una mesa para
nosotros. Lo que recibimos de El va a venir como resultado de alcanzar y
reclamar activamente Sus promesas.
Respondiendo Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo:
Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Veté, tu fe te ha salvado. Y en
seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino. Marcos 10: 51-52
Punto 5. La Fe No Es Un Sentimiento
A veces la gente basa sus experiencias espirituales en sentimientos y emociones.
Los problemas surgen cuando los sentimientos y emociones cambian. Si no han
sido arraigados en la Palabra de Dios, la duda se levantará sobre si la experiencia
ha sido genuina o no. Para que la fe sea consistente, debe estar basada en algo
con más estabilidad que nuestros sentimientos. Nuestra fe debe de estar basada
en Jesús:
Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo
puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios. Hebreos 12:2
Ninguna persona es salva porque se siente salva. Es salva porque ha creído en el
unigénito Hijo de Dios:
El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado,
porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Juan 3:18
Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad
de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Juan 1:12-13
Los sentimientos son influenciados por lo que vemos, lo que leemos, y lo que
oímos, pero el que tiene puesta su fe en Jesús puede sentirse muy bien hoy,
cansada mañana, y sola la próxima semana, pero Aleluya!: La Palabra de Dios va
a decir lo mismo ayer, hoy, y siempre:
Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Hebreos 13: 8
Todos somos expuestos a cosas que no son consistentes con la Palabra de Dios.
Si estas cosas controlan nuestros sentimientos y nuestros sentimientos controlan
nuestra fe, podemos ser cristianos y todavía estar controlados por las artimañas
de Satanás. Nuestra fe debe estar controlada por la Palabra de Dios, no por lo que
sentimos, ni por lo que aparentan las circunstancias, ni tampoco por lo que otros
nos dicen. “Porque andamos por fe, y no por vista” (2 Corintios 5:7). Nuestros
ojos, oídos, corazón y boca deberían estar a tono con la Palabra de Dios.
No mirando nosotros a las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las
cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. 2 Corintios
4:18
Esta debe de ser nuestra fe, en las cosas eternas, no en lo que se ven.
Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo
puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios. Hebreos 12:2
¿Cree esto? Recíbelo hoy como su Señor y Salvador Personal.
Si usted ha sentido o cree que este sermón le ha tocado su corazón y quiere
recibir a Jesucristo como su Salvador personal, solo tiene que hacer la siguiente
oración:

Señor Jesús yo te recibo hoy como mi único y suficiente Salvador personal, creo
que eres Dios que moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste al
tercer día Me arrepiento, soy pecador. Perdóname Señor. Gracias doy al Padre
por enviar al Hijo a morir en mi lugar. Gracias Jesús por salvar mi alma hoy. En
Cristo Jesús mi Salvador, Amen.
Por José Alberto Vega
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El presente mensaje “Como Incrementar mí Fe” nos ayudará a poder tener una
mejor relación con Dios basada en la fe de Cristo.

Tabla de Contenidos [ocultar]


 1 Tema: La fe
 2 II. ¿Qué es la fe?
 3 III. ¿Cómo incrementar nuestra fe?
 4 IV. La fe que salvará nuestras almas. La fe en Jesús.
o 4.1 Relacionado
Tema: La fe

Introducción: Nosotros antes de llegar al conocimiento de Cristo, por el pecado


original, la imagen con la que fuimos creados, que fue a la imagen y semejanza
de Dios se distorsionó tanto que no éramos capaces de hacer nada bueno por
nosotros mismos. No éramos capaces de hacer nada bueno, pero para la Gracia
salvadora de Cristo hoy somo diferentes y debemos de anhelar tener más fe cada
día en Cristo Jesús para poder crecer espiritualmente y así vivir una vida que
agrade a Dios.
I. ¿Realmente cómo es que llegamos a tener fe?
Efesios 2:8 “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios”
Como vemos hay un inicio de la fe, que ni siquiera nace en nosotros sino que es
un don de Dios.

El tener fe es un proceso, nadie tendrá ninguna fe desde el principio. Según los


dice Pablo en la epístola a los Efesios. Pero hay una fe inicial, que ni siquiera es
nuestra, dice Pablo que es un don de Dios. Esta es la fe inicial, que la llamamos
la fe salvífica. Pero esto solo es el principio. Pero después viene un proceso,
cuando hemos recibido a Cristo como nuestro Señor, cuando hemos nacido de
nuevo, empieza nuestro caminar en la fe. Veamos lo que dice Romanos.

Romanos 10:17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
En consecuencia, la fe (viene) del oír el mensaje, y el mensaje es oído por medio
de la palabra de Cristo.

De las muchas interpretaciones que existen de este pasaje, algunas de ellas muy
complicadas, probablemente la mejor sea la que lo considera como una
conclusión que resume lo anterior. ¿No apuntan en esa dirección las palabras
iníciales “En consecuencia”? Entonces, lo que Pablo dice es que la fe en Cristo
presupone el haber oído la palabra que procede de Cristo y que trata de él. Y aquí
hay una palabra, en el original, que ha sido recientemente usada (v. 16) en el
pasivo—“lo que fue oído”—y que es usada ahora en el sentido activo: oír el
mensaje.

La gran importancia que Pablo le daba al oír nos recuerda inmediatamente a


Jesús. En toda la enseñanza de Jesús, tanto en la tierra como desde el cielo, sería
difícil descubrir alguna exhortación que él repitiese con mayor frecuencia, de una
u otra manera, que aquella que tiene que ver con el oír; mejor aun: escuchar (Mt.
11:15; 13:9, 43; Mr. 4:9, 23; Lc. 8:8; 14:35; Ap. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22;
13:9). Añádanse 8:18 en Marcos y Lucas”.
II. ¿Qué es la fe?

Hebreos 11:1 “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de


lo que no se ve”.
Ahora bien, la fe es estar seguro de lo que esperamos y estar cierto de lo que no v
emos. Al estudiar este versículo, notemos los siguientes puntos:

1. La Fe. La palabra fe en el Nuevo Testamento tiene muchas acepciones. Por


ejemplo, cuando los cristianos judíos, a quienes Pablo había intentado destruir,
hablaron de su fe en Cristo, dijeron:
El hombre que anteriormente nos perseguía predica ahora la fe que una vez
trató de destruir. Gal. 1:23
La fe es en este caso una confesión, algo muy parecido a nuestra manera de
llamar al Credo Apostólico “los artículos de nuestra fe cristiana”. Sin embargo,
este no es el significado de la fe que quiere transmitir el escritor de Hebreos.

Para los evangelistas que escribieron los Evangelios, Jesucristo es el objeto de la


fe. Juan resume este énfasis al afirmar el propósito de su Evangelio, a saber:

Para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo
tengáis vida en su nombre. Jn. 20:31
También Hechos demuestra que en el primer siglo, “una fe personal de Jesús era
el sello distintivo de los cristianos primitivos”

Vemos aún otro aspecto de la fe en el énfasis que Pablo pone en la apropiación,


es decir, en reclamar para uno mismo la salvación en Jesucristo. Pablo sostiene
que Dios restauró la situación del pecador con él por medio de la fe:

“Esta justicia de Dios viene por medio de la fe en Jesucristo a todos los que
creen” (Ro. 3:22).
Y Pablo explica que la fe viene de oír la proclamación de la Palabra (Ro. 10:17).

El escritor de Hebreos reconoce estos aspectos de la fe que otros escritores del


Nuevo Testamento especifican. Sin embargo, su uso del concepto fe debe ser
entendido primordialmente en el contexto del capítulo once de su epístola. Los
héroes de la fe tienen una cosa en común: ponen su total confianza en Dios. A
pesar de todas sus pruebas y de sus circunstancias difíciles, ellos triunfaron por
su confianza en Dios. Para el escritor, tener fe es apegarse a las promesas de
Dios, depender de la Palabra de Dios, y permanecer fiel al Hijo de Dios. Si
consideramos el capítulo once dentro del contexto de Hebreos, se evidencia la
intención del escritor de contraponer la fe al pecado de la incredulidad (3:12, 19;
4:2; 10:38–39). Frente al pecado de caer y apartarse del Dios viviente, el escritor
coloca directamente la virtud de la fe. 343 Los que se niegan a poner su
confianza en Dios son destruidos, pero los que creen son salvados (10:39).
La seguridad. ¿Qué es la verdadera fe? En 1563 un profesor alemán de teología,
Zacarías Ursino, formuló su fe personal en los siguientes términos:
La verdadera fe—creada en mí por el Espíritu Santo por medio del evangelio—
no es solamente un firme conocimiento y convicción de que todo lo que Dios
revela en su Palabra es cierto, sino también una certeza profundamente enraizada
que no solamente a otro, sino también a mí, me han sido perdonados los pecados,
que he sido reconciliado por siempre con Dios, y que se me ha concedido la
salvación.
Estos son dones de pura gracia obtenidos para nosotros por Cristo.

2. La certidumbre. Si bien esta breve declaración acerca de la fe consiste de


solamente dos frases, las mismas están perfectamente equilibradas. Nótese la
estructura:
Estar seguro estar cierto

de lo que esperamos de lo que no vemos.

En suma, la seguridad está equilibrada por la certidumbre. Estos dos sustantivos


son sinónimos en este texto. La certidumbre significa, entonces, “una convicción
interna”. El creyente está convencido de que las cosas que no puede ver son
reales. Sin embargo, no toda convicción es igual a la fe.
III. ¿Cómo incrementar nuestra fe?

Santiago 1:2-7 Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en
diversas pruebas, 3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y
cabales, sin que os falte cosa alguna. Y si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y
le será dada. 6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es
semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una
parte a otra. 7 No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del
Señor.
Para tener fe es necesario que tengamos problemas, porque solo así vamos a
experimentar la necesidad de pedirle a Dios sabiduría para salir de nuestros
problemas, pero Santiago nos da la clave para lograr la fe necesaria, no es posible
llegar tener fe de la nada. Solamente aquel que ha pasado por un desierto, por un
problema grande, después de haber padecido mucho, después de haber sido
zarandeados por el enemigo y ha sido puesto a prueba, como el caso de Job, de
Abraham, va tener que llegar a desarrollar su fe.

La fe siempre ha sido la marca de los siervos de Dios desde el comienzo del


mundo. Donde el Espíritu regenerador de Dios implanta el principio, hará que se
reciba la verdad acerca de la justificación por medio de los sufrimientos y los
méritos de Cristo.

IV. La fe que salvará nuestras almas. La fe en Jesús.

1Pedro 1:6-9 En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de


tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que
sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque
perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra
cuando sea manifestado Jesucristo, 8 a quien amáis sin haberle visto, en
quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y
glorioso; 9 obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras
almas.
Esta es la única forma de incrementar nuestra fe.

Si usted ha leído este mensaje y necesita esta fe salvadora, le invito a recibir a


Cristo como su Señor y salvador personal.

Por José Alberto Vega

CMH e-Sword

La fe de Abraham
¿Qué tuvo de especial la fe de Abraham? ¿De qué forma demostró
Abraham su fe, y qué lecciones podemos aprender de esto?
Abraham fue un forastero y peregrino en la tierra de Canaán de la misma forma en que
los cristianos en la actualidad son extranjeros en los caminos del mundo.

El apóstol Pablo escribió acerca de la fe de Abraham en Romanos 4:3: “Porque, ¿qué dice
la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”.

Esta cita es de Génesis 15:6. ¿A cuál ejemplo de fe se estaba refiriendo Pablo?

El profundo ejemplo de la fe de Abraham

La respuesta está en Génesis 15:4-6: “Luego vino a él palabra del Eterno, diciendo: No te
heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira
ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu
descendencia. Y creyó al Eterno y le fue contado por justicia”.

Esta fe extraordinaria, inamovible que Abraham tuvo en el poder y las promesas de Dios
era lo que Pablo estaba recordando.

“El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes,
conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al
considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad
de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se
fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso
para hacer todo lo que había prometido” (Romanos 4:18-21).

Pablo recalcó que la creencia de Abraham no se debilitó por el hecho de que él casi tenía
100 años, él no era débil en la fe. Él era fuerte en la fe. La fe es una profunda convicción de
que las palabras de Dios son verdad y de que Dios llevará a cabo todo lo que Él ha
prometido. Abraham simplemente creyó que Dios haría lo que Él dijo.

Nada es demasiado difícil para Dios. Nada es imposible para Dios. Esto es un ejemplo para
nosotros hoy, que nuestra fe en Dios debe ser fuerte.

Una etapa anterior en la fe de Abraham

“Pero el Eterno había dicho a Abram; Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu


padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y
engrandeceré tu nombre, y serás bendición… Y se fue Abram como el Eterno le dijo: y Lot
se fue con él” (Génesis 12:1-2, 4).

Hebreos 11:8 nos dice qué fue lo extraordinario de esta partida: “Por la fe Abraham, siendo
llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a
dónde iba”.

Abraham partió, y el confió y creyó que Dios lo guiaría a él y a su familia en medio de ese
territorio desconocido. No hubo preguntas ni dudas. Él mostró su fe al salir. Este fue un
profundo acto de fe.

La fe de Abraham continuó

Después, Abraham llegó a la tierra de Canaán, y continuó siendo un forastero y peregrino


en tierra extraña. Pero él le creyó a Dios, quien le había prometido que un día, él y sus
descendientes heredarían esta tierra.

Génesis 13:14-17 registra la promesa a Abraham: “Y el Eterno dijo a Abram, después que
Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el
sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia
para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar
el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo
largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré”.

Además de valorar la bendición prometida de la tierra para sus descendientes, Abraham


creció en fe hacia Dios y anticipó personalmente una recompensa espiritual. Hebreos 11:9-
10 nos registra este proceso: “Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como
en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa;
porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”.
Abraham, junto con otras personas de fe, anticipaba una ciudad permanente y una patria
que vendrían: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino
mirándolo de lejos y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y
peregrinos sobre la tierra… Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no
se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos
11:13-16).

Nosotros también vivimos nuestra vida como extranjeros y peregrinos en esta tierra,
esperando con paciencia y fe, que sea establecido el Reino de Dios en la tierra, gobernando
desde Jerusalén. Nosotros también somos residentes temporales que desean una ciudad
celestial mejor—una ciudad que llegará en el futuro.

La prueba de la fe de Abraham

¡La fe de Abraham fue probada! Hebreos 11:17 nos relata la prueba suprema de la fe de
Abraham: “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido
las promesas ofrecía a su unigénito, habiéndosele dicho: en Isaac te será llamada
descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de
donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir”.

Abraham creyó que Dios podía levantar a Isaac de la muerte, si era que Dios no le
perdonaba la vida a Isaac (Génesis 22).

Abraham debió haber creído que Dios tenía una muy buena razón para pedirle que
sacrificara a Isaac, y que de alguna forma Isaac hubiera sido levantado de la muerte para
cumplir las promesas que Dios había hecho con respecto a él. La disposición de Abraham
de entregar a su hijo, era un prototipo de la disposición de Dios el Padre de dar su único
hijo engendrado (Cristo) como un sacrificio. Nosotros, que somos de la fe de Abraham
también debemos creer que Dios puede resucitar de la muerte.

Las lecciones de la fe de Abraham

Ya que la fe de Abraham se menciona con tanta frecuencia en la Biblia, hay muchas


lecciones que podemos aprender. Primero que todo, Abraham fue justificado por fe. Dios
ordenó que todos debíamos ser justificados por fe. Esto significa que somos declarados sin
falta por él por la sangre del sacrificio de su hijo Jesucristo y por fe en Dios.

Romanos 4:9-11 explica el significado de la justicia por la fe: “Porque decimos que a
Abraham le fue contada la fe por justicia. ¿Cómo pues, le fue contada? ¿Estando en la
circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circuncisión, sino en la incircuncisión. Y
recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún
incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que
también a ellos la fe les sea contada por justicia”.
Entonces, ya sea que seamos judíos o no, aquellos que tienen la justicia de la fe, la fe les es
contada por justicia por Dios y son hijos de nuestro padre Abraham (v. 12). Al seguir las
pisadas de Abraham todos deben tener fe.

El mensaje del evangelio llegó a Abraham

Debemos recordar que las promesas que Dios le dio a Abraham se cumplen por medio de la
fe. Abraham y sus descendientes, sus verdaderos descendientes que tienen fe, van a heredar
las promesas que Dios le hizo a Abraham. Como dice Romanos 4:13: “Porque no por la ley
fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino
por la justicia de la fe”.

Las promesas que le hicieron a Abraham son parte del mensaje del evangelio. Abraham
escuchó y creyó en el evangelio. Gálatas 3:8 dice: “Y la Escritura, previendo que Dios
había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham,
diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos
con el creyente Abraham”. (La escritura que se está citando es una combinación de la
promesa en Génesis 12:3 y 22:18.)

Este es un buen ejemplo para todos aquellos que escuchan el evangelio en la actualidad. No
todos obedecen. “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha
creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”
(Romanos 10:16-17).

En la descendencia de Abraham serían bendecidas todas las naciones de la tierra. Somos


bendecidos por medio de la simiente justa de Abraham, que es Jesucristo.

Fe y obras

Hay una gran diferencia entre confiar en nuestras propias “obras” y confiar en Dios, con el
fin de ser justificados y ser salvos. Y hay una diferencia entre confiar en la ley, como los
judíos hicieron, y hacer buenas obras que demuestren obediencia y fe viva.

Abraham es el objeto de la lección en este sentido: “¿Mas quieres saber, hombre vano, que
la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando
ofreció a su hijo Isaac sobre el altar ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras y que
la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a
Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que
el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:20-24).

Nuestra fe se perfecciona a medida que hacemos buenas obras.

Debemos hacer buenas obras en fe, como nuestro padre Abraham. Como dice en Juan 8:39:
“…Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais”. Abraham hizo muchas
obras que demuestran su firme fe en Dios. Jesucristo les dijo a los líderes judíos de su
época: “Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he
oído de Dios; no hizo esto Abraham” (v. 40).

Abraham creyó la verdad de labios de los mensajeros de Dios y de la boca del Señor.

La fe de Abraham es fe viva

Necesitamos hacer lo que hizo nuestro Padre Abraham. Necesitamos creer que Dios puede
hacer lo imposible y que nada es demasiado difícil para Dios. Necesitamos creer en el
poder y las promesas de Dios, sin dudar. Necesitamos creer y estar dispuestos a obedecer
voluntariamente a Dios, salir de este mundo y apartarnos del pecado.

También necesitamos confiar en la guía y dirección de Dios al llevarnos a un territorio


desconocido. En nuestro viaje como extranjeros y peregrinos en el mundo, necesitamos
mirar en fe al venidero Reino de Dios y en la nueva Jerusalén. Nuestra fe en la herencia
futura en el mundo que vendrá debería motivarnos a vivir nuestra vida por fe.

Finalmente, por medio del ejemplo de Abraham, vemos que debemos demostrar nuestra fe
en Dios por la obediencia y haciendo buenas obras que demuestran nuestra fe. Nuestra fe es
perfeccionada al hacer buenas obras.

Tener fe y hacer buenas obras es una fe viva. “Yo te mostraré mi fe por mis obras”
(Santiago 2:18).

En verdad, Abraham nos mostró su fe por sus obras. ¿Va a seguir el ejemplo de Abraham?
Éste es un gran paso que usted puede dar. Que Dios le ayude a hacer esos cambios
imprescindibles en su vida de tal forma que pueda heredar la misma recompensa que
Abraham, ¡cuando Jesús regrese y establezca el Reino de Dios aquí en la tierra!

cespa1969@yahoo.es

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