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que nosotros muchas veces hemos cometido o que, otros, de su entorno, han
cometido contra nosotros. Respecto de aquellos actos de mi sector que usted
condena como crímenes y que yo justifico en el nombre de una utopía, quiero
negociar alguna forma de amnistía, si no total al menos parcial, pero efectiva”.
A partir de ese momento la obra puede continuar de dos maneras.
Una, es que el Presidente de la República no acepte el trato y, por tanto, que
ambos bandos se retiren a sus posiciones para continuar la lucha hasta el día que
uno de ellos pueda imponer a su enemigo su voluntad.
El Presidente de la República dirá: “En mi concepción política no hay ningún
valor superior a la justicia y no me es legítimo condicionarla a compromisos (…)
no me es dable aceptar ninguna forma de amnistía aunque ello signifique volver a
una guerra, que nunca he deseado y que me ha sido impuesta.”
En algún momento posterior uno de los colaboradores del Presidente de la
República le preguntará: “Llevamos sesenta años de lucha contra el poder criminal
que devasta nuestros campos, tortura hombres y mujeres, mata a nuestros hijos y
hace que los jóvenes se enrolen en una guerrilla sin destino que alimenta la
desesperación. Hemos visto el exilio de familias enteras, el desplazamiento de
millones y, como siempre, el peso de la crisis la pagan los más pobres. ¿No
habremos cometido un error al no haber aceptado un compromiso con el Jefe de la
Guerrilla?”
El Presidente de la República podría contestar diciendo: “Yo fuí un alma pura
que buscó intransigentemente la justicia. Los horrores de esta guerra, que ha
continuado, no son mi responsabilidad.”
La otra forma de la obra teatral tiene lugar si el Presidente de la República
acepta el compromiso con el Opositor Armado y, por tanto, la guerra termina pero
en un orden político donde habrá una justicia limitada.
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