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Dominique Wolton*
El éxito, sin embargo, no ha sido desmentido desde hace medio siglo; primero
la aparición del cable y después la de los canales temáticos, no han vuelto a poner en
tela de juicio a la economía general de la televisión, que se divide en tres partes
desiguales: una mayoría para la televisión generalista, lo demás para los servicios del
cable y el multimedia. Pensando en todas las formas, la televisión gusta, ya que ayuda
a millones de personas a vivir, a distraerse y a entender el mundo; pero como ya he
explicado a menudo,1 la televisión forma parte tanto de la vida cotidiana, igual que la
radio, que no es preciso hablar de ella salvo para quejarse, ya que la paradoja es que
nos es indispensable sin que nosotros estemos satisfechos. Todo el mundo se sirve de
ella pero nadie está contento. Este doble movimiento, uso y decepción, si cambia la
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En: Wolton, Dominique, Internet, ¿y después?: una teoría crítica de los nuevos medios de comunicación.
Capítulo 2. Barcelona: Gedisa, 1999. pp. 69-91.
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Véase Éloge du grand public, une théorie critique de la télévision, Flammarion, 1993 (Col. Champs).
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La fuerza de la televisión reside en este uso banal, pero alejado, que constituye
el reconocimiento de su papel para descifrar el mundo. Ahora bien, es falso decir que
el telespectador se deja engañar por lo que ve; cuando es engañado es porque quiere.
Aquí encontramos algo importante pero que no consigue ser entendido: el público está
dotado de inteligencia crítica y, aunque otorgue un inmenso éxito a la televisión, sabe
guardar las distancias. Mirar no significa obligatoriamente adherirse a lo que se mira.
Leemos un periódico, escuchamos la radio, miramos la televisión, pero no pensamos
menos por eso. Dicho de otro modo, el persistente éxito popular de los medios de
comunicación de masas debería haber hecho muy pronto reflexionar ante la
complejidad de la recepción, la inteligencia del público y la imposibilidad de reducir la
televisión, del mismo modo que la radio y la prensa escrita, a una manipulación de la
conciencia.
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En Francia, existen, por ejemplo, más de cien DEA y DESS dedicadas a la información y la
comunicación.
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investigación. A pesar de estos cambios, las élites repiten con una buena conciencia
exquisita los mismos estereotipos sobre la televisión que hace treinta años,
lanzándose sobre ella, sin más distancia crítica que el ciudadano ordinario del cual
pretenden distanciarse. Para un investigador como yo, la televisión presenta dos
ventajas: valoriza la lógica de la oferta y destaca las dificultades de la comunicación, a
saber, la incomprensible diferencia entre las tres lógicas, la del emisor, la del mensaje
y la del receptor.
Por el contrario, esta oferta debe ser lo más amplia posible, desde la
información al deporte, de los espacios musicales a los concursos, de los
documentales a los programas de actualidad, de la programación juvenil a las series,
de las emisiones históricas a aquellas que se dedican a la vida cotidiana, ya que las
vías de acceso a la cultura son múltiples, y ninguna de ellas se interesa por el mismo
tema al mismo tiempo. Esto es porque, desde el punto de vista de una teoría de la
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Clamar, como yo lo hago desde hace muchos años, a favor del gran público no
es ni idealismo ni arcaísmo, sino una opción de fondo que no excluye a ninguna otra,
con la condición, cada vez, de situar el debate a nivel teórico, que es el suyo, y de no
confundir posibilidades técnicas, desreglamentación, beneficios y teoría de la
televisión y del público. Toda teoría del público implica una teoría de la televisión y,
después, una representación de la sociedad. Los argumentos «empíricos» que
condenan el concepto de gran público en nombre de la doble evolución de las
tecnologías y los mercados se parecen a aquellos que regularmente en la historia
política condenan el concepto de democracia al plano de corrupción del cual
regularmente es objeto.
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Por un lado, para reunir individuos y público que están separados por todo lo
demás y, por otro lado, para ofrecerles la posibilidad de participar individualmente en
una actividad colectiva. Ésta es la alianza bastante particular entre el individuo y la
comunidad que hace de esta tecnología una actividad constitutiva de la sociedad
contemporánea. He aquí el genio de la televisión3
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La explicación que sigue está inspirada en mi artículo «Le génie de la télévision», publicado en octubre
de 1993 en la colección de dossiers «L'Univers de la télévision», en Le Nouvel Observateur.
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Por esto el audímetro mide menos la demanda que la reacción ante la oferta.
Por esto la televisión es indisociable de la democracia de masas y descansa sobre la
misma apuesta: respetar al individuo y aportar al ciudadano, es decir, al espectador,
los medios para comprender el mundo en el que vive. Ahora bien, cómo cada uno
consume la televisión individualmente, y en un principio para distraerse, tiene mucho
menos prestigio que las otras funciones colectivas.
La cuestión de fondo es: ¿para qué sirve la televisión? ¿Para un individuo que
no está nunca pasivo ante la imagen y que no retiene más que lo que él quiere
retener? Sirve para hablar. La televisión es una formidable herramienta de
comunicación entre los individuos. Lo más importante no es lo que ha visto, sino el
hecho de hablar de ello. La televisión es un objeto de conversación. Hablamos de ella
para nosotros, más tarde, fuera. Es por ello que es un vínculo social indispensable en
una sociedad donde los individuos a menudo están aislados y, a veces, solos. No es la
televisión quien ha creado la soledad o el éxodo rural, ni ha multiplicado las
interminables zonas marginales de las ciudades, ni ha destruido los tejidos locales y
separado la familia. Ella más bien ha amortiguado los efectos negativos de estas
profundas mutaciones, ofreciendo un nuevo vínculo social en una sociedad
individualista de masas. Es la única actividad que establece igualmente el vínculo
entre los ricos y los pobres, los jóvenes y los viejos, los rurales y los habitantes de la
ciudad, los instruidos y aquellos que lo son menos. Todo el mundo mira la televisión y
habla de ella. ¿Qué otra actividad es actualmente tan transversal? Si la televisión no
existiera, muchos soñarían con inventar una herramienta susceptible de reunir a todos
los públicos.
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De forma general, no podemos constatar a la vez una presencia cada vez más
fuerte de imágenes ni inquietarnos por la «influencia» de la televisión sin sacar las
consecuencias en materia de organización. También aquí, contrariamente a una idea
inculcada, una concepción de conjunto de la televisión es más necesaria hoy que hace
cuarenta años, precisamente a causa de esta abundancia de imágenes y de soportes.
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Un manifiesto
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Este texto ha servido para la elaboración de la carta del Comité Francés de Radio y Televisión en
octubre de 1993.
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para nada la calidad, ni a una reducción del sector público al simple papel de
testimonio.
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8) Más que cualquier otra, la televisión pública debe poder hacer suya esta
constatación: el espectador es el mismo individuo que el ciudadano. Si el ciudadano es
considerado inteligente, hasta el punto de hacer de él la fuente de la legitimidad en la
teoría democrática, la misma inteligencia debe serIe aplicada en su dimensión de
espectador. El público no es pasivo ante la imagen, su espíritu crítico es constante,
simplemente su posición de espectador lo hace depender de la oferta de los
programas; más que en cualquier otra industria cultural, la responsabilidad primera
proviene de la oferta y no de la demanda.
9) La calidad de los programas y, por tanto, de los profesionales que los crean
corresponde a la calidad del público. No hay televisión de calidad sin profesionales de
calidad. Esto requiere en todos los países la movilización de todos ellos, generación
tras generación, para que la televisión continúe siendo esta herramienta de
comunicación nacional que está en todos los lugares. La internacionalización de la
difusión de la imagen y del mercado de los programas no significa en absoluto la
desaparición del papel de identidad nacional de la televisión en cada país. Es en la
capacidad de inscribir la producción audiovisual del país en su historia, sus
tradiciones, su cultura y sus innovaciones donde está precisamente la característica de
la televisión de ser a la vez una apertura al mundo y un medio para reafirmar una
identidad cultural en un mundo sin fronteras.
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Orientación bibliográfica
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