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Aprendiendo a ser persona: del ser y convivir en la escuela.

Xóchitl Maldonado Padilla

En el espacio escolar confluye mucho más que lo pedagógico

Xóchitl Maldonado Padilla

¿Cómo te fue en la escuela? ¿Qué aprendiste de nuevo hoy? Son las preguntas
que suelo hacer a mi pequeño hijo cuando después de terminar mi jornada laboral,
llego a la casa. Entre el ir y venir poniendo un objeto aquí y allá, establecemos una
conversación y comienza a contarme lo acontecido ese día.

—Sabes mami, hoy pasó algo terrible. Uno de mis compañeritos, ¿te
acuerdas?, ese que siempre llega como enojado a la escuela, golpeó a uno en el
ojo y le abrió la frente. La maestra se molestó mucho y se fueron a la dirección.
¡Echaba chispas y hablaba y hablaba y hablaba! ¿Qué crees que pase mañana?

—No lo sé hijo. Seguramente llamarán a sus papás y la maestra estará más


tranquila.

—Nunca la había visto así mami. Ella me gusta, es alegre. ¿Tú crees? ¡Dice
chistes! Pero hoy ¡la desconocí! Ella no es así, siempre está tranquila. Yo creo que
Jared le colmó el plato, como tú siempre dices.

Mi hijo continúa la conversación, describiendo a su maestra.

—Cuando regresó al salón seguía enojada y explicaba y explicaba que no


era posible que él le hubiera dado tan fuerte que le sacó sangre. Después tocaron
al recreo y se acercó a la maestra del otro grado, yo la veía y la veía y ella contaba
lo que ocurrió. Después me fui de ahí porque ya quería jugar.

Recordando esa conversación surge en mí, la idea de reflexionar en torno al


papel que juegan las emociones en la docencia y pienso que la percepción de mi
pequeño hijo genera muchas ideas que pueden darme la posibilidad de entender un
poco más el por qué Hargreaves (1998) opina que las emociones están en el centro
de la enseñanza o por qué Day (2006) dedica una de sus obras a explicar lo que yo
Aprendiendo a ser persona: del ser y convivir en la escuela. Xóchitl Maldonado Padilla

llamo “El binomio corazón y cabeza en la docencia”, es decir, una explicación clara
de la manera en cómo nosotros los docentes empeñamos nuestro yo personal y
profesional en el trabajo y cómo, manteniendo la conciencia de las tensiones y
controlando nuestras emociones, salvaguardamos la alegría de la enseñanza.

En el fragmento arriba señalado, sobresalen varias emociones que los


docentes hemos experimentado en el acontecer diario en nuestras escuelas, la ira,
el enfado, la alegría, el afecto, la preocupación, la tristeza y la frustración flotan en
ese espacio y son experimentados día a día por todos, llámese estudiantes, padres
y madres de familia, o nosotras como maestras o maestros. En incidentes como el
que narré anteriormente, se materializa que nuestro trabajo en la enseñanza está
basado principalmente en las relaciones interpersonales con los estudiantes y con
otros compañeros. Algunas veces se tiene la fortuna y el buen hacer para conseguir
que primen las emociones positivas, en otros, por el contrario, predomina el
infortunio y unas habilidades limitadas, lo que conduce a que las experiencias
negativas tengan un mayor peso. Cuando esto ocurre nos encontramos un
“escenario escolar” desolado y docentes “casi, casi a punto de carbón”, ¿suena
chusco? ¡Es realidad! Maestros “quemados”1, desvalorizados y agobiados, es decir,
la docencia con una profunda carga emocional.

Si bien es cierto que un aspecto significativo, que forma parte de la esencia


del docente, es la vivencia de emociones fuertes, no es fácil penetrar en este terreno
porque considero que existe una resistencia natural como seres humanos a
expresar nuestras emociones, asumir que somos sensibles a lo que ocurre por
miedo a salir heridos y maltrechos si nos atrevemos a dejar que se asome un
poquito nuestro interior. Pensando en los escenarios educativos esto es aún más
difícil. Evoco pasajes de la vida cotidiana en las escuelas y recuerdo fielmente
episodios en que vale más ser ecuánime que motivo de burla y carne de carroña si
osamos dejar escapar una lágrima en un lugar prohibido como un salón de clases
o expresar temor ante algo novedoso, quizá un miedo a la Reforma Educativa, la

1Eltérmino estar quemado, se refiere a la manifestación del Síndrome burnout definido como una
respuesta de estrés crónico formada por tres factores fundamentales: cansancio emocional,
despersonalización y baja realización personal.
Aprendiendo a ser persona: del ser y convivir en la escuela. Xóchitl Maldonado Padilla

llegada a un nuevo centro de trabajo o bien una emoción de frustración y coraje ante
un complot fabricado por algún compañero o compañera de trabajo que, por envidia
o coraje de no saberse capaz de alcanzar sus ideales, intenta con desenfreno
destruir a alguien que puede librar mejor esas batallas día a día hacia la
profesionalización y el éxito profesional.

Y, ¿qué decir de los alumnos y alumnas? Si nos detenemos a escuchar las


voces, a observar lo que ocurre en las escuelas, tendremos muchos argumentos
que también nutren esa idea de que las emociones se respiran y transpiran en las
aulas, en el patio de la escuela y viajan día tras día a un lado de los libros y
cuadernos que guardan en sus mochilas. ¿Quién no ha escuchado gritos,
carcajadas, expresiones de júbilo ante una tarea bien lograda? ¿Quién no recuerda
el “eehhh…eeehhh” que todos y todas gritamos al escuchar el timbre para salir al
recreo o bien marcharnos a casa? ¿Quién no recuerda aquel día en medio del llanto
y la incertidumbre del primer día de clases? ¿Quién no tiene en su mente esa carita
triste o de satisfacción después de una entrega de resultados del bimestre o un papá
o mamá enfadado u orgulloso del resultado? Puedo enumerar muchas preguntas y
cada una de ellas logrará el efecto que yo deseo. Esa posibilidad de que aceptemos
que en los escenarios educativos confluye mucho más que lo pedagógico, que los
docentes y los alumnos vivimos en un mundo de emociones, a veces contrapuestas.
Evidencias al respecto existen muchas y vale la pena mencionarlas.

Sutton (tomado de Day, 2006) menciona que el amor (como relación social)
y el afecto, la satisfacción en el trabajo, la alegría, el orgullo, el entusiasmo y el
placer por el progreso se encuentran entre las emociones positivas citadas con más
frecuencia y a causa de su implicación emocional, es inevitable que los profesores
experimenten también una serie de emociones negativas cuando se desafía el
control de principios y prácticas aceptados desde antiguo o cuando se debilita la
confianza y el respeto a los padres, el público y sus alumnos.

Jefreyy y Woods (1996) descubrieron que los maestros de primaria sienten


incertidumbre profesional, confusión, incompetencia, ansiedad, vergüenza y duda
cuando son inspeccionados, relacionando estos sentimientos con la
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“deshumanización” y la “desprofesionalización”. Otras emociones negativas como


la frustración, la ira, exacerbada por el cansancio, el estrés originado por el mal
comportamiento de los alumnos, la ansiedad a causa de la complejidad en el
trabajo, la culpabilidad, la tristeza, la responsabilidad y la vergüenza por no ser
capaces de lograr los objetivos impuestos o deseados.

En los argumentos antes expuestos encontramos que la docencia nos exige


el uso de una labor y trabajo emocional, es decir, que plantea que los docentes
controlemos los retos de enseñar en clases donde existe un alumnado diverso, con
distintas motivaciones, historias personales y capacidades de aprendizaje distintas.
Pero esta tarea no es fácil, requiere en primera instancia de reconocer que la
enseñanza debe orientarse básicamente a desarrollar capacidades y habilidades
humanas que permitan a los individuos y a las organizaciones sobrevivir y tener
éxito en la sociedad de hoy. Es necesario entonces, conceptualizar a la docencia
no como una actividad técnica que puede repetirse, sin olvidar que la enseñanza
supone una interacción positiva entre ambos que no es ni voluntaria ni libremente
elegida, como podría ser la que se establece entre los grupos de amigos.

Sabemos de antemano que nuestra actividad como docentes debe


trascender el hecho de ir más allá, de una relación impuesta —que expresa nuestras
obligaciones y la de nuestros estudiantes— a una relación constructiva, en la que la
competencia, la confianza, el afecto y el respeto mutuo sean la esencia que
caracterice el hecho educativo. Implicarnos afectivamente nos conduce a evocar
emociones y sentimientos que experimentamos cuando también fuimos o aún
seguimos siendo parte de las escuelas como estudiantes. Ello me conduce a
formular las siguientes preguntas: ¿De qué nos acordamos? ¿Qué imágenes vienen
a nuestra memoria? ¿Cómo eran nuestros maestros y maestras? ¿Enseñaban o
educaban? Si hacemos este ejercicio reflexivo, podremos sacar del baúl, o más bien
de las bodegas, de los armarios de nuestras escuelas, ese sentir dormido, ¡eso que
nos hace ser personas! ¿Qué hace falta para comprender que nuestro actuar no
está regido exclusivamente por la razón? ¿Aceptaremos que los y las profesores
también actuamos con base en creencias y valores personales? ¿Aceptaremos el
enorme reto de asumir la docencia como una profesión moral?
Aprendiendo a ser persona: del ser y convivir en la escuela. Xóchitl Maldonado Padilla

El reto de hoy, al reflexionar sobre el quehacer docente situándonos en


nuestra escuela, entendiendo que forma parte de nuestras vidas, es que logremos
mirar que la realidad que estamos enfrentando, la que nos correspondió vivir,
demanda de nosotros trascender lo cognitivo y desarrollar competencias
emocionales, al mismo tiempo, que desplegar nuestra capacidad de dialogar, de
admitir nuestras propias emociones, y sobre todo, reconocer las de los otros y otras,
porque “[…] ignorar el lugar de la emoción en la reflexión, sobre y en relación con la
enseñanza es no apreciar su potencial para influir positiva y negativamente en la
calidad de la experiencia del aula, tanto para los docentes como para los alumnos”,
como lo apunta Day (2006); por tanto, de cada uno de nosotros y nosotras depende
transitar de una escuela transmisora de conocimientos, a un escenario de
convivencia y afectos compartidos, pleno de oportunidades para el desarrollo
personal. Queda en nuestras manos dibujar los rostros de las y los estudiantes, de
nuestros colegas, de los padres y madres de familia, así como, de cada uno de los
seres humanos que día a día ocupan un lugar en nuestras vidas.

No debemos olvidar que el quehacer docente tiene en estos tiempos


actuales, el enorme reto de sobrevivir a las tensiones que vivimos en la actualidad
en el Sistema Educativo. Sabemos que nuestra profesión enfrenta una crisis de
confianza y de identidad profesional y también la sociedad misma sufre de una
pérdida de autenticidad, padece de una carencia de confianza en las relaciones
personales y en las instituciones, traspasando las paredes de la escuela,
materializándose en expresiones gráficas, elaboradas a hurtadillas, con la firma del
anonimato. ¿Cuántas expresiones violentas se dan en los sanitarios? ¿Qué persona
no ha sufrido una agresión indirecta a un bien como expresión de coraje por una
calificación otorgada a algún estudiante? ¿Qué persona no ha escuchado en algún
programa de radio local alguna declaración de algún padre o madre de familia por
el aparente mal “funcionamiento de las escuelas”? Las críticas sobre el bajo nivel
educativo de los estudiantes, la existencia de problemas de convivencia en las
escuelas y las malas condiciones en que se desarrolla la enseñanza, despiertan la
alerta de los ciudadanos y en las familias de nuestro país se extiende la sensación
de desconfianza ante el trabajo que realizamos.
Aprendiendo a ser persona: del ser y convivir en la escuela. Xóchitl Maldonado Padilla

Nuestra confianza, deberá ser la garantía para enfrentarnos con acierto a las
condiciones actuales de la enseñanza y es y será el alimento para nuestra
autoestima profesional. En este sentido ese sentimiento de valía profesional supone
y debe ser una señal de interiorización de identificar plenamente hacia dónde
vamos. ¿Qué docente deseamos ser? ¿Cuáles serán nuestras maneras de luchar
en contra de estos tiempos líquidos? ¿Qué caracterizará nuestro actuar cotidiano?
Si nos reconocemos como docentes profesionales, debemos ser capaces de librar
las batallas en este terreno, combatir situaciones problemáticas con valentía y
tranquilidad, reconocer nuestros errores y aceptar sin angustia las dificultades en
nuestro devenir.

Aceptar que en los escenarios educativos confluye algo más que lo


pedagógico, pone en nuestras manos la posibilidad de aceptar que las emociones
son una parte esencial de un proceso eficaz de la enseñanza y el aprendizaje, que
es vital matizar el hecho educativo de emoción, abrir las puertas a los afectos y
reconocer el papel de ellos en las decisiones y juicios y que la relación con nuestros
alumnos y alumnas es importante para lograr aprendizajes significativos. Como
señala Day (2006): “Aunque haya que controlar el corazón, también hay que dejarlo
que lata con libertad”.

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