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Consecuencias clínicas y subjetivas del desempleo

La amenaza de exclusión

Perder un trabajo significa muchas más cosas que dejar de cobrar


un dinero a fin de mes. Supone la peor y más efectiva arma de
manipulación del alma humana: el quedar afuera, la nefasta versión
con que la pulsión de muerte asoma sus garras en el siglo XXI.

Por Sergio Zabalza *


Desde que Cambiemos tomó el poder en diciembre de 2015,
casi doscientos mil personas han perdido su puesto de
trabajo. Se calcula que en el costado informal de la economía
esa cifra aumenta de manera exponencial. Un reciente
artículo vincula esta pauperización del mercado de trabajo
con el empeoramiento de la Salud Mental de la población1.
No es para menos, el más leve y elemental análisis indica
que el empleo constituye un lugar de privilegio para
sustentar cierto equilibrio psíquico a partir de los hábitos,
rutinas y contactos sociales que brinda un trabajo estable.
Con todo, vale intentar dar un paso más allá de lo que el
sentido común indica para dimensionar la actual catástrofe
social en ciernes. El sujeto del inconsciente no es un ser de la
necesidad, es un ser de deseo. Esto significa que, más allá de
las exigencias que el soma impone (vestimenta, vivienda,
alimentación, salud, etc.), el ser hablante se nutre de las
significaciones que brindan sentido –o no– a las eventuales
contingencias. Esto es: una misma escena puede ser
interpretada de múltiples maneras de acuerdo al contexto, la
enunciación y los dichos que giran en torno a ella. Para
decirlo todo: no siempre perder un trabajo resulta una
calamidad, si el contexto ayuda, hay chance de conseguir
algo mejor. Lo cierto es que la nefasta empresa neoliberal
que nos gobierna ha hecho todo como para que el
crecimiento del desempleo se traduzca en culpa, depresión,
humillación y aislamiento. Por algo, el filósofo Byung-Chul
Han observa que el disciplinamiento de los cuerpos y la
biopolítica de los que supo investigar y teorizar Michel
Foucault ya es parte de la historia, el actual neoliberalismo
se sirve de la Psicopolítica2: es decir: del control de las
voluntades como estrategia para que las personas se sientan
libres en su esclavitud, con infinidad de opciones imposibles
y culpables de no poder acceder a ellas.
La desmentida
Pero esto no es todo, la actual pérdida de trabajo acontece en
un contexto de vaciamiento simbólico por el cual el valor de
la palabra (esto es: la posibilidad de expresar el dolor, la
expectativa de solidaridad y el llamado al semejante) pierde
terreno frente a un cinismo inédito desde el regreso de la
democracia en 1983. El actual gobierno argentino constituye
un ejemplo paradigmático de este tóxico verbal que –al
socavar la capacidad referencial del lenguaje– corrompe el
discurso y corroe el lazo social. Y no se trata tanto de las
promesas incumplidas que la actual administración acumula
de manera cotidiana, sino del recurso perverso por
excelencia, a saber: la desmentida. Esto es: negar a sabiendas
de que el otro sabe que el emisor sabe que todos saben que
se está mintiendo. Cuando el emisor del mensaje, el otro
que escucha y todos los testigos coinciden en la falsedad de
una frase sin que esto suponga la descalificación del
mentiroso, estamos en el terreno de la barbarie discursiva.
Como no podría ser de otra manera, aquí el poder mediático
y sus espadas en la justicia son quienes ofician como el Atila
de la palabra.
La clínica prueba que el uso constante de la desmentida
enloquece a las personas o, en el mejor de los casos, empuja
a la sórdida servidumbre de lo acrítico. (El mismísimo jefe
de Gabinete ha dicho que “el pensamiento crítico le puede
hacer mal a la Argentina”3) Entonces: ¿qué posibilidad de
tramitación psíquica puede lograr una persona al perder el
trabajo cuando el discurso que vocifera la inmensa mayoría
de medios de comunicación asevera que los bienes, puestos
de trabajo y niveles de consumo de los que se gozaba hasta
no hace mucho tiempo, eran meras ilusiones?
El terrorismo del ¿Y si...?
Entre las múltiples manifestaciones clínicas de esta
corrupción verbal que socava la buena fe de las personas
figura lo que elijo denominar el terrorismo del ¿Y si…? Se
trata de una formulación cada vez más recurrente en el
consultorio que atestigua la exacerbación de las fantasías de
catástrofe, soledad y aislamiento, entre las cuales la pérdida
de trabajo ocupa un lugar de triste privilegio. El ¿Y si…? es
una pregunta acorde con lo que Hegel supo denominar el
infinito malo, es decir: una escalada de racionalizaciones
cuya insensata deriva no lleva a otra parte más que a
satisfacer las peores tendencias masoquistas por medio de
una autosugestión. Esto enferma. De hecho, “la angustia de
la segunda tópica freudiana –espera sin esperanzas,
expectativa, acecho de nada, pues no está en el tiempo de lo
que puede esperar– es un amo sin rostro; y no hay política
posible frente a ella, como no sea su transformación en
síntoma”4. Por ejemplo, a través de la pregunta: “¿y por qué
debería yo saber?”
Es que cuando un paciente aparece con esta modalidad de
queja o angustia, no es por el lado de brindar una respuesta
que reside la intervención correcta, sino de iluminar esta
enunciación tramposa y nefasta a la que hoy el
neoliberalismo nos conmina. Se trata de transmitir que
nuestra experiencia de seres hablantes consiste precisamente
en no disponer de respuesta a los tramposos ¿Y si…? , sino
antes bien en desenmascarar la maniobra que nos empuja a
quedar atrapados en esta demanda loca y perversa cuya falsa
certeza se asienta en el supuesto de una verdad única. No en
vano a la pregunta kantiana acerca de ¿qué puedo yo saber?:
Lacan contestaba: “nada que no tenga la estructura del
lenguaje en todo caso”5, léase: las ficciones del lenguaje,
entre las cuales el saber ocupa un sitial de privilegio. Salir de
la parálisis del ¿Y si…? permite acceder al acto: sea éste la
lucha política, la denuncia, la convocatoria al semejante, etc.
Conclusiones
Se comprende entonces que hoy perder un trabajo significa
muchas más cosas que dejar de cobrar un dinero a fin de mes:
supone la peor y más efectiva arma de manipulación del
alma humana: la amenaza de exclusión. Nada aterra más a
un ser hablante que el quedar afuera. El capitalismo, con
diferentes estrategias y estilos según la época y el lugar, ha
sabido servirse de esta condición de estructura para someter
a las personas a trabajos mal pagos, en condiciones
infrahumanas equiparables a la esclavitud. De hecho, desde
hace largos años, el discurso se ha encargado de estigmatizar
a todo sujeto que no cumple con las pautas de utilidad que
impone el mercado: vago, inútil, inservible, son algunos de
los epítetos que las personas repetimos en virtud de nuestra
inconsciente adhesión al código que fija el mercado.
Significaciones que cobran el valor de una dramática
paradoja no bien se advierte que –neoliberalismo mediante–
nos dirigimos hacia una sociedad del ocio para pocos y
segregación para muchos, en la que el valor del trabajo como
pilar del lazo social se diluye a favor del consumo
individualista. Se trata de hacer visible esta nefasta versión
con que la pulsión de muerte asoma sus garras en el siglo
XXI.
* Psicoanalista. Hospital Álvarez.
1
www.pagina12.com.ar/11984-marcas-de-la-incertidumbre-
laboral-y-los-despidos
2
Byung Chul Han, “Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas
técnicas de poder”, Herder, 2014.
3
www.diarioregistrado.com/politica/para-marcos-pena–
pensar-ya-fue––el-pensamiento-critico-le-puede-hacer-
dano-a-la-argentina–_a584a377e159f19277a97d3d7
4
Antoni Vicens, “No saber qué hacer, poder esperar, no
estar a tiempo” en Lakant, Jacques Alain Miller, Buenos
Aires, Tres Haches, 2000, p. 49
5
Jacques Lacan, Televisión en Otros Escritos, Buenos Aires,
Paidós, 2012, p. 562.

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