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1.
NI OLVIDO NI PERDON
en 9 septiembre 2015 en 8:37 pm said:
CARITA DE PLATA
en 9 septiembre 2015 en 9:01 pm said:
2.
Mario Conde
en 9 septiembre 2015 en 9:30 pm said:
La Justicia como categoría universal sencillamente no existe. El máximo del
relativismo se alcanza con Goethe: “lo justo es lo que conviene a quien dicta la
sentencia”. En ese plano hay tantos justos como aplicadores de la Ley Por eso el
normativismo sustituye lo justo por lo legal. El referente es la norma. La
soberanía permite aprobar leyes objetivamente injustas, pero si se aplican
correctamente las soluciones serán legales. Otra cosa es la justicia/injusticia en
un cuadro de valores distinto del puramente jurídico. El robot aplicaría la norma,
sea cual fuera, con racionalidad de modo que sus soluciones serían legales. Una
norma justa en el plano valorativo puede ser aplicada por un humano de modo
que conduzca a una solución injusta. Este es el asunto
Peter
en 9 septiembre 2015 en 9:38 pm said:
Mario Conde
en 9 septiembre 2015 en 10:07 pm said:
figaro
en 12 septiembre 2015 en 11:22 am said:
Saludos cordiales.
3.
bttberttice
en 9 septiembre 2015 en 10:34 pm said:
Es curioso ver como reducís el Derecho al juez y sus emociones, como si los
demás participantes en el proceso no las tuvieran. En mi opinión, esos robots sin
conciencia serían geniales para predecir resultados judiciales y para juzgar a
otros robots sin conciencia, pero es que si encima de todo tienen conciencia y
ésta puede sistematizarse, entonces les pediría, en su ciencia, que me lo
expliquen y que se los expliquen también a todos los demás absurdos seres
humanos que sienten, a ver si aclaramos de una vez por todas el universo
complejo de los sentimientos de los individuos, de los grupos, de las sociedades
y del globo terráqueo. Muy interesante si, desde luego… aunque algo
incompleto.
Esto me recuerda a cuando inicié la investigación privada, todos los detectives
como locos pensando que ya no tendrían que hacer seguimientos 24 horas al día,
poníamos una cámara y ya está, hasta que nos dimos cuenta de la cruda realidad,
que detrás de una cámara hace falta un ser humano, además sería un poco
cantoso que te siguiera un robots, ¿no creéis?.
Y una pregunta se me ocurre, ¿ Cómo interpretaría un robot los informes de
pedagogos, psicólogos, sociólogos, criminólogos, detectives y demás fauna?….
4.
NI OLVIDO NI PERDON
en 10 septiembre 2015 en 3:33 am said:
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empresa por desarrollarlo
Compartir Si un robot o un bot software comete un delito, ¿qué dice la ley sobre sus
dueños?
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El Random Darknet Shopper es un bot que, cada semana, visita la deep web y gasta
aleatoriamente 100 dólares en algún objeto. Dicha compra es después enviada a los
dueños del bot, dos artistas suizos que han creado una exposición con todas las
adquisiciones de su software automatizado. Entre las compras están unos vaqueros de
imitación, un pasaporte y... una bolsita con pastillas de éxtasis.
El "bot" delincuente
Volviendo al primer caso, ¿qué ocurre si alguien programa un bot para hacer realizar
acciones aleatorias y resulta que, con una de ellas, termina cometiendo un delito?
Hemos hablado con José Leandro Núñez, abogado de Audens especialista en nuevas
tecnologías, que nos explica que "que las cosas no tienen capacidad jurídica, y por
tanto no pueden ser condenadas en caso de que cometan infracciones o delitos", incluso
aunque tengan inteligencia artificial. "El bot no es sino un medio o herramienta para la
realización del acto ilegal", nos comenta también Sergio Carrasco, abogado y
cofundador de Derecho en Red.
Parece lógico ya que, a fin de cuentas, ¿cómo juzgas o condenas a un bot? ¿Qué se hace
entonces? José Leandro nos dice lo siguiente: "el sistema trata de tirar del hilo, de
encontrar a la persona causante de ese comportamiento. Una vez encontrada, se trata de
determinar hasta qué punto es responsable de lo ocurrido: ¿programó el robot a
sabiendas, para hacer cosas ilegales? ¿Lo hizo de forma imprudente, sin prever las
posibles consecuencias? ¿Fue un simple hecho fortuito?".
José Leandro va todavía más allá y nos pone otro ejemplo: la "posición de garante".
"Por ejemplo, se le aplica al propietario de un perro que se escapa y muerde a alguien…
y creo que también se podría aplicar en este caso". De todas formas, y por lo que nos
comentan, dependería de cada caso concreto, de cómo se ha programado el bot y de las
explicaciones que se den ante el juez.
Si nos ceñimos al caso del bot que compra cosas, otro apunte importante que nos hace
José Leandro:
"Por lo demás, otro tema interesante es la validez de las compras realizadas por estas
máquinas: la Ley nos dice que para que una compra (o cualquier otro contrato) sea válido,
tiene que haber consentimiento de las dos partes. Ahora bien, si la compra la realiza
aleatoriamente una máquina, que carece de capacidad jurídica, ¿existe realmente
consentimiento? ¡Todo un dilema! Estoy seguro de que en el futuro nos encontraremos con
sentencias de este tipo"
¡Ojo! Hasta ahora estamos hablando de bots programados para hacer tareas "aleatorias".
Esto no quiere decir que, si programas un bot para hacer cosas ilegales, te vayas a librar.
En este caso, y si se ha programado intencionadamente para tal fin, el creador del
software en cuestión sería sin duda alguna responsable de los delitos o daños
causados.
Si en tu disco duro hay algo ilegal que se ha descargado de forma automática y sin tu
conocimiento, te tocará demostrarlo
En este caso, la mera tenencia de un archivo de este tipo es un delito (se pena la
posesión de pornografía infantil). Si su descarga ha sido efectivamente fortuita, te
tocará probar ante el juez que ha sido tal. "Lo mismo sucedía cuando se descargaban
películas de pornografía infantil ocultas como grandes éxitos de hollywood por
ejemplo", explica Sergio. ¿Cómo lo pruebas? Demostrando que no hay más contenidos
de ese tipo en tu ordenador, falta de habitualidad, cómo funciona la herramienta que lo
ha hecho, etc.
Pero ¿quién carga con la culpa si se produce un accidente de estas características por un
error del coche autónomo? "Estamos hablando de una herramienta incorporada al
vehículo (da igual que sea más o menos avanzada) con lo cual existirá responsabilidad
al igual que sucede ahora", explica Sergio, que además nos pone un ejemplo: si un error
con el diseño hace que los frenos fallen, el culpable es claro. Con los coches autónomos
ocurriría algo similar.
Igual que ahora se culpa a los fabricantes de fallos en el diseño, los fallos en un sistema
autónomo de conducción también tienen responsables
José Leandro coincide con esta opinión: "tendríamos que ver quién es el culpable del
accidente: el fabricante, por un error de diseño; la empresa, por falta de mantenimiento;
el conductor, por toquetear los botones… o todos ellos". Y, además, hace una lectura
muy interesante del asunto: "será muy complicado que veamos coches autónomos
circulando por las carreteras hasta que se aclare el tema de las responsabilidades en
caso de accidente."
En resumen: los bots, los sistemas de inteligencia artificial o los sistemas de conducción
autónoma no dejan de ser herramientas que son programadas por alguien para tal fin
y de esa forma deben ser consideradas en el caso de que exista algún problema con
ellas. Así que, si tenías pensado programar un bot que compre aleatoriamente en la deep
web, como hicieron los compañeros suizos, mejor que optes por otro proyecto distinto
para evitar posibles problemas.
¿Cómo fabricaremos los
abogados del futuro cuando
un robot realice su trabajo?
En 1981, un despacho -que recién había osado iniciar su andadura como tal- recibía con
los brazos neófitos y expeditos a un nuevo cliente: se trataba de un videoclub en
Fuengirola, que tenía la particularidad de ser regentado por dos ciudadanos británicos que
se dedicaban a importar VHS de Reino Unido para alquilarlos a los residentes extranjeros
de la zona. Por aquel entonces, la idea de adquirir una cinta de vídeo – una suerte de
alquiler súbito que sustituía el ir al cine – resultaba tan extraterrestre que las autoridades
malagueñas la consideraron ilícita y, en consecuencia, acusaron a los dueños de un delito
de contrabando.
Si Ross, el flamante “abogado robot” contratado en primicia por Baker & Hostetler
hubiera existido entonces, habríamos podido preguntarle directamente, y en lenguaje
natural, y nos habría respondido lo siguiente: era la Ley de Contrabando de 16 de julio de
1964 la que regía el caso. Y como Ross no sólo realiza búsquedas de legislación,
jurisprudencia y doctrina, subrayando los pasajes que considera pertinentes, sino que
también guarda la búsqueda y la actualiza, habríamos recibido una alerta el 13 de julio de
1982, fecha en que se aprobó la Ley Orgánica que modificó la legislación hasta entonces
vigente en materia de contrabando. Construido sobre Watson (el niño bonito de IBM),
Ross no sólo busca y encuentra cual sabueso jurídico, sino que también redacta borradores
de demandas. Y es precisamente en este momento de la evolución de la inteligencia
artificial cuando Bankia denuncia ante la Comisión Nacional de los Mercados y la
Competencia (CNMC) al bufete Arriaga Asociados por inflar las costas procesales en los
procesos que tienen contra ellos.
La inteligencia artificial avanza impertérrita e inmutable como los hunos por la estepa.
Desde Siri, que incluso toma el pelo al usuario, pasando por aplicaciones de situación
geográfica, las sugerencias que ofrecen Google y Amazon en sus búsquedas, los
diagnósticos médicos… hasta Jill Watson, una profesora adjunta que contesta a las
preguntas de los alumnos por e-mail y participa en foros (irónicamente, los alumnos
descubrieron el pastel porque sospecharon de lo rápido de sus respuestas; esto quizás dice
más del estado de nuestro sistema educativo que de la proeza del robot Jill).
Pronto los robots jurídicos no sólo se limitarán a lo que hacen ahora. Ya muchos
despachos en Estados Unidos cuentan con diversas formas – más o menos rupestres – de
inteligencia artificial para el estudio y análisis de las cantidades ingentes de documentos
que transitan por vía del discovery. Los algoritmos recién salidos del horno de Silicon
Valley se dedican, además, a analizar si un juez tiene experiencia en un determinado
campo (volviendo al ejemplo anterior, para saber si hay que adjudicar una parte del
discurso de la vista en explicar qué es un credit default swap, o si el juez está familiarizado
con el tema por un anterior asunto que ha dirimido) o si ese mismo juez tiende a favorecer
una postura concreta (si es valedor de las pequeñas empresas o de los grandes bancos, si
es reacio a otorgar una custodia compartida, etc.); incluso, estiman los tiempos que puede
llevar un pleito en un particular juzgado. Todo este conocimiento –sacudirán la cabeza
los lectores– puede por supuesto obtenerse a través del estudio sistemático de la
jurisprudencia, a través de la práctica en los juzgados, a través de la experiencia de años
y años de ejercicio de la profesión o de contratar a Ross y conectarlo a la corriente.
Y eso es, quizás, lo que es en realidad ser abogado. No me refiero con ello a las horas
dilapidadas jugando al mus en la cafetería de la facultad. Ni al copia y pega de demandas,
porque estoy segura de que con ellas Ross hará un trabajo impecable. Como también sé,
sin lugar a dudas, que los abogados mediocres serán inminentemente sustituidos por
máquinas que harán lo mismo en menos tiempo y por menos coste “overhead” (gastos
estructurales que asume una empresa para su funcionamiento básico; en este caso, todos
los despachos conocen del tiempo que hay que invertir en búsquedas varias, y que podría
ser delegado a una máquina). Me refiero a la abogacía en estado puro, al ejercicio
constante de la imaginación en busca de soluciones que aún están por ocurrírsele a
alguien.
Porque desde la distancia nos puede parecer anecdótico que en 1981 resultara extraño un
videoclub. Pero a día de hoy nos encontramos debatiendo sobre la existencia o no de un
contrato de operación de futuros, como si fuera algo insólito, enigmático y sibilino,
cuando los primeros contratos de este tipo se celebraron en 1730 (!). Y es sólo el hecho
de que los dueños de aquel videoclub toparan con un despacho que pensaba y piensa
“outside the box” lo que los salvó primero, de severas penas, y segundo, de la extinción.
Un día, llegará el reinado de los robots. Y entonces, llegará el momento en que servidora
deberá pedirles perdón por este artículo, y por todo tipo de elucubraciones que habré
hecho hasta entonces. Pero en el mientras tanto, desde el despacho: órdago.
Dentro del conjunto de fenómenos que transforman nuestras vidas, los avances
tecnológicos merecen una mención especial debido a la enorme repercusión que causan
hoy en día -y seguirán causando- en el campo de las ciencias jurídicas. El Derecho se
está digitalizando y las tecnologías de la información (TIC) van adquiriendo
primordial relevancia en el trabajo del abogado, en particular, y del profesional
jurídico, en general. Los nuevos juristas, los juristas del futuro, vivirán en un mundo
digitalizado y cambiante, y por esa razón la tecnología debería ser hoy una asignatura
obligatoria en su formación (propongo la próxima creación de la Doble Titulación
Derecho e Ingeniería Informática en las universidades).
Son ya, más o menos, conocidas las bondades que trae consigo el uso de las TIC en el
trabajo del profesional del Derecho. A continuación, menciono algunas de las más
relevantes:
Otra tendencia en el mundo del Derecho será la liberalización del mercado legal. La
orientación de los abogados será cada vez más global por lo que la competencia vendrá
de diferentes partes: el cliente tendrá el privilegio de poder escoger más ofertas de
servicios jurídicos y se quedará con la que incorpore la mejor propuesta de valor o el
mayor valor añadido. Esta oferta de servicios jurídicos ya no solo provendrá de nuestra
ciudad sino que podrá venir, gracias a Internet y otros canales, de cualquier parte del
mundo. Un abogado inglés puede abrir oficinas en España y asesorar en Derecho inglés
y Derecho español en Jerez de la Frontera, si está capacitado y habilitado para ello, lo
mismo que un letrado español o una firma de abogados española puede hacer lo propio
en la City. Pero además un ciberabogado podrá atenderte desde cualquier parte del mundo
sin necesidad de contacto físico-presencial el cual será reemplazado por medios
electrónicos. Se sobreentiende que el letrado que no pueda comunicarse en otro idioma
distinto del suyo terminará disfrutando un pedazo más pequeño de la tarta.
En cuanto a la carrera de Derecho ¿hay demanda laboral en España para tantos abogados?
Las estadísticas indican que no parece que se necesiten muchos más letrados ejercientes
de los que ya hay, no obstante lo cual las Facultades de Derecho siguen graduando año
tras año cientos de alumnos. En los Estados Unidos han habido reacciones al respecto:
hace dos años un grupo de graduados en Derecho demandó a sus universidades por no
encontrar trabajo, alegando que se les había creado falsas expectativas laborales con datos
engañosos. ¿Podría suceder algo parecido aquí? Al respecto, merece la pena leer la nota
que El Confidencial publicó ayer sobre el próximo libro de Daniel Lacalle, Acabemos con
el paro.
Los abogados somos necesarios para la sociedad (lo que explica su positiva
consideración social ratificada en el Informe de Metroscopia de noviembre de 2015
elaborado para el Consejo General de la Abogacía Española) ya que desempeñamos un
papel relevante en configuración del sistema normativo nacional en la medida que
colaboramos con la formación de la jurisprudencia por parte de los Tribunales de Justicia
cuando defendemos el Estado de Derecho, la seguridad jurídica y los derechos
fundamentales de nuestros clientes. Pero además los abogados podemos ayudar a prevenir
conflictos y, gracias a ello, reducir la tensión social derivada de los pleitos. En cualquier
caso, mientras estén en juego la libertad personal, el patrimonio y la reputación de las
personas, los abogados seremos convocados.
Conclusión
Google y Watson poseen las habilidades del abogado del futuro, es decir, las aptitudes
de ese jurista tecnológico y global que domina las herramientas del project managment,
que se expresa con claridad, y que acierta en sus análisis y predicciones legales. Sin
embargo, el futuro digital inmediato lo guiará –todavía- la mano humana. Google y
Watson (o las herramientas tecnológicas que las mejoren y se inventen después) se
convertirán en instrumentos indispensables del trabajo cotidiano del profesional
jurídico, por lo que en mi concepto serán el alter ego del jurista del futuro. Me parece
difícil que en el corto plazo las máquinas puedan sustituir totalmente a las soluciones
creativas que los seres humanos, los juristas de carne y hueso, siempre podrán inventar.
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