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Apuntes Evangelio san Marcos cap 8

Segunda Multiplicación de los panes.


1 Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama
Jesús a sus discípulos y les dice:
2 «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen
conmigo y no tienen qué comer.
3 Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos
han venido de lejos.»
4 Sus discípulos le respondieron: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en
el desierto?»
5 El les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos le respondieron: «Siete.»
6 Entonces él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes
y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los
sirvieron a la gente.
7 Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos,
mandó que también los sirvieran.
8 Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas.
9 Fueron unos 4.000; y Jesús los despidió.

Se ha prestado este trozo para no pocas teoría. ¿Qué podrá querer decirnos el
evangelista con una segunda multiplicación de los panes, tan cerca de la anterior?
Se ha dudado si era una inserción poco afortunada de algún copista o algo
deliberado y original del evangelista. Una mayoría se inclina por la opción que es algo
deliberado de Marcos, que siempre debe ser leído en dos planos. La controversia, en todo
caso, sigue abierta.
Podemos anotar que la acción ocurre en tierra de paganos, por lo que podemos
presumir que los asistentes son paganos. Ahí podría anotarse una diferencia y buscar un
sentido a la misma. La primera, ocurre en tierra de judíos, los alimentados serían judíos y
la simbología de los números también.
Se constata, la primera diferencia, en los números: las personas que recibieron el
regalo del milagro primero son 5.000 y en el segundo, son 4.000. Los panes aumentan de
cinco a siete; de los dos peces del primero, se pasa a “unos pocos pececillos”
indeterminado, en el segundo.
Se ha comentado que en cada caso los números presentan situaciones o mensajes
diversos.
Lo común, es la semejanza de la alimentación milagrosa, con aquella muy anterior,
de los israelitas, cuando van por el camino de su liberación. En la narrativa de Marcos no
están presentes los reclamos de los israelitas, como sucede respecto de Moisés.
Este Dios que nos ama, nos cuida el cuerpo y el alma, no nos divide para ocuparse
de un aspecto limitado de las personas, sino que nos cuida en el todo que somos. Quizás
aquí deba situarse un énfasis.

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Común es la apertura de Jesús, su compasión por las necesidades y limitaciones,
común es Su amor que no deja pasar las situaciones, sino que reacciona amorosamente a
ellas.

Los fariseos piden una señal.


10 Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de
Dalmanuta.
11 Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del
cielo, con el fin de ponerle a prueba.
12 Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta
generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará, a esta generación ninguna señal.»
13 Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.
14 Se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un
pan.
15 Él les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los
fariseos y de la levadura de Herodes.»
16 Ellos hablaban entre sí que no tenían panes.
17 Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún
no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada?
18 “¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís?” ¿No os acordáis de
19 cuando partí los cinco panes para los 5.000? ¿Cuántos canastos llenos de trozos
recogisteis?» «Doce», le dicen.
20 «Y cuando partí los siete entre los 4.000, ¿cuántas espuertas llenas de trozos
recogisteis?» Le dicen: «Siete.»
21 Y continuó: «¿Aún no entendéis?»

Vuelven a estar en tierras de judíos creyentes. Aparecen los enemigos declarados de


Jesús, los fariseos, quienes pretendiendo engañarlo, le piden que haga una señal del cielo.
Entre ellos, Jesús ha hecho infinitas señales, Él mismo es la señal más poderosa, pero
como no quieren aceptarlo, no creen ni en lo que ven.
Jesús muestra la aflicción que le producen esas actitudes. Sospechosamente, en el
momento de la tentación en el desierto, Satanás toma una posición idéntica a ésta, incitar a
Jesús a hacer “demostraciones” con Su poder. De nada les han servido las numerosas
curaciones, la noticia de las multiplicaciones de panes y peces, etc… No creen y no
esperan de Él nada, pretenden verlo anunciar algún signo y que luego no se cumpla;
entonces, piensan, podrán denunciar a Jesús como impostor.
Una vez embarcados para cruzar el lago, Jesús les advierte sobre la necesidad de que
se cuiden de las enseñanzas de los fariseos y los herodianos.
Descubren los discípulos se han olvidado de traer panes –es decir comida- Jesús al
notar esta conversación los increpa porque su incredulidad se manifiesta rampante estando
en la presencia de quien es capaz –lo ha demostrado- de alimentar no solo a ellos sino a
todos. Son duros de entendimiento y tardos de corazón. Están tan apegados a su razón y
sus miradas humanas, que no logran tomar distancia y comprender que Dios está en medio

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de ellos. Tampoco recuerdan lo que es capaz de hacer el amor de Dios, aunque lo hayan
visto reiteradamente. Qué decepción sería para Jesús que le hace decir tienen ojos y no ven
y tienen oídos y no oyen. Es tal su embotamiento que no son capaces de entender.

Jesús sana a un ciego.


22 Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque.
23 Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva
en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?»
24 El, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero
que andan.»
25 Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y
quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas.
26 Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»

Este milagro difiere de otros. Siempre los milagros dan cuenta de que Su poder,
unido a la fe de quien pide la gracia, puede actuar a distancia o manifestarse como
respuesta a gestos muy menores. Acá, se deja constancia, primero, que lleva aparte al
ciego, luego, que usando otra actitud, le pone saliva en los ojos, lo interroga si ve, le
vuelve a poner las manos en los ojos y se cumple el milagro, al punto que el ex ciego
comienza a ver a la perfección. Como siempre, queriendo apartarse de que piensen en
magia u otras cosas ocultas, le envía a su casa y le advierte que ni siquiera entre en el
pueblo.

¿Quién dicen ustedes que soy yo?


27 Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el
camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?»
28 Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de
los profetas.»
29 Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta:
«Tú eres el Cristo.»
30 Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.
31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser
reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a
los tres días.
32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle.
33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres.»
34 Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
35 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y
por el Evangelio, la salvará.
36 Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?

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37 Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?
38 Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y
pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su
Padre con los santos ángeles.»

Tal vez queriendo que antes que nadie sus discípulos no sean víctimas de ese tipo de
confusiones a que aludimos, cuando sale sólo con ellos en dirección a Cesarea, aprovecha
de preguntar “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” La respuesta unos que Juan el
Bautista, otros que Elías, otros que uno de los profetas. Entonces les pregunta lo mismo a
ellos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” La respuesta viene por boca de Pedro, que
dice “Tú eres el Cristo”. Satisfecha la duda, les ordena que a nadie le revelen quién es Él.
Seguidamente, les explica que habrá de ser reprobado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, que lo después de hacerlo sufrir mucho, lo matarán. Agrega que
resucitará a los tres días.
Pedro, dando cuenta de que no entendía nada más que los otros, toma a Jesús aparte y
le reprocha que diga esas cosas. Jesús pone las cosas en su lugar y reprende a Pedro
comparándolo con Satanás. La idea de Pedro de que no sufra, de que evite todos esos
problemas que le esperan, no viene de Dios. Son pobres ideas de hombres que no
entienden el sentido de que Jesús no se eche atrás de su tarea por miedo, que corra los
riesgos hasta el final.
Luego, hablando a la multitud y a los discípulos, pone muy alta la vara al decir que el
que lo sigue, debe también asumir todos sus riesgos y no echarse atrás.

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