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Jean-Paul Sartre (Francia)

PARA UN TEATRO DE SITUACIONES (1947)

La gran tragedia, la de Esquilo y Sófocles, la de Corneille, tiene como


principio la libertad humana. Edipo es libre, libres son Antífona y
Prometeo. La fatalidad que parece evidenciarse en los dramas
antiguos no es más que la contraparte de la libertad. Inclusive las
pasiones son libertades que han caído en su propia trampa.
El teatro psicológico, el de Eurípides, el de Voltaire, el de
Crébillon hijo, anuncian la declinación de las formas trágicas. Un
conflicto de caracteres, cualquiera sea la complicación que se
introduzca, es sólo un entramado de fuerzas cuyos desenlaces son
previsibles: todo está decidido de antemano. Aquel a quien las
circunstancias conducen hacia su propia perdición no se rebela. Sólo
hay grandeza en la caída cuando es producto de las propias faltas. Si
la psicología molesta en el teatro no es porque se abuse de ella sino
porque se la emplea a medias; es una pena que los autores
modernos hayan descubierto este conocimiento bastardo y lo hayan
aplicado inadecuadamente. Les falta la voluntad, la blasfemia, la
ebriedad del orgullo que son las virtudes y los vicios de la tragedia.
En consecuencia, el sustento central de una pieza no es el
personaje expresado con expertas “palabras de teatro” y que sólo
constituye nuestras propias protestas (protestas de irritabilidad, de
intransigencia, de fidelidad, etc.), sino la situación. No se trata de
imbroglio superficial que sabían construir tan bien Scribe y Sardou y
que no tenía ningún valor humano. No; si es verdad que el hombre
es libre en una situación dada y que se elije en y por esa situación,
en el teatro es preciso mostrar situaciones simples y humanas, y las
opciones libres que se hacen en esas situaciones. El personaje surge
después, cuando ha caído el telón. Es la consolidación de la elección,
su esclerosis; es aquello que Kierkegaard denomina la répétition. Lo
más conmovedor que puede mostrar el teatro es una personalidad
que se está formando, el momento de la opción, de la decisión libre
que compromete una moral y toda una vida. La situación es una
llamada; ella nos cerca, nos propone soluciones; debemos decidir
nosotros. Y para que la situación sea profundamente humana, para
que ella ponga en juego la totalidad del hombre, cada vez hay que
presentar situaciones-límite, es decir, aquellas que presentan
alternativas, una de las cuales es la muerte. De este modo, la
libertad se revela en su más alto grado puesto que acepta perderse
para poder afirmarse. Y puesto que no hay teatro mientras no se
realice la unidad de todos los espectadores, es preciso encontrar
situaciones tan generales que sean comunes a todos. Lanzad a los
hombres en estas situaciones universales y extremas que les dejan
solo una doble salida, haced que al elegir la salida se elijan a sí
mismos; habréis triunfado, la pieza es buena.
Cada época toma la condición humana y los enigmas
propuestos a su libertad a través de situaciones particulares. En la
tragedia de Sófocles, Antífona debe elegir entre la moral de la ciudad
y la moral de la familia. Este dilema ya no tiene sentido en nuestros
días. En cambio tenemos nuestros problemas: el de los fines y los
medios, el de la legitimidad y la violencia, el de las consecuencias de
la acción, el de las relaciones entre persona y colectividad, el de la
empresa individual en relación con las constantes históricas y cientos
de otros problemas. Me parece que la labor del dramaturgo consiste
en escoger entre estas situaciones-límite aquella que expresa mejor
sus preocupaciones y presentarla al público como la cuestión que se
plantea a algunas libertades. Solamente así el teatro reencontrará la
resonancia que ha perdido, sólo así podrá unificar a los públicos
diversos que hoy en día lo frecuentan.

En: La Rue, no. 12, noviembre 1947. Reproducido en Les écrits de


Sartre, pp, 683-684.

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