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UNIDAD ACADÉMICA DE CIENCIAS SOCIALES,

PERIODISMO, INFORMACIÓN Y DERECHO

CARRERA: DERECHO

TERCER – CICLO

MODALIDAD A DISTANCIA

PENSAMIENTO SOCIAL
DE LA IGLESIA
CONTENIDO CIENTÍFICO

COMPILADO PROFESOR:
LCDO. JORGE BONILLA MACAS. MGST

CUENCA – ECUADOR

2016
PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA
ESTRUCTURA DEL MATERIAL DE ESTUDIO
El material auto instruccional de Pensamiento Social de la Iglesia, está conformado por tres
partes: Preliminares, Contenido Científico, Actividades y Foros. Cada una de éstas se encuentra
en archivos separados en la Plataforma www.educacue.net. La lectura y realización de cada acción
es determinante y tiene calificación sobre 100 puntos.

1) Esta primera parte, denominada Preliminares, consta de:

 La estructura del material de estudio que esperamos presente una idea general del
contenido de la asignatura.

 Continúa con las recomendaciones que usted debe seguirlas si desea tener éxito en el
estudio independiente.

 Luego consta la introducción, en donde se indica, entre otros aspectos, por qué y para qué
se ha escrito el presente material de estudio; cómo se han tratado los temas; la forma en
que debe hacer la lectura; y, las fuentes de consulta recomendadas. Sin esta referencia
será difícil captar los enfoques de la obra e incluso podrá tener conclusiones erróneas de
su lectura.

 Después encontrará los Objetivos Generales de la asignatura, es decir las metas que
deseamos que usted logre, luego de terminar con el estudio de todas las unidades.

2) En la segunda parte se encuentra el Contenido Científico, estructurado en cuatro


unidades de aprendizaje, las mismas que deben ser investigadas, analizadas y
estudiadas progresivamente.

UNIDAD Nº 1: QUÉ ES LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

UNIDAD Nº 2: LAS ENCÍCLICAS SOCIALES: RESPUESTAS HISTÓRICAS A PROBLEMAS


CONCRETOS

UNIDAD Nº3: CONTENIDOS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

UNIDAD Nº 4: TEMAS FUNDAMENTALES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

 Cada unidad consta de:

 Objetivos Operacionales: que indican lo que usted alcanzará una vez que haya
concluido el estudio de la unidad.

 Listado de Contenidos: incluye los temas y subtemas que serán estudiados por usted.

 Desarrollo pedagógico: en el que constan los temas, subtemas y otras divisiones


debidamente estructurados, en base al listado de contenidos, que han sido extraídos de la
bibliografía recomendada, para su estudio y aprendizaje.

 Al final del contenido científico se encuentra la bibliografía básica con las principales obras
que usted puede consultar para apoyar y ampliar el aprendizaje de los contenidos de la
asignatura.

3) En la tercera parte se encuentran las Actividades de cada una de las unidades, divididas
según el número de sesiones presenciales y/o virtuales sincrónicas, que las deberá
Desarrollar para que dinamice y facilite su aprendizaje, para ello deberá cumplir con el
procedimiento y plazo establecidos.

4) Por último, la cuarta parte del material autoinstruccional, consta de los Autocontroles,
instrumento que le permitirá comprobar su aprendizaje y el consiguiente logro de los
objetivos propuestos en cada una de las unidades. Para su resolución y cumplimiento,
deberá cumplir con el procedimiento y plazo establecidos.

RECOMENDACIONES

 Recuerde que en la modalidad de estudios a distancia, usted es el responsable directo de


su aprendizaje.

 Es necesario que usted, en primer lugar, descargue el cronograma de la asignatura, con el


fin de que, en base de él, elabore su propio calendario en el que distribuya
adecuadamente su tiempo de estudio, de realización de tareas, de participación en los
foros virtuales, de resolución de autocontroles, de trabajo y otras actividades personales.

 Antes de emprender el estudio, revise completamente el material autoinstruccional para


que se familiarice con sus partes: preliminares, contenido científico y actividades. Esta
revisión general, denominada “momento macro del estudio” se ejecutará de manera
presencial y/o virtual sincrónica, conjuntamente entre estudiantes y profesor-tutor, en la
asesoría inicial.

 En los preliminares, lea detenidamente la Introducción y los Objetivos Generales de la


asignatura, para que conozca exactamente lo que se propone aprender.

 En la parte de contenido científico, antes de iniciar el estudio de cada unidad, lea


detenidamente los Objetivos Operacionales relacionándolos con cada uno de los temas de
estudio de la misma, para que pueda comprenderla de mejor manera. Este primer
acercamiento a una unidad, denominado “momento meso del estudio”, se ejecutará de
manera presencial y/o virtual sincrónica, conjuntamente entre estudiantes y profesor-tutor,
en la última jornada de la asesoría inicial, para las dos primeras unidades y en las
asesorías intermedias, para las siguientes.

 Durante el estudio independiente, realice reuniones (foros) con sus compañeros de


estudio y/o profesor-tutor para que comente y discuta sobre los contenidos, compare las
actividades y resuelva sus dificultades.

 La asistencia y participación en las sesiones presenciales/virtuales y foros programados,


es obligatoria y le significarán un beneficio en su formación profesional.

 No olvide verificar permanentemente la fecha y hora de las sesiones presenciales/virtuales


ya que si usted falta, debe proceder con la justificación y solicitud, de acuerdo con el
Reglamento Especial.

 No intente investigar un nuevo tema sin estar seguro de haber aprendido el anterior.

 Vaya realizando paulatinamente las actividades, de acuerdo con las unidades


determinadas en el cronograma para cada sesión presencial y/o virtual sincrónica, según
vaya avanzando en el estudio de los temas de cada unidad. Como todos los documentos
que encontrará en la “Plataforma” www.educacue.net, estarán en formato PDF, usted
debe descargar las actividades en su computadora, copiarlas en W ORD, realizar los
ajustes mecanográficos necesarios, contestar o ejecutar todas las tareas descritas,
convertirlas a formato PDF; y, enviarlas al profesor-tutor hasta la fecha y hora establecidas
en el cronograma.

 El cumplimiento correcto de todas las actividades y la participación en el foro de
aprendizaje le significara un 20% de la calificación final.

 No olvide verificar permanentemente la fecha y hora máxima de envío de las actividades,


ya que si usted se atrasa, debe proceder con la justificación y solicitud, de acuerdo con el
Reglamento Especial.

 Al concluir el estudio de una unidad, efectúe el respectivo autocontrol en forma individual y


honesta, ello le permitirá a usted comprobar el logro de los objetivos propuestos, para el
efecto, lea detenidamente las instrucciones, en la propia plataforma antedicha, ya que ella
le permitirá verificar las respuestas y realizar, hasta por tres ocasiones, las correcciones
necesarias, y enviarlas al profesor-tutor.

 El envío de los autocontroles de todas las unidades de la materia, le significarán un 20%


de la calificación final. Verifique en el cronograma la fecha máxima de envío.

 La asignatura de Pensamiento Social de la Iglesia contiene un conjunto de términos


nuevos o técnicos que son muy importantes para la comprensión de la materia, por tal
razón es necesario que usted realice un glosario con éstos términos en cada unidad.

 Si sigue las recomendaciones anteriores y es perseverante en el estudio culminará con


éxito el aprendizaje de Pensamiento Social de la Iglesia. ¡MUCHO ÉXITO!

INTRODUCCIÓN

La importancia del estudio del Pensamiento Social de la Iglesia (PSI), llamada también
Doctrina Social de la Iglesia es fundamental, porque permite un acercamiento a un estudio básico, que
exige de todos un tiempo de dedicación y nos lleva a discernir el modo en que debemos dar respuesta
a las necesidades y los desafíos que nos plantea el nuevo milenio sobre la realidades sociales.

El Pensamiento Social de la Iglesia, es parte integrante de la nueva evangelización, que tiene


una clara vertiente social y por ello el Pensamiento Social de la Iglesia no puede ser extraña a un
proceso de formación. El nuevo milenio plantea grandes desafíos existentes a nivel mundial, estamos
siendo testigos de movimiento pendular que va desde la visión de optimismo ambiental sobre la
posibilidad de desarrollo económico e independencia de los pueblos hasta la toma de conciencia de la
dificultad que supone la erradicación de la pobreza.

Lo que es constatable es que, si no transformamos el mundo actual, la distancia entre las


personas, colectivos y países ricos y pobres se va haciendo cada vez más grande. Colaborar en esta
transformación es responsabilidad de toda persona y colectividad humana, cada cual desde sus
posibilidades reales. Haciendo nuestra dimensión social de la evangelización iniciamos el tema con el
desarrollo de la teoría y principios filosóficos de la doctrina social de la iglesia en una sociedad llena
de conflictos.

Existen muchos seres humanos y hermanos necesitados que esperan ayuda, muchos
oprimidos que esperan justicia, muchos desocupados que esperan trabajo, muchos pueblos esperan
respeto: ¿Cómo es posible que en nuestro tiempo, hay todavía quien se muere de hambre; quien está
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condenado al analfabetismo; quien carece de asistencia médica más elemental, quien no tiene techo
donde cobijarse?

El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las


nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos,
pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga y otros problemas que
afectan a la sociedad en su conjunto.

Para comprender mejor lo que significa el Pensamiento Social de la Iglesia, en el contexto de


la realidad social en un mundo globalizado se ha organizado el contenido científico, las actividades y
todas las acciones colaborativas en el aula virtual están divididas en unidades de estudio, es así “Qué
es el Pensamiento Social de la Iglesia” es tratado en la unidad uno. Los documentos que sustenta
esta corriente denominadas “Las encíclicas sociales: respuestas históricas a problemas concretas”, se
estudian en la unidad dos.

Mientras que los “Contenidos del Pensamiento Social de la Iglesia”, en los que se fundamenta
la teoría y su vínculo con el resto de áreas del conocimiento, es tratado en la unidad tres. La unidad
cuatro que analiza “Los temas fundamentales del Pensamiento Social de la Iglesia”. Los contenidos
están vinculados con áreas del conocimiento como el derecho, la sociología, la economía, la
educación, el desarrollo social y las ciencias duras como salud y áreas técnicas.

Al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación


social. ¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace
inhabitables y enemigos del hombre las vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, la
amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los
derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños?

Un elemento básico en este proceso, es el amor que tiene por delante un vasto trabajo al que
la iglesia quiere contribuir también con su doctrina social que concierne a toda persona y se dirige a
todas las personas. La organización comunitaria y social en todo aspecto necesita el apoyo y trabajo
solidario de todas las personas e instituciones nacionales e internacionales, vinculadas o no a la
Iglesia Católica.

La institucionalización del Pensamiento Social de la Iglesia en su sentido humano y social


tiene como punto de partida la encíclica de 1891, en este contexto se ha desarrollado el esta
propuesta de la Iglesia Católica, que cabe definir como el que norma la creación, modificación,
transformación y extinción de las relaciones jurídicas que condicionan el disfrute, la preservación y el
mejoramiento de la sociedad. Este último entendido como el conjunto de valores naturales, sociales y
culturales existentes en un lugar y momento determinados, es aquel espacio en que el hombre se
desarrolla, que el hombre condiciona y que es condicionado por el hombre".

La aspiración del Pensamiento Social de la Iglesia es regular la relación del hombre con la
naturaleza, codificándola, sobre la base de los elementos comunes que diversas leyes hasta hoy
vigentes han regulado por separado, incluso a veces en oposición. Estos dos principios básicos son
los pilares sobre los cuales se asienta la construcción institucional que fundamenta la calidad de vida
por un lado, que se logra mediante la tutela del ambiente y el desarrollo sustentable, por el otro, que
consiste en preservar los factores ecológicos y culturales haciendo un uso racional de los recursos
naturales, y a la vez progresista, de los factores creados por la actividad humana.

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Por su carácter supranacional compromete principios del derecho internacional. Este rasgo
destaca la importancia de la cooperación internacional, ya que ni el mar, ni los ríos, ni el aire, ni la flora
y la fauna salvaje conoce fronteras; las poluciones que pasan de un medio a otro, no pueden ser
combatidas sin la cooperación de otros Estados. Es la Comunidad Internacional la que debe en su
conjunto regular la relación entre los hombres y el medio ambiente.

Las relaciones del Pensamiento Social de la Iglesia y el Derecho tiene que ver, que todas las
acciones que realizan el hombre y las instituciones generan daños en las relaciones de las personas
en un extremo pueden repercutir en otro extremo, dándose además la particularidad que los países
que más deterioran el planeta son aquellos que se encuentran en una mejor posición económica para
soportar los desastres, mientras que los que menos dañan el medio ambiente pueden llegar a sufrir
grandes perjuicios y pérdidas humanas por desastres naturales que afectan la vida de las personas.

OBJETIVOS GENERALES

Al finalizar el estudio de la asignatura de PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA, usted estará


en condiciones de:

- Analizar los principios fundamentales del Pensamiento Social de la Iglesia y su importancia


en la sociedad.

- Determinar el contenido social, político, jurídico y económico de las Encíclicas Sociales y


sus respuestas históricas a problemas estructurales concretos.

- Identificar las acciones y fundamentos principales del Pensamiento Social de la Iglesia,


desde una visión social y humano para su análisis y definir las actividades

- Conceptualizar correctamente los temas del Pensamiento Social de la Iglesia, que están
inmersos en el mundo contemporáneo y su desarrollo científico tecnológico.

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UNIDAD UNO

TEORÍA DEL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA

OBJETIVO GENERAL

Desarrollar la teoría del Pensamiento Social de la Iglesia y su alcance práctico en la vida de las
personas y sociedad.

OBJETIVOS OPERACIONALES
Durante el proceso de estudio de la presente unidad, usted estará capacitado para:

 Identificar la teoría de la doctrina social y su influencia en la relación hombre y sociedad.

 Determinar la transcendencia y evolución del pensamiento social en función a los preceptos


evangélicos

 Distinguir las fases de enseñanza en función del cambio de actitud de las personas e instituciones
en un mucho globalizado y conflictivo.

 Identificar el papel que juega la iglesia católica en el contexto del nuevo milenio, su aporte en la
solución de problemas que afectan a la humanidad.
CONTENIDO

TEORÍA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

1.- NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA


1.1.- DEFINICIÓN ETIMOLÓGICA
1.2.- ELEMENTOS ESENCIALES
1.3.- CONTENIDO UNIVERSAL
1.4.- COMPETENCIA EN EL CAMPO SOCIAL
1.5.- FUNDAMENTOS DOCTRINARIOS
1.6.- VALIDEZ DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

2.- ORIGEN. EVOLUCIÓN Y ETAPAS DE LA DOCTRINA SOCIAL


2.1.- EVOLUCIÓN
2.2.- ETAPAS
2.2.1.- EL ANTIGUO TESTAMENTO
2.2.2.- EL NUEVO TESTAMENTO
2.2.3.- PADRES DE LA IGLESIA Y DOCTRINA SOCIAL

3.- ENSEÑANZA Y DOCTRINA SOCIAL


3.1.- ¿QUÉ NO ES LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA?
3.2.- ¿CÓMO SE ELABORA Y APLICA LA DSI?
3.3.- EVANGELIO Y ORIGEN DE LA DSI
3.4.- HUELLA HISTÓRICA

4.- IGLESIA Y TERCER MILENIO


4.1.- COMPROMISO Y DENUNCIA
4.2.- RESPONSABILIDAD DE LOS OBISPOS
4.3.- SERVICIO A FAVOR DEL HOMBRE
4.4.- SOLIDARIDAD Y RESPETO

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CONTENIDO CIENTÍFICO PEDAGÓGICO

1.- NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

La naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), se identifica con diversas expresiones:


doctrina social de la Iglesia, magisterio social de la Iglesia, enseñanza social de la Iglesia,
pensamiento social de la Iglesia, doctrina social católica, teología social, moral social, filosofía
social, catolicismo social, pensamiento social católico, hace necesario precisar los términos.

1.1.- DEFINICIÓN ETIMOLÓGICA

Doctrina etimológicamente significa: enseñanza, instrucción. Existen doctrinas de carácter


religioso, político, científico, filosófico. En nuestro caso es religiosa. Cristo fue un maestro, el Maestro
por antonomasia, la Palabra sustancial, el Verbo, y sus enseñanzas y ejemplos, transmitidos por
la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, constituyen una verdadera doctrina.

Ser doctrina implica formar un conjunto orgánico de enseñanzas, un cuerpo que en este
caso está especificado por pertenecer a la institución de la Iglesia Católica y por estar formado por
p r i n c i p i o s de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción.

Social procede del vocablo latino sociales, adjetivo derivado del nombre socius, que significa:
socio, compañero, asociado. El término social es muy amplio y puede servir para calificar todas las
manifestaciones de la vida de relación de las personas entre sí y esta misma vida en su conjunto o
vida social.

Se distinguen dos grandes áreas de lo social: la referente a las relaciones sociales


individuales, particulares, privadas, de carácter informal: amistad, noviazgo y la relativa a las
relaciones formales, institucionalizadas, públicas, derivadas en mayor o menor grado de la vida
organizada de la sociedad.

La DSI no abarca lo social en el sentido particular y privado, eso es competencia de la moral


privada, sino sólo en el sentido de las relaciones sociales formales o institucionalizadas. De la Iglesia
significa que esta doctrina es propia de la Iglesia Católica, como institución organizada:

1) El sujeto de la DSI es toda la comunidad cristiana, en unión y bajo la guía de sus legítimos
pastores, en la que también los laicos con sus experiencias cristianas, son activos
colaboradores.

2) Procede inmediatamente de la jerarquía de la misma Iglesia. Ella ostenta la representación


de la comunidad cristiana, ejerce oficialmente la función de magisterio y, tiene por institución
divina el derecho y el deber de custodiar la doctrina cristiana y exponerla.

3) El ámbito propio de esta doctrina es el mismo que el de dicha función magisterial, la fe y las
costumbres y de todo lo que guarde relación con ellas, en la vida social.

4) Forma parte de la función pastoral. Tiene la finalidad práctica de orientar las ideas y la
actuación social de los católicos en la vida social institucionalizada, de acuerdo con la
revelación.

Entones se puede definir la Doctrina Social de la Iglesia como conjunto orgánico de principios de
reflexión, criterios de juicio y directrices de acción, sobre las relaciones sociales formales derivadas de
la vida social humana institucionalizadas, enseñado, a la luz del Evangelio y en el ejercicio de su
función pastoral, por el Magisterio de la Iglesia Católica, con la asistencia del Espíritu y la
cooperación de los teólogos y de los especia- listas en ciencias sociales.

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1.2.- ELEMENTOS ESENCIALES

Los elementos fundamentales que regulan y orientan la aplicación práctica en la vida diaria son:

Naturaleza: doctrina o conjunto organizado de principios, criterios y directrices.

Origen: resultado de la reflexión de la Iglesia sobre las realidades sociales


cambiantes a la luz de la revelación y de la tradición.

Objeto: lo social, entendido como relaciones sociales institucionalizadas,


visto a la luz del Evangelio.

Fin: pastoral de orientar el pensamiento y la actuación sociales de los


católicos en el campo social.

Sujeto: la Iglesia católica en su conjunto, por medio del magisterio.

Existe una preocupación por determinar la naturaleza y la metodología que existe en la


evolución de la DSI. La DSI intenta discernir la naturaleza de la enseñanza cristiana respecto a la
vida social. Dos motivos: por una parte, trata de indicar las tareas y la responsabilidad de los
cristianos en el campo del compromiso social y, por otra, intenta crear un consenso universal de
cara a la solución de los problemas concretos de la vida social.

La DSI aparece claramente como un modelo de elaboración teológica, propio de la moral,


cuyo campo de reflexión es la vida social. Aparecen diversos principios éticos y sociales
pertenecientes al patrimonio de la fe y de la moral y con una proyección dirigida a la historia. Hay
que tener en cuenta varias dimensiones: el ético- doctrinal y la práctico-histórica.

La naturaleza es un cierto cuerpo doctrinal. Un conjunto doctrinal orgánico: para la Iglesia


enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión evangelizadora y forma parte del mensaje
cristiano.

Hoy, la naturaleza de la DSI debe buscarse dentro de la teología de la nueva evangelización,


que: no es otra cosa que un modelo de ser cristianos. Para que en una sociedad se ponga en marcha
sugiere y estimula a pensar y actuar, es necesario un nuevo encuentro de los cristianos con el
cristianismo, una nueva pertenencia a la Iglesia y a la comunidad cristiana.

El campo propio de la DSI es el de los principios generales y de los juicios y orientaciones


basados en ellos. No la corresponde constituir un modelo de organización de la sociedad
determinado, que pueda enfrentarse como alternativa a otros modelos, ni tampoco un programa de
actuación política, económica, social.

No es una ideología o construcción racional que tenga como finalidad servir de


fundamento o justificación de un movimiento social o político concreto. El objetivo es: interpretar
esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del
hombre y de su vocación terrena y, a la vez, trascendente para orientar en consecuencia la
conciencia cristiana.

1.3.- CONTENIDO UNIVERSAL

Es universal. Sin limitación alguna, y no excluye, en principio ninguna materia o cuestión de


tipo social, aunque no las abarque todas necesariamente en el momento, sino progresivamente,
según se van planteando los problemas con trascendencia social.

Se preocupa de los derechos humanos de cada uno, en particular del proletariado, la familia y la
educación, los deberes del Estado, el ordenamiento de la sociedad nacional e internacional, la vida

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económica, la cultura, la guerra y la paz, así como el respeto a la vida desde el momento de su
concepción hasta la muerte.

Tiene dimensión teórica porque está formada por principios teóricos de raíz teológica,
moral oracional, derivados del Evangelio y la experiencia humana de la Iglesia. Es histórica porque
los documentos están en conexión y hacen referencia a situaciones históricas determinadas y
porque los principios de reflexión, criterios de juicio y directrices que contienen se utilizan para
iluminar las situaciones y las ideologías sociales, políticas y económicas vigentes de cada época.

Es práctica, porque se dirige a orientar la acción humana y demanda la aplicación práctica


de esos principios en la vida real, se convierte en norma de vida de los seres humanos, en especial de
los cristianos y de las personas que profesan la Religión Católica.

1.4.- COMPETENCIA EN EL CAMPO SOCIAL

La Iglesia, nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo, reunida en el
Espíritu Santo, recibe toda su competencia, para actuar como Iglesia, de Dios por medio de
Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Por ello es una competencia que tiene su origen divino y en
consecuencia es indiscutible para el que admita la fe en la que se basa la Iglesia.

León XIII, dice acometer la exposición de la DSI confiadamente que no tenemos el derecho y
el deber de juzgar con autoridad suprema sobre estas materias sociales y económicas. La Iglesia no
puede en modo alguno renunciar al cometido, a ella confiado por Dios, de interponer su autoridad, no
ciertamente en materias técnicas, para las cuales no cuenta con los medios adecuados ni es su
cometido, sino en todas aquellas que se refieren a la moral.

En lo que atañe a estas cosas, el depósito de la verdad, a nosotros confiado por Dios, y el
gravísimo deber de divulgar, de interpretar y aún de urgir oportuna e inoportunamente toda la ley
moral, somete y sujeta a nuestro supremo juicio tanto el orden de las cosas sociales como el de las
mismas cosas económicas.

La competencia de la Iglesia, allí donde el orden social se aproxima y llega a tocar campo
moral, juzgar si las fases de un orden social existente están de acuerdo con el orden inmutable que
el Dios Creador y Redentor ha promulgado por medio del derecho natural y de la revelación.

Cristo y de su Iglesia por las necesidades materiales de las personas y a la disposición de


diálogo y colaboración eclesiales con el mundo para la solución de los problemas de la persona y de la
sociedad. El papa Juan Pablo II en su momento, sobre la materia se refiere de modo especial a esta cuestión
para dar una respuesta que se puede considerar definitiva:
León XIII siguiendo las huellas de sus predecesores estableció el paradigma permanente para
la Iglesia de hacer oír su voz ante determinadas situaciones humanas, individuales y comunitarias,
nacionales e internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina, un corpus, que le
permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la solución
de los problemas.
Para la Iglesia Católica, enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión
evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina expone sus
consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la
justicia en el testimonio de Cristo Salvador.

Dado su origen divino no tiene límites ni en el espacio ni en el tiempo, pero es bueno tener
presente que la Iglesia tiene una palabra que decir tanto hoy como, lo ha hecho a lo largo de la historia de
la humanidad o hace veinte años, así como en el futuro

La DSI se dirige primero y principalmente a los católicos, respecto de los cuales tiene fuerza
obligatoria moral, como ya veremos, pero también, de alguna forma a todas las personas de buena
voluntad. En cuanto a la materia, la competencia de la Iglesia no tiene tampoco unos límites

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restringidos a determinas cuestiones sociales fijas, sino que caen en su campo todas las que se
pueden derivar de la vida social organizada a lo largo del tiempo y del espacio.

1.5.- FUNDAMENTOS DOCTRINARIOS


Los motivos y razones principales son:

a) El vínculo entre evangelización y promoción humana y social. La DSI es un componente


indicado de la evangelización, la intervención de la Iglesia en el campo social con su
doctrina encuentra su primer y principal fundamento en la misma misión
evangelizadora de la Iglesia.

b) El carácter moral esencial de la vida social organizada. Las razones éticas constituyen la
dimensión fundamental de la existencia humana, incluso en el campo de la actividad que
suele llamarse política. De aquí saca sus profundas premisas toda la así llamada DSI, que
particularmente en nuestra época, comenzando desde finales del siglo XIX, se ha
enriquecido enormemente con toda la problemática contemporánea.

c) La necesidad de los principios morales y sociales para la paz social. La doctrina de Cristo
es necesaria para la armonía y estabilidad de la vida social humana.

d) La influencia de las condiciones sociales en la vida espiritual y moral de las personas. Esta
influencia es un hecho comprobado científicamente y de experiencia común. Uno de los
factores que influyen en la formación de la personalidad humana en todos sus aspectos
es el ambiente o los ambientes sociales en que desarrolla su vida cada persona. Por eso
hay que reconocer el derecho y el deber de la Iglesia de intervenir con su doctrina para
iluminar y discernir estas condiciones sociales.

e) La experiencia humana de la Iglesia y su dedicación a la persona. La Iglesia es experta en


humanidad y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a todos los
campos en los que los hombres y las mujeres desarrollan sus actividades.

1.6.- VALIDEZ DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Se pueden distinguir las siguientes modalidades:

1) Validez por el origen de donde procede, la Iglesia Católica. Por su origen institucional,
la DSI será válida si la Iglesia Católica, de la cual procede está legitimada y tiene aptitud
para formular los principios, juicios y directrices y si esta formulación entra dentro de sus
funciones.

2) Validez de contenido. Está formada por principios de reflexión, criterios de juicio y


directrices de acción. Dichos principios pueden consistir en: Verdades de fe, en este
caso la adhesión intelectual que reclaman del creyente es incondicional e igualmente
cuando se trate de verdades que el magisterio de la Iglesia ha definido como
comprendidas en el depósito de la fe revelada por Dios.

3) Juicios sobre doctrinas y acontecimientos. La solicitud pastoral me ha movido además a


proponer el análisis de algunos acontecimientos de la historia reciente. Es superfluo
subrayar que la consideración atenta del curso de los acontecimientos para discernir las
nuevas exigencias de la evangelización, forma parte del deber de los Pastores. Tal
examen, sin embargo, no pretende dar juicios definitivos, ya que de por sí no atañe al
ámbito específico del magisterio.

4) Expresiones de carácter normativo. La obligatoriedad de los preceptos de la ley divina


y de la ley natural con sentido social será la misma que la de estos tipos de preceptos

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según la moral general.

5) Sobre las directrices de acción contenidas en la DSI y que no pertenecen a la ley


divina o natural, se puede afirmar que es excepcional que los papas y obispos
pretendan imponer mediante ellas preceptos específicos distintos de los de la ley divina,
natural o eclesiástica, en lugar de meras orientaciones o indicaciones, como indica el
mismo nombre de directrices.

6) Validez social. Uno de los elementos esenciales que conciernen a la formación de los
laicos, es bastante precario en el pueblo cristiano. La deficiente difusión de las
enseñanzas de la DSI y la carencia de una adecuada formación en clérigos y laicos. En
la sociedad en general es muy escasa y es manifiesto su desconocimiento en ambientes
no religiosos. No goza de prestigio en los ambientes universitarios y académicos.

Lo cristiano ya no es determinante de los modelos, valores e instituciones sociales que


integran la realidad social de nuestro tiempo, como lo fue en la Edad Media. Al contrario,
todo el largo periodo histórico de la modernidad que los posmodernos acaban de
declarar caducado pero no superado, consiste en un proceso ininterrumpido no sólo de
liberación de la tutela religiosa medieval, sino también de remoción de la Iglesia de su
anterior posición social con el intento de reducir- la cada vez más al ámbito privado.

7) Respecto a la eficacia de la DSI hay que distinguir el ámbito de los principios y el de


la praxis. En el primero, el Evangelio, la vida y las enseñanzas de Jesús, constituyen la
máxima expresión de los grandes valores de verdad y veracidad, libertad y
responsabilidad, unidad y fraternidad, igualdad y justicia, caridad y solidaridad.

Como en tiempos de León XIII sigue siendo idónea para indicar el recto camino a la hora de dar
respuesta a los grandes desafíos de la hora contemporánea, mientras crece el descrédito de las
ideologías. Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución a la cuestión social fuera
del evangelio y, que por otra parte, las cosas nuevas pueden hallar en él su propio espacio de verdad y
el debido planteamiento moral.

En el segundo el orden de la praxis, a pesar de muchos pecados y limitaciones de los


hombres y sociedad, también hemos de reconocer el testimonio de tantas personas que han
consagrado y siguen consagrando su vida a estas tareas y el número de laicos que han llevado a la
práctica, individual y colectivamente, las enseñanzas sociales cristianas en los distintos campos de
la vida pública y priva- da, de manera frecuentemente oculta.

2.- ORIGEN, EVOLUCION Y ETAPAS DE LA DOCTRINA SOCIAL


El origen de la Doctrina Social de la Iglesia se encuentra en la Sagrada Escritura (BIBLIA) y
de modo especial en el Evangelio, que es su coronación y cumplimiento: La DSI tiene su fuente en la
Sagrada escritura, comenzando por el Libro del Génesis y, en particular, en el Evangelio y los escritos
apostólicos.

Se ha enriquecido enormemente con toda la problemática contemporánea:

Esto no significa que la DSI haya surgido sólo a caballo de los últimos siglos, existía ya desde
el inicio, como consecuencia del Evangelio y de la visión que del Evangelio lleva a las relaciones con
otros hombres, y particularmente a la vida económica y social.

2.1.- EVOLUCIÓN

La DSI va evolucionando al compás de las modificaciones de las circunstancias sociales, mediante


su iluminación por los principios y el espíritu del Evangelio y la experiencia histórica de la Iglesia.

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Pablo VI, señala como factores de esta evolución:

 La reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo bajo el


impulso del Evangelio como fuente de renovación.
 La sensibilidad propia de la Iglesia, marcada por la voluntad desinteresada de servicio y
la atención a los más pobres.
 Su experiencia multisecular que le permite asumir innovaciones atrevidas y creadoras.

2.2.- ETAPAS
Las etapas efectivas que se pueden distinguir en el desarrollo de la DSI desde la Sagrada
Escritura hasta la actualidad, son:

A. La Patrística. Se realiza la interpretación del contenido social de la revelación


acomodándose a las circunstancias de su tiempo.

B. La escolástica. Destruida la civilización romana por la invasión de los bárbaros, se


reúnen las ideas sociales de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres y se intenta
una formulación sistemática de las mismas dentro de la Teología Moral y del Derecho
Natural.

C. Actual. Es la constitución de la DSI como enseñanza independiente formalmente de la


restante doctrina de la Iglesia. Distinguimos tres periodos. A ellos nos referirnos
especialmente.
 Periodo pre-conciliar. Desde León XIII a Pío XII.
 Periodo conciliar. Pontificados de Juan XXIII y Pablo VI.
 Periodo pos-conciliar. Pontificado de Juan Pablo II.

2.2.1.- EL ANTIGUO T E S T A M E N T O

Están presentes 5 grandes acontecimientos:

1) La creación del hombre por Dios. Primer fundamento de la DSI. Y creó Dios al hombre
a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó

2) El pecado original. ¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido del
árbol que te prohibí comer? Sentido social de primera magnitud en cuanto que es la
fuente de todos los pecados y males posteriores de los hombres y explica, por tanto,
las divisiones, las luchas, las injusticias sociales, la imperfección de la misma sociedad.

3) La liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto es, en su sentido directo e


inmediato, una liberación política, económica y social, ejemplo de lo que Dios quiere
en este mundo, de los hombres que sufren opresión política, marginación social o
explotación económica. Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, he
escuchado el clamor y conozco sufrimientos. He bajado para liberarlos.

4) La Ley de Dios constituye el fundamento inconmovible de la convivencia entre los


hombres de todos los tiempos y lugares. Fue Moisés y les expuso todas las palabras
que Yavé le había mandado. Todo el pueblo respondió: haremos todo cuanto ha dicho
Yavé

5) La actuación de los profetas en defensa de la justicia. Al anunciar y preparar esta


nueva era, los profetas denuncian con vigor las injusticias contra los pobres, se hacen
portavoces de Dios a favor de ellos. Yahvé es el recurso supremo de los pequeños y de
los oprimidos y el Mesías tendrá la misión de defenderlos.

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2.2.2. EL NUEVO TESTAMENTO

Es la culminación y plenitud de la revelación del mensaje divino a los hombres. Por ello
representa la coronación del Antiguo Testamento también en el aspecto social.

1) La creación espiritual. Más allá de la creación, revela a Dios como Padre de todos los
hombres y muestra que los ama tanto que entregó a la muerte a su hijo Único para
salvarlos. Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo la ley, para salvar a los que se hallaban bajo la ley.

2) La redención representa la reconciliación con Dios de la humanidad y, en cuanto a


cada hombre, la posibilidad de superar en sí las consecuencias del pecado y de llegar
a la nueva criatura. De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, también
eres heredero por voluntad de Dios.

3) Liberación del pecado en todas sus manifestaciones señaladas. La liberación del


Evangelio es ante todo interior y se realiza mediante la muerte al propio yo y
conversión del corazón, que, si son auténticas, se han de reflejar en la sociedad. Hija,
tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curado de tu mal.

4) La ley divina encuentra su plenitud en el Nuevo Testamento en los aspectos:

a) Social. Mandato nuevo. Nuevo orden de valores. Bienaventuranzas.


b) Político. Está basado en los principios de libertad, obediencia, servicio y primacía
del hombre sobre las instituciones políticas.
c) Económico. Prioridades del ser sobre el tener, opción por los pobres,
dedicación e identificación.

5) Jesucristo es el Profeta por excelencia. El Espíritu del Señor está sobre mí porque me
ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado para liberar y dar
vista a los ciegos... Y comenzó a decirles: hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura
que acabáis de escuchar.

2.2.3. PADRES DE LA IGLESIA Y LA DOCTRINA SOCIAL

Los santos padres tienen una importancia fundamental, dada su condición de intérpretes de
excepción de las Sagradas Escrituras y de testigos privilegiados de la tradición. Acreditan el sentido
social del Evangelio y prueban que éste es algo esencial en el cristianismo.

a) El magisterio de los Papas y Obispos y la Doctrina Social de la Iglesia.

Para mayor claridad distinguimos:

 Documentos del Concilio:


 Constituciones dogmáticas y pastorales. Las constituciones dogmáticas sobre la
Iglesia (LG) y sobre la Revelación (DV) y las constituciones doctrinales sobre la
Sagrada Liturgia (SC) y sobre la Iglesia en el mundo actual (GS), fundamentan y
aclaran con toda precisión su naturaleza y misión universal.
 Decretos conciliares sobre el Apostolado de los Seglares (AA) y sobre la Actividad
misionera de la Iglesia (AG), concretan, aclaran y explican las dimensiones de la
Iglesia.

b) Documentos pontificios:

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 Encíclicas. Carta del Papa a la Iglesia Universal, al mundo católico e incluso a los
hombres de buena voluntad.
 Exhortaciones Apostólicas. Documento firmado por el Papa que recoge todo lo
tratado en un Sínodo de Obispos.
 Cartas Apostólicas. Carta que el Papa escribe a una persona para que ésta la dé a
conocer a la Iglesia Universal.
 Radiomensajes. Mensajes papales transmitidos por radio. Pío XII utilizó esta forma
de comunicación con la Iglesia durante la 2ª Guerra Mundial (1939-1945).

c) Documentos de los Obispos:

 Instrucciones, líneas pastorales. Documentos de la Conferencia Episcopal.


 Carta Pastoral. Carta de un Obispo o grupo de Obispos dirigidos a los fieles
encomendados a su cuidado.

3. ENSEÑANZA Y DOCTRINA SOCIAL

La Doctrina Social de la Iglesia es un patrimonio de enseñanzas que se organizan


sistemáticamente: es un cuerpo de enseñanza elaborada en el seno de la Iglesia, como respuesta
histórica a los problemas económicos y sociales. Doctrina Social de la Iglesia, como un conjunto de
principios de reflexión de valoración permanente, criterios de juicio y orientaciones para la acción.

Abarca todos los campos en los que se desarrolla la convivencia humana, se extiende
objetivamente al entero panorama de las realidades temporales que configuran y condicionan la vida
de la persona humana dentro de la sociedad.

Hunde sus raíces en la misma Historia de Salvación. Los cristianos/as, que hoy asumen su
compromiso social como consecuencia de su fe, saben que la práctica social pertenece de manera
inseparable a la Historia del Pueblo de Dios; tiene sus raíces en la Palabra de Dios, en la predicación
del Reino de Jesús, en la experiencia y testimonio de las primeras comunidades cristianas.

Tiene su fundamento en la dignidad de la persona humana, haciendo opción preferente por el


pobre. La misión de Jesús y el ejemplo de su vida han dejado claro su compromiso con la dignidad y
los derechos de la persona humana, las necesidades de los más débiles, los más necesitados, las
víctimas de la injusticia.

Tiene un carácter dinámico e histórico. Esta exigencia del Reino y del seguimiento de Jesús
se convierte en experiencia acumulada a lo largo de la historia, y muestra los diversos modos que
tiene la comunidad para ir descubriendo cómo unir la fe y el compromiso social. Es parte esencial de
la evangelización. El mensaje social de la Iglesia sólo se hará creíble por el testimonio de las obras;
enseñarlo es parte esencial de la fe y de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Es especialmente para los católicos/as, aunque no sólo. A través de ella la Iglesia cumple su
misión de ayudar a sus bautizados y a los/as que no siendo católicos/as se identifican sin sus
enseñanzas sociales, a iluminar los problemas sociales, económicos, políticos y culturales de cada
época, en orden a transformarlos a la luz del Evangelio.

Más que una teoría se orienta a la acción. El mensaje social del Evangelio no debe
considerarse como una teoría sino, por encima de todo, un fundamento y estímulo para la acción.
Aunque es una disciplina académica, principalmente se orienta a la vida, está hecha para practicarla.

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Así lo han entendido, en el curso de los siglos, los hombres y mujeres de todas las clases
sociales comprometidos individualmente y en organizaciones en diversas acciones a favor de los
marginados...

Orienta la vocación de cada uno/a en la lucha por la justicia. No se queda en el enunciado de


principios o en la interpretación de la sociedad sino que su fin es orientar la conducta de las personas
como consecuencia del compromiso por la justicia, según la función, vocación y circunstancias de
cada persona.

3.1.- ¿QUÉ NO ES LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA?

Ayuda a entender mejor el alcance de la DSI cuando también se explicita lo que no es. A
veces nos adherimos a corrientes ideológicas sin una clara comprensión de lo que conlleva cada
pensamiento y sin un claro discernimiento de que el pensamiento cristiano tiene otra dimensión, por
eso conviene explicar la postura de la DSI porque en su aplicación el pensamiento social no está
exento de sucumbir a algunas tentaciones y riesgos.

No es una doctrina política ni una doctrina económica: La Iglesia no está para sumir un papel
de poder, sino de testimonio y servicio, le urge el anuncio del Reino de Dios.

Por eso no pone soluciones técnicas que son competencia de los estados o de las
instituciones de la sociedad civil, en las cuales si están llamados a participar los católicos/as.

No es una ideología o corriente entre el capitalismo y el socialismo: El socialismo y el


capitalismo son igualmente responsables de graves injusticias sociales, de métodos y consecuencias
moralmente rechazables.

No se puede asimilar al programa de ningún partido político, es esencialmente teología moral,


su cometido es clarificar las implicaciones de los distintos proyectos políticos y económicos, para que
sean conformes a la dignidad de la persona humana.

No es un cuerpo de doctrina estática o inmutable. Porque al proponerse iluminar e interpretar


las situaciones históricas cambiantes no puede tener la misma validez que las afirmaciones
dogmáticas. La Iglesia, dijo Pablo VI, no tiene una palabra única que decir ante los problemas
sociales; una misma fe puede llevar a soluciones concretas distintas.

3.2.- ¿CÓMO SE ELABORA Y APLICA LA DSI?

El contenido general de la enseñanza social de la Iglesia. Las respuestas históricas de la Iglesia a


los problemas sociales se elaboran siguiendo la dinámica inductiva del VER - JUZGAR – ACTUAR

a) VER: se trata de percibir la realidad con sensibilidad, porque se trata de cuestiones que
afectan a la persona, es ver con preocupación la realidad que tiene rostros humanos
imborrables.

Para ver hay que percibir con la inteligencia, es informarse y comprender los problemas,
las situaciones de injusticia, sus causas, los factores que las producen, los mecanismos y
las personas que las reproducen. Para ver hay que analizar en equipo, organizadamente,
con la ayuda de las ciencias humanas y sociales, desde distintos puntos de vista, una
misma realidad social.

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b) JUZGAR: es interpretar la realidad y distinguir qué es y qué no es proyecto de Dios sobre


el hombre y el mundo en la vida concreta de las personas, colectividades y pueblos.

Es iluminar y valorar qué conduce a la justicia y a la liberación (gracia) y qué a la injusticia,


opresión y dominación.

Para interpretar la realidad no hay que acomodarse a valores y tendencias sociológicas


que sean mayoritariamente contrarias a valores evangélicos, pero tampoco hay que ser
neutral. Desde la profesión de fe en Dios, la coherencia implica establecer juicios de valor
a favor de la vida, por toda vida, y en consecuencia en contra de todo aquello que viola y
destruye los derechos de la persona.

c) ACTUAR: es dar vida, dar existencia concreta a las elecciones y decisiones coherentes
con los valores del Reino de Dios, porque la DSI está orientada a la praxis. Actuar es
comprometerse en actuaciones concretas, es trabajar para eliminar las barreras de
desigualdades, las estructuras y los mecanismos de injusticia; es crear condiciones,
grupos, comunidades, movimientos para influir en la transformación de la sociedad en
dirección de la justicia social, la verdad, la libertad y la paz.

3.3. EVANGELIO Y ORIGEN DE LA DSI

La enseñanza social de la Iglesia nació del encuentro del mensaje evangélico y de sus
exigencias, comprendidas en el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo, y en la justicia,
con los problemas que surgen en la vida de la sociedad.

La DSI es algo propio de nuestra fe, que se aprende en la misma Historia de la Salvación: en
la interacción de la Palabra de Dios con la realidad humana y la respuesta de los hombres y mujeres
cristianos. El compromiso social de los cristianos no es una novedad de último siglo. Lo heredamos de
la larga experiencia del Pueblo de Dios a lo largo de la historia: El pueblo de la Biblia sufre la opresión
en Egipto.

La historia de este pueblo está ligada a la fe en el Dios que siente su aflicción y camina con
ellos hacia una patria de libertad y de vida en la cual no vuelvan a ser esclavos que te he sacado del
país de Egipto, de la casa de servidumbre. Por eso el pueblo siempre recordará: Dios escuchó nuestra
voz, vio nuestra miseria.

Todos tenían sus vidas unidas a un destino común, buscar y construir una sociedad libre de
humillaciones y de opresores, de miseria y de sufrimiento. Una nueva manera de ser pueblo. Un
pueblo que reparte las funciones y se organiza para participar: Elige de entre el pueblo hombres
capaces, hombres fieles e incorruptibles.

Un pueblo que cuenta con líderes que no se cansan de proclamar las preferencias de Dios por
los pobres y la práctica de la justicia: Los profetas repiten sin cesar: Practicad el derecho y la justicia,
liberad al oprimido de manos del opresor, y al forastero, al huérfano y a la viuda no atropelléis.
Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano,
abogad por la viuda.

Los profetas son líderes que mantienen en el pueblo la conciencia de la dignidad del trabajo,
la persona humana creada por Dios y llamada a vivir con todos una vocación de esperanza, amor y
prosperidad. Por eso forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas, No levantará la

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espada nación contra nación; y los trabajadores edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y
comerán su fruto.

Seguir el mensaje de Jesús nos lleva al encuentro del necesitado. Jesús anuncia y practica
en plenitud y con la entrega de la propia vida, el amor a los pobres y el compromiso con los problemas
sociales. Para anunciar la buena nueva del Reino de Dios, he sido enviado. Para estar con los
marginados/as: los niños las prostitutas los extranjeros y los de otra cultura los pecadores públicos; los
enfermos.

Frente a un mundo de desigualdades y de miseria, volcado en el ganar, gastar y gozar, solo


cabe: desacralizar las riquezas, compartir, apasionarse por la justicia y la solidaridad: dar pan al que
tiene hambre, trabajo al inmigrante y al parado; condiciones de vida digna al enfermo, al olvidado en la
soledad de la cárcel, de una familia rota, de una sociedad individualista

3.4.- HUELLA HISTÓRICA

La comunidad de los seguidores de Jesús entiende y vive, desde el primer momento, su


compromiso ante los problemas sociales de manera singular con los pobres y los necesitados.

Las primeras comunidades cristianas están formadas por personas de vida sencilla, cuyo
distintivo de su valor e importancia no es lo que tienen sino Cristo resucitado. En nombre de Cristo
dan la mano al que está caído en el camino, aman al pueblo y, a partir de su fe, son coherentes con
sus principios:

 Suprimen las barreras entre hermanos y cultivan el desprendimiento de los bienes


materiales.

 Tiene una especial sensibilidad y preocupación por los pobres, porque a los pobres se
les ama con obras y no de boca y con buenas intenciones.

 Se responsabilizan y se organizan para la distribución y utilización solidaria de los


bienes.

 Se castigan las conductas de aquellos que intentan engañar y aparentar que dan
cuando en realidad acumulan insolidariamente.

 Se movilizan en situaciones de primera necesidad para mandar ayuda a los que están
atrapados en alguna calamidad.

 Eligen a algunos bien preparados y llenos del espíritu evangélico para administrar el
dinero, no con mentalidad mercantil y comercial, sino para socorrer a los
desatendidos.

 En una sociedad clasista no hacen distinciones entre las personas: los pobres en
dinero e influencias son más ricos en humanismo que los opulentos que se burlan del
pobre.

 Rechazan la obtención de ganancias a cualquier precio, vivir dominados por los


proyectos de ganar más y tener más cosas.

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 Denuncian las riquezas acumuladas a costa del salario no pagado; la vida de lujo y
despilfarro ante las quejas de los trabajadores explotados y la muerte de los
indefensos.

 Corrigen a los que no quieren trabajar y son una carga para los demás, a los que no
valoran el trabajo y viven desordenadamente.

 Interceden por los más explotados: los esclavos.

 Se preocupan por cambiar las estructuras de la sociedad y reformar las relaciones


sociales, para que todos vivan como hombres libres.

 Los cristianos son hombres y mujeres como los demás pero tienen claro lo que es
libertad y libertinaje.

 Comprenden que no basta con tener una buena organización, medios económicos,
ser expertos en realidades sociales, etc. Si les faltaba el amor les sobraba todo lo
demás.

4.- IGLESIA Y TERCER MILENIO

La Iglesia sigue interpelando a todos los pueblos y a todas las Naciones, porque sólo en el
nombre de Cristo se da al hombre la salvación. Tarea que lo ha realizado a lo largo de la
humanidad y ahora, con mayor fuerza frente a los cambios impuestos por los procesos de
globalización y los avances tecnológicos, principalmente en el desarrollo del conocimiento y las
nuevas tecnologías de la información y comunicación, así como las telecomunicaciones.

La salvación que nos ha ganado el Señor Jesús, y por la que ha pagado un alto precio, se
realiza en la vida nueva que los justos alcanzarán después de la muerte, pero atañe también a este
mundo, en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la
sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los
pueblos.

En esta alba del tercer milenio, la Iglesia no se cansa de anunciar el Evangelio que dona
salvación y libertad auténtica también en las cosas temporales. Proclama la palabra, insiste a
tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un
tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias
pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos
de la verdad y se volverán a las fábulas.

A los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sus compañeros de viaje, la Iglesia ofrece
también su doctrina social. Esta doctrina tiene una profunda unidad, que brota de la Fe en una
salvación integral, de la esperanza en una justicia plena, de la caridad que hace verdaderamente
hermanos a todos los hombres en Cristo. El amor tiene por delante un vasto trabajo al que la Iglesia
quiere contribuir también con su doctrina social, que concierne a todo el hombre y se dirige a todos
los hombres.

4.1.- COMPROMISO Y DENUNCIA

El amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso con proyección


cultural y social, a una laboriosidad eficaz, que apremia a cuantos sienten en su corazón una sincera
preocupación por la suerte del hombre a ofrecer su propia contribución. La humanidad comprende
cada vez con mayor claridad que se halla ligada por un destino único que exige asumir la
responsabilidad en común, inspirada por un humanismo integral y solidario: ve que esta unidad de

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destino con frecuencia está condicionada e incluso impuesta por la técnica o por la economía y
percibe la necesidad de una mayor conciencia moral que oriente el camino común.

Estupefactos ante las múltiples innovaciones tecnológicas, los hombres de nuestro tiempo
desean ardientemente que el progreso esté orientado al verdadero bien de la humanidad de hoy y
del mañana. El cristiano sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia los principios de
re- flexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para promover un humanismo
integral y solidario.

Difundir esta doctrina constituye, una verdadera prioridad pastoral, para que las personas,
iluminadas por ella, sean capaces de interpretar la realidad de hoy y de buscar caminos apropiados
para la acción. En esta perspectiva, se consideró muy útil la publicación de un documento que
ilustrase las líneas fundamentales de la doctrina social de la Iglesia y la relación existente entre esta
doctrina y la nueva evangelización.

Pretende presentar, de manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza


social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del constante compromiso de la
Iglesia, fiel a la gracia de la salvación de Cristo y a la amorosa solicitud por la suerte de la
humanidad. Los aspectos teológicos, filosóficos, morales, culturales y pastorales más relevantes de
esta enseñanza se presentan aquí orgánicamente en relación a las cuestiones sociales.

De este modo se atestigua la fecundidad del encuentro entre el Evangelio y los problemas
que el hombre afronta en su camino histórico. Hay que tener presente que las citas de los textos del
magisterio pertenecen a documentos de diversa autoridad. Junto a los documentos conciliares y a
las encíclicas, figuran también discursos de los pontífices o documentos elaborados por los teólogos
de la Santa Sede.

El estudio se limita a ofrecer una exposición de las líneas fundamentales de la doctrina


social, deja a las conferencias episcopales la responsabilidad de hacer las oportunas aplicaciones
requeridas por las diversas situaciones locales. Se presenta un cuadro de conjunto de las líneas
fundamentales del cuerpo doctrinal de la enseñanza social católica.

La exposición de los principios de la doctrina social pretende sugerir un método orgánico en


la búsqueda de soluciones a los problemas, para que el discernimiento, el juicio y las opciones
respondan a la realidad y para que la solidaridad y la esperanza puedan incidir eficazmente también
en las complejas situaciones actuales.

Los principios se exigen y se iluminan mutuamente, ya que son una expresión de la


antropología cristiana, fruto de la revelación del amor que Dios tiene por la persona humana.
Considérese debidamente, sin embargo, que el transcurso del tiempo y el cambio de los contextos
sociales requerirán una reflexión constante y actualizada sobre los diversos temas aquí expuestos,
para interpretar los nuevos signos de los tiempos.

Es un instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos


que caracterizan nuestro tiempo; como una guía para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los
comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como un
subsidio para los fieles sobre la enseñanza de la moral social.

4.2.- RESPONSABILIDAD DE LOS OBISPOS

Se propone, por último, como ocasión de diálogo con todos aquellos que desean
sinceramente el bien del hombre. Los primeros destinatarios en llevar adelante el proceso de
evangelización con la visión son los Obispos, que deben encontrar las formas más apropiadas para
su difusión y su correcta interpretación. Pertenece, en efecto, a su enseñar que según el designio de
Dios, las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas se ordenan también a la salvación de
los hombres, y, por ende, pueden contribuir no poco a la edificación del Cuerpo de Cristo

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Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y en general, los formadores encontrarán en él
una guía para su enseñanza y un instrumento de servicio pastoral. Los fieles laicos, que buscan el
Reino de los Cielos gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios encontrarán
luces para su compromiso específico. Las comunidades cristianas podrán utilizar este documento
para analizar objetivamente las situaciones, clarificarlas a la luz de las palabras inmutables del
Evangelio, recabar principios de reflexión, criterios de juicio y orientaciones para la acción.

Los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, a los seguidores de otras


religiones, así como a cuantos, hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el
servicio al bien común: quieran recibirlo como el fruto de una experiencia humana universal, colmada
de innumerables signos de la presencia del Espíritu de Dios.

Es un tesoro de cosas nuevas y antiguas, que la Iglesia quiere compartir, para agradecer a
Dios, de quien desciende toda dádiva buena y todo don perfecto. Constituye un signo de esperanza
el hecho que hoy las religiones y las culturas manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan la
urgencia de unir los propios esfuerzos para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el
crecimiento de la persona humana.

La Iglesia Católica une en particular el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el


campo social las demás Iglesias y Comunidades Eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión
doctrinal como en el ámbito práctico. Con ellas, la Iglesia Católica está convencida que de la herencia
común de las enseñanzas sociales custodiadas por la tradición viva del pueblo de Dios derivan
estímulos y orientaciones para una colaboración cada vez más estrecha en la promoción de la
justicia y de la paz.

4.3. SERVICIO A FAVOR DEL HOMBRE

Es un acto de servicio de la Iglesia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a quienes


ofrece el patrimonio de su doctrina social, según el estilo de diálogo con que Dios mismo, en su Hijo
unigénito hecho hombre, habla a los hombres como amigos y trata con ellos.

Inspirándose en la Constitución pastoral, también coloca como eje de toda la exposición al


hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad. En esta tarea, no
impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del
Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y
no para juzgar, para servir y no para ser servido.

La Iglesia ofrece una contribución de verdad a la cuestión del lugar que ocupa el hombre en
la naturaleza y en la sociedad, escrutada por las civilizaciones y culturas en las que se expresa la
sabiduría de la humanidad. Hundiendo sus raíces en un pasado con frecuencia milenario, éstas se
manifiestan en la religión, la filosofía y el genio poético de todo tiempo y de todo pueblo, ofreciendo
interpretaciones del universo y de la convivencia humana, tratando de dar un sentido a la existencia
y al misterio que la envuelve.

¿Quién soy yo? ¿Por qué la presencia del dolor, del mal, de la muerte, a pesar de tanto
progreso? ¿De qué valen tantas conquistas si su precio es, no raras veces, insoportable? ¿Qué hay
después de esta vida? Estas preguntas de fondo caracterizan el recorrido de la existencia humana.

La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende,


en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza
y en la sociedad, cuestiones a las que el presente documento trata de ofrecer su contribución.

El significado profundo de la existencia humana, en efecto, se revela en la libre búsqueda de


la verdad, capaz de ofrecer dirección y plenitud a la vida, búsqueda a la que estos interrogantes instan
incesantemente la inteligencia y la voluntad del hombre. Éstos expresan la naturaleza humana en su

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nivel más alto, porque involucran a la persona en una respuesta que mide la profundidad de su
empeño con la propia existencia.

Se trata, de interrogantes esencialmente religiosos: Cuando se indaga el porqué de las cosas


con totalidad en la búsqueda de la respuesta última y más exhaustiva, entonces la razón humana toca
su culmen y se abre a la religiosidad. En efecto, la religiosidad representa la expresión más elevada
de la persona humana, porque es el culmen de su naturaleza racional.

Brota de la aspiración profunda del hombre a la verdad y está a la base de la búsqueda libre y
personal que el hombre realiza sobre lo divino. Los interrogantes radicales que acompañan desde el
inicio el camino de los hombres, adquieren, en nuestro tiempo, importancia aún mayor por la amplitud
de los desafíos, la novedad de los escenarios y las opciones decisivas que las generaciones actuales
están llamadas a realizar.

El primero de los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy, es el de la verdad misma
del ser-hombre. El límite y la relación entre naturaleza, técnica y moral son cuestiones que interpelan
fuertemente la responsabilidad personal y colectiva en relación a los comportamientos que se deben
adoptar respecto a lo que el hombre es, a lo que puede hacer y a lo que debe ser.

Un segundo desafío es el que presenta la comprensión y la gestión del pluralismo y de las


diferencias en todos los ámbitos: de pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa,
de filosofía del desarrollo humano y social. El tercer desafío es la globalización, que tiene un
significado más amplio y más profundo que el simplemente económico, porque en la historia se ha
abierto una nueva época, que atañe al destino de la humanidad.

4.4.- SOLIDARIDAD Y RESPETO

La Iglesia camina junto a toda la humanidad por los senderos de la historia. Vive en el mundo
y, sin ser del mundo, está llamada a servirlo siguiendo su propia e íntima vocación. Esta actitud, que
se puede hallar también en el presente documento, está sostenida por la convicción profunda de que
para el mundo es importante reconocer a la Iglesia como realidad y fermento de la historia, así como
para la Iglesia lo es no ignorar lo mucho que ha recibido de la historia y de la evolución del género
humano.

El Concilio Vaticano II ha querido dar una elocuente demostración de la solidaridad, del


respeto y del amor por la familia humana, instaurando con ella un diálogo acerca de todos estos
problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder
salvador que la Iglesia. Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la
que hay que renovar.

La Iglesia, signo en la historia del amor de Dios por los hombres y de la vocación de todo el
género humano a la unidad en la filiación del único Padre, sobre su doctrina social busca también
proponer a todos los hombres un humanismo a la altura del designio de amor de Dios sobre la
historia, un humanismo integral y solidario, que pueda animar un nuevo orden social, económico y
político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, que se actúa en la paz, la
justicia y la solidaridad.

Este humanismo podrá ser realizado si cada hombre y mujer y sus comunidades saben
cultivar en sí mismos las virtudes morales y sociales y difundirlas en la sociedad, de forma que se
conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el
auxilio necesario de la divina.

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UNIDAD DOS

ENCÍCLICAS: RESPUESTAS HISTÓRICAS A PROBLEMAS


DE LA SOCIEDAD

OBJETIVO GENERAL
Identificar la importancia del estudio de las Encíclicas de la Iglesia Católica como respuestas
históricas a problemas de la sociedad

OBJETIVOS OPERACIONALES
Durante el proceso de estudio de la presente unidad, usted estará capacitado para:

 Identificar la trayectoria histórica del pensamiento social de la iglesia hasta el Vaticano II.

 Determinar la transcendencia de la restauración del origen de la doctrina social de la iglesia en


función de las encíclicas.

 Analizar el desarrollo del pensamiento social entre el Vaticano II y el Papa Juan Pablo II

 Distinguir las ventajas y desventajas que ofrece el trabajo a la persona y miembros de la sociedad.

CONTENIDO
1.-INTRODUCIÓN
1.1.- ORÍGENES HASTA LA CONVOCATORIA DEL CONCILIO VATICANO II
1.2.- ANÁLISIS DEL SOCIALISMO
1.3.- BIENES CREADOS
1.4.- PROPIEDAD Y LEYES
1.5.- FAMILIA Y ESTADO
1.6.- LA IGLESIA Y PROBLEMA SOCIAL
1.7.- DEBERES DEL ESTADO
1.8.- INTERVENCIÓN DEL ESTADO
1.9.- ASOCIACIONES

2.- RESTAURACIÓN DEL ORIGEN SOCIAL


2.1.- FINALIDAD DE LA ENCÍCLICA
2.2.- LABOR DEL ESTADO
2.3.- LABOR DE LAS PARTES INTERESADAS
2.4.- DOMINIO O DERECHO DE PROPIEDAD
2.5.- RIQUEZA Y TRABAJO
2.6.- REDENCIÓN DEL PROLETARIADO
2.7.- RESTAURACIÓN DEL ORDEN SOCIAL
2.8.- TRANSFORMACIÓN DEL SOCIALISMO
2.9.- REFORMA DE LAS COSTUMBRES

3.- CONCILIO VATICANO II A JUAN PABLO II. MATER ET MAGISTRA


3.1.- IGLESIA Y BIEN TEMPORAL DE LOS PUEBLOS
3.2.- RELACIONES ENTRE ECONOMÍA Y AGRICULTURA
3.3.- RELACIONES ENTRE ZONAS DE DESIGUAL DESARROLLO
3.4.- RELACIONES ENTRE PAÍSES DE DESIGUAL DESARROLLO ECONÓMICO
3.5.- INCREMENTO DEMOGRÁFICO Y DESARROLLO ECONÓMICO
3.6.- COLABORACIÓN EN EL PLANO MUNDIAL
3.7.- IDEOLOGÍA DEFECTUOSAS Y ERRONEAS

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3.8.- INSTRUCCIÓN SOCIAL CATÓLICA


3.9.- RESPONSABILIDAD DE LOS SEGLARES Y VALORES

4.- RESCATE DE TRABAJO E IGUALDAD SOCIAL


4.1.- VALOR DEL TRABAJO
4.2.- TRABAJO Y SER HUMANO
4.3.- DESARROLLO INDUSTRIAL TECNOLÓGICO

CONTENIDO CIENTÍFICO PEDAGÓGICO

1.- INTRODUCCIÓN

La Iglesia ha ido formulando a través de sus documentos sociales una reflexión orgánica,
aunque cada documento es respuesta histórica a problemas concretos, a través de los que se han ido
tejiendo principios de valor permanente, criterios de juicio y directrices para la acción.

Estos principios no han sido formulados orgánicamente en un solo documentos, sino a lo largo
del todo el proceso de la evolución histórica de la doctrina social. Los fundamentos filosóficos,
teológicos y religiosos se sustentan en la Biblia, esto es en el Antiguo y Nuevo Testamento, donde
están las bases de la iglesia católica y la tarea que corresponde desarrollar.

La estructura y organización de estos principios doctrinarios, constan desde el año 1891, pero
eso no significa que antes no había una Doctrina Social de la Iglesia. Estos documentos sociales
están diseñados por cuatro etapas importantes, en los que han liderado papas considerados
revolucionarios y comprometidos y lectores de la realidad social. Las grandes épocas son:

1ª etapa: De los orígenes hasta la convocatoria del Concilio Vaticano II. Los papas que
lideraron el proceso fueron: León XIII, Pio XI y Pio XII

2ª etapa: Del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II. Los papas que actualizaron las encíclicas de
acuerdo a la historia fueron: Juan XXIII, Pablo VI.

3ª etapa: El periodo del pontificado de Juan Pablo II marcado por una proliferación de
documentos sociales.

4ª etapa: Estudiosos de la materia señalan el periodo entre Juan Pablo II y Francisco I,


quienes hablan sobre el desarrollo las implicaciones del desarrollo económico, tecnológico y los
problemas del medio ambiente.

Los documentos sociales que han sido fundamentales en el proceso de formación de la


Doctrina Social de la Iglesia, aunque hay muchos más, son los siguientes, y se distribuyen a lo largo
de tres grandes etapas:

1.1.- ORÍGENES HASTA LA CONVOCATORIA DEL CONCILIO VATICANO II

Encíclicas: Rerum Novarum (León XIII), Cuadragésimo Anno (Pio XI), La Solemnitá (Pio
XII)) RERUM NOVARUM: Sobre la cuestión social. Carta Encíclica del Sumo Pontífice León XIII.
15 de mayo de 1891

El afán de novedades que hace ya tiempo agita a los pueblos, necesariamente tenía que
pasar del orden político al de la economía social. La verdad es que las nuevas tendencias de las artes
y los nuevos métodos de las industrias; el cambio de las relaciones entre patronos y obreros; la
acumulación de las riquezas en pocas manos, y la pobreza ampliamente extendida.

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Cuán suma gravedad entrañe esa guerra, se colige de la viva expectación que tiene
suspensos los ánimos, y de cómo ocupa los ingenios de los doctos, las reuniones de los sabios, las
asambleas populares, el juicio de los legisladores, los consejos de los príncipes; de tal manera, que no
hay cuestión alguna, por grande que sea, que más que ésta preocupe los ánimos de los hombres.

Pensando sólo en el bien de la Iglesia y en el bienestar común, así como otras veces los
hemos escrito sobre el poder político, la libertad humana, la constitución cristiana de los estados y
otros temas semejantes, cuanto parecía a propósito para refutar las opiniones engañosas, así ahora y
por las mismas razones creemos deber escribiros algo sobre la cuestión obrera.

Es preciso auxiliar, pronta y oportunamente, a los hombres de la ínfima clase, pues la mayoría
de ellos se resuelve indignamente en una miserable y calamitosa situación. Pues, destruidos en el
pasado siglo los antiguos gremios de obreros, sin ser sustituidos por nada, y al haberse apartado las
naciones y las leyes Civiles de la religión de nuestros padres, poco a poco ha sucedido que los
obreros se han encontrado entregados, solos e indefensos, a la inhumanidad de sus patronos y a la
desenfrenada codicia de los competidores.

1.2.- ANÁLSIS DEL SOCIALISMO

Para remedio de este mal los socialistas, después de excitar en los pobres el odio a los ricos,
pretenden que es preciso acabar con la propiedad privada y sustituirla por la colectiva, en la que los
bienes de cada uno sean comunes a todos, atendiendo a su conservación y distribución los que rigen
el municipio o tienen el gobierno general del Estado.

Pasados así los bienes de manos de los particulares a las de la comunidad y repartidos, por
igual, los bienes y sus productos, entre todos los ciudadanos, creen ellos que pueden curar
radicalmente el mal hoy día existente.

Pero este su método para resolver la cuestión es tan poco a propósito para ello, que más bien
no hace sino dañar a los mismos obreros; es, además, injusto por muchos títulos, pues conculca los
derechos de los propietarios legítimos, altera la competencia y misión del Estado y trastorna por
completo el orden social.

1.3.- BIENES CREADOS

El hombre, al abarcar con su inteligencia cosas innumerables, al unir y encadenar también las
futuras con las presentes y al ser dueño de sus acciones, es quien bajo la ley eterna y bajo la
providencia universal de Dios se gobierna a sí mismo con la providencia de su albedrío: por ello en su
poder está el escoger lo que juzgare más conveniente para su propio bien, no sólo en el momento
presente sino también para el futuro.

Las exigencias de cada hombre tienen, por decirlo así, un sucederse de vueltas perpetuas de
tal modo que, satisfechas hoy, tornan mañana aparecer imperiosas. Luego la naturaleza ha tenido que
dar al hombre el derecho a bienes estables y perpetuos, que correspondan a la perpetuidad del
socorro que necesita. Y semejantes bienes únicamente los puede suministrar la tierra con su
inagotable fecundidad.

La propiedad privada es indudablemente conforme a la naturaleza. Porque las cosas


necesarias para la vida y para su perfección son ciertamente producidas por la tierra, con gran
abundancia, pero a condición de que el hombre la cultive y la cuide con todo empeño. Ahora bien:
cuando en preparar estos bienes materiales emplea el hombre la actividad de su inteligencia y las

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fuerzas de su cuerpo, y así justamente el hombre puede reclamarla como suya, sin que en modo
alguno pueda nadie violentar su derecho.

1.4.- PROPIEDAD Y LEYES

Es tan clara la fuerza de estos argumentos, que no se entiende cómo hayan podido
contradecirlos quienes, resucitando viejas utopías, conceden ciertamente al hombre el uso de la tierra
y de los frutos tan diversos de los campos; pero le niegan totalmente el dominio exclusivo del suelo
donde haya edificado, o de la hacienda que haya cultivado.

Y no se dan cuenta de que en esta forma defraudan al hombre de las cosas adquiridas con su
trabajo. Porque un campo trabajado por la mano y la maña de un cultivador, ya no es el campo de
antes: de silvestre, se hace fructífero; y de infecundo, feraz. De otra parte, las mejoras de tal modo se
adaptan e identifican con aquel terreno, que la mayor parte de ellas son inseparables del mismo.

Y si esto es así, ¿sería justo que alguien disfrutara aquello que no ha trabajado, y entrara a
gozar sus frutos? Como los efectos siguen a su causa, así el fruto del trabajo en justicia pertenece a
quienes trabajaron. Con razón, pues, todo el linaje humano, sin cuidarse de unos pocos
contradictores, atento sólo a la ley de la naturaleza, en esta misma ley encuentra el fundamento de la
división de los bienes y solemnemente, por la práctica de todos los tiempos, consagró la propiedad
privada como muy conforme a la naturaleza humana, así como a la pacífica y tranquila convivencia
social.

1.5.- FAMILIA Y ESTADO

El derecho individual adquiere un valor mayor, cuando lo consideramos en sus relaciones con
los deberes humanos dentro de la sociedad doméstica. El derecho del matrimonio es natural y
primario de cada hombre: y no hay ley humana alguna que en algún modo pueda restringir la finalidad
principal del matrimonio, constituida ya desde el principio por la autoridad del mismo Dios: Creced y
multiplicaos.

He aquí ya a la familia, o sociedad doméstica, sociedad muy pequeña en verdad, pero


verdadera sociedad y anterior a la constitución de toda sociedad civil, y, por lo tanto, con derechos y
deberes que de ningún modo dependen del Estado. Luego aquel derecho que demostramos ser
natural, esto es, el del dominio individual de las cosas, necesariamente deberá aplicarse también al
hombre como cabeza de familia; aún más, tal derecho es tanto mayor y más fuerte cuanto mayores
notas comprenden la personalidad humana en la sociedad doméstica.

Ley plenamente inviolable de la naturaleza es que todo padre de familia defienda, por la
alimentación y todos los medios, a los hijos que engendrare; y asimismo la naturaleza misma le exige
el que quiera adquirir y preparar para sus hijos, pues son imagen del padre y como continuación de su
personalidad, los medios con que puedan defenderse honradamente de todas las miserias en el difícil
curso de la vida. Pero esto no lo puede hacer de ningún otro modo que transmitiendo en herencia a
los hijos la posesión de los bienes fructíferos.

1.6.- LA IGLESIA Y PROBLEMA SOCIAL

Con plena confianza, entramos a tratar de esta materia: se trata ciertamente de una cuestión
en la que no es aceptable ninguna solución si no se recurre a la religión y a la Iglesia. Y como quiera
que la defensa de la religión y la administración de los bienes que la Iglesia tiene en su poder.
Problema éste tan grande, que ciertamente exige la cooperación y máxima actividad de otros.

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De hecho la Iglesia es la que saca del Evangelio las doctrinas, gracias a las cuales, o
ciertamente se resolverá el conflicto, o al menos podrá lograrse que, limando asperezas, se haga más
suave: ella procura con sus enseñanzas no tan sólo iluminar las inteligencias, sino también regir la
vida y costumbres de cada uno con sus preceptos; mediante un gran número de benéficas
instituciones, mejora la condición misma de las clases proletarias.

Como primer principio, debe establecerse que hay que respetar la condición propia de la
humanidad, que es imposible el quitar, en la sociedad civil, toda desigualdad. Lo andan intentando, es
verdad, los socialistas; pero toda tentativa contra la misma naturaleza de las cosas resultará inútil. En
la naturaleza de los hombres existe la mayor variedad: no todos poseen el mismo ingenio, ni la misma
actividad, salud o fuerza.

Obligaciones de justicia, para el proletario y el obrero, son éstas: cumplir íntegra y fielmente
todo lo pactado en libertad y según justicia; no causar daño alguno al capital, ni dañar a la persona de
los amos; en la defensa misma de sus derechos abstenerse de la violencia, y no transformarla en
rebelión.

El principalísimo entre todos los deberes de los amos es el dar a cada uno lo que se merezca
en justicia. Determinar la medida justa del salario depende de muchas causas: pero en general,
tengan muy presente los ricos y los amos que ni las leyes divinas ni las humanas les permiten oprimir,
en provecho propio, a los necesitados y desgraciados, buscando la propia ganancia en la miseria de
su prójimo.

Defraudar, a alguien el salario que se le debe, es pecado tan enorme que clama al cielo
venganza: Mirad que el salario de los obreros... que defraudasteis, está gritando: y este grito de ellos
ha llegado hasta herir los oídos del Señor de los ejércitos.

Finalmente, deber de los ricos es, y grave, que no dañen en modo alguno a los ahorros de los
obreros, ni por la fuerza, ni por dolo, ni con artificio de usura: deber tanto más riguroso, cuanto más
débil y menos defendido se halla el obrero, y cuantos más pequeños son dichos ahorros.

1.7.- DEBERES DEL ESTADO

No hay duda de que, para resolver la cuestión obrera, se necesitan también los medios
humanos. Cuantos en ella están interesados, vienen obligados a contribuir, cada uno como le
corresponda: y esto según el ejemplo del orden providencial que gobierna al mundo, pues el buen
efecto es el producto de la armoniosa cooperación de todas las causas de las que depende.

Claro que hablamos del Estado, no como lo conocemos constituido ahora y cómo funciona en
esta o en aquella otra nación, sino que pensamos en el Estado según su verdadero concepto, esto es,
en el que toma sus principios de la recta razón, y en perfecta armonía con las doctrinas católicas, tal
como Nos mismo lo hemos expuesto en la Encíclica sobre la constitución cristiana de los Estados.

Los gobernantes vienen obligados a cooperar en forma general con todo el conjunto de sus
leyes e instituciones políticas, ordenando y administrando el Estado de modo que se promueva tanto
la prosperidad privada como la pública.

La prosperidad de las naciones se deriva especialmente de las buenas costumbres, de la


recta y ordenada constitución de las familias, de la guarda de la religión y de la justicia, de la equitativa
distribución de las cargas públicas, del progreso de las industrias y del comercio, del florecer de la

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agricultura y de tantas otras cosas que, cuanto mejor fueren promovidas, más contribuirán a la
felicidad de los pueblos.

Aunque todos los ciudadanos vienen obligados, sin excepción alguna, a cooperar al bienestar
común, que luego se refleja en beneficio de los individuos, la cooperación no puede ser en todos ni
igual ni la misma. Toda sociedad bien constituida ha de poder procurar una suficiente abundancia de
bienes materiales y externos cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud.

La sociedad, porque la tutela de ésta fue conferida por la naturaleza a los gobernantes, de tal
suerte que el bienestar público no sólo es la ley suprema sino la única y total causa y razón de la
autoridad pública; y luego también las clases, porque tanto la filosofía como el Evangelio coinciden en
enseñar que la gobernación ha sido instituida, por su propia naturaleza, no para beneficio de los
gobernantes, sino más bien para el de los gobernados.

1.8.- INTERVENCIÓN DEL ESTADO

Ahora bien: interesa tanto al bien privado como al público, que se mantenga el orden y la
tranquilidad públicos; que la familia entera se ajuste a los mandatos de Dios y a los principios de la
naturaleza; que sea respetada y practicada la religión; que florezcan puras las costumbres privadas y
las públicas; que sea observada inviolablemente la justicia; que una clase de ciudadanos no oprima a
otra; y que los ciudadanos se formen sanos y robustos, capaces de ayudar y de defender, si necesario
fuere, a su patria.

Los derechos, han de ser protegidos religiosamente, y el poder público tiene obligación de
asegurar a cada uno el suyo, impidiendo o castigando toda violación de la justicia. Claro es que, al
defender los derechos de los particulares, ha de tenerse un cuidado especial con los de la clase ínfima
y pobre. Porque la clase rica, fuerte ya de por sí, necesita menos la defensa pública; mientras que las
clases inferiores, que no cuentan con propia defensa, tienen una especial necesidad de encontrarla en
el patrocinio del mismo Estado.

Verdad es que la mayor parte de los obreros querría mejorar su condición mediante honrado
trabajo y sin hacer daño a nadie; pero también hay no pocos, imbuidos en doctrinas falsas y afanosos
de novedades, que por todos medios tratan de excitar tumultos y empujar a los demás hacia la
violencia. Intervenga, pues, la autoridad pública.

El trabajo en el hombre tiene como impresos por la naturaleza dos caracteres: el de ser
personal, porque la fuerza con que trabaja es inherente a la persona, y es completamente propia de
quien la ejercita y en provecho de quien fue dada; luego, el de ser necesario, porque el fruto del
trabajo sirve al hombre para mantener su vida -manutención, que es inexcusable deber impuesto por
la misma naturaleza.

1.9.- ASOCIACIONES

Son los mismos capitalistas y los obreros quienes pueden hacer no poco mediante
instituciones encaminadas a prestar los necesarios auxilios a los indigentes, y que traten de unir a las
dos clases entre sí. Tales son las sociedades de socorros mutuos, los múltiples sistemas privados
para hacer efectivo el seguro cuando suceda lo inesperado, cuando la debilidad fuere extrema, o
cuando ocurriere algún accidente; finalmente, los patronatos fundados para niños, niñas, jóvenes y
aun ancianos que necesitan defensa.

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Más ocupan el primer lugar las asociaciones de obreros, que abarcan casi todas aquellas
cosas ya dichas. De máximo provecho fueron, entre nuestros antepasados, los gremios de artesanos;
los cuales, no sólo lograban ventajas excelentes para los artesanos, sino aun para las mismas artes,
según lo demuestran numerosos documentos.

Los progresos de la civilización, las nuevas costumbres y las siempre crecientes exigencias de
la vida reclaman que estas corporaciones se adapten a las condiciones presentes. La conciencia de
la propia debilidad impulsa al hombre y le anima a buscar la cooperación ajena.

Pensamos ahora en las sociedades, asociaciones y órdenes religiosas de toda clase, a las
que ha dado vida la autoridad de la Iglesia y la piedad de los fieles, con tantas ventajas para el
bienestar mismo de la humanidad cuantas muestra la historia. Dichas sociedades, aun consideradas a
la luz solar de la razón, al tener un fin honesto, por derecho natural son evidentemente legítimas.

Hoy son mucho más numerosas y diversas las asociaciones, principalmente de obreros, que
en otro tiempo. Pero opinión común, confirmada por muchos indicios, es que las más de las veces
dichas sociedades están dirigidas por ocultos jefes que les dan una organización contraria totalmente
al espíritu cristiano y al bienestar de los pueblos; y que, adueñándose del monopolio de las industrias,
obligan a pagar con el hambre la pena a los que no quieren asociarse a ellas.

Esta sabía organización y disciplina es absolutamente necesaria para que haya unidad de
acción y de voluntades. No creemos que se pueda definir con reglas ciertas y precisas cuál deba ser
dicha reglamentación: ello depende más bien de la índole de cada pueblo, de la experiencia y de la
práctica, de la cualidad y de la productividad de los trabajos, del desarrollo comercial, así como de
otras muchas circunstancias, que la prudencia debe tener muy en cuenta.

2.- RESTAURACIÓN DEL ORDEN SOCIAL


QUADRAGESIMO ANNO. Sobre la restauración del orden social y su perfeccionamiento de
conformidad con la ley evangelizadora. Carta Encíclica de Santidad Pío XI. 15 de mayo de 1931.
Cuando se publicó la encíclica Cuadragésimo anno se había producido un notable cambio en las
circunstancias sociales y económicas respecto a las que regían cuando se publicó la encíclica Rerum
novarum. Tres eran los principales datos de ese cambio:

El mal padecido por la sociedad en 1891 era la lucha de clases, entendida como “pugnatio
classium” y no como mera "disceptatio classium", entendida como lucha vital, agonal, no como mera
contienda de intereses. En 1931, la lucha de clases no ha desaparecido aun, como desaparecerá de
hecho a fin de la guerra 1939-45; pero el mal ya no radica en ella, sino que se centra en la progresiva
desintegración de la sociedad, mal mucho más vasto que el que representaba aquella lucha.

El régimen económico de 1891 estaba presidido por un capitalismo liberal de pequeñas


unidades económicas, respecto al cual era pensable que pudiera funcionar con arreglo al "modelo". El
régimen económico de 1931 era el capitalismo de los grandes monopolios, que representaban ya una
forma de socialización, al menos en el terreno social.

El socialismo de 1891 era una cosa, y el de 1931 otra distinta. Aquél era, sin distinción y
substancialmente, materialista y antirreligioso; si existía alguna otra forma de socialismo, apenas si
tenía peso sensible ni era conocida como tal. En 1931, como advierte el propio Pontífice, si bien la
esencia del socialismo sigue siendo materialista y arreligiosa, hay muchos que se llaman socialistas
sólo por precisar un conjunto de medidas económicas contra las que nada tiene que oponer la Iglesia.

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Esta diferenciación de circunstancias preside del desarrollo de la encíclica. La primera


diferencia apuntada es aludida expresamente en el cambio de tema abordado por la encíclica; éste es
la cuestión social, en tanto que en la encíclica Rerum novarum el objeto era la cuestión obrera.

La ocasión de la encíclica fue, como es sabido, el 40 aniversario de la Rerum novarum. En la


magna recepción celebrada el día 15 de mayo de 1931 en el patio de San Dámaso, el Papa anunció al
mundo la inmediata aparición de esta encíclica, que, en efecto, fue publicada el día 23. En el
cuadragésimo aniversario de publicada la egregia encíclica Rerum novarum, debida a León XIII, de
feliz recordación, todo el orbe católico se siente conmovido por tan grato recuerdo y se dispone a
conmemorar dicha carta con la solemnidad que se merece.

2.1.- FINALIDAD DE LA ENCÍCLICA

La encíclica Rerum novarum, permite recordar los grandes bienes que de ella se han seguido,
tanto para la Iglesia católica como para la sociedad humana; defender dudas de la doctrina de un tan
gran maestro en materia social y económica, desarrollando algunos puntos, y, finalmente, tras un
cuidadoso examen de la economía contemporánea y del socialismo, descubrir la raíz del presente
desorden social y mostrar el mismo tiempo el único camino de restauración salvadora, la reforma
cristiana de las costumbres.

El propio León XIII había enseñado qué se debía esperar de la Iglesia. Es la Iglesia la que
saca del Evangelio las enseñanzas en virtud de las cuales se puede resolver por completo el conflicto
o, limando sus asperezas, hacerlo más soportable; ella es la que trata no sólo de instruir las
inteligencias, sino también de encauzar la vida y las costumbres de cada uno con sus preceptos; ella
la que mejora la situación de los proletarios con muchas utilísimas instituciones.

La doctrina sobre materia social y económica de la encíclica Rerum novarum había sido
proclamada una y otra vez, de palabra y por escrito, por el mismo León XIII y por sus sucesores, que
no dejaron de insistir sobre ella y adaptarla convenientemente a las circunstancias de los tiempos
cuando se presentó la ocasión, poniendo siempre por delante, en la defensa de los pobres y de los
débiles, una caridad de padres y una constancia de pastores; y no fue otro el comportamiento de
obispos.

Nada de extraño, que, bajo la dirección y el magisterio de la Iglesia, muchos doctos, así
eclesiásticos como seglares, se hayan consagrado con todo empeño al estudio de la ciencia social y
económica, conforme a las exigencias de nuestro tiempo, impulsados sobre todo por el anhelo de que
la doctrina inalterada y absolutamente inalterable de la Iglesia saliera eficazmente al paso a las
nuevas necesidades.

La encíclica de León XIII, surgió una verdadera doctrina social de la Iglesia, que fomentan y
enriquecen de día en día con inagotable esfuerzo, y no la ocultan ciertamente en las reuniones cultas,
sino que la sacan a la luz del sol y a la calle, como claramente lo demuestran las provechosas y
celebradas escuelas instituidas en universidades católicas, en academias y seminarios, las reuniones
tan numerosas y colmadas de los mejores frutos.

La encíclica Rerum novarum ha quedado, consagrada como un documento memorable,


mientras con el avance de las investigaciones científicas los preceptos de León XIII se difundían
ampliamente entre los hombres, se procedió a la puesta en práctica de los mismos.

A consecuencia del enorme progreso de las industrias modernas, no habían logrado todavía
un puesto o grado equitativo en el consorcio humano y permanecía, poco menos que olvidada y

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menospreciada: se refiere a los obreros, a quienes no pocos sacerdotes del clero secular como
regular, aun cuando ocupados en otros menesteres pastorales.

Labor constante emprendida para imbuir los ánimos de los obreros en el espíritu cristiano, que
ayudó mucho también para darles a conocer su verdadera dignidad y capacitarlos, mediante la clara
enseñanza de los derechos y deberes de su clase, para progresar legítima y prósperamente y aun
convertirlos en guías de los demás.

2.2.- LABOR DEL ESTADO

Por lo que se refiere al poder civil, León XIII, desbordando audazmente los límites impuestos
por el liberalismo, enseña que no debe limitarse a ser un mero guardián del derecho y del recto orden,
sino que, por el contrario, debe luchar con todas sus energías para que con toda la fuerza de las leyes
y de las instituciones, haciendo que de la ordenación y administración misma del Estado brote
espontáneamente la prosperidad, tanto de la sociedad como de los individuos.

Lo mismo a los individuos que a las familias debe permitírseles una justa libertad de acción,
pero quedando siempre a salvo el bien común y sin que se produzca injuria para nadie. A los
gobernantes de la nación compete la defensa de la comunidad y de sus miembros, pero en la
protección de esos derechos de los particulares deberá sobre todo velarse por los débiles y los
necesitados.

La gente rica, protegida por sus propios recursos, necesita menos de la tutela pública, la clase
humilde, por el contrario, carente de todo recurso, se confía principalmente al patrocinio del Estado.
Este deberá, por consiguiente, rodear de singulares cuidados y providencia a los asalariados, que se
cuentan entre la muchedumbre desvalida".

La encíclica Rerum novarum, a vacilar los principios del liberalismo, que desde hacía mucho
tiempo venían impidiendo una labor eficaz de los gobernantes, impulsó a los pueblos mismos a
fomentar más verdadera e intensamente una política social e incitó a algunos óptimos varones
católicos a prestar una valiosa colaboración en esta materia a los dirigentes del Estado, siendo con
frecuencia ellos los más ilustres promotores de esta nueva política en los parlamentos; más aún,
profundamente imbuidos en la doctrina de León XIII, a la aprobación de los oradores populares,
exigiendo y promoviendo después enérgicamente la ejecución.

De esta labor ininterrumpida e incansable surgió una nueva y con anterioridad totalmente
desconocida rama del derecho, que con toda firmeza defiende los derechos de los trabajadores,
derechos emanados de su dignidad de hombres y de cristianos: el alma, la salud, el vigor, la familia, la
casa, el lugar de trabajo, finalmente, a la condición de los asalariados, toman bajo su protección estas
leyes y, sobre todo, cuanto atañe a las mujeres y a los niños.

2.3.-LABOR DE LAS PARTES INTERESADAS

El Pontífice demuestra que los patronos y los mismos obreros pueden mucho en este campo,
esto es, con esas instituciones, mediante las cuales puedan atender convenientemente a las
necesidades y acercar más una clase a la otra.

El primer lugar entre estas instituciones debe atribuirse a las asociaciones que comprenden,
ya sea a sólo obreros, ya juntamente a obreros y patronos, y se detiene en exponerlas y
recomendarlas, explicando, con sabiduría admirable, su naturaleza, su motivo, su oportunidad, sus
derechos, sus deberes y sus leyes.

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Enseñanzas publicadas oportunamente, pues en aquel tiempo los encargados de regir los
destinos públicos de muchas naciones, totalmente adictos al liberalismo, no prestaban apoyo a tales
asociaciones, sino que más bien eran opuestos a ellas y, reconociendo sin dificultades asociaciones
similares de otras clases de personas, patrocinándolas incluso, denegaban a los trabajadores, con
evidente injusticia, el derecho natural de asociarse y no faltaban aun entre los mismos católicos
quienes miraran con recelo este afán de los obreros por constituir tales asociaciones.

Debe atribuirse a la encíclica de León XIII, por consiguiente, que estas asociaciones de
trabajadores hayan prosperado por todas partes, hasta el punto de que ya ahora, aun cuando
lamentablemente las asociaciones de socialistas y de comunistas las superan en número, engloban
una gran multitud de obreros y son capaces, tanto dentro de las fronteras de cada nación cuanto en
un terreno más amplio, de defender poderosamente los derechos y los legítimos postulados de los
obreros católicos e incluso imponer a la sociedad los saludables principios cristianos.

2.4.- DOMINIO O DERECHO DE PROPIEDAD

Para entrar en temas concretos, comenzamos por el dominio o derecho de propiedad. Se


defiende con toda firmeza el derecho de propiedad contra los errores de los socialistas de su tiempo,
demostrando que la supresión de la propiedad privada, lejos de redundar en beneficio de la clase
trabajadora, constituiría su más completa ruina contra los proletarios, lo que constituye la más atroz de
las injusticias, y los católicos no se hallan de acuerdo en torno al auténtico pensamiento de León XIII,
se estima necesario no sólo refutar las calumnias contra su doctrina, que es la de la Iglesia en esta
materia, sino también defenderla de falsas interpretaciones.

Ante todo, debe tenerse por cierto y probado que ni León XIII ni los teólogos que han
enseñado bajo la dirección y magisterio de la Iglesia han negado jamás ni puesto en duda ese doble
carácter del derecho de propiedad llamado social e individual, según se refiera a los individuos o mire
al bien común. Igual que negando o suprimiendo el carácter social y público del derecho de propiedad
se cae o se incurre en peligro de caer en el individualismo, rechazando el carácter privado e individual
de tal derecho, se va necesariamente a dar en el colectivismo.

La justicia llamada conmutativa manda, respetar santamente la división de la propiedad y no


invadir el derecho ajeno excediendo los límites del propio dominio; pero que los dueños no hagan uso
de los propio si no es honestamente, esto no atañe ya dicha justicia, sino a otras virtudes, el
cumplimiento de las cuales no hay derecho de exigirlo por la ley.

De la índole misma individual y social del dominio, se sigue que los hombres deben tener
presente en esta materia no sólo su particular utilidad, sino también el bien común. Y puntualizar esto,
cuando la necesidad lo exige y la ley natural misma no lo determina, es cometido del Estado. Por
consiguiente, la autoridad pública puede decretar puntualmente, examinada la verdadera necesidad el
bien común y teniendo siempre presente la ley tanto natural como divina, qué es lícito y qué no a los
poseedores en el uso de sus bienes.

2.5.- RIQUEZA Y TRABAJO

Carácter muy diferente tiene el trabajo que, alquilado a otros, se realiza sobre cosa ajena. A
éste se aplica principalmente lo dicho por León XIII: es verdad incuestionable que la riqueza nacional
proviene no de otra cosa que del trabajo de los obreros. ¿No vemos acaso con nuestros propios ojos
cómo los incalculables bienes que constituyen la riqueza de los hombres son producidos y brotan de
las manos de los trabajadores, ya sea directamente, ya sea por medio de máquinas que multiplican de
una manera admirable su esfuerzo?

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Más aún, nadie puede ignorar que jamás pueblo alguno ha llegado desde la miseria y la
indigencia a una mejor y más elevada fortuna, si no es con el enorme trabajo acumulado por los
ciudadanos. Pero está no menos claro que todos esos intentos hubieran sido nulos y vanos, según su
bondad, no hubiera otorgado generosamente antes las riquezas y los instrumentos naturales, el poder
y las fuerzas de la naturaleza.

Durante mucho tiempo, en efecto, las riquezas o capital se atribuyeron demasiado a sí


mismos. El capital reivindicaba para sí todo el rendimiento, la totalidad del producto, dejando al
trabajador apenas lo necesario para reparar y restituir sus fuerzas. En virtud de una ley económica
absolutamente incontrastable, toda acumulación de capital correspondía a los ricos, en virtud de esa
misma ley, los trabajadores estaban condenados y reducidos a perpetua miseria o a un sumamente
escaso bienestar.

Es necesario, que las riquezas, que se van aumentando constantemente merced al desarrollo
económico-social, se distribuyan entre cada una de las personas y clases de hombres, de modo que
quede a salvo esa común utilidad de todos, tan alabada por León XIII, que se conserve inmune el bien
común de toda la sociedad.

A cada cual, debe dársele lo suyo en la distribución de los bienes, siendo necesario que la
partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia
social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme
diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los
necesitados.

2.6.- REDENCION DEL PROLETARIADO

La redención del proletariado, hay que afirmarlo enérgicamente y repetirlo con insistencia
cuanto que estos saludables mandatos del Pontífice fueron no pocas veces echados en olvido, ya con
un estudiado silencio, ya por estimar que eran irrealizables, siendo así que no sólo pueden, sino que
deben llevarse a la práctica.

No cabe decir que, por haber disminuido aquel pauperismo que León XIII veía en todos sus
horrores, tales preceptos han perdido en nuestro tiempo su vigor y su sabiduría. Es cierto que ha
mejorado y que se ha hecho más equitativa la condición de los trabajadores, sobre todo en las
naciones más cultas y populosas, en que los obreros no pueden ser ya considerados por igual
afligidos por la miseria o padeciendo escasez.

Luego que las artes mecánicas y la industria del hombre han invadido extensas regiones,
tanto en las llamadas tierras nuevas, ha crecido hasta la inmensidad el número de los proletarios
necesitados, cuyos gemidos llegan desde la tierra hasta el cielo; añádase a éstos el ejército enorme
de los asalariados rurales, reducidos a las más ínfimas condiciones de vida y privados de toda
esperanza de adquirir jamás algo vinculado por el suelo por tanto, si no se aplican los oportunos y
eficaces remedios, condenados para siempre a la triste condición de proletarios.

Mas no podrá tener efectividad si los obreros no llegan a formar con diligencia y ahorro su
pequeño patrimonio, como ya hemos indicado, insistiendo en las consignas de nuestro predecesor.
Pero ¿de dónde, si no es del pago por su trabajo, podrá ir apartando algo quien no cuenta con otro
recurso para ganarse la comida y cubrir sus otras necesidades vitales fuera del trabajo?

De todos modos, estimamos que estaría más conforme con las actuales condiciones de la
convivencia humana que, en la medida de lo posible, el contrato de trabajo se suavizara algo

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mediante el contrato de sociedad, como ha comenzado a efectuarse ya de diferente manera, con no


poco provecho de patronos y obreros.

Ahora bien, la cuantía del salario habrá de fijarse no en función de uno solo, sino de diversos
factores, como ya expresaba sabiamente León XIII con aquellas palabras: para establecer la medida
del salario con justicia, hay que considerar muchas razones. Declaración con que queda rechazada
totalmente la ligereza de aquellos según los cuales esta dificilísima cuestión puede resolverse con el
fácil recurso de aplicar una regla única.

El trabajador hay que fijarle una remuneración que alcance a cubrir el sustento suyo y el de su
familia. Es justo, desde luego, que el resto de la familia contribuya también al sostenimiento común de
todos, como puede verse especialmente en las familias de campesinos, así como también en las de
muchos artesanos y pequeños comerciantes; pero no es justo abusar de la edad infantil y de la
debilidad de la mujer.

2.7.- RESTAURACION DEL ORDEN SOCIAL

La equitativa distribución de los bienes y sobre el justo salario se refiere a las personas
particulares y sólo indirectamente toca al orden social, a cuya restauración, en conformidad con los
principios de la sana filosofía y con los preceptos de la ley evangélica, dirigió todos sus afanes y
pensamientos del predecesor León XIII.

Al hablar de la reforma de las instituciones, se viene al pensamiento especialmente el Estado,


no porque haya de esperarse de él la solución de todos los problemas, sino porque, a causa del vicio
por Nos indicado del individualismo, las cosas habían llegado a un extremo tal que, postrada o
destruida casi por completo aquella exuberante y en otros tiempos evolucionada vida social por medio
de asociaciones de la más diversa índole, habían quedado casi solos frente a frente los individuos y el
Estado, con no pequeño perjuicio del Estado.

Pues aun siendo verdad, y la historia lo demuestra claramente, que, por el cambio operado en
las condiciones sociales, muchas cosas que en otros tiempos podían realizar incluso las asociaciones
pequeñas, hoy son posibles sólo a las grandes corporaciones, sigue, no obstante, en pie y firme en la
filosofía social aquel gravísimo principio inamovible e inmutable.

La suprema autoridad del Estado permita resolver a las asociaciones inferiores aquellos
asuntos y cuidados de menor importancia, en los cuales, por lo demás perdería mucho tiempo, con lo
cual logrará realizar más libre, más firme y más eficazmente todo aquello que es de su exclusiva
competencia, en cuanto que sólo él puede realizar, dirigiendo, vigilando, urgiendo y castigando, según
el caso requiera y la necesidad exija.

En primer lugar, está a los ojos de todos que la estructura de la economía ha sufrido una
transformación profunda. León XIII puso todo su empeño en ajustar este tipo de economía a las
normas del recto orden, de lo que se deduce que tal economía no es condenable por sí misma.

Es verdad que ni aun hoy es éste el único régimen económico vigente en todas partes: existe
otro, en efecto, bajo el cual vive todavía una ingente multitud de hombres, poderosa no sólo por su
número, sino también por su peso, como, por ejemplo, la clase agrícola, en que la mayor parte del
género humano se gana honesta y honradamente lo necesario para su sustento y bienestar.

El régimen capitalista de la economía, por haber invadido el industrialismo todo el orbe de la


tierra, se ha extendido tanto, después de publicada la encíclica de León XIII, por todas partes, que ha

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llegado a invadir y penetrar la condición económica y social incluso de aquellos que viven fuera de su
ámbito, imponiéndole y en cierto modo informándola con sus ventajas o desventajas, lo mismo que
con sus vicios.

Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi característica de la economía


contemporánea, es el fruto natural de la limitada libertad de los competidores, de la que han
sobrevivido sólo los más poderosos. Tal acumulación de riquezas y de poder origina, a su vez, tres
tipos de lucha: se lucha en primer lugar por la hegemonía económica; es entable luego el rudo
combate para adueñarse del poder público, para poder abusar de su influencia y autoridad en los
conflictos económicos.

2.8.- TRANSFORMACION DEL SOCIALISMO

Después de León XIII, se considerarse, casi único y propugnaba unos principios doctrinales
definidos y en un cuerpo compacto, se fraccionó después principalmente en dos bloques de ordinario
opuestos y aún en la más enconada enemistad, pero de modo que ninguno de esos dos bloques
renunciara al fundamento anticristiano propio del socialismo.

Uno de esos bloques del socialismo sufrió un cambio parecido al que antes hemos indicado
respecto de la economía capitalista, y fue a dar en el comunismo, que enseña y persigue dos cosas, y
no oculta y disimuladamente, sino clara y abiertamente, recurriendo a todos los medios, aun los más
violentos: la encarnizada lucha de clases y la total abolición de la propiedad privada.

Para lograr estas dos cosas no hay nada que no intente, nada que lo detenga; y con el poder
en sus manos, es increíble y hasta monstruoso lo atroz e inhumano que se muestra. Ahí están
pregonándolo las horrendas matanzas y destrucciones con que han devastado inmensas regiones de
la Europa oriental y de Asia; y cuán grande y declarado enemigo de la santa Iglesia y de Dios sea,
demasiado, ¡oh dolor!, demasiado lo aprueban los hechos y es de todos conocido.

La lucha de clases, siempre que se abstenga de enemistades y de odio mutuo,


insensiblemente se convierte en una honesta discusión, fundada en el amor a la justicia, que, si no es
aquella dichosa paz social que todos anhelamos, puede y debe ser el principio por donde se llegue a
la mutua cooperación profesional.

La misma guerra contra la propiedad privada, cada vez más suavizada, se restringe hasta el
punto de que, por fin, algunas veces ya no se ataca la posesión en sí de los medios de producción,
sino cierto imperio social que contra todo derecho se ha tomado y arrogado la propiedad.

Aun cuando el socialismo, como todos los errores, tiene en sí algo de verdadero cosa que
jamás han negado los Sumos Pontífices, se funda sobre una doctrina de la sociedad humana propia
suya, opuesta al verdadero cristianismo. Socialismo religioso, socialismo cristiano, implican términos
contradictorios: nadie puede ser a la vez buen católico y verdadero socialista.

2.9.- REFORMA DE LAS COSTUMBRES

Vemos con toda claridad que es necesario que a esta tan deseada restauración social
preceda la renovación del espíritu cristiano, del cual tan lamentablemente se han alejado por doquiera,
tantos economistas, para que tantos esfuerzos no resulten estériles ni se levante el edificio sobre
arena, en vez de sobre roca.

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Otra vez hemos llamado a juicio también al comunismo y al socialismo, y hemos visto que
todas sus formas, aun las más moderadas, andan muy lejos de los preceptos evangélicos. Los ánimos
de todos, efectivamente, se dejan impresionar exclusivamente por las perturbaciones, por los
desastres y por las ruinas temporales.

Constituido ciertamente en pastor y defensor de estas ovejas por el príncipe de los pastores,
que las redimió con su sangre, no podemos ver sin lágrimas en los ojos este enorme peligro en que se
hallan, sino que más bien, consciente de nuestro pastoral deber, meditamos constantemente con
paternal solicitud no sólo en cómo podremos ayudarlas, sino invocando también el incansable celo de
aquellos a quienes en justicia y en caridad les interesa.

Raíz y origen de esta descristianización del orden social y económico, así como de la
apostasía de gran parte de los trabajadores que de ella se deriva, son las desordenadas pasiones del
alma, triste consecuencia del pecado original, el cual ha perturbado de tal manera la admirable
armonía de las facultades, que el hombre, fácilmente arrastrado por los perversos instintos, se siente
vehementemente incitado a preferir los bienes de este mundo a los celestiales y permanentes.

Como la inestabilidad de la economía y, su complejidad exigen, de quienes se consagran a


ella, una máxima y constante tensión de ánimo, en algunos se han embotado de tal modo los
estímulos de la conciencia, que han llegado a tener la persuasión de que les es lícito no sólo sus
ganancias como quiera que sea, sino también defender unas riquezas ganadas con tanto empeño y
trabajo, contra los reveses de la fortuna, sin reparar en medios.

Las fáciles ganancias que un mercado desamparado de toda ley ofrece a cualquiera, incitan a
muchísimos al cambio y tráfico de mercancías, los cuales, sin otra mira que lograr pronto las mayores
ganancias con el menor esfuerzo, es una especulación desenfrenada, tan pronto suben como bajan,
según su capricho y codicia, los precios de las mercancías, desconcertando las prudentes previsiones
de los fabricantes.

Las instituciones jurídicas destinadas a favorecer la colaboración de capitales, repartiendo o


limitando los riesgos, han dado pie a las más condenables licencias. Vemos, en efecto, que los
ánimos se dejan impresionar muy poco por esta débil obligación de rendición de cuentas; además, al
amparo de un nombre colectivo se perpetran abominables injusticias y fraudes; por otra parte, los
encargados de estas sociedades económicas, olvidados de su cometido, traicionan los derechos de
aquellos cuyos ahorros recibieron en administración.

3.- CONCILIO VATICANO II A JUAN PABLO II. MATER ET MAGISTRA

Sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la Doctrina Cristiana. Carta


encíclica de Santidad Juan XXIII. 15 de mayo de 1961

Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que,
en el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente,
todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A esta Iglesia, columna y
fundamente de la verdad, confió su divino fundador una doble misión, la de engendrar hijos para sí, y
la de educarlos y dirigirlos la vida de los individuos y de los pueblos.

3.1.- IGLESIA Y BIEN TEMPORAL DE LOS PUEBLOS

La santa Iglesia, aunque tiene como misión principal santificar las almas y hacerlas partícipes
de los bienes sobrenaturales, se preocupa, de las necesidades que la vida diaria plantea a los

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hombres, no sólo de las que afectan a su decoroso sustento, sino de las relativas a su interés y
prosperidad, sin exceptuar bien alguno y a lo largo de las diferentes épocas.

Al realizar la misión, la Iglesia cumple el mandato de su fundador, Cristo, quien, si bien atendió
principalmente a la salvación eterna del hombre. Yo soy el camino, la verdad y la vida; y en otra: Yo
soy la luz del mundo, al contemplar la multitud hambrienta, exclamó conmovido.

El testimonio más insigne de esta doctrina y acción social, desarrolladas por la Iglesia a lo
largo de los siglos, ha sido y es, sin duda, la luminosa encíclica Rerum novarum, promulgada hace
setenta años por el predecesor de inmortal memoria León XIII para definir los principios que habían de
resolver el problema de la situación de los trabajadores en armonía con las normas de la doctrina
cristiana.

En realidad, las normas y llamamientos de León XIII adquirieron tanta importancia que de
ningún modo podrán olvidarse ya en lo sucesivo. Se abrió con ellos un camino más amplio a la acción
de la Iglesia católica, sintiendo como propios los daños, los dolores y las aspiraciones de los humildes
y de los oprimidos, se consagró entonces completamente a vindicar y rehabilitar sus derechos.

Tales hechos constituyen evidente prueba de que tanto los principios cuidadosamente
analizados, como las normas prácticas y advertencias dadas con paternal cariño en la gran encíclica.
Pueden proporcionar a los hombres de nuestra época nuevos y saludables criterios para comprender
realmente las proporciones concretas de la cuestión social, como hoy se presenta, y para decidirlos a
asumir las responsabilidades necesarias.

3.2.- RELACIONES ENTRE ECONOMÍA Y AGRICULTURA

Ante todo, que la población rural, en cifras absolutas, no parece haber disminuido. Sin
embargo, indudablemente son muchos los campesinos que abandonan el campo para dirigirse a
poblaciones mayores e incluso centros urbanos.

Este éxodo rural, por verificarse en casi todos los países y adquirir a veces proporciones
multitudinarias, crea problemas de difícil solución por lo que toca a nivel de vida digno de los
ciudadanos.

A la vista de todos está el hecho de que, a medida que progresa la economía, disminuye la
mano de obra dedicada a la agricultura, mientras crece el porcentaje de la consagrada a la industria y
al sector de los servicios. El éxodo de la población agrícola hacia otros sectores de la producción se
debe frecuentemente a motivos derivados del propio desarrollo económico.

Pero en el inmensa mayoría de los casos responde a una serie de estímulos, entre los que
han de contarse como principales el ansia de huir de un ambiente estrecho sin perspectivas de vida
más cómoda; el prurito de novedades y aventuras de que tan poseída está nuestra época; el afán por
un rápido enriquecimiento; la ilusión de vivir con mayor libertad, gozando de los medios y facilidades
que brindan las poblaciones más populosas y los centros urbanos.

Es indispensable, que el desarrollo económico de los Estados se verifique de manera gradual,


observando la debida proporción entre los diversos sectores productivos. Hay que procurar así con
especial insistencia que, en la medida permitida o exigida por el conjunto de la economía, tengan
aplicación también en la agricultura los adelantos más recientes en lo que atañe a las técnicas de
producción, la variedad de los cultivos y la estructura de la empresa agrícola.

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La agricultura, no sólo consumirá una mayor cantidad de productos de la industria, sino que
exigirá una más cualificada prestación de servicios generales. En justa reciprocidad, la agricultura
ofrecerá a la industria, a los servicios y a toda la nación una serie de productos que en cantidad y
calidad responderán mejor a las exigencias del consumo, contribuyendo así a la estabilidad del poder
adquisitivo de la moneda, la cual es uno de los elementos más valiosos para lograr un desarrollo
ordenado de todo el conjunto de la economía.

3.3.- RELACIONES ENTRE ZONAS DE DESIGUAL DESARROLLO

Con mucha frecuencia, en el seno de una misma nación se observan diferencias económicas
y sociales entre las distintas clases de ciudadanos, debidas, principalmente, al hecho de que unos y
otros viven y trabajan en zonas de desigual desarrollo económico. En situaciones como ésta, la
justicia y la equidad piden que los gobernantes procuren suprimir del todo, o a lo menos disminuir.

A este fin se debe intentar que en las zonas económicamente menos desarrolladas se
garanticen los servicios públicos fundamentales más adecuados a las circunstancias del tiempo y
lugar y de acuerdo, en lo posible, con la común manera de vida.

Es absolutamente imprescindible que se emprenda la política apropiada, que atienda con


diligencia a la ordenación de los siguientes puntos: la contratación laboral, la emigración interior, los
salarios, los impuestos, los créditos y las inversiones industriales destinadas principalmente a
favorecer el desarrollo de otras actividades.

Todas estas medidas son plenamente idóneas, no sólo para promover el empleo rentable de
la mano de obra y estimular la iniciativa empresarial, sino para explotar también los recursos locales
de cada zona. Es preciso que los gobernantes se limiten a adoptar tan sólo aquellas medidas que
parezcan ajustadas al bien común de los ciudadanos.

Las autoridades deben cuidar asiduamente, con la mira puesta en la utilidad de todo el país,
de que el desarrollo económico de los tres sectores de la producción agricultura, industria y servicios
en lo posible, simultáneo y proporcionado; con el propósito constante de que los ciudadanos de las
zonas menos desarrolladas se sientan protagonistas de su propia elevación económica, social y
cultural. Porque el ciudadano tiene siempre el derecho de ser el autor principal de su propio progreso.

Es indispensable que la iniciativa privada contribuya, a establecer una regulación equitativa de


la economía del país. Las autoridades, en virtud del principio de la función subsidiaria, tienen que
favorecer y auxiliar a la iniciativa privada de tal manera, que sea ésta, en la medida que la realidad
permita, la que continúe y concluya el desarrollo económico por ella iniciado.

Es ésta ocasión oportuna para advertir que no son pocas las naciones en las cuales existe
una manifiesta desproporción entre el terreno cultivable y la población agrícola. Efectivamente, en
algunas naciones hay escasez de brazos y abundancia de tierra laborables, mientras que en otras
abunda la mano de obra y escasean las tierras de cultivo.

3.4.- RELACIONES ENTRE PAÍSES DE DESIGUAL DESARROLLO ECONÓMICO

El problema mayor de nuestros días es el que atañe a las relaciones que deben darse entre
las naciones económicamente desarrolladas y los países que están aún en vías de desarrollo
económico: las primeras gozan de una vida cómoda; los segundos, en cambio, padecen durísima
escasez.

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La solidaridad social que hoy día agrupa a todos los hombres en una única y sola familia
impone a las naciones que disfrutan de abundante riqueza económica la obligación de no permanecer
indiferentes ante los países cuyos miembros, oprimidos por innumerables dificultades interiores, se
ven extenuados por la miseria y el hambre y no disfrutan, de los derechos fundamentales del hombre.

Esta obligación se ve aumentada por el hecho de que, dada la interdependencia progresiva


que actualmente sienten los pueblos, no es ya posible que reine entre ellos una paz duradera y
fecunda si las diferencias económicas y sociales entre ellos resultan excesivas.

Como es evidente, el grave deber, que la Iglesia siempre ha proclamado, de ayudar a los que
sufren la indigencia y la miseria, lo han de sentir de modo muy principal los católicos, por ser
miembros del cuerpo místico de Cristo. En esto -proclama Juan el apóstol- hemos conocido la caridad
de Dios, en que dio El su vida por nosotros, y así nosotros debemos estar prontos a dar la vida por
nuestros hermanos.

Hay naciones que tienen sobreabundancia de bienes de consumo, y particularmente de


productos agrícolas. Existen otras, en cambio, en las cuales grandes masas de población luchan
contra la miseria y el hambre. La producción de excedentes, particularmente de los agrícolas, en un
país, puede perjudicar a determinadas categorías de ciudadanos.

Pero de esto no se sigue en modo alguno que las naciones que tienen exceso de bienes
queden dispensadas del deber de ayudar a las víctimas de la miseria y del hambre cuando surge una
especial necesidad; hay que procurar con toda diligencia que esas dificultades nacidas de la
superproducción de bienes se disminuyan y las soporten de manera equitativa todos y cada uno de
los ciudadanos.

3.5.- INCREMENTO DEMOGRÁFICO Y DESARROLLO ECONÓMICO

En estos últimos tiempos se plantea el problema de cómo coordinar los sistemas económicos
y los medios de subsistencia con el intenso incremento de la población humana, así en el plano
mundial como en relación con los países necesitados. En el plano mundial observan algunos que,
según cálculos estadísticos, la humanidad, alcanzará una cifra total de población elevada, mientras
que la economía avanza con mucha mayor lentitud.

Como es sabido, las estadísticas de los países económicamente menos desarrollados


demuestran que, a causa de la general difusión de los modernos adelantos de la higiene y de la
medicina, se ha prolongado la edad media del hombre al reducirse notablemente la mortalidad infantil.
La natalidad en los países en que ya es crecida permanece estacionaria, al menos durante un no
corto período de tiempo.

Mientras las cifras de la natalidad exceden cada año a las de la mortalidad, los sistemas de
producción al incremento demográfico. En los países más pobres lo peor no es que no mejore el nivel
de vida, sino que incluso empeore continuamente. Hay así quienes estiman que, para que tal situación
no llegue a extremos peligrosos, es preciso evitar la concepción o reprimir, del modo que sea, los
nacimientos humanos.

En el plano mundial la relación entre el incremento demográfico, los medios de subsistencia,


no parece, a lo menos por ahora e incluso en un futuro próximo, crear graves dificultades. Los
argumentos que se hacen en esta materia son tal dudosos y controvertidos que no permiten deducir
conclusiones ciertas.

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La solución clara de este problema no ha de buscarse fuera del orden moral establecido por
Dios, violando la procreación de la propia vida humana, sino que, por el contrario, debe procurar el
hombre, con toda clase de procedimientos técnicos y científicos, el conocimiento profundo y el
dominio creciente de las energías de la naturaleza. Los progresos hasta ahora realizados por la
ciencia y por la técnica abren en este campo una esperanza casi ilimitada para el porvenir.

3.6.- COLABORACION EN EL PLANO MUNDIAL

Las relaciones entre los distintos países, por virtud de los adelantos científicos y técnicos, en
todos los aspectos de la convivencia humana, se han estrechado mucho más en estos últimos años.
Por ello, necesariamente la interdependencia de los pueblos se hace cada vez mayor.

Los problemas más importantes del día en el ámbito científico y técnico, económico y social,
político y cultural, por rebasar con frecuencia las posibilidades de un solo país, afectan
necesariamente a muchas y algunas veces a todas las naciones.

Sucede por esto que los estados aislados, aun cuando descuellen por su cultura y civilización,
el número e inteligencia de sus ciudadanos, el progreso de sus sistemas económicos, la abundancia
de recursos y la extensión territorial, no pueden, sin embargo, separados de los demás resolver por sí
mismos de manera adecuada sus problemas fundamentales.

Las naciones, al hallarse necesitadas, de unas de ayudas complementarias y las otras de


ulteriores perfeccionamientos, sólo podrán atender a su propia utilidad mirando simultáneamente al
provecho de los demás. Por lo cual es de todo punto preciso que los Estados se entiendan bien y se
presten ayuda mutua.

Aunque en el ánimo de todos los hombres y de todos los pueblos va ganando cada día más
terreno el convencimiento de esta doble necesidad, con todo, los hombres, y principalmente los que
en la vida pública descuellan por su mayor autoridad, parecen en general incapaces de realizar esa
inteligencia y esa ayuda mutua tan deseadas por los pueblos.

La razón de esta incapacidad no proviene que los pueblos carezcan de instrumentos


científicos, técnicos o económicos, sino de que más bien desconfían unos de otros. En realidad, los
hombres, y también los Estados, se temen recíprocamente. Cada uno teme, en efecto, que el otro
abrigue propósitos de dominación y aceche el momento oportuno de conseguirlos.

3.7.- IDEOLOGIAS DEFECTUOSAS Y ERRONEAS

Como en el tiempo pasado, también en el nuestro los progresos de la ciencia y de la técnica


influyen poderosamente en las relaciones sociales del ciudadano. Es preciso que, tanto en la esfera
nacional como en la internacional, dichas relaciones se regulen con un equilibrio más humano.

Con este fin se han elaborado y difundido por escrito muchas ideologías. Esta desintegración
proviene de hecho de que son ideologías que no consideran la total integridad del hombre y no
comprenden la parte más importante de éste. No tienen, además, en cuanta las indudables
imperfecciones de la naturaleza humana, como son, por ejemplo, la enfermedad y el dolor,
imperfecciones que no pueden remediarse.

Porque la teoría más falsa de nuestros días es la que afirma que el sentido religioso, que la
naturaleza ha infundido en los hombres, ha de ser considerado como pura ficción o mera imaginación,

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la cual debe, por tanto, arrancarse totalmente de los espíritus por ser contraria en absoluto al carácter
de nuestra época y al progreso de la civilización.

La Iglesia católica enseña y proclama una doctrina de la sociedad y de la convivencia humana


que posee indudablemente una perenne eficacia. El principio capital, sin duda alguna, de esta
doctrina afirma que el hombre en necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones
sociales; el hombre, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a un orden sobrenatural.

De este trascendental principio, que afirma y defiende la sagrada dignidad de la persona, con
la colaboración de sacerdotes y seglares competentes, ha deducido, principalmente en el último siglo,
una luminosa doctrina social para ordenar las mutuas relaciones humanas de acuerdo con los criterios
generales, que responden tanto a las exigencias de la naturaleza y a las distintas condiciones de la
convivencia humana como el carácter específico de la época actual, criterios que precisamente por
esto pueden ser aceptados por todos.

Es necesario que esta doctrina social sea no solamente conocida y estudiada, sino además
llevada a la práctica en la forma y en la medida que las circunstancias de tiempo y de lugar permitan o
reclamen. Misión ciertamente ardua, pero excelsa, a cuyo cumplimiento exhortamos no sólo a
nuestros hermanos e hijos de todo el mundo, sino también a todos los hombres sensatos.

3.8.- INSTRUCCIÓN SOCIAL CATÓLICA

La tesis de que la doctrina social profesada por la Iglesia Católica es algo inseparable de la
doctrina que la misma enseña sobre la vida humana. Exhortamos, a que se enseñe como disciplina
obligatoria en los colegios católicos de todo grado, y principalmente en los seminarios, aunque en
algunos centros de este género se está dando dicha enseñanza acertadamente desde hace tiempo.

Además, que esta disciplina social se incluya en el programa de enseñanza religiosa de las
parroquias y de las asociaciones de apostolado de los seglares y se divulgue también por todos los
procedimientos modernos de difusión, esto es, ediciones de diarios y revistas, publicación de libros
doctrinales, tanto para los entendidos como para el pueblo, y, por último, emisiones de radio y
televisión.

Ahora bien, para la mayor divulgación de esta doctrina social de la Iglesia católica juzgamos
que pueden prestar valiosa colaboración los católicos seglares si la aprenden y la practican
personalmente y, además, procuran con empeño que los demás se convenzan también de su eficacia.

Los principios generales de una doctrina social se llevan a la práctica mediante tres fases:
primera, examen completo del verdadero estado de la situación; segunda, valoración exacta de esta
situación a la luz de los principios, y tercera, determinación de lo posible o de lo obligatorio para
aplicar los principios de acuerdo con las circunstancias de tiempo y lugar. Son tres fases de un mismo
proceso que suelen expresarse con estos tres verbos: ver, juzgar y obrar.

De aquí se sigue la suma conveniencia de que los jóvenes no sólo reflexionen sobre este
orden de actividades, sino que, en lo posible, lo practiquen en la realidad. Así evitarán creer que los
conocimientos aprendidos deben ser objeto exclusivo de contemplación, sin desarrollo simultáneo en
la práctica.

Deben tener, además, sumo cuidado en no derrochar sus energías en discusiones


interminables, y, so pretexto de lo mejor, no se descuiden de realizar el bien que les es posible y, por

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tanto, obligatorio. Pero los católicos, en el ejercicio de sus actividades económicas o sociales,
entablen a veces relaciones con hombres que tienen de la vida una concepción distinta.

3.9- RESPONSABILIDAD DE LOS SEGLARES Y VALORES

Las normas que hemos dado sobre la educación hay que observarlas necesariamente en la
vida diaria. Es ésta una misión que corresponde principalmente a nuestros hijos del laicado, por
ocuparse generalmente en el ejercicio de las actividades temporales y en la creación de instituciones
de idéntica finalidad.

Al ejercitar tan noble función, es imprescindible que los seglares no sólo sean competentes en
su profesión respectiva y trabajen en armonía con las leyes aptas para la consecución de sus
propósitos, sino que ajusten su actividad a los principios y norma sociales de la Iglesia, en cuya
sabiduría deben confiar sinceramente y a cuyos mandatos han de obedecer con filial sumisión.

Consideren atentamente los seglares que si no observan con diligencia los principios y las
normas sociales dictadas por la Iglesia y confirmadas por nos, faltan a sus inexcusables deberes,
lesionan con frecuencia los derechos de los demás y pueden llegar a veces incluso a desacreditar la
misma doctrina, como si fuese en verdad la mejor, pero sin fuerza eficazmente orientadora para la
vida práctica.

Nuestra preocupación de pastor universal de todas las almas nos obliga a exhortar
insistentemente a nuestros hijos para que en el ejercicio de sus actividades, y en el logro de sus fines
no permitan que se paralice en ellos el sentido de la responsabilidad u olviden el orden de los bienes
supremos.

Pero la Iglesia enseña igualmente que hay que valorar ese progreso de acuerdo con su
genuina naturaleza, como bienes instrumentales puestos al servicio del hombre, para que éste
alcance con mayor facilidad su fin supremo, el cual no es otro que facilitar su perfeccionamiento
personal, así en el orden natural como en el sobrenatural.

La Iglesia católica, por su parte, desde hace ya muchos siglos, ha ordenado que los fieles
observen el descanso dominical y asistan al santo sacrificio de la misa, que es el mismo tiempo
memorial y aplicación a las almas de la obra redentora de Cristo.

4.- RESCATE DE TRABAJO E IGUALDAD SOCIAL


Periodo del pontificado de Juan Pablo II marcado por una proliferación de documentos
sociales. A partir del presente pontificado puede abrirse otra etapa que aún no está definida en la DSI,
la única encíclica publicada por Benedicto XVI sobre este tema es Caritas in Veritate sobre el
desarrollo humano. Sobre el trabajo Humano. Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II en el
90 aniversario de la Rerum Novarum. 14 de septiembre de 1981

El hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y


la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en
comunidad con sus hermanos.

Y trabajo significa todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus
características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer
como trabajo.

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4.1.- VALOR DEL TRABAJO

El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas,
cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el
hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su
existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la
humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas.

El trabajo es uno de estos aspectos, perenne y fundamental, siempre actual y que exige
constantemente una renovada atención y un decidido testimonio. Los nuevos interrogantes y
problemas, nacen siempre nuevas esperanzas, pero nacen también temores y amenazas
relacionadas con esta dimensión fundamental de la existencia humana, de la que la vida del hombre
está hecha cada día, de la que deriva la propia dignidad a escala internacional.

Celebramos el 90 aniversario de la Encíclica Rerum Novarum en vísperas de nuevos


adelantos en las condiciones tecnológicas, económicas y políticas que, según muchos expertos,
influirán en el mundo del trabajo y de la producción no menos de cuanto lo hizo la revolución industrial
del siglo pasado. La introducción generalizada de la automatización en muchos campos de la
producción, el aumento del coste de la energía y de las materias básicas.

La aparición en la escena política de pueblos que, tras siglos de sumisión, reclaman su


legítimo puesto entre las naciones y en las decisiones internacionales. Estas condiciones y exigencias
nuevas harán necesaria una reorganización y revisión de las estructuras de la economía actual, así
como de la distribución del trabajo. Tales cambios podrán quizás significar por desgracia, para
millones de trabajadores especializados, desempleo, al menos temporal, o necesidad de nueva
especialización.

En medio de todos estos procesos, el problema del trabajo humano aparece naturalmente
muchas veces. Es, de alguna manera, un elemento fijo tanto de la vida social como de las enseñanzas
de la Iglesia. En esta enseñanza, sin embargo, la atención al problema se remonta más allá de los
últimos noventa años. En efecto, la doctrina social de la Iglesia tiene su fuente en la Sagrada
Escritura, comenzando por el libro del Génesis y, en particular, en el Evangelio y en los escritos
apostólicos.

Esa doctrina perteneció desde el principio a la enseñanza de la Iglesia misma, a su


concepción del hombre y de la vida social y, especialmente, a la moral social elaborada según las
necesidades de las distintas épocas. Este patrimonio tradicional ha sido después heredado y
desarrollado por las enseñanzas de los pontífices sobre la moderna cuestión social, empezando por la
Encíclica Rerum Novarum.

En el contexto de esta cuestión, la profundización del problema del trabajo ha experimentado


una continua puesta al día conservando siempre aquella base cristiana de verdad que podemos llamar
perenne.

4.2.- TRABAJO Y SER HUMANO

La Iglesia está convencida de que el trabajo constituye una dimensión fundamental de la


existencia del hombre en la tierra. Ella se confirma en esta convicción considerando también todo el
patrimonio de las diversas ciencias dedicadas al estudio del hombre: la antropología, la paleontología,
la historia, la sociología, la sicología, etc.; todas parecen testimoniar de manera irrefutable esta
realidad.

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El motivo es que la Iglesia cree en el hombre: ella piensa en el hombre y se dirige a él no sólo
a la luz de la experiencia histórica, no sólo con la ayuda de los múltiples métodos del conocimiento
científico, sino ante todo a la luz de la palabra revelada del Dios vivo. La Iglesia halla ya en las
primeras páginas del libro del Génesis la fuente de su convicción, la cual el trabajo constituye una
dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra.

El análisis de estos textos nos hace conscientes a cada uno del hecho de que en ellos, han
sido expresadas las verdades fundamentales sobre el hombre, ya en el contexto del misterio de la
Creación. Estas son las verdades que deciden acerca del hombre desde el principio, al mismo tiempo,
trazan las grandes líneas de su existencia en la tierra, tanto en el estado de justicia original como
también después de la ruptura, provocada por el pecado, de la alianza original del Creador con lo
creado, en el hombre.

El trabajo entendido como una actividad transitiva, de tal naturaleza que, empezando en el
sujeto humano, está dirigida hacia un objeto externo, supone un dominio específico del hombre sobre
la tierra y a la vez confirma y desarrolla este dominio. La expresión someter la tierra tiene un amplio
alcance. Indica todos los recursos que la tierra encierra en sí y que, mediante la actividad consciente
del hombre, pueden ser descubiertos y oportunamente usados.

Esta universalidad y a la vez esta multiplicidad del proceso de someter la tierra iluminan el
trabajo del hombre, ya que el dominio del hombre sobre la tierra se realiza en el trabajo y mediante el
trabajo. Emerge así el significado del trabajo en sentido objetivo, el cual halla su expresión en las
varias épocas de la cultura y de la civilización. El hombre domina ya la tierra por el hecho de que
domestica los animales, los cría y de ellos saca el alimento y vestido necesarios.

Pero mucho más somete la tierra, cuando el hombre empieza a cultivarla y posteriormente
elabora sus productos, adaptándolos a sus necesidades. La agricultura constituye así un campo
primario de la actividad económica y un factor indispensable de la producción por medio del trabajo
humano.

Hoy, en la industria y en la agricultura la actividad del hombre ha dejado de ser, un trabajo


prevalentemente manual, ya que la fatiga de las manos y de los músculos es ayudada por máquinas y
mecanismos cada vez más perfeccionados. No solamente en la industria, sino también en la
agricultura, somos testigos de las transformaciones llevadas a cabo por el gradual y continuo
desarrollo de la ciencia y de la técnica.

Aunque pueda parecer que en el proceso industrial trabaja la máquina mientras el hombre
solamente la vigila, haciendo posible y guiando de diversas maneras su funcionamiento, es verdad
también que precisamente por ello el desarrollo industrial pone la base para plantear de manera nueva
el problema del trabajo humano. La primera industrialización, que creó la llamada cuestión obrera,
como los sucesivos cambios industriales y postindustriales, demuestran de manera elocuente que,
también en la época del «trabajo» cada vez más mecanizado, el sujeto propio del trabajo sigue siendo
el hombre.

4.3.- DESARROLLO INDUSTRIAL TECNOLÓGICO

El desarrollo de la industria y de los diversos sectores relacionados con ella indica el papel de
primerísima importancia que adquiere, en la interacción entre el sujeto y objeto del trabajo,
precisamente esa aliada del trabajo, creada por el cerebro humano, que es la técnica. Entendida aquí
no como capacidad o aptitud para el trabajo, sino como un conjunto de instrumentos de los que el
hombre se vale en su trabajo, la técnica es indudablemente una aliada del hombre.

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La época reciente de la historia de la humanidad, especialmente la de algunas sociedades,


conlleva una justa afirmación de la técnica como un coeficiente fundamental del progreso económico;
pero al mismo tiempo, con esta afirmación han surgido y continúan surgiendo los interrogantes
esenciales que se refieren al trabajo humano en relación con el sujeto, que es precisamente el
hombre. Estos interrogantes encierran una carga particular de contenidos y tensiones de carácter
ético y ético-social.

Para continuar nuestro análisis del trabajo en relación con la palabras de la Biblia, en virtud de
las cuales el hombre ha de someter la tierra, hemos de concentrar nuestra atención sobre el trabajo
en sentido subjetivo, mucho más de cuanto lo hemos hecho hablando acerca del significado objetivo
del trabajo..

Si las palabras del libro del Génesis, a las que nos referimos en este análisis, hablan
indirectamente del trabajo en sentido objetivo, a la vez hablan también del sujeto del trabajo; y lo que
dicen es muy elocuente y está lleno de un gran significado. Como persona, el hombre es pues sujeto
del trabajo. Como persona él trabaja, realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo;
éstas, independientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la realización de su
humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona, que tiene en virtud de su misma
humanidad.

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UNIDAD TRES
PRINCIPIOS DEL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA

OBJETIVO GENERAL
Identificar los principios fundamentales del Pensamiento Social de la Iglesia, su aplicación y
vigencia en la vida de la comunidad cristiana

OBJETIVOS OPERACIONALES
Durante el proceso de estudio de la presente unidad, usted estará capacitado para:

 Identificar el significado de los principios fundamentales del pensamiento social de la iglesia.

 Determinar los valores fundamentales de la vida social.

 Destacar los beneficios que genera el trabajo en la riqueza personal y de las naciones.

 Analizar el principio social y su impacto en la economía nacional e internacional


CONTENIDO
1.- SIGNIFICADO DE PRINCIPIOS
1.1.- PRINCIPIOS Y BIEN COMÚN
1.2.- DESTINO UNIVERSAL DE BIENES
1.3.- PRINCIPIO DE SUBSIDIARIDAD
1.4.- PARTICIPACIÓN COMO DERECHO CIUDADANO
1.5.- PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD

2.- VALORES FUNDAMENTALES DE LA VIDA SOCIAL


2.1.- FAMILIA PRIMERA SOCIEDAD NATURAL
2.2.- MATRIMONIO FUNDAMENTO DE LA FAMILIA
2.3.- SOCIEDAD AL SERVICIO DE LA FAMILIA

3.- TRABAJO HUMANO


3.1.- DIGNIDAD DEL TRABAJO
3.2.- RELACIONES ENTRE TRABAJO Y CAPITAL
3.3.- TRABAJO Y PARTICIPACIÓN OBRERA
3.4.- TRABAJO Y PROPIEDAD PRIVADA
3.5.- DERECHO AL TRABAJO
3.6.- MUJERES Y DERECHO AL TRABAJO
3.7.- EMIGRACIÓN Y TRABAJO
3.8.- DERECHO DE LOS TRABAJADORES

4.- PRINCIPIO SOCIAL Y ECONOMÍA


4.1.- ECONOMÍA Y MORAL
4.2.- INICIATIVA PRIVADA Y EMPRESA
4.3.- PAPEL DEL EMPRESARIO
4.4.- ECONOMÍA AL SERVICIO DEL HOMBRE
4.5.- ECONOMÍA Y ACCIÓN DEL ESTADO
4.6.- PRINCIPIO DE AHORRO
4.6.- GLOBALIZACIÓN: OPORTUNIDADES Y RIESGOS
4.7.- SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL
4.8.- COMUNIDAD INTERNACIONAL Y ECONOMÍA GLOBAL

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CONTENIDO CIENTÍFICO PEDAGÓGICO


1.- SIGNIFICADO DE PRINCIPIOS

Los principios permanentes de la doctrina social de la Iglesia constituyen los verdaderos y


propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica: se trata del principio de la dignidad de la
persona humana en el que cualquier otro principio y contenido de la doctrina social encuentra
fundamento del bien común, de la subsidiaridad y de la solidaridad.

Estos principios, expresión de la verdad íntegra sobre el hombre a través de la razón y de la fe,
brotan del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias con los problemas que surgen en la
vida de la sociedad. La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del Espíritu, reflexionando sabiamente
sobre la propia tradición de fe, ha podido dar a tales principios una fundación y configuración cada vez
más exactas, clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a las
exigencias de los tiempos y desarrollos de la vida social.

Estos principios tienen un carácter general y fundamental, porque se refieren a la realidad social
en su conjunto: desde las relaciones interpersonales caracterizadas por la proximidad y la inmediatez,
hasta aquellas mediadas por la política, por la economía y por el derecho; desde las relaciones entre
comunidades o grupos hasta las relaciones entre los pueblos y las Naciones. Su permanencia en el
tiempo y universalidad de significado, la Iglesia los señala como el primer y fundamental parámetro de
referencia para la interpretación y la valoración de los fenómenos sociales.

Los principios de la doctrina social, constituyen la primera articulación de la verdad de la


sociedad, que interpela toda conciencia e invita a interactuar libremente con las demás, en plena
corresponsabilidad con todos y respecto de todos. El hombre no puede evadir la cuestión de la verdad y
del sentido de la vida social, porque la sociedad no es una realidad extraña a su misma existencia

1.1.- PRINCIPIO Y BIEN COMÚN

La dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien
común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. Una
primera y vasta acepción, por bien común se entiende el conjunto de condiciones de la vida social, que
hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro pleno y fácil de la propia
perfección

El bien común no consiste en la simple suma de bienes particulares de cada sujeto del cuerpo
social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque solo juntos
es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del
individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización
del bien común.

El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral. Una
sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano es aquella que
se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el
hombre. Esta verdad le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y
relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien.

Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época y están
estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos
fundamentales. Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización
de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la
prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo,
derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte,
salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa.

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El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de
colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo. El bien común exige ser
servido plenamente, no según visiones reductivas subordinadas a las ventajas que cada uno puede
obtener, sino en base a una lógica que asume en toda su amplitud la correlativa responsabilidad.

El bien común corresponde a las inclinaciones más elevadas del hombre, pero es un bien arduo
de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el
bien propio. La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares,
también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política.

1.2.- DESTINO UNIVERSAL DE BIENES

Las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el principio del destino
universal de los bienes: Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres
y pueblos. Los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y la
compañía de la caridad. El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del
derecho universal al uso de los bienes.

Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su pleno desarrollo:
el principio del uso común de los bienes, es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social y
principio peculiar de la doctrina social cristiana. Es inherente a la persona concreta, a toda persona, y es
prioritario respecto a cualquier intervención humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico,
a cualquier sistema y método socioeconómico.

La actuación concreta del principio del destino universal de los bienes, según los diferentes
contextos culturales y sociales, implica una precisa definición de los modos, de los límites, de los objetos.
Destino y uso universal no significan que todo esté a disposición de cada uno o de todos, ni tampoco que
la misma cosa sirva o pertenezca a cada uno o a todos los seres humanos.

El principio del destino universal de los bienes invita a cultivar una visión de la economía
inspirada en valores morales que permitan tener siempre presente el origen y la finalidad de tales bienes,
para realizar un mundo justo y solidario, en el que la creación de la riqueza pueda asumir una función
positiva. La riqueza presenta en la multiplicidad de las formas que pueden expresarla como resultado de
un proceso productivo de elaboración técnico económica de los recursos naturales y derivados.

La propiedad privada y las otras formas de dominio privado de los bienes aseguran a cada cual
una zona necesaria para la autonomía personal y familiar y deben ser considerados como ampliación de
la libertad humana. La propiedad privada es un elemento esencial de una política económica
auténticamente social y democrática y es garantía de un recto orden social.

El proceso de desarrollo económico y social adquiere notable relieve formas de propiedad


desconocidas en el pasado, no se pueden olvidar, las tradicionales. La propiedad individual también la
antigua forma de propiedad comunitaria que, presente también en los países económicamente
avanzados, caracteriza de modo peculiar la estructura social de numerosos pueblos indígenas. Es una
forma de propiedad que incide profundamente en la vida económica, cultural y política de pueblos, hasta
el punto de constituir un elemento fundamental para su supervivencia y bienestar.

Destino universal de los bienes y opción preferencial por los pobres. El principio del destino
universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se
encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de
vida les impiden un crecimiento adecuado. Esta es una opción o una forma especial de primacía en el
ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio la tradición de la Iglesia.

1.3.- PRINCIPIO DE SUBSIDIARIDAD

La subsidiaridad está entre las directrices constantes y características de la doctrina social de la


Iglesia, presente desde la primera gran encíclica social. Es imposible promover la dignidad de la

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persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en
definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo,
profesional, político.

La exigencia de tutelar y de promover las expresiones originarias de la sociabilidad es subrayada


por la Iglesia en la encíclica en la que el principio de subsidiaridad se indica como principio
importantísimo de la filosofía social. Como no se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo
que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, constituyendo un grave perjuicio y
perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y
proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada.

El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias sociales
superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar
sus tareas. Este principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de
original que ofrecer a la comunidad. La experiencia constata que la negación de la subsidiaridad, o su
limitación en nombre de una pretendida democratización o igualdad de todos en la sociedad, limita y
anula el principio de libertad e iniciativa.

La actuación del principio de subsidiaridad corresponden: el respeto y la promoción efectiva del


primado de la persona y de la familia; la valoración de las asociaciones y de las organizaciones
intermedias, en sus opciones fundamentales y en todas aquellas que no pueden ser delegadas o
asumidas por otros; el impulso ofrecido a la iniciativa privada, a fin que cada organismo social
permanezca, con las propias peculiaridades, al servicio del bien común; la articulación pluralista de la
sociedad y la representación de sus fuerzas vitales.

1.4. PARTICIPACIÓN COMO DERECHO CIUDADANO

Consecuencia característica de la subsidiaridad es la participación, que se expresa, en una serie


de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por
medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la
comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir, en modo
responsable y con vistas al bien común.

La participación no puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida


social, dada su importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en ámbitos como el mundo del
trabajo y de las actividades económicas en sus dinámicas internas, la información y la cultura y, la vida
social y política hasta los niveles más altos, como son aquellos de los que depende la colaboración de
los pueblos en la edificación de una comunidad internacional solidaria.

La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del


ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino
también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores
garantías de permanencia de la democracia.

La participación puede lograrse en todas las relaciones posibles entre el ciudadano y las
instituciones: se debe prestar particular atención a los contextos históricos y sociales en los que la
participación debería actuarse verdaderamente. La superación de los obstáculos culturales, jurídicos y
sociales que con frecuencia se interponen, como verdaderas barreras, a la participación solidaria de los
ciudadanos en los destinos de la propia comunidad, requiere una obra informativa y educativa.

1.5.- PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD

La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, a la


igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una
unidad cada vez más convencida. Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del vínculo
de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que se manifiesta a todos los niveles.

La vertiginosa multiplicación de las vías y de los medios de comunicación, como las

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telecomunicaciones, los extraordinarios progresos de la informática, el aumento de los intercambios


comerciales y de las informaciones son testimonio de que por primera vez desde el inicio de la historia de
la humanidad ahora es posible, al menos técnicamente, establecer relaciones entre personas lejanas o
desconocidas.

El proceso de aceleración de la interdependencia entre las personas y los pueblos debe estar
acompañado por un crecimiento en el plano ético-social intenso, para así evitar las nefastas
consecuencias de una situación de injusticia de dimensiones planetarias, con repercusiones negativas
incluso en los mismos países actualmente más favorecidos.

2.- VALORES FUNDAMENTALES DE LA VIDA SOCIAL


La doctrina social de la Iglesia, además de los principios que deben presidir la edificación de una
sociedad digna del hombre, indica también valores fundamentales. La relación entre principios y valores
es de reciprocidad, en cuanto que los valores sociales expresan el aprecio que se debe atribuir a
aquellos determinados aspectos del bien moral que los principios se proponen conseguir, ofreciéndose
como puntos de referencia para la estructuración oportuna y la conducción ordenada de la vida social.

Los valores requieren, tanto de la práctica de los principios fundamentales de la vida social,
como el ejercicio personal de las virtudes y, por ende, las actitudes morales correspondientes a los
valores mismos. Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo
auténtico desarrollo favorecen a la verdad, la libertad, la justicia, el amor.

Su práctica es el camino seguro y para alcanzar la perfección personal y una convivencia social
más humana; constituyen la referencia imprescindible para los responsables de la vida pública, llamados
a realizar las reformas sustanciales de las estructuras económicas, políticas, culturales y tecnológicas, y
los cambios necesarios en las instituciones.

A. VERDAD Los hombres tienen una especial obligación de tender continuamente hacia la
verdad, respetarla y atestiguarla responsablemente. Vivir en la verdad tiene un importante
significado en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una
comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando
se funda en la verdad. Las personas y los grupos sociales cuanto más se esfuerzan por
resolver los problemas sociales según la verdad, tanto más se alejan del arbitrio y se
adecúan a las exigencias objetivas de la moralidad.

B. LIBERTAD. La libertad es, en el hombre, signo eminente de la imagen divina y signo de la


sublime dignidad de cada persona humana. La libertad se ejercita en las relaciones entre los
seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural
de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada cual el
respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia
inseparable de la dignidad de la persona humana

C. JUSTICIA. La justicia es un valor que acompaña al ejercicio de la virtud moral cardinal.


Según su formulación clásica, consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al
prójimo lo que les es debido. Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la
actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona, mientras que desde
el punto de vista objetivo, constituye el criterio determinante de la moralidad en el ámbito
intersubjetivo y social.

La justicia resulta importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de


sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida
tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener. La justicia, conforme a estos
criterios, es considerada de forma reducida, mientras que adquiere un significado más pleno y auténtico
en la antropología cristiana.

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2.1.- FAMILIA PRIMERA SOCIEDAD NATURAL

La importancia y la centralidad de la familia, en orden a la persona y a la sociedad, está


repetidamente subrayada en la Sagrada Escritura. En la familia se aprende a conocer el amor y la
fidelidad del Señor, así como la necesidad de corresponderle; los hijos aprenden las primeras y más
decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes.

Jesús nació y vivió en una familia concreta aceptando todas sus características propias y dio así
una excelsa dignidad a la institución matrimonial, constituyéndola como sacramento de la nueva alianza.
En esta perspectiva, la pareja encuentra su plena dignidad y la familia su solidez.

La familia, nacida de la íntima comunión de vida y de amor conyugal fundada sobre el


matrimonio entre un hombre y una mujer, posee una específica y original dimensión social, en cuanto
lugar primario de relaciones interpersonales, célula primera y vital de la sociedad: es una institución
divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social.

a) Importancia para la persona. La familia es importante y central en relación a la persona.


En esta cuna de la vida y del amor, el hombre nace y crece. Cuando nace un niño, la
sociedad recibe el regalo de una nueva persona, que está llamada, desde lo más íntimo de
sí a la comunión con los demás y a la entrega a los demás. En la familia, por tanto, la
entrega recíproca del hombre y mujer unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el
cual el niño puede desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y
prepararse a afrontar su destino único e irrepetible.

b) Importancia de la familia para la sociedad. La familia, comunidad natural en donde se


experimenta la sociabilidad humana, contribuye en modo único e insustituible al bien de la
sociedad. La comunidad familiar nace de la comunión de las personas. La comunión se
refiere a la relación personal entre el yo y el tú. La familia, comunidad de personas, es por
consiguiente la primera sociedad humana

Una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo
individualista o colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de la atención en cuanto fin y
nunca como medio. Es evidente que el bien de las personas y el buen funcionamiento de la sociedad
están estrechamente relacionados con la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. Sin familias
fuertes en la comunión y estables en el compromiso, los pueblos se debilitan.

En la familia se inculcan desde los primeros años de vida los valores morales, se transmite el
patrimonio espiritual de la comunidad religiosa y el patrimonio cultural de la Nación. En ella se aprenden
las responsabilidades sociales y la solidaridad. La familia, al menos en su función procreativa, es la
condición misma de la existencia de aquéllos. En las demás funciones en pro de cada uno de sus
miembros, la familia precede, por su importancia y valor, a las funciones que la sociedad y el Estado
deben desempeñar.

Todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la
responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en sus relaciones con la familia, tienen la
obligación de atenerse al principio de subsidiaridad. En virtud de este principio, las autoridades públicas
no deben sustraer a la familia las tareas que puede desempeñar sola o libremente asociada con otras
familias.

2.2.- MATRIMONIO FUNDAMENTO DE LA FAMILIA

La familia tiene su fundamento en la libre voluntad de los cónyuges de unirse en matrimonio,


respetando el significado y los valores propios de esta institución, que no depende del hombre, sino de
Dios mismo. La institución matrimonial fundada por el creador y en posesión de sus propias leyes, la
íntima comunidad conyugal de vida y amor.

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Nace, también para la sociedad, y se funda sobre la misma naturaleza del amor conyugal y
exclusivo, de persona a persona, comporta un compromiso definitivo expresado con el consentimiento
recíproco, irrevocable y público. Este compromiso pide que las relaciones entre los miembros de la
familia estén marcadas también por el sentido de la justicia y el respeto de los recíprocos derechos y
deberes.

Ningún poder puede abolir el derecho natural al matrimonio ni modificar sus características ni su
finalidad. El matrimonio tiene características propias, originarias y permanentes. A pesar de los
numerosos cambios que han tenido lugar a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras
sociales y actitudes espirituales, en todas las culturas existe un cierto sentido de la dignidad de la unión
matrimonial, aunque no siempre se trasluzca con la misma claridad.

El matrimonio tiene como rasgos característicos: la totalidad, en razón de la cual los cónyuges se
entregan recíprocamente en todos los aspectos de la persona, físicos y espirituales; la unidad y la
indisolubilidad y la fidelidad que exige la donación recíproca y definitiva; la fecundidad a la que
naturalmente está abierto.

La subjetividad social de las familias, tanto individualmente como asociadas, se expresa también
con manifestaciones de solidaridad y ayuda mutua, no sólo entre las mismas familias, sino también
mediante diversas formas de participación en la vida social y política. Se trata de la consecuencia de la
realidad familiar fundada en el amor: naciendo del amor y creciendo en él, la solidaridad pertenece a la
familia como elemento constitutivo y estructural.

Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la atención a cuantos viven en la
pobreza y en la indigencia, a los huérfanos, a los minusválidos, a los enfermos, a los ancianos, a quien
está de luto, a cuantos viven en la confusión, en la soledad o en el abandono; una solidaridad que se
abre a la acogida, a la tutela o a la adopción; que sabe hacerse voz ante las instituciones de cualquier
situación de carencia, para que intervengan según sus finalidades específicas.

Las familias tienen el derecho de formar asociaciones con otras familias e instituciones, con el fin
de cumplir la tarea familiar de manera apropiada y eficaz, así como defender los derechos, fomentar el
bien y representar los intereses de la familia. En el orden económico, social, jurídico y cultural, las
familias y las asociaciones familiares deben ver reconocido su propio papel en la planificación y el
desarrollo de programas que afectan a la vida familiar.

La relación que se da entre la familia y la vida económica es particularmente significativa. Por


una parte, la economía nació del trabajo doméstico: la casa ha sido por mucho tiempo, y todavía lo sigue
siendo, unidad de producción y centro de vida. El dinamismo de la vida económica, por otra parte, se
desarrolla a partir de la iniciativa de las personas y se realiza, como círculos concéntricos, en redes cada
vez más amplias de producción e intercambio de bienes y servicios.

La familia constituye uno de los puntos de referencia más importantes, según los cuales debe
formarse el orden socio ético del trabajo humano. Esta relación hunde sus raíces en la conexión que
existe entre la persona y su derecho a poseer el fruto de su trabajo y atañe no sólo a la persona como
individuo, sino también como miembro de una familia, entendida como sociedad doméstica

El trabajo es esencial en cuanto representa la condición que hace posible la fundación de una
familia, cuyos medios de subsistencia se adquieren mediante el trabajo. El trabajo condiciona también el
proceso de desarrollo de las personas, porque una familia afectada por la desocupación, corre el peligro
de no realizar plenamente sus finalidades.

2.3.- SOCIEDAD AL SERVICIO DE LA FAMILIA

El punto de partida para una relación correcta y constructiva entre la familia, y la sociedad es el
reconocimiento de la subjetividad y de la prioridad social de la familia. Esta íntima relación entre las dos
impone también que la sociedad no deje de cumplir su deber fundamental de respetar y promover la
familia misma. La sociedad y, en especial, las instituciones estatales, están llamadas a garantizar y
favorecer la genuina identidad de la vida familiar y a evitar y combatir todo lo que la altera y daña.

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Esto exige que la acción política y legislativa salvaguarde los valores de la familia, desde la
promoción de la intimidad y la convivencia familiar, hasta el respeto de la vida naciente y la efectiva
libertad de elección en la educación de los hijos. La sociedad y el Estado no pueden, ni absorber ni
sustituir, ni reducir la dimensión social de la familia; más bien deben honrarla, reconocerla, respetarla y
promoverla según el principio de subsidiaridad.

El servicio de la sociedad a la familia se concreta en el reconocimiento, el respeto y la promoción


de los derechos de la familia. Todo esto requiere la realización de auténticas y eficaces políticas
familiares, con intervenciones precisas, capaces de hacer frente a las necesidades que derivan de los
derechos de la familia como tal. En este sentido, es necesario como requisito previo, esencial e
irrenunciable, el reconocimiento no pueden merecer ni el nombre ni la condición de familia.

El reconocimiento, por parte de las instituciones civiles y del Estado, de la prioridad de la familia
sobre cualquier otra comunidad y sobre la misma realidad estatal, comporta superar las concepciones
meramente individualistas y asumir la dimensión familiar como perspectiva cultural y política,
irrenunciable en la consideración de las personas.

3.- TRABAJO HUMANO

El trabajo pertenece a la condición originaria del hombre y precede a su caída; no es, por ello, ni
un castigo ni una maldición. El trabajo debe ser honrado porque es fuente de riqueza o de condiciones
para una vida decorosa, y, en general, instrumento eficaz contra la pobreza. Pero no se debe ceder a la
tentación de idolatrarlo, porque en él no se puede encontrar el sentido último y definitivo de la vida.

El trabajo es esencial, pero es Dios, no el trabajo, la fuente de la vida y el fin del hombre. El
trabajo representa una dimensión fundamental de la existencia humana no sólo como participación en la
obra de la creación, sino también de la redención. Desde esta perspectiva, el trabajo puede ser
considerado como un medio de santificación y una animación de las realidades terrenas en el Espíritu de
Cristo.

La conciencia de la transitoriedad de la escena de este mundo no exime de ninguna tarea


histórica, mucho menos del trabajo, que es parte integrante de la condición humana, sin ser la única
razón de la vida. Ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe
sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás.

Con el trabajo y la laboriosidad, el hombre, partícipe del arte y de la sabiduría divina, embellece
la creación, el cosmos ya ordenado por el Padre; suscita las energías sociales y comunitarias que
alimentan el bien común, en beneficio sobre todo de los más necesitados. El trabajo humano, orientado
hacia la caridad, se convierte en medio de contemplación, se transforma en oración devota, en vigilante
ascesis y en anhelante esperanza del día que no tiene ocaso.

3.1.- DIGNIDAD DEL TRABAJO

El trabajo humano tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo, es el
conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir,
para dominar la tierra, según las palabras del libro del Génesis. El trabajo en sentido subjetivo, es el
actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al
proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal.

El trabajo en sentido objetivo constituye el aspecto contingente de la actividad humana, que varía
incesantemente en sus modalidades con la mutación de las condiciones técnicas, culturales, sociales y
políticas. El trabajo en sentido subjetivo se configura, en cambio, como su dimensión estable, porque no
depende de lo que el hombre realiza concretamente, ni del tipo de actividad que ejercita, sino sólo y
exclusivamente de su dignidad de ser personal.

El trabajo humano no solamente procede de la persona, sino que está también esencialmente
ordenado y finalizado a ella. Independientemente de su contenido objetivo, el trabajo debe estar

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orientado hacia el sujeto que lo realiza, porque la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo, es siempre el
hombre. Aun cuando no se puede ignorar la importancia del componente objetivo del trabajo desde el
punto de vista de su calidad, esta componente, sin embargo, está subordinada a la realización del
hombre.

El trabajo humano posee también una intrínseca dimensión social. El trabajo de un hombre, en
efecto, se vincula naturalmente con el de otros hombres: Hoy, principalmente, el trabajar es trabajar con
otros y trabajar para otros: es un hacer algo para alguien. También los frutos del trabajo son ocasión de
intercambio, de relaciones y de encuentro.

3.2.- RELACIONES ENTRE TRABAJO Y CAPITAL

El trabajo, por su carácter subjetivo o personal, es superior a cualquier otro factor de producción.
Este principio vale, en particular, con respeto al capital. En la actualidad, el término capital tiene diversas
acepciones: en ciertas ocasiones indica los medios materiales de producción de una empresa; en otras,
los recursos financieros invertidos en una iniciativa productiva o también, en operaciones de mercados
bursátiles.

La doctrina social ha abordado las relaciones entre trabajo y capital destacando la prioridad del
primero sobre el segundo, así como su complementariedad. El trabajo tiene una prioridad intrínseca con
respecto al capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa
instrumental. Este principio es una verdad evidente, que se deduce de toda la experiencia histórica del
hombre.
En la reflexión acerca de las relaciones entre trabajo y capital, sobre todo ante las imponentes
transformaciones de nuestro tiempo, se debe considerar que el recurso principal y el factor decisivo de
que dispone el hombre es el hombre mismo y que el desarrollo integral de la persona humana en el
trabajo no contradice, sino que favorece más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo.

El mundo del trabajo, está descubriendo cada vez más que el valor del capital humano reside en
los conocimientos de los trabajadores, en su disponibilidad a establecer relaciones, en la creatividad, en
la capacidad de afrontar conscientemente lo nuevo, de trabajar juntos y de saber perseguir objetivos
comunes. La relación entre trabajo y capital presenta, a menudo, los rasgos del conflicto, que adquiere
caracteres nuevos con los cambios en el contexto social y económico. Ayer, el conflicto entre capital y
trabajo se originaba, sobre todo, por el hecho de que los trabajadores, ofreciendo sus fuerzas para el
trabajo, las ponían a disposición del grupo de los empresarios, y que éste, guiado por el principio del
máximo rendimiento, trataba de establecer el salario más bajo posible para el trabajo realizado por los
obreros.

3.3.- TRABAJO Y PARTICIPACIÓN OBRERA

La relación entre trabajo y capital se realiza también mediante la participación de los trabajadores
en la propiedad, en su gestión y en sus frutos. Esta es una exigencia frecuentemente olvidada, que es
necesario, valorar mejor: debe procurarse que toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga
pleno título a considerarse, al mismo tiempo, copropietario de esa especie de gran taller de trabajo en el
que se compromete con todos.

La nueva organización del trabajo, en la que el saber cuenta más que la sola propiedad de los
medios de producción, confirma de forma concreta que el trabajo, por su carácter subjetivo, es título de
participación: es indispensable aceptar firmemente esta realidad para valorar la justa posición del trabajo
en el proceso productivo y para encontrar modalidades de participación conformes a la subjetividad del
trabajo en la peculiaridad de las diversas situaciones concretas.

3.4.- TRABAJO Y PROPIEDAD PRIVADA

El Magisterio social de la Iglesia estructura la relación entre trabajo y capital también respecto a
la institución de la propiedad privada, al derecho y al uso de ésta. El derecho a la propiedad privada está

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subordinado al principio del destino universal de los bienes y no debe constituir motivo de impedimento al
trabajo y al desarrollo de otros.

La propiedad, que se adquiere sobre todo mediante el trabajo, debe servir al trabajo. Esto vale
de modo particular para la propiedad de los medios de producción; pero el principio concierne también a
los bienes propios del mundo financiero, técnico, intelectual y personal.

Los medios de producción no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ser ni siquiera
poseídos para poseer. Su posesión se vuelve ilegítima cuando o sirve para impedir el trabajo de los
demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza
social, sino más bien de su limitación, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la
solidaridad en el mundo laboral.

La propiedad privada y pública, así como los diversos mecanismos del sistema económico, de-
ben estar predispuestas para garantizar una economía al servicio del hombre, de manera que con-
tribuyan a poner en práctica el principio del destino universal de los bienes. En esta perspectiva ad-
quiere gran importancia la cuestión relativa a la propiedad y al uso de las nuevas tecnologías y
conocimientos que constituyen, en nuestro tiempo, una forma particular de propiedad, no menos
importante que la propiedad de la tierra y del capital.

Estos recursos, como todos los demás bienes, tienen un destino universal; por lo tanto deben
también insertarse en un contexto de normas jurídicas y de reglas sociales que garanticen su uso
inspirado en criterios de justicia, equidad y respeto de los derechos del hombre. Los nuevos
conocimientos y tecnologías, gracias a sus enormes potencialidades, pueden contribuir en modo decisivo
a la promoción del progreso social, pero pueden convertirse en factor de desempleo y ensanchamiento
de la distancia entre zonas desarrolladas y subdesarrolladas, si permanecen concentrados en los países
más ricos o en manos de grupos reducidos de poder.

3.5.- DERECHO AL TRABAJO

El trabajo es un derecho fundamental y un bien para el hombre, un bien útil, digno de él, porque
es idóneo para expresar y acrecentar la dignidad humana. La Iglesia enseña el valor del trabajo no sólo
porque es siempre personal, sino también por el carácter de necesidad. El trabajo es necesario para
formar y mantener una familia, adquirir el derecho a la propiedad y contribuir al bien común de la familia
humana.

La consideración de las implicaciones morales que la cuestión del trabajo comporta en la vida
social, lleva a la Iglesia a indicar la desocupación como una verdadera calamidad social sobre todo en
relación con las jóvenes generaciones. El trabajo es un bien de todos, que debe estar disponible para
todos aquellos capaces de él.

La plena ocupación es, por tanto, un objetivo obligado para todo ordenamiento económico
orientado a la justicia y al bien común. Una sociedad donde el derecho al trabajo sea anulado o
sistemáticamente negado y donde las medidas de política económica no permitan a los trabajadores
alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz
social.

La capacidad propulsora de una sociedad orientada hacia el bien común y proyectada hacia el
futuro se mide también, y sobre todo, a partir de las perspectivas de trabajo que puede ofrecer. El alto
índice de desempleo, la presencia de sistemas de instrucción obsoletos y la persistencia de dificultades
para acceder a la formación y al mercado de trabajo constituyen para muchos, sobre todo jóvenes, un
grave obstáculo en el camino de la realización humana y profesional.

La conservación del empleo depende cada vez más de las capacidades profesionales. El
sistema de instrucción y de educación no debe descuidar la formación humana y técnica, necesaria para
desarrollar con provecho las tareas requeridas. La necesidad cada vez más difundida de cambiar varias
veces de empleo a lo largo de la vida, impone al sistema educativo favorecer la disponibilidad de las

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personas a una actualización permanente y una reiterada cualifica.

Los jóvenes deben aprender a actuar autónomamente, a hacerse capaces de asumir


responsablemente la tarea de afrontar con la competencia adecuada los riesgos vinculados a un
contexto económico cambiante y frecuentemente imprevisible en sus escenarios de evolución. Los
problemas de la ocupación reclaman las responsabilidades del Estado, al cual compete el deber de
promover políticas que activen el empleo, que favorezcan la creación de oportunidades de trabajo en el
territorio nacional, incentivando para ello el mundo productivo.

El deber del Estado no consiste tanto en asegurar directamente el derecho al trabajo de todos
los ciudadanos, constriñendo toda la vida económica y sofocando la libre iniciativa de las personas,
cuanto sobre todo en secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que aseguren
oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentos de crisis.

Teniendo en cuenta las dimensiones planetarias que han asumido vertiginosamente las
relaciones económico-financieras y el mercado de trabajo, se debe promover una colaboración
internacional eficaz entre los estados, mediante tratados, acuerdos y planes de acción comunes que
salvaguarden el derecho al trabajo, incluso en las fases más críticas del ciclo económico, a nivel nacional
e internacional.

3.6.- MUJERES Y DERECHO AL TRABAJO

El genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello se ha de
garantizar la presencia de las mujeres en el ámbito laboral. El primer e indispensable paso en esta
dirección es la posibilidad concreta de acceso a la formación profesional. El reconocimiento y la tutela de
los derechos de las mujeres en este ámbito dependen, de la organización del trabajo, que debe tener en
cuenta la dignidad y la vocación de la mujer, la promoción exige que el trabajo se estructure de manera
que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico y en perjuicio de la familia, en
la que como madre tiene un papel insustituibles.

La persistencia de muchas formas de discriminación que ofenden la dignidad y vocación de la


mujer en la esfera del trabajo, se debe a una larga serie de condicionamientos perniciosos para la mujer,
que ha sido y es todavía olvidada en sus prerrogativas, marginada e incluso reducida a esclavitud. Estas
dificultades, desafortunadamente, no han sido superadas, como lo demuestran en todo el mundo las
diversas situaciones que humillan a la mujer, sometiéndola a formas de verdadera y propia explotación.

3.7.- EMIGRACIÓN Y TRABAJO

La inmigración puede ser un recurso más que un obstáculo para el desarrollo. En el mundo
actual, en el que el desequilibrio entre países ricos y países pobres se agrava y el desarrollo de las
comunicaciones reduce rápidamente las distancias, crece la emigración de personas en busca de
mejores condiciones de vida, procedentes de las zonas menos favorecidas de la tierra; su llegada a los
países desarrollados, a menudo es percibida como una amenaza para los elevados niveles de bienestar,
alcanzados gracias a decenios de crecimiento económico.

Las instituciones de los países que reciben inmigrantes deben vigilar cuidadosamente para que
no se difunda la tentación de explotar a los trabajadores extranjeros, privándoles de los derechos
garantizados a los trabajadores nacionales, que deben ser asegurados a todos sin discriminaciones. La
regulación de los flujos migratorios según criterios de equidad y de equilibrio es una de las condiciones
indispensables para conseguir que la inserción se realice con las garantías que exige la dignidad de la
persona humana.

Los cambios profundos y radicales que se presentan en el ámbito social y cultural que afectan a
la agricultura y a todo el mundo rural, precisan con urgencia una profunda reflexión sobre el significado
del trabajo agrícola y sus múltiples dimensiones. Se trata de un desafío de gran importancia, que debe

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afrontarse con políticas agrícolas y ambientales capaces de superar una cierta concepción residual y
asistencial, y de elaborar nuevos procedimientos para lograr una agricultura moderna, que esté en
condiciones de desempeñar un papel significativo en la vida social y económica.

En algunos países es indispensable una redistribución de la tierra, en el marco de políticas


eficaces de reforma agraria, con el fin de eliminar el impedimento que supone el latifundio improductivo,
condenado por la doctrina social de la Iglesia, para alcanzar un auténtico desarrollo económico. Los
países en vías de desarrollo pueden contrarrestar eficazmente el proceso actual de concentración de la
propiedad de la tierra si hacen frente a algunas situaciones que se presentan como auténticos nudos
estructurales.

3.8.- DERECHO DE LOS TRABAJADORES

Los derechos de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la naturaleza de
la persona humana y en su dignidad trascendente. El Magisterio Social de la Iglesia ha considerado
oportuno enunciar algunos de ellos, indicando la conveniencia de su reconocimiento en los
ordenamientos jurídicos: el derecho a una justa remuneración; el derecho al descanso; el derecho a
ambientes de trabajo y a procesos productivos que no comporten perjuicio a la salud física de los
trabajadores y no dañen su integridad moral, el derecho a que sea salvaguardada la propia personalidad
en el lugar de trabajo.

La remuneración es el instrumento más importante para practicar la justicia en las relaciones


laborales. El bienestar económico de un país no se mide exclusivamente por la cantidad de bienes
producidos, sino también teniendo en cuenta el modo en que son producidos y el grado de equidad en la
distribución de la renta, que debería permitir a todos disponer de lo necesario para el desarrollo y el
perfeccionamiento de la propia persona.

Una justa distribución del rédito debe establecerse no sólo en base a los criterios de justicia
conmutativa, sino también de justicia social. Un bienestar económico auténtico se alcanza también por
medio de adecuadas políticas sociales de redistribución de la renta que, teniendo en cuenta las
condiciones generales, consideren oportunamente los méritos y las necesidades de todos los
ciudadanos.

La doctrina social reconoce la legitimidad de la huelga. La huelga, una de las conquistas más
costosas del movimiento sindical, se puede definir como el rechazo colectivo y concertado, por parte de
los trabajadores, a seguir desarrollando sus actividades, con el fin de obtener, por medio de la presión
así realizada sobre los patrones, sobre el Estado y sobre la opinión pública, mejoras en sus condiciones
de trabajo y en su situación social.

La huelga, aun cuando aparezca como una especie de ultimátum, debe ser siempre un método
pacífico de reivindicación y de lucha por los propios derechos; resulta moralmente inaceptable cuando va
acompañada de violencias cuando se lleva a cabo en función de objetivos no directamente vinculados
con las condiciones del trabajo o contrarios al bien común

El contexto socioeconómico actual, caracterizado por procesos de globalización económico-


financiera cada vez más rápidos, requiere la renovación de los sindicatos. En la actualidad, los sindicatos
están llamados a actuar en formas nuevas, ampliando su radio de acción de solidaridad de modo que
sean tutelados, además de las categorías laborales tradicionales, los trabajadores con contratos atípicos
o a tiempo determinado; los trabajadores con un puesto de trabajo en peligro a causa de las fusiones de
empresas, cada vez más frecuentes, incluso a nivel internacional; los desempleados, los inmigrantes, los
trabajadores temporales.

Ante los cambios introducidos en el mundo del trabajo, la solidaridad se podrá recuperar, e
incluso fundarse mejor que en el pasado, si se actúa para volver a descubrir el valor subjetivo del trabajo:
Hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Por ello, son
siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con
los hombres del trabajo.

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4.- PRINCIPIO SOCIAL Y ECONOMÍA

La actividad económica y el progreso material deben ponerse al servicio del hombre y de la


sociedad: dedicándose a ellos con la fe, la esperanza y la caridad de los discípulos de Cristo, la
economía y el progreso pueden transformarse en lugares de salvación y de santificación. También en
estos ámbitos es posible expresar un amor y una solidaridad más que humanos y contribuir al
crecimiento de una humanidad nueva, que prefigure el mundo de los últimos tiempos.

Los bienes, aun cuando son poseídos legítimamente, conservan siempre un destino universal.
Toda forma de acumulación indebida es inmoral, porque se halla en abierta contradicción con el destino
universal que Dios creador asignó a todos los bienes. La salvación cristiana es una liberación integral del
hombre, liberación de la necesidad, pero también de la posesión misma.

Las riquezas son un bien que viene de Dios: quien lo posee lo debe usar y hacer circular, de
manera que también los necesitados puedan gozar de él; el mal se encuentra en el apego desordena- do
a las riquezas, en el deseo de acapararlas. La riqueza, explica es como el agua que brota cada vez más
pura de la fuente si se bebe de ella con frecuencia, mientras que se pudre si la fuente permanece
inutilizada.

4.1.- ECONOMIA Y MORAL

La doctrina social de la Iglesia insiste en la connotación moral de la economía. Las leyes


llamadas económicas, fundadas sobre la naturaleza de las cosas y en la índole del cuerpo y del alma
humanos, establecen, desde luego, con toda certeza qué fines no y cuáles sí, y con qué medios, puede
alcanzar la actividad humana dentro del orden económico; pero la razón también, apoyándose
igualmente en la naturaleza de las cosas y del hombre, individual y socialmente considerado, demuestra
claramente que a ese orden económico en su totalidad le ha sido prescrito un fin por Dios Creador.

La relación entre moral y economía es necesaria e intrínseca: actividad económica y


comportamiento moral se compenetran íntimamente. La necesaria distinción entre moral y economía no
comporta una separación entre los dos ámbitos, sino al contrario, una reciprocidad importante. Así como
en el ámbito moral se deben tener en cuenta las razones y las exigencias de la economía, la actuación
en el campo económico debe estar abierta a las instancias morales.

Dar el justo y debido peso a las razones propias de la economía no significa rechazar como
irracional toda consideración de orden meta económico, precisamente porque el fin de la economía no
está en la economía misma, sino en su destinación humana y social. A la economía, tanto en el ámbito
científico, como en el nivel práctico, no se le confía el fin de la realización del hombre y de la buena
convivencia humana, sino una tarea parcial: la producción, la distribución y el consumo de bienes
materiales y de servicios.

La dimensión moral de la economía hace entender que la eficiencia económica y la promoción


de un desarrollo solidario de la humanidad son finalidades estrechamente vinculadas, más que
separadas o alternativas. La moral, constitutiva de la vida económica, no es ni contraria ni neutral:
cuando se inspira en la justicia y la solidaridad, constituye un factor de eficiencia social para la misma
economía.

Es un deber desarrollar de manera eficiente la actividad de producción de los bienes, de otro


modo se desperdician recursos; pero no es aceptable un crecimiento económico obtenido con
menoscabo de los seres humanos, de grupos sociales y pueblos enteros, condenados a la indigencia y a
la exclusión.

La expansión de la riqueza, visible en la disponibilidad de bienes y servicios, y la exigencia moral


de una justa difusión de estos últimos deben estimular al hombre y a la sociedad en su conjunto a
practicar la virtud esencial de la solidaridad, para combatir con espíritu de justicia y de caridad,

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dondequiera que existan, las estructuras de pecado que generan y mantienen la pobreza, el
subdesarrollo y la degradación.

Para asumir un perfil moral, la actividad económica debe tener como sujetos a todos los hombres
y a todos los pueblos. Todos tienen el derecho de participar en la vida económica y el deber de
contribuir, según sus capacidades, al progreso del propio país y de la entera familia humana. Si, en
alguna medida, cada uno tiene el deber de comprometerse en el desarrollo económico de todos: es un
deber de solidaridad y de justicia, pero también es la vía mejor para hacer progresar a toda la
humanidad.

Objeto de la economía es la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en términos no


sólo cuantitativos, sino cualitativos: todo lo cual es moralmente correcto si está orientado al desarrollo
global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive y trabaja. En la perspectiva del desarrollo
integral y solidario, se puede apreciar justamente la valoración moral que la doctrina social hace sobre la
economía de mercado, o simplemente economía libre.

4.2.- INICIATIVA PRIVADA Y EMPRESA

La doctrina social de la Iglesia considera la libertad de la persona en campo económico un valor


fundamental y un derecho inalienable que hay que promover y tutelar: Cada uno tiene el derecho de
iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos para contribuir a una abundancia
provechosa para todos, y para recoger los justos frutos de sus esfuerzos.

Esta enseñanza pone en guardia contra las consecuencias negativas que se derivarían de la
restricción o de la negación del derecho de iniciativa económica. La experiencia demuestra que la
negación de tal derecho o su limitación en nombre de una pretendida igualdad de todos en la sociedad
reduce o destruye de hecho el espíritu de iniciativa, la subjetividad creativa del ciudadano.

En este sentido, la libre y responsable iniciativa en campo económico puede definirse también
como un acto que revela la humanidad del hombre en cuanto sujeto creativo y relacional. La iniciativa
económica debe gozar, por tanto, de un espacio amplio. El Estado tiene la obligación moral de imponer
vínculos restrictivos sólo en orden a las incompatibilidades entre la persecución del bien común y el tipo
de actividad económica puesta en marcha, o sus modalidades de desarrollo.

La empresa debe caracterizarse por la capacidad de servir al bien común de la sociedad


mediante la producción de bienes y servicios útiles. En esta producción de bienes y servicios con una
lógica de eficiencia y de satisfacción de los intereses de los diversos sujetos implicados, la empresa crea
riqueza para toda la sociedad: no sólo para los propietarios, sino también para los demás sujetos
interesados en su actividad.

Además de esta función típicamente económica, la empresa desempeña también una función
social, creando oportunidades de encuentro, de colaboración, de valoración de las capacidades de las
personas implicadas. En la empresa, la dimensión económica es condición para el logro de objetivos no
sólo económicos, sino también sociales y morales.

El objetivo de la empresa se debe llevar a cabo en términos y con criterios económicos, pero sin
descuidar los valores auténticos que permiten el desarrollo concreto de la persona y de la sociedad. En
esta visión personalista y comunitaria, la empresa no puede considerarse únicamente como una
sociedad de capitales; es una sociedad de personas, en la que entran a formar parte de manera diversa
y con responsabilidades los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su
trabajo.

Los componentes de la empresa deben ser conscientes de que la comunidad en la que trabajan
representa un bien para todos y no una estructura que permite satisfacer exclusivamente los intereses
personales de alguno. Sólo esta conciencia permite llegar a construir una economía verdaderamente al
servicio del hombre y elaborar un proyecto de cooperación real entre las partes sociales.

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La doctrina social reconoce la justa función del beneficio, como primer indicador del buen
funcionamiento de la empresa, cuando una empresa da beneficios significa que los factores pro- ductivos
han sido utilizados adecuadamente. Esto no puede hacer olvidar el hecho que no siempre el beneficio
indica que la empresa esté sirviendo adecuadamente a la sociedad. Esto sucede cuando la empresa
opera en sistemas socioculturales caracterizados por la explotación de las personas, propensos a rehuir
las obligaciones de justicia social y a violar los derechos de los trabajadores.

La empresa se mueve hoy en el marco de escenarios económicos de dimensiones cada vez más
amplias, donde los Estados nacionales tienen una capacidad limitada de gobernar los rápidos procesos
de cambio que afectan a las relaciones económico-financieras internacionales; esta situación induce a
las empresas a asumir responsabilidades nuevas y mayores con respecto al pasado.

4.3.- PAPEL DEL EMPRESARIO

La iniciativa económica es expresión de la inteligencia humana y de la exigencia de responder a


las necesidades del hombre con creatividad y en colaboración. El papel del empresario y del dirigente
reviste una importancia central desde el punto de vista social, porque se sitúan en el corazón de la red
de vínculos técnicos, comerciales, financieros y culturales, que caracterizan la moderna realidad de la
empresa.

Puesto que las decisiones empresariales producen, en razón de la complejidad creciente de la


actividad empresarial, múltiples efectos conjuntos de gran relevancia no sólo económica, sino también
social, el ejercicio de las responsabilidades empresariales y directivas exige, de un esfuerzo continuo de
actualización específica, una constante reflexión sobre los valores morales que deben guiar las opciones
personales de quien está investido de tales funciones.

Los empresarios y los dirigentes no pueden tener en cuenta exclusivamente el objetivo


económico de la empresa, los criterios de la eficiencia económica, las exigencias del cuidado del capital
como conjunto de medios de producción: el respeto concreto de la dignidad humana de los trabajadores
que laboran en la empresa, es también su deber preciso. Las personas constituyen el patrimonio más
valioso de la empresa el factor decisivo de la producción.

La doctrina social insiste en la necesidad de que el empresario y el dirigente se comprometan a


estructurar la actividad laboral en sus empresas de modo que favorezcan la familia, a las madres de
familia en el ejercicio de sus tareas; a la luz de una visión integral del hombre y del desarrollo, la
demanda de calidad de la mercancía que se produce y se consume; calidad de los servicios públicos que
se disfrutan; calidad del ambiente y de la vida en general, que inviertan, en caso de que se den las
condiciones económicas y de estabilidad política.

4.4.- ECONOMÍA AL SERVICIO DEL HOMBRE

Una de las cuestiones prioritarias en economía es el empleo de los recursos, de todos aquellos
bienes y servicios a los que los sujetos económicos, productores y consumidores, privados y públicos,
atribuyen un valor debido a su inherente utilidad en el campo de la producción y del consumo. Los
recursos son cuantitativamente escasos en la naturaleza, lo que implica, que el sujeto económico
particular, así como la sociedad, tengan que inventar alguna estrategia para emplearlos del modo más
racional posible, siguiendo una lógica dictada por el principio de economicidad.

De esto dependen tanto la efectiva solución del problema económico más general, y
fundamental, de la limitación de los medios con respecto a las necesidades individuales y sociales,
privadas y públicas, cuanto la eficiencia global, estructural y funcional, del entero sistema económico. Tal
eficiencia apela directamente a la responsabilidad y la capacidad de diversos sujetos, como el mercado,
el Estado y los cuerpos sociales intermedios.

El libre mercado es una institución socialmente importante por su capacidad de garantizar


resultados eficientes en la producción de bienes y servicios. Históricamente, el mercado ha dado prueba

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de saber iniciar y sostener, a largo plazo, el desarrollo económico. Existen buenas razones para retener
que, en muchas circunstancias, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos
y responder eficazmente a las necesidades.

La doctrina social de la Iglesia aprecia las seguras ventajas que ofrecen los mecanismos del libre
mercado, tanto para utilizar mejor los recursos, como para agilizar el intercambio de productos: estos
mecanismos, sobre todo, dan la primacía a la voluntad y a las preferencias de la persona, que, en el
contrato, se confrontan con las de otras personas

El libre mercado no puede juzgarse prescindiendo de los fines que persigue y de los valores que
transmite a nivel social. El mercado, no puede encontrar en sí mismo el principio de la propia
legitimación. Pertenece a la conciencia individual y a la responsabilidad pública establecer una justa
relación entre medios y fines. La utilidad individual del agente económico, aunque legítima, no debe
jamás convertirse en el único objetivo.

La doctrina social de la Iglesia, aun reconociendo al mercado la función de instrumento


insustituible de regulación dentro del sistema económico, pone en evidencia la necesidad de sujetarlo a
finalidades morales que aseguren y, al mismo tiempo, circunscriban adecuadamente el espacio de su
autonomía. La idea que se pueda confiar sólo al mercado el suministro de todas las categorías de bienes
no puede compartirse, porque se basa en una visión reductiva de la persona y de la sociedad.

El mercado asume una función social relevante en las sociedades contemporáneas, por lo cual
es importante identificar sus mejores potencialidades y crear condiciones que permitan su concreto
desarrollo. Los agentes deben ser efectivamente libres para comparar, evaluar y elegir entre las di-
versas opciones. Sin embargo la libertad, en ámbito económico, debe estar regulada por un apropiado
marco jurídico, capaz de ponerla al servicio de la libertad humana integral: La libertad económica es
solamente un elemento de la libertad humana.

4.5.- ECONOMÍA Y ACCIÓN DEL ESTADO

La acción del Estado y demás poderes públicos debe conformarse al principio de subsidiaridad y
crear situaciones favorables al libre ejercicio de la actividad económica; debe también inspirarse en el
principio de solidaridad y establecer los límites a la autonomía de las partes para defender a la más débil.
La solidaridad sin subsidiaridad puede degenerar fácilmente en asistencialismo, mientras que la
subsidiaridad sin solidaridad corre el peligro de alimentar formas de localismo egoísta.

Para respetar estos dos principios fundamentales, la intervención del Estado en ámbito
económico no debe ser ni ilimitada, ni insuficiente, sino proporcionada a las exigencias reales de la
sociedad. El Estado tiene el deber de secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que
aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentos
de crisis.

La tarea fundamental del Estado en ámbito económico es definir un marco jurídico apto para
regular las relaciones económicas, con el fin de salvaguardar las condiciones fundamentales de una
economía libre, que presupone una cierta igualdad entre las partes, no sea que una de ellas supere
talmente en poder a la otra que la pueda reducir prácticamente a esclavitud.

La actividad económica, sobre todo en un contexto de libre mercado, no puede desarrollarse en


un vacío institucional, jurídico y político. Para llevar a cabo su tarea, el Estado debe elaborar una
oportuna legislación, pero también dirigir con circunspección las políticas económicas y sociales, sin
ocasionar un menoscabo en las diversas actividades de mercado, cuyo desarrollo debe permanecer libre
de superestructuras y constricciones autoritarias o, peor aún, totalitarias.

El libre mercado puede proporcionar efectos benéficos a la colectividad solamente en presencia


de una organización del Estado que defina y oriente la dirección del desarrollo económico, que haga
respetar reglas justas y transparentes, que intervenga también directamente, durante el tiempo
estrictamente necesario, en los casos en que el mercado no alcanza a obtener los resultados de
eficiencia deseados y cuando se trata de poner por obra el principio redistributivo.

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En efecto, en algunos ámbitos, el mercado no es capaz, apoyándose en sus propios


mecanismos, de garantizar una distribución equitativa de algunos bienes y servicios esenciales para el
desarrollo humano de los ciudadanos. El Estado puede instar a los ciudadanos y a las empresas para
que promuevan el bien común, disponiendo y practicando una política económica que favorezca la
participación de todos sus ciudadanos en las actividades productivas.

El respeto del principio de subsidiaridad debe impulsar a las autoridades públicas a buscar las
condiciones favorables al desarrollo de las capacidades de iniciativa individuales, de la autonomía y de la
responsabilidad personales de los ciudadanos, absteniéndose de cualquier intervención que pueda
constituir un condicionamiento indebido de las fuerzas empresariales.

El Estado, en este caso, resulta nocivo para la sociedad: una intervención directa demasiado
amplia termina por anular la responsabilidad de los ciudadanos y produce un aumento excesivo de los
aparatos públicos, guiados más por lógicas burocráticas que por el objetivo de satisfacer las necesidades
de las personas. Los ingresos fiscales y el gasto público asumen una importancia económica crucial para
la comunidad civil y política.

4.6.- PRINCIPIO DE AHORRO

Los consumidores, que en muchos casos disponen de amplios márgenes de poder adquisitivo,
superiores al umbral de subsistencia, pueden influir notablemente en la realidad económica con su libre
elección entre consumo y ahorro. En efecto, la posibilidad de influir sobre las opciones del sistema
económico está en manos de quien debe decidir sobre el destino de los propios recursos financieros.

Hoy, más que en el pasado, es posible evaluar las alternativas disponibles, no sólo en base al
rendimiento previsto a su grado de riesgo, sino también expresando un juicio de valor sobre los
proyectos de inversión que los recursos financiarán, conscientes de que la opción de invertir en un lugar
y no en otro, en un sector productivo en vez de en otro, es siempre una opción moral y cultural.

La utilización del propio poder adquisitivo debe ejercitarse en el contexto de las exigencias
morales de la justicia, de la solidaridad y de responsabilidades sociales precisas. No se debe olvidar el
deber de la caridad, el deber de ayudar con lo propio superfluo y, a veces, incluso con lo propio
necesario, para dar al pobre lo indispensable para vivir.

Esta responsabilidad confiere a los consumidores la posibilidad de orientar, gracias a la mayor


circulación de las informaciones, el comportamiento de los productores, mediante la decisión individual o
colectiva de preferir los productos de unas empresas en vez de otras, teniendo en cuenta no sólo los
precios y la calidad de los productos, sino también la existencia de condiciones correctas de trabajo en
las empresas.

El fenómeno del consumismo produce una orientación persistente hacia el tener en vez de hacia
el ser. El consumismo impide distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción
de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad
madura. Para contrastar este fenómeno es necesario esforzarse por construir estilos de vida, a tenor de
los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, que determinen las opciones del consumo,
de los ahorros y de las inversiones.

Es innegable que las influencias del contexto social sobre los estilos de vida son notables. El
desafío cultural, que hoy presenta el consumismo, debe ser afrontado en forma más incisiva, sobre todo
si se piensa en las generaciones futuras, que corren el riesgo de tener que vivir en un ambiente natural
esquilmado a causa de un consumo excesivo y desordenado.

4.6.- GLOBALIZACIÓN: OPORTUNIDADES Y RIESGOS

Nuestro tiempo está marcado por el complejo fenómeno de la globalización económico-


financiera, esto es, por un proceso de creciente integración de las economías nacionales, en el plano del
comercio de bienes y servicios y de las transacciones financieras, en el que un número cada vez mayor

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de operadores asume un horizonte global para las decisiones que debe realizar en función de las
oportunidades de crecimiento y de beneficio.

El nuevo horizonte de la sociedad global no se da tanto por la presencia simplemente de vínculos


económicos y financieros entre agentes nacionales que operan en países diversos, sino más bien por la
expansión y naturaleza absolutamente inéditas del sistema de relaciones que se está desarrollando.

Resulta cada vez más decisivo y central el papel de los mercados financieros, cuyas
dimensiones, a consecuencia de la liberalización del comercio y de la circulación de los capitales, se han
acrecentado enormemente con una velocidad impresionante, al punto de consentir a los operadores
desplazar en tiempo real, de una parte a la otra del planeta, grandes cantidades de capital.
Puede producir efectos potencialmente beneficiosos para toda la humanidad: entrelazándose
con el impetuoso desarrollo de las telecomunicaciones, el crecimiento de las relaciones económicas y
financieras ha permitido simultáneamente una notable reducción en los costos de las comunicaciones y
de las nuevas tecnologías, y una aceleración en el proceso de extensión a escala planetaria de los
intercambios comerciales y de las transacciones financieras.

Analizando el contexto actual, además de identificar las oportunidades que se abren en la era de
la economía global, se descubren también los riesgos ligados a las nuevas dimensiones de las
relaciones comerciales y financieras. No faltan, indicios reveladores de una tendencia al aumento de las
desigualdades, ya sea entre países avanzados y países en vías de desarrollo, ya sea al interno de los
países industrializados. La creciente riqueza económica, va acompañada de un crecimiento de la
pobreza relativa.

El crecimiento del bien común exige aprovechar las nuevas ocasiones de redistribución de la
riqueza entre las diversas áreas del planeta, a favor de las más necesitados, hasta ahora excluidas o
marginadas del progreso social y económico. El desafío consiste en asegurar una globalización en la
solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen. El mismo progreso tecnológico corre el riesgo
de repartir injustamente entre los países los propios efectos positivos.

Las innovaciones, pueden penetrar y difundirse en una colectividad determinada, si sus


potenciales beneficiarios alcanzan un grado mínimo de saber y de recursos financieros: es evidente que,
en presencia de fuertes disparidades entre los países en el acceso a los conocimientos técnico-
científicos y a los más recientes productos tecnológicos, el proceso de globalización termina por dilatar,
más que reducir, las desigualdades entre los países en términos de desarrollo económico y social.

Dada la naturaleza de las dinámicas en curso, la libre circulación de capitales no basta por sí
sola para favorecer el acercamiento de los países en vías de desarrollo a los países más avanzados. El
comercio representa un componente fundamental de las relaciones económicas internacionales,
contribuyendo de manera determinante a la especialización productiva y al crecimiento económico de los
diversos países. Hoy, más que nunca, el comercio internacional, si se orienta oportunamente, promueve
el desarrollo y es capaz de crear nuevas fuentes de trabajo y suministrar recursos útiles.

La doctrina social muchas veces ha denunciado las distorsiones del sistema de comercio
internacional que, a menudo, a causa de las políticas proteccionistas, discrimina los productos
procedentes de los países pobres y obstaculiza el crecimiento de actividades industriales y la
transferencia de tecnología hacia estos países. El continuo deterioro en los términos de intercambio de
las materias primas y la agudización de las diferencias entre países ricos y países pobres, ha impulsado
al magisterio a reclamar la importancia de los criterios éticos que deberían orientar las relaciones
económicas internacionales.

La persecución del bien común y el destino universal de los bienes; la equidad en las relaciones
comerciales; la atención a los derechos y a las necesidades de los más pobres en las políticas
comerciales y de cooperación internacional. La extensión de la globalización debe estar acompañada de
una toma de conciencia madura, por parte de las organizaciones de la sociedad civil, de las nuevas

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tareas a las que están llamadas a nivel mundial.

La globalización no debe ser un nuevo tipo de colonialismo. Debe respetar la diversidad de las
culturas que, en el ámbito de la armonía universal de los pueblos, constituyen las claves de
interpretación de la vida. En particular, no tiene que despojar a los pobres de lo que es más valioso para
ellos, incluidas sus creencias y prácticas religiosas, puesto que las convicciones religiosas auténticas son
la manifestación más clara de la libertad humana.

La solidaridad entre las generaciones exige que en la planificación global se actúe según el
principio del destino universal de los bienes, que hace moralmente ilícito y económicamente
contraproducente descargar los costos actuales sobre las futuras generaciones: moralmente ilícito,
porque significa no asumir las debidas responsabilidades, económicamente contraproducente porque la
corrección de los daños es más costosa que la prevención.

4.7. SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL

Los mercados financieros no son ciertamente una novedad de nuestra época: desde hace ya
mucho tiempo, de diversas formas, se ocuparon de responder a la exigencia de financiar actividades
productivas. La experiencia histórica enseña que en ausencia de sistemas financieros adecuados no
habría sido posible el crecimiento económico.

Las inversiones a gran escala, típicas de las modernas economías de mercado, no se habrían
realizado sin el papel fundamental de intermediario llevado a cabo por los mercados financieros, que ha
permitido, entre otras cosas, apreciar las funciones positivas del ahorro para el desarrollo del sistema
económico y social.

El mercado global de capitales ha producido efectos benéficos, gracias a que la mayor movilidad
de los capitales ha facilitado la disponibilidad de recursos a las actividades productivas, el
acrecentamiento de la movilidad, por otra parte, ha aumentado también el riesgo de crisis financieras. El
desarrollo de las finanzas, cuyas transacciones han superado considerablemente en volumen, a las
reales, corre el riesgo de seguir una lógica cada vez más auto referencial, sin conexión con la base real
de la economía.

La imprevista aceleración de los procesos, como el enorme incremento en el valor de las


carteras administrativas de las instituciones financieras y la rápida proliferación de nuevos y sofisticados
instrumentos financieros hace extremadamente urgente la identificación de soluciones institucionales
capaces de favorecer eficazmente la estabilidad del sistema, sin restarle potencialidades y eficiencia.

4.8.- COMUNIDAD INTERNACIONAL Y ECONOMÍA GLOBAL

La pérdida de centralidad por parte de los actores estatales debe coincidir con un mayor
compromiso de la comunidad internacional en el ejercicio de una decidida función de dirección
económica y financiera. Una importante consecuencia del proceso de globalización, en efecto, consiste
en la gradual pérdida de eficacia del Estado Nación en la guía de las dinámicas económico- financieras
nacionales.
Los gobiernos de cada uno de los países ven la propia acción en campo económico y social
condicionada cada vez con mayor fuerza por las expectativas de los mercados internacionales de capital
y por la insistente demanda de credibilidad provenientes del mundo financiero. A causa de los nuevos
vínculos entre los operadores globales, las tradicionales medidas defensivas de los Estados aparecen
condenadas al fracaso y, frente a las nuevas áreas de atribuciones, la noción misma de mercado
nacional pasa a un segundo plano.

Cuanto mayores niveles de complejidad organizativa y funcional alcanza el sistema económico-


financiero mundial, tanto más prioritaria se presenta la tarea de regular dichos procesos, orientándolos a
la consecución del bien común de la familia humana. Surge concretamente la exigencia de que, más allá
de los Estados nacionales, sea la misma comunidad internacional quien asuma esta delicada función,

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con instrumentos políticos y jurídicos adecuados y eficaces.

Es, indispensable que las instituciones económicas y financieras internacionales sepan hallar las
soluciones institucionales más apropiadas y elaboren las estrategias de acción más oportunas con el fin
de orientar un cambio que, de aceptarse pasivamente y abandonado a sí mismo, provocaría resultados
dramáticos sobre todo en perjuicio de los estratos más débiles e indefensos de la población mundial.

En los organismos internacionales deben estar igualmente representados los intereses de la gran
familia humana; es necesario que estas instituciones, a la hora de valorar las consecuencias de sus
decisiones, tomen siempre en consideración a los pueblos y países que tienen escaso peso en el
mercado internacional.

También la política, al igual que la economía, debe saber extender su radio de acción más allá
de los confines nacionales, adquiriendo rápidamente una dimensión operativa mundial que le per- mita
dirigir los procesos en curso a la luz de parámetros no sólo económicos, sino también morales.

El objetivo de fondo será guiar estos procesos asegurando el respeto de la dignidad del hombre
y el desarrollo completo de su personalidad, en el horizonte del bien común. Asumir semejante tarea,
conlleva la responsabilidad de acelerar la consolidación de las instituciones existentes, así como la
creación de nuevos organismos a los cuales confiar esta responsabilidad. El desarrollo económico,
puede ser duradero si se realiza en un marco claro y definido de normas y en un amplio proyecto de
crecimiento moral, civil y cultural de toda la familia humana.

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UNIDAD CUATRO
POLÍTICA Y PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA
OBJETIVO GENERAL

Conocer la relación científica y social entre política y el Pensamiento Social de la Iglesia, desde
la perspectiva del poder y la relaciones sociales.

OBJETIVOS OPERACIONALES
Durante el proceso de estudio de la presente unidad, usted estará capacitado para:

 Identificar la política al servicio de la gente desde la visión de la iglesia

 Determinar la transcendencia de la doctrina social de la iglesia en la comunidad internacional.

 Analizar la presencia de la iglesia en los proceso de paz a nivel nacional e internacional

 Distinguir el aporte a los proceso de paz en organismos internacionales, principalmente en


sectores poblacionales llenos de conflictos.
CONTENIDO
1.- POLÍTICA DESDE LA VISIÓN DE LA IGLESIA
1.1.- FUNDAMENTO POLÍTICO
1.2.- PROMOVER LOS DERECHOS HUMANOS
1.3.- FUNDAMENTO DE AUTORIDAD POLÍTICA
1.4.- SISTEMA DEMOCRÁTICO
1.5.- COMPONENTE MORAL DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA
1.6.- ESTADO Y COMUNIDADES RELIGIOSAS
1.7.- IGLESIA CATÓLICA Y COMUNIDAD POLÍTICA

2.- DOCTRINA SOCIAL Y COMUNIDAD INTERNACIONAL


2.1.- COMUNIDAD INTERNACIONAL Y SOBERANÍA
2.2.- ORGANIZACIÓN DE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL
2.3.- COOPERACIÓN INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO
2.4.- SALVAGUARDAR EL MEDIO AMBIENTE
2.4.1.- HOMBRE Y EL MEDIO AMBIENTE
2.4.2.- RESPONSABILIDAD COMÚN
2.4.3.- USO DE BIOTECNOLOGÍAS
2.4.4.- DISTRIBUCIÓN DE LOS BIENES
2.4.5.- NUEVOS ESTILOS DE VIDA

3.- PROMOCIÓN DE LA PAZ


3.1.- FRUTO DE LA JUSTICIA
3.2.- FRACASO DE LA PAZ: LA GUERRA
3.2.1.- DEFENDER LA PAZ
3.2.2.- DEBER DE PROTEGER A LOS INOCENTES
3.2.3.- EL DESARME
3.2.4.- CONDENA DEL TERRORISMO

4.- APORTACIÓN DE LA IGLESIA A LA PAZ


4.1.- DOCTRINA SOCIAL Y ACCIÓN ECLESIAL
4.2.- DOCTRINA SOCIAL Y PASTORAL
4.3.- DOCTRINA SOCIAL Y FORMACIÓN

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CONTENIDO CIENTÍFICO PEDAGÓGICO

1.- POLÍTICA DESDE LA VISIÓN DE LA IGLESIA

El pueblo de Israel, en la fase inicial de su historia, no tiene rey, como los otros pueblos, porque
reconoce solamente el señorío de Yahvé. Dios interviene en la historia a través de hombres
carismáticos, como atestigua el Libro de los Jueces. Jesús rechaza el poder opresivo y despótico de los
jefes sobre las Naciones y su pretensión de hacerse llamar benefactores, pero jamás rechaza
directamente las autoridades de su tiempo.

En la diatriba sobre el pago del tributo al César, afirma que es necesario dar a Dios lo que es de
Dios, condenando implícitamente cualquier intento de divinizar y de absolutizar el poder temporal: sólo
Dios puede exigir todo del hombre. La sumisión, no pasiva, sino por razones de conciencia, al poder
constituido responde al orden establecido por Dios.

San Pablo define las relaciones y los deberes de los cristianos hacia las autoridades. Insiste en
el deber cívico de pagar los tributos. Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a
quien tributo, tributo; a quien respeto, respe- to; a quien honor, honor.

El apóstol no intenta ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos a
procurar el bien ante todos los hombres, incluidas las relaciones con la autoridad, en cuanto está al
servicio de Dios para el bien de la persona y para hacer justicia y castigar al que obra el mal.

La libertad no puede ser usada para cubrir la propia maldad, sino para servir a Dios. Se trata
entonces de una obediencia libre y responsable a una autoridad que hace respetar la justicia,
asegurando el bien común. La oración por los gobernantes, recomendada por San Pablo durante las
persecuciones, señala explícitamente lo que debe garantizar la autoridad política: una vida pacífica y
tranquila, que transcurra con toda piedad y dignidad.

La Iglesia anuncia que Cristo, vencedor de la muerte, reina sobre el universo que Él mismo ha
rescatado. Su reino incluye también el tiempo presente y terminará sólo cuando todo será consignado al
Padre y la historia humana se concluirá con el juicio final. Cristo revela a la autoridad humana, siempre
tentada por el dominio, que su significado auténtico y pleno es de servicio. Dios es Padre único y Cristo
único maestro para todos los hombres, que son hermanos. La soberanía pertenece a Dios.

Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su
naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el
gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los
que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia
divina.

1.1.- FUNDAMENTO POLÍTICO

La persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia política. Dotado de racionalidad,


el hombre es responsable de sus propias decisiones y capaz de perseguir proyectos que dan sentido a
su vida, en el plano individual y social. La apertura a la trascendencia y a los demás es el rasgo que la
caracteriza y la distingue: sólo en relación con la trascendencia y con los demás, la persona humana
alcanza su plena y completa realización. Esto significa que por ser una criatura social y política por
naturaleza, la vida social no es, para el hombre sobrecarga accidental sino una dimensión esencial e
ineludible.

La comunidad política deriva de la naturaleza de las personas, cuya conciencia descubre y


manda observar estrictamente el orden inscrito por Dios en todas sus criaturas. Se trata de una ley moral
basada en la religión, la cual posee capacidad muy superior a la de cualquier otra fuerza o utilidad

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material para resolver los problemas de la vida individual y social, así en el interior de las naciones como
en el seno de la sociedad internacional.

Este orden debe ser gradualmente descubierto y desarrollado por la humanidad. La comunidad
política, realidad connatural a los hombres, existe para obtener un fin de otra manera inalcanzable: el
crecimiento más pleno de cada uno de sus miembros, llamados a colaborar establemente para realizar el
bien común, bajo el impulso de su natural inclinación hacia la verdad y el bien.

La comunidad política encuentra en la referencia al pueblo su auténtica dimensión: ella es, y debe
ser en realidad, la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo. El pueblo no es una multitud
amorfa, una masa inerte para manipular e instrumentalizar, sino un conjunto de personas, cada una de
las cuales la posibilidad de formar su opinión acerca de la cosa pública y la libertad de expresar su
sensibilidad política y hacerla valer de manera conveniente al bien común.

El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales, es
una persona consciente de su propia responsabilidad y de sus convicciones. La sociedad humana, tiene
que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los
hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender
sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu.

Todos estos valores informan y dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la


convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y de cuantos elementos
constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo. A cada pueblo
corresponde una nación, pero, por diversas razones, no siempre los confines nacionales coinciden

1.2.- PROMOVER LOS DERECHOS HUMANOS

Considerar a la persona humana como fundamento y fin de la comunidad política significa trabajar,
por el reconocimiento y el respeto de su dignidad mediante la tutela y la promoción de los derechos
fundamentales e inalienables del hombre. En la época actual se considera que el bien común consiste
principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana.

La comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la creación de un ambiente
humano en el que se ofrezca a los ciudadanos la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y
del cumplimiento pleno de los respectivos deberes. La plena realización del bien común requiere que la
comunidad política desarrolle, en el ámbito de los derechos humanos, una doble y complementaria
acción, de defensa y de promoción.

El significado profundo de la convivencia civil y política no surge inmediatamente del elenco de


los derechos y deberes de la persona. Esta convivencia adquiere todo su significado si está basada en la
amistad civil y en la fraternidad. El campo del derecho, es el de la tutela del interés y el respeto exterior,
el de la protección de los bienes materiales y su distribución según reglas establecidas.

La amistad civil, es la actuación más auténtica del principio de fraternidad, que es inseparable
de los de libertad y de igualdad. Se trata de un principio que se ha quedado en gran parte sin practicar
en las sociedades políticas modernas y contemporáneas, sobre todo a causa del influjo ejercido por las
ideologías individualistas y colectivistas.

La mejor manera de hacer la verdaderamente humana es fomentar el sentido interior de la


justicia, de la benevolencia y del servicio al bien común y robustecer las convicciones fundamentales en
lo que toca a la naturaleza verdadera de la comunidad política y al fin, recto ejercicio y límites de los
poderes públicos. El objetivo que los creyentes deben proponerse es la realización de relaciones
comunitarias entre las personas. La visión cristiana de la sociedad política otorga la máxima importancia
al valor de la comunidad, ya sea como modelo organizativo de la convivencia, ya sea como estilo de vida

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cotidiana.

1.3. FUNDAMENTO DE AUTORIDAD POLÍTICA

La Iglesia se ha confrontado con diversas concepciones de la autoridad, teniendo siempre cui-


dado de defender y proponer un modelo fundado en la naturaleza social de las personas. La autoridad
política es por tanto necesaria, en razón de las tareas que se le asignan y debe ser un componente
positivo e insustituible de la convivencia civil.

La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la
libre actividad de los personas y de los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del
bien común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales.

La autoridad política es el instrumento de coordinación y de dirección mediante el cual los


particulares y los cuerpos intermedios se deben orientar hacia un orden cuyas relaciones, instituciones y
procedimientos estén al servicio del crecimiento humano integral. El sujeto de la autoridad política es el
pueblo, considerado en su totalidad como titular de la soberanía.

El pueblo transfiere de diversos modos el ejercicio de su soberanía a aquellos que elige


libremente como sus representantes, pero conserva la facultad de ejercitarla en el control de las acciones
de los gobernantes y también en su sustitución, en caso de que no cumplan satisfactoriamente sus
funciones. El solo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para considerar justas las
modalidades del ejercicio de la autoridad política.

La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el
ámbito del orden moral. En razón de la necesaria referencia a este orden, que la precede y la funda, de
sus finalidades y destinatarios, la autoridad no puede ser entendida como una fuerza determinada por
criterios de carácter puramente sociológico e histórico.

La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales.
Estos son innatos, derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la
persona. Son valores, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear,
modificar o destruir.

Estos valores no se fundan en mayorías de opinión, provisionales y mudables, sino que deben
ser simplemente reconocidos, respetados y promovidos como elementos de una ley moral objetiva, ley
natural inscrita en el corazón del hombre y punto de referencia normativo de la misma ley civil.

La autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conformes a la dignidad de la persona humana y
a los dictámenes de la recta razón. Cuando por el contrario una ley está en contraste con la razón, se le
denomina ley inicua; en tal caso cesa de ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia. La
autoridad que gobierna según la razón pone al ciudadano en relación no tanto de sometimiento con
respecto a otro hombre, cuanto más bien de obediencia al orden moral y, por tanto, a Dios mismo que es
su fuente última.

El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades


civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las
personas o a las enseñanzas del Evangelio. Las leyes injustas colocan a la persona moralmente recta
ante dramáticos problemas de conciencia: cuando son llamados a colaborar en acciones moralmente
ilícitas, tienen la obligación de negarse.

La doctrina social indica los criterios para el ejercicio del derecho de resistencia. La resistencia a
la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las
condiciones siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos
fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos; 3) sin provocar des- órdenes
peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5) si es imposible prever razonablemente soluciones
mejores

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1.4.- SISTEMA DEMOCRÁTICO

La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de


los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar
a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. No puede
favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos
ideológicos, usurpan el poder del Estado.

Una auténtica democracia es posible solamente en un estado de derecho y sobre la base de


una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la
promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales,
así como de la subjetividad de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de
corresponsabilidad.

Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que
es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la
dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del como fin y
criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el
significado de la democracia y se compromete su estabilidad.

La doctrina social individúa uno de los mayores riesgos para las democracias actuales en el
relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el
fundamento y la correcta jerarquía de valores. Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el
relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas
democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no
son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la
mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos.

La democracia es fundamentalmente un ordenamiento y, como tal, un instrumento y no un fin.


Su carácter moral no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que,
como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los
fines que persigue y de los medios de que se sirve.

El Magisterio reconoce la validez del principio de la división de poderes en un Estado: Es


preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia, que lo
mantengan en su justo límite. Es éste el principio del Estado de derecho, en el cual es soberana la ley y
no la voluntad arbitraria de los hombres.

En el sistema democrático, la autoridad política es responsable ante el pueblo. Los organismos


representativos deben estar sometidos a un efectivo control por parte del cuerpo social. Este control es
posible ante todo mediante elecciones libres, que permiten la elección y también la sustitución de los
representantes. La obligación por parte de los electos de rendir cuentas de su proceder, garantizado por
el respeto de los plazos electorales, es un elemento constitutivo de la representación democrática.

1.5. COMPONENTE MORAL DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA

Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de


la representación, que consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar
soluciones a los problemas sociales. En esta perspectiva, una autoridad responsable significa también
una autoridad ejercida mediante el recurso a las virtudes que favorecen la práctica del poder con espíritu
de servicio paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad; una autoridad ejercida por personas
capaces de asumir auténticamente como finalidad de su actuación el bien común y no el prestigio o el
logro de ventajas personales.

Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más
graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social;
compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre

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gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas,
causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el
consiguiente debilitamiento de las instituciones.

La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas, porque las usa
como terreno de intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De
este modo, las opciones políticas favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para
influenciarlas e impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos. La administración
pública, a cualquier nivel como instrumento del Estado, tiene como finalidad servir a los ciudadanos.

El Estado, al servicio de los ciudadanos, es el gestor de los bienes del pueblo, que debe
administrar en vista del bien común. Esta perspectiva se opone a la burocratización excesiva, que se
verifica cuando las instituciones, volviéndose complejas en su organización y pretendiendo gestionar
toda área a disposición, terminan por ser abatidas por el funcionalismo impersonal, por la exagerada
burocracia, por los injustos intereses privados, por el fácil y generalizado encogerse de hombros.

La información se encuentra entre los principales instrumentos de participación democrática.


Es impensable la participación sin el conocimiento de los problemas de la comunidad política, de los
datos de hecho y de las varias propuestas de solución. Es necesario asegurar un pluralismo real en este
delicado ámbito de la vida social, garantizando una multiplicidad de formas e instrumentos en el campo
de la información y de la comunicación, y facilitando condiciones de igualdad en la posesión y uso de
estos instrumentos mediante leyes apropiadas.

Los medios de comunicación social se deben utilizar para edificar y sostener la comunidad
humana, en los diversos sectores, económico, político, cultural, educativo, religioso. La información de
estos medios es un servicio del bien común. La sociedad tiene derecho a una información fundada en la
verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad.

La cuestión esencial en este ámbito es si el actual sistema informativo contribuye a hacer a la


persona humana realmente mejor, es decir, más madura espiritualmente, más consciente de su dignidad
humana, más responsable, más abierta a los demás, en particular a los más.

1.6. ESTADO Y COMUNIDADES RELIGIOSAS

El Concilio Vaticano II ha comprometido a la Iglesia Católica en la promoción de la libertad


religiosa. La declaración precisa el derecho de la persona y de las comunidades a la libertad social y
civil en materia religiosa. Para que esta libertad, querida por Dios e inscrita en la naturaleza humana,
pueda ejercerse, no debe ser obstaculizada, dado que la verdad no se impone de otra manera que por
la fuerza de la misma verdad.

La dignidad de la persona y la naturaleza misma de la búsqueda de Dios, exigen para todos


los hombres la inmunidad frente a cualquier coacción en el campo religioso. La sociedad y el Estado
no deben constreñir a una persona a actuar contra su conciencia, ni impedirle actuar conforme a ella.
La libertad religiosa no supone una licencia moral para adherir al error, ni un implícito de derecho al
error.

La libertad de conciencia y de religión corresponde al hombre individual y socialmente


considerado. El derecho a la libertad religiosa debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico y
sancionado como derecho civil. Sin embargo, no es de por sí un derecho ilimitado. Los justos límites al
ejercicio de la libertad religiosa deben ser determinados para cada situación social mediante la
prudencia política.

1.7.- IGLESIA CATÓLICA Y COMUNIDAD POLÍTICA

La Iglesia y la comunidad política, si bien se expresan ambas con estructuras organizativas


visibles, son de naturaleza diferente, tanto por su configuración como por las finalidades que persiguen.
El Concilio Vaticano II ha reafirmado solemnemente que la comunidad política y la Iglesia son
independientes y autónomas, cada una en su propio terreno.

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La Iglesia se organiza con formas adecuadas para satisfacer las exigencias espirituales de sus
fieles, mientras que las diversas comunidades políticas generan relaciones e instituciones al servicio de
todo lo que pertenece al bien común temporal. La autonomía e independencia de las dos realidades se
muestran claramente sobre todo en el orden de los fines.

El deber de respetar la libertad religiosa impone a la comunidad política que garantice a la Iglesia
el necesario espacio de acción. La Iglesia respeta ilegítima autonomía del orden democrático; pero no
ni
posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional
tiene tampoco la tarea de valorar los programas políticos si no es por sus implicaciones religiosas y
morales.

La recíproca autonomía de la Iglesia y la comunidad política no comporta una separación tal que
excluya la colaboración: ambas, aunque a título diverso, están al servicio de la vocación personal y social
de los mismos hombres. La Iglesia y la comunidad política, en efecto, se expresan mediante formas
organizativas que no constituyen un fin en sí mismas, sino que están al servicio del hombre, para
permitirle el pleno ejercicio de sus derechos, inherentes a su identidad de ciudadano y de cristiano.

La Iglesia tiene derecho al reconocimiento jurídico de su propia identidad. Precisamente porque su


misión abarca toda la realidad humana, la Iglesia, sintiéndose reivindica la libertad de expresar su juicio
moral sobre estas realidades, cuantas veces lo exija la defensa de los derechos fundamentales de la
persona o la salvación de las almas.

La Iglesia por tanto pide: libertad de expresión, de enseñanza, de evangelización; libertad de


ejercer el culto públicamente; libertad de organizarse y tener sus reglamentos internos; libertad de
elección, de educación, de nombramiento y de traslado de sus ministros; libertad de construir edificios
religiosos; libertad de adquirir y poseer bienes adecuados para su actividad; libertad de asociarse para
fines no sólo religiosos, sino también educativos, culturales, de salud y caritativos.

2.- DOCTRINA SOCIAL Y COMUNIDAD INTERNACIONAL

La centralidad de la persona humana y la natural tendencia de las personas y de los pueblos a


estrechar relaciones entre sí, son los elementos fundamentales para construir una verdadera Comunidad
Internacional, cuya organización debe orientarse al efectivo bien común universal. A pesar de que esté
ampliamente difundida la aspiración hacia una auténtica comunidad internacional, la unidad de la familia
humana no encuentra todavía realización, puesto que se ve obstaculizada por ideologías materialistas y
nacionalistas que niegan los valores propios de la persona considerada integralmente, en todas sus
dimensiones, material y espiritual, individual y comunitaria.

La convivencia entre las naciones se funda en los mismos valores que deben orientar la de los
seres humanos entre sí: la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad. La enseñanza de la Iglesia en el
ámbito de los principios constitutivos de la Comunidad Internacional, exhorta a las relaciones entre los
pueblos y las comunidades políticas encuentren su justa regulación en la razón, la equidad, el derecho,
la negociación, al tiempo que excluye el recurso a la violencia y a la guerra, a formas de discriminación,
de intimidación y de engaño.

2.1.- COMUNIDAD INTERNACIONAL Y SOBERANÍA

La Comunidad Internacional es una comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de


los Estados miembros, sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia. Concebir
de este modo la comunidad internacional no significa en absoluto relativizar o eliminar las diferencias y
características peculiares de cada pueblo, sino favorecer sus expresiones. La valoración de las
diferentes identidades ayuda a superar las diversas formas de división que tienden a separar los pueblos
y hacerlos portadores de un egoísmo de efectos desestabilizadores.

Se reconoce la importancia de la soberanía nacional, concebida ante todo como


expresión de la libertad que debe regular las relaciones entre los Estados. La soberanía

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representa la subjetividad de una nación en su perfil político, económico, social y cultural. La


dimensión cultural adquiere un valor decisivo como punto de apoyo para resistir los actos de
agresión o las formas de dominio que condicionan la libertad de un país: la cultura constituye
la garantía para conservar la identidad de un pueblo, expresa y promueve su soberanía
espiritual.

La soberanía nacional no es, un absoluto. Las Naciones pueden renunciar libremente al


ejercicio de algunos de sus derechos, en orden a lograr un objetivo común, con la conciencia de
formar una familia, donde deben reinar la confianza recíproca, el apoyo y respeto mutuos. En esta
perspectiva, merece una atenta consideración la ausencia de un acuerdo internacional que vele
adecuadamente por los derechos de las Naciones, cuya preparación podría resolver de manera
oportuna las cuestiones relacionadas con la justicia y la libertad en el mundo contemporáneo.

El respeto universal de los principios que inspiran una ordenación jurídica del Estado, la cual
responde a las normas de la moral es condición necesaria para la estabilidad de la vida internacional. La
búsqueda de tal estabilidad ha propiciado la gradual elaboración de un derecho de gentes que puede
considerarse como el antepasado del derecho internacional.

La reflexión jurídica y teológica, vinculada al derecho natural, ha formulado principios universales


que son anteriores y superiores al derecho interno de los Estados como son la unidad del género
humano, la igual dignidad de todos los pueblos, el rechazo de la guerra para superar las controversias, la
obligación de cooperar al bien común, la exigencia de mantener los acuerdos suscritos.

Para resolver los conflictos que surgen entre las diversas comunidades políticas y que
comprometen la estabilidad de las Naciones y la seguridad internacional, es indispensable pactar reglas
comunes derivadas del diálogo, renunciando definitivamente a la idea de buscar la justicia mediante el
recurso a la guerra.
La guerra puede terminar, sin vencedores ni vencidos, en un suicidio de la humanidad; por lo cual
hay que repudiar la lógica que conduce a ella, la idea de que la lucha por la destrucción del adversario, la
contradicción y la guerra misma sean factores de progreso y de avance de la historia.

La Carta de las Naciones Unidas repudia no sólo el recurso a la fuerza, sino también la misma
amenaza de emplearla esta disposición nació de la trágica experiencia de la Segunda Guerra Mundial.
El Magisterio no había dejado de señalar, durante aquel conflicto, algunos factores indispensables para
edificar un nuevo orden internacional: la libertad y la integridad territorial de cada Nación; la tutela de los
derechos de las minorías; un reparto equitativo de los bienes de la tierra; el rechazo de la guerra y la
puesta en práctica del desarme; la observancia de los pactos acordados; el cese de la persecución
religiosa.

2.2. ORGANIZACIÓN DE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL

La Iglesia favorece el camino hacia una auténtica comunidad internacional, que ha asumido una
dirección precisa mediante la institución de la Organización de las Naciones Unidas en 1945. Esta
organización ha contribuido a promover notablemente el respeto de la dignidad humana, la libertad de
los pueblos y la exigencia del desarrollo, preparando el terreno cultural e institucional sobre el cual
construir la paz.

La doctrina social, considera positivo el papel de las organizaciones intergubernamentales, en


particular de las que actúan en sectores específicos, si bien ha expresado reservas cuando afrontan los
problemas de forma incorrecta. El magisterio recomienda que la acción de los organismos
internacionales responda a las necesidades humanas en la vida social y en los ambientes relevantes
para la convivencia pacífica y ordenada de las naciones y de los pueblos.

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Una política internacional que tienda al objetivo de la paz y del desarrollo mediante la adopción de
medidas coordinadas, es más que nunca necesaria a causa de la globalización de los problemas. El
magisterio subraya que la interdependencia entre los hombres y entre las naciones adquiere una
dimensión moral y determina las relaciones del mundo actual en el ámbito económico, cultural, político y
religioso.

En este contexto es de desear una revisión de las organizaciones internacionales; es éste un


proceso que supone la superación de las rivalidades políticas y la renuncia a la voluntad de
instrumentalizar dichas organizaciones, cuya razón única debe ser el bien común con el objetivo de
conseguir un grado superior de ordenamiento internacional

Los organismos internacionales deben, garantizar la igualdad, que es el fundamento del derecho
de todos a la participación en el proceso de pleno desarrollo, respetando las legítimas diversidades. El
magisterio valora positivamente el papel de las agrupaciones que se han ido creando en la sociedad civil
para desarrollar una importante función de formación y sensibilización de la opinión pública en los
diversos aspectos de la vida internacional, con una especial atención por el respeto de los derechos del
hombre.

2.3.- COOPERACIÓN INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO

La solución al problema del desarrollo requiere la cooperación entre las comunidades políticas
particulares. Las Naciones, al hallarse necesitadas las unas de ayudas complementarias y las otras de
ulteriores perfeccionamientos, sólo podrán atender a su propia utilidad mirando simultáneamente al
provecho de los demás.

El subdesarrollo parece una situación imposible de eliminar, casi una condena fatal, si se
considera que éste no es sólo fruto de decisiones humanas equivocadas, sino también resultado de
mecanismos económicos, financieros y sociales y de estructuras de pecado que impiden el pleno
desarrollo de los hombres y de los pueblos.

La doctrina social induce a formas de cooperación capaces de incentivar el acceso al mercado


internacional de los países marcados por la pobreza y el subdesarrollo. En años recientes se ha afirmado
que el desarrollo de los países más pobres dependía del aislamiento del mercado mundial, así como de
su confianza exclusiva en las propias fuerzas.

La historia reciente ha puesto de manifiesto que los países que se han marginado han
experimentado un estancamiento y retroceso; en cambio, han experimentado un desarrollo los países
que han logrado introducirse en la interrelación general de las actividades económicas a nivel
internacional.

Parece, que el mayor problema está en conseguir un acceso equitativo al mercado internacional,
fundado no sobre el principio unilateral de la explotación de los recursos naturales, sino sobre la
valoración de los recursos humanos. Entre las causas que en mayor medida concurren a determinar el
subdesarrollo y la pobreza, además de la imposibilidad de acceder al mercado internacional, se
encuentran el analfabetismo, dificultades alimenticias, ausencia de estructuras y servicios, carencia de
medidas que garanticen la asistencia básica en el campo de la salud, falta de agua potable, corrupción,
precariedad de las instituciones y la misma vida política.

La pobreza manifiesta un dramático problema de justicia: la pobreza, en sus diversas formas y


consecuencias, se caracteriza por un crecimiento desigual y no reconoce a cada pueblo el igual derecho
a sentarse a la mesa del banquete común. Esta pobreza hace imposible la realización de aquel
humanismo pleno que la Iglesia auspicia y propone, a fin de que las personas y los pueblos puedan ser
más y vivir en condiciones más humanas.

La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación en la opción o amor preferencial de la

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Iglesia por los pobres. En toda su enseñanza social, la Iglesia no se cansa de confirmar también otros
principios fundamentales: primero entre todos, el destino universal de los bienes. Con la constante
reafirmación del principio de la solidaridad, la doctrina social insta a pasar a la acción papa promover
para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. La comunidad internacional no puede
desentenderse de semejante situación: incluso reafirmando el principio de que la deuda adquirida debe
ser saldada, es necesario encontrar los caminos para no comprometer el derecho fundamental de los
pueblos a la subsistencia y al progreso.

2.4. SALVAGUARDAR EL MEDIO AMBIENTE

La relación del hombre con el mundo y la naturaleza es un elemento constitutivo de la identidad


humana. Se trata de una relación que nace como fruto de la unión, todavía más profunda, del hombre
con Dios. El Señor ha querido a la persona humana como su interlocutor: sólo en el diálogo con Dios la
criatura humana encuentra la propia verdad, en la que halla inspiración y normas para proyectar el futuro
del mundo.

La visión bíblica inspira las actitudes de los cristianos con respecto al uso de la tierra, y al
desarrollo de la ciencia y de la técnica. El Concilio Vaticano II declara que tiene razón el hombre,
participante de la luz de la inteligencia divina, cuando afirma que por virtud de su inteligencia es superior
al universo material.

Los padres conciliares reconocen los progresos realizados gracias a la aplicación incesante del
ingenio humano a lo largo de los siglos, en las ciencias empíricas, en la técnica y en las disciplinas
liberales. El hombre en nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado dilatar y sigue
dilatando el campo de su dominio sobre casi toda la naturaleza.

Los resultados de la ciencia y de la técnica son positivos: los cristianos lejos de pensar que las
conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende
rivalizar con el creador, están, por el contrario persuadidos de que las victorias del hombre son signo de
la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio.

Las consideraciones del magisterio sobre la ciencia y la tecnología, se extienden también en sus
aplicaciones al medio ambiente y a la agricultura. La Iglesia aprecia las ventajas que resultan del estudio
y de las aplicaciones de la biología molecular, completada con otras disciplinas, como la genética, y su
aplicación tecnológica en la agricultura y en la industria. En efecto, la técnica podría constituirse, si se
aplicara rectamente, en un valioso instrumento para resolver graves problemas, comenzando por el del
hambre y la enfermedad, mediante la producción de variedades de plantas más avanzadas y resistentes
y de muy útiles medicamentos.

Es importante, reafirmar el concepto de recta aplicación, porque sabemos que este potencial no es
neutral: puede ser usado tanto para el progreso del hombre como para su degradación. Por esta razón,
es necesario mantener una actitud de prudencia y analizar con ojo atento la naturaleza, la finalidad y los
modos de las diversas formas de tecnología aplicada

Punto central de referencia para toda aplicación científica y técnica es el respeto del hombre, que
debe ir acompañado por una necesaria actitud de respeto hacia las demás criaturas vivientes. Incluso
cuando se plantea una alteración de éstas, conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su
mutua conexión en un sistema ordenado.

En este sentido, las formidables posibilidades de la investigación biológica suscitan profunda


inquietud, ya que no se ha llegado aún a calcular las alteraciones provocadas en la naturaleza por una
indiscriminada manipulación genética y por el desarrollo irreflexivo de nuevas especies de plantas y
formas de vida animal, por no hablar de inaceptables intervenciones sobre los orígenes de la misma vida
humana.

El hombre, no debe olvidar que su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de crear el


mundo con el propio trabajo. No debe disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a

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su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el
hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar.

2.4.1.- HOMBRE Y EL MEDIO AMBIENTE

El mensaje bíblico y el magisterio de la Iglesia constituyen los puntos de referencia esenciales


para valorar los problemas que se plantean en las relaciones entre el hombre y el medio ambiente. En el
origen de estos problemas se puede percibir la pretensión de ejercer un dominio absoluto sobre las
cosas por parte del hombre, un hombre indiferente a las consideraciones de orden moral que deben
caracterizar toda actividad humana.
La época moderna ha experimentado la creciente capacidad de intervención transformadora del
hombre. El aspecto de conquista y de explotación de los recursos ha llegado a predominar y a
extenderse, y amenaza hoy la misma capacidad de acogida del medio ambiente: el ambiente como
recurso pone en peligro el ambiente como casa.

La naturaleza aparece como un instrumento en las manos del hombre, una realidad que él debe
manipular constantemente, especialmente mediante la tecnología. A partir del presupuesto, que se ha
revelado errado, de que existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su
regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza
pueden ser fácilmente absorbidos, se ha difundido y prevalece una concepción reductiva que entiende el
mundo natural en clave mecanicista y el desarrollo en clave consumista.

Una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir utilitariamente la
naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en
dignidad, por encima de la misma persona humana. En este último caso, se llega a divinizar la
naturaleza o la tierra, como puede fácilmente verse en algunos movimientos ecologistas que piden se
otorgue un reconocimiento institucional internacionalmente garantizado a sus ideas.

Una visión del hombre y de las cosas desligada de toda referencia a la trascendencia ha llevado a
rechazar el concepto de creación y a atribuir al hombre y a la naturaleza una existencia completamente
autónoma. El ser humano ha llegado a considerarse extraño al contexto ambiental en el que vive. Debe
darse un mayor relieve a la profunda conexión que existe entre ecología ambiental y ecología humana.

El magisterio subraya la responsabilidad humana de preservar un ambiente íntegro y sano para


todos. La humanidad de hoy, si logra conjugar las nuevas capacidades científicas con una fuerte
dimensión ética, ciertamente será capaz de promover el ambiente como casa y como recurso, en favor
del hombre y de todos los hombres; de eliminar los factores de contaminación; y de asegurar condiciones
de adecuada higiene y salud para pequeños grupos como para grandes asentamientos humanos.

La tecnología que contamina, también puede descontaminar; la producción que acumula, también
puede distribuir equitativamente, a condición de que prevalezca la ética del respeto a la vida, a la
dignidad del hombre y a los derechos de las generaciones humanas presentes y futuras

2.4.2.- RESPONSABILIDAD COMÚN

La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata del deber,
común y universal, de respetar un bien colectivo, destinado a todos, impidiendo que se puedan utilizar
impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados, como mejor apetezca, según las
propias exigencias. Es una responsabilidad que debe crecer, teniendo en cuenta la globalidad de la
actual crisis ecológica y la consiguiente necesidad de afrontarla globalmente, ya que todos los seres
dependen unos de otros en el orden universal establecido por el creador.

Esta perspectiva adquiere una importancia particular cuando se considera, en el contexto de los
estrechos vínculos que unen entre sí a los diversos ecosistemas, el valor ambiental de la biodiversidad,
que se ha de tratar con sentido de responsabilidad y proteger adecuadamente, porque constituye una
riqueza extraordinaria para toda la humanidad. Al respecto, cada uno puede advertir con facilidad, la

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importancia de la región de amazónica, uno de los espacios naturales más apreciados en el mundo por
su diversidad biológica, siendo vital para el equilibrio ambiental de todo el planeta.

La responsabilidad de salvaguardar el medio ambiente, patrimonio común del género humano, se


extiende no sólo a las exigencias del presente, sino también a las del futuro. Herederos de generaciones
pasadas y beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para con todos
y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia
humana. La solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos y un deber. Se trata de una
responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto a las futuras una responsabilidad que
incumbe también a cada Estado y a la Comunidad Internacional.

La responsabilidad respecto al medio ambiente debe encontrar una traducción adecuada en


ámbito jurídico. Es importante que la Comunidad Internacional elabore reglas uniformes, de manera que
esta reglamentación permita a los Estados controlar más eficazmente las diversas actividades que
determinan efectos negativos sobre el ambiente y preservar los ecosistemas, previniendo posibles
incidentes.

Corresponde a cada Estado, en el ámbito del propio territorio, la función de prevenir el deterioro de
la atmósfera y de la biosfera, controlando atentamente, entre otras cosas, los efectos de los nuevos
descubrimientos tecnológicos o científicos, y ofreciendo a los propios ciudadanos la garantía de no verse
expuestos a agentes contaminantes o a residuos tóxicos

El contenido jurídico del derecho a un ambiente natural seguro y saludable será el fruto de una
gradual elaboración, solicitada por la opinión pública, preocupada por disciplinar el uso de los bienes de
la creación según las exigencias del bien común y con una voluntad común de instituir sanciones para
junto
quienes contaminan. Las normas jurídicas, no bastan por sí solas; a ellas deben madurar un firme
sentido de responsabilidad y un cambio efectivo en la mentalidad y en los estilos de vida.

La decisión debe ser proporcionada a las medidas ya en acto para otros riesgos. Las políticas
preventivas, basadas sobre el principio de precaución, exigen que las decisiones se basen en una
comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada decisión alternativa
posible, incluida la decisión de no intervenir. Las circunstancias de incertidumbre y provisionalidad
hacen especialmente importante la transparencia en el proceso de toma de decisiones.

La programación del desarrollo económico debe considerar atentamente la necesidad de respetar


la integridad y los ritmos de la naturaleza porque los recursos naturales son limitados y algunos no son
renovables. El actual ritmo de explotación amenaza seriamente la disponibilidad de algunos recursos
naturales para el presente y el futuro. La solución del problema ecológico exige que la actividad
económica respete mejor el medio ambiente, conciliando las exigencias del desarrollo económico con las
de la protección ambiental.

Cualquier actividad económica que se sirva de los recursos naturales debe preocuparse también
de la salvaguardia del medio ambiente y prever sus costos, que se han de considerar como un elemento
esencial del coste actual de la actividad económica. En este contexto se deben considerar las relaciones
entre la actividad humana y los cambios climáticos que, debido a su extrema complejidad, deben ser
oportuna y constantemente vigilados a nivel científico, político y jurídico, nacional e internacional.

El clima es un bien que debe ser protegido y requiere que los consumidores y los agentes de las
actividades industriales desarrollen un mayor sentido de responsabilidad en sus comportamientos. Una
economía que respete el medio ambiente no buscará únicamente el objetivo del máximo beneficio,
porque la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y
beneficios. Todos los países, en particular los desarrollados, deben advertir la urgente obligación de
reconsiderar las modalidades de uso de los bienes naturales.

La investigación en el campo de las innovaciones que pueden reducir el impacto sobre el medio
ambiente provocado por la producción y el consumo, deberá incentivarse eficazmente. Los recursos no

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renovables, a los que recurren los países altamente industrializados y los de reciente industrialización,
deben ser puestos al servicio de toda la humanidad.

En una perspectiva moral caracterizada por la equidad y la solidaridad intergeneracional, también


se deberá continuar, con la contribución de la comunidad científica, a identificar nuevas fuentes
energéticas, a desarrollar las alternativas y a elevar los niveles de seguridad de la energía nuclear. El
uso de la energía, por su vinculación con las cuestiones del desarrollo y el ambiente, exige la
responsabilidad política de los Estados, de la Comunidad Internacional y de los agentes económicos.

Estas responsabilidades deberán ser iluminadas y guiadas por la búsqueda continua del bien
común universal. La relación que los pueblos indígenas tienen con su tierra y sus recursos merece una
consideración especial: se trata de una expresión fundamental de su identidad. Muchos pueblos han
perdido o corren el riesgo de perder las tierras en que viven, a las que está vinculado el sentido de su
existencia. Los derechos de los pueblos indígenas deben ser tutelados oportunamente.

2.4.3.- USO DE BIOTECNOLOGÍAS

En los últimos años se ha impuesto con fuerza la cuestión del uso de las nuevas biotecnologías
con finalidades ligadas a la agricultura, la zootecnia, la medicina y la protección del medio ambiente. Las
nuevas posibilidades que ofrecen las actuales técnicas biológicas y biogenéticas suscitan, por una parte,
esperanzas y entusiasmos y, por otra, alarma y hostilidad.

Las aplicaciones de las biotecnologías, su licitud desde el punto de vista moral, sus consecuencias
para la salud del hombre, su impacto sobre el medio ambiente y la economía, son objeto de profundo
estudio y de animado debate. Se trata de cuestiones controvertidas que afectan a científicos e
investigadores, políticos y legisladores, economistas y ambientalistas, productores y consumidores.

La visión cristiana de la creación conlleva un juicio positivo sobre la licitud de las intervenciones
del hombre en la naturaleza, sin excluir los demás seres vivos, y, al mismo tiempo, comporta una
enérgica llamada al sentido de la responsabilidad. La naturaleza, no es una realidad sagrada, vedada a
la acción humana. Es, un don entregado por el Creador a la comunidad humana, confiado a la
inteligencia y a la responsabilidad moral del hombre.

Las modernas biotecnologías tienen un fuerte impacto social, económico y político, en el plano
local, nacional e internacional: se han de valorar según los criterios éticos que deben orientar siempre las
actividades y las relaciones humanas en el ámbito socioeconómico y político. Es necesario tener
presentes, los criterios de justicia y solidaridad, a los que deben sujetarse, en primer lugar, los individuos
y grupos que trabajan en la investigación y la comercialización en el campo de las biotecnologías.

En cualquier caso, no se debe caer en el error de creer que la sola difusión de los beneficios
vinculados a las nuevas biotecnologías pueda resolver todos los apremiantes problemas de pobreza y
subdesarrollo que subyugan aún a tantos países del mundo. La solidaridad implica también una llamada
a la responsabilidad que tienen los países en vías de desarrollo y, sus autoridades políticas, en la
promoción de una política comercial favorable a sus pueblos y del intercambio de tecnologías que
puedan mejorar sus condiciones de alimentación y salud.

En estos países debe crecer la inversión en investigación, con especial atención a las
características y a las necesidades particulares del propio territorio y de la propia población, sobre todo
teniendo en cuenta que algunas investigaciones en el campo de las biotecnologías, potencialmente
beneficiosas, requieren inversiones relativamente modestas.

Los científicos y los técnicos que operan en el sector de las biotecnologías deben trabajar con
inteligencia y perseverancia en la búsqueda de las mejores soluciones para los graves y urgentes
problemas de la alimentación y de la salud. No han de olvidar que sus actividades atañen a materia- les,
vivos o inanimados, que son parte del patrimonio de la humanidad, destinado a las generaciones futuras.
Los científicos han de saber empeñar sus energías y capacidades en una investigación apasionada,
guiada por una conciencia limpia y honesta.

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Los políticos, los legisladores y los administradores públicos tienen la responsabilidad de valorar
las potencialidades, las ventajas y los eventuales riesgos vinculados al uso de las biotecnologías. Es
inaceptable que sus decisiones, a nivel nacional o internacional, estén dictadas por presiones
procedentes de intereses particulares.

Las autoridades públicas deben favorecer también una correcta información de la opinión pública y
saber tomar las decisiones más convenientes para el bien común. Los responsables de la información
tienen también una tarea importante en este ámbito, que han de ejercer con prudencia y objetividad.

2.4.4.- DISTRIBUCIÓN DE LOS BIENES

También en el campo de la ecología la doctrina social invita a tener presente que los bienes de la
tierra han sido creados por Dios para ser sabiamente usados por todos: estos bienes deben ser
equitativamente compartidos, según la justicia y la caridad. Se trata fundamentalmente de impedir la
injusticia de un acaparamiento de los recursos: la avidez, ya sea individual o colectiva, es contraria al
orden de la creación.

Los actuales problemas ecológicos, de carácter planetario, pueden ser afrontados eficazmente
sólo gracias a una cooperación internacional capaz de garantizar una mayor coordinación en el uso de
los recursos de la tierra. El principio del destino universal de los bienes ofrece una orientación
fundamental, moral y cultural, para deshacer el complejo y dramático nexo que une la crisis ambiental
con la pobreza.

La actual crisis ambiental afecta particularmente a los más pobres, bien porque viven en tierras
sujetas a la erosión y a la desertización, están implicados en conflictos armados o son obligados a
migraciones forzadas, bien porque no disponen de los medios económicos y tecnológicos para
protegerse de las calamidades.

El estrecho vínculo que existe entre el desarrollo de los países más pobres, los cambios
demográficos y un uso sostenible del ambiente, no debe utilizarse como pretexto para decisiones
políticas y económicas poco conformes a la dignidad de la persona humana. La utilización del agua y de
los servicios a ella vinculados debe estar orientada a satisfacer las necesidades de todos y sobre todo de
las personas que viven en la pobreza.

El acceso limitado al agua potable repercute sobre el bienestar de un número enorme de personas
y es con frecuencia causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza e incluso de muerte: para
resolver adecuadamente esta cuestión, se debe enfocar de forma que se establezcan criterios morales
basados precisamente en el valor de la vida y en el respeto de los derechos humanos y de la dignidad de
todos los seres humanos.

El agua, por su misma naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más entre las
otras, y su uso debe ser racional y solidario. Su distribución forma parte, tradicionalmente, de las
responsabilidades de los entes públicos, porque el agua ha sido considerada siempre como un bien
público, una característica que debe mantenerse, aun cuando la gestión fuese confiada al sector privado.

El derecho al agua, como todos los derechos del hombre, se basa en la dignidad humana y no en
valoraciones de tipo meramente cuantitativo, que consideran el agua sólo como un bien económico. Sin
agua, la vida está amenazada. El derecho al agua es un derecho universal e inalienable.

2.4.5.- NUEVOS ESTILOS DE VIDA

Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve a adoptar
nuevos estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como
la comunión con los demás hombres para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las
opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones. Tales estilos de vida deben estar presididos
por la sobriedad, la templanza, la autodisciplina, tanto a nivel personal como social.

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Es necesario abandonar la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e
industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. Una
actitud semejante, favorecida por la renovada conciencia de la interdependencia que une entre sí a todos
los habitantes de la tierra, contribuye a eliminar diversas causas de desastres ecológicos y garantiza una
capacidad de pronta respuesta cuando estos percances afectan a pueblos y territorios.

La cuestión ecológica no debe ser afrontada únicamente en razón de las terribles perspectivas que
presagia la degradación ambiental: tal cuestión debe ser, principalmente, una vigorosa motivación para
promover una auténtica solidaridad de dimensión mundial.

3.- PROMOCIÓN DE LA PAZ

La paz se funda en la relación primaria entre todo ser creado y Dios mismo, una relación
marcada por la paz es la meta de la convivencia social, como aparece de forma extraordinaria en la
visión mesiánica de la paz: cuando todos los pueblos acudirán a la casa del Señor y Él les mostrará
sus caminos, ellos podrán caminar por las sendas de la paz.

La paz de Cristo es, la reconciliación con el Padre, que se realiza mediante la misión apostólica
confiada por Jesús a sus discípulos y que comienza con un anuncio de paz. Paz a esta casa. La paz es
además reconciliación con los hermanos, porque Jesús, en la oración que nos enseñó, el Padre nuestro,
asocia el perdón pedido a Dios con el que damos a los hermanos, perdónanos nuestras deudas, así
como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores

3.1.- FRUTO DE LA JUSTICIA


La paz es un valor y un deber universal; halla su fundamento en el orden racional y moral de la
sociedad que tiene sus raíces en Dios, fuente primaria del ser. La paz no es simplemente ausencia de
guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias, sino que se funda sobre una correcta
concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad.

La paz es fruto de la justicia entendida en sentido amplio, como el respeto del equilibrio de todas
las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que
le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está
orientada hacia el bien común. Para construir una sociedad pacífica y lograr el desarrollo integral de los
individuos, pueblos y naciones, resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos.
y
La paz se construye día a día en la búsqueda del orden querido por Dios sólo puede florecer
cuando cada uno reconoce la propia responsabilidad para promoverla. Para prevenir conflictos y
violencias, es absolutamente necesario que la paz comience a vivirse como un valor en el interior de
cada persona: así podrá extenderse a las familias y a las diversas formas de agregación social, hasta
alcanzar a toda la comunidad política.

3.2.- FRACASO DE LA PAZ: LA GUERRA

y
El magisterio condena la crueldad de la guerra pide que sea considerada con una perspectiva
completamente nueva. En nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo
sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado. La guerra es un flagelo y no
representa jamás un medio idóneo para resolver los problemas que surgen entre las Naciones.

La guerra es, el fracaso de todo auténtico humanismo siempre es una derrota de la humanidad
nunca más los unos contra los otros. La búsqueda de soluciones alternativas a la guerra para resolver
los conflictos internacionales ha adquirido hoy un carácter de dramática urgencia, ya que el ingente
poder de los medios de destrucción, accesibles incluso a las medias y pequeñas potencias, y la conexión
cada vez más estrecha entre los pueblos de toda la tierra, hacen muy arduo o prácticamente imposible
limitar las consecuencias de un conflicto.

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Los Estados no siempre disponen de los instrumentos adecuados para proveer eficazmente a su
defensa: de ahí la necesidad y la importancia de las organizaciones internacionales y regionales, que
deben ser capaces de colaborar para hacer frente a los conflictos y fomentar la paz, instaurando
relaciones de confianza recíproca, que hagan impensable el recurso a la guerra.

3.2.1.- DEFENDER LA PAZ

Las exigencias de la legítima defensa justifican la existencia de las fuerzas armadas en los
Estados, cuya acción debe estar al servicio de la paz: quienes custodian con ese espíritu la seguridad y
la libertad de un país, dan una auténtica contribución a la paz. Las personas que prestan su servicio en
las fuerzas armadas, tienen el deber específico de defender el bien, la verdad y la justicia en el mundo;
no son pocos los que en este contexto han sacrificado la propia vida por estos valores y por defender
vidas inocentes.

Los miembros de las fuerzas armadas están moralmente obligados a oponerse a las órdenes que
prescriben cumplir crímenes contra el derecho de gentes y sus principios universales. Los militares son
plenamente responsables de los actos que realizan violando los derechos de las personas y de los
pueblos o las normas del derecho internacional humanitario.

Los objetores de conciencia, que rechazan por principio la prestación del servicio militar en los
casos en que sea obligatorio, porque su conciencia les lleva a rechazar cualquier uso de la fuerza, o bien
la participación en un determinado conflicto, deben estar disponibles a prestar otras formas de servicio.

3.2.2.- DEBER DE PROTEGER A LOS INOCENTES

El derecho al uso de la fuerza en legítima defensa está asociado al deber de proteger y ayudar a
las víctimas inocentes que no pueden defenderse de la agresión. En los conflictos de la era moderna,
frecuentemente al interno de un mismo Estado, también deben ser plenamente respetadas las
disposiciones del derecho internacional humanitario. Con mucha frecuencia la población civil es atacada,
a veces incluso como objetivo bélico.

El principio de humanidad, inscrito en la conciencia de cada persona y pueblo, conlleva la


obligación de proteger a la población civil de los efectos de la guerra: Esa mínima protección de la
dignidad de todo ser humano, garantizada por el derecho internacional humanitario, muy a menudo es
violada en nombre de exigencias militares o políticas, que jamás deberían prevalecer sobre el valor de la
persona humana.

3.2.3.- EL DESARME

La doctrina social propone la meta de un desarme general, equilibrado y controlado. El enorme


aumento de las armas representa una amenaza grave para la estabilidad y la paz. El principio de
suficiencia, en virtud del cual un Estado puede poseer únicamente los medios necesarios para su
legítima defensa, debe ser aplicado tanto por los estados que compran armas, como por aquellos que las
producen y venden.

Cualquier acumulación excesiva de armas, o su comercio generalizado, no pueden ser justificados


moralmente; estos fenómenos deben también juzgarse a la luz de la normativa internacional en materia
de no-proliferación, producción, comercio y uso de los diferentes tipos de armamento. Las armas nunca
deben ser consideradas según los mismos criterios de otros bienes económicos a nivel mundial o en los
mercados internos.

Las armas de destrucción masiva biológicas, químicas y nucleares representan una amenaza
particularmente grave; quienes las poseen tienen una enorme responsabilidad delante de Dios y de la
humanidad entera. El principio de la no-proliferación de armas nucleares, junto con las medidas para el
desarme nuclear, así como la prohibición de pruebas nucleares, constituyen objetivos estrechamente

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unidos entre sí, que deben alcanzarse en el menor tiempo posible por medio de controles eficaces a
nivel internacional.

La prohibición de desarrollar, producir, acumular y emplear armas químicas y biológicas, así como
las medidas que exigen su destrucción, completan el cuadro normativo internacional para proscribir estas
armas nefastas. El desarme debe extenderse a la interdicción de armas que infligen efectos traumáticos
excesivos o que golpean indiscriminadamente, así como las minas antipersona, un tipo de pequeños
artefactos, inhumanamente insidiosos, porque siguen dañando durante mucho tiempo después del fin de
las hostilidades.

Los estados que las producen, comercializan o las usan todavía, deben cargar con la
responsabilidad de retrasar gravemente la total eliminación de estos instrumentos mortíferos. La
Comunidad Internacional debe continuar empeñándose en la limpieza de campos minados, promoviendo
una eficaz cooperación, incluida la formación técnica, con los países que no disponen de medios propios
aptos para efectuar esta urgente labor de sanear sus territorios y que no están en condiciones de
proporcionar una asistencia adecuada a las víctimas de las minas.

3.2.4.- CONDENA DEL TERRORISMO

El terrorismo es una de las formas más brutales de violencia que actualmente perturba a la
Comunidad Internacional, pues siembra odio, muerte, deseo de venganza y de represalia. De estrategia
subversiva, típica sólo de algunas organizaciones extremistas, dirigida a la destrucción de las cosas y al
asesinato de las personas, el terrorismo se ha transformado en una red oscura de complicidades
políticas, que utiliza también sofisticados medios técnicos, se vale frecuentemente de in- gentes
cantidades de recursos financieros y elabora estrategias a gran escala, atacando personas totalmente
inocentes, víctimas casuales de las acciones terroristas.

Los objetivos de los ataques terroristas son, en general, los lugares de la vida cotidiana y no
objetivos militares en el contexto de una guerra declarada. El terrorismo actúa y golpea a ciegas,
fuera de las reglas con las que los hombres han tratado de regular sus conflictos, por ejemplo
mediante el derecho internacional humanitario: En muchos casos se admite como nuevo sistema de
guerra el uso de los métodos del terrorismo.

El terrorismo se debe condenar de la manera más absoluta. Manifiesta un desprecio total de la


vida humana, y ninguna motivación puede justificarlo, en cuanto el hombre es siempre fin, y nunca
medio. Los actos de terrorismo hieren profundamente la dignidad humana y constituyen una ofensa a la
humanidad entera.

4.- APORTACIÓN DE LA IGLESIA A LA PAZ

La promoción de la paz en el mundo es parte integrante de la misión con la que la Iglesia pro-
sigue la obra redentora de Cristo sobre la tierra. La Iglesia, en efecto, es, en Cristo sacramento, es decir
signo e instrumento de paz en el mundo y para el mundo. La promoción de la verdadera paz es una
expresión de la fe cristiana en el amor que Dios nutre por cada ser humano.

Movida únicamente por esta fe, la Iglesia promueve la unidad de los cristianos y una fecunda
colaboración con los creyentes de otras religiones. Las diferencias religiosas no pueden y no deben
constituir causa de conflicto: la búsqueda común de la paz por parte de todos los creyentes es un
decisivo factor de unidad entre los pueblos. La Iglesia exhorta a personas, pueblos, Estados y Naciones
a hacerse partícipes de su preocupación por el restablecimiento y la consolidación de la paz destacando,
en particular, la importante función del derecho internacional.

La Iglesia enseña que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la reconciliación.
La Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre el corazón, no sólo a una profunda relación
con Dios, sino también al encuentro con el prójimo inspirado por sentimientos de respeto, confianza,
comprensión, estima y amor.
a
La oración infunde valor y sostiene a los verdaderos amigos de la paz los que tratan de
promoverla en las diversas circunstancias en que viven. La oración litúrgica es la cumbre a la cual tiende

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la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza en particular la
celebración eucarística, fuente y cumbre de toda la vida cristiana es el manantial inagotable de todo
auténtico compromiso cristiano por la paz.

4.1.- DOCTRINA SOCIAL Y ACCIÓN ECLESIAL

Consciente de la fuerza renovadora del cristianismo también en sus relaciones con la cultura y la
realidad social la Iglesia ofrece la contribución de su enseñanza para la construcción de la comunidad de
los hombres, mostrando el significado social del Evangelio. A finales del siglo XIX, el Magisterio de la
Iglesia afrontó orgánicamente las graves cuestiones sociales de la época, estableciendo « un paradigma
permanente para la Iglesia.

Ésta, en efecto, hace oír su voz ante de- terminadas situaciones humanas, individuales y
comunitarias, nacionales e internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina, un corpus,
que le permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la justa
solución de los problemas derivados de las mismas.

La Iglesia, con su doctrina social, ofrece sobre todo una visión integral y una plena comprensión
del hombre, en su dimensión personal y social. La antropología cristiana, manifestando la dignidad
inviolable de la persona, introduce las realidades del trabajo, de la economía y de la política en una
perspectiva original, que ilumina los auténticos valores humanos e inspira y sostiene el compromiso del
testimonio cristiano en los múltiples ámbitos de la vida personal, cultural y social.

La Iglesia es consciente de que debe dar un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar
en una nueva etapa histórica de su dina- mismo misionero. En esta perspectiva pastoral se sitúa la
enseñanza social: La nueva evangelización, de la que el mundo moderno tiene urgente necesidad...
debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la doctrina social de la Iglesia

4.2.- DOCTRINA SOCIAL Y PASTORAL

La referencia esencial a la doctrina social determina la naturaleza, el planteamiento, la estructura


y el desarrollo de la pastoral social. Ésta es expresión del ministerio de evangelización social, dirigido a
iluminar, estimular y asistir la promoción integral del hombre mediante la praxis de la liberación cristiana,
en su perspectiva terrena y trascendente.

La Iglesia vive y obra en la historia, interactuando con la sociedad y la cultura de su tiempo, para
cumplir su misión de comunicar a todos los hombres la novedad del anuncio cristiano. La pastoral social
es la expresión viva y concreta de una Iglesia plenamente consciente de su misión de evangelizar las
realidades sociales, económicas, culturales y políticas del mundo.

El mensaje social del Evangelio debe orientar la Iglesia a desarrollar una doble tarea pastoral:
ayudar a los hombres a descubrir la verdad y elegir el camino a seguir; y animar el compromiso de los
cristianos de testimoniar, con solícito servicio, el Evangelio en campo social.

La doctrina social dicta los criterios fundamentales de la acción pastoral en campo social:
anunciar el Evangelio; confrontar el mensaje evangélico con las realidades sociales; proyectar acciones
cuya finalidad sea la renovación de tales realidades, conformándolas a las exigencias de la moral
cristiana. Una nueva evangelización de la vida social requiere ante todo el anuncio del Evangelio.

La acción pastoral de la Iglesia en el ámbito social debe testimoniar ante todo la verdad sobre el
hombre. La antropología cristiana permite un discernimiento de los problemas sociales, para los que no
se puede hallar una solución correcta si no se tutela el carácter trascendente de la persona humana,
plenamente revelado en la fe. La acción social de los cristianos debe inspirarse en el principio
fundamental de la centralidad del hombre.

De la exigencia de promover la identidad integral del hombre brota la propuesta de los grandes

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valores que presiden una convivencia ordena- da y fecunda: verdad, justicia, amor, libertad. La pastoral
social se esfuerza para que la renovación de la vida pública esté ligada a un efectivo respeto de estos
valores. De ese modo, la Iglesia, mediante su multiforme testimonio evangélico, promueve la conciencia
de que el bien de todos y de cada uno es el recurso inagotable para desarrollar toda la vida social.

4.3.- DOCTRINA SOCIAL Y FORMACIÓN

La doctrina social es un punto de referencia indispensable para una formación cristiana


completa. La insistencia del Magisterio al proponer esta doctrina como fuente inspiradora del apostolado
y de la acción social nace de la persuasión de que ésta constituye un extraordinario recurso formativo.

El valor formativo de la doctrina social debe estar más presente en la actividad catequética. La
catequesis es la enseñanza orgánica y sistemática de la doctrina cristiana, impartida con el fin de iniciar
a los creyentes en la plenitud de la vida evangélica. El fin último de la catequesis es poner a uno no sólo
en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo para que así pueda reconocer la acción del
Espíritu Santo.

La doctrina social ha de estar a la base de una intensa y constante obra de formación, sobre todo
de aquella dirigida a los cristianos laicos. Esta formación debe tener en cuenta su compromiso en la vida
civil. A los seglares les corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y
directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la
comunidad en que viven.

El primer nivel de la obra formativa dirigida a los cristianos laicos debe capacitarlos para a
encauzar eficazmente las tareas cotidianas en los ámbitos culturales, sociales, económicos y políticos,
desarrollando en ellos el sentido del deber practicado al servicio del bien común. Un segundo nivel se
refiere a la formación de la conciencia política para preparar a los cristianos laicos al ejercicio del poder
político.

Las instituciones educativas católicas pueden y deben prestar un precioso servicio formativo,
aplicándose con especial solicitud en la inculturación del mensaje cristiano, es decir, el encuentro
fecundo entre el Evangelio y los distintos saberes. La doctrina social es un instrumento necesario para
una eficaz educación cristiana al amor, la justicia, la paz, así como para madurar la conciencia de los
deberes morales y sociales en el ámbito de las diversas competencias culturales y profesionales.

La doctrina social es un terreno fecundo para cultivar el diálogo y la colaboración en campo


ecuménico, que hoy día se realizan en diversos ámbitos a gran escala: en la defensa de la dignidad de
las personas humanas; en la promoción de la paz; en la lucha concreta y eficaz contra las miserias de
nuestro tiempo, como el hambre y la indigencia, el analfabetismo, la injusta distribución de los bienes y la
falta de vivienda.

La doctrina social se caracteriza también por una llamada constante al diálogo entre todos los
creyentes de las religiones del mundo, a fin de que sepan compartir la búsqueda de las formas más
oportunas de colaboración: las religiones tienen un papel importante en la consecución de la paz, que
depende del compromiso común por el desarrollo integral del hombre. La Iglesia sigue invitando a los
creyentes de otras religiones al diálogo y a favorecer, en todo lugar, un testimonio eficaz de los valores
comunes a toda la familia humana.

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